3.19.2007

BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-27

EL CAMINO QUE VUELVE

Ahora damos una vuelta por el pueblo. Las personas que no nombre, que no crean que las he olvidado ni muchísimo menos. A todos los quiero, a todos los recuerdo como recuerdo las calles, las casas y hasta el perfume del pueblo blanco sobre la roca. Con cada una de las personas de este rincón de ensueño, a mí me gustaría encontrarme un día, darles un abrazo, pararme con ellas y charlar de las cosas de nuestra tierra. Pero mientras tanto que ese día llega, si es que llega alguna vez, saco de mi memoria los nombres de los que ahora mismo pasean por estos recuerdos míos: Juan Antonio Hoyo, los hermanos Miguel y Tomás Ríos, Julio Ojeda, sus hijas y sus hermanas Leónida, hija de Julio Ojeda, que fue compañera mía en el colegio, Paula la del Naranjo, Carlota la del Naranjo que hace poco he sabido que ha muerto, pobretica. Era una gran persona. Tuvo un novio que era un excelente muchacho y se llamaba Pepe. Era manchego, vivía en Cortijos Nuevos y lo mataron en la guerra. Aquello le llegó muy hondo a la muchacha y sufrió mucho. Luego tuvo suerte, se casó con uno de la familia de los Escaleras y fue un matrimonio muy feliz. Me he enterado de que han muerto los dos y lo siento muchísimo. Para ellos mi cariño todo entero y mi oración al Señor para que los tenga en su gloria.

De esta manera estaría hablando sin parar hasta construir una lista interminable.
- Pero espera un poco María porque aquí quiero yo hacer una aclaración.
- Tú dirás qué es lo que conviene hacer.
- No conviene hacer nada más que contar la verdad. Hace pocos días estuve en Hornos, tu querido pueblo. Se celebró allí lo que ahora dan en llamar “El Zoco”. Un encuentro de artesanos, productores y asociaciones de personas de la comarca que promueve el Ayuntamiento, el Centro de Iniciativas Turísticas, otras asociaciones y el Ceder de la Sierra de Segura. Para ver la primera versión de este primer encuentro, fui por allí y cuando estaba recorriendo aquellas estrechas calles que pegan a la iglesia, la plaza que hay por delante de la iglesia y el mirador, de pronto me saluda una persona. ¿Sabes quién era?
- Ni me lo imagino.
- Pues una señora que se llama Reme, que es hija de Carlota y por lo tanto también hija de Antonio. Esta señora tiene ahora mismo a su hija María Aurora Sola, estudiando para maestra en el Colegio de la Safa de Ubeda ¿Y sabes lo que me dijo?
- Pues seguro te diría cosas bonitas de aquel pueblo mío, porque si ella es de allí, no puede hablar de otra manera.
- Ciertamente me dijo eso pero también me dijo que su padre Antonio, el marido de Carlota, no ha muerto todavía. Carlota sí ha muerto pero Antonio no. Que vive y en esos momentos, como iba paseando con él por entre la música de la banda y la algarabía de la gente que de muchos lugares habían acudido a ver este zoco, me lo presentó.

Antonio vive ahora mismo en los setenta y siete años y según me decía su hija Reme, posee una naturaleza fuerte como la de un roble serrano, que está muy bien, que tiene un hermano que se casó y tuvo que irse a Barcelona, que le gusta mucho venir a tu pueblo de Hornos y que también Remedios, aunque no te conoce, te manda un saludo. Que te dan las gracias por esta memoria tan grande que tienes para acordarte de tantas y tantas cosas buenas de ese pueblo tuyo y suyo y que esperan que algún día vayas por allí. ¿Qué te parece?
- Me parece lo que ya te he dicho en otras ocasiones: que de vez en cuando noto como si Dios, al igual que andaba por entre los pucheros de Santa Teresa, también ahora anda por entre estas pequeñas cosas que estamos recordando de mi tierra, aquellas personas queridas mías y mi entrañable pueblo. Gracias le doy yo a la señora Remedios y le pido que me perdone pero es que hace mucho tiempo que no piso las calles de mi pueblo. ¿No te parece que sea normal que algunas verdades de las cosas de ahora recientes, no las tenga claras?
- Me parece que eso puede ser normal y creo que por ello nadie se va a enfadar. Así que aclarado este punto ¿Por dónde seguimos ahora?

- Vamos a volver. Desde mi pueblo querido de Hornos vamos a volver hacia el Tranco como si se tratara de recorrer el camino que tantas veces me traía a mi cortijo del Soto. ¡Qué pena me da, aunque sólo sea con el pensamiento, volver las espaldas a mi pueblo! Si todo fuera un sueño, un juego imaginario que al caer la tarde se desvaneciera y me volviera otra vez a la realidad de las calles de mi pueblo, no me importaría pero como es que lo he vivido, lo he sufrido en mis propias carnes a lo largo de muchos años, me duele. Un día, las circunstancias me obligaron a darle las espaldas a mi pueblo y por eso ahora, aunque sólo sea en la imaginación, me duele volver a salir de allí otra vez. ¡Qué duro cuando el cariño es tan sincero y puro!

