10.16.2007

Rutas para la historia -9


Por Donde Nace el río Guadalquivir 25-5-94


Índice
Los Rasos, Navahondona, Nacimiento
El primer valle - 1
La dulce llamada - 2
Por Navahondona - 3
Las fuentes del Guadalquivir - 4
Donde se ve la belleza - 5
El lapiaz - 6
Escribano montesino -7
Nace el Guadalquivir - 8
Lo que se dice del río - 9
Donde nace - 10
El discurso - 11
Río desdeñado- 12
Primer estudio - 13

Por Donde nace el Guadalquivir 25-5-94
LA RUTA: Los Rasos, Navahondona, Cañada de las fuentes, nacimiento del Guadalquivir.
Distancia : 5 km.
Tiempo : 4 h. andando.
Desnivel : 200 metros.
Camino : Vereda y campo a través. Zona restringida.

El primer valle - 1


Estas sierras hoy las hemos cogido reventadas de primavera. Ya hace tiempo que descubrir que en los paisajes de estos montes, la primavera siempre llega un mes después que en Sierra Morena y por la campiña del valle del Guadalquivir.

A estas cumbres hoy le hemos entrado por detrás, cogiéndolas dormida, en dirección opuesta a la que llevan los pocos que por aquí pasan. Le hemos entrado desde la casa forestal del Los Rasos, un poco por el río, cimbreando la escarpada umbría hasta lo alto de la cuerda. Siguiendo por la cumbre dirección poniente hasta Navahondona. Desde aquí nos hemos venido para la derecha y también por detrás, le hemos entrado a la cumbre del Cerro de Navahondona. Ya en lo alto, nos recogemos sobre la dolina, pozo arropado por las milenarias encinas y siguiendo la raspa, salimos al collado del nido del roquero. No avanzamos más por la cuerda de la cumbre porque es tarde y queremos comer junto a donde tengamos agua.

Le hemos entrado por detrás a los turistas en la Cañada de las Fuentes. Unos comen, otros duermen, algunos juegan con los niños en los charcos del río y otros van y vienen pero para no variar, manchando agua y paisajes. También a la Cerrada de Los Tejos le entramos por arriba. Y hoy me he convencido de algo que el otro día con la emoción no vi: está sucia. Por ese trozo del río ya han tirado muchos papeles, latas, botellas. La basura que hoy vemos, al ir desde ellos hacia la cerrada, es más está más patente.

También hoy, tres semanas después de aquel día, el cauce tiene menos aguas y por lo tanto, se nota más en ella la contaminación que por la Cañada de las Fuentes, han echado. Pero hoy la hemos pisado despacio y la hemos conocido mejor, que era el motivo de nuestra ruta.

La mañana es limpia y ya el sol brilla por lo alto de la cumbre. El Guadalquivir corre transparente y como por aquí el valle es suave, la corriente, aunque solitaria y bullanguera, baja más bien remansada. Como si quisiera quedarse enredada entre la hierba verde en las amplias praderas de las riberas. Ella bebe transparencia y quiere seguir pasando y dejando vida por donde va. ¿Qué son sino estas llanuras tupidas de flores? ¿Qué es este bosque de pinos algunos casi rozando las cumbres? ¿Qué esa manada de ciervos pastando en el recodo del río por donde lo hemos cruzado? ¿Qué son los sabinares y encinares chorreando por las laderas que vamos a recorrer? ¿Qué es todo lo que ahora vemos aquí quieto, si no la perfecta obra del agua que por el río se va? ¿Qué esta montaña, aquella y aquella si no la obra modelada por el mejor escultor de todos los tiempos, el agua?

Basta aliarse con el agua para que lo yelmo se convierta en una algarabía. Y ahora mismo, ya estamos viendo la muestra de esta algarabía en forma de bosques, cumbres, arroyos, praderas y flores. Dejamos el coche en el mismo rellano en que corre la fuente de Los Rasos. Donde aquel día me fui por la ladera sur hasta la cumbre del Gilillo. Cruzamos la pista en la dirección opuesta a la de aquel día y atravesamos las praderas. La llanura hoy está toda verde y en ella, la hierba crecida. Ya por aquí, el valle a los lados del gran surco del río, comienza a abrirse dejando en sus orillas tierras llanas.

Todavía queda un buen trozo de río hasta llegar al gran valle de allá por Arroyo Frío. Por eso este valle que ahora ya estamos pisando, no es definitivo, puesto que más abajo, vuelven a surgir las cerradas. Pero aquí está ya la primero de lo que a este río le gusta ser: valle además de río. Es la primera llanura en forma de valle natural a lo largo de sus 660 kilómetros. La segunda llanura aparece exactamente allá por el Puente de las Herrerías y la tercera empieza al final de la Cerrada de Utrero, desde Arroyo Frío para abajo. Punto donde el río se cierra y se abre como si ensayara para ver si le conviene quedarse montaña o hacerse río.

Aquí, en la casa de Los Rasos, en el tercer rincón hermoso después de la Cañada de Las Fuentes y la Cerrada de Los Tejos, también los hombres quisieron establecer su residencia. En aquellos tiempos construyeron algunas casas, fuentes y huertas. Organizaron campamentos y lo de siempre: el río contaminado, la paz de los valles rota, los humanos metidos hasta en el rincón más salvaje, el cauce asaltado y roto justo nada más nacer y el silencio y tranquilidad de los paisajes, quebrado. Esto es lo que hicieron en aquellos tiempos como sucedió en la misma Cañada de las Fuente y en la Cerrada de Los Tejos. Menos mal que una decisión acertada un día acabó con todas estas instalaciones. Pero sólo las tres primeras que he mencionado, puesto que todos sabes que lo del Puente de las Herrerías, lo de Vadillo y a partir de aquí, en escala progresiva, siguió y siguió hasta crecer y Dios sabe hasta donde va a seguir esto creciendo.

El gran río Guadalquivir, que es más valle que río, la de asaltos y destrozos que ha sufrido a lo largo de la historia. Pero nuestro valle hoy, gracias a Dios, parece tranquilo, libre de presencia humana, repleto de praderas y bañado por las aguas que bajan de la cumbre. A primera hora de la mañana rezuma mucho silencio. El cielo está sereno, algún grillo canta, la temperatura es suave y las flores se extienden por el campo.

Atravesamos el cauce y por la izquierda nos vamos río arriba. Por este lado sube una senda que es antigua. Tiene apariencia de ser senda de pastores aunque también creemos que fue arreglada en la etapa de los ingenieros trotando por estas sierras y las casas forestales. Sube unos cien metros buscando un puente viejo construido de piedra sobre el río. Remonta levemente sobre la ladera pero siguiendo el cauce del río. Topa de frente con la escarpada pendiente cuya superficie es toda una enorme pieza rocosa y al no poder seguir avanzado en esa dirección, tuerce a la izquierda por donde remonta cortando la ladera. La hierba nos llega hasta la rodilla y las rojas flores de las peonías, nos salen al paso en cada recodo. La vegetación ha ido arropando la senda a un lado y otro y como hace tiempo que el uso del camino dejó de ser frecuente, hoy está comido por el monte y roto por las avalanchas de piedras y arroyuelos en las épocas de las tormentas.

Esta ladera y más aún las partes altas, han sido y son fuertemente atacadas por el hielo y las lluvias. Toda la cresta es una auténtica astilla por donde no se puede ni andar y toda la ladera, cara norte de la cordillera que protege al Guadalquivir por la izquierda, ha sido modelada en una vertiente única en estas sierras.

Las rocas, que son una gran lancha o placa tectónica, forman espectaculares pendientes por donde la vegetación de aquello tiempos, aun sigue intacta. Es de ensueño ver los árboles encaramarse por los bordes de las cornisas como en una acuarela china. Crece uno por aquí por el que siento especial predilección: el roble y su compañero la encina. El primero fluctúa tanto como la misma montaña. Pasa de verdes tiernos en primavera a rojos naranja en otoño mientras un raro halo violáceo aúna sus desnudas ramas en invierno. Nunca falla la hermosura de un roble meciéndose sobre las laderas y cumbres de estas sierras.

La vegetación que recoger esta bella cornisa, es por completo distinta a la de la cara norte de la cordillera o gran Cerro de Navahondona o la que existe en la cumbre o cara sur, por donde los bosques de pinos de repoblación, laricios y Pinaster, han sustituido casi por completo a los árboles autóctonos.

Según vamos subiendo, descubrimos que la senda va abriéndose paso ladera arriba aprovechando una repisa o escalón que baja desde la cumbre. Los pequeños prados repletos de hierba, flores y mejoranas, nos van saliendo al paso. La flor simboliza la belleza y la fragilidad de la vida entre el antes y el después de la muerte. Y las flores que crecen estas montañas recitan ese poema como pocas. Delicadas, etéreas, deparan la pigmentación más exquisita, el contraste más intenso con el borde de los abismos. Es hermosa la saxífraga acurrucada en las grietas, la silene y las siemprevivas formando pequeños cojines.

Por aquí, la presencia del hombre apenas ha transformado nada. Escasamente el trazado de la senda que vamos recorriendo. En estos, en aquellos tiempos, sí era respetuoso porque apenas rompía naturaleza. Sin embargo, los elementos naturales, sí han configurado magníficos escalones por donde caen las cascadas como la que atravesamos a media ladera antes de subir a la cumbre. Es un cauce corto que nace arriba, en las llanuras de la nava que buscamos para venir a precipitarse por esta ladera en forma de torrente. Justo aquí, por donde la senda lo cruza, hay uno de los gigantes del parque tumbado y medio podrido. Se encuentra en el centro del arroyo, entre los bloques de rocas redondos y lavados por el agua cuando por aquí corre. Porque no siempre este arroyo tiene agua. Lo explicaré:

La vertiente de la ladera es muy pronunciada. Toda ella y la cordillera que la forma, es pura roca. Cuando llueve, cuando descargan por aquí las tormentas y cuando el deshielo, a torrentes el agua cae por las cascadas y arroyos de esta ladera. Pero en cuanto se van las nubes y las nieves, también los arroyos se secan porque no hay tierra para absolver el agua y las rocas la escurren según cae. Por eso todos los regatos que descienden por esta vertiente, son cortos y torrenciales. Más bien casi no debería recibir el nombre de arroyos, ya que sólo unos pocos días a lo largo del año, corren.

A propósito de esto: por este lado del Guadalquivir y desde el nacimiento hasta el Puente de Las Herrerías, no hay más arroyos que el pequeño del barranco de los Teatinos, el arroyo Amarillo y el de los Habares que le entra al río algo más arriba del puente ya dicho. Desde donde nos hemos encontrado el viejo tronco del laricio, en el cauce seco de las rocas, si se mira hacia la cumbre, se ve la cascada que por ahí cae. Hoy no tiene agua porque ya está muy entrada la primavera y el agua de las nieves derretidas hace días que dejó de bajar desde la cumbre. Pero ahí está la cascada, o mejor dicho: el paredón calizo por donde se despeña la corriente. Justo por donde cae el agua, la roca está lavada pero al mismo tiempo, presenta una gran mancha anaranjada. Es el color de la tierra de la llanura que vamos a descubrir.

