4.04.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-17

COMO EN AQUELLOS TIEMPOS

Y en eso estamos de acuerdo. Aunque la ruta que él ha trazado repecho arriba atravesando la espesura del monte, es dura, lo dejamos. ¿Cómo no va a conocer el camino que lleva al cortijo donde se ha criado y ha vivido casi la totalidad de su vida?
- Una cosa sí te digo: que cuando vayas andando por el monte, campo a través como nosotros ahora, aunque no haya senda, al pasar por las raíces que los árboles tienen fueran de la tierra, tú obsérvalas. Si ves que están “esolladas” es señal que por ahí han pasado tanto animales como personas a lo largo de mucho tiempo. Las “esollauras” de las raíces, con los años, cicatrizan, pero siempre se les notan arrugas y señales. Para los que son entre medio torpes y medio listos andando por laderas y cumbres como estas, es suficiente conque se guíen por estas señales, pero a los que ya hemos progresado algo más, nos sobran.

- Eso te iba a decir, porque cuando en aquellos años las nieves cubrían por completo a lo largo de tantos días las tierras y barrancos ¿cómo os las arreglabais?
- Ya te decía antes que cada uno es maestro en aquellas cosas que ha mantenido entre manos a lo largo del tiempo. Por muy grandes que fueran esas nevadas que tú imaginas ahora y yo viví tantísimas veces, nunca tuve problemas para conocer la ruta que tenía que seguir. A los serranos se nos agudiza mucho la inteligencia y la comprensión de los paisajes por el motivo de estar viéndolos y tocándolos todos los días.

Mientras nos va deleitando con estas palabras suyas tan cargadas de emoción y realismo, no deja de trepar por la complicadísima pendiente. Nos abre camino ladera arriba tan lleno de entusiasmos y con tanta agilidad que hay momentos que nos cuesta seguirlo. El sudor nos cae por la frente y la respiración es jadeante. Sin embargo, él, parece que ni quiera pisara la tierra. Como si no tuviera que hacer esfuerzo para vencer la ladera, el monte y las rocas que por la ladera existen. Como si sus años y su cuerpo encorvado no fuera ningún obstáculo para enfrentarse a estas cumbres.
- ¡Qué envidia!
Exclama el compañero de vez en cuando, expresando de esta manera el asombro por el cual nos vas llevando a lo largo de la tarde.
- Si no lo estuviera viendo, por más que me lo contaran, no lo creería.

Y en uno de estos momentos se para, mira hacia el cauce del río que ya lo hemos dejado bastante al final y dice:
- Pues el asombro para mí, era en aquellos tiempos. Tenía yo una perra que siempre me acompañaba por estos montes. Un animal noble donde los haya y de una inteligencia tan grande que aquello deba miedo. Luego os contaré qué fue de aquella perra y donde la tengo enterrada, pero ahora iba a otra cosa. Resulta que en más de una ocasión ese animal se quedaba junto a las vacas o las cabras por estos barrancos. Pero algunos días, cuando yo me encontraba sobre las cumbres donde teníamos el cortijo, la llamaba. Aquello si que era un asombro de verdad.

El animal, en cuanto oía mi voz, estuviera donde estuviera, saltaba por este monte y un abrir y cerrar de ojos estaba a mi lado. Esta ladera que ahora mismo estamos subiendo aquella perra mía se la bebía. Desde lo hondo del río pegaba dos brincos, volaba por entre las rocas y el monte y estirada como si fuera un rayo, subía por la pendiente sin apenas rozarla. En menos de lo que yo esperaba la tenía junto a mí. No nunca me lo expliqué, pero las cosas sucedían así y precisamente aquella velocidad con que la perra subía las cuestas era lo que a mí más me asombraba. No acababa de entender que fuera real lo que aquella perra siempre hacía ni tampoco acaba de entender cómo lo conseguía. Porque ya lo he dicho: más que perra parecía un soplo de viento volando por el mismo viento.

Hemos remontado el puntalillo. Hemos venido a caer a la vieja senda que baja desde el cortijo y curiosamente, en lugar de seguir para arriba, por donde intuimos queda el viejo cortijo, se viene para atrás.
- Es por aquí.
Le digo decidido sin caer en la cuenta que estoy corrigiendo al más experto de cuantos expertos puedan moverse por estos montes.
- Ahora seguimos por ahí. Nos asomamos a lo alto del puntalillo para que veáis la huelga por donde la senda que bajaba, cruzaba el río. De paso vamos a ver a mi hermana por si acaso ha colado la corriente.
Nos asomamos al puntalillo y allá en lo hondo se ve la llanura donde estuvo la huelga. En esa misma llanura muere el trozo de pista que descendía y ahí, a la sombra de los fresnos y junto a las aguas limpias de un gran charco, vemos a la hermana. También vemos a un grupo de turistas que se bañan mientras uno de los hombres sujetan a un gran perro para que no le ataque a la hermana. Se ha puesto de moda, de un tiempo a esta parte, los turistas con sus perros surcando las veredas y amontonados junto a los charcos de los arroyos y ríos.

- No cueles.
Grita fuerte dirigiéndose a la hermana que se mueve inquieta junto a las aguas del cauce. Los turistas nos preguntan, porque con el rumor de la corriente no oyen con claridad lo que pretendemos comunicarle y por eso repetimos el mensaje junto con el potente vozarrón de que sobre sale por entre todos los sonidos. Al final la hermana se entera y entonces él nos aclara que ella arde en deseos de subir al cortijo.
- Pero ya veis lo torpe que está. Le costaría mucho subir esta cuesta y luego sufriría cuando viera lo que queda del cortijo. Todo su interés está en ver cómo están sus colmenas. Tenía ocho o diez colmenas que dejó junto al cortijo y aunque han pasado tantos años, todavía cree que están aquí. Seguro ya se habrán muerto y sino, las habrán roto los que por aquí vienen.

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