Bajamos por el mismo camino que tantas veces subí. A la izquierda nos queda el molino de don Francisco Blanco donde Ramón, el hijo de la hermana Presentación perdió el brazo. El camino real se abre pasando por los saleros pero nosotros nos vamos por este atajo atravesando aquellas colinas que le decían los Vallejos. Llegamos hasta la pasá de este arroyo. Haciendo memoria me acuerdo que una vez viniendo desde Cortijos Nuevos con mi hermano pasamos por un sitio que le decían río Hornos. Ahora sí estoy plenamente convencida de que el río Hornos pasaba por otro lado. Quedaba más a la izquierda del punto que yo cruzaba y creía era el río. Se trababa del arroyo de los Saleros. Pero era muy caudaloso y por eso más que arroyo, le diría río pequeño. Bajaba con mucha agua.

Desde allí, a la derecha y arriba, quedaba Cañá Morales. De esta aldea me acuerdo de grandes amigas que todavía quiero: las hermanas Modesta, Emerita y Elena. No hace falta apellidos, ellas ya saben de quien hablo. En esta aldea, Cañá Morales que también es tierra mía, había una familia que eran muy buenas personas. Esta madre de familia se llamaba Romualda Nieto. Una gran persona pero que estaba delicada del corazón. Cuando se llevaron su primer hijo a la guerra, empeoró de su enfermedad y murió. Su marido y sus hijos quedaron en el más grande desamparo.

Bien recuerdo que tenía tres hijas y cuatro varones. Dos de ellos muy jóvenes y las muchachas todavía más jóvenes. La mayor de las tres hermanas se llamaba María. Sus apellidos completos eran Fernández Nieto. Era pequeñica de estatura pero bien proporcionada. La cara, si te fijabas en ella, no era una gran belleza pero agradaba mucho porque tenía una expresión muy dulce. Yo creo que aquello era el reflejo de lo que lleva en su alma. Al morir su madre, esta muchacha se puso al servicio de su familia. Fue madre de sus hermanos, fue hija y madre de su padre. A todos los asistió con tanto cariño que se puede decir que fue el paño de lágrimas de la familia entera. Desde que nació hasta que murió esa criatura fue un modelo de virtud, de bondad y de responsabilidad.

Hay que ver qué caprichos tiene a veces la naturaleza y la mano de Dios: en un cuerpo chiquitillo cabía un corazón inmenso. Porque grande fue y más grande lo será delante de Dios, María, la menudilla de cuerpo e inmensa de alma. Recuerdo que tenía los ojos hermosos, la nariz un poquillo respingada pero era bonica y por encima de todo, era buena. Por eso creo yo ahora que bien merece, María, pasar a la historia no sólo de Cañá Morales y mi pueblo de Hornos, sino del mundo entero. Corazones con tanta bondad como la de esta muchacha escasean en este suelo. La historia de María Fernández Nieto la conozco bien porque una hermana suya, que se llama Encarnación, es la esposa de mi hermano mayor.

El cortijo del Maestro Matías a la izquierda y ya Vega abajo, a la derecha huertas, árboles, pájaros, flores, alegría. Alegría de mi tierra, la Vega que tan feliz me hizo siendo pequeña. Mientras bajamos, siempre al frente el simbólico, majestuoso y eternamente hermoso Picacho de Monte Agudo. El perfume inconfundible que brota de la Vega y las magníficas laderas repletas de bosques y arroyos saltarines. ¡Qué hermosa es mi tierra y que dulces las sensaciones que de mi tierra a todas horas manan! Llegamos al Soto de mi alma, la cuna donde nací. Siempre el río Hornos a la derecha y todo lleno de huertas. Una cosa es recorrer el camino con el pensamiento y otra realidad es andarlo y ver de un árbol a otro los pájaros volando y las mariposas de mata en mata. En cualquier sitio daban ganas de pararse y contemplar las maravillas que por allí bullían. En el cortijo de mi Soto querido ahora no quiero detenerme porque no me deja mi corazón pararme más. La pena me oprime la garganta y no la puedo resistir.

