8.07.2007

Rutas para la historia-2

PASEOS DE LUJO
POR EL JARDÍN DEL EDÉN
Río Aguasmulas: los Tobones,
Cueva del Torno 2- 8- 98

Los Bonales, Junta Casas de las Tablas, Cortijo y Piedra del
Mulón, vado del río, senda de la cueva del Torno, arroyo
Aguasmulillas, Cueva del Torno, pista a la Fresnedilla.

La distancia
La ruta comienza justo donde se toma la senda para subir al Cortijo del Mulón, pero como en la pista que recorre el río, existe una cadena, hay que subir andando desde la casa forestal de los Bonales. Al llegar al arroyuelo que se llama los Tobones, a la derecha se aparta un ramal de pista forestal que se hunde hasta el río donde muere. Justo en este punto comienza el gran paseo que nos llevará hasta las bellas cuevas del Torno. Desde aquí hasta las cuevas son unos tres kilómetros, pero antes hay que recorrer la distancia que separa la casa forestal donde la cadena corta la pista hasta el punto mencionado, que son cerca de cuatro kilómetros y medio. Si el regreso se hace por la pista, remontando desde las Cuevas del Torno, le tenemos que sumar unos ocho kilómetros más.

Nota: el día que hice esta ruta, anduve veinticinco kilómetros. Cuando ya estaba a punto de cruzar el río a la altura del cortijo del Mulón, descubrí que me había dejado las llaves del coche puestas en la cerradura de la puerta. Regresé a por ellas y luego volví al punto en que arranca la senda. Cuatro kilómetros y medio que tuve que andar tres veces al comenzar la ruta y una más de regreso cuando ya terminaba. La suma del recorrido total fueron veinticinco kilómetros. Acabé con vejigas en las plantas de los pies, pero no cansado, sino plenamente satisfecho. Fue una inolvidable experiencia.

El tiempo
Hasta donde se coge la senda que sube por el río buscando las Cuevas del Torno, se tarda un poco más de una hora. Siguiendo fiel el trazado de la senda río arriba, se puede emplear más de hora y media por la dificultad que presentan algunos tramos de la senda. En remontar desde las cuevas a la pista, se tarda casi otra hora y en regresar hasta la cadena, siguiendo ahora ya el trazado de la pista, algo más de dos horas. A este tiempo hay que sumarle las paradas para respirar, beber un trago, comer o simplemente para gozar del paisaje. Así que para hacer con holgura el recorrido propuesto lo mejor es emplear en él un día completo y si fuera posible de los que tienen más horas de sol. Daría tiempo suficiente para recorrer la ruta y gozarla con calma y sus mil matices y momentos variados.

El Camino
Quiero aclarar que tengo una razón fuerte que me empuja a describir la senda que estoy exponiendo. Y esta razón es la siguiente: sé que todas estas viejas sendas serranas se van perdiendo. Desde que dejaron de usarlas los serranos que vivían por aquí, todas estas viejas sendas se van borrando. Cuando hayan pasado unos años más ya serán muy pocos los que sepan por dónde van estas veredas e incluso ni siquiera se sabrá que existieron. Pues para que en algún sitio se queden recogidas y con la máxima aproximación a su realidad concreta, las recorro y escribo yo. Sé que un día, quizá ya pasado mucho tiempo, tendrán su valor los textos que hablan de estas sendas
. Pero no como rutas para los turistas sino como documentación para que la memoria no se pierda del todo. Esta es la razón, que antes decía, tengo. Dejar un documento donde se reflejen realidades de estas tierras, que el tiempo y ausencia de las personas, van dejando en el olvido para siempre.

Y ahora digo que hasta donde se coge la senda que sube por el río, es pista forestal de tierra en buenas condiciones. Desde el punto en que arranca la senda, la única dificultad es que está se encuentra poco visible. Hasta el arroyo de Aguasmulillas, la senda discurre a media ladera jugando con las curvas y la corriente del río, sin más problemas que encontrar por dónde va después de algunos tramos rotos por los arroyuelos y los corrimientos.

Desde el arroyo de Aguasmulillas hasta las Cuevas del Torno, esta vieja senda se ha roto mucho y resulta muy complicado y peligroso reconocerla y seguirla, por las deslizantes torrenteras y las muchas rocas que por ellas hay. Pero un buen experto en montaña sabrá encontrar paso y llegar hasta la cueva que se busca. Merece la pena. De todos modos ellos bajaban y subían por aquí y por eso la senda existe aunque sea ya casi imposible reconocerla.

Ya en este punto, si queremos regresar por la pista, hay que cruzar la corriente del arroyo, por algún vado porque puente no existe y buscar la senda que desde esta hondonada sube hasta fundirse con la pista. Desde este punto, el regreso no tiene más problema que los siete kilómetros largos que todavía nos quedan por recorrer. Pero es regreso y todo cuesta abajo.

NOTA: no recomiendo a nadie hacer la senda que va desde el arroyo de Aguasmulillas hasta las Cuevas del Torno, por lo peligroso de los parajes y lo rota que ya está la senda que por aquí iba en otros tiempos. Por muchos tramos ni siquiera existe. Y si alguien se anima, debe considerarse un buen conocedor del terreno y experto en andar por sierras complicadas.

El paisaje
El gran cañón por donde desciende el río Aguasmulas presenta todo un variado mosaico de paisajes. En los primeros kilómetros las laderas que van escoltando a ambos lados no se derraman con demasiado inclinación, pero sí bien repletas de vegetación. Y esta vegetación fundamentalmente son pinares de repoblación, pinos de la especie carrasco, muchos romeros, madroñeras, durillos, zarzas junto a los cauces de los arroyos y río y entre ellas, buenos ejemplares de fresnos, robles y árboles frutales. Son los que aquellos serranos cultivaron cuando por aquí vivieron que ahora se asilvestran, envejecen y se pudren en la soledad de los bosques y barrancos.

