4.21.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-27

OTRA VEZ CON LOS RECUERDOS

- Y cuando tú eras pequeña ¿qué hacías, además de ir y venir por los caminos?
En estos momentos llegando a la puerta se siente la burra. Se le siente a él y enseguida asoma por la puerta. Al entrar me saluda. Como ha oído la pregunta se apresura a responder.
- Ella iba a regar a los piazos y todo eso. Vamos cuando era más chica, pues jugar allí con los otros. Con los primos que el otro día vinieron los nueve que todavía viven. Hasta el de Francia. Éramos dieciocho primos y no creas que nos lo pasábamos bien.
- ¿De qué juego te acuerdas?
- Pues jugábamos a las chinas, a la comba. Mi hermano que era músico pues cogía la guitarra y nos alegraba la vida. Un artista que ha sido mi hermano con la guitarra. Ya porque nos vinimos y se la dio a un sobrino que vive en Cananea, que sino todavía sabría él tocar.
- ¿Ya no tienes ninguna guitarra?
- Ya no. Porque ya, lo que pasa, la vida ha venido más tirante y no hemos hecho por comprar. Hasta se me ha olvidado a mí tocar la guitarra. Si me pongo y ensayo, pues de algo me iría acordando, pero seguro los dedos no los muevo con tanta agilidad como antes. A estas cosas han logrado que vayamos perdiéndolas. En estos lugares y este mundo de ahora es distinto.

Hace ya cincuenta años que no he tocado. Como tú dices estos hechos no se debían olvidar porque son bonitas, pero es que la vida ha traído muchas cosas en contra de nosotros. Todo se ha roto y ahora ya con tantos años como tengo ¿a ver cómo lo compongo? Eso de querer tener una cosa porque se la quitan a otro, eso no es de persona. Una persona de orden no deber quitarle al otro lo que tiene y es suyo.
- ¿Tú sabes lo que le dieron a mi marido por la casa y las tierras?
Miro a la hermana y le digo que no lo sé y que quiero que me lo diga.
- Pues primero empezaron a expropiar por La Aldea, por las Lagunillas y por esas tierras. A nosotros nos quitaron las tierras cuatro o cinco años después. Por parte de mi marido eran tres hermanos, porque eran cuatro, pero una había vendido su parte. Y quedaban tres en la casa. Pues les dieron veintiún mil pesetas. Aun tengo yo todavía los papeles donde escribieron lo que les correspondía. Partieron a siete mil pesetas cada uno. Que tanta rabia le dio que no quiso ni ir a cobrarlas. ¡Qué te perece la miseria que se pusieron a darle después de tanto como nos estaban haciendo pasar!

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