12.13.2007

Campos-1

Gran ruta por los Campos de Hernán Pelea
Libro completo © José Gómez Muñoz
23- GRANDES RUTAS
POR LA SIERRA PROFUNDA.
Los Campos
Empalme del Valle, altiplano de los
Campos de Hernán Pelea. 18-7-98.
Carretera y carril. Andando, en bicicleta o en coche.

Mi respeto y cariño para las personas buenas de las aldeas y cortijos en Santiago de la Espada. De ellas he aprendido grandes cosas y lo mejor: que Dios las abraza y premia con su amor. Cuantas veces estuve a su lado, me hicieron mejor y sentí el deseo de dar gracias al cielo por su belleza y los paisajes que le arropan y sostienen. Mi abrazo para todos con este librico que me nace desde lo más hondo del alma.

OPINIÓN
Escribiendo este librico, he descubierto una realidad que ya intuía desde hace mucho: y es que la visión certera de la sierra y vivencias de sus gentes, es la que viene de los serranos más sencillos. La descripción y opinión que los serranos hacen y dan de su tierra y vivencias, en nada se puede comparar con la que sale del escritor de fuera, por muy bueno que sea o se crea.

Por esta realidad, hoy en mí clara, ahora me digo que si tuviera que elegir entre aquellos de lujo y de títulos honorables y estos de manos callosas y caras tostadas por el sol, los fríos y los vientos, me quedo con los serranos pastores. Sus opiniones y descripciones de la tierra, la gente, caminos, nombres y otras hermosísimas realidades, están cimentadas en la exposición de las cosas con la claridad y elegancia de la verdad más limpias y sin complejos ni prepotencias. Con el lenguaje más escaso pero manando de la experiencia más rotunda.

Y claro que ahora me alegro haber creído, desde el principio, más en ellos que en los otros. Se mueven más por el deseo de agradar y respetar que por las otras sofisticadas pasiones ocultas e interesadas. No hay quién supere al más sencillo pastor en amor por la tierra ni nadie podrá nunca hablar de ella con más fuerza, nitidez y cariño. La otra verdad, la científica y culta, a ellos les viene muy ancha. No encaja en sus vidas y por eso ni la comprenden.

Nota del autor: este libro está escrito a tres niveles o pretende tres tipo de narraciones complementarias. Cada una, es redonda en sí misma y se puede leer y tiene sentido prescindiendo de los otros niveles. El primer nivel es el que recorre todo el escrito como hilo conductor y soporte fundamental, describiendo la gran ruta anunciada. Lleva este mismo tipo de letra y es una narración completa en sí misma. El segundo nivel son los párrafos en negrita que siendo fragmentos más íntimos, literarios y poéticos, intentan complementar a la narración principal profundizando en la región del alma, poesía y mística. El que un día tuvo que abandonar las tierras vuelve y, al encuentro con ellas, su mundo interno se le termina de romper porque lo que fue ya no es y lo que soñó, tampoco es ni puede encajar en el presente real. El tercer nivel va en cursiva y pretende complementar el argumento central, trayendo a primer plano otras escenas y vivencias para dar una visión de la ruta que se describe no sólo desde los paisajes sino desde la historia, cultura y vida de las personas que han poblado estas tierras. Son las palpitaciones de ellos engarzadas al hilo y luchas de sus vidas. Para mí, lo más real de cuantas semillas se puedan cosechar de estas sierras.

FICHA TÉCNICA
El altiplano de los Campos, se encuentra recogido en el Catálogo de Montes con el nombre de CAMPOS DE HERNÁN PELEA Y CALAR DE LAS PALOMAS J-1039. Su extensión pasa algo de las 5.559 Ha. Se sitúa al sur y levante y en las sierras que conforman el Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas. Provincia de Jaén, que por aquí limita con Granada, Murcia y Albacete. Pertenecen a la Sierra de Segura y caen dentro del término de Santiago de la Espada. Se recogen casi en el centro de tres grande cumbres: las Empanadas, con 2.107 m, las Banderillas, con 1.993 m y las Palomas, con 1.964 m. La altura de esta llanura montañosa, se encuentra entre los mil trescientos metros hasta los mil ochocientos y algo más.

En el año 1.953, se hicieron las primeras operaciones del deslinde de este gran monte y también en el de las Palomas. EL 23 noviembre 1.959 O.M. por la que se aprueba el deslinde del gran monte “Campos de Hernán Pelea y Calar de las Palomas”. Desde estas fechas, son montes del Estado, a excepción de algunos trozos particulares. Son terrenos fundamentalmente usados para el pastoreo de ovejas, cabras y algunas vacas.

El clima de este hermosísimo rincón, es muy extremo y duro, con grandes nevadas en invierno, muchos días de nieblas densas y vientos fuerte y en verano, con largos días de sol tórrido y aires muy secos.

La principal vegetación de estas tierras de alta montaña, son los piornos, majuelos, espinos, zamarrilla, enebros rastreros y las retamas amargas. Los escasos pinos son de la especie nigra, laricios, encinas y arces. Las plantas herbáceas, se dan en gran variedad y son ricas para el alimento de las ovejas, las verdaderas protagonistas de estos Campos. Todavía se siembran buenos trozos de terreno con trigo, cebada y centeno.

El paisaje es por completo de alta montaña con llanuras muy extensas donde se abren preciosas dolinas, sorbiores, hoyos o torcos, agrias cuerdas rocosas que por ser de origen calizo, presentan gran cantidad de cobijos o covachas, grietas profundas y largas y simas. Dentro de este paisaje, se esconde una enorme variedad de rocas modeladas por los hielos, las nieves y las lluvias. Son abundantes los veneros de aguas que los pastores aprovechan para que sus rebaños beban y la presencia de viejos cortijos, tinadas y refugios más modernos, hacen más llevadera la lucha con el ganado en estas tierras.

Esta altiplanicie está bien surcada por pistas de tierra, caminos de herraduras que todavía los pastores conocen y recorren y también por una rica red de veredas de trashumancia. Son las vías que ellos usan para entrar y salir con sus rebaños desde estas llanuras hacia los lugares de invernada. Preciosas rutas naturales y sin apenas impacto en los paisajes, que pasan y llevan a los rincones más apartados y bellos.

Los pastores de Santiago de la Espada, son los verdaderos protagonistas de estas preciosas tierras, duras y extrañas cuando se le ven desde la distancia y las primeras veces pero profundamente grandiosas y cercanas al hombre cuando uno se funde con ellas y, desde su más honda realidad, las ama. Digo que para mí no hay en todo el Parque Natural, paisajes más bonitos y con más carga de grandeza. Encierran ellas, todos los matices y sensaciones que apetece y sueña el alma humana. Obra grandiosa y escultórica que Dios permitió, modelaran los elementos naturales para asombro y regocijo nuestro y para exaltación de su poder. Y, desde tiempos lejanísimos, poblaron y pueblan los pastores.

Empalme del Valle, altiplano de los
Campos de Hernán Pelea 18- 7- 98

Empalme del Valle, Nava de San Pedro, Nava Noguera, Rambla Seca, Campos de Hernán Pelea, Corazón de los Campos, cortijo de Camarillas, Juanfría, Pino Galapán, Don Domingo, la Matea, Santiago de la Espada, Cañá Hermosa, Poyotello, aldea de Pontón Alto y Bajo, Gran cumbre del pico Aroca, aldea de la Hoya del Cambrón, aldea de Cabeza Gorda, Arroyo de la Garganta, Hornos de Segura.

La distancia
El tiempo
El Camino
El Paisaje
Lo que hay ahora
Valle de Camarilla
Nombres por los Campos
Por el cortijo de Camarillas
Y como tengo lleno el corazón
La gran nevada
Por la Matea
Por la aldea de Poyotello
Y la noche que avanza
Nombres entorno a Pontones
Por la aldea de la Hoya del Cambrón
Por la aldea de Cabeza Gorda
Los niños serranos
El último pastor
La fragancia eterna
Los regalos de la abuela

Un recorrido literario, relajado, detallado y hondamente sentido por y desde los paisajes más profundos y bellos de las sierras de este parque natural. Encuentro con pastores, sus refugios, cortijos, aldeas, nombres de los sitios que pisan, luchas, costumbres, historias, refranes, tradiciones, temores y sueños.

Los puntos más importantes que se describen y por donde pasa esta ruta son: Empalme del Valle, Nava de San Pedro, Nava Noguera, Rambla Seca, Campos de Hernán Pelea, corazón de los Campos, cortijo de Camarillas, Barranco de la Juanfría, Pino Galapán, aldeas de don Domingo, el Cerezo, los Teatinos, la Matea, Santiago de la Espada, Cañá Hermosa, aldea de Poyotello, pueblos de Pontón Alto y Bajo, Fuente Segura y nacimiento del río Segura, los Centenares, las Espumaredas, el Ortuñío, la Ballestera, Gran cumbre del pico Aroca, Hoya del Cambrón, aldea de Cabeza Gorda, Arroyo y aldea de la Garganta y Hornos de Segura. En total 118,7 kilómetros de ruta y un día completo para recorrerla.

Nota: no se recomienda hacer esta ruta en invierno o, en todo caso, pedir información e ir preparado para el frío y los problemas que puedan presentar las grandes nevadas que por aquí se dan. En los meses más crudos del invierno estos campos no están poblados por los pastores. Así que la soledad es mucho más que en ninguna otra época del año. En caso de necesitar ayuda humana por cualquier circunstancia es alto difícil encontrarla. En las fechas que escribo estas páginas los teléfonos móviles casi no sirven para nada en muchos puntos de esta altiplanicie.

Las distancias
Comenzando la cuenta desde el Cruce del Valle, Cazorla, Nacimiento del Guadalquivir, Embalse del Tranco, y finalizando justo en el cruce de la carretera del Embalse del Tranco a Hornos, Cortijos Nuevos, en total son 118,7 kilómetros.

Las distancias parciales son las siguientes:
Empalme del Valle, Guadalquivir: 3,6 Km.
Vadillo, arroyo de San Pedro: 15,7 Km.
Empalme del Valle, Collado Bermejo: 24,8 Km.
Control de Rambla Seca: 32,2 D. Domingo 20
Refugio de Monterilla: 39,3 Km.
Cortijo de la Juanfría: 47,2 La Matea 15,4
Arroyo de Juanfría, pino Galapán: 49,5 Km.
Don Domingo, cruce a Cañá la Cruz: 52,6 Rambla Seca 20
Fuente del Berral, la Matea: 62,6 Km.
Santiago de la Espada: 68,8 P. Galapán 20
Cañada Hermosa: 75 Km.
Desviación a Poyotello: 76,5 Poyotello 5
Cruce al nacimiento del río Segura: 83,4 Nacimiento 5
Pontones: 83,7 Km.
Cruce al río Madera en la Cumbre: 101 Pontones 17,5
Hornos de Segura: 114 Km.
Cruce al Embalse, Cortijos Nuevos 118,7 S. Espada 50

El tiempo
Para gozar a fondo los insospechados encantos que ofrece la grandiosa ruta que tenemos entre manos, es necesario emplear un día completo y de los que, a lo largo del año, tienen más horas de sol. Y es necesario parar en muchos puntos de singular belleza, para saborearlos de cerca y captar sus grandiosos matices. No sobra mucho tiempo para una visita detenida a tantas aldeas, cortijos, arroyos, majadas de pastores u otros rincones que nos cojan algo retirado de la ruta. En verano es la mejor época para realizar la gran ruta de los Campos de Hernán Pelea. Sin embargo en la primavera, casi un mes más tarde que en otros sitios, es cuando se puede gozar el mejor espectáculo. En los meses de invierno los Campos son espectaculares aunque mucho más complicado recorrerlos por la cantidad de nieve que sobre estos paisajes se acumula y el mal estado de los caminos. Mejor no aventurarse si no se conoce a fondo el terreno.

El camino
Desde el Empalme del Valle hasta la casa forestal de los Collados, es carretera asfaltada. Desde este punto y ya hasta don Domingo, es pista de tierra. El tramo que va desde la casa forestal de los Collados hasta la Nava de San Pedro, tiene muchos baches pero para un buen coche, no hay problema. Desde la trinchera de Poyo Maguillo hasta collado Bermejo, sí está muy rota y con muchas piedras sueltas por el paso continuo de tantos coches grandes.

Desde este último punto hasta el control de Rambla Seca, también tiene trozos bastante regular pero a partir del control, mejora mucho. En la fecha que hice este recorrido, estaba recién arreglada y daba gusto rodar por ella. A partir del refugio de Monterilla y hasta don Domingo, se estropea un poco y luego mejora al entrar ya en el asfalto. Desde Santiago hacia Pontones, tiene trozos arreglados no hace mucho y lo mismo por la cumbre.

La variante que dentro de los Campos pasa por Camarillas también es un buen camino. Carril de tierra pero en muy buen estado al menos en el verano de mi presencia por estos bellísimos rincones. Desde los llanos de Camarillas para abajo hasta que se junta con el carril que pasa cerca del Pino Galapán es un trozo muy complicado. Discurre por el mismo cauce del arroyo y por eso las piedras y los hoyos son muchos.

El paisajes
El mismo cruce del Valle se encuentra centrado en la espesura de grandes bosques de pinos y mientras la carretera recorre la ladera hasta el encuentro con el río Grande, esta densidad sigue acompañando sin menguar nada. Toma el relevo la largísima ladera que sostiene a la Cuesta del Bazar hasta el puerto de la Nava del Espino pero ya sobre estas cumbres, la presencia les corresponde los robustos pinos laricios o blancos, según los serranos.

Una vistas grandiosas son las que van apareciendo mientras coronamos esta cuesta, sobre la profundidad del largo valle del Guadalquivir y por la derecha, casi al alcance de la mano, la robusta figura de la Mesa. Se nos alegra el alma al coronar por la presencia de la fresca llanura de Nava del Espino y al frente, la majestad del pico Cabeza del Tejo.

Por la garganta del arroyo que más adelante se llamara de San Pedro, nos acoge la estrechura de la cerrada pétrea, con su fresca fuente por la izquierda y luego la visión de la nava por excelencia. Nos resultará agradable atravesar las tierras de esta llanura y el arroyo que le entra por la izquierda así como también la muralla rocosa que nos mira desde el lado del levante y presentan los Poyos de Maguillo. Los pinos laricios clavados en la pura roca, son de lo más impresionante.

La llanura que corona al cortijo del Vado de las Carretas, donde estuvo el cortijo de Poyo Maguillo y la cresta del Caballo de Acero entre nosotros y la Sierra de la Cabrilla, nos recibe silenciosa desde sus blancas rocas calizas y la espesura de las mil carrascas. Es muy duro todo este paisaje pero al mismo tiempo, insólito y por ello, misterioso y dolorosamente bello.

En cuanto cruzamos el Estrecho de Perales, nos recibe la frescura de una recogida nava que viene como del lado de la casa Fuente Acero y mientras vamos remontando, la Sierra de la Cabrilla, nos mira solemne desde su pedestal elevadísimo. Al coronar y quedar por la derecha la cabecera del Barranco del Guadalentín, la pista traza su rodeo para buscar el mejor terreno y nosotros quedamos pasmados por la presencia de tantas rocas, tantas carrascas, pinos laricios y la profundidad del barranco que viene cayendo desde el collado de la Zarca.

El Collado Bermejo y ya, hasta su gemelo antes de la Nava de Paulo, se nos presenta como gritando asombro y en cuanto terminamos de meternos por la misteriosa Cañada Pajarera, el corazón se nos emborracha por la dulzura de llanura tan recogida y el verde de los mil majuelos, mezclados con los pinos laricios y rosales silvestres.

Nava Noguera es como el descanso de la grandiosa cumbre de las Empanadas y el oscuro Barranco del Infierno pero para nosotros, como la calma entre praderas de hierba y gigantes pinos blancos. Como un suspiro de consuelo para dar paso enseguida a Rambla Seca, puerta de los asombrosos Campos de Hernán Pelea.

Porque la travesía de estos campos, con sus mil dolinas hundiéndose en la tierra, sus puntiagudas rocas calizas alzándose desde la desnuda tierra plana, la figura casi fantasma de algún pino en su mar de soledad, la hierba apretada hasta en el más pequeño puñado de tierra, el azul del cielo desde horizontes que gritan infinitos, el aire siempre fresco y el sol quemando en estos días de verano, son como un apartado especial en el latido de nuestro corazón y en el torpe discurrir de nuestra vida.

En cuanto se entra a la vertiente de la Juanfría, todo el paisaje se viste de vegetación viva como para decir que la presencia de la vida no se termina aunque la travesía de los Campos eso parece habernos dicho y a lo lejos, la fantástica extensión del valle por donde van apareciendo las aldeas. El recorrido del arroyo donde se refugia el pino Galapán, la altura alegre de la cuerda por donde descansa el cortijo de Prao Flores y luego el profundo y ancho surco de los arroyos con su puente para dar paso a las otras soledades, nos van como preparando para otro encuentro sin igual.

A partir de la primera aldea, remontada en la última llanura camino de los Campos que hemos dejado atrás, los paisajes nos van recreando con mil álamos en los surcos de los arroyos, mil huertecillos allí donde hay un puñado de tierra fértil, mil sendas de ovejas que arrancan desde las tinadas y suben buscando los pastos de las cumbres, mil sementeras de trigo, maíz, centeno, cebada y siempre las alegres casas de las hermosas aldeas.

Casi todas estas aldeas nos van saludando por el lado izquierdo que es por donde se alzan los picos de las Palomas, el Galayo y el Almorchón. Y se les ve como aplastadas frente al primer sol de la mañana y descendiendo de las cumbres hasta que, más cerca de Santiago de la Espada, las tierras llanas se ensanchan y por ellas, otro puñado de aldeas algo mayores, saludan.

Los Teatinos por la izquierda, los Atascaderos y la primera por la derecha que es como la hermana mayor de todas ellas, la Matea. Desde este punto para delante, la tierra sigue meciéndose sobre la llanura de la fértil vega y algunas aldeas más tanto por un lado como por otro y todas arrulladas por las sementeras verdes aún, las ampulosas nogueras y la figura noble de los siempre temblorosos álamos.

Al terminar de cruzar la llanura, la carretera se divide para irse, por la derecha, en un ramal que busca las tierras de la hermana provincia de Granada y unas curvas más y ya nos tropezamos con el blanco pueblo de Santiago de la Espada. Recogido en su ladera agreste y mirando al sol de la mañana, siempre saluda mudo como si tuviera miedo de presentarse e invitar a detener la marcha para echar una mirada por la vega que hemos terminado de recorrer.

Desde este punto, por la cuenca y ladera derecha del río Zumeta, la carretera asciende arropada por la espesura de los pinares y besada calurosamente por el sol de la tarde. En cuanto termina de coronar, descansa por las últimas tierras llanas de Cañada Hermosa y al cruzar el arroyo, da un giro para el sol de la tarde y se enfrenta recta con la hermosísima llanura. Por la izquierda nos dan compañía las hileras de álamos y al fondo también por este lado, saluda majestuoso la robusta figura del Almorchón.

Por la derecha, se nos aparta la pista de tierra que lleva a otra bonita aldea recogida al borde mismo del río Segura cuando esté se estrella buscando a su hermano el Madera. Esta aldea tiene por nombre Poyotello y se nos queda un poco detrás de las cumbres que por este lado nos superan. Preciosa es ella como pocas aldeas yo conozco en las sierras de este parque natural y como es chiquita y, todavía lo moderno no la ha manchado, sólo meditarla desde la distancia, transmite sensaciones únicas que remiten a lo noble y puro.

Así es como yo la tengo registrada en mi dulce experiencia de aquellas tardes porque así es como me la presentaron las personas que ahí conocí y al instante me dieron su cariño. Y como los paisajes y el cielo que la arropan, tan singularmente la engalanan, pues quema su hermosura donde el alma se hace vida y no se puede olvidar.

Despoblada por completo de vegetación se encuentra toda la gran Cañá Hermosa hasta que, al volcar hacia la vertiente del Segura, nos saludan otra vez los bosques de pinos.

Giramos un poco hacia el norte y por entre columnas de cuerdas largas, nos metemos para el cañón del transparente río. Al dar vista al surco que le presta camino, se nos encoge el alma tanto por la aridez de las laderas que rodean a los dulces pueblos llamados Pontones como por la dureza blanca de sus rocas y los paisajes casi desnudos.

Levemente la carretera roza las casas del primer pueblo, el mayor de los dos, asciende por el surco del río, levemente también roza el segundo pueblo, para mí más bonito y enseguida remonta a una llanura que se derrama desde la cuerda del Pedernalero y Tolaillo. Enfila ahora por la raspa de esta largísima cumbre, desde donde, para ambas vertiente, la del Segura y Guadalquivir, rebosan arroyos, bosques espesos de pinares y cientos de barrancos. Por ellos y, junto a sus manantiales, se recogen puñados de aldeas, algunas ya sin vida y otras con un poco de ella pero todas acicaladas con la mejor luz de las praderas y el más puro reflejo de los bosques vírgenes.

¡Qué ensueño, Dios mío, y cuánto derroche de la mejor belleza sólo por puro capricho tuyo para con los más humildes que son los que en tu corazón, Tú distingues con lo exquisito! ¡Cuánta envidia siento y cuánta gracia tengo que darte!

Mientras vamos recorriendo esta casi interminable extensión montañosa, los paisajes se nos renuevan con la belleza de la monotonía policroma y diferente a cada metro hasta que alcanzamos lo que por aquí llaman Puerto de la Cumbre. Gira la carretera y al meterse por entre los bosques de pinares laricios y barranco de la Garganta abajo, se nos estrechan los horizontes para concentrarse en las escarpadas y bellísimas laderas del Yelmo Grande y Chico y las piedras que coronan a la aldea de la Capellanía.

Un poco más adelante, ya volcamos para el lado del pueblo de Hornos y a estas alturas, lo que más nos sobrecoge es la visión de las azules aguas del Embalse del Tranco. Remansado en lo que fueron las vegas más fértiles, quizá de toda la sierra, se nos presenta silencioso y como extendido a los pies de tan blanco y bonito pueblo clavado en la pura roca.

Esto es, muy resumido, la gran ruta que en este trabajo se presenta con el nombre de Campos de Hernán Pelea. Más a lo menudo y con pinceladas y matices con nombres propios y únicos, se desgrana en las páginas que siguen.

Lo que hay ahora
Son las diez y veinticinco del día dieciocho de julio de mil novecientos noventa y ocho. Voy a recorrer la ruta desde el Empalme del Valle hasta los Campos de Hernán Pelea y Santiago de la Espada. Al comienzo, pinos carrascos, espesos a un lado y otro de la carretera, enseguida una curva a la derecha y luego para la izquierda y aparece mucha vegetación que clava sus raíces en aquellos huertos serranos que rodeaban a los cortijos que voy dejando a un lado y otro.

A la derecha me queda el cortijo de un buen amigo mío de Cazorla que casi siempre me lo encuentro aquí labrando sus tierras. Siembra él todavía sus tomates, patatas, habichuelas y otras hortalizas y desde el pueblo, todos los días sube a cuidarlas. Como otros muchos buenos serranos, no se le muere en el corazón el amor por las tierras que pisó de pequeño. Y yo que conozco el rincón, doy testimonio y digo que es bonito de verdad a pesar de lo comido que ya está por las zarzas, los majuelos, rosales silvestres y los pinos.

Fuente Fresca es el nombre del manantial que por la hondonada brota y digo que se lo pusieron bien puesto porque el rincón es claramente eso: una pura fuente y fresca por estar refugiada en la umbría del Caballo del Oso. Justo por la curva de nivel que va por los mil cien metros discurre la carretera buscando el poblado del Vadillo.

Hoy hará mucho calor porque ya están cantando las cigarras con la virulencia de la rabia y el cielo se presenta casi blanco de tanto vapor de agua como se concentra en la atmósfera y para más desconsuelo de mi gusto por los días frescos e invernales, hoy ni se mueve el viento. Por esta zona todavía la hierba aparece verde. A setecientos metros, por la derecha se presenta un cortijo compañero del de mi amigo. Hace muchos años conocía yo a la familia que vivía en este cortijo y luego dejé de saber de ellos. Ahora me entristece aunque hay dulzura en el recuerdo. Se fueron de estas sierras y hoy mal viven donde no tienen raíces sin que los recuerdos dejen de tirar de ellos para acá.

Creo que por este punto discurre una vereda de trashumancia y al pasar por aquí recibe el nombre de Roblellano. Al frente y por la derecha, me acompaña largamente la cuerda del Caballo del Oso que al final termina con la Morra Severo y el Lanchón, ya justo donde el Guadalquivir ha clavado su lengua y ha esculpido la preciosa Cerrada de Utrero. Al otro lado queda Peña Gallinera y el paredón rocoso por donde cae el arroyo de Linarejos y tantos conocen sólo por la cola de caballo. Cascada de la Cerrada de Utrero o cascada del arroyo de Linarejos.

A un kilómetro doscientos, grandes pinos y abajo y por la izquierda se ve el castellón por aquí conocido como los Castellones del Valle. Contra la pared de rocas que ahí sobresalen en forma de castillo al comienzo del gran valle, todavía se recoge un viejo cortijo que conozco bien. Y por eso digo que ese rincón es de lo más bonito en todo este conjunto del arroyo del Valle, Caballo del Oso y río Guadalquivir. Por lo menos ocho o diez cortijos se concentraban en las tierras que desde aquí caen hacia el río. Algunos todavía siguen en pie, otros desaparecieron como tantos en estas sierras.

Las zarzas se presentan muy verdes por entre los pinos y ya muchas con sus ramilletes de florecillas blancas abiertas. A mediado de agosto y por septiembre es cuando las moras maduran y bien que lo sé yo por los grandes puñados que todos los años me como de estas sierras. Los pinos y los álamos también se presentan reventando de verde. Es un buen año este para la vegetación por lo mucho que el invierno pasado ha llovido.

A un kilómetro novecientos, la carretera roza parte del castellón y baja buscando el rincón por donde se refugia Vadillo. Si miro para la izquierda, se me presenta amplio, todo el conjunto del arroyo del Valle. Más en lo hondo y en profundidad, se adivina el gran río atravesando la tierra llana.

A dos kilómetros trescientos, una curva cerrada para la derecha y es aquí justo donde corta el lomo que desde el Caballo del Oso cae hacia el río. Por eso la pared rocosa escolta elegante por el lado de este cerro. La tuvieron que tallar para que la carretera pasara. Dos setecientos y por la derecha se desvía un ramal de carretera asfaltada. Es la que sube al Parador Nacional. Cinco kilómetros desde este punto.

Una curva a la izquierda y los pinos que tanto me asombraron la primera vez que los vi y cada vez que me encuentro con ellos. Son de los que los serranos llaman negros y por esto me asombran tanto. Se muestran grueso, viejos, largos y con sus troncos y ramas tan retorcidos que siempre me digo que están como gritando al igual que mi alma. Pero me gustan estos pinos porque son muy bellos y se presentan en un bosque espeso un poco antes del poblado blanco.

Una hondonada y ahora giro a la derecha. Aparece el letrero que indica la presencia del poblado y también por la derecha, se desvía un ramal de carretera que lleva justo a su corazón. A tres kilómetros trescientos del cruce del Valle, dos paneles de madera de los muchos que hace unos años repartieron por estas sierras donde se indica lo siguiente: “Sendero de Cerrada de Utrero. Datos básicos: longitud, un kilómetro, tiempo aproximado, veinte minutos, dificultad media y tipo de trazado, lineal”. En el otro puedo leer lo siguiente: “Sendero de la Cerrada de Utrero. Datos básicos: longitud, dos kilómetros, tiempo aproximado, treinta minutos, dificultad baja, tipo de trazado, circular”.

Aunque me entretengo en leerlo despacio, no me aclaro mucho, como ya me ha pasado otras veces y me digo que debe ser por lo que yo ya conozco de estas sierras o por mis pocas luces. Unos metros más adelante, por la izquierda me saluda un establecimiento donde podría desayunar pero sigo. Algunos coches parados junto a la carretera y personas tomando algo.

