4.15.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-24

MEDIO CORAZÓN ENTERRADO

Le hemos dado la vuelta a las ruinas del gran edificio con todos los anejos de cuadra, era y horno. Ya nos despedimos. Recogemos las uvas que hemos dejado sobre las piedras mientras recorríamos las tierras de las fuentes y ahora buscamos la senda que baja. Ya nos despedimos de este extraño, hermoso y, además, perdido rincón serrano. Ni me ha dado tiempo de enterarme de lo que por aquí todavía existe. Me digo que ya vendré más despacio cuando pueda otro día y siguiendo a buscamos la senda. Comenzamos a bajar y nada más cruzar la hondonada del arroyuelo, por el lado de abajo un endeble olivo medio seco. Frente a él, se para y dice:

- Ahí tengo yo enterrado medio corazón mío.
- ¿Y cómo es eso?
- Aquella perra que antes os decía, era mi mejor compañera y tanto me ayudaba en el ganado, que cuando murió la enterré junto al tronco de este olivo. Se llamaba “Perrota” y tenía, entre otras, una condición especial: estaba mi mujer haciendo de comer y ella siempre así acostada frente a la comida, mirando fija en todo momento, pero sin tocar jamás a la comida. Si mi mujer se iba al cuarto, a la cámara o a cualquier otro sitio en busca de algo que necesitaba y allí se dejaba la comida en el suelo. La perra no tocaba y mucho menos dejaba que por allí se acercara un gato. En cuanto lo veía se tiraba para él y lo hacía botar. Ella estaba allí fija de guardiana. ¡Mi Perrota! ¡Qué animal más noble e inteligente!

Se me murió de vieja y ahí la enterré, encima del tronco de esta oliva que estamos viendo. No la han sacado, no. Me ponía yo así de pie derecho y le decía: “Perrota, vamos a rezar”, pegaba un salto y me quitaba la gorra. Y a todo los que hubiera allí conmigo. Otras veces, queriendo, me dejaba la gorra en el cortijo. Cuando iba por el vado del río, decía: “Perrota, cago en la mar, que me he dejado en la casa la gorra. Pues vas a tener que “golverte” tú que estás más ágil que yo”. Ya no tenía que decir nada más.

Salía corriendo camino arriaba y al rato asomaba por ahí con su gorra en la boca más contenta que la mar. Cuando íbamos por el monte, una culebra, un lagarto y cualquier otro bicho, era echarle las uñas y del primer “zaleón”, ya lo tenía listo, aunque fuera grande. Era la guardiana que tenía ahí en el río por si acudían los bichos a la niña. Estábamos yo y mi mujer y teníamos que irnos a trabajar y como no había quien se quedara con la niña aquí, pues ella la cuidaba.

Un día me enteré que por estos montes, estaban poniendo veneno. Cuando aquello del coto hasta a los perros mataron con veneno. Me fui a los Aguaciles y al llegar pregunto: “¿ Y Donato?”, que era el guarda de la caza. Me dicen: “Está por ahí”. Entonces les digo: “He llegado a verlo” “¿Qué querías?” “Pues mira, que no tenemos más defensa ni más guardiana de mi niña, que la perra. Si a Donato le ordenan que eche veneno, pues muy bien. Si a él se lo ordenan, tiene que hacerlo, pero que no eche veneno sin avisarme a mí. Que me avise y yo ataré la perra y haré lo que tenga que hacer para que no me la mate. Porque claro, si me mata este animal tan querido para mí, tenemos un disgusto demasiado feo. Ea, tenemos un disgusto y una cosa que se puede “enmendar”, pues no tiene que llegar a esos extremos”.

Entonces tenían mucha autoridad. Pero en fin, dijo la mujer: “Descuida que yo se lo diré”. Pues se lo dijo. Estuvo la cosa fea, pero luego se mejoró. ¿Y sabes lo que hacían? Tenía yo las vacas ahí “cariar” y algunos días yo tenía que hacer aquí cosas y el guardar al pasar me decía: “, no vayas a ver las vacas que como hemos pasado por allí, las hemos visto y están bien”. Hombre, pues aquello era un detalle porque me ahorraban tiempo trabajo, subiendo estas laderas. Es lo que yo digo: las cosas haciéndolas como hay que hacerla, con todo dios se tiene uno que llevar bien. Hay que respetar a cada cual sus derechos y deberes y cada uno en sus casas y Dios en la de todos, así es como se debe ir por la vida. Ahora, si lo atropellan a uno, pues uno se rebela y atropella también.

- ¿Y aquella otra perra que tanto quería la hermana?
- También era un animal inteligente. Se llamaba Forosa. Cuando nos juntábamos los amigos, sacaba la petaca, porque antes no era como ahora sino tabaco del que sembrábamos, y le decía: “Forosa, toma la petaca y darle tabaco a los amigos”. Cogía su petaca en la boca y de uno en uno les iba dando tabaco para que fumaran. Lloraba mi hermana que pa qué cuando echaron veneno y me la mataron. Nuestros perros de siempre, no podían esturrear a los bichos que ellos echaron en estos montes, ahora, los bichos sí se podían comer lo que sembrábamos en las huertas para alimentarnos nosotros y no pasaba nada. Pues si es que la perra, hasta los turones, que entonces pagaban muy bien las pieles de los turones, cazaba. A la perra les gustaba mucho. Una noche bajábamos por más arriba del cortijo, unas olivas que teníamos allí que le decían “El Encapao”. Cuando la siento ladra. Entonces digo: “Ya tiene la perra un turón”. El se quedó allí en el tronco del pino y yo bajé a por la escopeta. Le pegó un tiro y lo echó abajo. Pues nos dieron veinte duros por la piel, que este dinero entonces, era mucho dinero. Es que entonces los duros eran de plata.

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