5.05.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-33

RECORRIENDO EL RIO

En una llanura sembrada de nogueras que luego más tarde me dirá cómo se llama, nos encontramos las vacas acostadas. Al verlas las llama y los animales lo miran confiados. Seguimos un poco más y frente a la misma llanura, sobre una pequeña lomilla, nos sentamos de cara al río. Le pregunto por los nombres del rincón este, partiendo desde el Borosa.
- Pues más abajo del Borosa, lo primero son los llanos esos de la Loma, en la punta de abajo “enderecho” a la Loma, donde se cuela el río, está Hacicaperales. La Huelga Parra es la que le sigue a Hacicaperales, sólo que la primera está en aquel lado y la segunda se encuentra en el lado de la Hortezuela. Luego el Soto, la Huelga Potra, un poco más abajo la Huelga Carretera, la Huelga el Tomillar, esta y por debajo del Vado del río, eso de la Golondrina que le decían el llano de la Farfolla, el llano Arance, el llano Curica y los Brígidos.

- Y eso de la boda de la Sixta ¿cómo fue?
- Era una que vivía por la caseta forestal de Roblehondo. Hasta me acuerdo de la copla que le cantaba ella al novio.
- ¿Cómo era la copla?
- Pues decía así:

“Tres días hace con hoy
y cuatro con el del mañana,
eso hace que no te he visto
ni tampoco tengo ganas”.

Y cantaba muy bien. La que cantaba era una que le decían Francisca. Era del Campillo del Royo Frío. Una finca muy grande que había allí. En esas tierras antes sólo se veían habichuelas blancas y panizos. Aquello eran unas tierras muy buenas. Hasta me acuerdo cuando era la feria de Burunchel, un feriazo de miedo, que todo el mundo iba con sus guitarras y platillos. Era muy grande esa feria. En cuanto llegas por lo alto de la cuerda se sentía la orquesta de guitarras. Aquello era precioso.

- ¿Y cómo fuiste tú a la boda de la Sixta?
- Que fuimos desde la Hortizuela. Eramos un tío mío, una hermana que es la que ha muerto y no me acuerdo si iba otro con nosotros.
- ¿Pero aquello fue para cantar en la boda?
- Es que eramos amigos del novio.
- Ya lo entiendo, pero fíjate que ahora que estamos con los recuerdos de una boda, se me viene a la mente algo que he oído muchas veces por estas sierras. Eso de que algunas veces, se ha dado el caso de hombres que velan para trabajar y para todo menos para hacer uso del matrimonio ¿qué es?
- La historia puede ser verdad, pero para contartela, tengo que empezar por el principio.

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-32

A BUSCAR LAS VACAS

Mientras nosotros hemos dado buena cuenta del apetitoso arroz que ella ha preparado, la hermana va a su casa.
- Ahora vuelvo.
Pero como después de acabar con el postre, un simple tomate, no ha vuelto todavía, me dice que quiere ir a ver cómo están sus vacas. Las que hoy guarda por las orillas del Guadalquivir.
- Pues nos vamos y luego al final charlo con tu hermana.

Salimos fuera. Montamos en el coche y siguiendo la carretera que lleva hacia el arroyo del Zarzalar, subimos despacio.
- Las dejé por aquí y creo que no se han ido muy lejos.
En el hotel damos la vuelta, dejamos el coche en la misma orilla de la carretera y nos metemos hacia el río por un sitio que le dicen el Sumidero. Mientras bajamos me cuenta lo de la tormenta aquel día por los Campos de Hernán Pelea.
- Estaba con uno que le decía Julián el del Cesáreo. Tenía los animales justo por Pinar Negro. Se presentó una nube y no tuvimos más valimiento que pegarnos a un riscalillo muy chico, pero era sólo para que el aire no nos diera. Pues que nos hacían daños las piedras que nos caían en lo alto de la cabeza.
- ¿Piedras?
- ¡Vaya! De la nube. Unos granizos grandes como huevos de palomas y duros como piedras y daban unos porrazos que sonaban como calabazas. ¡Pasamos un rato jodío!
- ¿En verano fue eso?
- En verano. Ahí en esos campos, las nubes son de miedo. Es que ahí no hay sitio donde meterse. Está todo pelado. No es como donde hay covachos. Eso en el invierno hay que abandonarlo. Ahí no se puede estar. Llevamos unos años que no nieva mucho, pero antes, caía unos nevazos que antes que se quitara uno caía otro.

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-31

LA COMIDA

De pronto, la amena conversación con que me están obsequiando sentados en su silla pequeña en el mismo centro del patio de su casa, es interrumpida por la voz, algo débil, de su esposa.
- ¿Cuándo venís?
Pregunta desde dentro de la pequeña cocina donde desde hace un rato ella trajina preparando un arroz para la comida. Yo no me doy cuenta, pero a los oídos de sí llena el sonido de la conocida voz. Según está hablando, contesta diciendo:
- Ahora cuando termine este párrafo.
Pero como ya es tarde y me doy cuenta que ella ha sido la menos presente en esta reunión de hoy, le digo que podemos atenderla.
- Nos sentamos a comer y mientras tanto sigue con aquellas cosas que recuerdes y te guste contarme.
- Pues también vale.

Nos levantamos, entramos a la pequeña estancia y enseguida descubro que ya tiene preparada la mesa. Una mesa pequeña, casi de la altura de las sillas y en el centro se encuentra la sartén con el arroz humeante. Un arroz muy sencillo, sólo con cuatro patatas, unos pimientos rojos secos, que es como ellos siempre han usado estos pimientos en sus cortijos, unos trocillos de “chicha”, como ellos la llaman y nada más.
- Esto tiene buena cara.
Le digo para animarla y porque de verdad la tiene.
- Yo no sé cómo habrá salido, pero es que ya no valgo para nada. Ni veo ni tengo gusto para preparar las cosas como cuando era joven. ¡Hijo mío, los años me pesan mucho!