El puente que da paso al río Guadalquivir, se me presenta a tres kilómetros seiscientos. Sé que desde aquí y por la izquierda, sale un sendero que lleva a la cerrada que atrás hemos leído. Lo tengo recorrido de aquellos primeros tiempos que era cuando realmente resultaba emocionante por su soledad y lo poco pisado que estaban estos paisajes. Una vieja tabla que desde aquellos tiempos, todavía informa: “Sendero a la Cerrada de Utrero: cuatrocientos treinta metros, al empalme, mil setecientos treinta”.

Nada más cruzar, la carretera, una desviación por la derecha que es la que lleva al Puente de las Herrerías y al nacimiento de este río. Sigo la que va al frente y ya empiezo a remontar. Me saludan grandes pinos negros, mucha hierba fresca tapizando la tierra y el aromático espliego. Por esta zona se concentra y se da con la mejor calidad de casi toda la sierra. Me asombró también aquella primera vez, al final de agosto que es cuando está florecido, por tanto, como aquí hay y su perfume intenso.

Remonta la carretera todavía por aquí asfaltada y por la derecha voy viendo Vadillo recogido en la ribera del río y entre la espesura de pinos y álamos. Cuatro kilómetros doscientos y una cerrada curva para la izquierda. Ahora caigo en la cuenta que por la derecha, en unos metros más, me voy a tropezar con la llanura que se recoge entre la Cerrada de Utrero y el camino que recorro. En aquellos primeros tiempos por aquí me tropecé muchas veces con cabras monteses pastando al amanecer y aquello me impactó. Guardo la imagen como una vivencia pura en lo más hondo de mi espíritu.

Me asombra ahora que, a pesar del calor que está haciendo estos días, todo se muestre intensamente verde. Ya rozo la llanura por el lado de arriba y hoy no encuentro cabras pastando sino soledad, una higuera repelada por las ramas bajas y clavada en el mismo centro de la llanura y eso sí: mucha hierba alguna ya casi pasto y las mil cien plantas de espliego ya con sus tallos largos y a punto de florecer.

A cinco kilómetros doscientos metros, desviación por la izquierda, al arroyo de Linarejos, rincón que también conozco bien y guardo entre mis recuerdos más amados. Miro para atrás y descubro que me encuentro casi a la misma altura de la cumbre del Lanchón. Aunque sé que estoy algo más elevado porque mi punto roza los mil cien metros y el cerro que me asombra, se queda entre los mil metros poco más o menos.

Se presenta con toda su grandiosidad sobresaliendo la dura pared rocosa que desde la cumbre cae al surco del río y el tremendo lapiaz que abre sus grietas por toda la superficie del cerro. Pero la abundante vegetación y hoy verde esmeralda, lo suaviza vistiéndolo de una belleza sin igual. ¡Cuántas pinceladas rotundas y maestras, de belleza hiriente, contienen estas sierras!
Una curva cerrada para la derecha y ya aparecen los pinos laricios. En menos de un kilómetro de los mil cien a casi los mil doscientos metros y por eso remonta la carretera bruscamente. Ahora recuerdo que en aquellos tiempos, a toda esta ladera que comienzo a recorrer, se le llamaba Cuesta del Bazar. Y también se le conocía como antiguo camino a Castril de la Peña. Castril es el pequeño pero bellísimo pueblo que en la vertiente sur de este grandioso macizo montañoso, se recoge justo al lado del transparente río también con el mismo nombre. Es ya provincia de Granada.

Es indudable que esta carretera que ahora recorro, no va por el mismo trazado que aquel desaparecido camino. Y esto lo digo porque la vereda de trashumancia que por aquí sube buscando el barranco del Guadalentín, tampoco sigue los mismos pasos que la carretera. Pero existieron aquellos caminos y existe esta vereda.

Seis kilómetros quinientos metros y al dar la curva para la izquierda, por entre la copa de los pinos, veo la construcción de la casa forestal que rozaré dentro de unos minutos. Se llama de los Collados y se encuentra sobre el lomo de un cerro que roza los mil trescientos metros. Otra curva para la derecha y ahora, por encima de la construcción ya mencionada, veo la gran plataforma rocosa llamada Poyos de la Mesa.

Desde la moderna casa de grandes cristaleras transparentes y balcones frente a la amada tierra, al caer la tarde miro y mientras el alma se me llena de tristeza, en silencio y la melancolía, me digo:

“Dios mío, por detrás de aquel cerro largo y de monte espeso, corre mi río y por la grandiosa ladera que desde el collado cae, va la vereda que amo y dentro llevo y, donde se juntan los arroyos claros que bajan de las cumbres de los cierzos, se remansan los charcos de las aguas inmaculadas y un poco más adelante, es donde tengo el gran misterio que desde aquellos tiempos, me tiene el corazón partío”.

Y desde la moderna casa de escaleras de mármol y el ascensor nuevo, angustiado y ya más que muerto en mi cuerpo, sigo y mientras mudo la desolación respiro, desde la fría cárcel, amargo me digo:

“ Dios mío ¿por qué este destierro de Ti y del rincón que me regalaste en aquellos días bonitos, si sólo amo y de tanto amar, ya muerto estoy aunque siga vivo?

A siete kilómetros, por la derecha se aparta una pista de tierra. Siguiéndola se vuelve al Guadalquivir, carretera asfaltada al nacimiento, cerca de la Fuente del Perdi. Y ahora caigo en la cuenta que esta umbría que voy recorriendo se llama Loma de la Sarga y supera los mil trescientos metros de altura. Por la izquierda, trescientos metros más adelante, una fuente sin agua con dos caños. Es de las que en aquellos tiempos construyeron por toda esta sierra.

Se ven por aquí todavía las ruinas de un cortijo de aquellos tiempos y la tierra sin apenas bosque, proclama que fue arada y sembrada de trigo y otras cosechas. Recuerdo yo ahora que en lo alto de la ridícula higuera que todavía por el lugar sigue viviendo, al pasar, en más de una ocasión he visto a un viejo macho montes repelando tallos y hojas.

Y recuerdo que al verlo, casi siempre el corazón me ha dado un vuelco porque no he podido evitar, traer a mi presencia los que ya no están y quizá ni existan y fueron, del rincón, legítimos dueños. La soledad y la aridez de la tierra comida de pasto y seca y las ruinas podridas, clavan ahora en mi espíritu y, hasta con más fuerza, el amargor del vacío viejo.

Sigue remontando la carretera al tiempo que se mete en una ancha hondonada. Es este el arroyo que divide la altura de los Collados y la de la Loma de la Sarga. Gira enseguida para la izquierda y remonta con energía para encajarse en los Collados. Los mil trescientos metros va rozando ya por aquí. Sigue trazando curvas por entre un espeso bosque de pinos laricios y el suelo tapizado de hierba.

A ocho kilómetros doscientos metros, por la izquierda se aparta el ramal que lleva a la casa forestal que he dicho. Queda elevada, cercada con mallas metálicas, blanca y hasta grandiosa, en su rellano en la altura y entre el bosque de pinos. No sé más de esta construcción que lo que ahora mismo ven mis ojos. Desde este punto mismo el camino comienza a ser pista forestal de tierra.

Ocho kilómetros seiscientos y por la derecha se aparta otra pista forestal. Esta sí es la que lleva al pino, según dicen, Abuelo. Grandes y hermosísimos recuerdos tengo de este pino así como de las tierras rojas que le rodean y de los espléndidos níscalos que, por entra las hojas secas del bosque, he cogido. Dulces recuerdos son estos y más porque se entrelazan con brasas de carrascas, gotas de aceite de oliva, pan tostado y sobre las rebanadas, los níscalos humeando.

Pero también se me agrían estos hermosos momentos cuando se topan con tardes repletas de niebla y por la pista, algo que no quiero nombrar. Sin embargo el gigantesco pino, qué hermoso era sobresaliendo de entre todos los otros y con su majestad clavado en la misma tierra de lo más alto del cerrillo. Lo abracé y hasta lo besé en muchas ocasiones en compañía de aquellos amigos buenos y ahora ya, como tanto en estas sierras, también se ha ido.

Y lo digo porque el pino Abuelo, no pudo resistir la sequía de los últimos años y se murió para siempre. Al pasar por aquí ahora, miro y todavía lo puedo ver sobresaliendo pero sus ramas están sin hojas, color plomo los troncos más gruesos y hasta retorcidas como lanzando el último grito, que se le ahoga en la podredumbre que por el tronco ya le corre.

No muy lejos de donde aún sigue recta la figura noble de este pino, sé que se deshacen las ruinas de otro cortijo. Del Bazar creo que se llama y también al recordarlas ahora, se me atraganta la saliva. Se fueron sus habitantes y ya ni siquiera el viento o las agrestes paredes de los Poyos de la Mesa que lo miran, se acuerdan de ellos ni de los pasos que por aquí dejaron eternizados. ¡Cuántos monumentos, Dios mío y tan profundo el silencio arropándolos!

Por este lado, se abre el profundo barranco que recoge el agua de las lluvias y nieves, hacia el arroyo de la Mesa. Los pinos, la gran masa de pinos laricios, carrascas, arces y otra vegetación, suavizan la aridez de los cascajales que desde el cerro de la Mesa chorrean y la tremenda ausencia. La pista se va metiendo para el barranco por la franja de los mil trescientos metros, para buscar el mejor paso y remontar la cumbre que pretende.

Si desde aquí, seguimos el camino que por la derecha se ha apartado y pasa por el pino del Abuelo, iríamos a caer justo al Puente de las Herrerías. Es, por lo tanto, este pequeño recorrido, una preciosa ruta bordeando la quebrada ladera de la Mesa, siempre por la curva de los mil cien metros y venir a juntarse con la que ahora recorro en sentido inverso.

Un nuevo hito con el kilómetro dieciocho, que no sé desde dónde viene marcando y justo unos metros antes de tomar la cerrada curva para la izquierda, por la derecha se me abre una impresionante vista frente a la Mesa, el cascajal que desde ella se derrama y el amplísimo barranco que lo recibe. La pista está muy mal. Aunque su firme, en otros tiempos, estaba empedrado, estas piedras son las que ahora complican el paso. Se han levantado del rodar de tantos grandes coches y se han formado muchos barrancos y ahora es una tortura venir por aquí.

Estoy solo sentado en la ladera, frente a la tierra y lloro. Tengo mi alma triste y es porque me quema la soledad de su ausencia y a pesar de que busco y medito, me siento dejado de todos y desterrado. El paisaje me quema y por eso busco y me consuelo en ella. Pero de la otra totalidad, estoy ignorado y, siento, que hasta proscrito porque no estoy con ellos.

Y mientras medito y lloro, me crece el deseo de irme ya y así perder de vista lo que no puedo soportar y me quema con la acidez de lo incompatible. Tengo agrio por dentro el corazón y el aire me besa dándome el consuelo que el mundo me niega. Y como frente a mí tengo la tierra, la miro melancólico y a mi derecha, veo lo que es juego en el mundo donde muero.

El cachorro del perro y el lechón negro, que retozan por el agua del arroyo y beben de la esencia que le regala la tierra. Y como muero y lloro porque me noto solo, me digo que ellos son mi única clave, referencia y sostén, frente a la sequedad de la tierra que me quema. Pero en el corazón siento el desprecio y la condena de los que son de mi especie y por esto, triste, lloro.

Nueve ochocientos y a la derecha un gran pino laricio acompañado de dos más casi del mismo porte. Cerrado giro para la izquierda y se da un poco antes de tocar la curva de los mil cuatrocientos metros. Diez cien y sigue remontando porque ahora tiene que superar casi los mil quinientos metros. Un espigón por la izquierda y es justo desde donde se observa una amplísima panorámica del valle del río y las dos laderas que lo acarician. Los Miradores es el nombre que al punto le han dado aunque seguro que tiene alguno más, puesto por aquellos viejos serranos.

Un precioso bosque de pinos laricios luciendo la blancura en sus troncos y por el suelo, el tapiz de hierba verde. Corona el collado y gira para la derecha. Es esto ahora vertiente del arroyo de Valdeinfierno que desemboca en el de Linarejos un poco antes de que este se derrame al Guadalquivir. Frente se ve la cuerda de Piedra Gallinera y la que desde ahí remonta para Guadahornillos.

Por una ladera que es casi umbría, sigue remontando hasta atravesar la curva de los mil cuatrocientos metros. Kilómetro veinte de hito y once cien de mi coche y una curva para la izquierda, una corta trinchera y vuelca ahora para el comienzo del arroyo de Collado Verde. Se allana un poco, un pino laricio enano pero de unos tres metros y muy bonito por la derecha y tierra propia de alta montañas. Grandes bosques de pinos laricios alfombrados de hierba que siempre que paso por aquí, me la encuentro verde.

Quizá por esto, muchas veces he visto animales silvestres pastando al caer las tardes del verano, las del otoño e incluso las del invierno, que ya más bien están cubiertas de nieve. Casi en los mil quinientos se extienden estas llanuras. Kilómetro once novecientos. Acabo de atravesar la primera nava, bajo un poco y aparecen las tierras de la segunda nava, la del Espino.

Por la izquierda me sale una pista, con su cadena y al verla recuerdo que este camino por aquí lleva hasta el Cerro del Piornar. Justo este punto lleva por nombre Collado Verde y ahora caigo en la cuenta que le cuadra bien. Pero, además, existe otro nombre que lo abarca todo y es el de Navahondona, que corresponde al monte ordenado según el catálogo de montes.

Baja cómodamente en una recta larga, kilómetro doce doscientos, se ve al frente el puntal de Cabeza del Tejo, grandioso y en su silencio eterno y a un lado y otro, espeso bosque de pinos repoblados. Algunos álamos y las siempre presentes acacias en casi todas las pistas que por aquellos tiempos trazaron y en el kilómetro doce quinientos, por la derecha se aparta otro ramal de pista.

También lo recuerdo y porque lo conozco de aquellas primeras veces que la recorrimos hasta lo más alto de los Poyos de la Mesa y hasta los limpios charcos del arroyo de los Tornillos por donde mana la fuente del Borbotón. Es una ruta muy hermosa que muchos hacen hasta las llanuras de la Mesa, la caseta de vigilantes de incendios o el arroyo de los Tornillos. La recomiendo porque la experiencia que guardo, es de las más dulces y redondas.

Y ahora recuerdo que por entre la sombra densa de estos pinares, mil cien veces, pastando he sorprendido a ciervos, gamos, cabras monteses, jabalíes y zorros. Es este un rincón que lo toman ellos bien y más cuando en verano escasean los pastos por las cumbres. Junto a la pista que por la derecha lleva al arroyo de los Tornillos, todavía se alza blanca y poco rota, aquella vieja casa que comparte nombre con la nava. Miro sin más interés que volverla a ver de nuevo y veo a un caballo refugiado en uno de sus rincones.

Sigue la pista bajando escoltada, a la derecha, por seis grandes álamos y más retirado, pinos, mucha hierba y la soledad de la mañana con el sol que ya quema fuerte. Doce ochocientos y atravieso un pequeños puente que da paso al arroyuelo que viene desde el cerro Galán. En unos metros, por la izquierda sale una pista de tierra que está cortada con cadena.

También la conozco porque la tengo muy andada y por eso sé que lleva al Puente de Guadahornillos, Nava de las Correhuelas y al pico Calarilla. Es un paseo muy bonito y lleno de gran paz el recorrido que esta pista ofrece así como los paisajes del barranco y la parte alta de la montaña. Al amanecer y atardecer, pastan los animales en las ricas praderas de las hondonadas y cumbres. Los muflones, se esconden más por los voladeros del Guadahornillos, Calarilla, Barranco de las Iglesias y el asombroso Roblehondo.

El camino que voy recorriendo, ya se pega al incipiente arroyo de la Garganta que no tiene nada que ver con el que luego, al final de esta ruta, recorreré bajando desde el Puerto de la Cumbre del Yelmo, hacia el pueblo de Hornos, que también se llama de la Garganta. No tiene agua por este primer tramo porque se la recogieron para llevársela a los tres caños de la fuente que algo más abajo construyeron.

Se pega la pista aquí por el lado derecho que es justo por donde se alza una robusta pared rocosa que tuvieron que cortar para que siguiera. Recuerdo yo ahora que en aquellos tiempos que, aunque lejos, me siguen perteneciendo, por las noches y al cruzar los serranos por este cañón o cerrada, se les presentaban los lobos y ellos pasaban miedo. Tenían sus razones. En aquellos tiempos, para ir desde cualquiera de los cortijillos que algo más abajo se alzaba hasta el pueblo de Cazorla y regresar, necesitaban el día entero y casi siempre tenían que añadir un buen trozo al comienzo y al final. Por eso era de noche cuando por aquí pasaban.

Trece cuatrocientos y por la derecha la gran pared de roca alzándose casi en vertical desde el borde de la pista y por la izquierda, la fuente con sus mesas de piedra, sus asientos también de piedra, los viejos y largos álamos que se mecen como ajenos a mi presencia y los tres cristalinos chorros de agua brotando de la fresca fuente.

Siempre que paso por el lugar me paro a beber y en el fondo es un poco impulsado por la añoranza que siento. ¡Me resultó tan bonita y mágica la primera vez que vi esta fuente! Era por la tarde y también como hoy hacía mucho calor y estaba solitaria. Y aunque fue como tantos otros momentos vividos por mí en estas sierras, sencillo y sin preparar, se me clavó en lo más hondo. Pero es que, además, esta fuente y el rincón donde se recoge, rezuma un no sé qué, que al saborearlo uno se relame de gusto. Por eso esta mañana también me paro.

La fuente tiene tres caños de piedra que ahora mismo salen repletos de agua y las zarzas que le dan compañía por el lado del arroyo, ya están empezando a florecer. En las mesas no ha nadie esta mañana y la sombra limpia que proyectan los álamos, sabe como a primavera al tiempo que contagian tristeza. Recuerdo aquel día, la noche del ciervo, la mañana de la niebla y la tarde mágica que con tanta dulzura me florece en el alma.

Según ahora va llegando el día, siento dentro la tristeza porque de la tierra vieja, vengo desde mi sueño y, en la libertad preciosa que me regala la sombra de la noche y el Dios que es mi Padre Bueno, llego herido y humillado.

Vengo del arroyo largo que por entre los gamonitos, la tierra llana, las encinas viejas y aquel sincero silencio, corre como si no corriera pero corre y lleva aguas tan limpias que parecen viento y al pasar, talla sus charcos, abre sus cascadas y canta sus melodías sólo para la soledad de los barrancos y, un poco más, para las ruinas de aquella hermosa casa mía, que un día también desmoronaron, decían, para ennoblecer a la tierra y darle, el equilibrio adecuado.

Y por esa buena llanura que, además, es gran palacio de serranos añejos y cansados, he visto que los de los nuevos tiempos, de espaldas a lo que fuimos nosotros y sin respeto a nuestro pasado, han llegado y han montando un mundo completo de casas, sendas con asfalto, rellanos para que aparquen los coches y antenas y cables y negros tubos de plástico y al preguntarles, me han dicho:
- Los que por aquí ahora vienen, son personas de mucho dinero y estos son los que a nosotros hoy nos están salvando.
Y por decir algo he dicho:
- Pero en estas tierras calladas y llenas de hierbas frescas, al borde del arroyo cristalino, nosotros estuvimos en aquellos tiempos y sembrábamos tomates, patatas y pimientos y guardábamos ovejas y por las noches, junto al fuego del cortijo nuestro, acurrucados, dormíamos.

Y ellos me han respondido:
- ¿Bueno y qué?
Y he dicho sin querer decirlo:
- Pues que por pertenecer al pasado y aquella gente tan buena, es sagrado y ya que nosotros fuimos por aquí tan machacados y sufrimos tanto labrando la tierra para sacar de ella el pan con nuestro sudor y trabajo, ahora debería ser sólo para que el silencio duerma y para que sigan corriendo limpias las aguas de los arroyos y, si lo quiere, Dios por ellas caminando.

Y me han respondido que yo estoy chalado y que ni siquiera sé lo que me digo o pienso y, además, me han dicho que las huellas del aquel pasado, sin nosotros, son el filón más grande, el tesoro más valorado y el anzuelo más apetitoso para atraer a los turistas y sacarles dinero y de paso, ofrecerles la cultura nuestra, para así irlos cultivando.

Una chicharra revolotea por el aire y se me acerca como si quisiera encontrar en mi un punto donde pararse. No hay nadie hoy por esta parte de la sierra. Por lo menos, en el trayecto que llevo recorrido no me he tropezado con ningún coche. Me gusta la soledad cuando ando por estas sierras pero hay soledades que duelen y la de hoy es una de ellas.

Un par de álamos gruesos justo por donde la pista atraviesa el arroyo. El puente es de piedra y da paso a la ladera del Cabeza del Tejo. Rozando los mil cuatrocientos metros, discurre. Remonta ahora levemente y los pinos laricios empiezan a ser los protagonistas. Caen grandiosos desde las partes altas del cerro y algunos son tan grandes que pasman por su corpulencia y su belleza.

Kilómetro catorce justo y remonta por un puntal rocoso que sale por la izquierda. Lo corta tajando una firme pared y de inmediato comienza a bajar. Ya va buscando las llanuras de las Navas de San Pedro. Por la derecha y para que la pista no se cayera por la pronunciada ladera, le tuvieron que construir un muro de piedra.

Al fondo y en primer plano veo la llanura de la Nava de San Pedro, más cerca, me queda el puntal rocoso que cae desde Cabeza del Tejo, al fondo descubro los Poyos de Maguillo y más lejos, el Caballo de Fuente Acero y la Sierra de la Cabrilla. Pero como conozco bien todos estos rincones, sé que entre un pico y otro, se tajan profundo barrancos y hondonadas repletas de vegetación con mil fuente claras y otros tantas ruinas de cortijos y chozas de pastores.

Una curva para la derecha y aparece un robusto espigón que viene cayendo por el lado izquierdo. Presenta columnas de rocas calizas con tonos rojizos tan originales y gruesas que hasta asombran. Por aquí se esconden varias cuevas y algunas simas y también preciosas dolinas. Es este un barranco muy bonito lleno de pinos laricios mezclados con encinas y lentiscos.

Me cruzo con el primer coche en sentido contrario al que llevo y es de los guías. Catorce novecientos, sigo bajando y al frente me queda una de las columnas que decía atrás. Quizá sea esta la más grande de todas al tiempo que también la más bonita. A simple vista le calculo cincuenta metros aunque no sé y advierto que casi siempre me suelo equivocar.

Se me presenta como vestido, por el lado que da a la cumbre, por varios pinos laricios que se agarran en las hendiduras de las rocas. Las placas rocosas van subiendo en forma de repisas hasta coronar las partes más altas. Por la derecha un pino laricio muy grande y ya, también por este lado, la casa Forestal de la Nava de San Pedro. Sé que en este centro están criando un ave que hace años desapareció de estas sierras y ahora quieren que vuelve. También sé que estas casas arrancan de cuando por aquellos tiempos querían construir por aquí un poblado que luego se concretó en Vadillo.

Al quebrantahuesos, desaparecido ahora en las sierras de este parque natural, desde las cumbres de Puerto Pinillo y el barranco de Gualay, yo lo he visto muchas veces surcando los cielos de estos parajes. Era majestuoso y cuando cada año iban quedando menos, no recuerdo yo que se hiciera algo para ayudar a que no se extinguiera. Ahora quieren que vuelva a volar por las cumbres de estas montañas y muchos millones se han gastado ya en el proyecto.

Por la izquierda me queda un antiguo cortijo donde hasta hace poco, vivía un pastor amigo mío y ya no. Se ha tenido que mudar a otro cortijo más abajo y retirado de la pista. El último día que estuve con él, casi llorando, me decía que no quería abandonar la casa donde había vivido toda su vida pero tuvo que irse. Ha sido una lucha del grande contra el pequeño y con juicios por medio.

De este rincón guardo en mis secretos, recuerdos muy bellos y entre ellos se encuentran este amigo mío y sus sartenes de migas calenticas entre las brasas de carrasca, apetitosos níscalos humeando en la lumbre con su chorrillo de aceite y sal y muchas patatas, de las criadas en las buenas tierras de la nava, asadas en el rescoldo de la lumbre ¡Cómo son las cosas en esta vida!

En la misma puerta me encuentro con un par de montañeros que esperan algo. Los saludo y continuo. Unos meses más tarde me enteraría, en Úbeda, que estos jóvenes trazaron una ruta desde el Embalse de la Bolera y fueron a salir al Nacimiento del río Segura, pasando por Coto Ríos, el río Borosa, las Lagunas de Valdeazores y los Campos de Hernán Pelea, por Pinar Negro y los Campos del Espino. Al verme ellos, me conocieron y por eso me saludaron.

La pista desciende buscando el arroyo de la Rambla y por aquí, todo su firme está descarnado. Quince setecientos y va la pista cayendo, escoltada por acacias álamos por el lado derecho y se prepara, como yo, para cruzar el arroyo de la Rambla. Ahora caigo en la cuenta que el otoño, por este rincón de la gran nava, es algo grandioso por sus tonos únicos. Lo tengo registrado en mis experiencias más limpias.

Gira un poco a la derecha quedando a la izquierda una pista cortada con cadena y también conozco los paisajes que recorre. Sube por el arroyo que ahora voy a cruzar y se divide en dos. La de la derecha remonta por el arroyo de Valdetrillo hasta casi las llanuras de Calarilla y la de la izquierda, se va por el cauce del arroyo de Valdecuevas para morir un poco antes de alcanzar el Puente de Guadahornillos. Muy bonitos son los rincones que se esconden por estos dos arroyos y, además, cargados de entrañables recuerdos para mí. Rutas de verdad, grandiosas y con el encanto de la soledad más densa.

Entre ellos, aquella mañana de invierno que coronamos hasta las bellísimas llanuras del Calarilla. Todavía no se había derretido la nieve en las partes altas de las montañas y por eso, por las noches, el frío era intenso. Antes de coronar nosotros a las llanuras del Calarilla, nos sorprendió el bosque casi transformado en puro hielo. En las ramas de los árboles se había cuajado el rocío de la noche y, el verde de las hojas con el gris de los tallos, se convertía en puro cristal transparente. Al darle el primer sol de la mañana, qué espectáculo más extrañamente bello presentaba el bosque.

Atraviesa el puente y lo que enseguida se me presenta es tierra muy llana a un lado y otro y un espeso bosque de fresnos junto a las aguas claras de este arroyo. La pista sigue recta y los álamos escoltando por los dos lados. Proyectan su sombra fresca que apetece, por el calor que el día derrama. Junto al cauce de este arroyo, por el lado izquierdo y pegado al lomo rocoso de los Poyos de Maguillo, ya están casi por completo desmoronados, el puñado de cortijos serranos que ellos construyeron. Los conozco a todos y ahora me digo que para qué sirve ni siquiera escribir su nombre.

Anoche soñé que por fin volvía al terreno y al llegar al cortijo, casa y nido de los míos en aquellos tiempos, lo primero que vi fueron las ruinas de sus paredes, sus tejas rotas y esparcidas por el suelo, sus vigas podridas y, donde estuvo la estancia que fue mi cuna en las crudas noches de aquellos inviernos, creciendo las zarzas y los lentiscos y las cornicabras y entre las gigantes nogueras, creciendo los pinos y, la fuente que daba aguas tan limpias, sólo charcos de puro cieno.

Pero en mi corazón, yo anoche estaba contento porque lo que tanto de siempre he querido, en el fondo lo estaba viviendo y era volver otra vez a pisar la tierra que tan mía y sangre, llevo dentro y por esto, recorrí la senda, pisé la tierra del collado y junto al otro limpio venero de la vieja encina, me senté y mudo miré al cerro y en mi alma me dije: “¡Dios mío, qué bien, que por fin he vuelto!”.

