3.14.2007

BAJO LAS AGUAS DEL PANTANO DEL TRANCO-4

EL PERFUME DE LA SIERRA

- Yo quisiera decirte una cosa
- ¿Qué es?
- Hace unos años, una tarde, descubrimos por primera vez el cortijo de Montillana. Ante la presencia de las ruinas que esta casa es ahora y al sentir el contacto de las tierras que le rodean, del Valle que hoy cubren las aguas, hasta nosotros llegaba como un perfume muy agradable. Cuando aquella noche me quedé solo, recordando las tierras de esta Vega y lo que por la tarde había sentido, escribí unos renglones ¿Quieres que te los lea?
- Claro que quiero.
- Te digo que los escribí hace años y me surgieron del contacto con esta tierra. Lo redactado dice así:

El perfume de la sierra casi siempre es el mismo: pinos, mejorana, tomillo, romero y espliego además de aire limpio, olor a musgo y el de tierra mojada cuando llueve, como es el caso de hoy por las gotas finas que nos van cayendo. Pero es el caso que también hoy por aquí, además de todos estos aromas atrás mencionados, parece que huele a algo nuevo, a un perfume más hondo, más con sabor a añoranza o quizá a eternidad porque parece que muchas de aquellas cosas siguen aún por rincón con la misma fuerza y fragancia de aquellos días. Me quiero referir a esa pequeña historia latiendo aún por el lugar, en este cortijo en ruinas y la llanura que lo circunda.

Cuentan que de todas las escenas de aquel pasado, protagonizadas por la gente de este Valle, una de ellas era particularmente bella: la de la chiquilla pelirroja, de ojos claros y alma de cascadas. Vivía en el cortijo de abajo y era el gozo de todo el Valle por tanta alegría como en cualquier momento derramaba. Todos la conocían y todos la veían, a cualquier hora del día, corriendo y jugando por estas llanuras y como resultaba excelsamente bello aquel juego, lo realmente emocionante era cuando el trigo estaba ya crecido.

La chiquilla pelirroja se iba por los trigales y su gozo, su gran gozo, porque aquello estallaba como una cascada de alegría, era correr ladera abajo, por la llanura y por el barranco, atravesando el trigal. Abría sus brazos, se ponía a correr al tiempo que exhalaba su alegría por la boca en forma de risas y de voces y todo el Valle se llenaba de asombro. Dicen que los mayores hasta le regañaban por el destrozo de sementeras que siempre liaba pero en el fondo a los mayores siempre les gustaba aquel derroche de belleza casi celestial. Recuerdan ellos, como una de las cosas más hermosas en sus vidas, este correr de la chiquilla a través de los trigos y con los brazos abiertos como si tratara de coger un puñado grande del viento que llenaba el valle y besarlo junto a otro buen trozo del cielo azul que siempre coronaba las cumbres.

Hoy a nosotros, se nos encoge el alma respirar este aire tan cargado de aquel perfume donde todo parece anunciar que, a pesar del tiempo, casi nada ha muerto. Una alegría como la de aquella niña no puede ser sino un trozo de eternidad que en un momento dado, rozó con brevedad estos llanos dejando un perfume que no se extingue nunca.
- ¿Pues sabes lo que te digo?
- ¿Qué me dices?
- Que tu escrito parece un sueño de hoy fundamentado sobre una realidad de aquellos tiempos.

Cantinuará…

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