3.20.2007

BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-30

AMOR CON AMOR SE PAGA

Hasta ahora te he ido contando cosas de mi tierra y casi todas bonitas. Lo más desagradable fue la muerte de mi tío José, que ya sabes cómo murió. Pues allí éramos todos felices pero no creas que no surgían problemas, familiares, de índole económica y de otras cosas. Mas pon atención a lo que te digo: TODO LO IBA SOLUCIONANDO EL AMOR. Lo que te voy a contar a continuación pasó en mi casa, en el Soto de Arriba, en el seno de mi familia.

Recién venido mi hermano de la guerra, pues nosotros teníamos un par de mulos para labrar nuestras tierras. Y cuando vino mi hermano mi padre pensó, y también mi hermano que tenía muchas iniciativas, que había que comprar otra bestia. Así de este modo teníamos un par de mulos nuestros y otra bestia que nos podía hacer apaño “aparceando” con otro que tuviera una sola bestia también. Araban así por turnos. Pero entonces mi padre para eso precisaba un poquito de dinero, porque le faltaba. Nosotros en la casa criábamos cerdos y luego, en la feria de la Puerta, se vendían. Nos quedábamos con los que íbamos a matar, para el arreglo del año y se dejaban también los que se destinaban para criar. Los otros se vendían. Con aquel dinero se atendían a otras necesidades, por ejemplo: ropa, calzado... en fin, esas cosas que siempre hay que atender en las casas.

Aquel año pues mi padre quería comprar otro mulo y nos faltaba un poco de dinero. Entonces mi tío Ramón, que vivía un tabique por medio con nosotros, mi hermano vio que nos podía ayudar un poco. Por eso fue y le dijo a mi padre: “Padre, ¿vamos a pedírselo al tío Ramón prestado?”. A mi padre le pareció bien. Fue mi padre y le dijo a mi tío: “Mira Ramón ¿nos puedes prestar un poco de dinero?” No me acuerdo la cantidad que era. Tal vez esta cantidad ahora pereciera pequeña pero en aquellos tiempos, a lo mejor era importante. Así que le dijo: “¿Me puedes prestar esta cantidad y en la feria de la Puerta, cuando vendamos los marranos, te la pago?” Y dijo mi tío: “Pues sí, no hay inconveniente”. Y entonces le dijo mi padre: “Para más seguridad, para más tranquilidad por si a mí me sucediera algo, vamos a hacer un recibo, un pagaré, le ponemos fecha para la feria de la Puerta y entonces te lo pago”. “Pues de acuerdo”, le contestó mi tío.

Se juntaron mi padre, mi hermano el mayor, Cesáreo y mi hermano el menor, Angel. Mi hermano mayor que era el que más cultura tenía y sabía bien redactar un recibo, fue el que estuvo redactando el escrito. Lo firmaron y mi tío sacó el dinero y se lo dio a mi padre. Lo guardaba en la casa, creo recordar que en una bota de su hijo Bibiano, que fue el hijo que le mataron en la guerra. Se salieron de la casa y todos tan contentos. Pero no sé si aquel día o al siguiente, mi tío contó el dinero. Descubrió que le faltaba más dinero del que le había dado a mi padre. Entonces llamó a mi padre y le dijo: “Felipe, me falta dinero. Pregunta a los muchachos porque tal vez cuando estuve sacando el dinero para dártelo a ti, se me cayó al suelo y a lo mejor ellos lo cogieron”. Mi padre le contestó diciendo: “Ramón, si se hubiera caído el dinero, mis hijos lo hubieran recogido y te lo hubieran dado. Yo no vi que se te cayera ningún dinero pero si hubiera sido así, tengo la plena seguridad que mis hijos no se lo guardan. Te lo hubieran entregado”.

Pero mi tío, no se sabe por qué, se empecinó en que habían sido mis hermanos. Aquello cayó en mi casa como una bomba. Peor que si nos hubiera pasado una gran desgracia personal. En mi casa siempre se ha tenido gran estima por la honradez personal y por eso aquello venía a herirnos en lo que más nos dolía. Me acuerdo de mi madre llorando delante de una imagen de Sagrado Corazón de Jesús que había en la puerta de mi cuarto. Cruzaba las manos y no hacía nada más que decir: “Señor, Tú me has quitado la pena del hijo perdido que tenía en la guerra, no permitas que ahora los vea deshonrados”.

Y mi tío se empecinó de tal manera que ya amenazó hasta con llamar a la Guardia Civil. Y entonces mi hermano decía: “¿Para esto he venido yo de la guerra? Mas me valía haber muerto en el frente con honra que venir a vivir a mi tierra deshonrado. Pero padre ¿cómo consiente usted que su hermano desconfíe de nosotros?” Mi hermano el menor, como era más chiquitillo, no tenía más salida que decir: “Pues yo no he sido, yo no he sido. Y Cesáreo tampoco. Nosotros no hemos sido”. Pero mi hermano Cesáreo ya tenía otra responsabilidad y aquello para él era como si le faltara la vida. Mi madre igual. Y mi padre indignado con su hermano.