Y al instante desperté y como tantas veces, descubrí que era sueño lo que ante mis ojos y mi alma, tenía y entonces me dije: “Dios mío, todavía sigo preso y lo que creí era por fin la libertad, una vez más descubro que es puro sueño”.
Anoche soñé
que era otra vez libre y dueño
del rincón donde nací
y jugué mis dulces juegos,
pero cuando desperté,
aun seguía, en mi cárcel preso.

Se viene la pista en la dirección que corre el arroyo buscando el punto más flaco de los Poyos de Maguillo para atravesarlos por lo que llaman Trinchera. En las llanuras que a los lados me van quedando, se apiñan los pinos sin derecho porque estas tierras buenas y amadas, pertenecían a los trigales de aquellos tiempos, a los huertos y a las praderas donde pastaban sus rebaños de ovejas.

Miro como distraído y sin querer, por el lado izquierdo que es por donde me van quedando las paredes rocosas de la alargada loma, descubro la cavidad de algunas cuevas. Están cercadas por casi desmoronadas paredes de piedra y esto me indica, para que no me olvide, que estos rincones les sirvieron a ellos para encerrar a sus animales. Los serranos sabían dar utilidad a casi todo rompiendo casi nada.

Las zarzas se apiñan contra las fisuras de estas robustas rocas y me las voy encontrando, algunas florecidas y otras con las moras redonditas. Los frutos de los majuelos también están bastante desarrollados. En el kilómetro dieciséis seiscientos y atraviesa el estrecho de los Poyos de Maguillo. Una trinchera que tuvieron que abrir en la pura roca para que la pista pasara. Lo hicieron bien y por eso yo ahora voy por aquí, porque de lo contrario... pero a pesar de ello, duele.

Nada más rebasar este corte, por la derecha sale una senda, muy rota ya y poco visible, que conozco en toda su longitud y por eso sé que baja hasta el Vado de las Carretas donde se hace pista y luego recorre todo el barranco hasta el mismo Embalse de la Bolera. Impresionante es tanto el surco por donde se desangra el río Guadalentín como este primer barranco antes de llegar a la casa del pastor conocido, por el cortijo del Vado de las Carretas. Es esta otra ruta más entre las muchas por estas profundas sierras. Hay que recorrerla andando pero gratifica generosamente.

Otro amigo mío con el que he compartido días enteros recorriendo caminos y rescatando recuerdos de aquellos tiempos. Muchos nombres me ha dicho él, de cortijos, barrancos, cañadas, veredas, cuevas y fuentes. Y también me ha contado historias de los “maquis” por estas sierras, el miedo que infundían a las personas de los cortijos, los bailes por las noches entre los vecinos de los cortijos serranos, las bodas y mil realidades bellas y llenas de sudor, en aquellos tiempos que nunca debieron acabar como acabaron. Es lo que dicen ellos, aunque lo sufrieran tanto.

Desde este punto, recién pasado la Trinchera, al frente, se me presenta la loma del Caballo de Poyo Maguillo y en el centro, se abre el collado con su Fraile y su Monja. Son como dos columnas rocosas clavadas en la tierra de la montaña que se alzan orgullosas, siempre mudas y eternas, una más grande que la otra y por eso ellos las llamas como ya he dicho.

Por la izquierda ahora me va quedando una baja solana bien tupida de rocas calizas abiertas en mil grietas y covachas y arropada por el verde bosque de encinas no muy grandes. Por la derecha, después de rebasar una leva torrentera, aparece la llanura donde ellos, los de este cortijo de Maguillo que también por aquí se me presenta destruido por completo, sembraban sus cosechas de cereales, hortalizas, nogales y otros árboles frutales. Todo cayó sin clemencia y hasta bárbaramente.

Llovió sin parar toda la noche y como a lo largo de los tres últimos días, tampoco había parado la lluvia, cuando amaneció aquella mañana, la tierra tenía tanta agua, que sudaba a chorros por cualquier rincón.

Y por esto, cuando el padre se levantó, buscó leña, prendió fuego a las piñas y ramas secas, cogió la silla pequeña y frente a la lumbre, se sentó. Puso las trébedes encima de las ascuas y la sartén en lo alto y paciente, comenzó a dorar las migas buenas.

Y como afuera, por el barranco inmenso de las encinas viejas y las laderas de los romeros, la lluvia seguía cayendo, a la mañana que llegaba, se le veía cuajada de niebla densa y oscura un poco en su centro. Y al cortijo humilde, aunque bello y recogido en sí, parado en el corazón de la profunda sierra y dentro, ellos acurrucados alrededor del fuego y en la eterna espera.

Se está nublando y el sol aprieta ahora ya con fuerza. Han anunciado altas presiones y, además, el aire viene del levante. En el kilómetro dieciséis novecientos, un espeso bosque de encinas, algunas hasta con cinco pies y sé que entre ellas y las rocas del paisaje donde clavan sus raíces, hay varias cuevas buenas y bonitas. Las conozco y las tengo recorridas pero no diré más.

La mejorana aprovecha la poca tierra que las rocas retienen entre sus grietas y crece espesa. Muy áspero se presenta este terreno y más lo saborea mi espíritu por la soledad o ausencia de aquellos a quienes, con todos los derechos y honores del mundo, les pertenecía. Hito veintiséis y justo a la derecha, una gran encina con dos pies. En esta curva y antes de un giro más cerrado para la izquierda, el gran barranco del río Guadalentín con su amplísima ladera del pico Cabañas, mirando al sur y al fondo, el Picón de Hernández.

Remonta el comienzo de esta bonita cañada repleta de hierba, fresnos y álamos. Diecisiete setecientos y por la izquierda, el rodal de tierra donde estuvo construido el cortijo de Poyo Maguillo. Muchas piedras desparramadas por la tierra indican que las paredes fueron demolidas y cuatro gruesas nogueras, verde vivo, dan testimonio de aquella presencia humana en el lugar. No retirado de estas ruinas y por la izquierda se abre Cueva Secreta, una sima un tanto extraña pero profunda y bella. Mucha hierba hoy casi pasto y zarzas, también indican que la tierra está abandonada o más bien, dejada en las manos de Dios. Por la derecha me queda la tierra negra que ellos sembraron en forma de huertas y también en trigales o maizales. Más remontado y sobre el collado que parte a la cumbre que se me presenta por la derecha, el fraile y la monja, como llaman los serranos a las rocas que en figura de obelisco se elevan en el centro de los paisajes.

Esta tierra negra que ellos sembraron, como es fértil, se muestra poblada de una espesa sementera de hierba seca. Los pinos, no muy grandes, dan testimonio del cambio de los tiempos y dueños de la tierra. Por entre este denso bosquete una tarde me encontré con el manantial que surtía al rincón y con la alberca donde ellos retenían el agua para regar la huerta en los momentos necesarios. Me sentí muy triste y aunque hice algunas preguntas al aire de la tarde, no obtuve respuesta y es lo mismo que me pasa esta mañana.

La pista que voy recorriendo a cada recodo se me presenta peor. Por completo descarnada y como las piedras están sueltas, saltan y rebotan con las chapas del coche. Los que más la rompen ahora son los coches todo terreno. Kilómetro dieciocho doscientos y ya casi he terminado de remontar este largo collado de tierra fértil. Siguen por aquí todavía los álamos escoltando, ahora por la izquierda y también por este lado me queda una hondonada menor de tierra buena sin ninguna vegetación. Sólo espesa hierba en la fase de pasto y por el otro lado, la rodea una pared natural y enana de rocas calizas.

Unos álamos más a la izquierda, gira un poco siempre para este lado, enseguida un puñado de encinas no muy grandes, kilómetro veintinueve, gira brevemente para la derecha y ya termina de remontar y se mete para lo que es el Estrecho de Perales. Discurre justo por la curva de nivel de los mil cuatrocientos metros y mejora mucho el firme.

Ahora que de nuevo otra vez me encuentro respirando por el rincón, caigo en la cuenta que este es uno de los paisajes que más me gustan en toda la sierra. Podría ser una pequeña altiplanicie, muy singular desde luego, por las rocas blancas que presenta, siempre calizas y vestida con muchas zarzas, majoletos y encinas. Por entre esta llanura fuera de su sitio, más de una vez me he tropezado con dolinas casi de juguete.

La raspa rocosa que la parte por el centro en la dirección de este camino y del arroyo de la Rambla, se corona de grandiosos pinos laricios, con troncos rectos y blancos. Es este un paisaje que me gusta mucho y por eso siempre que lo veo me entran ganas de quedarme sin ni siquiera tener claro hasta cuando ni cómo. Sólo me apetece quedarme y eso me indica que, como nos suceden con aquellas cosas que nos gustan, no me quiera ir porque me llena.

Muchas cagarrutas de ovejas, un buen pino laricio por la izquierda y ahora ya baja un poco. Busca un paso, lo más pegado posible al arroyo, para franquear la loma del Caballo de Poyo Manquillo, por la derecha y la Lancha de las Huesas, por la izquierda. Este paso, ya lo he dicho, se llama Estrecho de Perales. Queda a la izquierda el profundo surco del arroyo de Valdetrillo que se abre camino con gran dificultad, justo donde se rompen los tres grandes puntales: Loma del Caballo de Poyo Manquillo, Lancha de las Huesas y Poyo de los Cepos.

Un complicadísimo laberinto de rocas en forma de losa, redondas o alargadas, se concentra por aquí y en una pared fría, por el lado de la Lancha de las Huesas, un agujero o grieta y de ella manando, un buen borbotón de agua limpísima. No está cerca del camino que recorro sino casi hundida en el surco del arroyo pero yo lo conozco porque en más de una ocasión he bebido agua ahí y hasta me he preparado mi desayuno con leche en polvo. ¡Aquellos tiempos!

Mucho majoletos, muchas zarzas y el sol de la mañana que prende fuego al paisaje. Diecinueve cien y es aquí donde aparece el laberinto rocoso antes mencionado. No se ve el cauce del arroyo, gira levemente para la derecha y ya puedo decir que este punto es exactamente el Estrecho de Perales. Dos pinos laricios de porte señorial me saludan por la izquierda y enseguida el surco de un arroyuelo que baja desde la nava chica que me voy a encontrar dentro de unos segundos. No trae agua porque es un cauce corto que nace justo en el collado de la Peguera.

Dos pinos laricios un poco más adelante y la pista que ahora se torna llana porque pisa la llanura por el borde de la peana de la gran cuerda que me escolta por la derecha. Remonta enseguida dejando a la derecha al tiempo que la rodea, la tierra de la dulce Nava Ciazo, que es como se llama. Busca altura para salir al collado de Fuente Acero, vertiente directa al Barranco del Guadalentín. La tierra llana de esta llanura se muestra toda vestida color oro viejo porque la hierba se ha secado pero por los bordes, muy verde todavía. Se encuentra salpicada de álamos y algunos pinos. Es una llanura muy hermosa dentro de su pequeñez y escoltada por las cumbres.

Iba ya cayendo el día y grandioso y mudo, avanza el gran camino viejo que cruza la tierra amada primero, de la llanura menor y luego, de la hondonada, el arroyo, la espesura cuajada de encinas y las piedras blancas.

Y con el gran día que ya se apaga, voy yo pisando la tierra, mudo y hasta con mi carga de la manta vieja, el colchón de pobre lana, la pelliza y la barja y, mientras camino hacia la meta y me pierdo en la hondonada, para mí me voy diciendo: “Dios mío, que en cuanto llegue, encuentre trabajo y si no tengo casa, regálame una cueva entre la hierba verde y si pan no dan, déjame que duerma junto al agua que mana del gran venero de la cañada”.

Y voy en mi paso lento, con mi carga, mi dolor por dentro y la soledad de la tierra y avanzo con mi amargo pensamiento endulzado sólo con lo que sueño, cuando ya cae la noche y la senda no se acaba ni me encuentro con los amigos ni tengo trabajo ni cueva ni casa.

Y mientras paro al borde del camino y miro a las estrellas, me digo: “Dios mío, otra vez solo y sin comida ni trabajo, ni casa ni tierra ni los míos”. Y oigo que me respondes: “ Todavía tienes una manta vieja, un colchón de lana, tu soledad y el amor con que a la tierra amas y yo a tu lado dándote la fuerza”. Y te digo:

“Pero Dios mío,
tan desnudo frente al camino
y esta espera larga,
qué duro y con la noche
y tanta ausencia amarga”.

Diecinueve novecientos y gira otra vez para la izquierda buscando el rellano de la vieja casa forestal. Por la derecha me queda la ladera agria y desolada del Caballo de Acero. Muchos pinos laricios casi enanos clavados en las rocas y donde aflora algún puñado de tierra, la hierba verde por completo. ¡Qué bonita la ladera que voy dejando por la derecha! Es alta montaña, entre los mil cuatrocientos y los mil quinientos y ahora recuerdo, que arriba total, se extiende otra leve llanura donde en otros tiempos construyeron un cortijo.

A la izquierda ya lo que me queda es la hondonada de la nava y el curso, no muy claro ni profundo, de un desagüe natural que viene cayendo desde el punto de la casa forestal de Fuente Acero. Lo cruzo en el hito veintinueve y kilómetro veinte de mi coche. Traza una curva para la derecha metida por aquí en la franja que recoge los mil cuatrocientos cincuenta metros. El paisaje me duele cada vez más por la cantidad de rocas calizas que lo forman y lo desaladamente rudo que se presenta aunque no está yelmo.

Kilómetro veintiuno y la pista sigue tan rota que hasta da miedo recorrerla. Aprovecha el surco que las dos cumbres al soldarse han dejado en el centro y todo sigue mostrándose como el más puro lapiaz. Sobresalen las rocas puntiagudas recubiertas algunas de cambrones o enebros y al remontar, por la derecha, me saluda la vieja construcción de la casa forestal de Fuente Acero.

Dos edificios separados en la llanura de este collado donde ahora ya no vive nadie. Al verlas y saludarlas, se me viene al recuerdo aquellas noches de estrellas brillantes y el aplastante concierto de grillos llenando el ancho campo. ¡Qué momentos aquellos y ahora estos tan llenos de las bellezas que tanto me prohiben!

Veintiuno cuatrocientos y justo aquí se allana la pista. Por la derecha se alzan las casas. Por este mismo lado, unos metros más adelante, para el Barranco del Guadalentín, cae una pista forestal de tierra que conozco a fondo. La tengo muy recorrida y lo que más, en mi alma, resalta de ella, son las horas de aquellas tardes y las mañanas de primavera. ¡Con cuanta fuerza se me clavó aquella vivencia! Cuando esta pista llega al río, lo recorre en la misma dirección que la corriente hasta el mismo Vado de las Carretas.

Se me presenta un tramo de pista bastante mejor. Le han echado tierra en los hoyos y, como han podido, la han arreglado un poco. Avanza ahora por la mitad de la ladera, entre el surco del río y la cumbre, metida por la franja de los mil cuatrocientos metros y los mil quinientos. La cumbre por la izquierda alcanza los mil setecientos y el surco del río se abre por los mil trescientos. Por la derecha me sobresale el impresionante macizo rocoso de los Poyos de la Carilarga. Ahora recuerdo que hay otra Carilarga justo donde el Guadalquivir tiene su nacimiento.

Veintidós ochocientos y por aquí ya me muevo en la franja de los mil quinientos metros. En lo hondo y a la derecha, me queda el surco de un arroyo que nace justo en el Collado Bermejo. Es uno de los ramales de cabecera del río Guadalentín. Metida por esta hondonada se encuentra otra vieja casa forestal que lleva por nombre Majal de la Carrasca. Recuerdo que a este rincón se le conoce con el nombre de Los Arenales. El mismo nombre se encuentra justo en la cumbre del Puerto de las Palomas. La ladera que recorro es muy quebrada y como mira al sol de la mañana, es solana conocida precisamente con este nombre: Solana de Fuente Arroyo.

En el surco del recién nacido río Guadalentín, aquella mañana, nos encontramos la primera “Cagarria” que yo he visto en estas sierras. Una pequeña seta algo cónica, de color marrón oscuro y que presenta como cerditas de panales en todo su conjunto. Después las he visto muchas veces por el barranco del Collado Bermejo, por el arroyo de los Ubios, por el de la Garganta y otros puntos de estas sierras. Ahora sé que esta original seta, es comestible y hasta exquisita. Su nombre científico es Morchella y también se le conoce por colmenilla, por aquello de parecerse algo a los panales de las abejas. Nace en primavera y en los sitios frescos.

Kilómetro veintitrés cuatrocientos y por la derecha, se aparta una pista de tierra. Baja hasta el rincón de la Majal de la Carrasca. Un buen paseo tiene este recorrido y también muy bello por los espesos pinares que atraviesa y lo quebrado de los barrancos. A la izquierda y arriba, me queda el collado del Pocico, ondulación de la loma entre el Puntal del Tejo y la Cuerda de los Alcañetes y por donde existe un buen paso hacia el surco del arroyo de Valdetrillo.

Hito treinta y dos. Un gran pino laricio por la izquierda y justo en este punto y por el mismo lado, se dibuja una senda que remonta. Ya no aparece señalada en ningún mapa pero existe desde aquellos tiempos y engancha con otra que viene arroyo de Valdetrillos arriba para irse luego hacia la Nava de la Correhuela.

Creo, como el otro día, que hoy hay poca gente por la sierra. Y lo digo porque en todo el rato y hasta estos parajes, sólo me he encontrado un coche de guías. Por lo que me estoy encontrando, por una pista en tan malas condiciones como esta, las personas que lo sepan, no vienen. Y es casi seguro que el que la recorre una vez, no vuelve más y, además, así se lo aconsejará a los que conozca.

Al dar una leve curva, se me cruzan tres coches de los guías. Vienen de llevar gente a las Lagunas de Valdeazores. Veinticuatro ochocientos y justo aquí, por la izquierda, el Collado Bermejo. Son las once y media de la mañana. Calienta el sol y el cielo se muestra nublado. Puede haber tormenta esta tarde. Collado Bermejo, es importante como centro y punto de referencia en toda la gran sierra que por aquí se abre. Lo conocen muchas personas y entre ellas, los que ahora la visitan ansiosos. Pero a este collado, quizá pronto, sea alto difícil llegar.

En este Collado Bermejo, es de donde arranca una pista que baja hasta las lagunas de Valdeazores. A muchos de los turistas, ahora los traen por aquí en coche pero otros muchos, se aventuran por su cuenta y recorren los cuatro o cinco kilómetros que hay hasta las aguas azules de esas lagunas, y lo gozan más a su gusto. Por el río Borosa arriba, suben muchos más y después de recorrerse los rincones de Aguas Negras, el Embalse de la Feda y la Laguna de Valdeazores, regresan por la misma ruta. Son más de veinte kilómetros pero unos y otros se dicen que merece la pena. Y yo digo, que de todas las maneras, la excursión a estos recogidos barrancos, es altamente gratificante.

Creo que desde este collado, la pista mejora. Las señales que voy viendo eso es lo que indican. Unas curvas poco pronunciadas por donde el camino corta la tierra en trincheras y al atravesarlas, se me viene al recuerdo lo de aquella noche de invierno que llovía sin parar. Por aquí fue donde tuvimos algunos problemas y luego, sobre las doce y media, nos pusimos en camino y fuimos a parar al refugio de la Laguna de Valdeazores. ¡Aquellos tiempos y tantas cosas buenas que ya no existen!

Una pequeña fuente por la izquierda sin agua y la pista, de tierra pero arreglada no hace mucho. Seis troncos de pinos apiñados todos y naciendo de la misma raíz, laricios y muy bonito, por la izquierda. Veinticinco seiscientos y ya intuyo, no muy lejos, el collado de la Zarca, metida por entre la franja de los mil seiscientos a mil setecientos. Va dándole la vuelta al recodo donde se fraguan los primeros arroyos del río Guadalentín, dejando por la izquierda, el Puntal de las Palomas con sus mil ochocientos metros y busca las llanuras de las Navas de Paulo.

Muchas rocas y clavadas en la agreste ladera por la que avanza la pista. Por el lado de la izquierda que es por donde la ladera queda más inclinada, se han desmoronado mucho. Han rodado y algunas de ellas medio han cortado el paso. El recorrido de este trozo hasta la Nava de Paulo, es realmente de ensueño por el profundo barranco que se abre a la derecha, la alta cumbre que nos sobrepasa por la izquierda y la belleza de la Sierra de la Cabrilla, en los Poyos de la Carilarga, por el lado del medio día y más lejos.

Veintiséis seiscientos y una gran piedra casi en el centro de la pista. La han apartado un poco para que se pueda pasar y es lo que ya decía: este terreno se encaja ya en paisajes de alta montaña y claro que tiene su peligro. Una fuente con su pilar de agua y su caño de hierro pero sin agua. Sé cómo se llama y hasta la recuerdo de las muchas veces que en ella me he parado a beber y a descansar de vuelta de la gran sierra que me queda por la derecha. Y a continuación, una roca casi del volumen de un camión en la misma pista. Pero menos mal que se ha quedado al borde.

Da una curva muy quebrada, un enorme pino laricio por la izquierda y justo por este lado, adivino las ruinas de la vieja casa de Nava de Paulo. Una pequeña llanura, casi en todo tiempo tapizada de verde, es el terreno que da forma a esta nava, que por otro lado, no es tan pequeña. Justo este punto es el que lleva el nombre de Collado de la Zarza. Por la izquierda se aparta un ramal de pista forestal, en mala condiciones que lleva hasta la casa de Paulo. Junto a sus ruinas brota un manantial donde han puesto unos tornajos para que beban las ovejas y crecen unos buenos ejemplares de pinos laricios.

Kilómetro veintisiete ochocientos y por aquí se empieza a allanar. Al coronar el Collado de la Zarca, dejo atrás las tierras que vierten hacia el Barranco del Guadalentín y entro en las que derraman sus aguas para el Arroyo del Infierno, que más abajo serán Valdeazores y río Borosa. Rambla Pajarera es el nombre que recibe el lugar y a fe que al comienzo, tierra llana por donde un leve arroyo va tomando forma, es muy hermoso este rincón. Cada vez que por aquí pasé, el alma se me llenó de asombro por lo misterioso, húmedo y verde que siempre me encontré el paisaje.

Y ahora recuerdo la vereda de trashumancia que, desde el Puerto de las Palomas, viene atravesando la sierra y por aquí se mete hacia el corazón de los Campos. Desde Arroyo Frío sube al Portillo de la Caída, las Navillas, arroyo de los Ubios, Roble Gordo, que es el nombre que los serranos le dan a Roble Hondo. Sigue la vereda y sube hasta el Puente “Guarnillo”, Guadahornillos, nava de las Correhuelas, Piedras de los Alcañetes, cuerda de Fuente Bermejo, Risca de los “Arrimaizos”, una risca donde antes paraban los rebaños y que también se le conoce con el nombre de Piedra de los Arrimaicos.

Desde este punto, vienen los hatos de ovejas a colar por el mismo Collado de Fuente Bermejo. Se agarran un kilómetro poco más o menos por el carril y salen al morro de la Nava Pablo y van a caer al Collado de la Zarca. Desde aquí se van por la Nava de Pablo, antes el paso iba por Nava Noguera, más para el lado de la Laguna de Valdeazores. Ahora sigue toda la pista de tierra abajo y sale a Nava Noguera y desde aquí ya viene al refugio de Rambla Seca. Se llama el Pilarillo y este punto es un descansadero.

Veintiocho seiscientos y va recorriendo lo que son propiamente tierras de la cañada. El surco por donde corre el agua, queda a la derecha y se le ve cubierto por la espesura de muchos majuelos. Los arbustos se muestran reventando de verde mientras que el pasto aparece seco por completo. Se nota que este rincón está muy tomado por las ovejas.

Al frente ya aparecen las figuras que se alzan por los Campos de Hernán Pelea. Me nace de dentro darle gracias a Dios porque hoy termine esta ruta sin tener ningún percance. Y lo digo por lo mala que se encuentra la pista. Se allana algo después de haber recorrido Cañada Pajarera, muchos majoletos, el firme de la pista forestal, algo mejor, mucho pasto con briznas de hierba todavía verde y silencio total fundiéndose con la belleza del paisaje.

Por la izquierda me van quedando unos morros que rozan casi los mil ochocientos metros y como los tengo recorridos, sé bien la belleza que por entre sus dolinas, laderas rocosas, bosques de pinos y pequeñas navas, hay. La senda que en otros tiempos usaban los serranos para salir desde la profundidad de estas sierras hacia los pueblos de Cazorla o Santiago de la Espada, iba y todavía va aunque muy borrada, por esta izquierda mía y salía por la Nava del “Cañico”, a Nava de Paulo y al Collado de la Zarca.

Son hermosísimos los paisajes por donde pasa. Pero cuando trazaron la pista de tierra que ahora recorro, en este trozo, lo hicieron prescindiendo de la vieja y bellísima senda. Mejor así, anque ya quede casi olvidada y perdida para muchas personas. Entre las hondonadas, picachos y navas que por esta extensa altiplanicie existen, abundan los animales silvestres. Gamos sobre todo. También jabalíes, muchos muflones, alguna cabras montes, cerros y muchas águilas. Se les ven muy bien al caer las tardes y al amanecer.

Kilómetro veintinueve novecientos. Traza una curva por entre la espesura, ahora ya, de pinos laricios, muchos majuelos, enebros y las extrañas rocas blancas que salpican el terreno. Como esto corresponde a zonas de alta montaña, el paisaje es agreste, mana de él al mismo tiempo, una belleza que sorprende. Es un paisaje muy duro ahora en verano y mucho más en invierno. Podría decir, y lo digo sin sentirlo, que sólo en la primavera se da por aquí un paisaje bello sin que esta realidad sea así de cierta.

Lo conozco a fondo y más por la derecha y la cuerda que me supera y entre tantos momentos, especialmente recuerdo el de aquel amanecer de la manada de ciervos, gamos y muflones pastando juntos en la hondonada de una de estas pequeñas navas. Remontábamos emocionados la ladera hacia las cumbres de las Empanadas, en primavera ya pero todavía las cimas cubiertas de nieve, y al volvernos para atrás, en una de las paradas para respirar, se nos arrancaron no demasiado bruscamente. ¡Qué bonito fue aquel amanecer por los tonos tan extraños y suaves que presentaban los paisajes! No lo olvido.

En el kilómetro treinta justo, una gran llanura por donde discurre la pista, varios pinos laricios grandes a los lados y luego, por la izquierda, aunque también son pinos laricios no los veo con el mismo gusto porque son repoblados. De nuevo veo señales de haber sido arreglada, no hace mucho, la pista que recorro. Han metido una máquina, han echado tierra y algo han nivelado los barrancos.

Por la izquierda me ha quedado el kilómetro treinta y uno doscientos y una pista de tierra que se aparta y se hunde para el barranco del arroyo que voy buscando. Es el del Infierno pero ya bastante avanzado del control de Rambla Seca. Pronto me voy a encontrar con esta barrera ahora no vigilada. Y de pronto, qué bien se presenta el firme de la pista. Quiero aclarar que la pista que se me aparta por la izquierda, propiamente no va al barranco del Infierno. La conozco bien y la recuerdo como más cariño por aquella noche que dormir junto a ella.

Era en el mes de julio. Llegué por aquí al caer la tarde, dejé el coche nada más entrar y me puse en ruta siguiendo toda esta pista. Algo más de un kilómetro y la corta una cadena. Hay un rellano donde los coches de los guías que le enseñan la sierra a los turistas, dan la vuelta. Antes de este rellano, existe una nava y repartido por ella, crecen unos ejemplares de pinos laricios muy hermosos. No demasiado gruesos pero sí recto y alto. Merece la pena el paseo aunque sólo fuera para contemplar estos bellísimos pinos.

