3.29.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-8

LO MÁS GRANDE DE LA VIDA

Se para en su relato, mira fijo hacia los montes de enfrente como si por allí, inconsciente, buscara algo. Cargado de dulzura y como si en este momento esperara no sé qué de mí, dice:
- Es que lo más grande que hay en la vida, es decir verdad. Te pondré un ejemplo: el que inventó el espejo para mí ese fue un talento. Porque si dice, “mira que tiznajo tienes o tiene usted en la cara”, y dice uno: “¿Cómo? Yo no me he acercado a nada”. Le presenta el espejo y uno mismo vez como es verdad lo que dice que tiene. Cuando uno dice la verdad nunca podrá tener miedo a que lo descubran engañando. Al que engaña a los demás, le doy yo muy poco valor. Vivir engañando y gustar de engañar, no señor, yo eso pa mí no tiene importancia. Te digo esto para que se te quede claro que cuanto te estoy diciendo yo esta tarde, sentado aquí sobre el tronco de este pino y frente a la sierra que el sol va dorando, es verdad. La pura verdad y nada más.

- Yo nunca he dudado ni dudo de estas palabras tuyas ni tampoco la de otros serranos. ¿Por qué crees que estoy aquí a tu lado escuchando tus recuerdos?
- Porque le tienes cariño a la sierra.

Y recuerdo yo ahora aquella primera vez que subimos al pico de las Banderillas y precisamente han tenido que pasar tantos años para que hoy me dé cuenta de algunas verdades que en aquella ocasión ni advertí. Por ejemplo: descubro ahora que aquella persona que trabaja en los huertos de las casas que hay frente al nacimiento del río Aguasmulas, era nada más y nada menos que el “Cojo de la Fresnedilla”. Ciertamente estaba cojo y al vernos, desde la parte baja, subió lento, acompañado de su perro, hasta el cortijo. En la puerta ya estábamos nosotros esperando y cuando llegó lo primero que hizo fue saludarnos, invitarnos a que entráramos a su casa y luego de ofrecernos una silla, nos pasó un cacharro con vino para que echáramos un trago.

Fue aquella una visita corta, un encuentro muy a lo grande con aquel profundo rincón tan lleno de secretos y tan misteriosamente mágico. Apenas le dimos importancia a lo que antes nuestros ojos teníamos y menos todavía le dimos importancia al hombre sencillo que en aquel cortijo nos encontramos. Tú fíjate hasta donde llegan, en ocasiones, los despistes de los que por estas sierras nos metemos y la poco importancia que le damos a los grandes tesoros que por entre ellas se ocultan. Pero en fin: esto es como una espina que llevo clavada en lo más hondo de mí y que intento sacarla, pero no podré hasta que no llegue a conocer en profundidad lo que cada uno de vosotros escondéis en los pliegues de vuestras almas. Seguimos hablando de ti. Me decías que te casaste tarde.

Como ya tenía cuarenta y un año y mis padres se me habían muerto, me encontraba, pues como dicen: a expensas de mi hermana cuando tenía que vestirme, una o la otra. Me empecé a dar cuenta que a esa edad, ya no se está bien así. Descubrí que a mi mujer le pasaba lo mismo. Su madre murió cuando ella tenía año y medio, no la conoció, pero su padre sí duró mucho. Ella estaba también con otra hermana que se había casada y un hermano soltero que era así un poco demente. En fin, que ellos estaban allí. Yo pensé algunas cosas y me costaba trabajo pretenderla, porque era prima. La que más trabajo me ha costado de pretender. Porque para mí era como perderle el respeto. Pero en fin, yo dije: “¿Quién puede ser para mí como mi prima hermana? ¿Y para ella? ¿Quién se puede portar como yo, que soy primo y nos queremos como primos? Pues podemos, a lo mejor, marchar en la vida, a la medida de nuestras fuerzas, bien. Pues que la pretendí y nos casamos.