Ahora mismo, este gran salto rocoso, es hermoso, muy hermoso allá sobre la cumbre, arropado por abajo, por arriba y por los lados por el espeso bosque de encinas negras y pinos verdes. Pero cuando por este paredón caen los caños de las aguas reunidas allá arriba, el espectáculo es de ensueño. No es posible llegar hasta él o por lo menos no es fácil por lo agreste y quebrado de este barranco.

Nosotros hoy, durante un rato, detenemos la marcha para gozar despacio el rincón. Tiene mucho silencio y produce gran placer saborearlo sin prisas. Saltamos por las rocas, nos sentamos en los troncos, nos vamos por el bosque y ya bien empapados de sombras, fresco y perfume de flores, seguimos la ruta. Se nos viene al recuerdo las imágenes de aquellos hombres y en aquellos tiempos sacando troncos de pinos desde los barrancos que quedan arriba y colgados en cables por las laderas que ahora recorremos.

Sube la senda más suavemente y aprovechando una repisa donde las rocas y la hierba compiten por el puñado de tierra que aquí se retiene, nos remontamos sobre el aguilón de roca que nos queda a la izquierda. Escalamos por entre sus salientes, grietas y astillas y nos asomamos al barranco. Desde aquí se domina todo el valle. Una gran hondonada por donde el río avanza abriendo surco y tallando riberas. Pero aunque es majestuosa la hermosa vista y además, es también fresco el airecillo que desde el valle sube, nos detenemos en las casas que al final se ven.

Casi nos la tapan los pinos pero se distinguen lo suficiente para descubrir que son construcciones humanas. Parecen bellas pero no lo son. Aunque las hicieron de piedra recogida en el entorno y de madera arrancada a estos bosques, resultan extrañas en un espacio como este.
- Las construyeron cuando adecuaron estas zonas para acampada.
Les digo.
- Pero no la derribaron cuando prohibieron estos campamentos. ¿Por qué? Y sin embargo, sí derribaron las hermosas aldeas de pastores y serranos por las sierras de las Villas y Segura.
- Aquellos eran pequeños.

Hoy también, como aquel día, por la chimenea de estas casas, dos o tres en una llanura pequeña entre arroyos Cerezo, la Tejadilla y el Guadalquivir, sale humo. No es que viva gente al estilo de aquellos serranos de las aldeas y cortijos que derribaron. Los que aquí ahora mismo viven son los amigos de tal o cual y por la suerte de esa amistad tienen el privilegio de ocupar estas casas. Los de hoy no serán los mismos de este invierno pero aquellos y estos fueron y son favorecidos con privilegios que se nos niegan a los que somos del montón. Es quizá por estas causas por lo que no se derribaron estas casas a pesar de no cumplir ningún papel benéfico para estos paisajes. Contemplándolas, se me viene al recuerdo, la imagen del aquel día.

Subimos a lo alto del cerrillo y avanzando por la llanura, entre las encinas, vimos el chalé.
- Esto no estaba aquí antes.
- Es nuevo. Nunca ha estado aquí antes.
- ¿Notas si en tu interior algún sentimiento lo rechaza o lo acepta?
- Sí que lo noto. En mi interior hay algo que lo rechaza. Las sensaciones y los paisajes que llevo grabados en mi alma, desde mi niñez, son sin estos edificios. Entonces sólo existían los campos limpios, algo oscuros, húmedos, fríos y llenos de silencios eternos.
- Dicen que cuando uno se siente triste es cuando las fibras de la sensibilidad del alma rozan más de cerca el misterio de la vida. Y dicen también que las realidades más profundas, las mejores obras creadas por los humanos, nacen siempre bajo estas condiciones.
- ¿Pero por qué vuelvo yo a vivir tantas veces en mis sueños aquello que recorrí de pequeño?
- Quizá es que tu presente actual no es bello y de ahí que tengas necesidad de irte al recuerdo de tu niñez para seguir sintiendo la transparencia de aquel mundo.
- Quizá pueda ser esto y de ahí las causas de la tristeza que ahora mismo siento. Pero te lo repito: en estos campos no existía lo que ahora mismo veo.

Algo más arriba de donde se alzan las casas de Los Rasos, se ve el salto del arroyo Cerezo. Cuando este invierno, en Navidad, bajé por ese arroyo, al llegar al salto, tuve que venirme hacia el lado derecho y volcar casi a la vertiente del arroyo de la Tejadilla para salvarlo. Por encima de este escalón, donde el arroyo taja una gran cascada, el cauce se remansa o es algo más llano. Ahí construyeron una pequeña casa en tiempos muy remotos y como eran serranos los que en ella se instalaron, junto al cortijo prepararon el terreno, trazaron bancales, construyeron una presa cerca de la cerrada, sembraron nogales y álamos y aprovechando el agua del arroyo, cultivaron hortalizas y verduras. Con las mismas piedras de aquel barranco, que son los abundantes trozos de rocas calizas de toda la sierra, levantaron corrales para las ovejas y las vacas e hicieron paratas para retener la tierra en hortales. Trazaron una pequeña senda hacia arriba y hacia abajo y por ella salían y entraban con sus mulos y burros, cada vez que tenían que ir al pueblo o a los cortijos vecinos.

La senda que sale hacia arriba recorre la ladera sur de la gran cuerda del Gilillo. Antes de llegar a la cumbre, se junta con la que viene desde Puerto Lorente por la cañada y juntas vuelcan por el mismo puerto de Gilillo hacia la vertiente norte buscando el pueblo de Cazorla. La otra senda, la que desde aquel cortijo en el barranco del arroyo se dejaba caer hacia abajo, busca el río. Al llegar a él se iba para tres sitios: río abajo, río arriba y la que nosotros ahora mismo subimos.

Hemos subido. Ya estamos casi en lo alto de la cuerda. Pero precisamente antes de coronar el punto más elevado, la senda se divide en dos: un ramal que gira hacia la derecha y sigue subiendo y el ramal que se va hacia la izquierda o más bien, viene de abajo y se junta con la que traemos. Sube desde el cortijo de los Ranchales. Majada fue al principio, cortijo después y luego casa forestal. Esta senda era la usada por los habitantes del cortijo. La casa de los Rasos y la de Gualay, para ir de un sitio a otro y más para salir desde todas estas casas forestales atrás mencionadas, hacia Cazorla. Si nos situamos junto al nacimiento del Guadalquivir, en muchos kilómetros a la redonda, en aquellos tiempos, sólo existían estos tres cortijos. Los Rasos, los Ranchales y Gualay.

Seguimos la ruta dejando a la izquierda el camino que sube desde los Ranchales. El pequeño y último tramo antes de coronar es recto y empinado. Es singular el paisaje y más el bosque: pinos pequeños, casi enanos y suelo de rocas astilladas pero casi todas en miniatura. Las almohadillas espinosas nos indican que ya andamos a una altura bastante considerable: entre los 1500 a 1600 m.

En el recodo, tras unas rocas más grandes, sorprendemos un reducido rebaño de cabras monteses que tranquilamente pastan en los prados de estas alturas. Al vernos huyen y se van hacia el lado de la izquierda volcando para el barranco del arroyo Amarillo. Remontamos un poco más y frente a nosotros tenemos la Loma de Gualay.

El camino que por lo alto de la cumbre llevamos dirección a la llanura de la nava, nos va presentando las huellas de aquellos tiempos. También la de estos: el trazado antiguo, el que es de verdad camino serrano formado por el uso de pies de hombres con sus bestias y demás animales, se va por lo alto de la cumbre. El que es camino moderno, pista forestal para surcar estos montes con los coches todoterreno, que aunque sean de los guardas o personal forestal, son coches, a veces, aprovecha el trazado y otras, la mayoría, se va más a la derecha volcando hacia el barranco del arroyo que nosotros hemos cruzado. Sin dudar que el antiguo es más bonito que el moderno, a parte ya, del poco destrozo que aquellos caminos hacían en el monte y lo mucho que rompe y afean una pista de estas.

La dulce llamada - 2


La primavera revienta por todos sitios y según vamos andando, la naturaleza se encarga de recordárnoslo. Se mecen las flores por el césped verde de las llanuras, los robles ya se han vestido su gran traje de hojas nuevas, los pajarillos revolotean y hasta el tableteo de los pájaros carpinteros sobre los troncos de los pinos, de vez en cuando retumba por los barrancos.

En el mismo camino, la primera llanura con entidad, sorprende con su espectáculo de hierba y silencio. El sol de la mañana ya casi en lo alto, lo baña de luz y aunque este rincón presenta todas condiciones ideales para que las monteses lo tomen y por eso con sumo cuidado lo vamos descubriendo, no vemos ninguna. Tampoco ciervos o gamos. Y lo que pasa es lo que ya decía atrás: los animales salvajes, en esta época del año, no necesitan de las praderas que por aquí hay para alimentarse. Es tan grande la sierra y tanto hierba y brotes tiernos de monte tiene ahora por cualquier rincón, que no tiene por qué acudir a estas praderas para encontrarse con un buen plato.

Junto a la senda uno de los gigantes se ha secado. Pero lo primero que se nos mete por los ojos no es la sequedad de su esqueleto. Es su belleza. El porte que presenta es magnífico y aunque ni sus ramas ni su tronco tienen vida, sigue irradiando elegancia y majestad. Pertenece al grupo de los laricios y debió secarse este invierno pasado, porque en las ramas todavía conserva las acículas y entre ellas las piñas aunque unas y otras por completo secas. Traspasadas por la sequedad y teñidas de ocre. El aspecto es como si hubiese dejado de vivir hace sólo unos días.

Al final de la pradera, a la izquierda yéndose para el barranco de arroyo Amarillo, se ve otro ejemplar y esto nos ayuda a recordar que los tres o cuatro veces que este invierno hemos recorrido estas sierras, por la parte de las cumbres, casi siempre nos hemos tropezado con algún gigante seco. ¿Es normal o está ocurriendo algo raro? Todos los ejemplares que he visto son de la especie laricio y casi todos bien grandes. Pinos adultos. Secos pero bien desarrollados.

No tengo mucha ciencia sobre los pinos laricios de estas sierras pero nunca antes había visto tantos secos en tan poco tiempo. Aunque creo que puede ser normal que con las nieves del invierno cualquier pino de estos se pueda secar. A partir de hoy voy a estar atento por aquellos sitios que recorra para observar si el fenómeno se repite con más o menos abundancia.

Ya lo decía: a pesar de haber sido abandonado por la vida sigue siendo hermoso. Es bello y es especialmente bello el lugar en que clava sus raíces, aunque por ellas ya no corra sabia. Nos paramos junto a él y durante largo rato gozamos de su hallazgo. Enseguida nos brota el juego y por eso alguno de nosotros comienza a encaramarse tronco arriba. Por entre las ramas secas lo vamos recogiendo en la cámara de video. Lo rodeamos, lo tocamos, lo remiramos de arriba abajo, nos llenamos de su esbeltez, de su silueta recortada en el azul del cielo, comentamos nuestra sorpresa y le expresamos nuestro cariño. "La palabra magno le cuadra como al mar, como al cielo y como a mi corazón. A su sombra, mirando las nubes, han descansado razas y razas por los siglos como bajo el agua bajo el cielo y en la nostalgia de mi corazón". Es lo que decía Juan Ramón Jiménez de aquel árbol y de este pino aunque no lo conociera.