Pues aquella tarde, seguí la ruta y pude comprobar que la pista, al poco, se deja caer por una rambla, que casi nunca tiene agua y es el arroyo de mayor entidad que por esta zona recibe el barranco del Infierno. Después de un largo recorrido, la pista deja a la rambla por el lado izquierdo, remonta, cruza un par de morras no muy grandes y sale a lo que se conoce como la Morra del Pinar. Un puntal donde termina esta altiplanicie de la Nava Noguera y ya el terreno queda cortado por el cañón del barranco. Sobre esta morra, que son varias y dan vista al Picón del Haza y al Embalse de la Feda, hay otro buen batallón de magníficos ejemplares de pinos laricios.

Aquella tarde, por aquí me quedé un buen rato recreándome en la preciosa vista sobre la cumbre de las Banderillas y el barranco del río Borosa. Hice varias fotos y luego tuve que regresar aprisa porque sobre los Campos se cernía una oscura tormenta que no dejaba de lanzar truenos y lluvia. Pero aquella noche, cuando ya regresaba hacia el coche, puede gozar de uno de los mejores espectáculos que he visto en estas sierras. En cada hondonada o pequeña nava, me fui encontrando una muflona, oveja silvestres, con su borrego. Luego me tropecé con varios jabalíes grandes con sus rayones que los protegían bajo unos majoletos. Se me hizo de noche entes de alcanzar el coche y como al otro día tenía pensado hacer un minucioso recorrido por los Campos, en el mismo coche dormir. Al amanecer fue una verdadera fiesta para mí. Pude ver animales por todos sitios y sobre todo, aves.

El nombre que reciben las tierras que ahora recorro es el de Nava Noguera y la cuerda que me sobresale por el lado izquierdo, se llama Lastonera por aquello del lastón, una planta herbácea algo parecida al esparto y que por entre las rocas de estos paisajes, es abundante. El ganado la toma muy bien. La Majá del tío Perico, me queda por este lado izquierdo. De la cumbre de esta cuerda, caen varios cauces menores que vierten sus aguas hacia la Laguna de Valdeazores y para el Arroyo del Infierno.

Los que se derraman para el Barranco del Infierno, son seis o siete arroyos cortos de los que es difícil saber algo. Se encuentran en un lugar quebrado y retirado de los caminos pero sí sé que por este barranco está la Cerrá de las Mangas, la Morra del Pinar y el Puntal de los Robles. Por este Puntal de los Robles es por donde van discurriendo los vallejos. Todo esto me queda al lado izquierdo del barranco si me voy siguiendo la misma dirección de la corriente. Por el lado derecho, no cae ningún vallejo pero sí se encuentra por ahí, siguiendo la pista que lleva a los Charcones, el Pozo de los Brígidos, la Manga y la Cuerda de la Manga. Desde la pista que lleva a Pinar Negro, cae una ladera muy agreste y pronunciada. El arroyo corre por el centro y con razón le pusieron barranco del Infierno.

En el Barranco del Infierno, por debajo del Pozo de los Brígidos, fue donde aquella nevada grande, se llevó por delante a uno de los pastores de estos Campos. Lo estuvieron buscando pero hasta los tres o cuatro día no lo vieron. Estaba como sentado con su capote puesto pero helado.

Al caer la tarde, bajo por la senda y conforme voy acercándome al río, el asombro nubla mi alma. Los álamos del cauce, la corriente por el centro, los charcos remansados y el rumor de las cascadas, Dios mío, cómo se me clavan doliendo.

Y como puedo pero triste en mi corazón por tanta ausencia y tan amargo ahora el recuerdo, termino de recorrer la senda y ya estoy al borde mismo de las aguas claras y arropado por la sombra de las adelfas y los fresnos y, por los lados, coronado de las cumbres y laderas de luz y misterio.

Y al querer seguir por la vereda, al frente y saliendo sus raíces de las aguas limpias y de la tierra negra, la gran noguera del tronco blanco y viejo y de ramas inmensas. Y como por debajo de ella avanza la senda, todo mi yo inmortal y, en la nube de la sombra espesa, se me queda hecho silencio.

Y respiro porque deseo seguir viviendo pero es tanto, Dios del cielo, lo que por aquí tengo y en compañía de los míos, ahora ya desvanecidos en el tiempo, que se me ahoga la respiración y se me marchita el corazón, del dolor que siento.

En cauce que venía acompañándome desde el Collado de la Zarca y que ya dije se llama Cañada Pajarera, lo cruzo ahora mismo porque mi ruta sigue buscando la llanura de los Campos y el surco de este arroyo de ensueño, se acomoda a la inclinación de terreno que cae hacia el Arroyo del Infierno.

Un pino laricio con su tronco clavado en la tierra y enseguida se abre en seis o siete ramas curvadas. A la llanura se le ve ahora repleta de pasto y esto me indica que son tierras fértiles. Otro pino por la izquierda y este aun más gigante. En el kilómetro treinta novecientos, remonta un lomete por donde sobresalen las rocas, ahora lo recuerdo pero como lo han arreglado, no presenta el peligro que antes tenía. Los coches pequeños siempre rozaban en las partes bajas.

Una enorme llanura en el kilómetro treinta y uno justo. Son estas las tierras de Nava Noguera. Rebosan por la izquierda y por la derecha y luego al final, antes de hacerse ladera de montaña, aparecen los pinos. ¡Qué bonito es esto! Sé que por aquí existen algunos rebaños de ovejas a cuyos pastores, no a todos, conozco. Algunos pajarillos que levantan vuelo a mi paso y también cuervos y grajas. ¡Ojalá me encuentre con pastores hoy por aquí! Me ayudarán mucho, como siempre lo hicieron, en la comprensión y amor por las tierras que recorro.

Sé que todos estos rincones están poblados de nombres. Casi un nombre por metro cuadrado y además de laderas, hondanadas y puntales, existen muchos picos casi todos por encima de los mil ochocientos metros, y de muy pocos de ellos me sé los nombres. Una pena porque cada nombre me acerca a los que la habitaron desde los más lejanos tiempos y eso me gusta. Me agrada sentirme fundido, lo más posible, a las tierras de estos montes. Pero esta mañana, todavía siento muchas carencias y ello me entristece algo.

Treinta y uno setecientos y unos tornajos por la izquierda. Tienen agua y esto indica que hay rebaños de ovejas. Un majoleto con una bolsa de plástico azul entre sus ramas. Treinta y dos justo y una cañada amplia y un pino laricio con cuatro o cinto troncos por la derecha. Al frente otro puñado de pinos laricios cubriendo casi toda la pista con sus ramas y la sombra. Y ya aparece la casa del Control de Rambla Seca. Kilómetro treinta y dos doscientos, desde el empalme del Valle. Creo que está cerrada. Me paro por el lado de la derecha y voy a echar una ojeada al entorno.

Es en este punto mismo y por la izquierda, donde arranca o se aparta de la que llevo, la pista forestal de tierra que se va hacia los Charcones y después de atravesar la largísima y bella cañada de Pinar Negro, avanza hacia las cumbres de las Banderillas y roza la casa de Pinar Negro. Sigue luego y algunos kilómetros más adelante, se encuentra con Cañá Cruz y luego cae hacia el nacimiento del río Segura, las aldeas de Fuente Segura y los pueblos de Pontones. ¡Qué bonito también es este recorrido y con cuanto gusto lo haría ahora mismo pero por aquí las distancias son muy largas y una sola jornada, no da para recorrerlo todo.

La pista que va por los Charcones, queda separa de esta que voy a recorrer hacia los Campos de Hernán Pelea, por una alta cuerda rocosa cuyo nombre es Cuerda de la Nieve. El Alto de Infierno, el Risco y los Chiclanos, quedan en este centro, acompañados de otros muchos nombres preciosos y que dan personalidad a encantadoras hondonadas, laderas o crestas rocosas. ¡Qué paisaje más grandioso, la naturaleza y la mano de Dios, han modelado por estos rincones! Pero si lo miramos desde otro punto, el de las personas que lo tienen que recorrer a lo largo de muchos años detrás de sus rebaños de ovejas o cabras, qué terrenos más duros e inhóspitos.

En la casa no hay nadie. Es muy bonita, construida de piedra con su pequeño porche y tejas de las buenas. Recuerdo ahora cuando aquella noche de lluvia, mucho antes de la declaración de Parque Natural en estas sierras, llegamos a esta casa buscando refugio. También estaba cerrada y como era tanta la lluvia y el frío, nos volvimos y fuimos a pernoctar al viejo y desaparecido refugio de la Laguna de Valdeazores. ¡Qué aventuras aquellas y qué momentos tan repletos de emociones limpias!

Me ladran un par de perros que parecen los únicos guardianes pero al acercarme, se van. En la puerta hay una vieja hamaca y una alambrada por la derecha la protege. Hay un cercado para encerrar a las ovejas. Un tubo de plástico se acerca desde el arroyo enganchado a la alambrada y enseguida descubro que es para que el agua llegue hasta este habitáculo.

El chorrillo de agua que por él sale, cae a un barreño de zinc donde lavan ropa. Está lleno de camisas muy usadas y de pantalones vaqueros. Son de los pastores que ahora ocupan estas tierras y casa. La alambrada quedaría cerrada por una puerta de barrote de hierro, ahora abierta de par en par, unos raíles de vías de tren pintados en blanco y negro y un letrero que dice: “Salidas alternativas: Rambla Seca, Nava de San Pedro, Vadillo, Carretera al Tranco, salida a Cazorla”.

Doy un par de vueltas por la tierra que rodea a la casa con la intención de encontrar alguna presencia humana. Llamo y nadie me contesta. Me contrarío porque pierdo una gran oportunidad. Sé que los pastores podrían darme mucha información del montón de cosas que todavía desconozco por estos rincones.

Arranco y son las doce en punto de la mañana. Quizá más adelante tenga otra suerte y me tropiece con pastores. Pienso ahora que como la pista se me viene presentando realmente buena, podría seguir hasta atravesar los Campos y salir a la Matea. Cruzo el cauce del arroyo del Infierno. Me entra por el lado de la derecha y al mirarlo y verlo seco recuerdo que su nacimiento se encuentra bajo el tronco de un gran pino laricio o blanco por encima de la casa forestal y de piedra de la Cabrilla. A unos tres kilómetros del punto en que me encuentro. Recorrer a pie este cauce hasta ese manantial, en primavera, es un paseo delicioso. Lo digo por experiencia. Casi no existe desnivel.

Antes de que la pista que traigo termine de cruzar la rambla, por la izquierda, se aparta otra, poco usada. Si la siguiera iría a salir a los Charcones, a Pinar Negro, a los Campos del Espino y al nacimiento del Segura. Hoy no me voy a ir por esta pista pero recuerdo aquel día, cuando al amanecer, la recorrí. Dejé el coche bajo la sombra de varios pinos grandes que clavan sus raíces en los primeros metros de la pista y me fui andando. Salvé las tres o cuatro curva que traza al comienzo y luego comencé a remontar dirección a las Banderillas. La impresionante vista que se me iba abriendo hacia las cumbres de la sierra de la Cabrilla, Nava Noguera y el barranco del Infierno, me iban recreando deliciosamente.

Antes de coronar, me llegaron los balidos de una cabra. Miré y unos metros más adelante me la encontré remontada sobre unas rocas, de entre los millones que por aquí existen porque los paisajes son todos calares y repletos de dolinas. La llamé, biri, biri, biri, que es como los pastores de estas sierras llaman a las cabras y el animal, al verme parece que se alegró. Me miraba confiada sin dejar de balar. Pasé junto a ella y seguí llamándola. Al poco de remontar se vino detrás de mí sin dejar de balar y como esperando que yo la salvara. Cuando terminamos de remontar a lo más alto, después de unas preciosas dolinas donde en el centro de la última, crecía un gran pino laricio, se nos abrió, con toda su belleza y profundidad, el barranco del Infierno. Subiendo por él, venía una manada de cabras blancas. Y el animal, nada más asomar a la cumbre, sintió el cencerro del hato de cabra, se apartó de la pista, dejó de seguirme y puesta sobre una roca, se quedó mirando para el barranco y balando.

- Ahora ya, vete con ellas.
Fue lo que le dije y parece que el animal me entendió. Lentamente y como si me lo agradeciera comenzó a saltar por las rocas de la enorme ladera y mientras me dejaba atrás, de vez en cuando se paraba, volvía su cabeza, balaba y seguía bajando hacia la manada. En este mismo punto, me quedé largo rato observando el comportamiento de esta cabra extraviada de la manada y también asombrándome ante el esplendor de la panorámica que desde aquí se domina. Hice algunas fotos y luego me volví por el mismo camino. Cuando una hora más tarde estaba con el pastor del refugio de Rambla Seca y le contaba lo de la cabra, éste me dijo:
- Seguro que el animal había vuelto en busca del chivo que lo tendría escondido en algún barranco de esos. También puede que, si le había picado la mosca, huyendo desesperada, se haya perdido por esas cumbres. Pero te digo una cosa: aunque tú te creas que esa cabra estaba perdida, no lo estaba. Los animales no se pierden. Ella hubiera seguido buscando hasta dar con la manada.

Por lo demás, terminar de contar que la pista que recorrí y es la que lleva a Pinar Negro, pasa por paisajes preciosos y de asombro pero para hacerla en coche, no está. No es una vía importante para los pastores que todavía pueblan los paisajes de estos campos y por eso se encuentra muy mal de firme. Afloran las rocas por todo el recorrido y son tantas y tan gordas que hasta con coches grandes es muy duro ir por aquí.

Remonta un poco y aquí ya se mete por lo que es Rambla Seca. Por la izquierda, veo unas cabras sobre las rocas. Aquí mismo hay otro refugio tipo iglú. Lo conozco de otras veces y sé que en él se guarecen los pastores que suben desde las aldeas de Santiago de la Espada. Refugio de Rambla Seca, se llama. Algunos refugios más como este los construyeron unos años atrás como forma de prestarle un poco de apoyo a las personas que dan pastos a sus rebaños por estas insólitas tierras. Está por aquí la fuente de Rambla Seca y no es que mane en este punto sino que, en tubos de plástico, recogen el agua del arroyo que viene de las cumbres de las Empanada y descansa en unos tornajos para que beban los rebaños.

Pero tengo que decir que en este refugio de Rambla Seca, cuando llega el otoño y las sierras se llenan de cazadores con rifles, rehalas de perros y trajes guerreros, se concentran tanto al caer las tardes como por las mañanas. En este punto dejan ellos sus coches, miran con lo prismáticos por si asoma algún animal silvestre por las cumbres que rodean, comen, charlan, planean y se les inquieta el corazón ante la ilusión de la pieza cobrada. Tantos son los coches que junto a este refugio y por los tornajos de la fuente se concentran que si se acercan los rebaños de ovejas a beber, les es imposible. Los perros de los cazares las corren, los coches no le dejan espacio junto a los tornajos de la fuente y las personas las espantan en todas las direcciones. Esto de la caza mayor en los mese de otoño es otra historia, con punto y aparte, que va por caminos distintos a los que yo recorro.

¡Ojalá aquí si hubiera alguien para pararme a charlar! Veo algunos coches y esto me anima. Paro y llamo pero tampoco tengo suerte. Arranco y unos metros más adelante, por la izquierda aparece una manada de cabras, algunas durmiendo por entre las rocas y otras buscándose la vida por la tierra. Llamo por si el que las guarda me está viendo y nadie me contesta. Miro despacio y a lo lejos y entre las cabras, veo a un muchacho joven.

Lo sigo llamando y me acerco. Al notar mi intención, se viene a mi encuentro. Nos saludamos y enseguida le pregunto por las condiciones de la pista que recorro.
Me aclara que se encuentra bien porque la han arreglado este mismo verano y a continuación me dice que su nombre es José Mendoza y es de la aldea de la Matea.
- ¿Y los nombres de algunos de los lugares que nos rodean?
Y enseguida se pone a explicarme:

- Pues por esta sierra que nos queda al frente y por el lado de la izquierda tenemos la Manga, la Raja, este más cerca es el Morro de la Manga, un poco más allá, conforme sube el carril, en to lo alto, hay un hoyo grande que le dicen el Hoyo de la Mata Negra, bajando hay unas curvas y enseguida aparecen los Charcones, aquí a la derecha nos queda el Llano de los Serranos, que es una finca particular, el morro de más allá le dicen el Caballo del Renacuajo, siguiendo al caballo se encuentra el Morro de la Sima, más a la derecha nos queda el Morro de Enmedio y se llama así porque lo tenemos en el centro del llano, está el Renacuajo que es toa la canal esa que se ve, el otro morro de la derecha se llama Majal Alto de los Rastrillos de Majá Labrá, porque es así como le dicen a todo eso

Y si nos venimos para acá a esto le llaman los Gollimicos, que es una finca también particular de don Juan, el Morro del Hornico, que es el primero a la derecha y claro que cada morro de estos tiene su nombre pero yo ya no me los sé. Donde estamos ahora mismo le llaman los Tornajos de Rambla Seca, un aguadero o descansadero porque la verea de trashumancia pasa por aquí mismo, que también le llaman a esto el Pilarico de Rambla Seca. Y siguiendo para delante el carril este arriba hasta la Cabrilla, el Caballo de la Cabrilla, el cerro de las Empanás, que nos estorba aquí el morro este que es lo que más levanta y si nos pasamos a ese lado, por donde usted ha venido, como los límites de los términos suben por el mismo cauce del arroyo del Infierno, aquel lado pertenece a Cazorla que yo me lo conozco menos.

- ¿Y siguiendo el carril para Monterilla?
- Pues tenemos la Rambla del Puerto, la Trinchera, los Llanos del Niño, el Cerro del Niño, la Cañá la Raja, a continuación está el Morro Cambroná, el Aguaero Nuevo, que le dicen y Cerrico Vaquero, el Caballo de Juan Perrera, los Llanos de Juan Perrera, el Pozo de Juan Perrera, el de Arriba y el de Abajo, que hay dos, el Morro de la Sima, el cortijillo de las Marianas, que era una finca particular, el Poyo de las Víboras y ya, a la caseta de Monterilla.

A José le pregunto qué significa ahijada y me dice que:
- Eso es cuando a una cabra u oveja se le arrima un choto o un borrego que no ha parido para que lo críe.
- Y la torva ¿qué es?
- La especie de tornajos donde le echamos de comer a los animales.
- Y con los zorros ¿qué pasa?
- Pues que como no los podemos matar porque está prohibido por las cosas del Coto Nacional y el Parque Natural, hay tantos que nos quitan los chivos pequeños en cuanto nos descuidamos. Las cabras están comiendo monte o hierba y detrás de una piedra o mata se dejan acostado a la cría. Ellas saben dónde lo han dejado y se alejan para volver luego al mismo sitio pero en cuanto se retiran, los zorros, hasta en pleno día, se abalanza contra el chivo y se lo llevan corriendo. Nos los quitan hasta delante de nuestros ojos.
- ¿Y no se puede hacer algo?
- ¿Qué vamos a hacer? Ya te he dicho que matarlos no podemos y si lo denunciamos ellos siempre dicen que cómo tienen garantías de que es verdad que se han comido cincuenta chotos. Y lo que más rabia te da es que te pasas todo el verano tirado en estos solitarios campos para criar cien chivos y en cuanto los zorros te quitan treinta o cuarenta, a siete u ocho mil pesetas cada animal, fíjate qué negocio ¿A ver qué ganas?

Y a José le pregunto y entonces me dice que él tiene su cortijo y sus cabras por una finca que le llaman de las perdices y que como es de la Matea, conoce a Josefina, la hija del pastor amigo mío en Fuente Segura de Abajo y a la otra hija menor que estudia en Úbeda. Y también me dice que conoce a Pascual, marido de la hermana Josefina, la que se casó este verano pasado.

Y al recordarme tantas cosas caigo en la cuenta que mi amigo, pastor de Fuente Segura de Abajo, este invierno último lo ha pasado muy mal porque no encontró fincas, para las ovejas, por Sierra Morena y tuvo que quedarse todo el invierno, no en Pinar Negro donde la nieve era tanta que ni se podía andar sino en Pontones. Y como la nieve se convirtió en hielo por todas las cumbres y laderas, todo el día tenía las ovejas metidas en la tinada y gastando cebada para que comieran y no se murieran de hambre pero a pesar de tanto sacrificio, los borregos se le murieron y él se gastó el dinero que no tenía. Y además, le creció tanto la artrosis de la pierna que hasta se le hinchó y de tanto dolor como le corría por el cuerpo y el alma, ni dormía de noche ni podía andar durante el día.
- El hombre no podía vivir pero haber ¿qué hacía?

Y luego recuerdo que su hija Josefina, la que se casó el verano pasado, ya ha tenido su primera niña y ella sí pudo irse con su marido, a la finca que le arrendaron por el pueblo de Canena. Y recuerdo que a su hija le puso el nombre de Cristina y recuerdo que en la matanza, que todos los años hacen en la casa donde nace el río Segura, estuve yo haciéndole fotos y recuerdo que asaron chorizos en las ascuas y comimos pechugas de poyo de corral, junto a la abuela y la hermana Josefina.

Y durante un rato más escucho a José mientras me cuenta estas y otras aventuras y luchas luego lo despido pero antes de retirarme me aclara:
- Estos campos son bonitos para el que como usted viene por aquí un día de paseo pero cuando por necesidad hay que andar por ellos un mes detrás de otro bregando con los animales, ya no es lo mismo.
Le digo que tiene mucha razón, porque de verdad que no es lo mismo y lo despido.

Kilómetro treinta y tres justo y comienzo a remontar desde Rambla Seca. Es la una y media de la tarde. Me ha dicho que este camino hasta la misma Matea está pero que muy bien. El arroyo que por la izquierda me queda y, es el que recorre la mágica extensión de tierra llana que lleva por nombre Rambla Seca, también se le conoce con el nombre de Rambla de Puerto Lézar.

Un surco ahora mismo seco que baja desde las cumbres de la cuerda de las Empanadas y que por este punto los pastores lo tienen bautizado con el nombre de Puerto Lézar. Justo en ese punto, hacia el levante, nace y corre el río Castril que por las partes altas, al ser muchos los arroyo que lo empiezan a conformar, también son muchos los nombres y los barrancos. Pero el nombre de Lézar, es curioso la de veces que aparece en toda esa vertiente que recorre el río Castril.

Y por este rincón bonito que me vengo dejando a la derecha, gustosamente me voy quedando. En la mitad entre la cumbre y la pista que recorro, se encuentran los tornajos del Puerto. Por aquí es donde el pastor, Nicomedes Ojeda y de la Matea, tiene sus ovejas. Un rebaño de casi mil y por estas tierras pastan desde el mes de marzo hasta diciembre que se las lleva a Sierra Morena, cerca del pueblo de Arquillos. Su hijo estudia en la Safa y además de amigo mío, buenos ratos hemos compartido charlando de las cosas de estas sierras.

“Pues la fuente esa, no sé qué tendrá pero dicen las personas y es verdad, que da sarna. Sobre todo, si bebes agua en ella después de las primeras lluvias del otoño, te entran unos picores por el cuerpo que es como la sarna. Y mana por la zona esa del Puerto hacia los Campos”.

Y ahora que rozo el lugar, me sale de entro decir que un día tengo que venir por aquí con la intención de que este pastor de Puerto Lézar, me empape de lo que tan bien él conoce y tanto yo apetezco. Es este un precioso rincón alejado, tanto de las aldeas de Santiago de la Espada como de las que hay por este lado de Cazorla. Pero no por esto o precisamente por ello, tiene su belleza singular y su identidad propia. Para este pastor del puerto más bonito de la sierra y del rincón más apartado de los pueblos y el parque natural, en este momento, mi saludo y respeto.

La madre decía: “En la vida de las personas, a veces, hay experiencias y sensaciones que resultan más dulces y reales en sueños que despiertos”. Y la madre, como en tantas cosas, tenía razón y ahora que ha pasado el tiempo, lo descubro y, con nostalgia, recuerdo.

Por la curva que traza la senda donde cruza el arroyuelo, iba yo aquella mañana con la hermana de la mano. Caía el sol, estaba quieto el viento y de la hierba verde y el bosque de los romeros, manaba un perfume tan fino que se hacía camino hacia el azul del limpio cielo.

E íbamos los dos charlando de cosas intrascendentes pero hondamente inmersos en nuestro juego, cuando al coronar el morrete que cae desde el peñasco negro, se nos aparecen las cabras. La manada que viene del barranco de los huertos y al encontrarnos frente, ellas y nosotros, se quedan y nos quedamos quietos y todos mirando a ver qué pasaba o qué se hacía en ese momento.

Y al instante, sentimos como se paró un poco el sol, se puso más en calma el viento, se llenó de curiosidad la corriente del río, las ramas de los fresnos dejaron de moverse y la hierba en la ladera, exhaló como un bostezo y ellas y nosotros, allí sobre la tierra y con la mañana por centro.

Y recuerdo yo ahora que este cuadro tan sencillo y bello, fue como lo que nos decía la madre buena: “Que hay experiencias en la vida que aun siendo sueño, son tan intensas y dejan tan sutil acento, que superan a la realidad más exacta de cualquier otro momento”.

El camino que ahora ya sí he decidido recorrer, es de una belleza encantadora pero al mismo tiempo desoladora. Estos sí son ya paisajes de los Campos de Hernán Pelea. A la derecha me va quedando la llanura de Rambla Seca con muchos cambrones y majoletos y las asombrosas laderas que bajan desde las Empanadas.

Ya al final, la pista cruza el arroyuelo, ciertamente una rambla por la poca inclinación que el terreno tiene por aquí aunque la altitud sea casi los mil setecientos metros. Por eso a estos lugares se le conoce como la altiplanicie de los Campos. Siguiendo el curso de este arroyuelo hacia la cumbre del Puerto, sube una pista forestal en muy precarias condiciones y antes de coronar, hay unas tinadas para el ganado. La pista sigue en buen estado. Por la izquierda se va terminando la llanura y a mi paso alzan vuelo algunos cuervos. Aparece otra llanura con muchas piedras y un letrero donde leo: “coto privado de caza”.

- Entrando desde ese lado de la sierra, tenemos el Control, los llanos de la Rambla, la Trinchera y aquí tomamos a la derecha pa meternos rambla arriba al Puerto de Lézar, que nosotros le decimos sólo el Puerto. Está también la Hoya del Alcaide, la nave de la Tiná del Puerto, luego tenemos, la Cañá Prao Largo que es donde está el cortijillo Cabañas. A la izquierda subiendo tenemos el Cerro del Niño y a la derecha, el Poyo de las Víboras.

Desde la Cañá Prao Largo, tenemos el Capaero, el Morro del Puerto, la Rinconada, las Buitreras que son unas ricas donde los buitres tienen sus nidos y ya vamos a los Tornajos del Puerto. De la tiná del puerto a la derecha, seguimos para arriba y tenemos la Solana, los Piazos de la Solana, los Tornajos de Enmedio que se quedan a la izquierda, los Vallejos de Cabañas, el Morro las Plantas a donde nace el agua de la Solana. Y ya llegamos al Collao Salistre que hace lindero con Castril.

- ¿Pero de la tiná para arriba creo que hay un punto que le llaman la Manga del Hornillo?
- La Manga es lo que ya hemos dicho con el nombre de la Solana. Los de castril son los que le llaman la Manga pero ellos le aplican este nombre a todo el terreno desde la tiná para arriba. Aquí en Santiago, su nombre no es la Manga. Aquello es el Puerto y su nombre es lo que ya hemos dicho. El Caballo está en lo alto de la tiná. Y coronando, están los Tres Mojones. A la izquierda, tenemos las Buitreras y el Cerro de la Osa, que es la mojonera con Castril.

Entre la Buitrera y el Cerro de la Osa, nacen los Tornajos del Puerto. Esto es aquí en Santiago. La rambla donde está en la Cueva del Puerto que ya es de Castril y el arroyo del Puerto, que es como se llama, que también es de Castril. Para Santiago tenemos, los Tornajos del Puerto y a continuación los Tornajos de Enmedio y el Portacho, donde también nace agua. Esto está todo en la umbría.

