3.15.2007

BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-7

COSTUMBRES EN LA VEGA

Mi madre instauró allí, entre otras cosas, una bonita costumbre: comunicarse unos con otro aunque vivieran lejos. Se ponía alguien malo, si era de noche, se encendía un farol y lo colgaban en un sitio donde se viera desde todos los otros cortijos. Se asomaba alguien a la calle y miraban. “¡Ay! Un farol en la Fuente de la Higuera. Algo pasa. ¡Vamos a ver qué pasa!” Que era en La Canalica. “Hay una luz en La Canalica. Ya estamos allí”. En cuanto se ponía alguien malo en aquella Vega, nunca estaba solo. Se juntaban todos de todos los cortijos. Quien se ponía malo nunca le faltaba asistencia. Y para eso si se moría. Se cerraban los otros cortijos y todo el mundo con la familia del difunto.

En la Canalica vivía una mujer que se llamaba Francisca. Él se llamaba Isidro y le decían de apodo el Maestro Parras. Tenía cuatro hijos varones y dos hijas. Los cuatro varones se le fueron a la guerra. Yo le subía las cartas. Otras veces, viendo que no iba, bajaba ella. Y me acuerdo que mi abuela, cuando terminaba de escribir las cartas de los soldados, decía: “Ahora vamos a rezar el rosario”.

Y esta mujer no sabía rezar el rosario. Pero su corazón, ella lo tenía puesto en Dios. Cuando mi abuela decía “Dios te salve María...” como no sabía contestar: “Santa María...” decía: “que no le pase ná a mi Juan a mi Modesto a mi Antonio y a mi Manuel”. Luego en la letanía, cuando se decía: “Ora pro nobis...”, como era antes, ella: “que no les pase ná, que no les pase ná...” Aquello, vamos, emocionante de oírla. Pues no les pasó nada. Cuando terminó la guerra, volvieron sus cuatro hijos. Los cuatro y a ninguno le pasó nada. Que dos viven todavía en la Canalica: Juan y Manuel.

Cuando la hermana Francisca, rezaba el rosario con mi abuela y decía lo que ya te acabo de contar, nombrando a todos sus hijos, una mujer vecina, no del Soto nuestro sino de otro sitio que iban allí como siempre a que se le escribiera las cartas, se sonrió. No mucho pero sí porque le hacía gracia cómo rezaba aquella mujer. Y entonces mi abuela, le hizo señas para que no se fuera cuando ya iban a despedirse. La llamó con mucho tacto y sin que nadie se enterara, le digo: “Mira, no te sonrías más cuando veas a la hermana Francisca como reza. Porque ella no sabe rezar de otra manera pero su corazón está en Dios y yo creo que Él escucha su oración porque es sincera y limpia. Ella reza como puede y si no sabe decir Dios te Salve María, sí la está invocando con toda la sinceridad del mundo, aunque sea a su manera, para que cuide de sus hijos y yo creo la Virgen la va a escuchar”. Y la escuchó porque a ninguno de sus hijos les pasó nada.

Allí a lo que se le tenía también mucha devoción era a la cruz. El día tres de mayo, casi en tos los cortijos, hacían una cruz y organizaban fiestas. La cruz de mayo era muy famosa por el lugar. Y luego la fiesta del pueblo, la patrona, Nuestra Señora de la Asunción y San Roque.

Yo conozco a mucha gente de la zona porque iba siempre de la mano de mi madre. Mi madre, donde había un enfermo, no se le escapaba ir a visitarlo y estarse con él. Conocí a más gente por eso y por las cartas de los soldados. Las cartas de todos los soldados iban a mi casa. Las contestaciones las dejaban en mi casa también. De mi cortijo, Eusebio el correo, las recogía y dejaba las que venían para los vecinos de aquellos cortijos.

El cortijo del Soto de Arriba, tal vez esto suene a un poco de euforia pero es que tenía una popularidad... que en fin, otros cortijos a lo mejor siendo más bonitos, no la tenían. Por eso: por el punto estratégico, por pasar el camino real por la puerta, por ser mi madre como era y por la comunicación que había. El Soto de abajo estaba casi en la misma situación pero no era lo mismo. Se encontraba cerca pero de otra manera para poderse comunicar.