Hoy este pino seco se nos presenta en no sé qué cuadro de eternidad. Sobre la cumbre, lejos de todos pero cerca del cielo, es más rumoroso y más gigante aún y parece como si nos quisiera transmitir un mensaje. Como si nos llamara a descansar a su paz, como el término verdadero y eterno de la vida. Pero como sobre esta cumbre todo nos rebosa y nos trasciende, nos arrancamos de él y seguimos la ruta, abrumados por el verde de la pradera, la inmensidad del cielo limpio y el aire puro de estas cumbres.

Sólo avanzar doscientos metros y entramos de lleno en la otra llanura. En la grande, en la de hermosura plena con nombre de majestad. Navahondona que como creemos nosotros se llama esta Nava Honda aunque el nombre se refiera a mucha más tierra que este rincón. Nombres tan bellos que pudieran ser los más hermosos de estas sierras y yo creo que no sólo los nombres sino también los paisajes, las cumbres, los bosques, praderas y esencias que por aquí se respira y se palpa. Es un trozo natural donde el creador se ha mostrado especialmente generoso.

La llanura se derrama desde lo más alto de la loma de Gualay, por donde crece el pino de las tres cruces y desde el collado donde nace el Barranco de los Teatinos. Por el norte la recoge y protege la original cumbre de rocas astilladas del Cerro de Navahondona. La definición de nava es de una llanura de mediana extensión recogida entre montañas. ¡Y qué bien le cuadra a este pequeño trozo verde!

Le hemos entrado por el lado de abajo. Por donde rebosa el agua de las nieves que se amontona y derriten en esta llanura. Hoy no es nieve lo que por aquí se acumula sino hierba fresca y verde. Una espesa y amplia alfombra verde que llena de alegría todos los rinconcillos de la llanura. Los majuelos ya han florecido y por entre los manojos de florecillas blancas con olor a miel revolotean mil mariposas todas de colores llamativos. En los grandes laricios también ya han despuntados las acículas de las nuevas hojas y los enebros, sabinas y peonías, se mecen empujados por la suave brisa que recorre el bosquecillo de la llanura. Ya chorrea el sol por el verde de las recién nacidas hojas que se funden con los tallos de la hierba que cubre la tierra.

Se amontonan los piornos todos florecidos y aunque en sus ramas todavía se adivina el sufrimiento de la nieve amontonada sobre ellos hace tan sólo unos días, esta mañana se abren floridos mostrando entre sus afiladas agujas los tonos más bellos de la primavera. Entre los matorrales convive un ejercito de animalillos como el hermoso Pechiazul, el carbonero, las currucas y los escribanos. También los jabalíes han pasado por aquí. Sus hozaduras se ven por aquí y allá y los otros: el ciervo, la montés y el gamo, aunque no los vemos sus rastros, en forma de pisadas y excrementos, están por aquí.

¡Mira qué bien vuela! Qué regocijo debe ser para ella su vuelo esta mañana. Como si la naturaleza toda estuviera condensada en su puro vuelo. Todo acaba y termina en ella misma y su delicado vuelo y el resto del mundo ya no existe. ¡Mírala! ¡Qué delicia verla volar tan pura y sin respiro! No es una sola sino mil que rodean primorosas cada florecilla en cada majuelo abierta. Son las mariposas, las frágiles mensajeras de la primavera. Las que más la anuncian y saborean sus esencias.

Avanzamos y como a lo largo de toda la mañana nos ha ido creciendo dentro la ternura y el amor por el jardín que recorremos, ahora casi no nos atrevemos a pisar ni tocar lo que antes los ojos se extiende. Con el aliento contenido nos vamos para el lado derecho que es por donde rebosa hacia el barranco. Embelesados en el nacimiento y enredados en la luz de la mañana que por aquí se hace misterio de esencias y tonos, cuando un nuevo zarpazos, no de belleza, nos sacude con otro temblor. Por entre las ramas verdes aparecen los alambres hierros y cables.
- ¿Qué es?
Nos preguntamos casi al mismo tiempo. En el hallazgo concentramos la mirada mientras avanzamos. El deseo de saciar la curiosidad nos arde dentro.

- Parece un corral.
- ¿Pero aquí y con materiales tan modernos?
- Y si fuera un corral ¿qué encerrarían en él?
- Serán aparatos para investigar cosas.
Caemos en la cuenta que pisamos tierras que caen dentro de la reserva de la Biosfera.

Y efectivamente. En cuanto llegamos nos cercioramos que lo que tenemos delante es una pequeña estación meteorológica. La han puesto dentro de un cercado de tele metálica que sujetan poste de hierro, en un cuadrado de tres metros de lado. Dentro han metido una placa solar con un aparato abajo por donde le entra y salen los cables. Al lado han puesto un pluviómetro, una veleta, un aparato para medir la velocidad del viento, una puerta con una cadena con su candado y por las tierras que le rodean mil rodadas de coches todoterreno. Lo que más llama la atención es el impacto que semejante instalación ejerce en el paisaje. Con la cantidad de rocas y maderas secas de todas las especies que hay por aquí y lo bonito que sería una pequeña instalación meteorológica construida con estos materiales, y que la haya hecho aquí y de hierro, pinturas y cadenas con candados, no se explica.
- Y eso que esto son tierras de la reserva, en manos de científicos y demás conservadores.
Comenta uno.

Y en cuanto a la ida y venida de los coches todoterreno por esta zona, tampoco lo entendemos. Aunque sean los científicos o los encargados de vigilar la sierra, ellos.

Desde donde hemos venido, atravesando la tan bella nava y por aquí, alrededor del tinglado montado con fines científicos, han trazado pistas forestales. Se han metido con los coches por todos sitios. Viene ahora bien recordar aquello que el otro día leímos:

Por la llanura de la nava - 3


Desde la instalación de los cables y las placas solares seguimos nuestra ruta hacia el centro del gran tapiz verde: la nava. Y en el centro del paraíso, la llanura verde de Nava Honda donde especialmente hoy, el silencio y la paz es lo que rebosa por todos sitios, lo que nos encontramos es el manantial. El pequeño regato de cristal que corre camuflado entre hierba y sabinas rastreras. Nace bajo el pino de la copa ancha y el tronco gordo. No totalmente en el centro de la llanura sino algo al saliente.

Ahí mismo está el charquito pequeño, arropado por la sombra del pino y casi tapado, por los lados, de tallos de enebro y a su alrededor, por hierba espesa. Lo miras y es todo luz. Ni siquiera parece que hubiera agua de tan cristalina. Este charco parece que hace honor a lo que son todas las aguas que manan entre las rocas calizas de estas sierras. Es lo que dicen los libros: si son calizas, el agua tiene que ser cristalina y como esta agua casi siempre antes ha sido nieve y no lluvia, al bajar de las cumbres por los arroyos o brotar en las praderas por los veneros, no sólo no pierde su pureza de nieve sino que la pule al rozar las rocas y se hace viento. Este pequeño charco es un ejemplo de ello.

En el rinconcillo oscuro de la parte de arriba del charco, junto a la sombra de la rama del enebro, brota el cristal. Parece como si estuviera hirviendo por los borbotones que saltan sin parar. Lo miras y no te lo crees. Por el pequeño agujerito que se abre en la tierra y no en la roca como ocurre en otros sitios, fluye la abundancia que enseguida se hace charco y al rebosar, es arroyo cortando la pradera. A cada borbotón que ni sabes dónde empieza ni dónde termina porque toda es un puro caño de borbotones apiñados en unos casos y enfilados en otros, la tierra se mueve, tiembla, se abre, se cierra, se va hacia el centro del charco, se precipita en el fondo donde parece va a dormirse para siempre. Pero no se duerme porque el siguiente borbotón la empuja y el de atrás le da otro achuchón hasta llevarla al hilillo que ya es la corriente que rebosa y comienza a irse, silenciosa, por el surco y los pequeños recovecos del regato.

Sigues mirando y el manantial regurgita sin parar borbotones limpios que se expanden y se duermen. Sientes el deseo de agacharte y beber no porque tengas sed sino porque al verla tan limpia te parece deliciosa. Te agachas y con la mano coges un puñado. Enseguida descubres que aún es más limpia de lo que veías y más fría que casi cuando era nieve en la cumbre.
- ¿A qué sabe?
- Bebe y verás.

Desde luego sabe a agua pero tiene un no sé qué que la hace distinta al agua que habitualmente bebemos en el mundo de la civilización.
- No podría ser menos y, además, madurada en el silencio de estas montañas, dormida en la oscuridad de estas tierras salvajes y contenida no en tubos de plástico o hierro sino en venas de arcilla y en cuencos de hierba.
- Me la bebería toda porque eso es lo que me parece que grita.

Por el fondo del charco, si miras despacio, verás los renacuajos que nacieron hace solo unos cuanto días. Si los coges en las manos te maravillarás de belleza tan pequeña, tan frágil y tan perfecta. ¿Cómo es posible que a estas alturas, en aguas tan frías y en soledades tan densas se dé la vida en forma de tanta delicadeza? A lo mejor no lo hubieras creído pero si lo ves con tus ojos y lo coges en tus manos con un puñado de agua, te convences aunque sigas sin creerlo. También si lo ves con tus propios ojos te convences de que junto a este pequeño pero espléndido charco del borbotón en el centro, se remansa otro igualmente pequeño que le supera en esplendor.

Te creerías que es una laguna en miniatura porque dentro de él crecen tantas plantas que más bien parece un jardín de juguete encerrado en una ola de agua limpia. Son plantas acuáticas y esto también te puede extrañar donde por la altitud, el frío por las noches incluso ahora ya en pleno primavera, se siente con fuerza. Lo miras y como la pradera, la alfombra de la pradera, los pinos de la ladera sur y la crestería de la cumbre enfrente, te reclama a gritos vivos, no sabes si seguir, quedarte, observarlos, bebértelos o dividirte para morir y no irte jamás.

- ¡Pero mira ese surco!
Viene rasgando la llanura por su centro desde la ondulación en que arranca esta pradera y el Barranco de los Teatinos. Te crees que el surco es de esos que hacía los arados tirados por mulos cuando araban estas tierras para sembrarla y aunque casi es igual, resulta el canal por donde, en la época del deshielo, baja el agua de la Loma de Gualay. Porque la loma está aquí, a la izquierda por donde han arañado la pista que desde el Nacimiento lleva a Puerto Llano y al Cabañas. Por ahí está la Cueva de los Santos, el pino de las Tres Cruces, el Puerto del Baco y los Prados de Gualay. Algún día nos iremos por esas soledades que tan recorridas, soñadas y amadas tengo.

Te impresiona el color de la tierra que el surco del centro deja al descubierto. Es roja, arcilla, caliza desmoronada, hojas del bosque podridas que por eso es también negra y blanca pero roja. Sólo el centro del surco y las dos pequeñas laderas porque ya en lo alto también crece la hierba que en un amplio manto cubre la inmensidad de la pradera. Desde la pista que sube al Cabañas, antes de la curva del Pino de las Cruces, sale la que viene por donde hemos subido que cuando pasa por la nava, aquí donde está el surco, no quiere venirse por el centro y la bordea.