Y luego enfrente, en la solana, es donde tenemos los Vallejos de Cabañas, que los tenemos a continuación del Portacho y enfrente, que es donde nace el agua, los tornajos de la Solana y el Caballo. Los arroyos que van naciendo por allí son: los Vallejos, los tornajos de Enmedio, el vallejo que baja de Collao Salistre, el que viene de los tornajos del Puerto y con el de las Buitreras, tenemos cinco arroyos que antes de la tiná se juntan para quedar en uno que ya conocemos por el nombre de la Rambla. Toda esta es la gran zona del Puerto.

En estos arroyos nacen algunas fuentes que son: los Tornajos del Puerto, los de Enmedio, que su nombre son las Pegueras, el Portacho y la Solana. Todas estas son fuentes de verdad, porque luego puede haber alguna fuentezucha cuando llueve como la del Collado Salistre pero na.

Luego, por el otro lado del Caballo hacia la Cabrilla o los Llanos de la Rambla, tenemos la Hoya del Alcaide, la Majá del Alcaide que se encuentra en la punta de arriba que es un corral, más para arriba tenemos la Torquilla y ya a la mojonera de la Cabrilla, el Chuscarrón. También a ese punto se le llama el Barranco del Boticario. Es una finca particular.

- Pero si nos vamos por el arroyo de la Cabrilla para arriba, a un lado y otro, tenemos dos laderas grandes.
- Sí. La que sube por la derecha, es de Nava Noguera. Por encima de la casa, está la fuente de donde venía el agua al cortijo. La que nace en el tronco del pino que tú dices, es la de la Fuente de la Raja. Y más arriba hay otra que son los tornajos del Collao la Rambla. Es una tornajera.

- Estando en la casa de la Cabrilla, a la izquierda nos queda una umbría muy grande.
- No es exactamente la Cuerda de las Empanás. Es que en esa cuerda tenemos los Tres Mojones, las Empanaillas y la Vaga del cerro y el Cerro. Esto es del cerro para acá. Luego del cerro para allá, siguen otros nombres. Pero que la umbría esa la conocemos por la Umbría del cortijo. Ahí está el Barranco de la Paja, que encima del cortijo hay unos covachos que le dicen el Covacho la Paja y el Chuscarrón, que es lo que hay en la mojonera de Santiago y la Cabrilla.

Yo por donde más ando es por el Puerto y desde la Rambla, el barranco de la Cabrilla arriba, toda la umbría esa del Boticario, que es una finca particular, los Gollimicos y todo eso. Del cortijillo Cabañas para Majá las Calles, que es como se llama, lo que hay allí, es la Raja, el cortijillo de Majá las Calles, los Tornajos de Majá las Calles, el Aguaero Nuevo de la Solana que está allí también, en Cerrico Vaquero y la Majá del Toril, que se encuentra algo más hondo, en la orilla del carril. Esto se encuentra más cerca de la Cañá Prao Largo que de Monterilla pero bueno, es tirando ya para Monterilla. La tiná que hay por debajo de Majá las Calles, es la de Isaac, que es particular.

- ¿De qué te acuerdas del cortijo de Cabañas?
- Es que lo hizo un hombre que tiene labor allí. Tiene una finca no muy grande y entonces, hizo una navecilla. Que al hombre lo conocía yo. A la hija y al hijo, que tiene dos. Y este hombre hizo pues una navecilla a tejavana. Como a él le decían Valentín Cabañas, que no sé si habrá muerto, pues al cortijillo, se le ha dicho de siempre cortijo Cabañas.
- ¿Quién vive ahora en él?
- Si eso ya está en el suelo. Cuando nosotros lo dejamos, es que estaba muy mal pero como ya hicieron la tiná, no lo arreglamos.

Fuimos al alcalde y nos daba los albañiles y la arena. Teníamos que poner los palos pero entonces el Icona, se comprometió a hacernos la caseta. Y la hizo que es la tiná del Puerto, que ya lo hemos dicho. Tendrá como unos cuarenta metros cuadrados y una habitación. También hemos dicho que por ahí no hay más tinadas Luego tenemos la de Majá las Calles, Cañá Rincón y la de Cueva Paría.

- ¿Y lo de la huelga?
- Antes había un camino que desde la Trinchera cruzaba por el Morro del Hornico y venía a la Huelga del Triunfo. Es que en la Rambla hay una huelga que era de los Triunfos. Es una finca particular. Dicen que en tiempos de Primo Rivera fue el dueño a verlo para pedirle que no se lo quitaran. Y de hecho, mientras que algún hijo o nieto ha estado, la huelga ha sido de ellos. Esto se encuentra por debajo de la caseta de la Cabrilla.

- ¿Cómo es la Cueva?
- La Cueva del Puerto es un riscal grande que mira un poco al sur. Hace campana y hay un escalón muy grande. Se mete como una cañá pa dentro y queda en el término de Castril. De Santiago nos queda como a unos doscientos metros. La Cueva del Salistre, también queda en tierras de Castril. Se abre en la misma mojonera. A la entrada de la Cueva del Puerto, se suele hacer un charquete cuando llueve pero dentro, no hay agua.

Pero lo que sí dicen es que en el Puerto hay un tesoro. Mi padre dice que lo ha ensoñado mucho. Siempre me decía que tenía que ponerme y buscarlo. Pero claro, es que yo le preguntaba y no me decía el punto exacto. La historia era que tenía que ensoñarlo tres noches seguida y no contarlo a nadie. Pero él decía que lo había ensoñado más de tres veces.

- ¿Y los árboles?
- Pues en el mismo puerto hay una acacia. ¿Por qué irían a sembrar a ese lugar una acacia? Pusieron varias y no ha quedado nada más que una. Hay espino majoleto, espino granillar, retama, pinos, cambrones, algún arce también hay. Encinas, sólo en el Caballo crecen una mata o dos pero na. Lo que sí hay es enebriza, que es la que crece en el suelo. En la Cabrilla hay todavía algunos restos de pegueras. Por lo menos cuatro. Yo las he visto cuando las armaban.

- ¿Cuál fue la nube más mala?
- Pues me cogió en la caseta de la Rambla. Había allí unos chiquillos y yo me iba porque tenía que dedicarme a las ovejas y ellos me pidieron que me quedara. Estaban asustaicos. Crujió la nube, descargó y al poco, por la Rambla, bajaban hasta álamos enteros. Y de la Rambla al Puerto que tiene muy poca avenida, pues aquello era tremendo. Además, a los cuatro o cinco días todavía quedaban montones de granizos. Aquello fue el día catorce de septiembre. Por los Campos, las nubes sí caen con fuerza.

- Pero en otros tiempos, era peor aún ¿no?
- Claro porque como entonces no había pagas para las personas mayores, yo me acuerdo ver a los viejos cuidando a las ovejas por estos Campos y otros, al cuidado de los garbanzales. Como las personas mayores ya no valían para mucho, se empleaban en estas cosas. Allí había por todos sitios, entonces. Cuando subieron las pagas, se acabaron los viejos por esas tierras.

En el día de hoy, hace mucho calor aunque el viento que corre casi es frío. Como una ráfaga que ilumina, quema y deja una débil herida que sangra y duele en cosquillas, se me presentan los pastores que dan pastos a las ovejas por estas tierras. Ellos sí que pasan frío recorriendo los infinitos de llanuras tan preñadas y extensas. Ellos sí que pasan calor y sienten la soledad en sus corazones y el peso de la monotonía diaria. Como una ráfaga me cruza por la mente sus presencias temblorosas y aunque sea sólo en espíritu y breve segundos, me duele el sabor que deja por dentro.

Pero sí: hoy hace mucho calor, los cambrones están casi secos, la hierba es puro pasto que cruje al pisarlo y la llanura que parece no terminar nunca. Atravieso otra rambla, pequeñas cañadas muy llanas y tapizadas de alfombras de pasto. Me rebosa la tierra plana por la derecha y por la izquierda y quizá por esto me digo que los parajes que voy atravesando tienen que ser muy bueno de hierba en la primavera. No conozco a estos lugares cuando los días mágicos de la primavera retozan por aquí ni tampoco los conozco bajo las blancas nevadas de los inviernos. Sólo tengo referencias por lo que me han dicho o he leído. Pero me gustaría tener en mí registradas las experiencias que no conozco.

La pista remonta desde una leve cañada hacia el lomete de una cuerdecilla. Parece como si mejorara más y más según avanzo. Asomo y al frente una vista preciosa. Cae casi en picado en unos metros pero no hay problemas por lo bien que se encuentra la pista. Sigue la llanura ahora salpicada de piedras blancas y calizas. Por la izquierda me van quedando los montículos pelados por completo y tapizados de mil rocas blancas. Sólo varios árboles, unas encinas y dos majoletos. Qué extraños, agrestes y al mismo tiempo bellos son los paisajes de estos Campos de Hernán Pelea.

Revolotean algunos pajarillos que se arrancan de entre las matas de los cambrones que van escoltando la pista. Y por lo demás, el sol cayendo, la monotonía de este profundo día de verano y la soledad aplastando en estas tierras grises y ásperas.

Kilómetro treinta y cinco cien. Un majuelo por la izquierda, algunos más por la derecha, remonto una elevación del terreno y las calizas, pues como si el suelo lo hubieran empedrado todo por parejo y a conciencia. Más a lo lejos, nada más que montañas por completo también desnudas de vegetación. Baja la pista hacia una dolina por donde se amontona la tierra fértil y muchos cambrones.

Los contrastes y matices que los ojos humanos captan al recorrer los campos de la soledad, sólo pueden entenderse un poco en los encontrados sentimientos que en lo hondo del alma, bullen o más bien, despiertan asombrados por la variedad que muestra la tierra agreste vestida sólo por sus cuatro hebras de pasto miel, los cinco cambrones aplastados al borde de las rocas blancas y los seis majuelos de la escasez donde todo es claridad.

Porque los campos de la luz y el infinito, además de mostrarse horizontales como si pretendieran ser puerta hacia la región de la eternidad, se alzan como gigantes que defienden el rincón que les pertenecen porque creen que a nadie más les corresponde esta propiedad y por eso braman desde su silencio pétreo y con violencia abrazan a los que por aquí se atreven a pasar y, a los pastores y sólo a los pastores, les abren sus secretos y corazón porque los últimos sí forman con los primeros una misma realidad.

Un ramal de pista que se va por la derecha y ahora que lo veo, caigo en la cuenta que este sale por aquí, no al Campo del Espino como pudiera parecer, sino al Alto de los Campos, Pozo Nuevo, Sima de Cerrico Llavero y más adelante al refugio de Cañada Rincón. Quizá por esas cumbres que llevan por nombre Cuerda de la Nieve y que alcanza los mil ochocientos metros, este ramal de pista se escape y continúe hasta juntarse con la que recorre los Charcones y Pinar Negro. No conozco esos lugares y bien que me gustaría empaparme de ellos.

Los nombre por el Campo del Espino, algunos, sí me los sé: Llanos del Campo del Espino, El Chopo, Majá Teresa, La Majá del Covacho, el Hornico, Collado del Poste, Espino de la Bofetá, Morra Cagasebo, El Prao de las Hoyas, Hoya de Benito, Hoya Hundía, Solana de los Rastillos, Las Asperillas, Pelao del Cerezuelo, Los Perdigones, Corral del Campo del Espino, Covacho de los Gañanes, Hoyas del Cojo.

En Pinar Negro: Mojón Alto, Los Pinos Merguizos, Morro de la Zorra, Collado del Robraillo, Pozo Seco, Los Agriales, Cueva del Agua, El Portillo, Las Horquillas, Solana de la Maniselva, Corral de los Toros, Hoya de los Cardos, Cañá Rincón, Umbría de la Cueva del Agua, Pino de la Centella, El Mesoncillo, Corral de los Calletanos, El Sestero Grande, Fuente del Pozo Rabillo, Hoya Miguelete, Sima de Hoya Miguelete, El Covacho de las Cambras, Covacho Marañón, Cueva del Razul.

Un poco más adelante me sale otro ramal de pista forestal y este creo que muere unos kilómetros más arriba justo en una tinada para las ovejas. Qué tremendos son estos campos y cuanto yo daría para recorrerlos a fin de conocerlos a fondo. En la vaguada muchos montones de rocas blancas vestidas por los majuelos y los espinos.

Remonta ahora un poco y como la pista está muy bien, hasta llevo una marcha rápida. Y me digo que debería ir más despacio para medio enterarme de los paisajes que recorro. Una preciosa dolina que en esta ocasión es rodeada por la pista que me lleva. Me imagino cómo la nieve del invierno, cubrirá hasta rellenar y dejar lisas todas estas hondonadas. Otra dolina más y esta me saluda por la izquierda. Esta además de ser bordeada por la pista, enseguida remonta y mientras lo hago me digo que es más que curioso todo lo que por aquí me voy encontrando hoy.

Una nueva dolina por la izquierda y esta me deja mucho más asombrado. Es preciosa, profunda y muy amplia. Redonda casi por completo y en el centro su puñado de tierra fértil. Claro que ahora entiendo un poco más por qué las nieves y los hielos han esculpido en estos paisajes lo que mis ojos están viendo. Todo es llano y como ni siquiera hay arroyos pequeños, las aguas tienen que buscar escapes para irse hacia los mares. Las dolinas son algunas de las huellas que estas nieves e hielos tallan por aquí.

Sé que a las dolinas, que es un nombre arrancado de la ciencia llamada geología, los pastores le llaman “sobiores”. Embudos naturales que se abren en la tierra por donde se van escapando las aguas. Remonta un poco el puntalillo y por aquí otras dolinas pero estás más anchas y muy abiertas. Baja casi en picado hacia el centro de la dolina y luego la remonta por el otro lado. Estas son de grandes casi como un campo de fútbol. Dos nuevas dolinas y por el centro se mete la pista.

Y de pronto se me ocurre que este tramo de camino, por ser tan variado dentro de su monotonía, podría yo decir que es donde se encuentra el juego de las dolinas. Son preciosas y creo que lo bonito total será verlas en primavera o en invierno cuando ya se está derritiendo la nieve y se pueda pasar por aquí.

Remonta y vuelve a aparecer otra gran dolina y esta por la derecha. Toda esta llanura es el campo de las dolinas. La pista aquí gira bruscamente buscando avanzar por el borde de las dolinas. Dos más por la izquierda, redondas con un pequeño prado de hierba verde en el centro y las rocas como si acaso hecho las hubieran puesto formando una pared. Remonto de nuevo, un majoleto, más dolinas y la pista sorteándolas como puede. La dificultad de este terreno llano, precisamente se encuentra en la gran cantidad de sorbiores o embudos que lo pueblan.

Por la derecha se me va acercando la cuerda que desde las Empanadas viene cayendo como si quisiera cerrar el paso a estos grandiosos campos. Y aquí mismo, por la derecha, se me abre una extensísima llanura. Se ve como si estuviera arada y no me extraña que así sea. En otros tiempos y puede que ahora también, en estos campos los serranos sembraban mucho centeno.

Por la izquierda se me ha quedado ya muy lejos, las elevaciones rocosas que separan Pinar Negro de estos Campos. Kilómetro treinta y siete seiscientos y voy atravesando otra llanura que está arada y unos o dos trozos que no lo están, se visten de cardos silvestres. Es una tierra fértil y con pintas de ser muy buena. La han arado con un tractor. En aquellos tiempos lejanos la araban con mulos y arados de madera.

Kilómetro treinta y ocho y baja un poco para la llanura esta que muestra como una vaguada y por la izquierda se me presentan unas casas construidas de piedra y cubiertas con tejas rojas. Son dos y como forman un rectángulo pienso que pueden ser naves para el ganado y creo que su nombre es Tinás de los Benignos. Ha remontado ahora, un majoleto por la izquierda y por el otro lado, vuelven las dolinas. Y una loma muy alargada y suavizada. Se ve que es una loma buena para la hierba.

Lo que ahora mismo voy atravesando es una pura losa de rocas calizas. Tiene mucho pasto para los animales y al frente aparece el kilómetro treinta y ocho setecientos. Y ya se ve la figura de un refugio. Uno de los pocos que por aquí construyeron. Baja otra hondonada, arada a un lado y otro y por el centro, por completo llana. Es precioso esto que hoy tengo la suerte de recorrer.

Voy subiendo la pista desde la hondonada y justo al dar la curva airosa, se me presenta el refugio por la izquierda. Como hace un rato, me digo ahora también que ojalá aquí hubiera algún pastor. Lo necesito de verdad. Remonto algo más y ya al frente y por la izquierda, el refugio. Me voy a parar. Kilómetro treinta y nueve trescientos.

Lo primero que me saluda es la figura de un perro carea. Llamo y nadie contesta. Me acerco a la puerta que está abierta y sigo llamando al tiempo que entro. Y de pronto, me quedo parado. En la pequeña estancia del refugio, una chimenea, una ventana y una cama vieja. Sobre un colchón humilde y con unas sábanas de tejidos modernos, duerme y se arropa un pastor. A mi llamada se despierta y medio adormilado, me saluda. Le pido disculpas y al instante le digo que necesito alguna información. Se levanta y en este momento salgo para fuera para dejarlo que se vista. En unos minutos está conmigo y charla.

Me dice que esta construcción se llama Casica de Monterilla. En la pared descubro algunos rótulos escritos con estilos modernos.
- ¿Quién fue el autor?
- Pues ni siquiera sé quién lo ha hecho. Lo que pasa es que por aquí circulan personas que aprovechan el refugio para guarecerse. Habrán sido ellos los autores de estos letreros en la pared. Lo que pasa es que no respetan mucho.

Salimos a la puerta y al frente me dice que se encuentra Cueva Humosa. Le pregunto por dónde y me dice:
- Mírela usted.
Y señala a unas rocas que no quedan lejos y sobresalen del terreno. También por ese punto el mismo nombre habla de Hoya Humosa. Claro que enseguida se entiende que viene de humo. Ellos siempre han usado cuevas para refugiarse en estos campos. Las lumbres desprenden humo y las paredes de las cuevas se ennegrecen. Humosa es una de estas cuevas y ello la ennoblece.

Se me detiene y descansa el recuerdo en la conocida cueva que las rocas modelaron y en el hueco frío y paredes negras del humo de las lumbres, nos va arropando la noche mientras en la tierra la madre, el padre y el hermano bueno, extienden sus pieles de ovejas y se van acurrucando al calor del apetecido sueño.

Fuera, tierra llana y áspera por donde crece la hierba, se amontonan las ovejas, ladra el perro y por entre los espacios del viento, brillan las estrellas, compañeras del padre que antes de dormir dice desde su sueño:
- En cuanto amanezca, nos ponemos en camino a ver si al caer la noche ya estamos en aquellas tierras y a ver si este año tenemos suerte y vendemos bien los borregos.

Y acurrucados los tres en la estrecha cueva, nos vamos durmiendo en el consuelo de lo que padre sueña y por eso quizá ahora, a pasar frente al agujero que aquella noche y otras nos protegió de la mejor manera, se me detiene y descansa el recuerdo como si todavía fuera presente el momento exacto de aquel sueño con su amable espera.

- Ese puntal de los riscales se llama Cerro de la Losilla. Cerca se encuentra el pozo de la Losilla.
Y me digo que por algo ellos lo habrán bautizado así.
- Aquel pico que vemos lejos ¿son las Banderillas?
- Sí señor. ¿No ve usted la caseta en todo lo alto?
Y Sí que la veo y con toda claridad. Me queda hacia el norte pero casi en línea recta, que son unos seis kilómetros y medio.
- El Campo del Espino queda más a la derecha, al otro lado del pino aquel que se mece en todo lo alto. Más allá quedan las Palomas.

Recuerdo ahora que, por las tierras del Campo del Espino, los dos hijos del Pastor, dan pasto a su gran rebaño de ovejas. Y en las noches de verano, yo lo sé porque me lo han contado, como los animales no paran de andar porque el fresco les espabila, ellos las siguen para que no se les metan en las tierras que no deben o se junten con los otros rebaños. Y cuando ya a media noche, se acuestan en la majada sobre el cerro y bajo las estrellas, ellos buscan el pino apropiado y, bajo sus ramas y en el suelo, tienden las mantas y se ponen a dormir.

Y claro que en el silencio profundo de la fría noche, sueñan acompañados del canto de los grillos, el balido de los borregos, el ulular de algún cárabo o lechuza y todo, como pintado por los reflejos de la luna y el brillo de las estrellas. Así que por eso decía antes que estos campos, si pudieran hablar y contar lo que han visto, oído y saben ¿qué no dirían ellos, Dios mío? ¿Qué no hay trabado por entre las rocas blancas, los pinos viejos, las matas de espinos y los caminos pequeños?

- ¿Y la cuerda que nos queda enmedio?
- A eso le dicen el Calar de Camarillas. Que también hay un cortijo ahí que se llama lo mismo.
- ¿Y los dos cortijos que nos han quedado atrás?
- Esos son la tiná de Juan Perrera. To esto es Juan Perrera y eso es el Caballo de Juan Perrera. Mírelo usted que digno alza.

Y sí que lo miro más que asombrado.
- ¿Y la cañada esa de qué la siembra?
- Pues de trigo y centeno. Lo siembra un tractorista que hay por aquí.
- Y de allí para acá, ¿qué nombres tenemos?
- Eso es el Morro de la Sima ¿sabe usted? Y esto es el Morro Redondo y ese es el Morro Pablo y ya ahí pa abajo, pues la Pinailla, que hay un cortijo también que se llama igual.
- Pero el Cerro de las Empanadas ¿por dónde nos queda?
- Pues por aquí detrás tenemos el Puerto Lézar y el Cerro de las Empanadas que mírelo usted por donde está. A todo esto le dicen los Torcales por donde va una verea de trashumancia y ahí hay otra tiná que le dicen la de los Enamoraos.

Este amigo mío pastor aunque sólo lo conozca de unos minutos charlando con él, me dice su nombre y luego me indica que es mejor que lo recuerde por su apodo: “Cascabel”, solamente y que no se me pase que él nació en el barranco de las Hazaillas, más arriba de los Teatinos. Pero a continuación me aclara que ahora y, quizá ya para siempre, vive en los Teatinos. En esta bonita aldea tengo personas conocidas que aprecio mucho y para siempre llevaré conmigo en lo más limpio y profundo.

Lo despido, arranco y continúo mi ruta. Ahora medito y repito lo que me ha dicho: “Cuando las ovejas se amontona porque el sol del verano calienta, meten la cabeza entre las patas de las compañeras y así permanecen hasta que el sol pierde su potencia al caer la tarde. A esto modo de comportarse los animales se le llama “acarradas” y cuando se separan unas de otras y se van por la tierra buscando el alimento, se le dice “desacarradas”.

Y medito recordando que, por los rincones cercanos a los del Espino, ya rozando Pinar Negro, el serrano viejo que nació en la Cueva del Torno y toda su vida vivió por el barranco de Aguasmulas, el Mulón, la Fresnedilla, las cumbres de las Banderillas y las altas tierras de los campos, tiene muchos trozos de su vida desparramados.

Con una piara de marranos que engordaba para la matanza, se venía por los paisajes del Campo del Espino y Pinar Negro y aquí se quedaba días y noches al cuidado de ellos. Ni la soledad ni las nieves ni las lluvias le echaban de estas tierras porque su interés y cariño, se centraba en darle careo a los marranos y que engordaran. Comían una planta que le dicen “landrera” y que se cría bajo los pinos.

Hay vivencias que se agarran al alma con tal fuerza que aunque pase el tiempo, no sólo no se marchitan sino que resurgen cada día con el vigor y belleza de lo eterno.

Y lo digo, porque aquel día, al poco de salir el sol, con la hermana que en mi sangre es princesa, fuimos y a la tinada abrimos la puerta y al instante los marranos se esturrearon por la gran ladera, se perdieron por el barranco y unas horas más tarde, siguiendo la senda, transpusieron por el cerro y se quedó el campo en la placidez de una gran espera.

Pero cuando caía la tarde, con la hermana bella, subí por el repecho de las encinas viejas y mientras íbamos jugando, cómo se me clavó en el alma la dulce escena y al coronar y ver el barranco y por el río a nuestros marranos, cómo se me hizo esencia aquel cuadro inmenso de los charcos y los fresnos y el río con sus curvas y por allí, los marranos y la hierba y sobre el cerro donde se juntan y dividen las veredas, yo con la hermana frente al infinito y la inmensa sierra.

Por eso decía que en la vida hay vivencias que se hacen fuentes en el alma y ahí manan ellas dulces y amorosas en chorros de eternidad y aunque pase el tiempo, no se secan nunca sino que se avivan y renuevan y cada día y, en las noches de vigilia, palpitan con más fuerza.

Kilómetro treinta y nueve setecientos y baja a una hondonada que es una gran dolina. La tierra está sembrada y ahora sé, porque me lo ha dicho mi amigo el pastor que dormía en el refugio de Monterilla, es una siembra muy buena. Remonta un poco hacia el macizo de la Sagra, punto de referencia muy lejano pero que se ve allá a lo lejos y majestuoso. Son las dos y diez de la tarde y hace un calor aplastante.

Kilómetro cuarenta y voy por la cabecera de unas cañadas que se presentan sembradas de centeno. Justo aquí mismo hay un cruce. Yo me voy por la derecha porque por la pista de la izquierda mi amigo me ha dicho que está muy mal. Sube un poco hacia la cuerda de Camarillas, pasa por la Fuente del Borbotón y desde ahí cae hacia el poblado o aldea de don Domingo. Este camino discurre, en parte, por donde va la vereda de trashumancia para el ganado que entra o sale de estos campos. Ellos saben cuales son las distancias más cortas y también saben cuales se encuentran en mejores condiciones para ir con los coches, como yo hoy.

Pero tengo que decir que este camino, al pasar por el precioso valle que se extiende a los pies del cortijo de Camarillas, queda enmarcado por las bonitas y benditas tierras de esta llanura, cabecera del barranco del Borbotón y por las crestas, a ambos lados, del Calar de Camarillas y la Loma de la Paja. De una belleza sin par son estas llanuras empezando justo al comienzo de la vertiente del arroyo ya mencionado. Un poco más adelante voy a describir en profundidad el hermoso valle del rincón donde estuvieron los cortijos de Camarilla. No hay belleza en toda la tierra más delicada y hondamente fina a la vez que salvaje. Y sobre todo, en dos momentos a lo largo del año: en la época de las nieves, casi imposible ascender a este rincón y en la primavera que por ser alta montaña, llega es casi en el mes de julio.

Por este camino de la izquierda, si lo siguiera, llegaría a una cañada donde mana una fuente o venero que se llama Tornajos de don Fernando. Es justo donde tiene un punto de nacimiento el arroyo del Barranco del Borbotón o la Rambla de los Cuartos, que con esto dos nombres es conocido este arroyo por aquí. Quizá sea este venero el primero de todos por nacer muy alto aunque creo que el del arroyo de la Pinadilla, fluye todavía más arriba. Entre varios picachos y en las laderas de Cabeza Alta.

Donde manan las aguas de los Tornajos de don Fernando, se abre una cañada muy bonita. Queda recogida a la izquierda, por el Morro y loma de Cagasebo 1784 m y a la derecha por otros dos morros que a su vez forman la Cuerda de Cañá Margosa. En el centro se recoge a la Cañá Huéscar. Es en esta cañada donde se encuentran tres chozos que son conocidos por estos lugares como los Chozos de la Cañá Huéscar.

Breve descripción del valle de Camarillas
Con especial emoción recuerdo yo la tarde de aquel verano cuando ellos, arropándome con su cariño y amistad, me trajeron a las tierras de este valle de Camarillas para que las viera y las gozara. Eran los primeros días del verano y por eso todavía la primavera estaba fresca por los paisajes de estas sierras. Caía la tarde y desde el otro valle, el grandioso, ancho, verde, repleto de huertas y surcado por arroyo y caminos que se aplastan a los pies del Almorchón por el lado que mira al sol de la tarde, subimos hacia las tierras altas de los Campos. Entramos por el barranco de la Juanfría, remontamos hasta donde nace este arroyo: justo una preciosa llanura donde en el centro y, entre majuelos, rosales silvestres, retamas y juncos, mana el fresquito venero. Ojo Macha se llama este punto y una cañaica que desde aquí sube hacia las partes altas, tiene por nombre la Cañá los Guardas. ¡Qué bien sabían ellos ponerles nombres a los sitios!

