7.12.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-34

ALGO DE BRUJAS

- Te voy a decir que este asunto lo viví yo en mis propias carnes. Fui un día a casa de un amigo mío que era de Ibros y se ganaba la vida de recovero. Porque claro, no me cobraba nada y es que dinero no había para ir a la posada. Esto se dio en Villacarrillo. Estaba yo allí cuando llegó una mujer y dijo: “Mi marido, vale para trabajar, vale para cualquier cosa menos para hacer uso del matrimonio”. Y entonces salto ese amigo mío Ibreño: “Eso es que estará “travao”. Que está ligado. Pues claro, es que lo dejan inutilizado.

Pasó el tiempo y una vez me veía yo que las cosas no funcionaban en mí con tanta facilidad como otros años antes. Ni que agarrara a una mozuela, ni que fuera de baile, ni que me liara de bromas con una mujer, nunca pasaba nada. Yo ya veía que aquello era que me habían inutilizado. Se me pusieron unos ojos tan grandes como los faros de ese coche. Como becerros colorados. Unos y otros me preguntaban: “¿Qué te pasa en los ojos?” Siempre respondía: “Esto es del picante”. A mí me gustaba el picante y siempre les echaba ese achaque. Porque es que no son cosas para irlas contando a todo el mundo.

Pero yo me encontraba mal. A este asunto los médicos no le dan solución. ¿Qué hacía yo? Una mujer que había en Beas que le decían la ciega y tenía gracia, pues se había muerto. “¿Qué hago yo en este caso?” Era lo que a todas horas me estaba preguntando. Pero había una pajarica que siempre que me veía le daba una risilla que era para verla. Ya no me pude contener y le pregunté: “¿Es que está mal hecho algo?” Ella siempre me decía que no.

Es que yo me había enterado que su abuela había hecho cosas de brujerías. Y claro, pues no fiándome, comencé a acecharla y así estuve una larga temporada. Hasta que un día la cogí sola, como “ende aquí” a la puerta esa de la alambrada de las parcelas. Retirada de su familia. Como no lo sabía fijo, pero me dije: “A esta la sonsaco yo de tal manera que me tiene que decir la verdad. Hoy me entero si lo que me pasa a mí ha sido ella la autora”. Me planté y le digo:

“Mira muchacha, te voy a decir una cosa: a cualquiera le da una mala idea y hace cualquier cosa que no esté bien. Pero si la corrige, pues no tiene delito. Esto te lo digo por lo siguiente: yo para vivir quiero ser hombre y para no ser hombre, no me interesa vivir. Así es que si tú quieres que viva, pues me quitas lo que me has “echao”, te guardaré secreto, no se le diré a nadie lo que ha pasado y seremos amigos toda la vida. El favor que te pueda hacer no se me irá de las manos. Pero claro, si no me quitas lo que me has echado, pues me queda muy poca vida, porque yo me la quito. Pero no vayas a creerte tú que es que te vas a burlar de mí. Que me he quitado yo la vida porque tú has estudiado de quitarmela. Que no. Que unos minutillos, aunque sean pocos, delante de mí te vas. Cuando te haya quitado a ti de enmedio me quito yo la vida y ya está todo ventilado”.

Pues creo que ella no me vería con muy buena cara. No es que aquello no fuera a hacer, porque como no lo sabía fijo, pero aquello fue para ver si se le escapaba algún detalle. Fue preparando el terreno de la mejor manera. Lo que pretendía era que si ella me acercaba aquel favor, para siempre ya íbamos a ser amigos y allí no había pasado nada. Pero también le había dejado claro que si no quería, pues que yo iba a vivir poco, pero ella iba a vivir menos. Cuando se dio cuenta de mis prontos, contestó diciendo: “Hay, mira, yo no te he hecho nada. Si te he hecho algo habrá sido sin saberlo”. Enseguida me di cuenta que había sido ella. Pero seguía diciendo: “Si te he hecho algo habrá sido sin saberlo y ya verás como se te quita”.

Al decirme esto me dije para mí que ella había sido. Pues antes de las veinticuatro horas era yo un hombre. Me lo quitó.
Sorprendido y sin acabar de entender casi nada le pregunto:
- Y eso ¿en qué consiste?
- Yo no sé lo qué harán. No sé qué cosa. A mí me han contado después que a habido matrimonios bien casados a punto de “separtarse” y han ido a la ciega que te decía y ella le ha dicho que sí: “Tú estás ligado y ha sido fulana, pero no te creas que ha sido ella, que ha sido la madre”. Pues así que fue a ella y le dieron lo que fuera pues se lo quitó como a mi y todo siguió normar. Pero antes, ni tener hijos ¿cómo iban a tener hijos? ni poder hacer uso del matrimonio. Después, ya quedaron bien. Y viven, pues como se debe vivir.

Lo más malo que existe en el mundo son las mujeres malas. Son mal ganado. Hay algunas que se dan al vicio porque les gusta, pero no son malas, tienen buen corazón, pero hay otras que tienen malos sentimientos. Van a hacer el daño que pueden. Y aquella era una.
- ¿Y ella de dónde era?
- No era de muy lejos, pero eso ya, yo le prometí que le guardaría el secreto y lo tengo que mantener hasta que me muera.

LAS TRES POTENCIAS

- ¿Y lo que decías antes de la ignorancia?
- Pues que yo no creo que la ignorancia tenga delito. Para mí lo que tiene delito es la intención, que es lo que hace daño a las personas y a to. Pero por eso yo creo que si hubiera personas que fueran capaces de dirigir el mundo y que tuvieran las tres potencias, por mi parte estoy dispuesto a de decirles que “esto es lo que hay que hacer”. Y las tres potencias son: la primera el saber de la persona porque sabiendo se gestiona todo en el mundo y sin saber, nada. La segunda potencia es la salud, que es la fuerza de la persona, porque la persona con salud ni tiene miedo al frío ni a la calor ni al trabajo fuerte ni flojo. To lo desarrolla y todo lo aprovecha bien.
Y la tercera potencia que es el valor de la persona, es el dote de los sentimientos humanos que es el que deja ver las virtudes de la humanidad. Y claro, pues, habiendo personas de esas... España está que na más que los políticos pa’ cá pa’ llá, qu’ esto que lo otro, aunque a mí no me estorba nadie ni ninguna clase de política ni na, porque yo, cuando yo quiera lo mío y no quiera lo de usted y me alegre del bien de la humanidad y respete a to er mundo ¿quién me va a estorbar a mí? Si a mi no me estorba nadie, pero claro, eso, con to lo que prueban, pero van con el egoísmo ese de aprovecharse de los derechos de los demás que no debe de ser.

Porque yo me creo que el mundo, el mejor arreglo que tenía es a cada cual lo suyo y dándole a cada cual lo suyo, pues no se podía reclamar más. Porque es que teniendo cada uno lo suyo ¿para qué quiere más? En cuanto se quiera pasar a más es porque el egoísmo lo domina y lo conduce.
- ¿Y todo esto que me cuentas dices que tú lo has recibido de quién?
- Esto es “provalecimiento” mío que mana de mi fe.
- ¿Y no te lo ha enseñado nadie?
- No señor. Esto no me lo ha enseñado a mí nadies. Es solamente el provalecimiento mío que yo hasta de noche ensueño cosas y me se vienen a la imaginación y algunas, para que no me se olviden, pues voy y las escribo.

- Y eso del ayuno que me decías ¿qué es?
- Pues que mis padres me enseñaron a ayunar, a guardar la “vegilia” y en fin, a varias cosas de esas. Pero el ayuno viene de cuando nació mi hija que estaba su madre, pues muy mal porque llevaba ya dos días mala sin poder dar a luz y era la víspera del día de S. Marcos que es cuando ella nació, pues en mucho peligro y una cuñá mía, hermana de mi mujer, dice: “Por tal de que salga bien, voy a ayunar a S. Marcos”. Y digo: “Yo también ayuno”. Y ayuné, salió bien la niña y dicen: “¿Si hubiera sido niño?” Y contesté: “Pa mí lo mismo me da que sea niña que niño. Pa mí es igual. Lo que Dios me ha mandao eso estoy yo conforme”.

