4.17.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-26

EL VIAJE

Y lo que me dijeron fue que en los cortijos y aldeas la gente empezó a preparar las cosas para el viaje. Maletas viejas, costales, talegas, algún bolso un poco deteriorado y con ellos acuestas o sobre los lomos de las bestias bajabais por los caminos hacia este valle. Tristes en vuestras almas y con la curiosidad a flor de piel porque la novedad os mantenía en vilo. Cuando llegaban al poblado algunos fueron a no sé que casa a preguntar no sé qué cosa. Le dijeron que al caer la tarde saldría la primera expedición y que el viaje, en principio, no iba a ser muy largo. Se tenían que parar en no sé qué punto para recoger a otros y cuando ya llegara el momento saldríais todos rumbo a esas tierras desconocidas. Tres días os dijeron que duraba el viaje y aquello fue lo primero que algunos comenzaron a sentir molesto.

- Si andando yo con mi yegua estoy allí en un día.
- ¿No será que quieren experimentar alguna cosa con nosotros?
- Eso no pueden hacerlo porque ¿cómo nos van a engañar a tantos juntos?
- Pero lo que más me duele y ahora me molesta es lo tranquilos que hasta hace poco hemos estado en nuestros cortijos y tierras y el quebradero de cabeza y la cantidad de disgustos que en pocos días nos han traído. Yo lo que estoy ya es deseando llegar a donde haya que llegar a ver si todos estos disgustos y trastornos pasan y volvemos a tener paz y sosiego como antes.
- En eso tienes razón porque hay que ver la revolución que de pronto ha venido a estas sierras. Ayer todos tan tranquilos por los montes con el ganado y labrando las tierras y hoy, mira como andamos.

Esto es más o menos lo que a mí me fueron contando unos y otros. Lo que desde este punto sigue tú lo sabes mejor que yo.
- Lo que yo sé, porque lo viví en mis propias carnes, es que después de este viaje que acabas de contar llegué a la casa de mi hermana. En una cochera en el pueblo de Canena metimos las cosas. En su casa estuve viviendo unos años poco más o menos. Por aquellos días mi hermano empezó a resistir en el molino de la aldea de las juntas y al final se tuvo que venir. Después de él todavía quedaba otro con la fortaleza y la ilusión de quien se dispone a vencer o morir y también fue vencido el pobre. Como los bichos se comían todo ya se cansaron de luchar. El se llamaba Juan y su mujer no hace mucho que ha muerto en este pueblo. Uno a uno todos fuimos entrando por lo que ellos querían.

LA HERMANA

- Yo vi el otro día, por las tierras del cortijo donde tú viviste tanto tiempo, unas colmenas. ¿De quién eran?
- Esas eran mis colmenas. Las cuidaba mi marido y cuando empezó a ponerse malo fue por allí un señor. Le preguntó si las vendía y se las vendió. Me quedaron algunas y cuando él murió, seguí con ellas. Cuando ya me vine del cortijo, aunque las dejé allí, no he dejado de seguirlas. ¿Tú las viste el otro día?
- Las vi y según nos acercábamos parecían como si tuviera repletas de abejas. Cuando ya nos acercamos comprobamos que no. Seis o siete colmenas quedan por la puerta, muy bien puesta sobre la repisa de tierra por delante del cortijo, mirando hacia las cumbres del Banderilla, pero ninguna tenía abejas.
- Se habrán muerto por el frío, de alguna enfermedad o porque algún turista de los que han ido por allí, las haya molestado.

- ¿Tu te acuerdas de aquello mucho?
- Pues mucho porque es que es aquella la tierra donde he nacido yo. Y aunque me da pena sentirme fuera de aquel rincón, me consuelo cuando voy. El río crece mucho cuando llueve y como no hay puente no puedo cruzarlo así es que cada día encuentro más obstáculos para acércame a mi cortijo y consolarme aunque sólo sea viéndolo roto y abandonado. Aquello es nuestro aunque ellos digan que nos lo expropiaron. Lo sigo viendo nuestro y así será para siempre aunque la distancia y los años vayan poniendo barreras. Fue mi primo, el cojo de la Fresnedilla el que no vendió y por eso sigue el cortijo en pie. Se caerá con el tiempo, pero todavía se mantiene firme. Aun todavía conservo las llaves. Las guardo en mi casa como si fuera el tesoro más grande. Ya sé que está abierto y que por sus puertas ahora sin dueño, puede entrar cualquiera, pero las llaves de la entrada de mi cortijo es mi único tesoro para mí.

- De cuando tú pisabas la tierra amada ¿de qué te acuerdas?
- Que mi marido era muy trabajador. Arreglaba las olivas muy bien y cogíamos tanto aceite que hasta podíamos vender. También recogíamos mucho trigo y garbanzos. Vivíamos felices aunque trabajáramos mucho. Dinero se cogía poco, pero sin él íbamos pasando. Cuando esto de los sellos, le decía a mi marido: “Mira, contigo que te apuntes, es lo suficiente”. Y él me decía, no porque fuera mi marido, pero era una excelente persona y un talento: “No hija, no tenemos hijos ni tenemos nada, pues nos apuntamos los dos y si llegamos a cobrar, pues solamente con la paga vivimos felices”.

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