Con aquel amigo, un buen montañero, el mejor que luego fue víctima de la civilización de la ciudad, un día bajamos esta pista y era gloria la de mariposas que se arrancaban de entre la hierba a cada paso nuestro. Recuerdo que aquel día, al llegar a la nava, casi no quisimos tocarla por miedo a mancharla. Y no la tocamos porque aquel día llevábamos otra ruta y nos dijimos que esta de la nava quedaba en espera del momento oportuno.

Y aunque lo creas, tampoco hoy es el momento oportuno. ¿Por qué? No te lo sé decir pero siento que para irse, para perderse, para fundirse con esta nava, hay que prepararse bien. Escoger bien el día exacto y estar, además, espiritualmente lleno de Dios. Y no lo digo por decir algo: lo siento, lo veo, lo vivo. Aquí late un misterio que hasta me da algo de miedo. Te lo digo en serio.

¿Qué hacemos entonces ya que estamos aquí en el centro? Primero mirar por última vez los charcos, regatos y manantiales que se desangra e hierve aquí en el centro y recordar que estos veneros no brotan bajo el nacimiento del Guadalquivir. ¿Por qué digo esto? Es que de veneros que dan agua al río, tengo varios por ahí descubiertos y voy complementando poco a poco nada más que por pura satisfacción personal.

Las fuentes del Guadalquivir - 4


Durante mucho tiempo me he preguntado por el verdadero nacimiento del Guadalquivir. A lo largo de varios años he ido recorriendo todas las zonas de las cumbres de cabecera donde se fragua este gran río. Hoy, 27-11-88, he realizado mi última excursión por estos lugares. A estas alturas del año no ha llovido gran cosa, aunque por estas sierras ya han caído las primeras nieves.

Subo por el Barranco de la Vacarizuela y a media altura, bajo un majuelo, descubro la primera de las fuentes o manantial que brota por encima del nacimiento oficial. Algo más arriba hay otro manantial y sobre la cumbre, en el centro de una gran nava, brota el tercer venero por este lado de la cuenca. Al bajar por la Cañada de las Fuentes, descubro cuatros manantiales más. Todos casi juntos pero con aguas distintas. Por la cumbre de la Loma de Gualay sé que hay otro nuevo manantial y en la misma casa forestal, junto al nacimiento oficial, brota otro. En total son ocho las fuentes que brotan por encima del punto donde pusieron la placa que indica el nacimiento del río.

Al bajar por la Cañada de las Fuentes observo como el agua que mana un poco más arriba en gran cantidad, se pierde por el estrecho que hay un poco más abajo de los tejos y desde este tramo hasta el nacimiento oficial, todo el cauce está seco por completo. Incluso la misma cueva que hay debajo del puente del nacimiento, está seca.

En cambio arriba, en los manantiales atrás mencionados, el agua brota en cantidad y además, sé que algunos de estos veneros no se secan en todo el verano. ¿Cuál es en realidad el verdadero nacimiento del Guadalquivir? En el plano que adjunto con este texto señalo dónde están los manantiales más importantes que brotan en estas laderas. Doy por cierto que han sido descubiertos y estudiados hace ya mucho tiempo.

Los tres manantiales que brotan por la hondonada de Las Vacarizuelas, caen cascada pendiente abajo y ya no ocultan sus aguas en todo el recorrido. Los de las Cañada de las Fuentes y los otros dos, ya he dicho antes que sí lo hacen y vienen a brotar de nuevo en el lugar para todo el mundo conocido por el nacimiento oficial del Guadalquivir. Pero en realidad ¿es aquí donde nace este río?

Y segundo, después de este ligerísimo paseo por la hondamente rica cuna del nacimiento del Guadalquivir, mirar las cresterías que tenemos a la derecha, la que por el lado norte protege a la nava en forma de muralla infranqueable. ¿Qué no sabes lo que es una crestería? Son accidentes que se forma cuando las rocas están inclinadas y los estratos duros alterna con otros más blandos. La erosión elimina éstos y origina un borde crestado como el que se ve desde el centro de esta nava.

Uno de los lados de la crestería está formado por la superficie de los estratos inclinados y duros, mientras que el opuesto está constituido por una ladera de roca blanca protegida de la erosión. La vertiente por donde hemos subido que se derrama hacia la cuenca del Guadalquivir. Las cresterías son comunes a lo largo de los flancos en todas aquellas montañas formadas por rocas sedimentarias inclinadas y se desarrollan tanto en los climas húmedos como en los áridos pero en éstos son más agudas y de corte más neto, como consecuencia de la acción más débil de la intemperie y de la falta de bosques en tales regiones. Los anglosajones dan a estas cresterías erizadas el nombre de hogbaks, es decir, lomos de puerco-espín.

Así que desde donde termina este surco, nos vamos a volver para atrás. Vamos a pasar por ese pino aparaguado, de tronco corto y grueso que ha venido a nacer en la hondonada donde empieza el paredón rocoso y termina la nava. Nos gustará mucho quedarnos, por entre sus ramas y la tierra que los jabalíes esta noche han removido, un buen rato. Nos quedaremos por aquí un buen rato subiéndonos a la cruz de este pino que la tiene a menos de un metro. Abrazando sus ramas que son trozos de silencios donde los años y las nieves se han parado. Nos haremos majestad con la gallardía de esta copa tan grande, retendremos el aliento para dar paso al del valle que se enreda por el bosque de este inmenso pino y luego jugaremos al juego de la soledad por la cumbre.

Si tú estuvieras te asombrarías de que aquí, precisamente donde los humanos todavía no han planificado ni la hondonada ni la crestería, se concentra tanta belleza. Porque este pino es belleza sobre una gran belleza y su tierra húmeda, su hierba verde, sus rocas puntiagudas por le lado norte, sus ramas secas allá en las copas, sus pajarillos ahí cantando, su majoleto enredado y por sus flores, las mariposas, el aire, el cielo por arriba y por abajo nosotros caminando casi pedidos.

Ahora después, desde aquí, nos vamos a ir hacia el lado en que el agua de la nava rebosa hacia el valle. Que es también ese lado por donde se derrama el talud de la cuerda que vamos a remontar. Al pie de los peñascales y de las otras laderas empinadas donde las rocas desnudas están expuestas al aire, los fragmentos originados por la erosión de los diversos agentes mecánicos de la meteorización, se amontona y forman los llamados taludes. En este caso, nuestra ladera es puro talud, se derrama hacia el valle del Guadalquivir. Por donde nosotros vamos a comenzar la ruta, es el punto donde arranca el talud, termina la cuerda y se desdibuja la llanura. La crestería de la cuerda va paralela al río pero nosotros la vamos a recorrer en sentido contrario.

Donde se ve la belleza - 5


Nos vamos a ir hacia ese punto porque además, ahí mismo estamos viendo la belleza muerte hundida entre las rocas. Ya he aprendido algo sobre los pinos secos de estas sierras. Entre las muchas cosas que la naturaleza nos enseña, no podía faltar esta: la enseñanza de la muerte, no como falta de la armonía inversa o como señal de la imperfección del mundo más hermoso. La muerte como esencia vital de mi vida para que así sepa que yo y todo cuanto veo y toco, es perecedero, no real. La inmortalidad, la eternidad, se encuentra al otro lado de la muerte. Este pino seco me dice que antes tuvo vida y dentro de unos años ya estará desmoronado por entre las rocas de estas cumbres. Y sin embargo, el tiempo está ahí, pasando lento pero firme.

Yo lo sé bien: aquí no está nuestro lugar definitivo. Que por entre la muerte de este pino, mis pasos escalonando estas tocas y el tiempo llenando toda la inmensidad, hay una fuerza grande, un ser gigante que nos mira, nos ama y nos contiene hasta el momento justo. ¿No es Dios? ¿Quién sino o qué puede ser capaz de contener y poseer tantos océanos de misterios y bellezas? Yo sé bien lo que siento y veo aunque ahora no tenga palabras para expresarlo.

Bajo el pino seco, que sí es pino como tantos otros pero que en nada se parece a ninguno de los que he encontrado por estas sierras, nos recogemos. Lo miras y te gusta ahí en el espíritu. Lo tocas y quisieras llevártelo aunque sabes que no puedes. Pero la verdad es que uno aquí, junto a él, siente placer, siente gozo y por eso te mueves de aquí para allá sin dejar de mirarlo y desde todas las direcciones y gozarlo a contra luz y sobre el azul del cielo.

Ya estamos un poco elevados sobre el valle. Este pino ha crecido y ahora se desmorona en una pequeña repisa ahora tupida de hierba, un poco ya alzada en la ladera. Algo más arriba se vez el otro gran pino, este hermosamente verde, casi aplastado y fundido entre las tocas. Hacia ese rincón nos vamos a ir para tomar la cuerda por este lado. Son ya las doce de la mañana y como ahora es cuando se nos presenta la parte más dura, aunque también más emocionante, debajo de este pino vamos a parar un rato. Es un sitio idílico por sus ramas que caen tanto que hay que apartarla para meterse bajo su sombra. También por el césped de hierba, la visión de la morra, el horizonte hacia el Gilillo y la mesa.

Aquí ellos sueltan el macuto y se preparan para comerse los dos kilos de cerezas que ayer compramos en Úbeda. Dicen que han gastado mucha energía y que como queda un buen trecho y una buena cumbre, más vale prepararse. Comeremos allá en la mesa de la Cañada de las Fuentes y puede que lleguemos sobre las cuatro de la tarde. Eso sino se nos complica el recorrido del rincón que vamos a explorar. Desconocemos por completo la zona y por lo tanto, no podemos prever nada.

Pero por ahora, los tres se sientan entre las ramas y la sombra del pino verde a media ladera, con las cerezas por delante mientras me dedico a observar despacio la ladera, la cumbre y la vertiente hacia el valle, la llanura y el corte brusco de esta cumbre hacia la nava. Ha llegado el momento de explicar un poco, desde la geología, el intrincado paraje por el que nos movemos. Que por otro lado, de todos los rincones de este Parque, los más complicados son las cumbres de Cabecera del Alto Guadalquivir.

Así que mientras ellos se dedican a sus cerezas, voy a poner aquí algunas claves sencillas que muchos ya conocen bien pero que para mí creo necesario exponer antes de recorrer esta cumbre. Empezaré diciendo que yo ya he descubierto qué es exactamente por donde nos movemos: estamos recorriendo la cresta de un gran anticlinal. ¿Que qué es un anticlinal?

Todo el que conozca el hecho de que los estratos sedimentarios son casi horizontales en su origen, quedará muy sorprendido al hallarlos a veces curvados y otras con fuertes inclinaciones, fenómeno que, sin embargo, se da a lo largo de casi todas las cadenas montañosas y en algunas llanuras. Las dislocaciones se deben a empujes tangenciales y reciben el nombre general de pliegues y plegamientos. En un pliegue se distinguen los lados o flancos.

Los estratos de una misma región pueden inclinarse en direcciones diferentes y pueden incluso oponerse en vertientes opuestas, como en el tejado de una casa, formando entonces lo que se llama un anticlinal, en el cual los estratos divergen hacia abajo. En otro lugar de la misma región los estratos pueden divergen hacia arriba formando un ángulo con el vértice hacia abajo, es decir, un sinclinal. Es fácil hacer una imagen mental de los anticlinales y sinclinales pero si uno marcha al campo con la esperanza de ver como los primeros forman colinas y los últimos dan lugar a depresiones, se encuentra con que rara vez sucede así.