Cuando nos casamos, ella tenía casi treinta y cinco años. Éramos mayores. El cura que había en Pontones, se llamaba don Lorenzo. Pues fui y le dije: “Mire usted don Lorenzo, si usted nos considera bien y no nos cobra muy caro por la carta, pues queremos hacer las cosas bien. Usted sabe que van tres casados y en todos se han hecho las cosas como Dios manda. Pero si nos cobra usted mucho, no tenemos nada más que nuestros brazos, tendremos que hacer lo que sea. Juntarnos o lo que sea”. Me dijo: “No, no. Ya lo arreglaremos”. Digo: “Aunque a lo mejor la carta no me la cobre ni siquiera, porque viene la coincidencia que el Papa es tocayo mío”.

Te estoy hablando de la época del Pío XII. Don Lorenzo respondió diciendo: “No, si él no lo firma. Bueno, la firma, pero no se fija en la carta”. En fin, aquello no me gustó. No quedó la cosa clara, pero yo me fui con la sensación de que nos cobraría lo menos posible. Hablando aquel día con él, le había dicho: “Don Lorenzo, mire usted: en el día que más nos hace falta su compaña y moralmente, no los tenemos. Nuestros cuatro padres, los de mi mujer y los míos, están enterrado en el cementerio de las Canalejas. Si tenemos que venir a Pontones, al pasar, vamos a rozar las mismas paredes de ese cementerio donde ellos están enterrados. Por eso quiero que nos despose usted en el Cortijo. Un día que tan preciso es para tenerlos junto a nosotros y no tenerlos y pasar por donde están enterrados, nos duele mucho. Es para nosotros una gran pena. Así que le voy a pedir el favor de que usted nos case no aquí en Pontones, sino en aquel rincón de nuestra tierra”.

Don Lorenzo me respondió diciendo: “No te preocupes, que si se puede, eso se hará como vosotros queréis”. Yo esto también se lo decía porque cuando mis hermanas se casaron, las casó él mismo y vino al Cortijo. Mi hermano porque se casó en Santiago, pero él había hecho dos desposos. Había desposados a mis dos hermanas y había venido al Cortijo. Como él nos dijo que se podría hacer, nos quedamos conformes. Pero luego, la verdad, fue otra. Cuando fue mi hermano a por él para desposarnos en Las Huelgas, por debajo del Poyo de la Higuera que era donde vivía mi mujer, don Lorenzo se enfadó. Pues “cuchusted”, que vino allí bastante enfadado. Decía que no, que teníamos que ir a las Canalejas o a las Casas de Carrasco. En fin, un dislate, a aquellas horas para toda la gente.

Le dije a mi mujer: “Pues nada, yo no voy a las Canalejas”. Ya me cabreé, la verdad. Así que le digo a la gente de la boda: “Venga a comer y beber. Si quiere desposarnos que nos despose y si no que siga la boda y nosotros ya nos entenderemos. A esto no le vamos a dar corte así”. Ese capricho. Si no hubiera prencipiao casando antes a otras personas en el mismo sitio, pues nosotros no hubiéramos insistido, pero después de casar a dos en el cortijo, ahora decía que a nosotros no nos podía desposar en el Cortijo. Que estaba mi hermano que iba a ir a por él y luego lo iba a llevar, aquello ya no lo entendía yo y por eso me enfadé.
- ¿Coge muy lejos el Cortijo de Pontones?
- Pues sí hay por lo menos tres horas y venir a las Canalejas, como una hora o así.

A mí me gusta, como dicen eso, que a las cosas no hay que darles importancia, sino que lo que hay que hacer es buscarle la mejor solución. Ya entro y le digo a mi mujer: “¿Qué dices tú?” Entonces novios, pues para venir a desposarnos. Ella contestó y dijo: “Pues yo, lo que se diga, lo que se arregle”. En fin, que ya se convenció también y no quería venir a las Canalejas tampoco. ¿Cómo iba a querer pasar si su madre estrenó el cementerio? Aquello era una cosa dolorosa para nosotros y por eso no entendíamos que don Lorenzo se cerrara en lo que se empeñó. Vamos, ese favor nos lo tenía que haber hecho bien. No se portó bien con nosotros, no señor. Aquello no lo hizo bien.