Entonces le dijo mi padre: “Mira Ramón, llama a la Guardia Civil, llama a quien quieras. Tú conoces a mis hijos. Pero si viene la Guardia Civil aquí, si le pegan a mis hijos, tienen que pegarle a todos los que vivimos en el Soto. Porque el ladrón puede ser quien menos te figures tú. Cualquiera de los que vivimos aquí, puede haber sido el ladrón. ¿Por qué tienen que ser mis hijos?” Por estas palabras, como él tenía a sus hijos allí y a sus nietos, se contuvo un poco de llamar a la Guardia Civil.

Te voy a decir ahora que mi tío tenía una señora que le ayudaba en las cosas de la casa. El nombre me lo cayo, te lo diré luego en privado, porque no me gusta hacer comentarios no agradables de las personas. Ella murió pero todavía pueden vivir algunos de su familia. A pesar de lo que luego te diré, era una mujer muy bondadosa. Yo recuerdo de ella que era muy amable y que a mí me acariciaba mucho cuando era pequeña y que era una mujer que todos la queríamos en el Soto. Esta mujer tenía un hijo que estaba casado con varios niños pequeños. Estaba muy necesitá la pobre familia. Y claro, como madre, sufría ver a sus hijos pasando necesidad.

Espera un poco y verás a lo que quiero llegar. Te darás cuanta como aparece la mano de Dios en todo aquel gran disgusto que estábamos viviendo, como tantas veces aparece en las cosas de nuestras vidas. El niño que había en el Soto, que mi hermano Angel le había salvado la vida en el río, vino ahora a salvar a mi familia. Un día jugando por detrás de la casa, vio en el tejado de la parte baja de la vivienda de mi tío Ramón, un tirajillo de trapo blanco. Los chiquillos, como todo lo trastean, le llamó la atención ver aquel trapico limpio en el tejado sucio. Le dio por tirar del cordón y se encontró con un envoltorio, lo deslió y vio que allí había dinero.

El chiquillo salió corriendo con el dinero en la mano y se lo llevó a su madre, que era mi prima Asunción Muñoz Manzanares. Mi prima, de momento acudió a su madre, que era mi tía Francisca Manzanares Donvidau. Ambas estaban necesitadas. Mi tía Francisca se ganaba la vida cosiendo de día y de noche con un candil. Quiero matizar esto para que veas que unas personas que estaban necesitadas, el mérito que tiene que al tener en sus manos aquel dinero, en lugar de pensar en quedárselo, sólo pensaron en que mis hermanos y mi familia estaban sufriendo por aquel dinero. Se apresuraron y se lo entregaron a mi tío Ramón. Mi tía Francisca le dijo: “Ramón, este es el dinero que te faltaba. Mira José se lo ha encontrado en tal sitio, donde estaba escondido”.

Llamaron al chiquillo y este los llevó a donde había encontrado el dinero y ya mi tío Ramón se quedó satisfecho. “No te preocupes Felipe, ya ha aparecido el dinero. No pasa nada”. Le decía a mi padre. Pero mi madre contestaba: “¡No Ramón, no basta con que haya aparecido el dinero! Tú sí estás conforme porque has recuperado tu dinero pero mis hijos no han recuperado la honra. Aquí lo que importa es que aparezca el ladrón”. Y mi hermano el mayor decía: “Si no aparece el ladrón nosotros quedamos igual de deshonrados con dinero y sin dinero. Es el ladrón quien tiene que aparecer”. Y mi padre aclaraba: “Pero Ramón ¿cómo estás tú? ¿No te das cuenta de que el asunto está a medias? Para ti está terminado pero para nosotros no, porque quedamos como sospechosos de robo. Ahora es cuando yo exijo que venga aquí la Guardia Civil. Si no la llamas tú la llamo yo, porque hay que hacer un interrogatorio entre todas las personas del Soto para que se sepa quién ha puesto ese dinero debajo de la teja”.

Este dinero había sido la sirvienta quién lo había puesto allí debajo del tejado de acuerdo con su hijo para ir luego a recogerlo. Pero no le dio tiempo a cogerlo y el niño lo encontró antes. Que esta pobre mujer no debía haber hecho lo que hizo, por supuesto pero a pesar de todo, ella pudo haber cogido mucha más cantidad de dinero. Mas se conformó con una pequeña cantidad para socorrer a su hijo y a sus nietos. Cuando ella descubrió que el dinero ya no lo podía coger su hijo porque lo había encontrando el niño y sí sabía que había suscitado un gran problema entre nuestra familia, declaró. Esta pobre señora llorando, hecha un mar de lágrimas confesó su culpa. Ella misma dijo: “He sido yo. No le echéis la culpa a los muchachos. Yo lo cogí porque vi donde lo Guardó Ramón. Lo cogí para que mi hijo pudiera calzar a sus hijos que están descalzos y vestirlos un poco. Pero me ha pesado mucho de hacerlo porque he visto el daño que le he causado a Felipe, a María Josefa y a sus hijos”.