Cuando ya se remonta hacia las partes altas las laderas, de ambos lados se va estrechando y entonces el cañón del río queda más hundido, a veces entre paredones rocosos y espesísimos bosques. Asombra la grandiosa Piedra del Mulón, con 1178 metros, siempre coronando por el lado de sol de la tarde y que se presenta como una robusta atalaya al final de la loma entre el río Aguasmulas y el arroyo de la Campana. Pero donde los paisajes adquieren categoría de grandiosos es a partir de la cerrada curva que traza el río Aguasmulas, a la altura y junta del arroyo Aguasmulillas. Por este punto se quiebran las laderas y picachos que vienen cayendo desde las partes altas, cuerda de las Banderillas, y por eso los bloques rocosos, los cortados y las placas tectónicas son de asombro.

A partir de esta curva para arriba, hacia el nacimiento del gran río que recorremos, por las riveras, los terrenos se presentan muy hundidos, pero sin demasiado desnivel. El río discurre por debajo de la curva de nivel que va por los mil cien metros. Poco a poco se va cerrando mientras el nivel aumenta aunque muy progresivamente. Cuando ya se mete en el barranco de las Cuevas del Torno y el nacimiento, las montañas coronan por ambos lados casi en vertical. Por la derecha tenemos una altura que llega a los mil novecientos treinta y siete, con la cima de las Banderillas y por el lado izquierdo, nos sobrepasa la cima del Castellón de los Toros con mil cuatrocientos setenta y siete metros. Por la Cueva del Torno se originan llanuras junto al cauce y algo más arriba, parte final o primera de este río, los elementos han modelado un profundo recodo. Los arroyos caen desde ambos lados, casi en puras cascadas y los barrancos se abren paso hacia las cumbres más elevadas. Cuando uno recorre estos paisajes siguiendo el surco del río, la sensación de anonadamiento es casi total. Todo cuanto rodea sobrepasa con dimensiones grandiosas. Y los paredones rocosos, cárcavas y voladeros, son de lo más espectacular.

Por este barranco del río Aguasmulas se pueden distinguir varios puntos donde hubo cortijos o viviendas humanas. Desde abajo hacia las partes altas tenemos los siguientes: Casas de las Tablas, donde se juntan los cauces del arroyo de la Campana con el río. Ahora son ruinas, pero en otros tiempos fueron viviendas alrededor de buenas tierras. Hasta un molino hubo en ese rincón. Más arriba, sobre la loma, está el cortijo del Mulón, la Cueva del Torno, el cortijo del Recó y varios cortijos más por la Fresnedilla. En el Quejigal también hubo una vivienda y luego, varias cuevas que fueron aprovechadas por las personas que en aquellos tiempos vivieron por estos grandiosos, misteriosos, profundo y excelsos parajes.

Lo que hay ahora
Comienzo narrando esta ruta a partir del rincón llamado los Tobones, frente al cortijo del Mulón. Y lo hago así porque la primera parte, lo que va desde la casa forestal de los Bonales hasta los Tobones, ya lo he descrito en la ruta que precede a ésta. Es un trozo de pista forestal común para ambas rutas. Así que en este punto, por la derecha, se aparta un ramal de pista forestal que se mete para el río. Es por donde iba una vereda que, después de cruzar el río, subía por la ladera y llevaba hasta el mismo cortijo del Mulón. Pues siguiendo esta pista de tierra enseguida atraviesa el cauce de un arroyo. Es el de Quejigal que baja desde las laderas del Castellón de los Toros. Casi siempre seco excepto en los meses de otoño o invierno. Grandes helechos, madroñeras, romero, zarzas, durillos y pinos es la vegetación más abundante por el lugar.

Por este arroyo todavía se pueden ver algunos árboles frutales de los que ellos cultivaron en aquellos tiempos. Hay tierras llanas que ellos usaron como huertas y aunque las hortalizas y otras plantas ya no crecen por aquí, los árboles que sembraron, aun no se han secado. Pasa el arroyo, da una curva más y ya baja recta hacia el cauce el río. Un pino grande y en su tronco un letrero clavado donde se puede leer: “Acotado de pesca. Muerte sin mosca”. Aquí mismo hay otra llanura donde los coches dan la vuelta y también fueron tierras de huertas en aquellos tiempos. La pista muere aquí mismo. Se puede cruzar el río y ya por el otro lado lo que sigue es la senda que remonta hasta el cortijo del Mulón. Me voy a parar, unos minutos, a la sombra de los fresnos.

Por el rincón traza el río una suave curva y en medio de la corriente que se abre crecen varios fresnos. Por aquí mismo ha habido gente esta mañana y por el suelo se han dejado pañuelos de papel y bolsas de plástico. Miro y veo que por el lado de la izquierda, muy pegado a las aguas del río, sube una senda. Me interesa averiguar si es senda de la que ellos usaban en aquellos tiempos o sólo veredas de las que hacen los turistas. Si es senda de aquellos tiempos, me va a servir para lo que necesito, pero sin son veredas de los turistas, ni siquiera la voy a seguir. Siempre llevan a ningún lado y pasan por los terrenos más difíciles de andar. Pero parece de aquellos tiempos porque tiene piedras puestas, en forma de parata, por el lado del río. Quizá ellos tenían que subir por aquí para ir a las huelgas que junto al río cultivaban.