Pero en fin, que ya vinimos a las Canalejas y nos desposaron. Y luego aquella noche durmió él en las Huelgas. ¡Fíjate tú! El allí durmió y no nos dio aquel gusto. En fin, pues lo que pasa con las personas. Recuerdo que para aquel momento, tenía yo preparado un parrafillo para haberlo dicho. Como ella estaba a expensas de su hermana y yo de la mía, le iba a decir, pero no lo dije aunque sí lo tenía pensado. Después lo dije y era el siguiente parrafillo: “Yo a mi prima la he sacado, del purgatorio señores y yo me encuentro lo mismo, ¡vaya dos combinaciones!” Que nos pasaba igual. Dos combinaciones.

Desde las Canalejas ya nos trajo el hato con sus bestias, un primo hermano. Vino también una hermana y nos acompañaron hasta el Cortijo. Y allí estuvimos hasta que nos mandaron a este poblado. Ya ha hecho cuarenta y un año de nuestra boda.
- ¿Cuantos hijos nacieron de vuestro matrimonio?
- Pues no hubo nada más que una nena, una hija que tenemos y un aborto que vino que no llegamos a saber si era hembra o varón. Ya no han nacido más. Éramos ya demasiado mayores y eso tiene sus problemas.

- ¿Cómo fueron las cosas cuando luego os vinisteis a este pueblo?
- El primer año que nos vinimos, el ingeniero nos dio permiso para hacer el barrancón este donde ahora tengo las burras y el corral de las vacas. Aquellas vacas las teníamos para labrar las calles y todo lo necesario en la labor de las tierras. Casi siempre era echando obrás. En invierno, me iba a labrar olivas y en verano a preparar las calles. Y por aquellos primeros años, nos fuimos a Francia, mi hija y yo. Para ganar algún dinero a ver si podíamos juntar lo que nos faltó para el pago de la casa y este barrancón. Es que esto lo hicimos de cuenta nuestra. Lo que hay de obra.

Lo que se ve con madera, eso lo he ido haciendo yo poco a poco. Como ya te decía, nos fuimos a Francia y echamos una campaña. Ya no pudimos ir a otro año porque yo, estando labrando en la calle que hay a este lado de la Fuente del Macho, me accidenté. De un porrazo que me di en la cabeza y me descompuse el cuello. Fue de la siguiente manera: iba andando aprisa, tropecé y me di con una cosa dura en la cabeza. Llevaba puesto el sombrero de paja nuevo, muy apretado. El aire que cogió, a la velocidad que llevaba, se me “escompuso” el cuello entero. Ea, me quedé sin movimiento ninguno. Lo único que me quedo fue el conocimiento que no lo perdí. Fue lo primero que me preguntaron cuando fui al médico.

Y ya pesqué y vine. Un tío mío, el padre de estos muchachos que estaban aquí ahora mismo, estaba enfermo en la cama que se murió. Como era tío mío me dije: “Voy a ver a mi tío Alejo vaya que le digan lo que me ha pasado y le va “pacer” que estoy “pior” y como no puede venir a verme, va a estar sufriendo. Pues voy para que me vea y ya no sufre porque ve que no es como lo que le pueden decir”. Y llegar y le digo: “¿Cómo está usted?” Nosotros a nuestros tíos les hemos dichos siempre hermanos. Los hemos tratado de esa forma. “¿Cómo está usted esta mañana, hermano Alejo?” Dice: “Estoy mal. ¿Y tú cómo estás?” Digo: “Mire usted, no estoy bien tampoco. Me he dado un porrazo que no es muy bueno”. Así que le dije lo que era, me dijo: “¿No habéis ido a la mujer del pariente ese nuestro? Es que esa sabe algo de arreglar las cosas estas”.

Yo no me había enterado. Pero entonces mi hermana esta, que estaba allí, fue y le avisó para que viniera. Ella vino y al verme, también se asustó de ver como estaba. Me lo arregló, pero yo me quedé sin movimiento. Fue el veinticinco de julio. El día de Santiago. Ahora mismo, este el movimiento que tengo. No puedo rodear la cabeza ni a la altura del hombro. Es el defecto que me ha quedado de aquel accidente. Me llevaron a Úbeda, me enyesaron el cuello y como allí no tenían cosas para curarme, me mandaron a Granada. Me pusieron un collar que lo tuve cuarenta y ocho días puesto. Me tenían que dar de comer así. Pero en fin, de aquello ya me curé.