Muchas veces estas estructuras no aparecen debido a la erosión, que puede haber actuado en forma tal que haya dado origen a sinclinales situados en las colinas y anticlinales en los valles. En general, ni las cimas de los anticlinales ni los fondos de los sinclinales suelen ser visibles pero en cambio es frecuente encontrar estratos que buzan hacia el norte y a pocas distancias los mismos que lo hacen hacia el sur. Entre ambos puntos los estratos deberían formar una curva o arco, la cima del anticlinal pero las partes superiores de dichos estratos han desaparecido por la erosión y muchos de los inferiores han quedado cubiertos por un manto de rocas disgregadas. Es raro encontrar la cúspide de un pliegue claramente visible.

Los estratos de rocas pueden inclinarse en todas las direcciones a partir de una pequeña superficie formando una estructura en lomo o bien pueden inclinarse desde todas las direcciones hacia un área reducida y formar una fosa sinclinal. En muchas regiones las rocas parecen inclinarse sólo en una dirección, sin que puedan identificarse anticlinales ni sinclinales. El interés geológico de los anticlinales residió principalmente en su carácter puramente científico del fenómeno geológico, hasta que se descubrió que en muchos se halla aprisionado el petróleo y que los principales yacimientos de este mineral se encuentran en ellos. La busca, la localización cartográfica de los anticlinales y su estudio por distintos procedimientos, constituye hoy una tarea de gran importancia.

Aclarado lo que es un anticlinal, diré que es un poco especial. Por la parte sur, la que da a la nava, se ha roto. La cumbre de este cerro es sólo la cresta, la cúspide. El otro lado. Otro de los lados se hundió y parece que de ahí surgió una bella dolina. Porque la nava que esta mañana estamos recorriendo y que ahora contemplo desde la plataforma de este pino, es un gran trozo de tierra hundida entre la Loma de Gualay y este cerro llamado de Navahondona. A hundirse este lado del anticlinal, probablemente en otros tiempos, se formó aquí una laguna en la que sería el fondo de la dolina y donde hoy brota el manantial.

Hay razones para pensar que esto fue así porque este lado sur es fuertemente azotado por los vientos que desde el poniente cruzan por la Nava Alta del Espino, suben por el Barranco de los Teatinos y se rompen de lleno en el lado sur de este anticlinal que poco a poco ha ido cediendo hasta dejar paso a la nava. También los vientos que le entra desde la cuerda del Cabaña y Puerto Llano, el primer obstáculo en su camino, es la cresta de este cerro.

Ante la presencia constante del viento, la lluvia, la nieve y el hielo, es normal que las rocas calizas de este pico vayan cediendo y aparezcan las formas o estructura características del modelado superficial de un macizo carbonatado: superficie lapiaz, sima, cañón, torca y dolina.

El lapiaz - 6


La raspa que dentro de un rato vamos a recorrer contiene todas estas modelaciones en gran abundancia. Yo diría que en tanta abundancia y tan bellas todas que quizá en toda la sierra no se encuentre un paisaje similar. Un rincón único donde en pocos metros cuadrados se pueden observar y estudiar todos los matices y manifestaciones de las rocas calizas. Por eso creo que es ahora el momento de explicar un poco el precioso modelado de este macizo.

Las rocas carbonatadas son una clase de rocas sedimentarias que reciben este nombre por estar formadas en más de un 90% por carbonatos. Las calizas y las dolomías son rocas carbonatadas. Son muy abundantes en la superficie de la Tierra y con frecuencia se presentan en grandes masas, tanto en extensiones como en espesor, formando los macizos carbonatados. Su modelado reviste un interés particular porque es característico y fácil de reconocer sobre el relieve. El modelado de estos macizos se conocen con el nombre de modelado cárstico, porque se presenta en una amplia región de Yugoslavia llamada Karst.

Las rocas calizas están compuestas, en su mayor parte, por mineral de carbonato de calcio, llamado calcita. El modelado de las calizas requiere una meteorización previa. Son rocas compactas, y por ello, difíciles de erosionar, y además, son insolubles. Sin embargo, las aguas que discurren por el macizo llevan disuelto anhídrido carbónico que al reaccionar con el agua produce ácido carbónico. El ácido carbónico ataca a la calcita de las calizas y la transforma en bicarbonato cálcico que sí se disuelve en el agua.

Por otra parte, las calizas no están formadas únicamente por calcita, siendo frecuente una porción variable de arcilla, que no se disuelve en el agua y queda en la zona donde se ha meteorizado la caliza o es transportada en suspensión por el agua. La meteorización química que sufren las calizas y el posterior transporte en disolución de los bicarbonatos resultantes de ella, no se realiza sólo en la superficie del macizo, sino también en su interior. Pues aunque las calizas son rocas originalmente impermeables, como son frágiles se fracturan con facilidad y de esta forma el agua penetra en el macizo a través de las fisuras, ensanchándolas y profundizándolas, lo que provoca, a medida que transcurre el tiempo, que el macizo se vaya horadando progresivamente.

Los agentes mecánico de la intemperie son los cambios de temperatura y la congelación del agua, el desarrollo de la vegetación, las actividades de los animales y la abrasión producida por el viento, el agua y el hielo. En la acción de tales agente influyen mucho las aberturas ya existentes en las rocas: tanto las grietas y fisuras debido a los movimientos del suelo, como ciertas aberturas originales entre las que se hallan los huecos causados por las expansiones gaseosas y las minúsculas cavidades que dejan entre sí los granos cristalinos. Partiendo de estos huecos iniciales de las rocas, los agentes mecánicos las resquebrajan y rompen hasta convertirlas en fragmentos sólidos, cuyo tamaño varia desde los enormes cantos hasta el más fino polvo. Unos y otros fragmentos tienen la misma composición que la roca original, igual que habría sucedido si ésta se hubiese sometido a la acción de una trituradora.

Mientras ellos van terminando de comerse las cerezas que por otra parte es un placer saborearlas en un marco como este y a estas horas del día, hago mi última exposición de la roca que hay aquí mismo. Es una piedra de enormes proporciones, casi redonda, que ha rodado desde lo más alto de la cumbre. Seguro que tenía otra forma cuando aquí quedó atrapada pero la meteorización de la lluvia y la nieve, la ha modelando hasta dejarla redondo y sólo con un pequeño punto de apoyo. Da la impresión que con un pequeño empuje puede salir rodando pero no es así. Su frágil punto de apoyo es firme y está bien anclado. La miro desde todos los ángulos y como además, la piedra es bonita en sí, llama aún más la atención.

Recojo en el video el momento de las últimas cerezas y nos preparamos para atacar la travesía de este impresionante paraje. Desde aquí vamos a subir por la parte más elevada de la raspa. No será fácil porque según subamos, las rocas nos irán complicando el paso. Grandes bloques de rocas con sus profundas grietas, sus afiladas aristas, canales cerrados, anchos, estrechos, largos, agujeros de todos los tamaños y paredones casi imposible de salvar. Al andar por esta zona tendremos que hacerlo con sumo cuidado, pues un mal paso, un resbalón o una caída, puede ser fatal. Desde luego, no recomiendo a nadie una excursión por esta zona a no ser personas expertas en andar por montañas. Porque sé bien que no todo el mundo sabe moverse por el campo y menos aún cuando el campo es abrupto y quebrado como es el caso del monte que nos ocupa.

Según vamos subiendo a la izquierda iremos dejando la cada vez más espléndida llanura de la nava. A la derecha, ya remontado casi en lo alto, aparecerán las dolinas. Son muy abiertas sobre una amplia zona del lapiaz donde abundan los pinos laricios, los enebros rastreros y las sabinas. Por aquí crecen algunos ejemplares de encinas que son milenarias. Y es curioso: justo donde el paisaje es todo roca, donde en invierno más nieve se amontona, el viento sopla fuerte y los hielos brillan a lo largo de muchos meses, en este paisaje tan inhóspito y duro, las encinas crecen robustas, bellas y llenas de vida y con troncos esplendorosos. Aquí están cargadas de ramilletes floridos y cubiertas de mil tallos nuevos.

En llegando al paisaje de las dolinas, iremos hacia la derecha con objeto de pisotear todo este ese fenómeno cárstico tan impresionantemente bello. Se recoge como en una pequeña vaguada donde las escorrentías de las aguas no tienen salida para ningún lado. Como un gran embudo en cuyo centro las rocas se han hundido por aquí, por allá y por arriba y abajo. Habría que cruzar esta hondonada y volcar hacia el valle del Guadalquivir para explorar y conocer bien a fondo toda esa ladera. Intuyo que esa zona es enormemente original pero hoy no la cruzaremos porque ya es tarde, el sol calienta fuerte y aun nos queda un buen trecho para el punto que nos hemos fijado para la comida.

Porque además, nos sentimos cogidos por completo tanto por el otro pino achatado al final de la dolina como por el saltamontes rechoncho y exactamente del mismo color que las rocas, que con el ritmo de solemnidad y de infinitud de esta cumbre, él recorre la superficie blanca de la losa para esconderse en una grieta. Nos sentimos cogidos y no tenemos tiempo para observar, gozar y atender a un espectáculo tan intenso como este.

Uno de nosotros anda por ahí, algo más en la parte alta de la cresta y aunque lo llamamos para que goce en nuestra compañía tantas cosas emocionantes, no nos atiende. Lo vemos que se para en la sombra de la gran encina. La que casi en la cúspide de la cresta se mece con ritmos cadenciosos empujada por la brisa que de la nava sube. Apunta algo y de pronto nos dice:
- Subid y veréis.
- ¿Qué has visto?
- Son cuatro encinas gigantes pero en su sombra se abre la maravilla.

Saltamos por las rocas subiendo la pendiente que desde la cumbre se derrama hacia el centro de la dolina. Nos late la emoción porque no podemos creer que lo de la cumbre sea más grandioso que cualquiera de los trozos que ahora mismo pisamos. En dos minutos nos encontramos junto a él que nos espera bajo la sombra de la encina. Ahora es cuando descubrimos que es espectacular esta encina. Su sombra es espesa, doradas como el oro los manojos de florecillas que cuelgan, armonioso el movimiento que la brisa imprime en sus amplias ramas, solemne su tronco, algo torcido hacia la dolina, sobrecogedora su figura por estar recostada en la cumbre entre tanta roca y soledad.

Un "yo quisiera hoy Señor, daros las gracias en medio de este jardín. Me parece que ya he aprendido aquí muchas cosas útiles en este paseo lento donde me voy dejando invadir por tu silencio pacífico", me sale del alma.

Si siempre se dijo que un árbol es algo maravilloso, una encina como esta y en este lugar ¿qué es? Dicen que los sabios no han logrado captar aún el secreto de los manojos de raíces vivas, laboratorios perfectos de la creación. Dicen también que las encinas se caracterizan por su gran amplitud ecológica. Viven hasta en las cumbres más altas y colonizan todo tipo de suelo. Dicen todo esto de una encina pero lo que yo estoy viendo hoy, no me lo hubiera creído con facilidad de no haberlo tocado como lo estoy tocando.