Entonces, mi tío montó en cólera y despidió a aquella señora. Mi madre, mi padre y mis hermanos, no te puedo explicar la alegría que sintieron al ver que todo estaba claro. Allí ya no era el dinero lo que importaba, lo que tenía importancia era la reputación de dos personas inocentes. Esto te lo estoy contando a ti pero en aquellos días, nadie supo nada en toda la Vega de Hornos. Aquello se quedó enterrado en el Soto y después, bajo las aguas del Pantano del Tranco. Y si te lo comento ahora es para que se sepa los milagros que puede hacer el amor en las familias.

Como te decía, mi tío despidió a la sirvienta. Aquella mujer era viuda. No tenía medios ninguno para enfrentar la vida, excepto su trabajo. Ahora las viudas tienen su pensión, más o menos grande que les permite, por lo menos comprar el pan cada día. Aquella mujer no tenía absolutamente nada y su trabajo lo había cumplido bien. Osea, que mi tío la echaba a la miseria. Y entonces mi madre, que por algo te he comentado tantas veces que tenía una alta formación cristiana, cuando aquella mujer se iba fue y la abrazó. Llorando, ella le dijo a mi madre: “María Josefa, me voy, me ha despedido Ramón. He sido débil, he cometido una falta y por ella tengo que pagar ahora. Me quedo sin trabajo, sin el cariño de los que aquí en el Soto vivís y sin un trozo de pan que llevarme a la boca”.

Mi madre fue como una flecha a casa de mi tío y de muy buenas maneras le dijo: “Ramón, si nosotros te hemos perdonado a ti ¿por qué no la perdonas tú a ella? Esta mujer te ha sustraído esa pequeña cantidad de dinero porque se veía necesitada pero lo que tú les ibas a quitar a mis hijos es mucho más grande, que es la honra. Nosotros te estamos perdonando a ti, no te hemos negado el saludo, mis hijos te siguen queriendo, te siguen respetando, aquí no ha pasado nada, nadie sabe lo más mínimo de este disgusto nuestro, desde que ha aparecido el dinero, todo se ha quedado tranquilo, si nosotros te perdonamos a ti ¿por qué tú no la perdonas a ella? ¿Por qué no le das una oportunidad? ¿Tú no sabes que esta mujer cuando se vaya a su casa se va a pasar hambre? ¿Ha cumplido con su trabajo? ¿Se ha portado bien con vosotros? ¿Por qué no la perdonas tú?

Habla con ella, dile que no lo vuelva a hacer más y dale una oportunidad que no ha sido pequeña la que nosotros te hemos dado a ti. Que si hay amor para unos sí y para otros no y caridad para unos sí y para otros no, eso no es justo ni tampoco es amor. ¡Perdónala Ramón!” Y entonces, por aquella intervención de mi madre, mi tío Ramón le dijo: “Puedes quedarte pero que no pase otra”. Aquella mujer siguió trabajando allí. No lo volvió a hacer más, cumplió muy bien su trabajo y murió, por vejez, en casa de mi tío y en el plano que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir levantó del cortijo del Soto para echarnos de aquella hermosa tierra mía, te puedo hasta indicar en el rincón exacto donde murió. En un escaño que había de madera, que aquí en esta tierra se le llama sofá, allí murió esta señora y la amortajó mi prima Virginia que ahora mismo se encuentra viviendo en Ibiza.

Pero mira, ¿no te das tú cuenta que es verdad lo que decía Santa Teresa ‘que Dios anda hasta en los pucheros?” Mi hermano Angel salvó a José Toribio del río ¿quién le iba a decir a mi hermano que aquel niño, al que él salvaba de morir ahogado, lo iba a salvar luego a él de vivir deshonrado? Porque este niño fue el que encontró el dinero. Fue una mano inocente en todo aquel suceso tan desagradable. ¿Y la honradez de mi tía Francisca, viuda, ganándose la vida quemándose los ojos cosiendo de día y de noche, mi prima Asunción que estaba su marido en la cárcel por aquello que te contaré del incendio del monte, la honradez de conciencia renunciar a un dinero que podía haber aliviado su problema para salvar a mi hermano Angel y con él a toda mi familia? Entregaron aquel dinero por amor a la familia. Por salvar a mis hermanos de una deshonra inocente.

Fíjate si había problemas humanos también en la Vega de Hornos. Pero ¿y los milagros del amor? Aquí los tienes. Esto pasaba en la Vega de aquel pueblo mío tan hermoso y que tan dentro llevo en mi corazón. ¿En qué otras partes del mundo se hace real un amor tan sincero como en aquella tierra mía? “Amor con amor se paga”. Era lo que siempre me decía mi madre y allí, entre mi familia, lo comprobé yo, esta y otras muchas veces para nunca jamás olvidarlo.

Cantinuará…
http://es.geocities.com/cas_orla/

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