3.20.2007

BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-34

DESPUES DE LA GUERRA

- Pues entonces vamos con ese algo bonito que decías me ibas a contar.
- Mira, lo que te voy a decir es tan real como que ahora mismo estoy viva. A mí me dejó un recuerdo muy grato. Cuando se terminó la guerra, ya te decía que en toda la Vega había una alegría muy grande y me imagino que también en toda la sierra. Todo el mundo en aquellos días estaba deseando tener alguna asistencia religiosa. La primera misa que se celebró en Hornos de Segura, después de la guerra, fue el día de Corpus Christi. Que nosotros no decíamos eso de Corpus Christi, allí se decía el Día del Señor.

Cuando avisaron en Hornos que iba a ver misa y procesión el Día del Señor, se cundió, como pasaba siempre. Sin teléfono ni todos estos aparatos nuevos que hay ahora, la noticia se extendió por toda la Vega y los cortijos del entorno. La costumbre era comunicárselo unos a otros. Todo el mundo se enteró que aquel día había misa en Hornos de Segura. Acudieron de todas las aldeas, de todos los cortijos, de todo el término de Hornos. Mi hermano Angel y yo también fuimos aquel día y mi madre, como una cosa muy especial, me puso un lazo de seda muy grande en el pelo. Y a Hornos nos fuimos mi hermano y yo, montaos en nuestro mulo, a misa y a la procesión del Día del Señor.

Pero me hizo mucha gracia y me quedó un recuerdo muy grande ver que se llenó la iglesia de niños. Bueno, con sus madres. Los niños que habían nacido durante la guerra y que no estaban bautizados, las madres, en cuanto se enteraron que venía un cura, pues acudieron todas a bautizar a sus hijos. Aquello era una gloria y un infierno: niños chiquitillos todavía en mantillas, venga llorar. Los que andaban ya, corriendo, asustaos algunos, jugando otros y gritando casi todos. Y las madres de un lado a otro de la iglesia detrás de ellos. Aquello fue una cosa... vamos, digna de haber tenido algún aparato, de estos modernos de ahora, y haberlo grabado.

Aquel día los bautizó todos, el que dijo la misa, un sacerdote que en la actualidad es Capellán del Salvador de Ubeda. Se llama don José Sola Llavero. Y es natural de Beas de Segura. Todo el rato estuvo el pobre aquel día bautizando chiquillos y aquello no tenía fin. Y como le estaban esperando para decir misa en Orcera, salió de la sacristía y dice: “Ya no puedo bautizar más, que me tengo que ir a Orcera a decir misa también”. ¡Y las madres! Empezaron... lo rodearon, vamos las madres se lo comían. “Hay señor cura, que no se vaya usted sin bautizar a los niños, que llevamos tres años esperando que haya un cura que nos bautice los hijos. No se puede usted ir si bautizarlos”.

Y entonces don José, conmovido de ver la fe de aquellas madres y el deseo de bautizar a sus hijos, les dijo: “Bueno, pues ya está. Vamos a bautizarlos a todos. Tendré que arreglarlo, ahora después, dándole más deprisa a la bicicleta”. Por lo visto es que el pobre hombre había ido a Hornos, a decir la misa, montado en bicicleta.

La segunda misa después de la guerra, fue en Cañá Morales. También se cundió la noticia por todos sitios de que había misa en Cañá Morales. A la aldea fuimos mi abuela “sunción y yo. Las muchachas de Cañá Morales, tan bondadosas y grandes personas como siempre, hicieron un altar en un sitio que le decían “Las Eras”. Un altar primoroso, lleno de flores naturales y todo lo mejor que pudieron poner. Aquel sacerdote yo no lo conocía. Era muy joven. Se dijo la misa y nosotras, después que terminó, nos pusimos en camino hacia nuestro cortijo del Soto. Mi abuela era inmensamente feliz porque habíamos oído misa y habíamos comulgado.

Y bajando por el camino, en una cuestecilla, se “escurrió” y cayó. Se dio con el tronco de un árbol y se hizo una herida en la mejilla y un desollón. Yo al ver a mi abuela sangrar, empecé a llorar y decía: “¡Ay madre Asunción, qué lástima, qué cara nos ha salido la misa!” Y mi abuela me miró muy sorprendía y me dijo: “Hija mía, nunca se te ocurra pensar que una misa es cara. Una misa es un regalo de Dios.

Que yo haya caído no tiene importancia. Nuestro Señor cayó tres veces y con la cruz acuestas”. Entonces, para que yo no llorara, empezó a cantar el “Sálvame Virgen María”. Esa cancioncilla empezó a cantarla y ya fuimos cantando, ella echando sangre por su cara, y cantando por todas aquellas veredas de la Vega hasta que llegamos a mi Soto de Arriba. Cuando mi madre nos vio llegar: “¡Ay madre ¿qué le ha pasado?” “Na, hija mía, nada. Que yo haya caído no tiene importancia. Lo grande es que hemos oído misa y he comulgado y la nena también y todo lo demás, ya no tiene importancia. Lo de mi herida, es cosa pequeña”.

La tercera misa fue en el Tranco. Como siempre, se cundió por los cortijos la noticia. En esta ocasión fuimos mi madre y yo. Fue una misa en la carretera. Ya estaba la carretera del Tranco hecha. Se celebró enfrente de las oficinas. Donde pagaban a los obreros que trabajaban en el pantano. Allí se hizo un altar y en ese lugar se dijo la misa. Era un sacerdote joven también que no lo conocía. Allí tuvimos mi madre y yo y muchísimo personal que acudió de toda la Vega y todos los sitios. Esa fue la tercera misa después de la guerra. Poco a poco luego, el pueblo de Hornos, comenzó a tener una asistencia religiosa más regular. Era mucha la escasez de sacerdotes que en aquellos años había.

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