La encina bajo cuya sombra estamos ahora mismo sentados, es centenaria y crece en un auténtico pedregal a más de 1600 metros de altitud. Viéndola y viendo donde crece enseguida piensas ¿qué sucede por aquí en invierno? Las nevadas caen una detrás de otra. Sobre esta cresta el viento siempre azota con toda sus fuerza. Y los hielos duran y duran meses. Pero en verano el sol cae firme sobre esta cresta un día detrás de otro achicharrando vegetación y piedras y por supuesto, secando hasta las más oculta gotas de humedad. ¿Cómo es posible que clima tan duro pueda ser soportado por árbol alguno? Es lo que me pregunto y el mismo silencio y la realidad me dan la respuesta. Es posible: aquí está la encina.

Y para que nuestro asombro llegue a sus límites, terminamos de subir los cien metros que nos quedan para llegar a la cumbre y ahí está la maravilla de las maravillas. Una sima de unos doce o catorce metros de profundidad, abierta entre grandes bloques de rocas. Abajo, casi al final, otra encina más. Una nueva vieja encina retorcida, clavada en las paredes como si lo hubieran hecho con un martillo, ampulosa y llena de vida. En la mitad de la pared de rocas que dan forma al gigantesco agujero, una nueva encima más y arriba, donde la cavidad comienza a abrirse hacia las entrañas de la cumbre, otras tres viejas encinas. A la derecha, a la izquierda y siguiendo la raspa de la cresta, cuatro más. Como si queriendo alguien las hubiese plantado aquí pero cientos de años antes de que naciéramos ninguno de nosotros. Y sin embargo, nadie las plantó en esta cumbre. Nacieron ellas espontáneas y en qué sitio nacieron. Se les ve clavada y se mecen orgullosas rebosantes de vida justo, justo, en el punto más alto de la cumbre.

Ya nada más que para ver maravillas como estas, merece la pena subir a estas cumbres aunque para ello sea necesario andar por entre las rocas durante muchas horas. De esto estamos convencidos nosotros y por eso, en medio de tanta satisfacción y gozo, nos se nos ocurre otra cosa que bajar hasta lo hondo de la sima. Bueno, bajan ellos, porque yo prefiero recoger el momento en la cámara de video. La encina les sirve de asidero y la superficie de las rocas de resbaladero.
- Esto sobre coge.
- Entiendo que sí y más en un lugar como este.
- Vemos agua aquí en lo hondo.
- Es lo que intuía.

Se comprende enseguida que esta sima en realidad, es un deposito de nieve en los meses de las nevadas. Ahora, con el calor de la primavera y más aún cuando llega el verano, la nieve aquí acumulada, se derrite y el agua no tiene otra salida que filtrarse por el fondo de pozo. Es normal que entre las rocas del final aun queden algunos charcos. En realidad, por estas grietas y estos pozos es por donde se estiran las raíces de las viejas encinas de esta cumbre. Por esas oscuras galerías de rocas rajadas y profundas, es por donde recogen su alimento y su fuerza este sorprendente bosque de gigantes solidarios.

Además, aquí abajo crecen otras plantas herbáceas y se refugian un montón de pequeños insectos. Conforme ellos los van descubriendo me lo van anunciando entre latidos de emoción, abrazos al tronco de la encina para sujetarse y recorridos asombrados de todos los agujeros de la sima. Por fin, salen otra vez a la luz. En estos momentos me encuentro enredado y distraído por entre la espesura de las copas de estos árboles. Ya están verdes o más bien, relucen de ese verde de primavera que el calor de estos meses les ha traído.

Se tocan sus copas unas con otras y es otra cosa que me llama la atención. ¿Cómo es posible que estas ramas no se rompan bajo el peso de las grandes nevadas? Caen hasta los pinos más recios que los he visto yo por los valles y laderas. ¿Cómo es que ellas resisten aquí precisamente donde las nevadas son más grandes? Estas interrogantes y otras muchas nos laten en la mente mientras seguimos la ruta y se nos quedan atrás es más bello espectáculo escondido en estas sierras.

Y ahora que digo, se esconde, me viene a la mente el deseo de que ojalá aquí sigan escondidas para siempre. Porque ese es otro asunto: a cualquiera de los que en estos días andan sacando dinero a costa de las sierras, en un momento dado, se le puede ocurrir que este es un buen lugar para mostrárselo a los visitantes. Todo lo que por estos días se dice en los periódicos, de los paisajes del Parque Natural, no es nada más que anuncios de rutas para ellos. ¿Cuando, a muchos, se les meterá en la cabeza que las sierras de este Parque Natural, son algo más que hoteles, rutas y pistas para que vengan con sus coches y dejen dinero?

LA ENCINA
¿Qué tienes tú, negra encina
campesina,
con tus ramas sin color
en el campo sin verdor;
con el tronco ceniciento
sin esbeltez ni altivez
con tu vigor sin tormento
y tu humildad que es firmeza?
En tu copa ancha y redonda
nada brilla,
ni tu verdescura sombra
ni tu flor verdiamarilla.
Nada es lindo ni arrogante
en tu porte, ni guerrero,
nada fiero
que aderece tu talante.
Brotas derecha o torcida
con esa humildad que cede
sólo a la ley de la vida,
que es vivir como se puede.
A. Machado.

Y además, ante la presencia de estas viejas encinas sobre las cumbres del más quebrado y duros de los cerros, se te viene al recuerdo, algunas de aquellas cosas que también, en otros lugares, leíste sobre las encinas.

Escribano montesino - 7


Ya hemos recorrido gran parte de la ladera norte de este Cerro de Navahondona. Ya coronamos el collado que aunque es muy hermoso por tantas rocas blancas, pulidas y afiladas como sobre este parte del cerro se amontonan, no sabemos como se llama. Pero se nos ensancha el alma de tanta belleza arropada por el silencio y extendida hacia los horizontes azules que desde estas alturas de dominan. Durante un rato más seguimos frente a los paisajes y los infinitos perdidos por las cumbres altas y cuando ya hemos recordado la ruta que aquellos días trazamos por aquí, nos ponemos en marcha y volcamos por el collado.

Vamos andando y entre unos espinos vemos el pajarillo.
- Seguro tiene su nido cerca.
Miramos y lo vemos. Tiene un puñado de pequeños huevecillos y es tan perfecto que ni si quiera lo tocamos. El ave lo ha trazado de la manera más inteligente, modelado con la suavidad de la dulzura y levantado con las más frágiles briznas de hierba. Tiene también algunas motas de lana y ha venido a construirlo a medio metro del suelo pero se podía decir que sólo un poquito más abajo de las estrellas. El arbusto crece entre las rocas redondeadas por al erosión. Pero el nido no se ve. Hay que apartar las ramas y buscarlo cuidadosamente para descubrirlo.
- ¡Cuidado de no tocarlo, porque podría aborrecerlo!
- Sí, ten cuidado.

Separamos unas ramas, las que tienen más follaje y lo vemos. Tiene cinco huevos del tamaño de una almendra y su tono es entre azul verde con algunas pintas negras. Verdes son las hojas del pequeño arbolillo donde se esconde y grises son las ramas entre cuyos nudos y pinchos, se entrelazan las pequeñas raíces y briznas de pasto del frágil nido.

Lo recogemos en la cámara de fotos y en el video, con la preocupación propia de no espantar mucho a este precioso pajarillo. Nos vigila por aquí cerca saltando por las rocas y arbustos. Pía y sus trinos son como si quisiera decirnos que no toquemos su nido, que se lo dejemos intacto porque para ella es su tesoro. Nosotros podemos pasar y seguir esta ruta sin ganar ni perder nada con este nido o sin él. Ella no podrá seguir llenando de alegría y trinos este rincón si ahora mismo destruimos su corazón.

Aquí se encuentra la diferencia: que ella es un frágil pajarillo revoloteando por entre las ramas y pinos de estas cumbres y nosotros somos los forasteros. Los dominantes, los que poseemos poder sobre la pequeñez de su cuerpo, su nido y mil cosas más en estas sierras. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de romper o la posibilidad de conservar. En tan sólo uno segundos podríamos destruir estas sierras a pesar de ser tan fabulosas, tan gigantes y tan robustas. He aquí la visión más real de la auténtica belleza de estas sierras. A pesar de ser tan gigantes y de poseer toda la fuerza del universo, son al mismo tiempo, lo más frágil de la creación porque con sólo un pequeño estrujón con mis dedos, puedo acabar con ellos.

Pero no. Respiramos la última bocanada de aire de estas cumbres, acariciamos con nuestros ojos la fragilidad hermosa de los huevecillos de este nido, rozamos con nuestras manos la añosa superficie de las rocas blancas de este cerro, atravesamos orgullosos la frescura de la sombra del pino grande y sintiendo que aquí se queda, hasta el día de la eternidad, quizá el mejor trozo de nosotros, nos vamos. Nos vamos sin irnos pero nos vamos siguiendo la cuerda del cerro en la división en que baja el arroyo del Barranco de los Teatinos. Por lo alto de la cuerda, nuestra división va resta a la casa forestal de la Cañada de las Fuentes. Aunque según avanzamos, poco a poco vamos cayendo hacia el barranco.

- Ya sé cómo vamos a bautizar a este collado.
- ¿Cómo?
- Sólo para nosotros, le podemos poner “Collado del Escribano”.
Lo dejamos así y en estos momentos se me vienen a la mente las palabras que el otro día oí a un amigo. Hablábamos de estos montes y me decía:

“Algo que me inquieta es esta compra y venta que los humanos, algunos humanos, nos traemos con la naturaleza. Porque si ella nació y fue antes que nosotros, no es fruto de nuestras obras sino que ha sido otro su Creador. Nos la hemos encontrado como un regalo ajeno a nuestros méritos y voluntad. ¿Quién nos ha dado permiso para que nos la apropiemos? ¿Para que la vendamos? ¿Para que trafiquemos con ella? Cuando todavía éramos niños, cuando aún no poblábamos la tierra, ya existía ella y hasta se las arreglaba muy bien con nuestra presencia, intervenciones y proyectos. ¿Por qué ahora no la respetamos y la dejamos en paz? Yo creo que ninguno de nosotros tenemos derecho a repartírnosla, a trocearla o venderla, a traficar con ella sin poseer un permiso escrito por ella misma. En serio que me inquieta esta compra y vente que los humanos nos traemos con la naturaleza”.

- Y este recuerdo a las palabras de tu amigo ¿a qué viene ahora aquí?
Me pregunta uno de ellos.
- Me ha salido de dentro empujado, quizá, por la inmensidad que ahora mismo tenemos ante nosotros. Como cuando uno lo está pasando bien y de pronto tiene un recuerdo para los amigos ausentes. Así, por ejemplo, el nido que ahora mismo acabamos de ver, me remite a la idea de la firma de una carta. Aunque también puede ser una de las mil cartas que el Creador del Universo ha dejado desparramadas por estos lugares.
- Pero es que según vayamos surcando sierra, nos iremos encontrando señales como ésta y otras semejantes.
- Por eso parece que una voz dentro te dice que no la toques. Que la goces y aprendas pero que la dejes donde y cómo está.

Unos metros más abajo de donde hemos visto el nido, descansamos a la sombra de la laricios. Ya lo he dicho: a este pequeño collado nosotros hoy lo bautizamos con los nombres de “Escribano Montesino o Collado del Escribano”. Nos servirá para luego recordarlo. Bajo la sombra de estos gigantes del Parque, el vientecillo fresco que sube del nacimiento, nos acaricia. Por un rato corto gozamos también el pulido de loma de las rocas blancas de la cumbre y nos recreamos en las laderas que caen por el Barranco de los Teatinos. Siguiendo el pequeño vallecillo que la redondez que este monolito rocoso forma sobre la cumbre, hemos venido desde donde crecen las viejas encinas.