Pues nada, a ayunar y “denpues” pues llevo, tiene ya cuarenta y un año y los he ayunao también y este, si estoy vivo, mientras yo esté vivo y pueda darme cuenta, porque la cabeza no me se aiga trastornao, eso lo ayuno yo porque ofrecí en un peligro y Dios me sacó de aquel peligro tan grande y me dio aquel placer, y eso tengo yo ese deber de ayunar siempre. Ese hecho no se me olvidará porque lo tengo grabado en el pensamiento y en el corazón.

- Y lo que me decías de estar completo ¿qué es?
- Pues que el único completo en todo el mundo es el Jefe de todo el universo y de la humanidad que es Dios o el Señor o lo que sea porque para mí el nombre es igual. Pues si le decimos Dios, así será. Del nombre sólo sé lo que he oído, pero yo digo que el Jefe de la humanidad entera es el que tiene que ser completo, los demás, no podemos ser ninguno porque tiene que ser él solo. Por eso te decía que tengo este provalecimiento que Dios “ende onde” esté me lo ha dao. Porque me he visto muy apuraico muchas veces y me he salvao. Como fue el caso que ya te conté de la guerra y aquella lluvia de balas entre de Lanjarón.

- Y eso del resuello de uno ¿qué es?
- Pues que lo que uno lleve dentro, la fe, las cosas, lo malo o lo bueno que tenga, cuando habla, aunque pruebe ocultarlo, no puede. Sale. Y es que las personas resuellan según lo que llevan en su corazón y el que tiene “clasificación” pa comprenderlo, de pronto lo graba. Y es lo mismo que yo he grabao varias cosas en mi vida porque cuando uno se pasa los días “conchabando” con los animales, descubres que los animales son buenos y te agradecen lo que les haces y esa bondad te llega dentro.

Nota: “Provalecimiento” = provenir: nacer, proceder, origen.

EL SOL VA CAYENDO

Por las altas cumbres de la sierra, el sol va cayendo. La tarde comienza a inundar los paisajes de tonos grises y de sombras alargadas. Los recuerdos no mueren. Revolotean por entre la oscuridad de los barrancos y el silencio de las sendas que se adivinan surcando las laderas y por entre el monte, ya rotas y olvidadas. El Guadalquivir remansa sus charcos entre álamos y zarzas. Cayada, casi indiferente a cuanto en estas sierras ocurrió a lo largo de los años e indiferente a lo que ocurre en esta época nuestra, se desangra el agua limpia hacia la profundidad del valle. Aquí, en este pequeño rincón del poblado, entre la sombra de los pinos y las nogueras, ya estamos dando por concluida la charla de esta tarde.

Sus vacas han dejado la cama fría que hace un rato recreaban entre el pasto de la llanura. Cruzan la corriente y poco a poco los animales se van recogiendo hacia la querencia de la majada. El rincón que les tiene preparado por entre los pinos al lado de las huertas. Nosotros también nos levantamos. Damos una vuelta por la laguna natural que en la curva del río duerme silenciosa. Me sigue explicando que desde tiempos lejanos este charco todo el mundo lo conoce por La Laguna. Desde aquí sube una sendilla y busca la carretera próximo a la construcción del hotel El Pinar. Como otras veces, me toma la delantera y aunque es cuesta arriba, no me deja cogerlo.

Ya en la carretera, subimos en el coche, bajamos hasta el cruce, torcemos a la derecha, cruzamos el río y entramos en las calles del poblado. Lo dejo en su casa despidiéndola a ella y les digo que volveré otro día.
- Ya te traeré el libro terminado o casi terminado para que lo leas.
- Pues se agradecerá.
Me dice. La hermana, no está.
- Vino al poco de iros vosotros y como se quedó disgustada, se fue diciendo que iba a buscaros. ¿No la habéis visto?
Me dice.
- No la hemos visto.
- Pues es que ella también quería contar cosas.
- ¡Cuánto lo siento porque me hubiera gustado oirla!
Me digo y les digo que otra vez será y poniendo el coche en marcha, recorro la calle, salgo a la carretera y al pasar por donde veo un todo terreno parado me doy cuenta que es de la cooperativa de excursiones Bujarkay. Me digo que un día de estos tengo que ponerme en contacto con alguno de ellos. Quiero conocerlos por si algunas cosas me pueden enseñar.

EL VIEJO SUMIDERO

Cruzo el río de nuevo y cuando ya subo por la carretera valle arriba, al pasar por la curva, me paro en la misma cuneta. Por el lado de arriba, en la ladera del pequeño cerrillo, me ha dicho que “en otros tiempos ahí mismo había un sumidero”. Veo juncos y otras matas de hierba y me pongo a curiosear con la ilusión de explorar lo que por aquí haya. Mil veces he pasado por el lugar y hasta hoy no me he enterado de lo del manantial. Pero hoy tampoco descubro gran cosa. Sí se nota que por este pequeño hoyo en la ladera, en otros tiempos brotó agua. La tierra tiene vegetación propia de mucha humedad y las rocas son tobas, pero ahora mismo no brota por aquí ni un hilillo.

Me vuelvo y comienzo a bajar hacia donde tengo el coche, cuando al mirar hacia la carretera, veo a una mujer mayor que sube andando. La reconozco enseguida. Es la hermana.
- ¿Qué haces por aquí?
Le pregunto algo sorprendido.
- Como no me esperasteis me he venido a buscaros y como acabo de ver el coche, para acá me he venido. Más de dos horas llevo “buscandosos”
- Es que tu hermano tenía prisa por ver dónde estaban las vacas. ¿Qué querías tú?
- Pues sólo que me hubiese gustado mucho estar con vosotros y contar cosas de mis recuerdos. Me gusta oír los recuerdos que cuenta mi hermano y como yo también tengo muchas vivencias, pues me distraigo charlando de ellas.

DE NUEVO CON LA HERMANA

Al verla y oirla, lo primero que se me ocurre es que se sentiría feliz dándole la oportunidad. Enseguida pienso que puedo perder otro rato con ella y que cuente lo que le apetezca. Seguro que le placerá mucho al mismo tiempo que también creo, lo suyo puede ser interesante.
- Pues tú no te preocupes. Vayamos para el pueblo y ahí, en la fuente que hay a la derecha de la carretera, nos paramos. Si quieres, cuéntame todo lo que quería.
- Pero es que se te va a hacer tarde.
- Para las cosas de estas sierras nunca es tarde y menos para los recuerdos hermosos que tú guardas en el alma.
- Pues como quieras.

Subimos en el coche, doy la vuelta y en la misma fuente nos paramos. Nos sentamos frente al chorrillo y le digo que hable. Que diga lo que quiera porque sé que todo es bonito e importante.
- Pero lo que pasa es que yo, aunque tengo muchas cosas importantes, no sé cómo irlas sacando para que las entiendas y queden un poco claro. Lo que te decía mi hermano antes era eso: que cuando llegó la guerra, a todos los hombres se lo llevaron. Pero como nosotros siempre dependimos del campo y de los animales, mi hermana y yo, teníamos que atender el ganado, la huerta y la casa. ¿Qué ibamos a hacer? Si hombre no había.

Terreno sí teníamos mucho. Por eso tuvimos que buscar una muchacha que casi siempre estaba con nosotros que se llamaba Brígida. Un día íbamos a los pedazos que había por debajo de los Pardales y otro día a lo misma cumbre del Castellón de los Toros. Patatas, habichuelas, remolacha, de todo esto era lo que sembrábamos tanto en unas tierras como en otras. Recogíamos mucho.
- ¿Cómo era el Castellón de los Toros?
- Un sitio llano en todo lo alto del monte al que se tardaba casi un día en llegar desde el Cortijo. Recuerdo que en una ocasión me quedé a dormir sola en aquel monte. Habíamos segado el trigo y como se me hizo tarde, me quedé allí a pasar la noche, cuidándolo para que los animales no se lo comieran. Cuando mi hermano iba con mi primo Máximo, el cojo del al Fresnedilla, pues ya tenía compañía, pero como ya te he dicho que en tiempo de la guerra a mi hermano se lo llevaron, me quedé sola.