Hoy trae mucha agua este río. A la sombra de unos de estos fresnos que se mezclan con las higueras, me paro junto a la corriente del agua. Hago mis cálculos y concluyo sabiendo que hasta llegar al punto donde ahora mismo me encuentro, después de haber vuelto al coche y regresado, ahora mismo tengo andados doce kilómetros justos. El tiempo que he tardado en recorrerlos son dos horas y quince minutos. Un buen paseo y apenas he comenzado la ruta que hoy tengo pensado. Quizá se me agoten las fuerzas y me tenga que volver sin completar el recorrido. Desde donde me he parado remonto un poco y me encuentro con un ciruelo. Aparecen por aquí llanuras de otras huertas. Por el tronco de un pino cruzo el río. Remonto algo más y busco la senda que ellos usaban para ir y venir desde el cortijo del Mulón a las Cuevas del Torno y lo contrario.

Me encuentro con la senda y me pongo a seguirla. Remonta cincuenta metros y muchas zarzas mientras se aleja del río. Es más fácil un trazado de senda algo elevado sobre la corriente que pegada a ella. Se distingue muy bien por aquí aunque está muy rota. Vuelca para un barranco menor por donde el bosque se espesa. Por eso el suelo aparece cubierto de hojas secas en una gruesa capa. A los treinta metros sale del bosque de madroñeras y ahora observo que estoy a la altura de la primera gran curva de la pista, pero en la otra ladera de enfrente. Atraviesa un rodal con apenas monte por donde la tierra se ha corrido y observo que hasta han cuidado un poco a esta senda. Le han cortado las matas de monte que la estaban cubriendo. También es verdad que por aquí, más arriba y en un rincón muy complicado, el otro año hubo un incendio. Tuvieron que meterse por esta senda cuando luchaban contra las llamas para apagarlas.

Son las dos y media de la tarde y voy subiendo despacito metido por el bosque. Pero avanzo muy cansado porque ya he andado trece kilómetros y hoy hace mucho calor. Vuelve a meterse en otro rodal de monte y al salir, remonta a un puntalete. Por aquí descubro que esta senda iba muy bien tallada. Ellos la tuvieron que andar muchas veces y a lo largo de muchos años. Por este puntalete, una trocha se va para el río. Y es que por ahí hay rodales de tierra que ellos sembraban. Vuelve a meterse en otra pequeña hondonada. Son arroyuelos que por el lado de la derecha vienen cayendo desde las Malezas de la Campana. Un monte con más de mil doscientos metros que, en línea recta con el Mulón y la Campana, suben hacia las grandes crestas de las Banderillas. Los tres se enfilan loma arriba desde la Junta de las Tablas hasta las cumbres de las Banderillas.

En este pequeño arroyuelo, antes del río, me encuentro con otra llanura que fue hortal. La senda se borra algo, pero al poco vuelve a verse otra vez. Algo más adelante me encuentro una asperilla rocosa por donde la senda se agarra y remonta. Al volcar vuelve a meterse en el surco de otro arroyuelo que le entra por el lado de la derecha. La curva de nivel por la que me muevo, casi en todo su recorrido, va por los novecientos metros. Sigue ahora la senda bajando en busca del surco del río y al mirar para atrás descubro que exclusivamente ha remontado para sortear un espigón rocoso que se hunde en el río. Y por ahí mismo se produce una cerrada que es muy complicada pasarla a no ser por donde la senda va. Miro al frente y al otro lado del río descubro un espigón rocoso que viene cayendo desde lo más alto del Castellón de los Toros. Llego al lecho del arroyuelo de la derecha y me encuentro con arena, muchos helechos y tierra arrastrada por la corriente de este arroyo. Es de cauce muy corto, pero muy torrencial.

Tengo que ir ahora con cuidado porque se me va a perder en cualquier momento. Por estos sitios llanos y con arroyos, las sendas que dejaron de usarse, se borran mucho antes que en otros puntos. Al salir del surco vuelve a bajar para el río y ahora remonta otra vez. Por la parte del río me la encuentro sujeta con una parata de piedra. ¡Qué senda más bonita esta de la Cueva del Torno y lo poco usada que está ahora! ¿Desde qué día hasta qué día estuvieron pasando ellos por aquí? Nadie me responde en estos momentos y sé que tampoco podría encontrar ninguna persona que fuera capaz de responder a este pregunta. Se acerca ahora al río mucho, en una caída casi en vertical y va sujeta a la ladera por una pared de piedras por el lado de la corriente. Aparecen los helechos y de nuevo se hunde en un barranco menor. Atraviesa un nuevo arroyuelo y pegándose a la peana de una gran roca, sigue avanzando. Me encuentro justo donde el río Aguasmulas traza su primera gran curva cerrada.

Al cruzar esta roca enseguida remonta a un collado casi de juguete. Y por el lado izquierdo, me sale al paso un gigantesco castellón rocoso. Roza otra vez una pared de rocas por el lado derecho y sube unos metros. Me paro y con calma me recreo en la columna rocosa que por el lado izquierdo baja desde el Castellón de los Toros. Cada vez es más impresionante y bello. Es casi una pura roca en vertical aunque los pinos crecen sobre ella. La senda sube para remontar otra roca y enseguida cae de nuevo. Pero para bajar con cierta comodidad le tuvieron que tallar algunos escalones en la misma roca. Están sujetos con troncos de pinos y enebros. Trazan zigzags y van bajando para la comodidad del arroyo. Voy saltándolos y ya veo el agua clarita que corre por este arroyo que de nuevo me llega desde el lado de las cumbres más altas.