Después de mucho tiempo en el hospital, cuando volví, un día, llegaba la feria de Burunchel. Se trajeron las vacas y al caer la tarde las tenían ahí, por este lado de mi casa, en el llano ese. Me sacaron a la calle para que las viera. Y estaban ellas comiendo ahí en el llano ese, cuando me da por decirles: “¡Cherra!” Se quedan las vacas mirando y digo: “¡Cherrusa!” Mira, aquello fue de sentimiento. Pegaron un berrido y en unos segundos las tuve todas a mi lado. De la congoja que me dio de ver las vacas a sentirme, que hacía un mes que no me habían sentío, me “acudió” una cosa aquí que ya no podía hablar. Y tengo yo una miaga de ánimos, pero “me se fueron”. Aquí en la garganta me acudió una cosa y ya no podía hablar al ver los animales lo que hicieron. Como personas humanas acudieron berreando, en cuanto me sintieron.

Por eso me dicen muchas veces que me quite de estas vacas y eso no lo hago. Mientras yo viva, tengo que tener una vaca para verla. Yo me las apañaré como sea. Si no me las puedo administrar solo, ya tendré quien me ayude. Que ya casi lo tengo. Ya me he buscado ahí un muchacho que creo sí vale para compartir con él. Que mañana, como te he dicho, vamos a por ellas a las tierras de Los Villares. Es un muchacho que tiene fe.
- ¿Es que les tienes mucho cariño a tus vacas?
- Claro que les tengo cariño. Yo creo que es el animal más agradecío que Dios ha podido poner en este mundo. Más agradecido que la vaca no hay otro animal. Tanto poder como tiene y lo bien que la maneja uno. Son discretas y agradecidas. Como las trato bien, los animales lo saben.

Tengo el toro que es “limosín”, que ese animal es una joya. Tengo capricho de que se lo llevé el domingo, a Peal, un amigo para que les coja las vacas y tenerlo allí. Pero lo que ahora mismo sueño, es sacarme una foto con él, porque con ese no tengo ninguna foto.
- Pues ese capricho tuyo se hace realidad enseguida. La foto te la hago yo.
- Los bajo de los Villares mañana.
- Pero a qué hora.
- Antes de estas horas, las cinco o seis de la tarde, tengo que estar aquí.
- Yo mañana voy a venir a casa de Ricardo de Los Villares. Puedo acercarme y hacerte una foto.
- Pues Ricardo te va a hablar de Los Villares dándote explicación de todo, bien dada. No atrasándote a ti en nada, es una persona buena. Que yo sepa, de Ricardo no podrá nadie decir que la ha hecho daño a ninguna persona. El bien que pueda, disfruta, pero daño, a nadie. Es esencial de sentimientos.

- Ahora me gustaría que me dijeras algo por lo que siento curiosidad.
- ¿Qué es?
- ¿Por qué te dicen “ de las vacas?”
- Pues porque tengo vacas y hay otro, que ahí más allá tiene un barrancón y tenía cabras. Pues de las cabras y de las Vacas, me dicen aquí. Pero yo soy el del Cortijo desde siempre. Por un tío mío, que murió ahí en los cerros esos que se ven desde aquí, se llamaba Pío y a mí me pusieron el mismo nombre por él. Eso por mi tío porque nací el día de San Fermín el día siete de julio del año 1913. Así que, aunque tú me ves así tan espabilado, ya tengo ochenta y tres años.

Te iba a decir antes que yo he navegado con las vacas mucho, pero como el toro ese que tengo limosín, no he tentado otras.
- ¿Es muy manso?
- Un pedazo de pan y, además, la discreción que tiene. Si es que tiene maneras no de animal, sino de personas racionales. Eso que va uno a tocarle a él comiendo o lo que sea y en cuanto le tocas, ya está atento como persona que sabe guardar ese respeto y esa atención. El padre de ese costó un millón de pesetas en Dinamarca. Aquí en España, cuando yo lo quise comprar me costaba cincuenta mil duros y no tenía ya nada más que cuatro vacas. Vine y conté con los otros y decían que era muy caro que esto que lo otro, ¿y yo que hacía? No quería desistir. Hablé con el tratante, “ende” aquí, que me traje el número de teléfono y le dije lo que había. Que a otro y a mí se nos antojaba muy caro con tan pocas vacas. Su hubiera tenido una quincena de vacas, ya era otra cosa.

