3.22.2007

BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-40

LA ABUELA

- Lo mismo que con la tarde cae el día, nosotros también ya vamos llegando al final. De muchas cosas de tu tierra y tu pueblo has hablado hermosamente y llena de amor. Sé que todavía guardas todo un mundo inmenso dentro de tu alma que por más que quieras nunca podrás expresarlo con palabras. Pero lo has intentado para que la historia lo recoja y para siempre, tu pueblo, tu Vega y las personas que sois de estas tierras, quedéis eternos hasta el fin de los siglos. Antes de irnos, antes de terminar, dime María ¿dos pinceladas más de algo bello que tú quieras destacar, aunque sólo sea un poquito, de entre todo lo demás?
- No tengo ni qué pensar cuales son esas dos pinceladas. Una es mi abuela y la otra mi madre.
- ¿Pues qué me dices de tu abuela que no me hayas dicho ya?

- Te estoy contando algunas de las muchas cosas que de mi pueblo tengo dentro de mí y poniendo en ello una amor tan grande que ya me parece no vivir en lo que vivo sino en aquello que añoro y en forma de recuerdo creo estar soñando. Cuando te cuento algo de personas que no son de mi familia, me siento libre, porque como estoy diciendo la verdad nunca nadie podrá decirme que me paso o me quedo corta. Me siento imparcial y por eso tengo la libertad de expresar las cosas tal como son. No soy parte interesada y lo digo simplemente porque es verdad.

Pero no me pasa lo mismo cuando se trata de hablar de alguno de mi familia. Me siento cohibida, porque creo que aunque diga la verdad, pueden pensar: “Claro, ¿qué va a decir de su familia? Sin embargo, lo mismo que te digo la verdad de personas que no me tocan nada, lo que te cuento de mi familia, también es verdad. Pero siempre con esa sensación de que haya alguien que lo interprete de otra manera. En dos ideas sencillas quiero resumirte lo esencial de mi abuela Asunción:

El retrato que hay de ella en este libro, se hizo cuando era muy viejecica y el niño que tiene a su lado es mi hermano Cesáreo de pequeño. Aun recuerdo que cuando yo era chiquitica, oía a las personas moyores decir que mi abuela Asunción había sido una mujer muy bella, muy distinguida y culta. Que tenía talento pero nunca alardeó de nada. Y se comportó siempre con una humildad y un recato ejemplar.

Yo daría ahora cualquier cosa a cambio de haber conservado un trocito de algo escrito por mi abuela. Con sólo unos renglones me conformaría para que vieras la calidad y belleza de caligrafía que tenía. Escrito con pluma y tinta como se escribía antiguamente. Cuando veo esos escritos que hay que dicen “letra inglesa”, que al subir la pluma hace la raya fina y al bajarla la hacen un poquito más gruesa, me digo que así era la letra de mi abuela. Un poquito inclinada hacia la derecha y adelante, sin ser muy inclinada, sino suavemente un poquito a la derecha, redonda sin serlo totalmente y alargada sin serlo del todo. Era una letra especial por lo bonita y de continuo me digo que por qué yo escribo con la letra que tengo habiendo tenido la maestra que tuve. Yo no he visto por ningún lado una letra tan bonita como la de mi abuela.

Cuanto más tiempo pasa, más me acuerdo el tesoro de talento, de bondad y de sabiduría que había en aquella mujer. Siento mucho remordimiento porque pude haber aprendido muchas más cosas buenas de aquella abuela mía pero aunque me quedé con algunas, a muchas de sus cosas, ni le daba importancia. Nunca diré bastante el tesoro de bondad y valor humano que fue mi abuela.

Fue una de las personas más respetadas que había en mi pueblo de Hornos. Por su conducta intachable y por persona de bien. Creo que también influyó la cantidad de niños y niñas que ella tuvo en la escuela, en la etapa en que fue maestra. Cuando esas personas se hicieron mayores le guardaron siempre un cariño y un respeto que rayaba en la delicadeza más fina.

Y se notaba, por ejemplo, cuando ella iba a misa. Al entrar a la iglesia, las personas que estuvieran en la puerta, siempre se apartaban respetuosamente y le cedían el paso. “¡Pase usted, hermana Asunción, pase usted”. Era lo que siempre le decían y aquello era sincero. Se notaba que salía de lo más profundo del corazón. Lo mismo cuando se juntaban en algún entierro, en algún funeral o visitando algún enfermo. Cuando llegaba mi abuela, siempre se levantaba alguna persona y le decía: “Siéntese hermana Asunción, siéntese usted”.