En este punto, de belleza singular y más en su compañía y la bonita tarde de verano, nos paramos unos minutos. Tenían ellos necesidad de enseñarme la resplandeciente hermosura que por el rincón se concentra, duerme en la cuna del silencio más real y al mismo tiempo, hierve y vive. Tengo que decir que las praderas de hierba reluciente y verde, son de lo más gratificante por su limpieza y transpiración de tonos vivos. Al acercarnos a venero, las ranas saltaron desde la orilla donde tomaban el sol y el charco, por unos momentos, se enturbió. Pero como desde el fondo manaba en forma de borbotones fríos, enseguida se aclaro y yo no pude resistir la tentación de mojarme las manos, jugar brevemente y luego beber. Su sabor era el de la nieve y su perfume el de los rosales florecidos que le rodeaban.

Desde este punto seguimos ascendiendo por la misma pista y en sentido inverso a como hoy la recorro y en poco rato, coronamos la cuerda que separa este primer barranco o arroyo de la Juanfría del segundo que se llama de la Pinadilla. Justo el puerto que da paso a una cuenca y la otra, tiene por nombre los Areneros de la Pinadilla. Todo este terreno ya se llama de la Pinadilla. Un poco más adelante están los tornajos que también se le conocen con el mismo nombre, la tiná y las tierras que por aquí cultivan. Todos estos puntos y algunos más llevan el nombre de la Pinadilla. Antes de que este arroyo se junte con el que baja de los cortijos de Camarillas, coge el nombre de las Pegueras. Es decir, por esta parte alta se llama arroyo de la Pinadilla y al final cambien por el arroyo de las Pegueras.

Los tornajos están justo por encima de la pista, en una preciosa ladera alfombrada de hierba. Son los tornajos de la Pinadilla. Pues en ellos nos paramos y bebimos agua. Hicimos algunas fotos, nos sentamos en el borde de estos viejos tornajos tallados en troncos de pinos laricios, añejos ahora por el paso del tiempo pero con destellos y tonos plata como les corresponden a los que son venerables, jugaron ellas un rato con su perro de raza y después de beber otra vez y lavarnos las manos para así empaparnos un poco más de esta fresca y buena agua, nos volvimos pisando la espesa alfombra de hierba verde y blanca. A este punto se le conoce con el nombre de la Hoya Grande, aunque no es muy grande pero por estos alrededores, es la más grande. Mientras buscábamos la pista, al pisar la exultante hierba virgen, vimos matas de manrubio, cardos cucos, los que dan buenas setas en los otoños lluviosos, muchos agujeros en la tierra horadados por los topillos, acariciamos con los dedos las frescas flores de los rosales silvestres, dimos gracias al cielo por el sol tan bonito que en la tarde nos regalaba y llenando a fondo los pulmones del aire limpio, reemprendimos la subida hacia el cortijo de Camarillas.

Fuimos gozando con el juego de curvas que la pista traza según remonta hacia el collado Arenoso. Al llegar a todo lo alto, a un lado y otro de la pista, se abre unas bonitas dolinas. Las bautizaron ellos con el nombre de los Hoyos del Cojo. Las tierras que le siguen son llanas y muy bonitas y por eso le pusieron el nombre de la Cañá Huéscar. Se ve enseguida el refugio de Cañá Margosa y por la izquierda según vamos subiendo hacia Camarillas, se ve una caseta. La hicieron unos de Los Centenares que le decían Los Silvestres. Tenían ellos por aquí tierrecillas y cuando fueron a construir su cortijillo tuvieron problemas porque los que en aquellas fechas mandaban en estos montes, se lo prohibieron.

Un poco más adelante ya vemos la Hoya de Cueva Humosa, la Cañá de los Andreses, el Morro de Cagasebo y al otro lado, hay unos chozos que le dicen los Chozos de Pablo. En este lugar, un hombre crió cinco o seis hijos y penó lo suyo con animales, las tierras y el clima para sacar a flote estos hijos. Casi de continuo vivía este hombre en estos chozos. Vamos entusiasmados con la belleza del gran paisajes que en la deliciosa tarde se nos abre plácido cuando por la derecha se nos aparta la pista que entra para el valle de Camarillas. Y digo valle plenamente consciente de lo que esto significa. Porque ahora quiero aclarar que Camarillas, las tierras que rodeaban o más bien se extendían por delante de los cortijos plateados, por encima de todo, son un precioso valle. El más bello, plácido, verde y misterioso que he visto en todas las sierras de este parque natural. No son hoyas como siempre le llaman los serranos a las llanuras recogida entre montañas, aunque sí lo son. Pero el título de valle, para mí es lo que mejor le cuadra.

Como a un kilómetro poco más o menos y desde la desviación, están los tornajos de don Fernando. Pero antes de llegar a ellos, recuerdo ahora con especial emoción, que me sorprendió la amplísima y verde llanura que se abre a los pies del Calar de Camarillas. Desde la desviación, remonta la pista levemente y enseguida se deja caer con la también leve inclinación del terreno que ya confluye hacia la cuenca del arroyo del Borbotón. Es justo por aquí donde este arroyo comienza a nacer pero tan suavemente que ni se le nota. Por eso, en cuanto la pista se asoma, lo primero que asombra es la amplísima llanura, un poco en lo hondo pero sin ser demasiado y exquisitamente recogida entre montañas peladas.

En esta primera altura, deliciosamente suave pero exactamente balcón tamizado frente al valle, nos paramos. Se fueron ellos andando hacia los tornajos de don Fernando, un poco más abajo y por la izquierda y me quedé solo. Asombrado y con los ojos bien abiertos como si necesitara comerme el mar de sementeras y tierras doradas que ante mí se extendía. Desde la distancia, les hice una foto según bajaban hacia los tornajos y desde el lado de la tarde. Dejé que ellos se acercaran a este manantial cristalino y mientras, todavía unos minutos más, estuve buscando con mis ojos la figura de los cortijos de Camarillas. Era la primera vez que en mi vida los había visto y como me los encontré un poco remontados sobre la ladera que cae desde el Calar de Camarillas, me pareció que aquel panorama había sido puesto allí por el capricho de un hada y en una noche de sueño y juego. Y digo esto porque la belleza que desprendían tanto las ruinas del cortijo de Camarillas como las tierras que desde allí caían para el valle y las delicadas llanuras que en lo hondo se abrían, no me dejaban respirar.

En unos segundos, por mi alma pasaron tantos ríos de luz, tantos amaneceres rosados y tantas primaveras gloriosas, que me costaba hacerme a la idea que aquello fuera real y no sueño. Cuando pasó un rato, me dejé ir por la suavidad de la pista que cae hacia el valle y enseguida estuve con ellos. En el chorrillo limpio que desde la tierra mana y cae a los tornajos, estuvimos bebiendo. Más por el puro gozo de jugar con agua a diamantina que por la necesidad de beber. Estuvimos mojando las manos en el agua que se duerme en las pilas de estos tornajos, estuvimos haciendo algunas fotos más, anduvimos por aquí y por allá, como si necesitáramos penetrar un poco más en el verde de la hierba allí presente o en las grietas de la tierra reseca para saciarnos de algo que ni siquiera sabíamos qué era.

Luego miramos varias veces más hacia la profundidad del valle para meternos un poco más dentro de nosotros o al revés y como la sementera nos gritaba verde a partir de estos tornajos de don Fernando hasta lo más alejado de la llanura, nos volvimos a la pista y seguimos avanzando hacia los cortijos. La pista de tierra que recorre o más bien juega con las ondulaciones de estas mágicas llanuras, es un puro gozo irse por ella. No presenta problemas ninguno y como zigzaguea para no herir a la tierra y besar las sementeras también sin herirlas, se aproxima a los cortijos de Camarillas en forma de arrullo amoroso. Por entre las relucientes espigas de cebada, se mecían las amapolas rojas y eran muchas. A las codornices se les oía cantar y sus trinos en forma de gotas de agua limpia, me remitían a nidos construidos en la misma tierra, fabricados con pasto, raíces secas y en el centro de cada uno de ellos, un puñado de huevecillos deliciosos.

Por el lado izquierdo sale una nueva pista de tierra. Con un buen firme, traza varias curva suaves y remonta un morrete. Se abre una llanura de tierra buena y por entre ella, salvando algunas dolinas, sigue remontando. Se vuelve a dividir en dos y otra vez la de la izquierda, ahora ya en peores condiciones, se va dirección a sol cuando se pone por la tarde. Es esta pista la que lleva a la Tiná de los Enamoraos y un poco más adelante del refugio de Monterilla, vuelve a juntarse con la que va o viene de Rambla Seca. Es como si le diera una vuelta completa al grandioso cerro o morro de Cagasebo. Pero cerca de la histórica tiná, se hunden muchas dolinas. Torcos que es como ellos siempre le llamaron por aquí y también hoyas u hoyos.

La pista que íbamos siguiendo dividida de la que pasa por delante de los cortijos de Camarillas, remonta más aún. Hasta otra llanura muy recogida contra unas pronunciadas ladera del gran calar. Recogida entre dos de estas laderas, nace y se abre la preciosa llanura y por el lado de arriba, la pista la bordea. Sube otra ladera aun más pronunciada y agreste y descansa otra vez en una nueva nava. La sigue rodeando y cuando llega a todo lo alto, de nuevo se divide en dos. La de la izquierda lleva al refugio de Cañá Rincón, casi en el centro del calar de Cañá rincón y por el lado norte del cerro de las Peleas y no de las Pereas, como aparecen en algunos mapas. Este refugio y llanuras se encuentran a una altura de más de mil seiscientos metros. Profundísimo rincón este, enormemente bello y asombrosamente extraño por la sensación de soledad, la lejanía o proximidad al cielo y el corazón de estos campos.

Nuestra pista se va ahora para la derecha y después de remonta más aun corona el calar, a la derecha calar de Camarillas y la izquierda calar de Cañá Rincón. A una altura de mil setecientos metros se extienden preciosas llanuras de tierra buena y en una de ellas, por la izquierda, se abre un círculo de tierra negra. Es un sorbior o dolina y en su centro aparece la grieta de una sima. Uno de los fenómenos más bellos de estos campos. Se asoma uno a este agujero y enseguida intuye que la profundidad puede ser de varios cientos de metros en picado. Por ahí se filtran las aguas que dejan las nieves al derretirse porque en estas navas cerradas y en todo lo alto del calar no tiene otra salida natural que la de filtrarse y desaparecer en las entrañas de la tierra.

Un poco más adelante la pista corona otro collado y ya da vista a los preciosos Campos del Espino, Pinar Negro, la cuerda de las Banderillas y para el levante una extensísima panorámica que lleva hasta el nacimiento del Segura, el pico Mariasnal y el Calar de los Peones. Desde este punto se puede continuar y salir por la pista de tierra que avanza hasta Cañá la Cruz y Fuente Segura. El firme de la pista se encuentra en muy buenas condiciones porque lo arreglan casi todos los años. Es un detalle que los pueblos tienen para con los pastores que llenan las vastísimas tierras de esta altiplanicie.

Y continuando con el recorrido que aquel día nos llevó hasta los cortijos de Camarilla, digo que cuando parecía que la pista se salía de la llanura y, por el lado izquierdo, pretendía irse para las laderas del cortijo de Camarillas, gira una vez más y se mete por el centro de la segunda llanura de este gran valle. Este rincón es justo lo que ellos siempre llamaron la Hoya de Camarillas. Los explico, según descubrí aquella tarde que ya dije al principio, recuerdo con especial emoción.

los cortijos de Camarillas, todavía permanecen en pie justo a media ladera entre el calar con el mismo nombre de los cortijos y la llanura que se abre en las partes bajas. Y esta llanura, ciertamente es una hoya aunque muy amplia que se ve y hasta se toca con el aliento al respirar desde las mismas puertas de estos cortijos. Eran estas las tierras que ellos cultivaron a lo largo de todos aquellos años que por aquí vivieron. Eran de su propiedad y como se encontraban tan pegadas a las paredes del cortijo, pues le decían la Hoya de Camarillas. El hermoso segundo valle después de los Tornajos de don Fernando y siguiendo la dirección natural que llevan las aguas cuando corren por las cañadas que van dando forma al arroyo del Borbotón.

Pues aquella tarde, cuando ya estábamos casi frente a los cortijos de Camarillas, puras ruinas como luego diré más adelante, por nuestra izquierda se apartaba una pista de tierra. Poco cosa. Sólo para coches todoterreno y cuando no hay nieves. Me dijeron ellos que siguiendo esta pista, se llega a la era grande, la del álamo solitario, y desde aquí al cortijo, sólo tres pasos. Eso me dijeron ellos porque la conocen bien y por ella han subido muchas veces pero al llegar a esta pista, el padre pidió que siguiéramos y, mientras recorríamos unos metros más hasta llegar a otra más perfecta llanura por donde a la izquierda, también se aparta una pista muy borrada, me contaron lo siguiente.

Unos años atrás, cuando todavía ellos sembraban garbanzos por aquí y las hijas no estaban demasiado grandes, la madre dijo a una de las hijas.
- Vete al camino y cuando veas pasar al vecino con su coche, dile que suba al cortijo para cargar los garbanzos.
Ya los habían ellos arrancados, los habían trillado en la era con aquellos trillos de madera, los habían aventado y los tenían, limpios y bien dorados, metidos en costales para transportarlos. Se los tenían que llevar a la casa de la aldea blanca donde, a lo largo del año, se los irían comiendo. Esto es lo que ellos habían hecho desde tiempos lejanísimos.

Pues la hija princesa, se vino al cruce primero de la pista que antes dije y cuando pasó por ahí un coche, el primero que bajaba desde los campos hacia las aldeas de la vega grande, lo paró y al que lo conducía, le dijo:
- Que dice mi madre que se llega a por los garbanzos.
El hombre se quedó extrañado porque él no tenía ninguna noticia de aquellos garbanzos y menos que debiera recogerlos. Pero como aquí en estas sierras, las personas son tan buenas unos para con los otros, le dijo a la niña:
- Pues bueno, voy a por los garbanzos.
Y a continuación, se salió de la pista principal, puso el coche dirección a los cortijos de Camarillas y antes de comenzar a remontar por esta secundaria pista, le dijo a la niña:
- Sube en el coche y te llevo hasta los cortijos.
Y cual no fue su sorpresa cuando oyó que la niña le respondió:
- ¡No, si yo voy andando!
Y el hombre contestó:
- Pues como quieras.

Cuando unos minutos después la hija llega a los cortijos le contó a la madre lo que había pasado y ésta, recordó que un día, siendo ellas todavía pequeñas, a la aldea blanca llegó un hombre con un coche preguntando por uno de los vecinos. La muchacha le informó donde vivía y a continuación le dijo:
- Me subo con usted en el coche y le llevo a la casa.
Cuando luego se lo contó a la madre, ésta le dijo que nunca más se subiera en coches de personas que no conociera. Y claro, aunque desde aquel día de la aldea hasta este de los garbanzos habían pasado ya varios meses, la hija recordó el consejo que la madre le dio y por eso no quiso subirse en el coche del hombre que iba a recoger los garbanzos de los cortijos de
Camarillas.

Sigo ahora con el relato de aquella tarde y digo que rozamos el cruce de esta sencilla pista de tierra que por la izquierda se aparta para los cortijos. El padre me informa para que no pare. Avanzamos unos metros más y en la segunda llanura, la que sí es propiamente la hoya de Camarillas, por la izquierda y en un rellano de tierra, dejamos el coche. Aquí mismo crecen las sementeras de la cebada cervecera y un poco más abajo y apartado de la pista principal, se ve el Pocillo del tío León. Algo más hacia el calar de Camarillas se ven varios rebaños de ovejas y sobre las piedras que corona un morrete, los pastores están sentados. Por las tierras que rodean al pocillo la hierba todavía se muestra verde y en el centro resaltan los tornajos.

Dejamos el coche, nos venimos para el lado izquierdo y desde lo hondo de la hoya, comenzamos a remontar hacia la figura de los cortijos que resaltan en la blanca ladera de piedras calizas y bien alzado del valle. Mientras avanzamos el padre explica que por aquí, justo por la tierra que vamos pisando, venía el caminillo que ellos usaban para bajar desde los cortijos al pozo a por las cargas de agua.
- Desde que empezábamos aparejando la burra hasta que volvíamos con la carga de agua, se tardaba justo una hora. Ya lo teníamos nosotros bien calculado.
Lo proceso en mi mente y para mí me digo que en aquellos tiempos ellos se apañaban con pocas cosas. Hasta el agua era escasa porque la tenían que traer desde el pocillo y tardaban una hora para acarrear sólo cuatro cántaros que era lo que le cabían a las aguaderas. Sólo tenían agua en los cántaros y nada más. Cuando se fundían las nieves, claro que sí tenían más abundancia de agua pero esto era sólo durante una temporada corta. El resto del año, todo el año, con sólo algunos cántaros de agua se apañaban en los cortijos y no como ahora que en cada casa hay varios grifos, lavabos, duchas y hasta piscina y todavía aspiramos a más.

- Pero por la Tiná de los Enamoraos hay muchos puntos con nombres que sólo conocéis unos pocos ¿porque no me los cuentas?
- Pues allí está el Torco Blanco, porque al hombre se le conocía por el Blanco y a otro, el Sestero Gurullo. Era un hombre que tenía este apodo y ya se quedó el punto aquel con su nombre para siempre. Una manera de perpetuar el recuerdo de las personas. A otro sitio le dicen el Covacho Purgas, Cuerda de las Ratoneras, el Torco de los Becerros que está de los Enamoraos pa salir pa Monterilla, a otro de aquellos torcos le decimos el de Ciriaco.

- Y un torco ¿qué es?
- Hay un hoyo y se hace un corral y ahí se encierran las ovejas. Allí le decimos torco que tú ya habrías visto que hay muchos. Tenemos también el Majal del Cerecino, la Losilla, que es un manantial y un cerro que se encuentra enfrentico del Cerro de las Peleas. Enfrentico pa onde sale el sol. Entre un cerro y otro, es donde hay un pocete que se le saca agua, que ya hemos dicho se llama la Losilla. Hay otro pozo que le dicen Cañá Rincón. Ahí han hecho una tiná también. Enfrentico al Morro de las Peleas tenemos otro que se llama La Torca. El Sestero Risica está cerca de la Losilla. A la par de los Enamoraos hay otros cerricos que le dicen las Lomicas de Enrique. La cuerda de las Ratoneras se alarga paralela al camino.

- ¿Pero es lo mismo un torco que un majal?
- Los último ya lo hemos explicao antes y el majal es donde duermen las ovejas por las noches. Por ejemplo yo digo: “¿Ande las has echaos esta noche?” y el otro me dice: “Esta noche las he echao al Majal del Acho”. Lo que te digo es que donde encerramos las ovejas, le decimos torco pero los majales es donde se echan de noche pa que duerman, que ya está escampao. No hay ni corral ni na. Donde se echan pa verano así que han segado y to. ¡Eso!

Al lado de los Enamoraos hay dos simas. Sabes que ha ido gente y to a verlas. A una le cedimos la cima del Rastillo. Echas una china y da chin y al rato sientes otras ves el regolaero. Yo que sé los metros que tendrá aquello. La otra se llama Sima de los Hoyos del tío Chato. Por allí también hay un sitio que le decimos el Piazo Largo y los Corrales del Brujo.

- ¿Desde cuándo estás tú en los Enamoraos?
- Ende que nací. Me acuerdo que cuando ya sabía andar, cuidaba unos marranetes y luego, pues con ovejas. ¡Vaya!. Es que la tiná era de mi abuelo, del padre de mi madre y con unos primos míos, porque mi madre no tenía nada más que una hermana, hemos estao allí toa la vida. Mi bisabuelo tenía una tiná y así que murió y fueron de los hijos, pues mi abuelo hizo una nueva. Juan Francisco, que es como se llamaba. De mi padre, me acuerdo poco porque escasamente sería yo como un grillo, cuando él se murió.

En la Cañá aquella de Cueva Humosa, sembrábamos y así en la primavera, mis hermanas, pues iba a escardar el trigo para quitar la hierba, porque entonces no había los venenos que sí hay hoy. Cuando ya se secaba la sementera, pues a segar. En la tiná sólo había el corral y una cocinilla. Entonces lo que más había es que esollabas una oveja, juntabas dos pellejos y le decían a eso un camero. Echabas esto y ya tenías la cama para dormir.

Ende esta tiná de los Enamoraos a los Tornajos de don Fernando, yo he venido muchas veces a por agua. Con un ramal se ataba el cántaro así y a las espaldas se llevaba como un zurrón y cargaba con él lleno de agua hasta la tiná. En la boca del cántaro le poníamos un cambrón para que no entrara ningún bicho y a tirar pa lante. Más de veinte minutos se gasta en ir y otro tanto el volver. Ahora ya porque hay coches y las cosas han cambiado pero antes ¡odo qué duras eran las cosas!

- ¿Qué bichos podrían meterse en el cántaro?
- Allí hay muchas víboras. Por los Campos se crían muchos bichujos. Yo no agarro una lagartija. Yo he sentido que a las víboras, se las comen las chicas. Cuando nacen, las crías que comen a la madre. Eso lo he sentido yo. Una vez, vi yo a los chiquitillos allí y a la grande, muerta.

¿Tú sabes lo que es un cardo cuco? Donde crecen estos cardos, salen muchas setas. Cuando alguna oveja ha sido picada por víbora, se coge un cardo cuco y se le da así en el hocico y así se cura algo. Porque casi siempre es en el hocico donde les pican. Se ve que con esos pinchos del cardo, se le va el veneno y eso es bueno. Algunas, se mueren sin remedio porque les pica en la lengua y eso y ya no tienen remedio.

Entonces sembrábamos garbanzos en todos aquellos Campos. Cuando se cogen, se van haciendo manos y se hacen lo que nosotros decimos gavillas. Para luego ponerlas en las amugas de las bestias y llevarlos hasta la era donde se trillaban. Ahora como hay coches, pues es de otra forma pero antes eran bestias. Y llovió mucho y como ya los garbanzos estaban arrancados y por la tierra en forma de gavilla, se les daba vueltas para que se enjugaran. Un día, una prima mía, mató dieciocho víboras.

Como los cuervos se comen los garbanzos cuando ya están grandes, recuerdo que un sobrino mío, estuvo un año guardando la sementera para que estos pajarracos no se la comieran. Se entretuvo y mataron, yo qué sé y luego las colgó en los espinos y aquello parecía un colgante. Como hay tantas, cuando por la noche vas con el ganado por los piazos, antes de acostarte, echas la linterna o una cerilla para ver si hay alguna. Hay que tener mucho cuidado. La víbora es casi como las culebras pero son más cortas y llevan una cadeneta por lo alto del lomo. Y chata. Es conocía. Los que más veneno tienen son los jaspes. Son más cortos pero mucho más malos.

- ¿Es verdad que las víboras cantan?
- Claro que cantan. Su canto es como un suave soplido pronunciado. Hacen así una cosa que se conoce enseguida. Era yo muchacho y llevaba a las ovejas al sembrado y a la par del refugio de Montería, hay un picacho que le decimos el Picacho de los Molinas y había dos víboras peleándose. De punta, así como la alcayata. Y entonces peleaban. Otra vez vi pelearse una víbora y un lagarto. Aquello era curioso porque vi que cada vez que la víbora le picaba al lagarto, salía corriendo, iba a un cardo cuco y se revolcaba en los pinchos. Esto es que lo he visto yo. Se ve que se pinchaba, se quitaba el veneno y otra vez volvía y se liaba a pelear.

Allí en los Enamoraos, yo no sé como no hemos tenido ya algún percance. Este verano mismo, salí a la puerta y veo a la perra que pega un salto tremendo. Y es que había una y le había picao. A la perra. Se le hinchó un poquillo y no le pasó nada pero muchacho qué bichujo más malo. Cuando llegan el invierno y caen las nieves, se ponen entre las piedras y no se mueren. Cuando llegan la primavera, como tienen el veneno que no lo han ejercitao, hay que temerles más que nunca. Por allí, creo que no hay ningún animal que se las coma. Jabalises hay muchos por allí y aunque he oído decir que estos cerdos sí se las comen, yo no lo he visto nunca.

Me acuerdo que antes dormíamos en las eras. Teníamos la cocinilla de la Tiná de los Enamoraos pero como no hacía mucho frío, nos íbamos a la era. Dormíamos en lo alto del bálago. Una noche, verás. Había un zagal que lo teníamos ayudándonos. Siento que por los calzoncillos se me metió un ratón y como yo le tengo mucho miedo a estos animales, empecé a dar saltos y gritando. Me acuerdo que el zagal se reía sin parar. Daba yo unos altos allí y él unas risas que pa qué. No me ha mentado muchas veces el ratón el zagal. Yo es que le temo mucho a los bichujos. No soy capaz de agarrar una lagartija. De esto también se crían mucho por allí. Otros bichos que cantan mucho por las noches son los grilletes negros. Cuando hace buen tiempo se lían a cantar y no paran en toda la noche.

Antes se sembraba por allí mucho panizo. A los marranos de las matanzas, se les engordaba con esto. Ahora no se siembra tanto y es mejor porque si se sembrara, se lo comerían los jabalises. Y los cuervos. Se montan en la manta, con el pico le van quitando la farfolla y se comen la mazorca entera. Estos pájaros son muy malos para los sembrados de panizo. Abubillas también hay muchas por allí. A los mochuelos se les oyen cantar por las noches y anda que no chillan fuerte.

Estábamos una noche en la era y otro zagal, tuvo un buen percance. Verás: por aquellos tiempos iban por allí hombres vendiendo vino, aguardiente y otras cosas. Ahora la vida es de otra manera. Entonces había muchas eras y la gente le compraban. Había allí un hombre que era el guarda y tenía una escopeta. Dijo el zagal:
- ¿Vamos a ver si están los tejones comiéndose el panizo?
Digo yo:
- Venga, vamos a ver si están.
Tiro delante mientras él cogió la escopeta. Fue a cargarla y al hacer así saltó el tiro. Pasaron los plomos silbando por mis narices. Sí. ¡Leche que susto llevamos! Ya dijimos:
- Anda que le den porsaco al escopetajo que has tenido la muerte en las narices. Aquello fue así de real.

Desde los Enamoraos hasta la Matea yo he venido muchas veces con las bestias cargadas de grano y paja. Dormíamos en las eras y en cuanto veías que las cabrillas asomaban, las estrellas esas que siempre van juntas, te levantabas y a preparar el viaje. La paja se cargaba en una cosa que le dicen los garpiles, que puede hacer las funciones de un serón pero es mucho más grande. Es como una red que se llenaba de paja porque ahí cabía mucha más. Los serones se usaban para transportar el estiércol. Ya se están perdiendo también. Entonces ni había reloj ni nada que se le pareciera. Las estrellas del cielo eran las que nos indicaban las horas. Por los astros nos hemos guiado siempre.

Madrugábamos y cuando amanecía ya veníamos por don Domingo o por ahí. Con tres fanegas o dos y media y todo el día andando. Machacabas a la bestia a ti. Eso estaba calculado para que no te apretara mucho el sol. Cuando llegabas a la Matea, así que descargabas, te acostabas en la casa y a las tres o por ahí, ale, para los campos otra vez. Un sólo viaje era lo que dábamos en el día porque no había tiempo para más. Para bajar hasta la aldea toda la paja y todo el grano a lo mejor tardábamos un mes y medio o más. El año que volví del servicio, el día tres de septiembre, todavía no había trillado. Estaba la sementera segada y apilada en acina y la hierba ya nacida. Luego vino un otoño seco y pudimos trillar sin problemas.