Le dije que le dijera al dueño que si me lo podía dejar en doscientas mil pesetas, que me lo traía enseguida. Ya era una miaja de “remijón”, menos, que en un pobre diez mil duros, pues sí es dinero. Me respondió y me dijo: “¿Cuándo viene usted a por el becerro?” Digo: “¿En cuanto?” Dice: “En lo que ha dicho usted se lo dejo”. Y me dijo que porque era yo. “Yo vivo de esto, mire usted, del corretaje, pero nada más que por venir con el que viene usted que es amigo nuestro, no le cobro nada de corretaje y tengo interés porque se lleve usted el becerro”. Fui y me lo traje de más allá de Santisteban del Puerto. De una dehesa que le llaman Cañailla.

- Y ahora, cuando se llevan el toro para que coja las vacas de unos y otros ¿tú qué les cobras?
- Yo no les cobro nada. Es un amigo que lo tiene allí mientras le haga falta y que les coja sus vacas. Cuando a mí me haga falta me lo traigo y aquí no hay interés de nada.
- Pero entonces tú no le sacas dinero al toro.
- Nada más que los becerros que ya le he vendido tres y dos que quedan aquí. Tengo otras dos vacas preñadas. Eso es lo que le saco. Vender becerros de una clase buena.
- Y otra curiosidad más.
- Dime que yo te la aclaro.
- Cuando vayas mañana a Los Villares, como las vacas han estado tanto tiempo solas ¿te siguen conociendo?
- En cuanto llegue y las llame se vienen conmigo. Ante de ayer fui a verlas, pues fue llamarlas y tenerlas a mi lado.
- Los animales es que te quieren mucho ¿No?
- ¡Hombre! Me quieren y me respetan. Si van a ir a un sitio y les hablo, saben ellas que es que por allí no se puede ir.
- Y si yo voy ¿cómo racionarán ellas?
- Pues a lo mejor tú vas y se espantan. Ellas no saben el tratamiento que tú les vas a dar. Los animales tiene mucho conocimiento. Cuando uno va andando ¿qué es lo que puede uno dejar? Pues la vaca llega, huele y sigue el rastro hasta dar con uno lo mismo que un perro.

¿Por qué el toro bravo, cuando le pegan bien pegado, no busca al gañán y aunque lo encuentre no lo mata? Pues por eso, porque sabe que le ha castigado justamente. Si ahí allí otros vaqueros y huele ropa que sea extraña, la hace polvo y la del vaquero que lo trata a él, no le hace nada. Si le haces una cosa mala, injusta, el toro lo sabe. Te buscará a donde estés y va a por ti. Te matará en cuanto te descuides. Si le pegas mal pegado, se vengarán de ti. ¿Y eso por qué es?
- ¿Pero eso pasa?
- ¡Vaya que si pasa! A un toro se le pega mal pegado y de ese guardate. Te quita de en medio en cuanto te descuides. El que le pegue mal pegado a un toro de esos puede dejarse la ganadería. Sé de animales que han llegado a la tienda donde están los vaqueros, han olido y han visto que no está su enemigo y se han ido. Ha cogido el rastro y donde se lo haya encontrado, lo ha matado.

- Ya, por hoy, nos vamos a despedir, pero todavía me queda otra curiosidad.
- Pues dime qué es.
- ¿Cuánto tardas desde aquí hasta Los Villares?
- Con las bestias echo tres horas y el volver otras tres.
- ¿Te llevas la comida?
- Me llevó la comida y ya te he dicho: sobre las cinco y por ahí, ya estaré aquí. Así que cuando mañana vengas para lo de la foto, donde mejor me puedes buscar es en mi casa. Mi retiro, siempre es mi casa y los ratos que estoy por aquí con los animales.

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