TESORO EN EL CASTELLÓN

- ¿Y no te daba miedo dormir sola, una muchacha, en lo alto de aquel monte tan alejado del cortijo?
- ¿Qué ibamos ha hacer? Animales salvajes, los únicos que había eran monteses. Lobos ya no existían y los zorros no hace daño a las personas. A mí lo que me daba miedo eran los encantamientos que decían había en aquel Castellón. Decían que había tesoros y que salían encantados. A un tío mío, una noche, le salió un toro. Estaba allí con los animales y le salió el toro. Después nos dijo que llevaba un manojo de llaves trabado en los cuernos. Pues si aquello hubiera sido cierto, aunque como él lo dijo, sería verdad, pero que si hubiera sido otra persona a lo mejor hubiera cogido las llaves y quién sabe si luego hubiera encontrado el tesoro.
- Pero eso del tesoro ¿Cómo se sabía?
- Es que una señora lo ensoñó.

- ¿Qué fue lo que enseñó?
- Pues según decía ella se trataba de un toro con un gran manojo de llaves en los cuernos. Ensoñó que el que tuviera valor y le quitara al toro las llaves, ya tenía el tesoro en sus manos. Pero claro, se ve que el toro era para temerle.
- ¿Y qué era el tesoro?
- Pues una vez también contaron que estando arando las tierras aquellas a un arado se le enganchó el asa de una caldera. No le dieron importancia, pero luego empezaron a decir que a lo mejor era en aquella caldera donde estaba el tesoro. Mucho cavaron y todo, pero que no dieron con él. El asa dicen que era verdad. Luego, allí se han buscado muchos tesoros. Se han visto los pozos de tanto cavar, los cascos de las orzas y todo eso. Aquello es piedra y, sin embargo, donde los moros estuvieron, es de toba.

Llevaron la toba desde el Royo del Hombre. Pero como había muchos moros pues dicen que la llevaron formando una cadena ladera arriba hasta lo alto del monte. Cogían una piedra en el barranco y se la iban pasando de uno a otro hasta lo alto del Castellón. ¡Pues ya habría moros! Que pudo ser, porque para llevar hasta ese pico tantas piedras, es complicado. Todo esto lo contaban.
- ¿Y nunca se supo de ninguna persona que hubiera encontrado alguna cosa que se pareciera a un tesoro?
- Pues dicen que vinieron personas que eran de por ahí ¿no sabes? Y también decían que en lo alto de aquel monte había aterrizado un “oroplano”, y yo creo que como aquello es un haza, pues puedo ser. Y claro, se llevaron el tesoro. Decían que habían visto allí hoyos de orzas que habían sacado llenas de monedas.

- ¿Era por eso por lo que tú tenías miedo cuando por la noche dormías en aquellas alturas?
- Pues claro. Como todo el mundo decía que salía el toro, pues le temía. Me daba un poco de repelús, pero en fin, si hubiera salido tampoco le temía mucho. Porque era una cosa que podía haber sido. Me hubiera hecho rica, pero como nací para ser pobre no me salió ni la sombra del toro. Tampoco me hizo falta ¿Y si me daba un susto y me moría?
- Eso digo yo.
- Pero también alguna vez he llegado a pensar que a lo mejor el tesoro del Castellón estaba escondido en los trozos de teja que por allí hay tirados. Más de una vez las he partido, las he puesto al sol y las he visto brillar. ¿Qué será eso? Yo no lo sé, pero a lo mejor el oro estaba molido y lo habían puesto entre el barro de aquellas tejas para que así nadie lo supiera.


LAS LUCES DE LOS PEGUEROS

- A lo mejor era eso. Pero ahora, como estamos metidos en esto de los tesoros, dime si tú recuerdas que por las cumbres y las rocas de las Banderillas también hubiera algún tesoro.
- Por los Banderillas lo únicos que había eran los pegueros. Desde mi cortijo se veían por las noches las luces. Salíamos a la puerta y entonces decíamos: “Ya están los pegueros en el Hoyazo”. Aquellas luces, trasladadas a otros lugares, nos servían de contraseña. Como antes y allí menos, no había teléfono, pues nos apañábamos como podíamos. Cuando el cortijo del Aguadero se organizaba una fiesta o una matanza y nos querían avisar para que viniéramos, por la noche salían a la puerta del cortijo y encendían una o dos luces. Si nosotros la veíamos salíamos a la puerta de mi cortijo también encendíamos una luz. De esta manera ellos sabían que nos habíamos enterado y así, aunque las distancias eran grandes, nos apañábamos.

De aquellos tiempos me acuerdo yo de las grandes nevadas que caían por el Cortijo. Algunas veces, para poder ir a la fuente a por agua, los hombres tenían que coger una pala y abrir camino. Otras veces, cuando las nevadas ya eran más grandes, ni siquiera con palas se podía ir a la fuente. Teníamos que echar leña al fuego, cogíamos nieve y la derretíamos para poder apañarnos. Las nevadas por aquellas tierras siempre eran muy grandes. Duraban mucho. Cuando la nieve se iba, por las Banderillas se veían caer las cascadas y aquello era precioso. Una de las cosas más bonitas que en aquellos barrancos ocurría, era el arco iris. Cuando descargaban las tormentas y luego salía el sol, el arco iris adornaba las cumbres con una maravilla preciosa.

Me acuerdo que una ve me cogió una nube en el mismo nacimiento del río Aguasmulas. Como teníamos tierras por todos sitios, en aquel rincón de mi abuelo, teníamos unos pedazos. A coger un saco de habichuelas y cuando ya lo tenía lleno, empezó a descargar la nube. Tuve que salir corriendo y meterme en el cortijo del la Fresnedilla. Aquello era de mi tía. El cortijo de acá era de mis abuelos y el de allá vivía mi tío. Yo siempre venía al de mi abuelo que era de mi tía. Pues aquel día me cogió la nube y tuve que dormir en aquel lado porque no podía pasar el río. Claro que me asustaba, lo que pasaba era que estábamos acostumbrados.

NO TENÍAMOS QUE HABER FIRMADO

Ahora, lo que te decía antes sí que me gustaría. Por todas las riquezas del mundo yo cambiaría otra vez mi Cortijo. Mi sobrino lo decía, que de todas maneras para lo que nos dieron, que no teníamos que haber firmado. Si nos hubiéramos quedado tampoco nos habríamos muerto. Mis primos se vinieron, mis padres se murieron y como eramos muchos, no daba la tierra para alimentarnos a todos. Cuando se casaron mis primas, en la habitación que teníamos nosotros, se puso la cama. Luego se fueron a Santiago de la Espada. Otro fue guarda, el hermano de Alfonso también. En fin, las cosas fueron cambiando.
- De la huelga del río ¿qué recuerdas tú?
- Primero, cuando era pequeña, cuando estaba en el cortijo, a veces mi madre me decía: “Hoy voy a hacer un guiso de tomates”. Pues cogía mi cesta y en diez minutos bajaba y subía desde el río al cortijo con mi cesta llena de tomates. Ya que me casé, como mi marido era tan trabajador, de aquella tierra de la orilla del río recogíamos nosotros lo que no nos comíamos. Luego ya con los bichos, pues sembramos y no cogíamos nada.

EL NOVIO DE MI HERMANA

De cuando yo era mozuela recuerdo que una vez, a mi hermana que era un talento, la pretendió uno. Se fue a la guerra y cuando le llegaban las cartas mi madre le regañaba. Un día estaba ella llorando y fui yo y le dije: “Eso te pasa por ser lo tonta que eres”. Me oyó mi madre y me pegó. Yo no dije nada, pero aquello no me gustó porque lo que pasaba era que a mi madre no le gustaba aquel hombre para mi hermana y quería que le dijera que no se acordara de ella. Yo le dije que como estaba en la guerra que no lo hiciera.

Que tiempo tenía luego cuando viniera. Y es que mi madre, no encontraba hombre apropiado para mi hermana. Siempre la tenía acorralada y, sin embargo, a mí, no me decía nada. Me daba las cartas más bonitas para que le escribiera y a mi hermana no. Eso me daba lástima a mí. Mi hermana tampoco lo quería, porque no se casó con él y se podía haber casado. Lo que no quería es que nos llevamos bien como vecinos y claro, no quería darle ese disgusto.
- ¿De dónde era el novio?
- De un poco más arriba, de la Cueva del Torno. Pero mi madre era muy buena. A mi no me regañaba porque como era la más chica siempre me mimaba mucho. Ya cuando fuimos mayores, organizábamos unas fiestas que pa qué. En el Cortijo habíamos cuatro mocicas catorce muchachos jóvenes.