Arrancamos y ya es más cómodo el andar. Vemos que se espesa el monte y frente comenzamos a ver la siempre queridas Cañada de las Fuentes, Cañada de Trabino, Nava Alta del Espino y el majestuoso Aguilón del Loco. Es como una senda lo que este estrato rocoso y la hierba nos ofrece. Pero es también mucho mejor que una senda. A un lado y otro tenemos rocas, por el centro tierra cubierta de hierba fresca y de vez en cuando, matas de enebros y sabinas. Esto es más bello que una senda y mucho más delicioso que una pista o carretera.
- Es como si alguien hubiera adivinado lo que a nosotros nos gusta y a lo largo de mucho tiempo se hubiera dedicado a modelar estas piedras, a cuidad de esta hierba, a sembrar aquí estos pinos, a soltar estas caricias de viento y a configurar esas laderas y barrancos para que hoy al pasar por aquí, nos sintiéramos agusto.
- Eso parece porque sino ¿cómo explicarnos que todo esté exactamente como nos gusta a nosotros?

El sol nos da de frente y a estas horas, casi las tres de la tarde, quema como si fuera pleno verano. Sin embargo, vamos bajando y ya por esta zona, el bosque de pinos se espesa y por eso sus sombras nos van arropando. Además, el aire que corre, leve brisa que sube por el barranco, después de haber bajado de las cumbres y atravesar el bosque, nos va refrescando el rostro y el resto del cuerpo un poco empapado por el sudor de la mañana. Sentimos el abrazo de la soledad y el silencio y como la felicidad que llevamos dentro ya empezó a hacerse grande con las primeras horas del día, en estos momentos nos parece nadar en un mar de dicha.

No hemos visto ni un ser humano en todo el día aunque sí sus señales y sí también sabemos que por algunos de estos rincones, ellos suben de tarde en tarde. Sólo pensar en esto parece que el paisaje pierde algo de su encanto. No me importa que por aquí pasaran pastores, arrieros o leñadores. Ellos no manchan la sensación de pureza primitiva de estos cerros. Si me importa saber que por aquí estuvieron otros que ni son pastores, arrieros o leñadores. Parece que sólo pensar esto ya no son lo mismo los paisajes que ahora nos gusta tanto. Es como si estos bosques y estas cumbres nunca les pertenecieran a ciertas personas. Como si hubiera que decirles que por aquí tienen prohibido aparecer. Vuelvo a decir que sólo pensar que ya han podido andar por algunos de estos cerros, parece que estos paisajes pierden dignidad, pureza y encanto. Y es que lo siento así. Porque eso de notar que hemos sido los primeros en gozar de estas maravillas, te da un gusto especial. No es lo mismo, lo contrario.

Por entre los pinos, en la dirección que llevamos, van apareciendo pequeñas sendas. No son de humanos. Los animales que bajan desde las paltas altas a beber al arroyo, las han ido trazando a lo largo de los días. Ya llega hasta nosotros el cascabeleo de las primeras aguas que corren por el arroyo de este barranco. Todavía es época en que este arroyo lleva agua que va aumentando según desciende hacia el barranco de la Cañada de las Fuentes. Entrados un poco más en el verano, estos manantiales van siendo cada vez más pobres hasta agotarse por completo. A parte de que por aquí, ya es el hombre el que ha venido en busca de las aguas que brotan de estos veneros.

Por el margen izquierdo del arroyo han metido máquinas para trazar una pista forestal que sube por el arroyo. Además, en la misma fuentecilla del manantial, aprisionan esta agua en un tubo de plástico. En la casa que construyeron algo más abajo, Cañada de las Fuentes, pusieron grifos, fregaderos, fuentes, piscinas, y para que todos esos artilugios sean útiles, con un tubo que va desde estas alturas, se llevan el agua hasta la casa. ¿Ves lo que antes decía? Sólo pensar que estos manantiales ya están ordenados y aprisionados por los hombres, se sienten de otra manera. Es como si perdieran su encanto. Como si no fueran trozos de estas tierras.

Por el barranco y el pequeño arroyo, subí aquella tarde que por primera vez vine a este rincón. Fue una hermosa sensación la de aquella primera vez que no olvidaré nunca. Me viene siguiendo el cauce y al llegar al escalón que forma la cascada, me metí por esas tremendas rocas. Es difícil este paso porque tienes que atravesarlo “gateando” por las rocas, agarrándote a ellas, escalando casi. Aquel día lo conseguí y luego subí con la idea de llegar hasta donde comienza esta cuenca pero me quedé doscientos metros más arriba del escalón. Me impresionó la espesura del bosque, las sombras oscuras y alargadas, las pequeñas praderas verdes por donde las sombras se derramaban, el silencio del barranco con el agradable canto del arroyo y la imponente silueta de las cumbres frente a nosotros, a la derecha y a al izquierda.

Nace el Guadalquivir como de un sueño del alma-8


Ya digo que aquel día me impresionó este rincón y se me quedó clavado en lo más hondo del alma. Desde entonces lo recuerdo, desde entonces lo quiero, desde entonces lo llevo conmigo y hasta en sueños me veo caminando por él. Es como aquel sueño de mi juventud, como el primer sueño del alma. Años antes, la última tarde anterior a la construcción de las pistas forestales que ahora, en todas las direcciones, recorren tanto este barranco como la Cañada de los Tejos y la Loma de Gualay, nos asomamos desde el collado de los pinos. La visión era de lo más gratificante. Sólo una pequeña sendilla que viniendo desde Puerto Llano y Gualay, bajaba por la ladera, llegaba hasta donde hoy se encuentra la casa forestal, pasa por ahí, por donde oficialmente dicen nace el Guadalquivir, un trozo se iba hacia el Barranco de la Abubilla y río Grande abajo, otro. Sólo esta sendilla por todo este gran barranco donde el Guadalquivir recibe sus primeras aguas para empezar a ser río.

A un lado, la ladera silenciosa con mil pinos y tejos y por donde las cabras y los ciervos corrían libres. Esas laderas majestuosas que sólo mirarlas lo dejaban a uno lleno de amor, de gozo y de plenitud. Los arroyuelos por aquí y por allá. Pequeños unos, saltando peñas, otros, silenciosos la mayoría y todos, sólo cristal adornados de narcisos, enebros, sabinas, sombras de pinos y nubes. Las nubes de aquellos tiempos por estos barrancos, siempre eran majestuosas. Señoriales se mecían desde las cumbres laderas abajo arropando todo el barranco, besándolo dulcemente, primero y dejando sus gotas de rocío sobre las fuentecilla salvajes y las rocas blancas.

Y la otra ladera, la de la derecha, por la que hoy bajamos. Sólo mirarla se sentía en el alma ese cosquilleo de encuentro con lo conocido, con lo soñado, con el placer de volver a sentirte de nuevo en los paisajes que de pequeño abrazaste, corriste y jugaste. Por allí el bosque que no era el mismo de los tiempos de aquella niñez. Por aquí el arroyo, seco en verano, solitario en invierno, algo reposado en primavera y lleno de hojas en otoño. Más abajo, la encina.

Para acá, el pino, en la torrentera la sabina rodeada de las otras viejas sabinas, de las rocas y las que en alguna primavera brotaban por primera vez. Luego, el recodo por donde la ladera al bajar, primero se quería convertir como en un sólo arroyo, luego no se hacía sino pequeña llanura y más adelante, ni una cosa ni la otra. Pero ahí, en ese formidable rincón donde parece juntarse el universo para dar forma al pequeño Guadalquivir, nosotros teníamos fijado un interés especial. Un día y otro, la oscuridad, el silencio, la soledad, nos llenaba de asombro.

- ¿Qué habrá en ese rincón?
Nos preguntábamos.
- ¿Qué habrá ahí? Siempre tan quieto, siempre tan insondable, siempre tan reguardado y recogido en sí mismo, como si no quisiera dejarnos entrar en la hondonada donde se duerme y se transforma.

Y desde nuestra niñez, cada día aquello nos parecía más bello pero al mismo tiempo más misterioso, más lleno de secretos. A veces nos bajábamos un poco por la ladera y antes de llegar a donde todos los arroyos se juntan, nos sentábamos en las rocas, mirando siempre a la oscuridad del barranco. Allí, frente al halo misterioso que manaba del barranco, nos quedábamos horas y horas con nuestros ojos fijos en aquel paisaje. Era una experiencia que se clavaba en el alma y te dolía con todas las sensaciones. Como un intuir algo que sin duda era grande y bello pero no se podía ni tocar ni ver.

Y luego aquella hondonada por donde también adivinábamos se iban todos los arroyos juntos para alejarse de estas sierras y dejarnos aquí con la sensación de la pérdida. Las laderas de un lado y otro, ya eran más grandes, con bosques más densos, vaguadas más pronunciadas y valles aún más oscuros y secretos. Intentábamos adivinar cuantas serían las cascadas por aquellos barrancos, cuántas las curvas del que ya era Guadalquivir, cuántos los charcos y cómo de grandes cada uno. “¿Y hasta dónde llegará, por qué sitio pasará, en qué se convertirá al final?”

Estas y otras muchas como estas eran nuestras preguntas, frente al barranco por donde entre bosques y oscuridades, el río ya se iba. Todas aquellas imágenes se nos iban grabando un día tras otro y jamás podíamos salir de aquel asombro. Todo para nosotros y estos barrancos, Cañada de las Fuentes hoy, era como un sueño, como una fantasía irreal que no podíamos precisar en que región existía. Tampoco a nosotros nos importaba demasiado porque no sabíamos mucho de las dimensiones materiales, espirituales, soñadas o fantásticas. Para nosotros era una realidad que estaba allí que estaba repleta de hermosura porque todo lo que entraba por nuestros ojos reventaba de bello y producía mucho placer.

Todo hasta que uno de aquellos días, estando sobre el collado de los pinos, vimos máquinas que subían rompiendo el monte, allanando tierra, abriendo caminos, levantaron casas y pusieron placas donde ellos decían nacía el Guadalquivir.
- ¿Quiénes son y qué están haciendo?
Nos preguntamos pero nadie nos dio ninguna respuesta. Tampoco nosotros éramos quienes para que alguien nos diera una respuesta. Quizá ni siquiera existíamos para ellos al juzgar por aquella actitud suya de ignorarnos. Como si no existiéramos.

Pero existíamos y como, además, desde muchos atrás habíamos sido los niños por aquel barranco y aquellas cumbres, en nosotros ya había nacido una pizca de pertenencia, en forma de amor, de todos aquellos silencios y bosques. ¿Cómo podía ser que aquellos que ahora venían de fuera, desde siempre ajenos a estas sierras, tuvieran la osadía de romper, modelar y construir en aquel barranco, por entre aquellos silencios y los inmensos bosques?

Fue un choque brutal para nosotros y desde aquel día ya empezamos a tener dos sierras, dos ríos, dos bosques, dos silencios, dos bellezas, con dos paisajes distintos. La de antes de las máquinas, época de nuestra niñez con los juegos y los sueños derramados sobre aquellos vírgenes arroyuelos y las que fue surgiendo después de las máquinas y la presencia de los hombres.