Ahora se encuentra con el cauce del precioso arroyo y este de mayor entidad que todos los otros. Trae un caño de agua grueso como el cuerpo de una persona realidad que puedo comprender porque conozco los paisajes por donde se fraguan las primeras fuente. Es este el arroyo de Aguasmulillas que entra por lado derecho y viene de un grandísimo barranco, justo por debajo de las Banderillas. Un sólo cauce es ya por aquí, pero en las partes altas, por el barranco donde nace, son casi diez arroyuelos que en forma de abanico se van juntando. Al recodo se le conoce con el nombre del Hoyazo. Hoya grande recogida entre montañas muy elevadas y en este caso así es. Varias fuentes manan por esos elevados lugares que aun no tengo recorridos con mis pies, pero más que soñados en los pliegos más recónditos de mi alma.

Cuando la senda llega justo al mismo cauce del arroyo salen al paso unas losas que están pulidas de tanto como la corriente las ha acariciado. El agua cae encañándose por una estrecha canal en las puras rocas. Pero no desciende recta sino trazando curvas, pozas menores, corrientes, cascadas con espumas blancas y abriéndose y estrechándose hasta que se derrama en un bonito charco azul. Tiene forma redonda este charco y todo él asombra por el reflejo de limpieza que desprende. El agua que mana en los manantiales de estas sierras siempre es como esencia de nieve. Como puñados de viento que juega por los arroyos. Por el lado de abajo de este maravilloso charco pasa la senda. Como si ellos se hubieran entretenido en esculpir por aquí la mejor obra de arte jamás lograda bajo el sol. Yo que sé gustar la belleza de estas esculturas digo que nunca los hombres serán capaces algo que medio se parezca a esto.

Siguiendo la senda que me va metiendo en el corazón del río Aguasmulas, atravieso este cristalino arroyo y antes de seguir, me paro frente a él mirándolo. Es un charco redondo, clarito, profundo y el chorrillo de agua que lo llena desde la canal profunda tallada en la roca, se derrama como en un juego de ternura. Hasta mis oídos llega un rumor de cristales líquidos que aunque son melodías concretas también sé que ahí están contenidas todas las músicas posibles. El sol cae también limpio y como la luz es brillante y hasta quema la vegetación que por aquí rodea presenta un sin fin de matices y colores. Quizá por esto me animo y durante un buen rato no tengo prisa. Me dedico a gozar del lujo que por aquí me he encontrado y de la mejor manera que sé, también le hago algunas fotos. Son casi las tres de la tarde de un mes de agosto muy caluroso y por eso descubro que no es el mejor momento para sacar fotos de una obra maestra como esta, pero no tengo otra oportunidad, al menos hoy. Otro día, ya ni siquiera sé si tendré la suerte de volver. Siempre me estoy despidiendo de estas sierras y por eso, siempre me duelen más y más sintiendo que justo cuando las descubro las tengo que despedir para siempre.

Lavo mis manos, bebo un sorbo, miro despacio como si quisiera no irme de aquí nunca más y continuo la ruta. Tengo que seguir porque todavía hay mucho que andar y el día comienza a declinar para el lado de la tarde. Y ya digo: me duele despedirme del rincón, pero me despido y sigo por la vieja senda. En este arroyo no es donde se encuentran las Cuevas del Torno como en algunos mapas así lo indican. En estos nuevos primeros metros la vereda remonta pegándose a una vieja y recia cornicabra. Va ahora por la pared de enfrente y como el terreno sigue quebrado aparecen los escalones que le hicieron para que se pudiera pasar por ella. Estos escalones van sujetos con piedras para que la senda no se rompa tan fácilmente. El terreno que ahora voy recorriendo es un nuevo puntal rocoso que también cae desde las cumbres de las Banderillas. Miro para atrás y ahí descubro la ladera por donde el incendio arrasó el esposo bosque. Ciertamente el incendio ocurrió en un paraje de lo más profundo y complicado. Para mí me digo que este fuego tuvo que ser intencionado porque de lo contrario no me lo explico.

Antes de alejarme de este precioso arroyo de Aguasmulillas tengo que decir que por esa ladera que cae desde las Malezas de la Campana, pero aquí más cerca del cauce, hay una construcción de piedra. Es una tiná que ellos construyeron en este rincón para encerrar a sus animales. ¡Qué lejos y en qué rincón más perdido vinieron a construir un corral para sus ovejas! Pero claro, para ellos no era lejos, sino que la levantaron donde vivían y la necesitaban. Para ellos lo lejos eran los pueblos, ciudades y otros lugares desde los cuales nosotros venimos ahora a estos rincones.

Durante unos minutos me entretengo con la corriente de este arroyo. Como si ahora que por fin he venido ya no me quisiera ir como tantas veces me pasa. Hasta que llegue el día, lo sé, que este sueño sí sea realidad. Pero hoy, todavía sigo pisando la tierra que odian los de los pasteles de nata y amaron hasta dar su vida por ella, los pastores de la integridad total. Por eso me pongo en movimiento y sigo. La vieja senda ahora sube otra vez intentando pasar al otro lado de un puntal rocoso no muy grande, pero sí retorcido. Todo lo que por aquí me voy encontrando, excepto el arroyo y las huelgas que hay en sus orillas, se me presenta retorcido. Torneado y quebrado. La Cueva del Torno no es nada más que eso. Cueva en un rincón muy abigarrado y abrupto.