Por pocos que vinieran, cuando organizábamos una fiesta, aquello era estupendo. Porque a pesar de todo, también lo pasábamos felices en aquel cortijo. Cuando no había una matanza, había un esquilo y sino otras fiestas. Lo de mi hermana, ya te lo he dicho, es que me daba pena. Era costurera y se pasaba el día encerrada en el cortijo cosiendo no sólo para nosotros sino para todos los vecinos. Antes no se compraba tanta ropa como ahora.

- Y de aquellos parrales que el otro día vi yo en el Cortijo ¿qué me dices?
- Pues que cuando era el tiempo de las uvas, después de las comidas, no teníamos nada más que salir a la puerta y de las mismas parras cogíamos un racimo y nos lo comíamos de postres. Si un año hicimos más de cincuenta arrobas de vino. Allí mismo había un hortal que le decíamos el Huerto de los Pepinos. Aquello daba pepinos para todos los del cortijo y no los acabábamos.
- Que estabais muy agusto en aquel rincón ¿verdad?
- Yo sí. Ahora te digo la verdad: si tuviera la posibilidad de volver a nacer otra vez y de escoger entre este pueblo y el Cortijo, escogería mi cortijo de siempre. Sin dudarlo.

Por la carretera, mientras la hermana me va desgranando sus recuerdos, no dejan de pasar los coches de los turistas. Uno de ellos se para. Nos mira y no para beber agua sino para curiosear, bajan y se acercan hacia nosotros. Le digo a la hermana que ya nos vamos. Es tarde, casi empezando a oscurecer y su hermano puede que la eche de menos. Está conforme conmigo, la acerco hacia el poblado y poco más tarde ya subo por la carretera rumbo a mi destino por los cerros de Úbeda.

Ya se ha hecho de noche. En los charcos que se remansan entre los álamos del río, la luna se refleja. Y el silencio, a lo ancho de los barrancos y las cumbres, se hace denso y la oscuridad parece que da paso a otro mundo. Quizá el mundo verdadero que al final de los siglos se extienda sobre este planeta para ser eterno.

Cuando la noche cae
sobre estas sierras,
todo tiene un acento nuevo,
mágico, misterioso y hasta un poco melancólico.
Por eso por mi alma
comienzan a correr las sensaciones
que anoche sentí en el sueño.

EL RECUERDO QUE SABE A MUERTE

Alguien, no sé quien o quienes, con más poder que yo, me querían echar de los rincones donde ahora vivo. Me ordenaban que me fuera a otros lugares. Una ciudad grande que queda muy lejos de aquí. A pesar de ser ciudad, grande y con muchas cosas modernas, no me gustaba. Esta tierra donde ahora vivo y sobre todo los paisajes que puedo gozar desde este lugar en que vivo, los tengo metidos muy dentro. No quiero cambiarlo por nada del mundo aunque sean cosas muy modernas y muy grandes. No quiero irme de aquí. No deseo otro mundo que este y desde aquí, dejar que los días acaben conmigo y la tierra me convierta en polvo, en el rincón justo donde ella me conoce y yo la conozco a ella.

Pero como en mi sueño, a pesar del gran sufrimiento que para mí suponía tener que irme de estos lugares, me obligaban a irme, me sentí triste. Muy triste y lleno de una profunda amargura. Como si me quitaran la vida sin darme muerte, pero dejándome sin aliento para que mi alma respirara. Pedí permiso para visitar por última vez la tierra amada y cuando me vi recorriendo los barrancos y las sendas por donde las aguas del Guadalquivir se alejan, me puse a llorar.

“Es mi última visita, mi último abrazo de amor con lo que para mí es la fuente que me conecta a la vida y a la inmortalidad de mi ser. Me separan, me alejan, me llevan a otros lugares que no conozco ni deseo conocer y ahora ya ni siquiera tengo ganas de vivir. Entre los paisajes de estos barrancos he encontrado todo lo que mi alma necesita para sentir el gozo y estar unida a Dios. Aquí tengo todo mi tesoro que no es otro que el reflejo de la belleza pura. No quiero, ni deseo ni apetezco ni lugares nuevos ni ciudades modernas. No quiero arrancarme de este mundo sencillo que tanto amo. No quiero irme de este río claro ni de la fresca sombra que sus montes derraman por los barrancos. No quiero y a gritos, llenos de amargura, lo estoy diciendo, pero no me hacen caso. Me arrancan de la tierra que tanto amo y me llevan lejos, a donde todo lo que existe, será pura amargura para mí”.

Esto es más o menos lo que sentí en mí sueño cuando en silencio fui recorriendo las orillas del río la última vez que lo pisé. Después me alejé y ya todo terminó para mí. Lo único que recuerdo fue un mundo lleno de angustia, frío, sin aire para respirar y una amargura que me atravesaba el alma desde lo más hondo. Quise morir y entonces fue cuando empecé a comprender un poco, la tortura que estos amigos míos serranos vivieron cuando en aquellos tiempos los arrancaron de sus cortijos. Lo comprendí y hasta lo saboreé diciéndome que aquello y esto era cruel aunque hubiera razones muy nobles y grandes para hacerlo. Pobres amigos míos y pobre de mí mismo por el destrozo que a ello y a mí nos hacen. Nos machacan en vida y se quedan tan indiferentes y hasta dicen que es por el bien de la humanidad. Quizá deba ser así, pero si para que tengan un poco de felicidad, los que luego vengan, es necesario privar de libertad y arrancar de sus raíces a los que ahora están y viven ¿no indica esto que es equivocado tanto el método como el camino?

DIA CUARTO MIGAS SERRANAS

Hoy es ya doce de septiembre y por eso el otoño empieza a pasearse por entre la vegetación de esta sierra. Hoy tenía que darme una vuelta por todo este valle del Guadalquivir por lo del mapa. Resulta que la Editorial Alpina me ha pedido colaboración para a elaboración de un mapa de estas sierras. He aceptado y como ya estoy trabajando en el proyecto, hoy que es sábado, me he dispuesto para darme una vuelta por este valle del Guadalquivir con objeto de pararme en varios puntos y preguntar cosas. Ahora necesito saber los nombres de todos los montes, arroyos, cañadas, fuentes y cortijos de todas estas tierras para así revisar bien el mapa al fin de sacar algo bueno.

Pues, en principio, quería pararme en el Pantano del Tranco y preguntar algunas cosas a mi amigo Nazario. Así lo he hecho y luego me he ido Guadalquivir arriba y en la Casa de Artesanía “Los Casares”, también he preguntado a este otro amigo mío. No estaba hoy aquí ni su mujer, pero sí su compañero. Con él he charlado un rato y después, como ya es tarde, sólo he llegado a la Venta de Luis Desde aquí quería ir directamente a la Golondrina, pero son las dos y media y como otra de las ilusiones que hoy traigo por aquí es subir a la Hortezuela a comerme unas migas como las que probé el otro día, paso de largo. Llego a la Hortezuela y me dicen que hoy no tienen migas. Vuelvo en los apartamentos de San Fernando, sí tienen lo que busco.
- Buenas y auténticas migas serranas, tenemos en el menú de hoy.
Me dicen.

Me siento y en unos instantes me sacan un plato, que parece toda una fuente, lleno de migas con sus tropezones: un huevo frito, un trozo de chorizo, otro trozo de morcilla negra, un trozo de tocino y a todo alrededor de las migas trozos de melón.
- ¿Qué más va a tomar?
Me pregunta en el que me atiende. Le digo que nada más.
- Con este plato tengo más que bastante y agua hasta llevo que cogí hace un rato una buena botella en la Fuente del Macho.

Las migas están riquísimas y por eso doy buena cuenta de ellas en unos minutos. Pago, salgo, monto en el coche y unos metros más abajo, a la altura donde la otra tarde estuve con él cuando vinimos a buscar las vacas, paro. Me voy por entre los pinos mirando a ver si encuentro algún níscalo y sí: enseguida me tropiezo con varias setas, pero están secas. Las lluvias de este años, que han venido temprano, han sido buenas para que nazcan las setas. Después ha hecho calor, pero como no ha llovido, las setas que han salido se han secado. Una pena, porque podía haber sido un buen año de níscalos.