- ¿Era más pequeño el Soto de Abajo?
- No me acuerdo bien pero me parece que sí. Había dos viviendas. Claro que podían haber sido dos viviendas grandes. En el Soto de Abajo vivía Modesto Lara y Amalia Linares, era la mujer de Modesto y María Josefa Linares, la mujer de Isidro. Que le decían de apodo “viborica”. Porque cuando era pequeño, guardando el ganado, vio una víbora y él no sabía lo que era. Y las cosas de las criaturas: se descalzó el pie y se lo acercó. “Anda viborica, a qué no me picas. Pica, pica, viborica”. Llegaron las personas mayores. “¿Pero hombre que estás haciendo?”. El angelico no sabía ni lo que estaba haciendo. Lo quitaron de allí y no le hizo nada la víbora. ¡Ay que ver...! Parece que el ángel de la guarda lo salvó.

Luego, también un hijo de esta familia, que se llamaba Juan, se casó y se llevó la mujer a vivir al Soto de Abajo. Una hija de Modesto se casó con un primo hermano mío, que se llamaba Manuel y se fue al Soto de Arriba, a vivir. Luego, enfrente del cortijo que fundó mi abuelo Andrés, al otro lado del camino real, se hicieron otras dos viviendas. En ellas vivía una hija de mi tío Ramón que se llamaba Adolfina y un hijo también de mi tío Ramón que se llamaba Manuel, que se casó con una hija de Modesto. Vivían enfrente del Soto del Arriba. ¡Eso es! Dos viviendas que había en ese sitio y que se hicieron después. Pero que formaban parte del Soto del Arriba, separadas sólo por el camino real y la era.

Las costumbres de los novios de Hornos de Segura y en todos aquellos cortijos que, por sus alrededores, yo conocí, eran distintas a las cosas de ahora. Allí los novios hablaban dentro de las casas. Primero el novio hablaba con los padres y pedía permiso y a partir de estos momentos, entraba a la casa a visitar a la novia. Jamás hablaban a solas. Siempre estaba la madre sentada al lado de la pareja o si daban un paseo, la madre nunca los perdía de vista. Otras veces si había una hermana, mayor o menor, salía con la muchacha pero siempre cerquita de la casa y nunca la pareja hablaba a solas.

Yo me acuerdo cuando veía a Pepa, la hija de Inocente Sola, que ya lo he dicho, se ponía arriba en el balcón y él abajo y así hablaban. Y de noche, a horas muy tempranico, entraba el novio a la casa, se sentaban un rato, hablaban de sus cosillas, si era en invierno, alrededor de la lumbre y si era en verano, al fresquito pero siempre los dos con la vigilancia de la madre o de la hermana.

Cuando las muchachas iban al baile, siempre era acompañadas de su madre o de la abuela o de su tía. Si se juntaban, por ejemplo, dos primas que iban al baile, pues yendo una madre de alguna, se hacía cargo de todas pero ya te digo: siempre con la vigilancia de personas mayores. Nunca iban las muchachas solas a los bailes. Así era como en aquellos tiempos se vivían los noviazgos hasta que se casaban y ya se iban a su casa propia.

Pero era muy general la costumbre y, esto a veces sucede todavía, cuando se casaban, unas veces se quedaban a vivir en casa de los padres de uno y otras veces, en la casa de los padres del otro. Se estaban un tiempo determinado o según las posibilidades que tuvieran o la necesidad que tuvieran los padres de los hijos o al contrario. Y luego, poco a poco, se iban independizando, construyendo, muchas veces, la nueva casa pegada a las que ya existían.
De los médicos en la Vega y por aquellos tiempos te digo que las cosas no eran como ahora. En Hornos sí había pero el pobre actuaba con los pocos medios de aquellos tiempos. Pero el problema grande era cuando las mujeres daban a luz. Por allí cerca de la Vega, el único médico que había, que era un gran portento en ese sentido, era don Mariano, que vivía en Pontones. El apellido no lo recuerdo porque yo lo vi solamente una vez montado en su caballo o yegua de color rojo oscuro con la careta blanca y era en invierno. Llevaba un sombrero puesto y una pelliza. Había ido por allí a asistir a alguna mujer que había grave de parto.

Este hombre salvó muchas vidas en las mujeres que daban a luz. En esto, este médico era un portento y también oí decir que era muy querido por todo el mundo porque era muy humanitario. Cuando lo llamaban nunca ofrecía reparo. A cualquier hora estaba dispuesto a ir montado en la yegua, el mulo o el burro e iba a las chozas de los pastores, a los cortijos, con nieve, lloviendo y como se presentara. Y cuando llegaba a las casas humildes y veía las necesidades de la gente, me contaron a mí que muchas veces en lugar de cobrar por sus servicios lo que hacía era darles lo que podía. Era una gran personas y un gran médico y vivía en Pontones.

Cantinuará…

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