Mi abuela, algunas veces se sentía abrumada porque era muy humilde y muy sencilla. A las personas que tenían estas atenciones con ella, siempre les respondía diciendo: “No molestaros por mí. Vosotros los primeros”. Pero nada: Se deshacían todos en atenciones con ella y eso es algo que tengo que agradecer a las buenísimas personas de mi pueblo. ¿Por qué esas personas, siendo tan sencillas y nobles como el que más, tenían tanto amor y atenciones hacia mi abuela? Es lo que ya te he dicho: de mi pueblo siempre he recibido mucho cariño, muchos ejemplos buenos y mucho respeto de unos para con los otros. Será que la Virgen de la Asunción ha derramado su gracia y su bendición, de una forma especial, sobre este pueblo mío y las personas que en él viven.

Pero mis abuelos maternos también tuvieron un gran dolor en su vida. Perdieron a un hijo que murió en la guerra de Africa. Se llamaba Angel Manzanares Donvidau y según yo oía, las personas que lo conocieron decían que era un ángel no sólo de nombre sino también de bondad. Era alto y muy guapo. Todavía conservo un retrato de él. Mi abuela no quiso nunca creer que su hijo había muerto y vivió con la esperanza de que estaría perdido en Africa o preso de los moros y que algún día volvería. Pero ese día no llegó jamás. Un compañero suyo que era de Orcera y le decían de apodo “Tuto”, lo vio caer en la guerra y así se lo dijo a la familia pero a mi abuela nunca se lo contaron. Por eso mantuvo su ilusión hasta el fin de sus días.

Mi abuela murió en Ubeda el día 6 de marzo de 1946 y fue asistida espiritualmente por don Marcos Hidalgo Sierra, párroco de Santa María. Este hombre no pudo contener las lágrimas emocionado por las exclamaciones de amor a Dios que de los labios de mi abuela salían. Así murió mi santa abuela y hoy, a pesar de los años, yo todavía mantengo vivo su recuerdo. También ahora entiendo muchas de aquellas cosas que ella me enseñó cuando me hablaba recreándome en su regazo. ¿Y sabes qué te digo? Que aquella muerte santa de mi abuela, fue el símbolo o mejor, el reflejo de todas las personas que han nacido, vivido y muerto en mi querido pueblo de Hornos. Santos todos y llenos de la belleza más grande, en sus corazones y en sus almas aunque, como tantas veces pasa, casi siempre mueran en silencio y la historia los deje ignorados para siempre pero yo sé que en el cielo todo está escrito y con letras de oro. Un día lo veremos.

Y ahora pega aquí un pequeño hecho, hermosamente bonito de mi abuela con los niños de su colegio cuando estuvo de maestra en el pueblo de Hornos. Entonces había un reloj en la torre de la iglesia, no sé yo si todavía existirá, que daba sus campanadas puntualmente. Pues cada vez que el reloj daba la hora, les enseñó una cancioncilla, a los niños, que cantaban todos a coro y decía así:

Cada vez que da el reloj,
el corazón se me abrasa,
de ver que el tiempo se pasa,
sin servir y amar a Dios.
por tu madre dolorida
por tu sangre derramada,
por tu corona de espinas,
por tus clavos, por tu cruz,
Sálveme mi buen Jesús.

Esto lo cantaba mi abuela con los chiquillos, cada vez que daba las campanadas el reloj. ¡Tú fíjate, en aquellos tiempos, en un rincón tan pequeño de la tierra y donde las personas eran tan pobres y humildes que ni se les notaba que vivían!

Y como quieres saber lo del apellido de mi abuela “Donvidau”, te voy a decir que es francés. Parece ser, no estoy segura porque ya sabes que soy una persona entendida en nada, que se pronuncia “donvidó” pero yo no lo sé. Mi abuela lo escribía y yo, siempre Donvidau. Este apellido le venía a ella de su padre que se llamaba Manuel Donvidau Cabrera y a mi bisabuelo le llegó tal apellido porque un antepasado suyo se había casado con una familia francesa de origen noble. Y de esta familia venía el apellido de mi abuela que llegó hasta mi madre. Yo este apellido no lo llevo sino el de mi padre y el de Donvidau ya se ha perdido en la rama de mi familia. Puede que todavía en Lorca quede algún descendiente de mi bisabuelo que lo lleve.

Y de tantos recuerdos grandiosos y bellos que guardo de mi abuela, tengo el de aquellos dulces cuentos que ella me contaba mientras yo me dormía en su regazo frente al calor de la lumbre ardiendo en la chimenea. Mi abuela me contaba unos cuentos deliciosos. De entre ellos voy a escoger uno que es muy parecido a ese famoso que dicen de la Cenicienta pero que ella le decía “La Estrellica de Oro”.

Más información de este Parque Natural en:

http://es.geocities.com/cas_orla/

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