Me vuelvo al coche y ahora voy directamente al poblado. Primero a casa de él, porque hoy también quiero saludarlo y dejarle varias hojas del libro que estoy escribiéndole y después quiero llegar a la otra casa. Deseo preguntarles algunas cosas del rincón de las Canalejas.

LA CAÍDA DE ELLA

Así que con todos estos proyectos llego a su casa. La puerta está abierta y por eso al entrar llamo. En la pequeña cocina contesta él y en la otra estancia, la de la derecha, contesta ella. Sale primero y después de darme la mano me dice:
- Se cayó el otro día y está aquí sentada que no puede moverse. Pasa y la ves.
Lo sigo y en segundo estoy ante ella. La saludo comprobando que se alegra verme y enseguida me dice:
- Que me dio un mareo y me caí en el patio. Como estaba sola, aunque llamé a la vecina, nadie acudió a mi ayuda. Arrastrando me fui a la cocina y desde ahí me llevaron al médico de Úbeda. Me han mirando y me dijeron que me había roto un hueso en la cadera, pero deseguida me echaron para acá.
- ¿Pero eso cómo puede ser así?
- Pues yo qué sé. A mi no me han dicho nada ni tampoco me han mandado ninguna medicina. Aquí estoy sentada acompañada de las vecinas y sin poder moverme.

Me siento a su lado y mientras sigue dándome explicaciones tanto de su caída como del trato que ha recibido de los médicos, voy cayendo en la cuenta de lo desamparados que están. Tiene ya muchos años y aunque se nueve con agilidad, necesita cuidados y compañía. Ella, además de los años, está muy delgada. Come poco y ni siquiera son comidas en condiciones. Su hija vive lejos y aunque las vecinas sí la rodean de atenciones y la atienden, al fin y acabo son dos personas mayores que están solos en su casa.
- Pero usted no se preocupe que entre nosotros nos tratamos bien.
Me dice de pronto una de las vecinas que acaba de entrar y se sienta al lado mío.

LA OTRA HIJA

Me mira con interés y antes de los dos minutos me dice que ella es hija del Tío Alejo.
- ¿Lo llegó a conocer usted?
- Claro que no, pero sí he leído las páginas
- Pero es verdad que ahí sale mi padre. Por eso también a mí me hubiera gustado hablar contigo para contarte algunas cosas como lo ha hecho la hermana.
- Pues para eso no existe ninguna dificultad. Porque tú ¿dónde naciste?
- También en el Cortijo. Pero mejor nos vamos a mi casa y charlamos un ratito.

Me doy cuenta que es lo mejor para así no molestarla mucho. Así que salimos y en la misma puerta primero nos tropezamos con la hermana y en la esquina con el marido de María Dolores. Subimos por la calle y en la esquina abra su casa, entramos y en el mismo patio nos sentamos.

Le digo que la casa es muy bonita porque de verdad lo es y enseguida noto lo que tantas veces entre las personas mayores de esta sierra, he notado. La gran sencillez y el gran cariño con que siempre me tratan. Es como si me hubieran conocido de toda la vida y, además, como si estuvieran deseando encontrarse conmigo para poner, primero, todas sus cosas a disposición mía y contarme después, una retahíla de recuerdos. Es una delicia encontrarse con personas tan nobles, sencillas, de corazón tan limpio, tan trabajado en la vida y tan cargados de recuerdos.

MAS RECUERDOS

- Pues ya puedes empezar a contarme lo que tú quieras para que también tus recuerdos se queden entre nosotros para siempre.
- Empiezo diciendo que nací en el 1914, que me llamo Dolores Fernández García, que soy hija de Alejo y Antonio. En el Cortijo nos ha criado mi padre a todos y somos diez hermanos. Ahora mismo unos están en Castellón, en Gerona, en Francia, en Murcia, en Santiago de la Espada y en Villanueva del Arzobispo y mi hermana y yo estamos aquí. Resulta que cuando en vida de mis padres estábamos en el Cortijo, pues nos expropiaron aquello. Mi madre les dijo: “Pues lo que nos vais a dar en el poblado, nos lo cambias por lo que nosotros os vamos a dar”. Y entonces uno de ellos dijo: “Eso ni hablar. El Estado no puede salir perdiendo”.

Así que nos trajeron aquí, ya hace veintisiete años y desde entonces estamos pagando un alquilé. Hemos hecho muchas obras en las casas porque no estaban preparada para vivir como Dios manda y claro: con todo lo que le estamos haciendo aquí, si pasaran a ser nuestras muy bien, pero como no serán nuestras nunca, ya nos moriremos sin tener nada en este mundo. Nos quitaron las tierras que tanto queríamos y desde aquel momento nos dejaron desnudos y por completo en sus manos.
- Pero aquello del obispo cuando tus padres ¿qué fue?
- Vino una vez aquí al poblado. Era el día de la pilarica ¿sabes tú que los civiles celebran ese día?
- Claro, la Virgen del Pilar.

EL CEMENTERIO DEL POBLADO

Pues vino el obispo y dijo: “Pidan ustedes hoy todo lo que quieran que hoy se les va a conceder lo que pidan”. Nadie hablaba y eso era del miedo que ya teníamos metido en el cuerpo de tanto palos como nos habían dado unos y otros. Hasta que se levantó mi padre con una garrotilla que tenía y al verlo el obispo dijo: “Que le den una silla al abuelito y dejadlo que hable”. En la silla se sentó mi padre y el obispo le preguntó: “¿Abuelito, qué es lo que quiere usted?” De momento mi padre dijo: “Mire usted, señor obispo, yo no tengo don de palabras para hablar con usted, pero le voy a decir lo que quiero.

Lo primero una escuela para que los niños no sean tan analfabetos como nosotros. Lo segundo un cuartel de la Guardia Civil para que haya orden y justicia. Lo tercero una iglesia para el que quiere, tenga religión y le tema a Dios y quiera estar bien con El, que vaya a misa. Y lo cuarto un cementerio para cuando ya estemos muertos no nos carguen en bestias como pasaba antes y así podamos descansar en paz en la tierra que tanto amomos”.

Pues el obispo no dijo nada en aquel momento, pero pasado el tiempo, todas aquellas peticiones de mi padre, se han cumplido. Todo lo han hecho. El fue el que estrenó el cementerio. Primero hicieron la iglesia, luego el cementerio y a los cuatro día de inaugurarlo, se murió mi padre.

- Aquello fue bueno, pero del cortijo ¿qué recuerdas?
- Pa criarnos allí, diez hijos, mis padres penaron mucho. A todos nos casó bien casados, con nuestras bodas más chicas o más grandes. Veinte y tantos años ha estado mi padre de guarda que luego si quieres te cuento lo que dice el libro para que sepas como fueron las cosas. Pero ya te adelanto que mi padre, a pesar de no poseer estudio, tenía una gran memoria. Eran trescientos veintinueve ganaderos y de me moria se sabía los nombres y apellidos de todos y número de ganado que tenía cada uno. Después tengo tres hermanos guardas de montes. Dos de ellos ya están jubilados y el otro, se jubilará pronto.

LA MAYOR DE TODAS

La otra hermana, que sigue narrandome sus recuerdos, me dice:
- Yo, que era la mayor de todos, pues te puede imaginar lo que habré penado. Mi madre siempre tenía que estar en los huertos trabajando. He segado, he acarreado miel, he encerrado paja, he trillado y que te voy a decir más. De día tenía que hacer todas las cosas de los hombres y de noche tenía que coser porque si se rompía un pantalón, como no había otro, había que componerlo para poder seguir con él al día siguiente. La ropa también la lavábamos por la noche, las secábamos en la lumbre dejando mientras tanto a los niños desnudos para que al día siguiente llevaran las prendas limpias.

Hambre no hemos pasado. No como otros que se han comido la grama, las romanzas y lo que pillaban. Nosotros de hierbas, gracias a Dios, no hemos comido nada más que las collejas, lo que se come. Pero de ropa, sí hemos pasado muchas necesidades. Así que si me lío a contar todas las cosas que he pasado, no acabo nunca.
- Tú cuenta que aunque fueran duras en aquel tiempo, es bueno que muchos las conozcan.
- Pues a mí me da hasta “escuajo” de decirlas.