- Y un salón ¿qué es?
- Ahora mismo se mata el animal. Se le quita la piel y todos los huesos a la carne. Le echas aceite, buenas especias y mucha sal y se cuelga al sol. Así que se seca, se fríe o se asa y está buenísimo. Lo puedes guardar todo el tiempo que quieres porque dura mucho. No se echa a perder. Siempre se hacía de las ovejas primalas, las modorras.
- ¿Y eso de Catalina?
- Pues una malagueña que dice así:

Catalina Molina
peinate el moño
que mañana a la noche
te sale un novio.

- ¿Y la nevada que me decías?
- Aquello fue el día seis de enero, el día de los reyes. Estábamos yo y un primo mío y otros dos hombres en la Tiná de los Enamoraos. Cayó un nevazo que yo no he visto más nieve en mi vida. Mi primo y yo juntamos las ovejillas y por las lomillas que te digo de Enrique, él iba delante y yo detrás y le decía: “Que no veo, Jesús”. Volvió la cabeza y llevaba los pálpados arreguillao, juntos que se me habían helao. Pudimos bajar a un sitio que le dicen el Borbotón, casi a seis kilómetros de los Enamoraos pero a la misma altura. La tiná se encuentra a unos mil setecientos metros de altura y el Borbotón un poco menos, en el arroyo pero a los lados, lo mismo o más.

Fuimos a otro sitio algo más arriba que le dicen Serenas y nos fuimos a dormir a la Loma de la Paja. Entonces había allí dos cortijeros. Me quedé allí y porque mi padre, subió a por mí y pude bajar a la Matea a los quince días. ¡Madre mía qué nevascazo cayo, huuuuy! Aquello fue un nevazo de los que no se han conocido en muchos años.

Es que aquel otoño había sido bueno. Entonces se sembraba mucho. Más que ahora porque ahora sólo siembran las cañás o así pero antes, donde había un hoyo, se sembraba. Había unas siembras buenas y teníamos las ovejas allí. El día seis de enero fue que no se me olvidará nunca. Aun hermano de un cuñao mío que estaba en el hospital en Córdoba, le dijo una monja: “¿Quiere ver usted nevar?” Se ve que nevaba en Córdoba y por este detalles te puedes hacer una idea de la nieve que cayó en la Tiná de los Enamoraos de los Campos de Hernán Pelea.
- Pues llegaría la nieve a la cintura.
- Y más arriba. Cuando cae mucha nieve, si sopla el aire, en el sitio que da, no hay mucha pero donde vuelca, no puedes pasar. Hasta cuatro o cinco metros alcanzó aquella nevada.

Pa ir de Pontones a Santiago hay una cuerda que le dicen la Cuerda de la Cañá. Al lao hay una tiná, pues más allá, se hacía un ventisquero que le decían el abuelo. Allí murió uno que le decían el Bombita. Murió porque como había arrieros, iba con sus borricos cargados de cosas y se le atascaron los animales. El no pudo salir de allí y se heló. Los dos burros que llevaba y él. No quedó nada más que una perrucha. Es en el ventisquero que le dicen del Abuelo.

Pero en aquellos tiempos las personas tenían otra armonía. A otro día del nevazo que te cuento, de la Matea subieron más de treinta personas a socorrer a todos los que estábamos por aquellos campos. Se ponía uno delante y los otros lo seguían, se hacía trocha por la nieve, llamabas a las ovejas y por donde se metía una, la demás seguían detrás. La que se salía, no podía andar pero por la trocha, era la salvación.

El otoño se hizo presente y al poco, las negras nubes cubrieron el cielo, las finas lluvias regaron los campos y antes de que llegaran los fríos del invierno, limpia y densa brotó la hierba y en los rodales de tierra buena, el trigo, la cebada y el centeno y así fue como las tierras llanas de la gran llanura, de verde y vida otra vez se vistieron.

Y estaba ya el invierno un poco avanzado cuando se hicieron presentes los fríos y con ellos, los vientos y las nieves blancas y por las noches, en los charcos de las fuentes y las cañadas, crujieron los hielos y luego brilló la luna de los primeros días del mes de enero y cuando se intuía pero no del todo se esperaba, volvieron a cubrirse de nubes los azules cielos.

Aquella noche se durmió en calma y cuando todo estaba en su más hondo silencio, los copos blancos revolotearon y ayudados por el viento, mudos y fríos iban cubriendo los caminos, las fuentes, los calares y las cañadas y al amanecer de aquel día, los campos estaban tan blancos, que no se veían ni sementeras ni enebros ni retamas ni tinadas ni ovejas.

Y el otoño que había llegado tan generoso, de pronto se hundió en el seno de la más grande de las nevadas y en el más crudo de los inviernos y hoy, desde la distancia y la triste pérdida, refugiado en la luz que llega, lo gusto, desconsolado y amargo, en mi recuerdo.

Nota del autor: antes de continuar con el relato que va dando cuerpo a este libro quiero decir lo siguiente: el 19 de mayo del año 2000, casi un año después de haber escrito el grueso de este libro y vivir la experiencia, en Úbeda y en la mañana del día que he dejado escrito, me encontré con el hijo de un pastor por estos campos. Al preguntarle:
- ¿Cómo están este años los campos de pasto?
Me dijo:
- Mal está aquello.
- ¿Con la buena primavera que ha venido?
- Pero es que han sembrado pinos por todas aquellas tierras del Pocillo del tío León.
No me creo lo que oigo y por eso pregunto otra vez:
- ¿Han sembrado pinos por las tierras llanas que rodean al pocillo?
- Allí mismo. Toda esa hoya la han arado con un tractor y luego han sembrado pinos. ¡Es que como dan subvención!

Y cuando ahora termino de escribir este trocico, ya 25 de junio, con un día muy caluroso y con mis maletas preparadas porque me tengo que ir de estas tierras, todavía me digo que en cuanto pueda, si es que puedo antes de irme del todo, voy a venir por estos campos. Quiero ver con mis propios ojos la realidad que me ha descrito el hijo del pastor. Seguro que no me gustará nada pero quiero verla con mis propios ojos antes de irme para siempre de estas tierras. Sé, porque así lo presiento en mi corazón, que ya nunca más voy a volver por aquí y no será porque en el fondo no lo quiera. Pero presiento que en cuanto llegue por fin el momento de mi marcha y me vaya a donde deba, ya nunca más volveré por aquí.

Kilómetro cuarenta y uno doscientos y por la izquierda se me presenta otro refugio. Cañada Margosa, creo que se llama y aunque me gustaría parar, no lo hago porque me queda algo fuera del camino que recorro. Por la derecha una preciosa sementera de centeno y al lado del refugio, sobre unas rocas, pues unas tinadas para los animales.

Ahora recuerdo que mi amigo Antonio, de los nombres que tienen los rincones de por aquí, un día me enterró. Son todos bonitos y entrañables y por eso pongo algunos en este relato para enriquecerlo y para mi propio gozo.

Zona de la Cabrilla de Arriba, al pie de las Empanadas y los Campos: A. Sánchez // Hoya de los Encomendaores, Llano de los Pepinos, La Raja, Collado Salistre, Fuente del Salistre, Las Buitreras, Puerto Lézar, Puerto de las Perdices = Desde este puerto se vuelca uno a Castril, Tornajos del Puerto, Fuente de los Tornajos del Puerto, Cueva del Puerto, Majá las calles, Juan Perrera, Caballo de Juan Perrera, Poyo de las Víboras, La boquera del Pozo, Morro de la Sima, Majal del Gallo, La Cañá Huéscar, El Pozo de Prao Gonzalo, Las Ratoneras, Llano de la Rambla, Cerricovaquero, Majalabrá, El Toril de Oreja, Los Rastillos, El Renacuajo, Caballo del Renacuajo, Caballo del Lobo, Fuente del Lobo, La Secreta el Risco, Cerro de la Manga, Torca de las Acederas, Sestero del Caballista, Llaná de Papachín, Sestero del Agujas, Cuevaparía, Majá del Poyico, El Pozo Nuevo, Cerro de la Losilla, Llano de la Zamarrilla, La Secreta de Juan Perrera, Los Torcales, Cerrico Llavero, Sima de Cerricollavero, El Sestero de Cesar, Hoya de las Acederas, Pozo Nuevo, Majal del Pino, Cueva Rincón.

Majal del Cerecino, El Sestero del Risicas, Los Corrales del Brujo, Morro de las Peleas = lugar de las últimas peleas de los cristianos con los moros. Pozo de la Losilla, Don Fernando, Morro Cagasebo, Cañá de los Andreses, Cuerda de don Fernando, cortijo de los Silvestres, Prao Juan Ramos, Las Casicas, el Torco del Relámpago, Cueva Alta, Majal del Platero, Majal del Real, Camarillas, Los Hoyos del tío Paco, Hoya del Polvo, Los Tornajos del Rincón, La Torca, Los Losares, El Morro Blanco, El Toril, Los Tabacares, Barranco del Buje, Hoya del Buje, El covacho del Buje, Majá del Cuervo, Hoyo del Calar, Los Collaos, El Hoyo Colás, Corral de los Palos, Corral del Canalizo, El Picacho Centellao, se le dice así porque cuando se forman las nubes, siempre descargan sobre él sus rayos.

La Mata las Chaparras El Cucón, La Majá del Toril, Morro de los Cojos = lugar donde se dieron las últimas peleas de los cristianos con los moros. Las Lomicas de Enrique, Los Calzones, La Era del Ruso, Hoya Puvicas, Hoya Honda, Llano del Estudiante, El Piazo de las Riscas, El Pino del tío Martín, Hoya del tío Chato, cortijo de Camarilla (junto al mismo camino y casi en la mitad que sube desde la vega de las aldeas y atraviesa los Campos) Calar de Camarillas, Hoya de los Pozos, Los Rompizos, Majá de los Culeros, El Caballo, Piazo de las Alegas, el Pocico del tío León, Hoya del tío Marcial, Las Lagunas, Las Lagunillas, Las Pajareras, Pino del Colgado, Solana de los Cuchillos, Serenas, Loma de la Paja, El Curtio, Majá de la Perdiz, La Charca, Corral de las Vacas, Prao Juan Ramos, Prao las Quimeras, Majá de las Paratas, la Pinadilla, Cabeza Alta, Covacho de la Manga, Covacho de los Ladrones, Covacho del Horno, Las Fuentecillas, Tiná de las Fuentecillas, Loma Larga, Hoya del Pocico, Prao Flores = Cerca de don Domingo, La Juanfría, Collado de la Paja.

Término de Santiago de la Espada, Calar de Gila y Poyos de la Toba = nombre de monte ordenado número J- 1.073: Hoya del Buitre, Coto de la Petaca, Pío Oveja, Majal del Romero, Cañá Hermosa = Cañá y Cerrada, Calar de Poyotello, Cerro del jabalí, Hoya del Cerezo, Tinada de Cerezo, Cueva del Agua = nacimiento de la Cueva del Agua en el río Segura, Collado del Almorchón, Almorchón = Pico con 1.919 metros y Sierra. Desde los Teatinos, mirando para arriba a la izquierda, hay una horquilla que lleva ese nombre y tiene una fuente allí que le decimos la Fuente de la Horquilla. Al pie de eso, siguiendo a la izquierda, es el Almorchón Chico.

El Artuñido = aldea en la vertiente del Guadalquivir, Las Mesillas, cortijo de las Mesillas, Las Covachas o cortijo de las Covachas = Cueva en la umbría del pico Almorchón, El Frontón = monte en la solana del Almorchón, el Aguaero = en la solana del Almorchón, La Solana del Almorchón = dos Cuevas: Cueva de Bota, Cueva de la Pez, Hoya de Almorchón, Almorchón Chico = Cerro pequeño, Fuente de la Orquilla, Piedra del Nido, Fuente de las Mesillas, La Huerta, Fuente del Simental, La Jordana, Lomica de la Riocha = Donde duerme el ganado, Majal de las Mesillas, Tinada de las Angustias, Barranco de las Canales, Castellón, Collado de la Arena, Majal de Juana, Tinada de Perico, Solana del Garbanzal, El Morro del Cura, Los Cambronales, Loma del Pino Seco, Risca del Ramal, Cuerda del Polvo, Hoya Espinosilla, El Aguilón del Perro, Barranco de los Aguilones, Tornajo del Molatón, La Piedra del Cuervo, Hoya Maranaza, Cañá la Cruz, Tiná del Mensoncillo, Calar de las Palomas, Los Tornajos del Buitre, Tornajo del Cascajo, La Hoya Jarai, La Chaparra, Las Eras del Borbotón, Las Pajareras, Calar de los Tejos, El Pedroche, Campos del Espino, Majada de la Risca, Sestero de Juan de la Cruz, Collado de los Culeros, Majal del Cuervo, La Torquilla, La Torca, Pozo de Rabillo, Cuerda de las Banderillas, Cagasebo, cortijo del Campo del Espino, Hoya de los Jordineros, Tornajillos del Rincón.

Zona del Cerezo: Castellón Grande, Castellón Chico, Las Hoyicas, la Erica, La Molata, Nacimiento del Fueterrón, Los Picachos, El Corralón, La Mesilla del Cerezo, Majal Alto, Majal de la Risca, Collado Bartolo, Loma de Bartolo, Los Horcajos, La Umbría del Aguila, Fuente del Aguila, Fuente de la Cerrá, Charco de la Cerrá, El Hornico, La Solana, Las Mesilla del Royo, Los Arenales, Tiná de los Arenales, El Recó de los Arenales, Cueva del Tamaral, Collao de los Arenales, La Torca del Picón, El Picón del Galayo =(Es nombre que sólo se usa por aquí y en algunas regiones de Murcia. Hace referencia a roca alargada en una llanura. En las serranías de Murcia y Segura, presencia de rocas peladas que se elevan en algún monte) Los Tornajos del Galayo, Las Llanás del Galayo, Cuerda de las Panochas, Las Cruces, Tiná de las Cruces o Tiná de los Pinos Gordos, Loma de los Muertos, Morro de los Pedroches, Loma del Borrego, Salto del Moro, Cañá la Cruz, Laguna de Cañá la Cruz, Calar de las Palomas, Tornajos del Buitre, Hoya del Maguillo, El Cerro, Mesilla del Patronato, Morra Grande, Morra Chica, Collao de la Cruz, Fuente de las Piedras, Los Horcajicos, El Molatón, Las Tachuelas, Majal de Francisca, Loma del Riscón, Haza de la Carrasca, Fuente del Sancho, Fuente del Manco, Tiná de las Bolas, La Tiná la Tejera, Morro de la Cruz, cortijo del tío Mateo, El Pajarillo = Peñón, Peñón Carrasco, Era Cuña, El Tornajico, Majal Colorao, Risca del Soldado, Era de las Lagunas, Poza Blanca, Morro de las Arrimás, Tina de la Señorita, Fuente Patricio.

- ¿Y Camarillas?
- Tú ya sabes que todos los nombres de estas sierras tienen su sentido. En un principio siempre hay una anécdota curiosa nacida de las personas de aquí que, a mi entender, es la que de verdad vale por encima de cualquier otra cosa. La gente se los ponían por algo y a mí me gusta que eso se respete. La palabra camarillas es diminutivo de cámara, que se refiere a la parte alta de la vivienda en los cortijos. Donde se guardaba grano, aperos de labranza y otras cosas.

Pues resulta que cuando estaban construyendo el cortijo de Camarillas, como eran terrenos del Estado, no daban muchas licencias para que se edificaran cortijos. Lo iban haciendo poco a poco. Una vez fueron a denunciarlos porque estaban construyendo y al verlos, mi abuela les dijo: “Si no estamos haciendo gran cosa. Sólo le subimos a esto un camaril”. Y a partir de aquel percance, se le fue diciendo Camarillas y, al correr del tiempo, con este nombre se ha quedado. Pero viene desde los primeros comienzos del cortijo y relacionado con lo que allí mismo se levantó.

- Y claro, al calar, se le pegó el nombre ¿verdad?
- A parte de que en los Campos de Hernán Pelea, casi todo el terreno son morros que van haciendo altos y bajos, el calar de Camarillas, es un morro singular. Hace un punto bastante alto y como se encuentra en la misma finca, pues aquello es famoso por eso. Es un solo calar. Tiene las bajeras que son tierras de labor pero el morro, es solo en toda aquella finca. En puesto de ser el calar de tal o calar de cual, pues como es solo y grande, se le fue pegando el nombre que tiene el cortijo.

- ¿Qué cuevas hay en Calar de Camarillas?
- No muchas. Hay una que le dicen la de los Culeros, que es muy famosa y hay otra cueva de los Culeros que no es tan famosa pero puede que sea más grande. De larga, es muy grande. Lo que pasa es que te metes en ella y aquello es muy poca cosa pero tiene unos gateros pa dentro, que salen al barranco el Buje. Aquello tiene una longitud exajerá. Estas dos cuevas son las más famosas en el Calar de Camarillas.

Pero además hay otra, que no es cueva y que le decimos el Covacho del Abujero. Se encuentra por debajo de la Cueva de los Culeros. En el rasillo de la Majá de los Culeros. Luego tenemos el Covacho el Buje, que también es un covarrón bueno y yo creo que por allí, ya no hay más cuevas.

Sima hay una en el Toril, que no es muy famosa pero en fin, es una sima regular. Fuentes si que no hay ninguna en el Calar de Camarillas. Aunque se puede decir que mana por allí el Pocillo del tío León y los Tornajos de los Culeros, también es otra fuente. Los caminos, ya los hemos dicho pero lo que es digamos en el calar, no hay caminos ninguno.

Piazos sí que hay. Dentro del calar, tenemos el piazo la Cueva, el piazo las Alegas, la Hoya el Buje, el llano del Pocillo, el del tío Chato, la Hoya el Ruso y pocos más. Son trozos de tierra de labor que dan buenas cosechas. Las sembrábamos de trigo, centeno y otros cereales.

- ¿Por qué lo de la Cueva del Saltaor?
- Pues se le dice así porque tiene un gollizno allí para que baje el agua que chorrea desde una altura muy grande. Ahora no hay agua por allí porque vienen los tiempos muy escasos. Cuando llovía mucho, en todo tiempo bajaba el royo de agua y al llegar al despeñadero, pues la corriente pegaba un salto enorme y de aquí se le fue quedando el nombre que tiene. Otros nombres son: Tiná de los Benignos, Torco del Relámpago, Ojo Mancha, Caseta del Rayo, Caseta de la Campana, Morro de Patas, Tiná de los Cardaores, Los Paerones, la Tiná de los Romientos.

A partir de la Cueva del Saltaor, siguiendo para arriba, hay un barranco que se llama de la Mata Negra. La Fuente Matías está en el Morro de Patas pero volcando hacia el Barranco de los Aguilones.
- Y el nombre de Juan Perrera ¿de dónde nace?
- Pues a mí me han contado que había un matrimonio que era el dueño de aquello. La mujer se llamaba Juana y era hija de uno que le decían Juan el Perrero. La hija de este hombre se casó y compró allí una cantidad de terreno. Pero como la parte más grande era de este que venimos diciendo, pues le decían los llanos de Juan Perrera, por el nombre de la hija del Perrero.

Y me pregunto yo ahora ¿por qué muchos serranos de por aquí a estos lugares les llaman Campos de Juan Perrera? En el único libro que ellos lo han leído ha sido en el de la trasmisión oral, de una generación a otra y ni siquiera prestan atención a lo que científicos o buenos escritores, descubren o escriben. Sus rincones amados, y por eso les pertenecen desde las raíces más hondas, tienen nombres que ellos conocen bien desde lejanos tiempos: Campos de la Rampalea, Campos de la Gran Pelea Campos de Hernán Pelea o Campos de Juan Perrera es como los han conocido de toda la vida y así será como le seguirán diciendo, sabe Dios hasta cuando, si es que antes no queda estropeado por mapas o libros escritos desde lejos de ellos.

Rampalea, es una simplificación que ellos han hecho para entenderse y poderse mover por las tierras, sin meterse en más problemas. Los serranos, siempre tienden a ser lo más riguroso posible pero prácticos. No necesitan ellos complicar las cosas demasiado sino ir a lo que les es útil a la vez que económico.

“Al salir de Fuente Segura para arriba, a un llano que hay allí, le dicen el Salto del Moro. Aquello dicen que dio un salto un moro y por eso le quedó el nombre. Que siguiendo el campo arriba, llega a la laguna de Cañá la Cruz, al Pozo Turma, al Campo del Espino, a Pinar Negro y todo eso. A todo ese rincón le dicen el Campo de Gran Pelea. Y es por unas peleas que tuvieron los moros. Le decimos el Campo de Rampalea, para abreviar pero es el Campo Gran Pelea. Este es su verdadero nombre y viene de la batalla que ya hemos dicho. Son terrenos llanos que antes se sembraban mucho”.

- Pero el primer nombre ¿cual fue?
- El primer nombre que tuvieron los Campos de Hernán Pelea, que hoy se llama así, era el de los Campos de la Gran Pelea. Porque, cuando estaban los moros aquí, por ahí se establecieron y en esas tierras vivían. Pero cuando los echaron, en ese rincón fue donde tuvieron las últimas batallas. En el campo aquel. Muchas piedras yo me he encontrado por allí que son de metralla.

De estas últimas batallas que tuvieron los moros, se le quedó el nombre de los Campos de la Gran Pelea pero luego, por “mediación” de que quedara más bonico o refinarlo de la manera que fuera, que a la gente le gusta refinar cosas, pues le empezaron a decir los Campos de Hernán Pelea pero ni siquiera este es su nombre verdadero. Y otros que yo he oído, mucho menos.
- Pero te pregunto de nuevo ¿Por qué de Hernán Pelea y no “Perea”?
- Es que eso de “Perea” es un invento de no sé quién. ¿Tú lo Sabes?
- Algo sé.
- ¿Y qué opinas?
- Que me gusta más el nombre serrano de siempre aunque el otro esté fundamenteado en algún hipotético texto histórico.
- Pues ya está dicho todo.
- Todo no porque mi pregunta no queda respondida. ¿Por qué Pelea y no “Perea”?
- Te digo que “Pelea” es lo que por aquí siempre hemos dicho y desde tiempos inmemoriales. Quizá sea una deformación pero aun así tiene tanto valor o más que lo que fue en un principio total, si es que fue como dicen que fue. La historia de la sierra, es la nuestra, la de los serranos. La otra historia, mas bien siempre vino a destruirnos hasta en los nombres de los sitios aunque dijeran y digan que los nombres de la sierra son sagrados. Solo un serrano cultido por las nieves y el sol de los campos sabe lo que significa la palabra “Sagrado”.

- ¿Y lo del Morro de las Peleas?
- Pues eso viene casi de lo mismo que se ha dicho antes. En aquellas fechas de los moros, hubo un follón grande de peleas por aquí. Por lo que yo he oído de mis mayores, fueron unas de las últimas peleas que tuvieron. Y en el Morro de las Peleas con el Morro de los Cojos, que también lo hemos dicho, mataron a muchos. Otros se fueron lisiados y otros, sanos y salvos. Con brazos rotos, piernas heridas y un montón de cosas, más leves o más graves. Este morro se encuentra entre Hoya Humosa, la Tiná de los Enamoraos, Cañá Rincón y la Losilla.

En el Morro de los Cojos se quedó uno de aquellos, cojo, en un “bujero” que hay allí especie de una sima. Allí se estuvo hasta que sanó de la cojera que tenía. El sólo se curaba, se administraba y vivía en esa sima. Lo que pasó cuando ya sanó, no lo sé yo pero que al Morro de los Cojos, se le quedó este nombre por la historia que ya hemos contado. Lo mismo fue con el Morro de las Peleas.

- Frente al Morro de las Peleas, hacia el levante, tenemos otro picacho diez metros más alto 1784 m. Y que se llama Morro de Cagasebo ¿por qué?
- La procedencia de este nombre, ya no me lo sé. Pero sí te digo que el sebo es la grasa que tienen las ovejas. La de los marranos se llama tocino y a las de las ovejas y borregos siempre le hemos dicho nosotros sebo. Como por estos campos lo que más hay son pastores y rebaños, pues claro, derivado de esta actividad, salió el nombre que traemos entre manos. Tú sabrás mejor que yo si en otros sitios de estas sierras también aparece este nombre.
- Ahora recuerdo que por lo menos en cuatro puntos distintos me en tropezado con esto de Cagasebo. Pero ¿vamos con otros nombres?
- Pues vamos. ¿Por dónde seguimos?

- ¿ Por la Cueva de los Ladrones?
- Es un sitio que está en la mojonera del coto nacional. Se da allí una tierra tan mala que las cabras monteses, no lo tienen muy claro por algunos sitios para pasar. A esta cueva le pusieron de los Ladrones no porque las personas que vivieron ahí fueran ladrones. Lo que les pasaba es que no tenían medios para vivir y no podían estar en ningún sitio que los vieran.

Por las noches, a uno le quitaban un borrego, a otro le quitaban pan, aceite, patatas o lo que fuera. Todo lo que pillaban pero sólo para comer ellos. No para vender o negociar. Era para vivir. Un día ya los vieron y entonces dijeron: “mirad donde están los ladrones. Estos son los que nos han quitado las cosas que nos faltan”. Y de aquí le quedó a tal cueva el nombre de los Ladrones. Pero está la Cueva de los Ladrones en un sitio, que las personas tienen que andar con cuidado para entrar allí. Ahora, una vez que estás dentro, aquello sí que es cosa bonica de verdad.

- ¿Por qué se le dicen Pinar Negro?
- Pudiera ser, que no estoy cierto, que fuera algo parecido a lo del Pinar del Duque. Que esto está metido en la Provincia de Granada pero muy cerca de nosotros. En un si principio, los dueños, fueron duques. Pero ocurrió que un hombre que era pinche, los que llevaban el agua a los que trabajan en la corta de la madera, siempre estaba quejándose y diciendo: “me cago en la mar que vengo reventao”. Y otra vez y otra vez, hasta que ya le dijeron el tío Reventao.

Y al final de la corta, pues este hombre le dijo al duque: “¿Me vende usted el pinar? Yo le compro el pino, la caída y el vuelo del hacha”. El duque pensó que le estaba vendiendo un pino y a la caída y vuelo del hacha, no le echó cuenta. Cuando se percató, pues tenía el pinar vendido. Y como lo que valía era el vuelo del hacha y la caída del pino, pues era el pinar entero suyo.

Se hicieron sus escrituras, se quedó este hombre con el pinar y en puesto de seguir el nombre del duque, pues se lo cambiaron por el apodo que le habían puesto cuando era pinche, que era el Reventao. Por esto aquello ahora se llama el Pinar del Reventao.

Yo creo que lo de Pinar Negro, puede venir de la misma manera. Si había un hombre que le decían el negro de apodo, pues de aquí se pasó al pinar. Por otra parte, también dicen que aquello se quemó, se quedó negro y ya la gente decía: “El pinar se ha quedado negro”. Por una de estas dos razones, puede ser el nombre de Pinar Negro.

- ¿Y el Campo del Espino?
- Yo creo que puede ser que antes de que roturaran aquellas tierras, estaban cubiertas por muchos espinos majoletos. Mucho campo había por allí cubierto de estas plantas pinchosas. Lo roturaron y allí ha quedado una cañá que es “exajerá” de buena para los animales y para sembrarla. Vale para pastos y para siembra. Pero el nombre, se ve claro que lo toma de la muchas plantas de espinos que por aquel había.

- Vamos con la Loma de la Paja.
- Esto sí me lo sé bien. Es porque en las eras aquellas trillaban mucho. Hay un collao allí que vienen todos los aires a parar a la misma era. El Collao de la Era, puede ser su nombre. El Collao de la Paja, está arriba. En la punta de arriba de la Loma Larga.