La ladera que ahora voy recorriendo es de pura tierra blanca y cae muy inclinada para el recodo del río. Remonta la senda, da una curva y ya alzada, se mete otra vez casi por el mismo surco del arroyo. Tiene que ser así porque necesita irse para arriba a fin de esquivar el complicado voladero que por este lado tiene el puntal según se hunde en el río. Me paro a la sombra de un pino. Necesito respirar, que me dé el aire y me refresque el cuerpo lleno de sudor para no terminar agotado por completo. A estas horas del día el sol quema como si fuera fuego y por eso la chicharras cantan con la intensidad de la desesperación. Son buenos momentos estos para ellas, pero también sufren tanto calor y tan monótono. Estoy parado a la sombra del pino que decía y al mismo tiempo me quedo muy remontado sobre el charco claro que antes he descrito. Y lo que quería decir es que hasta este punto hoy tengo andado trece kilómetros y medio. Un buen paseo teniendo en cuenta que no es todavía muy tarde y que me queda casi otro tanto y quizá algo más hasta regresar a donde tengo el coche.

Desde este punto mismo, la senda se vuelve algo para atrás y por otro collado menor, vuelca. Parece que se divide en dos y un trozo se va arroyo arriba mientras el segundo ramal se mete para el río. No lo veo claro del todo, pero si ha venido hasta este punto, parece que no tendría sentido si no fuera así. Opto por seguir el ramal que remonta por el arroyo. Intuyo que por aquí busca elevarse para luego volverse para atrás y así salvar el agrio puntal rocoso que cae hacia la cerrada curva del río desde la cuerda de las Banderillas. Y por este arroyo, en las tierras más o menos llanas que a sus orillas hay, ellos sembraban sus huelgas. La senda traza otra curva, una más de las miles que tiene que trazar para poder avanzar por estos parajes y ahora sale a un rodal de tierra llana. Las huelgas que vengo diciendo. Todavía por aquí crecen las parras y algún otro árbol frutal. Poca cosa más porque a estas alturas, algo más de los mil metros, no se pueden criar muchas especies frutales.

Rozando la huelga, por una de sus orillas, voy avanzando y por donde me creo va la senda, observo que son los restos de una acequia. Tenían que conducir el agua desde donde esta corría hasta donde la necesitaban para regar. Deduzco que si continuara siguiendo el surco de esta canal iría a parar otra vez al surco del arroyo, pero mucho más arriba que es de donde ellos la sacaron para que el agua viniera por su propio pie. Si luego continuara en esta dirección que ahora llevo también iría a parar al mismo collado de Roblehondo de los Villares. Justo por donde están los Pardales y algo más arriba, el Tranco del Perro. En el centro de esta huelga crece un buje muy curioso y por eso me llama la atención. Lo digo para que no quede olvidado lo bonito que me ha parecido a pesar de lo mucho que abundan por aquí los bujes.

Regreso algo, vuelvo a buscar la senda y cuando ya voy por el puntal descubro que la senda sigue muy rota. En algunos puntos la descubro con mucha dificultad. Ahora se topa con una especia de rambla. De correr el agua y desmoronarse las rocas, todavía que ha quedado más perdida y rota. Como un recodo en forma de nido es el rincón por donde me encajo. Abajo, se me abre el río Aguasmulas con un charco tremendo y es justo ahí donde traza la gran curva para irse hacia la casa de los Bonales. Traza una curva de ángulo casi recto. En el centro de la curva, como emergiendo del charco azul, hay una gran roca. Como si fuera una columna que acaso hecho la hubieran puesto en tan oportuno lugar. En la misma piedra crece un fresno que con sus ramas arropa al charco. Su sombra y la profundidad del charco le prestan al rincón y tono de misterio, hondura e inaccesibilidad. Miro explorando las posibilidades que ante mí tengo y deduzco que si me animo y sigo adelante en la dirección que llevo, tendré que meterme por una muy inclinada ladera que se derrama justo en el hondo charco que antes decía. No hay por aquí nada de senda y por eso sé que si llegara a resbalar sin más remedio iría a caer el mismo centro del charco. ¿Y caería sano? ¿Podría salir de ese charco tan rodeado de paredes rocosas? ¿Quién daría conmigo en rincón tan remoto y agreste de estas sierras?

El recodo de esta cerrada curva, es un puro cascajal, con pendientes muy inclinadas hacia el río y con paredes rocosas imposibles de franquear tal como yo hoy vengo por aquí. Me animo tirar en línea recta porque estoy viendo que si logro meterme por aquí voy a salir enseguida al rincón de las cuevas, pero en cuanto desciendo unos metros, me vuelvo y busco en surco de un arroyuelo que por aquí se despeña. Tengo miedo y por eso me tiemblan las piernas. Pero sigo porque debo conseguir el objetivo que por aquí me trae. Me encuentro con la senda y ahora vuelve a ir bien. Un arrendajo levanta su vuelo y avisa a los otros habitantes del bosque. Estaba metido entre los fresnos y los charcos del río. Es bellisímo este rincón. Casi de sueño. Lo veo por lo hondo, resbalando por entre las rocas en forma de pura cascada. Una gran cornicabra casi abrazada a un fresno y los dos tienen el tronco como el cuerpo de dos personas juntas. Pasa la senda por aquí perfectamente talla como siguiendo el surco del río.

Otro desprendimiento rocoso y por eso la senda se ha quedado por completo cortada. Al cruzar este desprendimiento me encuentro con una llanura menor. Fue huelga y lo noto enseguida. Por esta tierra llana la senda vuelve a borrarse mucho. Avanzo y de nuevo me encuentro otro corrimiento de tierra y rocas. Es natural este fenómeno por este rincón por lo inclinadas que están las laderas y el paisaje rocoso que lo componen. Tengo que ir con mucho cuidado para no volverla a perder. Otra rambla por el lado derecho y a pesar de todo, la voy siguiendo. Sigue remontando una ladera muy pendiente y escabrosa, pero que son rocas casi arenisca por donde sólo crecen cornicabras y algún pino y romero. Me paro por donde se estrecha mucho el río y ahora descubro que tengo andando catorce kilómetros doscientos cincuenta metros. Un buen paseo.