Cuando tenía ocho años, se fue mi madre a cuidar una tía mía, mi tía Consuelo que era hermana de mi padre y no teníamos pan. Decía mi padre: “Hija mía, si tú te ‘aterminaras’ yo te pongo una silla, te subes y envuelves la masa. Si no puedes mucha, pues tres celemines de harina”. Y me subí encima de la silla, amasé yo mi amasijo, mi padre caldeó el horno, él echaba el pan y luego él lo sacaba. ¿Cómo sería yo con ocho o nueve años? Cuando mi madre daba a luz, ya vez diez hijos en un cortijo, sin un médico ni nada. A mi madre nunca la tuvo que ver un médico. En el parto, una tía mía, la madre de mi prima, la asistía. Tenía ánimo y ella le cortaba la tripa a crío, ella lo lavaba y ella se lo hacía todo.

Pero ya el último que tuvo nació muerta. Se asustó y la niña nació muerta. También mi madre lo pasó muy mal. Mi primo tuvo que ir a Santiago de la Espada a llamar a mi padre. Sin ayuda de nadie ella se fue recuperando y siguió adelante. Algunas veces no teníamos ni pan. Y de estas ocasiones yo recuerdo que como teníamos ganado, mi padre cogía un choto, lo mataba y de aquello comíamos. Carne asada o carne frita porque no había otra cosa. Penar hemos penado mucho, pero nos hemos criado con vergüenza, con educación, no le hemos faltado a nadie. Mi padre nunca en la vida se ha visto enfrentado por mis hermanos. Ni ellos se han chispado a nadie nunca nada.

ALFORJAS Y LOS PANES

Uno de estos hermanos míos se encontró unas alforjas llenas de alimentos. Los suegros de esta señora que has estado hablando con ella hace un rato. Eran de la Hoyas de Albaldía. Subía un día por las veredas de la cuesta que lleva a las Hoyas y en el último mulo llevaba las alforjas. En el de “alante” iba subido el hombre y el segundo mulo lo lleva reatado. Se ve que a éste se la cayó las alforjas y el hombre ni se dio cuenta. Al poco, ya de noche pasó mi hermano por allí que venía de encerrar las ovejuchas y al ver aquello lo cogió. Lo miro y vio que dentro de aquellas alforjas había dos panes grandes de cuatro o cinco libras, jamón, una merendera con chorizos, una manta y unas sogas.

Cuando llegó a la casa dijo: “Padre, me he encontrado unas alforjas con pan y una manta”. Preguntó mi padre: “¿Dónde están?” “Pues como nos tiene usted dicho que na que no sea nuestro que a la casa que no lo traigamos, pues allí se ha quedado”. “¡Hombre, hijo mío, eso haberlo recogido!” Entonces mandó mi padre a mi hermano mayor, lo colgó el un árbol y a los quince día apareció el amo de aquello y todavía estaba colgado en la rama del árbol. Entero el pan, el chorizo, la manta. El hombre le dice a mi padre: “Hombre, esto no se hace. Fíjate que el pan está ya “almocío” y ahora ni para los animales sirve. Os lo hubierais comido y buen provecho que la habrías sacado. Mi padre le dijo: “Si ahora valiera, se lo comerían mis hijos si tu nos lo daba, pero antes como no era mío, ahí se perdía” ¡Tú fíjate qué forma de ser los que antes vivíamos en la sierra!

Que eso digo. La educación que nos daban antes y mira la que hay ahora. Dicen que es que les temíamos mucho a nuestros padres, pero eso no es verdad. Yo no le temí nunca a mi padre. Yo me casé con veintiocho años y a mí no me había tocado mi padre nada más que una guantá que me dio una vez y con mucha razón. Porque nosotros siempre hemos tenido prohibido cualquier tipo de peleas entre los hermanos. Y aquel día, una hermana mía y yo, nos disgustamos por una manojo de flores. ¡Ya ves tú por un puñado de flores con las que había en aquellos montes! Y fui y le di a mi hermana una guantada. ¡Madre mía lo que a mí se me vino encima! Llegó en aquel momento mi padre. Nos cogió a las dos y nos arrodilló, nos hizo levantarnos y besarnos y yo no quería. Todavía recuerdo a mi padre diciendo: “Muchacha, besa a tu hermana”. Y como no la besaba se quitó la correa para pegarme. Yo al ver la correa me voy hacia mi hermana y ella sí me besó a mí, pero yo, tanta rabia tenía encima que le di un bocado en la cara.

Enseguida le brotó la sangre. Mi padre me miró y con toda su energía descargó sobre mi una bofetá que no se me olvidará mientras que no me echen encima la tierra. Esa es la única vez que mi padre me ha pegado a mí y siempre digo que con toda la razón del mundo. No me volvió a pegar más. Yo le temía a mi padre más que miedo lo que le tenía era un gran respeto.

LUCHA POR LA VIDA

Antes de “expropiarnos”, cuando nos casamos, vivimos unos días de mucho penar. Teníamos una borricuja que era muy mala y “esmallá” que estaba, pues mi marido y yo nos cargábamos las piedras de yeso para hacer la casa. Las llevábamos hasta la carretera donde descansábamos y luego en otro tirón las subíamos hasta la casa. Hicimos un horno y allí cocíamos las piedras. Al volver del trabajo mi marido picaba las piedras para hacer el yeso y yo lo cribaba. Todo era para hacer la casa que hicimos, compramos un pajar e hicimos una casucha. Los palos los traía él arrastrando y cuando ya había que ponerlos en el techo, pues como eran muy gordos, los dos solos no podíamos. Llamamos a mi padre y a unos vecinos y nos ayudaron.

Todo esto, muy resumido fue lo que penamos para hacernos aquella casucha. Cuando luego nos expropiaron dijo: “Pues nos llevamos la teja al poblado”. Pues cuando nos expropiaron aquello nos “erribaron” la casa y la teja se hizo polvo y ni siquiera nos dejaron recorgerlas. No nos dejaron nada.

Otra de las cosas que recuerdo fue la de la burra que le dio paralís. Después de estar mala parió una pollina. Lo digo por los trabajos que se han pasado. Mi padre nos dio una cabra y la ordeñábamos en la “palancana” y así se la bebía la pollina. De este modo la criamos. Al poco de casarnos mi marido cayó malo y como mis hermanos se los llevaron a la guerra todos los trabajos que los hombres hacían, ahora teníamos que llevarlos nosotras. Me iba a echar el día y como mi marido estaba en la cama, así que llegaba el medio día, las otras se paraban a comer y yo, a levantarlo a él, a darle la comida, a lavarlo y si se había orinado y otra cosa, cambiarle las sábanas y encima echar otro medio día.

Así que ya no le digo más cosas porque no me salen del escuajo que me da.
- Y de hijo ¿cuántos habéis tenido?
- Pues que no hemos tenido hijos. Como entonces no había dineros para ir a ver lo que nos pasaba, pues nos hemos aguantado.
- Y de la Cueva del Torno ¿de qué te acuerdas?
- De chiquituja me acuerdo de ver allí a mi marido, a mi primo y a don Alfonso. Donde nos criábamos en el Cortijo no habíamos echado horno “tovía” y nos fuimos a amasar allí. Entonces mi marido pues era muchachote. Tendrían doce o catorce años y yo unos doce. Me mandó mi madre a por los trapos para tapar la masa. Habíamos amasado en lo de una tía mía que también era tan pobretica como nosotros. No tenía ni tendios ni nada. Dijo: “Anda y que te dé la tía Dolores los tendíos”.

COSAS DE NIÑOS

Y yo así que lo vi a él, me daba vergüenza de acercarme a la casa. Tenía unos perrujos y nos ladraban, pero yo no le temía a los perros de lo que me daba vergüenza era de él. Y me vuelvo y le digo a mi madre: “Madre, que no me ha querido dar la tía Dolores el tendío”. Arrea mi madre corriendo y le dice: “¿Dolores no le has dado a la chiquilla en tendío?” “¡Pero si aquí no ha venido!” “Pues si me ha ido diciendo que no se lo has querido dar”. “¡Será tuna la chiquilla esta!”