Nos sentamos en las mismas sillas chicas y con el plato a la altura de las rodillas, empezamos a dar buena cuenta del tan simple, pero rico guiso. Sigo con sus recuerdos y aunque estamos comiendo, le presto toda la atención que puedo.
- ¿A qué ibas al lugar llamado las Lagunillas?
- Te lo estaba contando antes. En la Cabañuela vivía una tía mía, que es la última que ha muerto de toda mi familia y una prima hermana. Yo iba allí y fue cuando entonces conocía a mi primera novia. Era del Aguadero. Cuando vine de la guerra me hice amigo de esas familias, que antes nunca había estado yo por aquellas tierras. Pues me agradó y me puse novia con ella.
- Pero desde el Cortijo al Aguadero ¿cuánto tardabas tú?
- Pues que echara un para de horas o tres. Siempre iba con la yegua y muchas veces tenía que bajar a La Aldea. Más allá de La Aldea, más allá de las Huertas Perdidas, por aquel laico de la Fuente de los Frailes, me agarraba arriba, a salir al Cubo. ¿Te lo conoces?
- Me lo conozco y sé que está lejos.

El Cubo está justo en el arroyo del Cerezuelo, pero en la parte alta. Donde este empieza a despeñarse por el voladero que amuralla a la hondonada del Cerezuelo.

Y como lo he visto muchas veces, sé que el Cubo es como un pozo que se abre en la roca por donde se precipita la corriente del arroyo y se pierde en la profundidad de la montaña. Surge de nuevo en la mitad del acantilado y cae en una primera cascada que sólo se ve o “sale”, como dicen ellos, cuando llueve mucho y en poco tiempo. Pero el rincón donde se abre el Cubo, las praderas por las partes altas y el arroyo que desciende desde el pico Almagreros, es bonito de verdad. Y también lo es la cascada con toda esa gran pared y al fondo los olivos del Cerezuelo y más lejos, las aguas del Pantano del Tranco.

- Era joven e iba montado en mi yegua. Si hubiera ido andando, ya habría sido otra cosa.
- Y cuando volvías de noche ¿cómo te las arreglabas?
- Cuando iba me estaba unos cuentos días. Aquello era parecido a cuando me iba por los Campos de Hernán Pelea con los animales. Me subía a principio de verano y hasta que no llegaban las nieves no me bajaba.
- ¿Todo el verano solo por aquellas soledades?
- Estaba mi padre también. Nos llevábamos hato y yo, pues acudía al hato. Estaba de día con los animales, me los dejaba para que durmieran donde fueran y junto a mi padre comía y dormía.

- ¿Tú te acuerdas cuántos animales tenías?
- Pues sí llevaba algunas veces diez o doce. No eran todos míos. Juntaba los de las otras familias y a todos les daba careo. Nunca se me perdió ninguno.
- De todos los animales que conoces y a lo largo de tu vida has guardado tanto, para ti ¿cuales son los mejores de guardar?
- Para mí las vacas. Son unos animales tan inteligentes como las personas. Las cabras, no son malas tampoco. Y las ovejas, para el que le gusta, pero eso de estar durmiendo todo el día y caminar a lo largo de la noche para comer, no me gusta a mí. Pero claro, los animales se hacen a lo que los pastores les consienten. Pero a mí es que no me gustan tanto las ovejas.
- ¿Tú las has guardado alguna vez?
- Muchas veces. Pero que me gusta más guardar cabras y vacas. Las cabras son muy andarinas, pero no tanto como las ovejas. La cabra de noche no anda. La vaca, pues sí anda, pero tienen otras cosas que me gustan mucho. Las echa uno a dormir, donde tienen una majá reconocía y ellas se acuestan y no dan guerra ninguna. Son unos animales muy inteligentes. La vaca come de día y de noche se acuesta.

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-30

LA ÚNICA CABRA

- Y lo de aquella única cabra que os dejaron cuando os quitaron todas las demás ¿por qué fue?
- Mi mujer ya estaba enferma. Delicada como ahora, pero entonces no podía comer la mayoría de las cosas. Teníamos la cabra para darle la leche y vino el médico. Hizo un papel en el cual indicaba que necesitaba la leche de la cabra para alimentarse. Fui al ingeniero, le pedí ese favor y me lo concedió. Me firmó el papel y a partir de entonces sólo nos quedó una cabra. Don Mariano fue aquel ingeniero. Ese fue el que mandaba, por aquellos tiempos en toda estas sierra. Pero claro, ya se vez que esto y otras muchas cosas, eran favores que ellos nos concedían y de este modo nos iban demostrando que teníamos que estar sometidos a su voluntad. Que la sierra era de ellos y que si nos dejaban todavía un poquito más andar por algún sitio, era porque querían portarse bien con nosotros. Es lo que decía mi hermana.
- ¿Qué es lo que decía?
La hermana que está sentada en una de las sillas casi de juguete, junto a él y en patio de la casa de ella, habla y dice:
- Yo decía y sigo diciéndolo que si hubiera tenido hijo no habría firmado jamás los papeles que me entregaron para la “dexpropiación” de mis tierras. Si no hubiera firmado hoy me alegraría. A las colmenas le eché yo mucho dinero. Me gasté lo poquito que nos dieron. En el Poyo de la Higuera mis padres tenían una gran propiedad heredada de mi abuela y todos sus hermanos.