Miro para la otra ladera y adivino la pista que va por ahí. Estoy a la altura del kilómetro doce desde el puente de la Golondrina hacia la Fresnedilla. Cuando continuo tengo que seguir bajando algo y saltando escalones de roca en roca. ¡Qué complicado es andar por este recodo del río Aguasmulas! Ya lo decía antes, pero ahora que me encuentro metido en su mismo corazón lo compruebo con rotundidad. Busco el cauce de otro arroyuelo, lo atravieso y por surco sin agua y durante un buen trecho, continuo mi marcha ahora sin senda. Sé que iba por aquí más o menos cerca, pero después de tanto tiempo sin trillarla y yo que no la he visto en mi vida, no me es posible encontrarla. Casi escalando remonto por el lado de la izquierda de este cauce. Ya por encima de las grandes pendientes que caen hacia el charco azul que antes decía, a las orillas del arroyo, me vuelvo encontrar trozos de tierras en forma de tableros que ellos construyeron para sembrar las tierras. Por aquí me voy a parar otro rato porque vengo agotado. Sudando a chorros, casi sin aliento y muy cansado por el gran desnivel que he tenido que salvar para salir de este laberinto rocoso.

Compruebo y otra vez sé que he andado catorce cuatrocientos cincuenta kilómetros. A la sombra de una buena noguera, justo donde hay algunas parras y corre una chispa de aire, me tumbo en el suelo. Necesito reponer fuerzas, respirar hondo y que el poco viento que corre me seque el sudor. Mientras permanezco tumbado boca arriba, observo el azul del cielo. Es intenso a pesar el fuerte calor que hoy está cayendo por las laderas de estas hondas sierras. Sólo algunas nubes blancas quieren revolotear por encima de estas cumbres y barrancos. Las chicharras siguen con su monótono y agobiante concierto. Aquí mismo tengo la presencia de varios granados, con algunas nogueras y las parras con sus uvas aun sin madurar. Una de estas parras sigue engarbada a una estaca de madera que le clavaron cerca de su tronco para que se sostuviera. ¿Quién fue y cuándo? No pongo en duda que fue en aquellos tiempos hoy ya tan lejanos. Las cosas a veces se resisten morir del todo.

Me levanto y continúo con la ruta porque el día no para de caer hacia la tarde. Por encima de este pequeño puñado de tierra en forma de repisa, remonto un poco para la izquierda. Mucho pasto por aquí, mucha mejorana, otro pequeño bancal en forma de escalón ganado a la hondonada del arroyo para cultivarlo y remonto a un collado también pequeño. Aquí vuelvo a encontrarme con la senda. Ahora sí creo que esta vereda que por aquí descubro sí era el verdadero comino que ellos tenían que recorrer para ir desde las cuevas al cortijo del Mulón. La sacaban por encima del puntal rocoso donde se abren las cuevas. Por abajo, pegando a la corriente del río, era imposible pasar. Lo acabo de comprobar. Cruza ahora una pared de roca por un punto donde también tuvieron que sujetarla. Varias matas de cornicabras, como un cataclismo rocoso y por entre los bloques de piedras tobáceas, paso. Ya estoy en la misma puerta de las cuevas.

Lo primero que reclama mi atención es el tizne que tienen las rocas que forman las paredes de las cuevas. Dentro ellos vivieron durante muchos años y por eso tuvieron que encender fuego a lo largo de muchos días. El humo fue tiznando las paredes rocosas y su negrura permanece. Quizá hasta el fino de los tiempos. O quizá no tanto. Una de estas primeras cuevas, por el lado que le entro, tiene como un corral de piedra por delante de su entrada. Es la que se eleva un poco sobre el retorcido cataclismo que las rocas por aquí tienen. Y entre tantos sentimientos como me embarga en estos momentos uno de ellos me hace preguntarme que quién me iba a decir a mí que por fin un día ya podría contar que conozco las Cuevas del Torno. Ya he estado en las misma Cuevas del Torno, las he pisado, las he tocado con mis manos y hasta he respirado el olor que ellas desprenden.

Para subir a la tercera cueva hay como unas escaleras aprovechando los bloques de rocas que por aquí se amontonan. Dentro de ella también estuvo viviendo gente. Pero por aquí veo muchos excrementos de animales. Cagarrutas de cabras y ovejas. Por donde hay un poco de tierra las ortigas han nacido y como el estiércol es un buen abono, está verde y con la altura de más de un metro. Por el lado de arriba se abre otra cueva más. Ahora compruebo que estas cuevas se abren justo donde un cerro rocoso se hundió hacia el río. Eran rocas de tobas y por eso se quedaron muchos agujeros que son las verdaderas cuevas. Ellos los vieron y como se dieron cuenta que podía servir para vivienda, los habitaron. Queda este cataclismo a sólo unos metros del cauce del río y como a dos kilómetros o así del nacimiento. Por eso en este punto las tierras son de muy buena calidad. Ellos acondicionaron estas tierras y por ellas todavía me encuentro bastantes granados, grandes nogueras que además de verdes, están cargadas de nueces aun verdes.

Por el lado de arriba de donde se abren las cuevas hay una tinada. Del lado de las Banderillas me tropiezo con el cauce de otro arroyuelo que también trae su chorrillo de agua. Durante un largo rato y sin prisa ahora, me dedico a explorar y gustar hasta en sus detalles más pequeños el grandioso y escondido rincón de las Cuevas del Torno. Sigo sintiendo un curioso sentimiento. El de sentirme afortunado por haber tenido la oportunidad de conocer por fin estas cuevas. Por eso casi rezo y doy gracias al cielo a cada paso por la tierra que piso.