Seguimos hacia abajo como si viniéramos al muro que hoy sujetan las aguas que inundan mi trozo de cielo. Como si en un sueño pudiéramos andar por debajo de las aguas y seguir recorriendo el camino que por allí siempre fue. A la izquierda, en lo alto de la cuesta, la Canalica. Más abajo, también en la cuesta, la Fuente de la Higuera. Pasa el camino real por la misma puerta del Soto de Abajo. Algo más adelante nos encontramos y hay que atravesar, un pequeño arroyuelo de agua muy buena que era el que bajaba de la Fuente de la Higuera. Sigue el camino bajando y empieza a deslizarse por la pendiente pero muy suavemente. Llegamos al cortijo del tío Hilario que nos queda un poquito a la derecha pero muy cerquita del camino real. Casi en la orilla. Bajando un poco más se llega al río y este sí era de verdad, el río Hornos.

Del camino real partían muchas veredas a derecha e izquierda. Pues como ya he dicho tantas veces, toda aquella Vega estaba llena de cortijos. A la izquierda partían los caminos vecinales que hacíamos los vecinos para comunicarnos unos con otros. Uno iba a cortijo del Maestro Matías, otro a la Loma Alcanta, otro al cortijo Moreno, al de Marcelino, hacia el Baño, hacia La Laguna, desde el Soto otra vereilla hacia La Canalica, para Fuente de la Higuera, al otro lado del río partía un camino también hacia Montillana, hacia los Parrales, en el Chorreón yo no he estado nunca pero iba otro camino. Y como decía, todo esto eran ya caminos vecinales que las mismas personas iban haciendo. Adquirían como una propiedad porque es que los necesitaban y eran el servicio de todos los que por allí vivíamos. Pero el camino real verdadero es el que he descrito yo hasta lo hondo del Valle donde nos encontramos.

Desde aquí, a la izquierda quedan los llanos de San Román. Se pasa el río por unas piedras porque también había allí pasaderas, que no puente y entonces se empieza a subir suavemente hacia el Tranco. Ya cuesta arriba, como si fuera el símbolo de la dolorosa cuesta que todos empezamos a subir aquel mismo día en que el muro del pantano empezó a retener, sobre el Valle las aguas que del Vallen manaban. A la izquierda, antes de llegar a las obras del pantano, había un edifico viejo, derrumbado que nunca pude yo saber qué era aquello. Sería algún ventorro antiguo o alguna casa de pastores, no lo sé. Allí había ruinas de un edificio. Yo le he preguntado a mi familia y nunca me supieron decir qué era.

Algo hubo allí pero no sabemos lo que fue. Estaba hundido y no había nadie. En cuanto dejamos atrás estas ruinas, se llega al Tranco. Aquí me paro, mi alma se asusta y mis ojos se cierran. No es igual para mí recorrer el camino desde el Soto a Hornos que desde el Soto al muro del pantano. La alegría del encuentro con mi pueblo, ahora se torna tristeza. Hornos fue la cuna de mis sueños más dulces y el rincón donde yo me encontré con las personas más queridas. La pared del pantano fue y sigue siendo el muro de las lamentaciones no sólo para mí sino para tantísimas personas. Donde se quebraron para siempre nuestras raíces y empezamos a ser “apátridas” en busca de tierra y calor humano.

Este es el muro que me privó de mi tierra, mi casa, mi Vega, mis ruiseñores, mis árboles y mis raíces. Del mundo dulce que en forma de paraíso y vestido de sueño acogió los juegos de mi infancia. El muro silencioso y frío que cerró las puertas al paraíso más bello que jamás haya existido en este suelo. Ya sé que él no tiene culpa. Es piedra y cemento, ya lo sé pero simboliza la mala suerte de tantas y tantas personas buenas que tuvieron que irse y quedarse sin tierra bajo los pies a lo largo ya de toda su existencia. Este muro es el que retiene el agua que hoy cubre la tierra bendita donde yo nací. ¡Contra, que lloro de verdad, ea!

Y María de la cruz, hoy ya con sus muchos años acuestas, lejos de la tierra que tanto quiere, tiene que dejar de hablar. La garganta se le hace un nudo y las lágrimas le fluyen por los ojos. Mueve la cabeza y llora de verdad, como ella dice, porque en este momento los recuerdos y las emociones de todo aquello que dejó sepultado bajo las aguas, le aprietan en el alma. No puede seguir hablando porque el recuerdo se le ha vuelto tristeza y los paisajes hermosos de su tierra se le vuelven mundos silenciosos para siempre ya desgajados de su ser. La lejanía, el destrozo de tanto, junto con los años que corren y la gran masa de aguas azules meciéndose en el Valle, tiñen de melancolía los paisajes de su niñez. Ya todo está sin vida, muerto, silencioso entre el verde de los bosques y el viento que susurra al pasar por los pinos. Como si poco a poco el cuerpo se fuera liberando de los hilillos que le unen a esta tierra para que pueda ir elevándose hacia el reino de la luz donde, sin duda, todo lo soñado y amado existirá con presencia y belleza eterna.

Cantinuará…

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