Allí hay una loma muy grande que la punta de abajo, llega a las Pegueras y la punta de arriba, va a unos torcos que hay que le dicen el Torco Relámpago. Hay como un par de kilómetros allí y una loma muy larga. Cuando ablentaban, pues la paja se iba a la loma, porque se la llevaba el aire. Y la gente decía: “Mira cómo se ha puesto la loma de paja. Ya se conoce que han trillao”. Y claro, de aquí se le fue diciendo y se quedó con el nombre de la Loma de la Paja. Pero no al cortijo, que está cerca, sino a la cuerda aquella que se llama Loma Larga. Y se dice “Lomalapaja”.

En el cortijo de Loma de la Paja, de primeras no había ná. En principio hubo una familia allí que él se llamaba Sebastián. Crió allí a los hijos pero con escasez. No había viviendas y por eso, poco a poco, fueron haciendo una construcción que se fue agrandando hasta que salió el cortijo. Más o menos como mis abuelos con Camarillas.

- ¿Y lo de las Pegueras?
- Era un cortijo que estaba cerca de la Loma de la Paja. Las personas que hubo por allí, hacían pegueras. Era una familia que se dedicaba a esta labor. Esto era para sacar el alquitrán de las teas de los pinos. Aquello también era penoso, no creas que no. De los “ciporros” de aquellos pinos sacaban alquitrán. De aquí se le quedó al lugar el nombre de las Pegueras, porque por lo visto, no era una sola sino muchas.

- ¿Por qué le dicen Llano de los Pepinos?
- Según los comentarios que he oído de las personas mayores, es que había un hombre que venía allí a trabajar las tierras. Estaba un poquillo escaso de to. En la puerta de un covacho que tenía para guardar el hato, sembraba un hoyo. Hizo allí como un poco huerto y sembró pepinos. Para él mismo y para darles a sus amigos. A cargas, los iba regando y por lo visto aquellas tierras, a este hombre, les daban pero que muy buenos pepinos. Al correr el tiempo, al lugar se le fue quedando el nombre de la hortaliza que sembraba por allí este hombre. Desde entonces se le conoce con el nombre del Llano de los Pepinos.

- ¿Por qué se le conoce con el nombre del Renacuajo?
- Porque es una fuente muy pobre. Que no es fuente para que beban ni las personas ni los animales. Es un renal de barro y poco más. Allí se crían muchos renacuajos. Siempre hay ranas, renacuajos, escuerzos, bichillos de esos que son aguarines. Y claro, como otros muchos puntos de estas sierras, fue tomando el nombre de los renacuajos que en aquellos charcos se crían. De la fuente ya pasó a otros puntos cercanos y por eso, además del venero pobre, hay algunos trozos de tierra que llevan el mismo nombre.

- ¿Y lo de Monterilla?
- Algo después de la guerra, hubo un hombre allí que estaba con animales y labrando un poquillo de terreno. Estaba con un hato debajo de un riscal que está en lo alto del majal de Monterilla, muy cerca del refugio. En los tiempos del otoño, mayormente, en lo alto del majal aquel, todos los aires pegan muy bien allí. Pues el hombre llevaba una gorra pequeña y siempre se la estaba quitando el aire.

A todo lo que se pone en la cabeza, nosotros le llamamos montera. Tanto una gorra como una “bilbaina”, que eso es una cosa negra con un pitojo arriba, que no tiene visera por ningún lado. Al sombrero y un follón de cosas más que son para la cabeza, se le llama montera.

Este hombre como le estaba la montera muy chica, pues siempre el aire se la iba quitando. En cuanto se juntaba con los compañeros que tenía por allí, le decían: “Ya se ha llevao el aire la monterilla”. Y a raíz de tanto repetir lo mismo, al hombre empezaron a conocerlo por el sobre nombre de Monterilla. En puesto de ponerle otra clase de apodo, pues le pusieron este. Con el tiempo, este nombre fue pasando al terreno y ahora todo el mundo conoce el lugar con el nombre de Monterilla.

-¿Que es un gollizno?
- Cuando hay una meseta en un punto muy alto, en la parte más baja, pues de arrastrar el agua, se forma como un vallejo. A esto se le llama con este nombre. A donde desembocan las aguas de una meseta alta.

- ¿Y cimbra?
- Una cimbra o un rastillo, que más o menos es lo mismo, es terreno malo. Levanta más que las otras tierras. La pila de riscas que hacen pico, en esas sierras altas, se le llama cimbra. Ahí no hay tierra buena. Sólo riscales

Por encima de Camarillas, casi en lo alto del Calar de Camarillas, hay un sitio que se le dice el Covacho del Buje. A parte de que es un covacho donde han encerrado ganado y todo. Y hay una cimbra de riscales que allí te pones en lo alto y miras para abajo y te mareas. Un rastillo puede ser en cualquier campo que tenga un poco de mala tierra. Lugar pedregoso.

- ¿Y la landrera?
- Es una mata que normalmente se cría donde la tierra tiene mucho cuerpo, buena tierra. En los troncos de los espinos, en las riscas gordas pero con tierra negra y buena. En estos sitios es donde se cría esta mata. Tiene una especie de patatas que se llaman “macocas” y eso pica más que los pimientos. En aquellos tiempos, los marranos que se empicaban a esto, engordaban mucho. No es que sea de gran alimento, sino que se comían todo lo que venía detrás.

A mi padre le dieron una vez una gorrina de cría. Se la dejó a un hombre que se dedicaba allí a sembrar. Luego se quedaba con la mitad de las crías y la otra mitad para nosotros. Cuando los recogíamos, pues era para matarlos. O sea, para la matanza sin echarle más nada. Sólo lo que cogían por el campo. Este hombre se llamaba el tío Perra Gorda.

Una vez, por la Tiná de los Enamoraos, fue un hombre a por basura. Había allí un muchacho que siempre ha sido muy malo. Tenía unas macocas y el hombre al verlas le preguntó:
- ¿Qué tienes ahí, muchacho?
Contestó:
- Macocas ¿quieres una?
Las macocas de las landreras, no se comen porque son muy malas. Hasta te puedes morir y todo. Hay otras matillas que también tienen macocas, que sí se comen y están buenas. Pues el hombre respondió:
- Pues tráela.
Claro, el hombre se tiró a la más blanca y gorda. ¡Madre mía! Era landrera y por pocas se muere. Le entró una espumareda que se moría a chorros por la boca. Ahora que si lo coge, lo mata al muchacho. La matilla que da las macocas que se comen, echa unas florecillas blancas y abajo, tiene una porreta. Las sacas y te la comes y está buena de verdad. Por Sierra Morena no se crían estas matas.

- ¿La Raja?
- Es que hay una secreta muy grande, de piedra. No es cueva tampoco. Aquello unos rendijos allí que... pa tener los pastores el hato, nunca valió aquello. Son como grietas grandes que hay entre las piedras y están muy altas. Aquello una majá para encerrar ganado. Se protegían mucho del frío en las rajas aquellas. Mi padre anduvo mucho por allí pero se ponía en un peñón de al lado, que tenía un cobertijo.

- ¿Y las acederas?
- En los Campos de Hernán Pelea, abundan mucho por todos sitios pero más en las tierras de labor. Es comestible para las personas y muy buenas que están. Su sabor es un poco avinagrado. Aquella hoya es de la más dulce para criar acederas. Por eso le pusieron el nombre de la Hoya de las Acederas. Por allí hay un follón que no veas con el nombre de esta planta. Por ejemplo: la Torca de las Acederas, el Pozo de las Acederas, la Hoya de las Acederas y más rincones que ahora no recuerdo.

- Vamos por el Cucón.
- Cuando llueve se va acumulando el agua en el hoyo de una piedra que hay allí. Que más de una vez hemos ido a por cargas de agua al cucón aquel. Le cabe más de cuatro cántaros. Es un hoyo natural en una piedra viva y cuando se llena de agua, dura mucho tiempo.

- Los Calzones.
- Es que hay una brazá de tierra que parece de verdad unos pantalones. Arriba hace un poquillo de cuerpo, digamos, y luego hay un rastillo, que no se puede labrar porque es mala tierra. A cada lado del rastillo ese, bajan como unos pantalones. Dos canalizos, digamos y hay una tierra buena de verdad. Hace algo parecío a unos pantalones y por eso le dicen los calzones. Este punto se encuentra exactamente donde se junta el camino que viene de la Tiná de los Enamoraos con el que sube del Pocillo del tío León y un tercero que viene del Campo del Espino. Justo por ahí mismo pasa la verea de trashumancia. La hoya del Polvo queda allí cerca y en el camino que viene de los Campos del Espino.

- ¿Y qué tenías en el Llano de los Estudiantes?
- Todavía tenemos allí nosotros tierras de labor. En la punta de abajo del llano que aquello no sería difícil que supieras el sitio clave donde está. Pasando por debajo del cortijo de Camarillas hacia los campos de arriba, pues en derecho del cortijo subiendo, hay un sitio allí que tiene unas paratas, conforme sube a la mano derecha. Crece un espino de los que hemos dicho, en el centro. Aquello es nuestro. Se ve la obra del cortijo desde allí.

- Los Rompizos.
- Es otra cosa nuestra también porque pertenecía al cortijo de Camarillas. Aquello sí sé yo por qué le viene el nombre. Lo roturaron mis padres y mis tíos. Era tierra de pastos para el ganado y como les gustó aquel trozo, lo labraron ellos desde el principio. De romper, roturar la tierra, le viene el nombre de Rompizos.

- Y las Lagunas ¿por qué es?
- Porque hace allí un poquillo de cañá. Yo me acuerdo de chico que ya había allí charcos de agua. Pero luego, cuando hicieron el carril para bajar las maderas que ya hemos dicho de la Cabrilla, sacaban tierra para arreglar el camino y se formaron más pozos. Cuando llovía o nevaba, el agua se estancaba y de aquí se le quedó el nombre de las Lagunas.

- ¿Pero tenemos también las Lagunillas?
- Están por la caída de Cueva Alta pero tirando para el cortijo del Curtío. A continuación de Cueva Alta, va un sitio que se llama Pino Parao. Entre medio, hay una cimbra de riscales que lo ves desde Camarillas y dices: “madre mía, aquello es un morro que allí se “espeña” el diablo”. Y sin embargo, cuando subes a lo alto, te encuentras con una meseta de labor muy buena.

Es tierra muy húmeda. Entonces aquello, a lo mejor, hasta el mes de San Juan y hasta Santiago, en los años aquellos de tanta lluvia, de lo que lloraba, se hacían lagunas chicas y muchas. Le decíamos las Lagunillas y ese nombre tiene.

- ¿Tú que dices que es Juanfría o Fuenfría?
- Esto es que no sé yo dar con su verdadero nombre. Yo lo conozco por Juanfría pero este nombre creo que no es el verdadero. Creo que su nombre bueno tiene que venir de su raíz primera que es una fuente. Tiene que ser de Fuente Fría y después, unos y otros, lo han ido amasando hasta dejarlo en esa forma y eso es lo que le decimos pero su nombre de verdad, no es el de Juanfría. Creo que remanece este nombre de Fuente Fría.

- ¿Y de dónde viene lo del Borbotón?
- A este punto es que se le dice la fuente del Borbotón y deberían ser las fuentes, porque en un trocico pequeño, allí hay muchas fuentes. La Fuente del Borbotón sí es fuente pero a parte de este venero, hay muchas jordanas por allí. Y las jordanas son especie de fuentes pero no lo son. Revientan cuando llueve mucho y cuando ya no llueve, se apocan y hasta llegan a secarse. A estos veneros se le dicen jordanas y de esto hay muchas por allí, alrededor del Borbotón. La fuente principal es porque nace del suelo y sale el agua para arriba en borbotones. Como si estuviera herviendo y de aquí le viene el nombre que ahora tiene.

- La Molata, es un nombre que no hemos dicho.
- Si vemos que hay mala tierra por todo y luego en lo alto, un piazo de tierra buena, a esto se le dice molata. Quizá venga de muela. Como una muela grande que se pone para arriba y en lo alto tenemos un trozo de tierra que rinde mucho. Puede estar en cualquier sitio pero al lado de los arroyos, no. Entre dos arroyos, sí. Lo que hay entre el surco de dos arroyos, puede ser una molata. En una sierra que hace cumbre, también. Casi siempre nos encontramos las molatas, en las bajadas.

- ¿Y cenajo?
- Es donde sale agua pero en poca cantidad.
- ¿ Y puede ser cueva?
- No, por norma general. Es como si decimos una cañá, entre dos picos de terreno más alto o menos. Enmedio hay una cañá y a lo mejor, crecen juncos y tenemos humedad. Ahora, lo que más usan estos cenajos, son los “jabalises” para bañarse y enfangarse. Que de ahí viene este nombre: de cieno, cenajo para encenagarse. Que no hay agua para beber pero sí para hacer barro.

- ¿La Piedra del Cuervo?
- Cuando vamos por la carretera que sube desde Hornos y recorre toda la cumbre, antes de llegar a Pontones, a lo lejos se ve un picacho grande. No es un picacho sino una enorme piedra. Algunos le dicen la piedra de los gitanos pero no es ese su verdadero nombre. Se llama, desde siempre, la Piedra del Cuervo. Queda al poniente del pico Galayo pero sobre la cubre y tiene más de mil ochocientos metros de altura.

Hay otra piedra también grande pero que no se ve desde la carretera que hemos dicho porque se encuentra más cerca del Almorchón y metida en la ladera que da a Cañá Hermosa. Es un peñón muy bonico que tiene por nombre Piedra del “Nío”. También está muy empingorotá y como no sepas dónde está, no se ve desde la carretera. Pero la del Cuervo, es la que se ha dicho y que como se alza y forma cúspide, se ve desde muchos puntos de la sierra.

- ¿Y lo que me decías de Pioveja?
- Tiene una extensión de terreno bastante grande. Coge desde el Barranco de la Mata Nagra, de la Cueva del Saltaor, por el Poyo Catalán, por la Huerta del Manco. Todos esos morros que suben desde esos puntos para arriba, hasta que llega a la Tiná de la Cuerda, que es donde la carretera vuelca para Cañá Hermosa. Todo eso es Pioveja pero dentro de este terreno, hay un follón de nombres que también los llevas puestos.

Al pasar el refugio de Monterilla, la pista desciende a una hondonada y atravieso por el centro de la sementera. Así es como me lo ha dicho el amigo pastor que atrás acabo de dejarme. Revoloteando por encima de las matas de trigo, pues un buen puñado de pajarillos que ponen su nota alegre a los paisajes y al día de hoy. Sigo comprobando que el camino se encuentra en muy buenas condiciones. El que llega hasta Collado Bermejo, ni se le puede comparar con este que ahora recorro.

Me encuentro en la elevación mas levantada de estas tierras y por eso, enseguida me digo que desde este punto voy a comenzar a bajar primero hacia el arroyo de la Pinadilla y luego me introduciré en la vertiente de la Juanfría, arroyo en el que se encuentra el Pino Galapán pero mucho más abajo. Los pinos laricios van apareciendo y esto me indica que recorro otros terrenos mucho menos llanos. La altura roza casi los mil ochocientos metros. Más elevado que por los paisajes de los Campos. Y lo que sucede es que la pista se viene mucho para el lado derecho que es por donde se alza la parte alta de la cuerda que limita los contornos de los Campos y con ellos toda la extensa altiplanicie que pertenece a Santiago de la Espada.

Kilómetro cuarenta y dos cien. Ya esto baja. Dolinas a un lado y otro y por todo lo alto, como si fuera un puente, discurre la pista. En las laderas de las dolinas, desparramados y agarrados a la tierra para sacarle la vida que necesitan, los enebros rastreros. Su verde es tan intenso que hasta asombra y contrastan con la sequedad del entorno. La tierra ahora tiene color blanco y las piedras calizas abundan mucho.

Unas canteras de donde han sacado tierra para arreglar el camino y como la han dejado descarnada, su blancura brilla al sol de este día caluroso. Entro a la depresión de una cañada y enseguida noto que esto es el comienzo de una extensa y profunda vertiente que se derrama hacia la cuenca del río Zumeta, afluente del Segura pero a muchos kilómetros de aquí y en unos rincones bien hundidos hacia el nivel del mar.

Otras dos dolinas por la izquierda rodeada de grandes matas de enebros rastreros, sabinas y algunos pinos laricios. Desde este punto que recorro ahora, ya veo con mucha más claridad la cuenca del arroyo de la Pinadilla. Un magnifico cauce es este arroyo que tiene muchos pequeños ramales repartidos por las tierras que voy recorriendo. Justo en estas alturas nacen todos y luego se van fundiendo según caen. Impresionante los parajes que antes mis ojos ahora tengo y la belleza que reflejan.

Nada más empezar a bajar, cruzando el arroyuelo, la pista traza varias revueltas. Y al venirme hacia la derecha recorriendo la curva, en todo lo alto, un pino laricio perfectamente clavado, blanco y recto y por eso se presenta con una majestad que asombra. La ladera, pues ya un poco suavizada por el verde de los espinos y los enebros. La pista tiene incluso hasta sus alcantarillas de cemento. Se ve que la construyeron a conciencia y para que durara.

Cuarenta y tres trescientos y ahora desciende con la inclinación de la ladera. Se pronuncia casi en picado porque va buscando cruzar el surco del segundo arroyo, el de Juanfría. En cuanto lo cruza, primero remonta un poco por el lado derecho de este cauce y luego ya enfila en la misma dirección del surco para rozarlo casi por completo al pasar por donde crece el pino Galapán. Pero todavía no lo he cruzado.

Un álamo y dos pinos laricios grandes. Una tinada que hay aquí, al cruzar el arroyo, varios coches en la puerta y unos álamos. No se ven personas. Y creo que esta construcción corresponde a La Pinadilla. Un poco más lejos y arriba, se encuentra el refugio Collao de la Paja. Si en esta casa hay pastores, están en su siesta como le pasaba al que saludé hace rato en Monterilla.

El cuadro era de excepción y para que no se pierda, lo pongo aquí: con los hermanos, aquel día, bajé por la senda y en el rincón de las encinas viejas, nos quedamos. Por la tierra estaban las ruinas del cortijo y en el paladar del alma, la imagen de la madre buena sentada junto al fuego.

- ¿Has venido?
Me pregunta ella.
- He venido y qué consuelo estar contigo.
- Pues no te quedes mucho por si se te hace de noche y luego no ves la vereda.
- Pero si no quiero irme.
- ¿Y quién cuida de los marranos y las ovejas?

Y sin querer irme, salgo del cortijo y me acerco a la chiquera. Veo que la piara, por su cuenta, se ha escapado del corral y por el arroyo arriba, se ha ido hacia la profunda sierra. “¿Qué hago yo, sin querer irme de ella y con los marranos perdidos por el monte?”.

Y el momento extraño, que es más alma que tierra, se me clava en la eternidad y hoy, cuando con los míos vuelvo, lloro y sufro y gozo frente a la tierra y el recuerdo con su ausencia. Por eso decía y repito que el cuadro era de excepción y yo dentro hecho vida sin carne y dulce tristeza.

Cruza el arroyo y remonta, trazando cuatro curvas y el cortijo, que lo es más que tinada, me queda atrás por el lado de la izquierda. Se le ve muy bonito desde este punto y hasta señorial sin que lo sea porque pertenece a pastores y por esta razón, dentro de mi pecho, yo sí lo encajo entre lo más noble. Junto a la construcción sí se ven tinadas y tierras cercadas. Por los ojos me sigue entrando la agria desolación del campo que recorro, junto con los rebaños de ovejas, los pastores y sus refugios alzados en la tierra del asombro y la soledad aunque no lo sea.

Kilómetro cuarenta y cuatro doscientos. Sube por aquí después de haber dejado el surco del arroyo atrás y otra hondonada por donde al lado de arriba y derecha, aparecen unos tornajos. Son de madera, tallados en los gruesos troncos de pinos como siempre los construyeron los pastores de estas sierras y al descubrirlos me digo que por aquí brota algún venero. Por eso han situado estos tornajos aquí. Las ovejas que pastan por estas sierras tienen que beber en algún sitio y este es uno de los muchos repartidos a lo ancho de estos paisajes.

Se ve que esta cañada sí es de tierra muy buena. Tiene muchos trozos todavía verdes por completo. La pista me va retirando ahora de la primera rambla que acabo de cruzar y como por un pequeño pero hermosísimo puerto que se abre aquí, me eleva para terminar de remontar y situarme en la otra vertiente. Es una manga larga y preciosa de tierra elevada que cae desde el lado derecho que es por donde se presenta la gran altura y como queda tallada en el mismo centro de los dos arroyos, todavía parece más solitaria, perfectamente esculpida y redondamente terminada en sus laderas y partes altas.

No me sé el nombre de este espigón o loma y bien que me gustaría porque tiene que ser bonito. Lo averiguaré yendo a las fuentes de la sencillez que son las buenas porque son las reales y sinceras. Esta cuerda viene cayendo desde los límites con Granada y un cerro que se llama Cabeza Alta. Tiene este pico 1958 metros y el siguiente, viniéndose hacia donde me encuentro, marca los 1881, el otro más cerca los 1902 y así vienen cayendo hasta pasarse a mi lado izquierdo por donde avanza con otro pico de 1803 metros y el último, antes de hundirse en la cruz de los dos arroyos, se eleva a 1787 metros.

La curva de nivel que viste el color marrón, porque pasa por los mil setecientos metros, enmarca a esta loma en un casi perfecto tronco de pino laricio que tuviera muchos años y bastantes nudos a un lado u otro. También se parece un poco a una gran columna de humo que se retuerce según se eleva y en este caso sube desde la cruz de los arroyos hacia las partes altas de la cumbre madre. Una belleza sin igual en ninguna otra parte del mundo ni en los rincones de las sierras que tanto amo.

Atravieso el puerto anunciado y en unos metros, se inclina hacia la otra rambla. Cruzo otro arroyuelo donde encuentro verdes los juncos y humedad por el agua que rezuma. A los pinos laricios se les ve muy salpicados y además muy desformados. Ello me indica lo mucho que por estas zonas debe nevar. Sobre sus copas se amontona la nieve y por eso las va modelando con formas raras y muy reprimidas. A los troncos le ataca la fuerza del viento y también por eso se doblan en direcciones que no son las que el árbol tomaría si creciera con más comodidad. Señales son estas de la dureza de las tierras.

Al remontar al collado, por la derecha me queda otro bocado más en el terreno de donde han sacado tierra para arreglar la pista. Al frente, pues no veo nada más que una profundidad oscura de cielo gris azulado y al mismo tiempo emborronado por la nieblina espesa que hoy cubre los horizontes de estas sierras. Es precioso el barranco que se me abre casi a mis pies. Al otro lado, se dibuja la figura de otra gran porción de terreno que cae desde la cumbre que hace de frontera con Granada.

Tan elevada o más es esa loma que la que acabo de romper siguiendo la pista. Pero la curva de nivel que con tonos marrones la enmarca por la franja de los mil setecientos, deja a la vista una figura mucho más recia, rechoncha y arrugada. Grandioso monte el que al frente me sobresale y del que tampoco sé su nombre. Y me resigno diciendo que es natural que un mundo de las proporciones de este, sea enigmático para el que por aquí pasa como de visita. Pretender lo contrario, rozaría la soberbia.

Veo, desde la ladera que ahora mismo voy recorriendo, la pista que cruza el nuevo cauce por la parte alta y se va para la ladera de la derecha. Y un pino como si por completo estuviera caído, lacio y despachurrado. No lo está porque con sus raíces se agarran a la tierra y vive. Cruza la cañada que es muy ancha porque parece casi el comienzo y empieza como a bajar con ella pero por el lado de la derecha al tiempo que remonta mucho. Quizá sea más fácil avanzar por lo alto que pegado al surco del cauce.

Abajo, un poco en lo hondo, ya veo álamos. La vegetación por momentos se va presentando mucho más densa. Espinos, enebros y retamas. Traza una curva y sigue remontando. Sigue remontando al tiempo que toma la dirección del arroyo y ahora mismo y a lo largo de un buen trayecto, va justo por la curva de nivel que es marrón y sirve de límete a los mil setecientos metros.

Un lomo de rocas que caen blancas y la pista las corta por el mismo centro. Y al dejar atrás este tajo pétreo, ya enfila por lo alto de la loma y empieza a irse casi en paralelo con el arroyo. Al lado izquierdo y, al igual que me ha sucedido en los arroyos de atrás, veo algunas casas. Sé que son los cortijos de Juanfría. Los han construido, Pinadilla y Juanfría, casi en la misma inclinación del terreno, en el mismo punto del cauce y en la misma tierra solana pero cada uno en el arroyo correspondiente. Como si fuera un juego, como tantas veces me he dicho, a pesar de no serlo por lo que representa de lucha humana con la tierra por la vida.

El esqueleto de un coche rojo por entre el monte y en lo hondo como si por algún percance, se hubiera salido de la pista y hubiera rodado. Va trazando un montón de curva para superar lo quebrado del terreno, muchas hondonadas que caen hacia el arroyo principal, y por la derecha se aparta otro carril de tierra.

No me lo esperaba y ahora que lo veo me digo que este camino lleva a lo más alto del monte que voy dejando por este lado y luego a la vertiente de la tercera gran cañada que nace en estas cumbres. Esa es mucho mayor que la que yo recorro y lleva por nombre Arroyo de Cañada Lamienta. Al comienzo de ese arroyo y, también por el lado de la solana, se alzan algunos cortijos y entre ellos se encuentra el que tiene el mismo nombre que la cañada: cortijo de Cañada Lamienta.

El nombre este, también pertenece a un monte ordenado y que, a pesar de lo distante, es término de Segura de la Sierra. No es propiedad del Estado y su extensión pasa algo de 333 Ha. Queda recogido este espacio de terreno entre el pico de Cabeza Alta, 1958 y cinco o seis compañeros más que van rodeando a la hondonada y Loma Gérica, que son una sucesión de cinco cumbres todas por encima de los mil ochocientos y que van cayendo con la vertiente del arroyo.

Y ahora caigo en la cuenta que no eran dos los cortijos levantados al comienzo de estos arroyos y en características parecidas sino tres aunque cada uno en su rincón y a distancias muy considerables. Y como detalle bonito, cada uno de estos cortijos le presta su nombre a los arroyos que nacen entre sus paredes. La Pinadilla, cortijo y arroyo, Juanfría, cortijo y arroyo y Lamienta también cortijo y arroyo. ¿O es al revés?

Hay otro monte ordenado que limita con el de Cañá Lamienta y que se le conoce con el nombre del Pinar. Es término de Segura de la Sierra y su extensión pasa algo de las 467 Ha. Casi en su centro se encuentra el Alto de Valdefuentes. Cabeza Alta, ya nombrado antes como pico, es otro de los montes ordenados que limitan con Cañá Lamienta y que son término de Segura de la Sierra. Al conjunto, se le conoce también con el nombre de los Cuartos del Pinar.

El que por el lado de la izquierda recoge los arroyos y lomas que vengo recorriendo, fue bautizado con el nombre de Monte de la Paja. Es propiedad del Ayuntamiento de Santiago de la Espada y a su extensión le falta algo para las 485 Ha. Por esa zona también existe un cortijo que se llama Loma de la Paja. Un poco antes de llegar a la aldea de Don Domingo, a la izquierda se aparta la pista forestal de tierra que lleva a este cortijo y al que hay más arriba que tiene por nombre cortijo del Curtido.

En este cortijo o tinada de la Loma de la Paja, es donde se juntan los pastores que suben de la Matea y de los Teatinos. Ellos tienen sus rebaños por esta parte de la sierra y cuando les queda un rato o es las horas de la comida, en la tiná se juntan pero cuando nieva, se tienen que bajar a la vega o marcharse a Sierra Morena. La pista que sube a la tiná de la Loma de la Paja, sí que se pone complicada cuando la nieve cae. Si no es con un buen coche ¿quién puede subir a este cortijo hasta que no se derriten por completo todas las nieves?