Me muevo para el lado del nacimiento del río porque ahora me vengo diciendo que si lo puedo cruzar, por la ladera que me queda al frente, voy a remontar hasta encontrarme con la pista de tierra. Para regresar, quiero hacerlo por esa pista. La distancia será más, pero no encontraré tanta dificultad en el recorrido. Es precioso el río por aquí cayendo. Se concentra como en una gran canal que salta por entre las rocas. Pero no encuentro por aquí un paso apropiado. Si hubo un puente, que sé que lo hubo, ya no existe. ¡Tanto tiempo hace ya! Me muevo para el lado de abajo por donde crecen las grandes nogueras. Me sigue asombrando la excelente calidad de la tierra. Debajo de estas grandiosas nogueras se ve que dormían los animales, porque las cagarrutas se pueden coger a puñados. En aquellos tiempos ellos apreciaban mucho a las nogueras porque ciertamente, las nueces, eran una gran ayuda en su alimentación. Y sé que a estos árboles les cogían sacos enteros de nueces.

Al otro lado del río, descubro varias higueras y un fresno altísimo. Como escalones en la tierra y la parra engarbada por las ramas del fresno hasta las mismas copas. Me vengo para el arroyo por donde encuentro a la tinada que ya también se desmoronó con el deseo de encontrar agua para beber. Una vez que lo he cruzado me aproximo al cauce del río buscando un paso cómodo. Y si, encuentro como un vado menor por donde el agua se desparrama y hasta tiene arena. Por aquí lo voy a cruzar. Me descalzo y metiéndome en el agua paso a la otra orilla. Este río Aguasmulas trae mucha agua. En cuanto estoy al otro lado, a la sombra de un fresno me siento, me pongo las botas y después de respirar unos minutos, continuo.

Me pongo a cruzar la ladera con la intención de buscar la pista de tierra. Un ciruelo con ciruelas negras y ya las tiene maduras. Tiene muchas. Junto a este ciruelo crece otro, pero el segundo ya se secó. También me encuentro por aquí muchas higueras repletas de higos aun verdes. Por aquí mismo me encuentro un rodal de tierra que tiene toda la apariencia de era. La sujetaron al otro lado del río, casi al mismo borde, con una pared de piedras y todavía sigue con su redondez. Vuelco un poco para donde se va el río y descubro una higuera con cuatro pies y junto a ella, una gran noguera con su parra engarbada. Este lado es la solana y por eso los árboles se daban mejor que al otro lado, que es umbría. La tierra sigue siendo de la mejor calidad y como agua hay toda la que se quiera, pues el rincón era todo un paraíso.

Al río se le ha caído una de sus orillas. En la misma torrentera crecía un pino grueso que también se ha quebrado quedando tumbado para el cauce del río. Me corta el paso y como la torrentera ha quedado descarnada, tampoco puedo meterme por ahí. Ni por arriba ni por abajo y sin embargo debo seguir por aquí porque de lo contrario tendría que rodear mucho. Este cataclismo ha ocurrido frente justo a las puertas de la oscura Cueva del Torno. Como puedo, con más dificultades que comodidades, he podido seguir adelante, busco la hondonada de un barranco que por aquí y por ahí, subo buscando la pista. Ya que estoy bastante alzado sobre la cueva y su barranco me paro para observar el panorama. Es de lo más grandioso y bello. Pero en un día como el de hoy, con tanto calor y tanto cansancio en mi cuerpo, no acabo de gustarlo con todo el esplendor que, a pesar de todo, por ahí descubro.

Por entre el monte, muy espeso y enredado, sigo buscando la senda, porque sé que desde la cueva ellos subían para este lado de la sierra y me la encuentro. Es una senda que está muy bien tallada en la tierra de esta ladera y ahora me siento mejor. Sube, pero no se va para el cortijo de la Fresnedilla, por la derecha mí y más cerca del nacimiento, sino para la izquierda. En una media hora por fin logro encontrarme con la pista de tierra. Y ahora que ya estoy sobre ella miro despacio y descubro que esta senda se junta en un rellano, donde la pista se ensancha algo y crecen tres pinos. Son tres pinos pequeños, por el lado izquierdo, uno de ellos casi clavado en la misma pista. Aquí mismo le pongo yo un montoncito de cinco o seis piedras. Unos cinco metros más abajo de este hito crece un enebro con forma redondeada, pegado a una mata de cornicabra, un lentisco y varios romeros. Doy todas estas señales por si algún día les puede servir a alguien.

Marca mi aparato quince kilómetros, novecientos setenta metros. Continúo ahora andando, ya de regreso y por la pista y ahora compruebo que el hito donde está grabado el kilómetro once de esta pista, se encuentra a tan sólo trescientos setenta metros. Y la senda se aparta por el lado de abajo, derecha según se sube para la Fresnedilla. Y ahora, como este recorrido lo tengo narrado en otro apartado de este trabajo, voy a guardar silencio hasta el momento en que me encuentre en el coche, por la casa forestal de los Bonales.

Llego a la casa de los Bonales. Miro mi aparato y por eso puedo decir que la ruta de hoy ha sido de veinticinco kilómetros de recorrido. Cuando salí desde este punto eran las once y diez de la mañana. Son ahora mismo las ocho y diez de la tarde. Sólo he parado tres o cuatro veces para respirar tres minutos, echar un trago de agua y tomar un bocado. Y aquí doy por terminada la ruta de hoy. Muchas más cosas tendría que decir para medio explicar lo que he visto y sentido, pero en estos momentos, no me salen. Quizá otro día sí me ponga y remate como merece este para mí precioso capítulo.