Es que siempre que me veía mi suegra me decía que yo iba a ser su nuera. ¡Que lástima! Yo le contestaba que no la quería para suegra. Y claro, por esto a mí me daba vergüenza de ir a donde estaba él. Si tú vieras la cueva donde nació mi marido y mi primo te asustaría. Pues desde la Cueva del Torno íbamos a trabajar al Recó. Allí encendíamos una lumbre, allí cocíamos el puchero, allí sembrábamos tabaco, allí venían las monteses a todos aquellos piazos a comerse las cosas. Ya desde entonces nos conocimos y a la larga mi suegra se salió con las suyas. El tenía treinta y dos años y yo treinta cuando nos casamos. Juan José Rescalvo Muñoz se llama él, que es hermano de don Alfonso.

Y hablando de don Alfonso, mira como sería de chico que tenía siete u ocho años. ¿Si nacería para cura? ¿Tú sabes lo que son esas bolitas coloradas que hechan los enebros?
- Sé lo que son.
- Pues cogía una hebra y hacia rosarios con las bolas. Como las bolas eran coloradas pues donde le tocaba el misterio le hacia un nudo de blanco y él decía que aquello era su rosario.

- ¿Y quién le enseñaba esas cosas tan pequeño?
- Pues su madre. Mis suegros y nosotros siempre hemos sido muy religiosos. Dicen que no hay cosa más tonta que un pobre querer a un rico. Pero mi padre siempre decía: “Nosotros más pobres ya no podemos ser, pero si me arrimo a uno como yo ¿cómo me va a dar para criar a mis hijos? Me tengo que arrimar donde me den”. Claro que si tenía que ganar un duro a lo mejor con diez reales le hacían pago, pero comíamos. Pero mis padres siempre han sido muy religiosos. Muy amantes de la verdad y de las cosas buenas y limpias.

Y mi hermano, donde lo ves ahora, no se acuesta uno noche ni se levanta una mañana sin rezar. Lo poco que lee es la Biblia y un libro de cosas religiosas que le regalaron muy chiquitillo el otro día. Esa es su misión.
- Pero sigo pensando en quién os enseñó a vosotros todas estas cosas.
- Es que cuando mis suegros ya se bajaron de la Cueva del Torno a vivir en la aldea de las juntas, ya tubo maestros de escuela. Todos los maestros, como no tenían casa, estaban pupilo en lo de mi suegra. De noche, cuando venían de las cabras, pues los maestros le enseñaban tanto a leer y escribir como las cosas religiosas. Mi marido ha sabido muy bien leer y escribir.

DIOS GUARDE A USTEDES

Por esto de mi gran creencia de Dios, en mi cortijo, tuve una vez un incidente que no olvidaré nunca. Mi hermana y yo estábamos en un sitio que se llama el Quejial, sembrando y recogiendo hortalizas de los hortales. Nos dejamos la masa del pan envuelta y cuando ya estaba para hacer el pan nos llamó mi madre: “Veniros que ya tenéis que hacer el pan”. Pues veníamos cargadas de tomates, pimientos, cocotes, que entonces sembrábamos tabaco. Y al pasar el río me quedé “escarza”. Una de las sandalias se me “escalonó” y la tuve que cogerla en la mano. Con un pie calzada, el otro sin sandalia y cargada con un saco de cosas del hortal.

Cuando llegamos al cortijo nos encontramos los de las comisiones. Siete u ocho hombres con sus escopetones. En aquellos tiempos había que decir “Salud” y al llegar yo dije “Dios guarde a ustedes”. Me miraron y dijeron: “A ti, la de Dios guarde a ustedes, te vamos a preparar hoy”. Mi madre se asustó. Gracia a que estaba mi hermana novia, con el marido que tiene hoy y venía con ellos. Pero él sintió decir: “A esta la vamos a preparar hoy”, pero no sabía lo que me iban a hacer tampoco. El se vino con ellos porque pensó que mi madre y nosotras, al ver tantos hombres con fusiles, nos íbamos a asustar. Enseguida empezaron: “Venga, ahora mismo unas migas”. Dice mi madre: “Sí, os la hacemos, pero esperaros a que hagan el pan para que no se pierda la masa”.

Nos arrematamos para hacer el pan y mientras se venía para echarlo al horno, nos pusimos a hacer las migas. Teníamos dos jamones y los alcanzaron. Uno lo espiazaron y con las migas, se comieron la magra que quisieron. El tocino se lo echaban a los perros. Mientras comían no dejaban de pedir: “Danos aguas”, y yo salía corriendo. “Ahora las cucharas” y allí que estaba yo. Todo lo que me mandaban tenía que hacerlo y mientras diciendo para mí “¡Dio mío! ¿Qué me harán?”. Y a todo esto descalza y temblando de miedo. Una mozuela que era yo entonces.

Mi madre sin dejar de mirar y también asustada, dice: “Bueno, ahora dejarla un rato para que me ayude a echar el pan en el horno y coma un poco con nosotros”. Enseguida contestaron: “No, ésta no, ésta no come ahora”. Pues ni mi madre ni mi hermana quisieron comer tampoco. Terminaron de comer ellos y miraron a la guitarra que estaba allí colgada. Como mi cuñado sabía tocarla, le dijeron: “ Tu, alcanza la guitarra que vamos a bailar”. Cogió mi cuñado la guitarra y enseguida me mandaron que me pusiera a bailar. Temblando como estaba, descalza y muerta de hambre, me puse a bailar. Dos horas justa me estuvieron sin parar, bailando el suelto, que entonces el agarrado ni lo sabíamos ni mi padre nunca nos ha dejado bailarlo ni nada.

Delante de ellos y sus escopetones estuve bailando dos horas, sudando como un perro, escarza como mi madre me parió y sin catar un bocado. Cuando ya se cansaron se fueron y se llevaron el otro jamón que quedaba, se llevaron cuatro o cinco poyos que teníamos preparados para la pascua, rompieron un montón de tejas buscando la pistola que tenía mi padre y gracia que no la encontraron. Cuando ya se fueron hasta mala me puse de la panzá de bailar que me dieron. Escalza y sin comer sólo por decir “Dios Guarde a ustedes”. Fíjate.

La otra hermana, en poco rato, me ha contado no sólo algunas sino muchas de las cosas que ella quería. Le digo que otro día seguiremos porque esta tarde tengo que aprovechar para otras cosas y salimos. Nos movemos por la calle y me acompañan los tres. Ya en la casa, la madre del amigo nos dice que éste duerme y entonces espero un poco. Mientras dejo que pase el tiempo sentado en la puerta en el banco de madera que ellos han puesto para que los clientes esperen, observo a los que por la calle pasan. Primero me encuentro con Domingo. Sube a trabajar a los trozos de tierra que tiene por donde encierra sus vacas.

Charlo un rato con él y en cuanto se va aparece la mujer del molinero de la Aldea. Le digo que tenemos pendiente lo de ir un día al molino de Parrates y cuando ella sigue su camino también rumbo a los huertos, dos más que vienen desde los huertos. Cada uno de ellos empuja un carrillo de mano y estos vienen cargado de uvas. Las uvas de uno de los carrillos son blancas y las del otro negras. Me dicen que coja las que quiera y complacido cojo un racimo de cada carrillo.
- ¿Para qué queréis tantas?
- Igual que en aquellos tiempos, haremos vino.
Me alegra saber que todavía ellos siguen con las cosas de aquellos tiempos. Se les nota encerrados en este poblado que les construyeron, pero en lo que pueden, siguen con las costumbres y trabajos de aquellos tiempos. Las uvas las han cogido de las parras que tienen sembradas en los trozos de tierra que les dieron para que cultivaran.

DIA QUINTO

Así que esta tarde, una de las muchas tardes que el otoño derrama por estas sierras y sobre las sencillas casas de este poblado, me he dado otra vuelta por el lugar. Busco a la madre y como ya habíamos quedado en que un día de estos me contaría algunas cosas de las Tablas, se lo digo y en el pequeño despacho que estos jóvenes han montado para atender a los turistas, nos sentamos. La madre está nerviosa. Yo en su lugar lo estaría también, pero como en estos momentos siento que estas pequeñas charlas no son otra cosa que un secillo acto de cariño y respeto hacia ellos y su mundo, me siento tranquilo. Ni siquiera creo que estas cosas sean importantes aunque sí siento por ellas y ellos un profundo respeto.

