4.01.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-14

EL CHARCO AZUL

Aquí debajo de nosotros, en el río, se ve un charco cuyo nombre se parece al cielo cuando está limpio de nubes. El Charco Azul. Mira hacia nuestra derecha y verás el río por lo hondo. Esa cerrada se llama los Tobones y el charco que se ve al comienzo de la cerrada no el azul; ese tiene otro nombre. Se llama el Charco de los Tobones. Fíjate qué nombres más bonitos les ponían los serranos a los ríos y monte que les rodeaban. Por aquel que ya hemos dicho que es el Charco de los Tobones, tenemos que colar andando si queremos subir al Cortijo.

Lleno de interés miro y tampoco me acabo de creer la realidad que ahora mismo entra por mis ojos. El río Aguasmulas se ha cerrado una vez más y ello me indica que este río es casi una pura cerrada desde que nace hasta que muere en el Guadalquivir. Si como me está diciendo tenemos que saltar el cauce por el cañón de la cerrada que ahora mismo estamos alcanzando, ¿dónde está el Cortijo? Desde mi asombro miro por la ladera de enfrente y no veo ningún edificio. Sólo una gran ladera que cae desde el impresionante picón de la que según él es la Piedra del Mulón, mucho monte espeso cubriendo las tierras de la ladera, cortes de rocas, hondonadas más repletas de monte oscuro, cumbres que se alzan buscando las crestas del Banderillas y cortijo o señales de él, no se ven por ningún lado. ¿Dónde está metido el cortijo en que vivió?

De nuevo me vuelve a decir:
- Pues por ahí tenemos que colar.
- ¿Por ahí?
- Sí Señor.
- ¿Y dónde está el cortijo?
- Míralo. Asoma un poco por entre los pinos de lo alto del monte como si estuviera acechando a ver quien pasa por este camino. Ahora es cuando puedes observa que el cortijo queda por completo frente a las Banderillas. Desde dentro mismo del cortijo, con sólo ponerse en la puerta, ya las estábamos viendo. ¡Qué espectáculo más hermoso cuando la gran cumbre se vestía de nieve! ¡Qué amaneceres, qué días y qué atardeceres yo tengo vividos desde la misma puerta de mi cortijo! En más de una ocasión me parecía que con sólo a largar mi mano, podía tocar las rocas blancas de esa eterna y silenciosa cumbre de las Banderillas. ¡Qué días aquellos de mi juventud en este cortijo mío tan cerca del infinito y tan perfumado siempre de romeros y bujes!

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