Concretando
Un día, hace ya mucho tiempo, estuve junto a él y al preguntarle, me dijo:
- Pues aquel camino se le conocía por el camino de la Cueva del Torno. Pasa por un sitio que había unas arrodeas muy malas. Al arroyo aquel la dicen de la Fuente de la Maleza. Por allí hay una tiná que la conocíamos con el nombre de la Tiná del tío Alejandro, el padre de don Alfonso, el cura. Las huelgas aquellas y la tiná eran del tío Alejandro.
- Cuando se pasa ese arroyo, abajo y en la curva del río, hay unos charcos grandes.
- Donde se junta el royo y el río, los huertos que hay por debajo, son las Fuentecilla. Los charcos aquellos son el Portillo del Royo. Aquello es el Portillo del Royo. Que ya vuelca uno, baja una cuestecilla y pasa por encimica del charco. Es un filón grande que da la vuelta allí. El Charco del Portillo del Royo es como se llama eso.

Desde allí sale uno por un camino a una anchura. Aquello es una huelga que se le conocía por la Huelga del Maguillo. La Huelga del Maguillo de la Cueva, es como le decían.
- Pero aquello está muy malo para andar.
- Está imposible para subir. Unas vueltas muy malas para subir por allí. Antes de llegar a la cueva, ese royo pequeñico que tiene unas nogueras, pues la lomica que hay antes se le conoce por la Lomica de la Ginesa. Vivía allí una mujer que le decían la Ginesa. El tío Frasquillo de la Ginesa. En la era aquella de la cueva, donde se ven unas tapuela, allí se crió el Quillo que tú conoces, el que vive en el Juego de la Bola. A su padre le decían el tío Antón.
- Cuando ya se llega a la cueva, se ve no una sino varias.
- ¡Munchas! La que se ve más grande, que por encima hay otra, esa es la mía. La Cueva. La de abajo. La que hay por encima le dicen la Camarica. Y otra más que había, porque ya se ha hundido y se ha tapado, aquello era el Poyo. Allí había un poyo grande donde dormía un montón de animales. Aquello se hundió y todavía se puede ver el tobón grande que hay allí. Se “Espegó” de arriba y cayó allí y se hincó en unos piazos de tierra que había.

Eso se cayó mucho después de venirme yo. Allí vivía una que era prima hermana de mi madre que le decían Sinforosa. Las madres eran hermanas. Ella vivía allí y cuando se cayó la toba aquella se llevó la casa por delante y ya tuvieron que irse a una casilla que hicieron mucho más chica.
- Pero yo he visto que para subir a la Camarica es muy complicado.
- Porque ya se habrá desvalizado, pero por allí subían. Aquello estaba arreglado para subir bien. En la Camarica encerraban muchos animales. De mi tía Sinforosa era la Camarica. Y del padre de don Alfonso era el Poyo de Arriba. Lo que había por debajo del Poyo era la cueva que se hundió. Al lado de la cueva había otra que le decían la Secreta.
- Las paredes están más negras que el tizón.
- Pues claro. A lo primero lo blanqueaban, pero luego, de tanto hacer allí lumbres, se ha puesto aquello negro como el carbón.

- ¿Y las nogueras?
- Mi tía Sinforosa tenía allí nogueras, los padres de don Alfonso y mi hermana. Si allí vivían varias familias. Un poco más en el vallejete hay una casa que eran dos. Una, de la madre de don Alfonso y otra, de una que le decían a su madre Rosario. Las construyeron justo a la par del vallejo. Que aquello, si venía el vallejo algo crecido, pues a pique de haberse llevado por delante las dos viviendas. Más adelante, en una lomica que hace donde crecen algunas nogueras, era de mi tía Sinforosa.

El último pastor
- Y lo de la laguna ¿cómo fue?
- Pues aquel día ya la primavera tenía toda la sierra, florecida y verde. Subió el pastor por la senda que recorre la cañada y al coronar el collado, se paró. Miró para el lado del levante y allí estaba el valle. El grandioso, verde y misterioso valle de los robles milenarios y los brezos florecidos. Por la ladera de las rocas blancas se veían las tres cuevas tapizadas por las grandes matas de la hiedra y por la tierra llana, corría el arroyuelo. Manaban los manantiales a la derecha y por el lado del sol de la tarde, el barranco se presentaba oscuro y misterioso.

Tuvo ganas de seguir avanzando por la senda, dejar atrás la ladera y meterse por la llanura de los álamos largos y el arroyo de cristal. Tuvo ganas de esto, porque dentro de su pecho sintió una sensación maravillosa. Como un limpio gozo que no tuviera mezcla de materia sino todo espiritual, pero no siguió avanzando por la senda. En el mismo collado se dio media vuelta, se vino para el puntal de los lentiscos y por el lado del sol de la tarde, le entró a la laguna. Y al llegar ¿sabes lo que vio en la laguna?
- Me imagino que vio las aguas y el cielo en ellas reflejado.
- Pero además, en las aguas nadaban los patos y como la primavera estaba tan espléndida, toda la orilla de las aguas se encontraban ribeteadas con manojos de hierba verde que también se reflejaban en aquel espejo purísimo.
- Y estando allí y con aquel espectáculo ¿qué hizo?
- Aquella tarde, allí se quedó sentado en la piedra grande que hay junto a los fresnos porque se sentía bien. Tan bien se sentía frente al delicado espectáculo que le ofrecía el campo, que para sí se dijo: “Si de pronto ahora el tiempo dejara de correr y empezara la eternidad, tal como me encuentro en este momento y aquí, quisiera quedarme sin más”.

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