- Pues cuenta, como era aquello de las Tablas y vuestra vida cuando vivíais por las tierras que tanto siempre habéis querido.
- Y yo qué le voy a contar. Que nos da mucha pena de habernos venido de allí, la verdad es esa. Aquí en el poblado mal no nos va tampoco, pero donde uno nace y se cría no se puede olvidar de la noche a la mañana. Cuando nos echaban de nos prometían que aquí nos iban a dar puestos de trabajo y esas cosas y que nos iban a atender en otras condiciones distintas a como ahora vivimos. Nosotros mismos teníamos allí bastantes terrenos y nos los despropiaron prometiendo que nos iban a hacer aquí una casa comercial. Esperando estamos todavía. Nosotros hemos tenido tienda de toda la vida.
- En la aldea de las juntas ¿tenías tienda también?
- Primero la tuvieron mis abuelos, luego mis padres y luego ya me quedé yo con ella. Y la verdad es que de todo aquello que nos prometieron se ha quedado en una casa normal y corriente como a todos los vecinos y nosotros hemos tenido que gastar aquí mucho dinero en adaptarlo para poder vivir y esto nuestro.

Porque claro, nuestra vida de siempre ha sido la tienda. Nosotros hemos vivido con eso. De las tierrecillas recogíamos para el apaño y el aceite suficiente para el año. Con estas cuatro cosillas y la ayuda de la tienda hemos ido viviendo. Así que a este poblado nos trajeron engañados. Los terrenos ellos los midieron. Nosotros tampoco dijimos que era poco o mucho, lo que pasó es que nos quedamos hasta los últimos momentos porque ni queríamos que nos despropiaran ni nos queríamos venir. Pero ya, cuando te quedas sin vecinos, sin colegio y sin otras muchas cosas ¿a ver qué vas a hacer? Nos tuvimos que venir porque de tal modo plantaban las cosas que el que no quería lo pasaba peor.

- ¿En qué sitio de aquel rincón teníais vuestra casa?
- ¿Ha estado usted por aquel paraíso?
- El otro día estuve.
- Pues las primeras casas aquellas que se ve una así a la derecha y otra a la izquierda que pasa la carretera por en medio. Aquellas eran nuestras casas. Luego un poco más arriba teníamos otra. En las Hoyas de Albadía, también teníamos otras viviendas porque aquello era herencia de mi abuelo.
- ¿Y aquello lo conoces tú?
- Iba yo mucho con mis abuelos. Era pequeña, pero me acuerdo que a mis abuelos les gustaba mucho que nos fuéramos con ellos.

De los vecinos de la aldea de las juntas me acuerdo de casi todos. En aquel trozo de tierra, tan lleno de vida y verde, había un poblaillo precioso. Más arriba de nosotros se alzaban otras casas, por debajo de la carretera ahora, donde vivía un señor que se llamaba Cirilo. Sus hermanas, se fueron a vivir fuera y alguna ya ha muerto. Dos hermanas le quedarán. Valeriana y Librada. Tenía varios hijos, se casaron y allí vivían también. Antes de llegar a nuestra casa, por la parte de arriba de la carretera, también vivía otro señor que vive en este poblado ahora, que se llamaba Julián y era el cartero de aquella aldea. Estas personas ya son mayores, los hijos los tienen todos fuera y ellos viven aquí. En invierno se van una temporada a Castellón porque los hijos tienen allí un piso. Pero que ellos, como todos nosotros, les encantan vivir aquí.

Francisco Fernández, eran seis hermanos que los que no han puerto viven aquí. Franciso, Primitiva, Manuela, Bernabé, Julio y Victoriano. Luego ahí abajo viven también otros vecinos, pero esos ahora no están aquí. Tienen los hijos en Lérida y se han ido con ellos. Si es que aquello era una aldea muy buena, ¿sabe usted? Lo que pasó es que cuando despropiaron, como todavía no habían hecho el poblado aquí y trabajo no había, las familias estaban bastante necesitá, pues se fueron para la parte de Cataluña, para la parte de Valencia y por ahí vive un montón de aquellas personas. Allí se iban y había trabajo tanto para los hombres como para las mujeres y después de todo, han tenido suerte gracia a su sacrificio y sus luchas. Luego había otros cortijos más arriba que se llamaban Majal del Pino. Lo habitaban unas personas muy buenas. Emiliano se llamaba uno de la Campana que ya se murió, pero vive el hijo. Los del Majal del Pino, Mariano, Basilisa, José y Santiago.

Algunos de aquellos vecinos se fueron y ya casi no vienen a visitar esto. Será porque no quieren volver a remover aquellos recuerdos.
- ¿Y tú de niña?
- Yo fui poco tiempo al colegio porque era la mayor. Aunque allí sí hubo colegio hasta última ahora. Eramos tres hermanas y como teníamos la tienda, yo tenía que ayudarles a mis padres. Lo que he aprendido ha sido de practicarlo más que de otra cosa.
- ¿Qué vendías en la tienda?
- De todo: alimentos, telas, hilos, apargates. Entonces no se vendía cosas de confección como ahora. Todo era a base de telas y había que coserlas.
- ¿Quién os compraba?
- Pues toda la vecindad y los que vivían en los cortijos que también iban. Era la única tienda que por estos contornos había. En Canalejas que la tenía mi suegro y en la Casa de las Tablas que la teníamos nosotros.

- Los productos ¿quién os los traían?
- Nosotros mismo y en caballerías. Todo eran caminos estrechos para andar sólo con bestias y lo más cerca, era Cazorla. Recuerdo que era a Linares donde mis padres iban mucho a comprar. Era muy duro todo. Yo me casé en las Casa de las Tablas. Mi marido era de las Canalejas y cuando nos casamos nos fuimos a vivir a Valencia. En Puerto de Sagunto nació mi hijo el mayor y el otro, en Puzón, también provincia de Valencia. Después mi marido se fue a Holanda a trabajar. A los dos años de irse él, me fui yo también. Los niños los dejamos con mis padres y mis hermanas que estaban solteras aquí en la aldea de las juntas. Uno tenía dos años y el otro cuatro.

Estuvimos un año entero trabajando allí. Al año volvimos con un mes de vacaciones y regresamos otra vez. Estuvimos otro año y ya nos vinimos. Y entonces fue cuando nos quedamos con la tienda. Mis padres eran mayores, mis hermanas ya se casaron y decían que no les interesaban la tienda.
- Eso era todavía en las Casa de las Tablas.
- Todavía era allí. En ese rincón estuvimos hasta que despropiaron y nos vinimos al poblado. Mis hijos se han criado ahí, en las Casa de las Tablas.
- Eso quiere decir que le tienen cariño a la sierra.
- Quiere decir que le tienen mucho cariño a la sierra.
- ¡Qué cosa más bonita! ¿Verdad?
- Eso sólo lo puede saber bien un auténtico serrano.

Y al caer la última tarde, vuelvo y me encuentro la casa cerrada. Pregunto a los vecinos y me dicen:
- Como la madre tuvo aquella caída y no se ponía buena, se fueron con su hija a la ciudad grande y desde entonces no sabemos de ellos.
Y al saber la noticia siento pena. Dentro de mi corazón me digo que a ellos, como a tantos otros ya, cualquier día de estos se los lleva el Señor y también ya los pierdo para siempre en este suelo. Este pensamiento me hiere porque ellos, son de los buenos y me han enseñado mucho.

Y al caer la tarde del que parece el último día, me encuentro solo casi en el centro de la gran sierra y además, con la herida abierta en lo más fino del alma. Miro al cielo y como al caer la tarde, se torna azul y luego rojo por donde el sol se pone, algo se funde con el agua del río Grande que fluye lento por entre las alamedas que tomaban sus vacas.

Me voy por los caminos que van, en la soledad y rotos, por la sierra y sin buscar nada y con la necesidad de obtener una respuesta que se suma a otro millón más, subo hasta donde brota la fuente y luego que bebo, bajo hasta donde se remansa el agua y cuando ya la tarde cae un poco más, regreso y al pasar por el poblado blanco que se aplasta entre los pinos, llego a la otra casa y pregunto:
- ¿Dónde está ahora?