¿Cómo nosotros, desde aquel mundo tan irreal nuestro y tan absurdo, según nos dijeron, podíamos adivinar lo que a partir de aquel momento iba a llegar? ¿Coches lujosos por las que siempre habían sido nuestras pequeñas sendillas y por donde con muchas fatigas se podía andar? ¿Gente, algunos con ciento de personas trajeadas y otros artilugios por todos los rincones de este siempre para nosotros, misterioso barranco? ¿Cómo podíamos nosotros imaginar esto?

Pero sobre todo, lo que no podíamos imaginar es lo que ahora vemos, y es moneda corriente a cualquier hora del día: bajar o subir por aquella senda, que ya es pista forestal, y al encontrarte con la gente no poder ni siquiera saludar ni decir adiós. Ahora ya no van andando, sino en coches que te cruzas para arriba y para abajo y ¿cómo va a decir adiós a un coche que es hierro, goma y gasolina contaminando el aire? ¿Cómo te vas a parar a charlar con los coches y menos preguntarles cosas de estos barrancos, sus silencios, sus arroyos y laderas? ¿Qué sabe un coche de estos asuntos y menos aún, qué sabe de aquel pajarillo que tiene su nido en el majuelo, de aquellas cabras monteses, de las plantas medicinales que a la sombra de las rocas crecen?

En fin, nosotros hoy ya hemos llegado al regato de agua que comienza a bajar por el Barranco de los Teatinos. Bebemos, lo cruzamos, cogemos la pista de la izquierda y al llegar al escalón donde el cauce forma cascada, remontamos un poco porque eso es lo que hace la pista, bajamos luego, cruzamos el otro arroyo que viene de la Loma de Gualay y antes de que nuestra pista se junte con la otra, la que sube desde el nacimiento y atraviesa la sierra, por donde antes iba la senda, vemos el pino. Sin duda que este no es el de Antonio Machado en sus versos describiendo en nacimiento del río.

Este pino y este punto de tierra llena de raíces por donde mana agua, es nacimiento que tenemos que sumar a otros muchos puntos. Aquí bebemos otro sorbo por aquello de sentir que hemos bebido allí, justo donde el agua brota y no hay ni tubos ni placas, y seguimos. Ya por aquí se ven pistas en todas las direcciones. Todos los picos y cuerdas que ahora comienzan a sobre pasarnos, los tengo recorridos, soñados y besados en todas las épocas del año.

Por hoy, terminamos aquí la ruta que hace siete horas, esta mañana, comenzamos allá en la casa forestal de Los Rasos. A partir de ahora, antes de abandonar este rincón, voy a dejar paso a las palabras que otros escribieron para hablar de la zona.

Lo que se dice del río - 9


“Paisaje de una soberanía salvaje. Enlace de troncos y ramas que parece luchar con pujanza bravía. Escalinatas de peñascos amontonados por cíclopes. Aguas purísimas que forma arroyos, cascadas, remansos y cuyo rumor es un encanto de misterio en la imponente y grandiosa soledad de las sierras. He aquí lo que expresa, lo que dice, a nuestros sentidos, esa fotografía tomada en uno de los lugares de la cuenca del Guadalquivir. El Betis glorificado por los poetas que en Reino de Jaén, nace invisible entre piedras y yerbajo. Belleza imponderable de la Sierra de Cazorla, ha penetrado el hombre con caminos accesibles al viajero por lo que hasta hace poco, eran lugares ignorados en muchos de cuyos senos, no puso la planta el hombre.

Hoy, el turismo puede recorrer esta región de encanto y gozar bajo los pinos gigantescos, sobre la trama de arbustos, sobre los suelos aromados, la evocación de los dulces versos de los poetas. El turismo, en el gran avance de la exposición de las riquezas naturales de España, abrirá aún más las entrañas de la sierra y a ella se llegará por nuevos caminos, complementarios de los que, para conservar su magnificencia, abrió la técnica de los ingenieros de montes. Ellos fueron los exploradores de sus escondidos tesoros. Tras ellos irán los artistas para aprisionar en fotografías y en cuadros, sus inapreciables, sus infinitas bellezas”. De la revista Lope de Sosa. 1928.

“Pasado el kilómetro 15 de la carretera de Vadillo a Pozo Alcón, a la derecha, encontraremos una pista forestal cerrada. Esta pista acompaña un arroyo que nos quedará a nuestra derecha según subimos. En el plano topográfico, esta cañada recibe el nombre de Barranco de la Cañada de las Fuentes y al final de la pista hallaremos una zona repoblada. Pegada a la ladera izquierda veremos una masa de pinos entre los cuales destacan algunos tejos por su color más oscuro.

El tejo es un árbol poco frecuente en esta latitud reguardándose en las zonas montañosas. Su presencia en el Parque se reduce a escasas manchas y entre los ejemplares mayores destaca el llamado ‘Tejo Milenario’. Para llegar ha dicha edad es necesario que el ejemplar alcance un perímetro aproximado a los nueve metros. Como curiosidad diremos que este árbol ha sido relacionado con la muerte debido a su utilización, en algunos países, como ornamento de cementerio.

No pocos visitantes han considerado grabar su nombre en rocas, árboles, incluso en el Tejo Milenario. Este claro signo de incultura y falta de respeto a la naturaleza, impropio de quienes se molestan en visitar estos lugares aunque los hechos demuestren lo contrario, puede dar motivos para que las autoridades competentes cierren el paso a determinados enclaves, con lo cual se perjudicaría el resto de visitantes que pasean por el Parque como si de un museo se tratara”. De la guía, Andar por el Parque, de Gonzalo Cantos.

Donde nace el Guadalquivir -10


“Me parece lector que veo tu sonrisa irónica de suficiencia al leer el título que antecede, recordando lo que de ello aprendiste en la escuela; pero te ruego que no juzgues mi atrevimiento, al formularlo, hasta que leas lo que sigue.

Porque hora es ya de que quede fijada con precisión el lugar del nacimiento del río Guadalquivir, sobre el que ha habido y aún hay diferentes e inexactas apreciaciones. Esta apreciación, por otro lado, es antiquísima, pues ya Plinio decía que el Betis nace, no como han dicho algunos, en Montesa de la Tarraconense, sino en la selva de Tujia, donde también brota el Táder, que baña el territorio de Cartago; luego, en Ilorca, se desvía de las hogueras de Scipión al este y entra en el piélago Atlántico que toma por provincia. El ponto escaso se acaudala con varios riachuelos que aumenten el cauce y la nombradía del río. En Osigitania se interna por la Bética y allí sus olas hermosas y alagadoras van realizando a derecha y a siniestra los pueblos.

Siglos después Quevedo escribía estos versillos: ‘Aquí en las altas sierras de Segura, que se mezclan zafir con el cielo, en cunas nace líquidas de hielo, y bien con majestad en tanta altura. Nace, Guadalquivir, de fuente pura..., y estos otros dedicados al Yelmo de Segura de la Sierra: ... en donde eres al cielo cama dura, das al Guadalquivir cuna en Segura. Y también Góngora ha escrito en otra parte: ‘Rey de los astros río, río caudaloso, pues dejando tu nido cavernoso, de Segura en el monte vas vecino, por el suelo andaluz tu real camino...

En cambio, los vates contemporáneos cantan la cuna del Guadalquivir en otro lugar, y así el profesor-poeta, Rafael Láinez Alcalá, dice con musa de fino romance popular: ‘Alegra Guadalquivir, niño de cumplida gracia, en su cuna de Cazorla, por sendas de pinos anda’. Y Juan Lozano escribiría en admirables octavas reales: ‘¡Serranías de Cazorla, bellas y fuertes!, benditas seáis entre las sierras de España... Dais a luz con lento y terno parir, las aguas prístinas del Guadalquivir’. Mientras González Brotons, nieto de Plutón y de las Musas, siguiendo del río su curso, cantará así: ‘Río Guadalquivir, te vi en Cazorla nacer, te veo en Sanlúcar morir’. Y muy recientemente, el poeta premiado en los Juegos Florales sevillanos de este año, dedicados al Río Grande, comenzaba así su poema: ‘Las ramblas de Cazorla, te ciñen tus mantillas, de césped y tomillo te embalsaman y orean’.

No obstante, mi respetado y querido maestro, don Juan de Mata Carriazo, sostuvo en un acto público que el Guadalquivir nacía en Quesada e igual opinión sustenta su paisano, mi amigo dilectísimo y admirado poeta, Bienvenido Bayona, quien en su quimera de poesía hasta ve reflejarse las típicas callejas de su pueblo en las aguas béticas, mientras cierta bruma debe ocultarle, allá en una lontananza cercana, la inmensa mole de la Sierra de Cazorla: ‘El río Guadalquivir, tiene su cuna en Quesada..., en Úbeda tengo historia, en Córdoba y su sultana, en Sevilla tengo flores, y cuna tengo en Quesada’.

Nosotros podemos asegurar que las tres modernas y distintas afirmaciones, según las cuales la cuenca del Guadalquivir está en la Sierra de Segura, en la Sierra de Cazorla y en Quesada, son, en parte, verdaderas. Expliquémoslo: la afirmación de los poetas clásicos es verdad históricamente, porque en sus tiempos, como observa Navarro López, ‘la circunscripción de Segura fue muy dilatada, comprendía todas las tierras que se extienden de norte a sur, desde más allá de Yeste, con sus famosos baños de Tus, hasta las fuentes del Guadalquivir en el Adelantamiento de Cazorla. De este a oeste, desde las altas crestas de La Sagra, en el Reino de Granada, hasta confinar con las jurisdicciones de Montiel y Villanueva de los Infantes, en las llanuras manchegas. Todavía en el primer tercio de la pasa centuria, la provincia marítima de Segura de la Sierra, en lo que a la Administración de montes atañe, incluía dentro de su perímetro cuarenta y un pueblos con cuatrocientos ochenta y seis montes poblados por más de doscientos setenta y cuatro millones de árboles. De esta demarcación forestal dependían las Subdelegaciones de Alcaraz, Yeste, Cazorla y Villacarrillo’. Es decir, que según aquella demarcación administrativa, ya de mero valor histórico, podía decirse entonces con cierta razón, que el Guadalquivir nacía en la sierra de Segura.

También otra mera demarcación administrativa actual, la división del territorio nacional en términos municipales, aunque reconociendo la antigüedad de su deslinde en el presente caso, justifica la afirmación de que el Guadalquivir nace en Quesada, mejor dicho, en su término municipal, monte forestal del Poyo de Santo Domingo, sitio llamado Cañada de las Fuentes, a 1.350 metros sobre el nivel de mar, y dentro de otras demarcaciones administrativas más amplias, cuales son el Partido Judicial de Cazorla y la provincia de Jaén.

Pero si el Guadalquivir es esencialmente un accidente geográfico, a la unidad geográfica de la Sierra de Cazorla, hay que referirle su nacimiento como enseñan en las escuelas. Si un río famoso en la por tantos conceptos famosa Sierra de Cazorla, como se escribe en los libros y se rotula en los mapas. Y si el río es un bello motivo cantado por los poetas, en las bellísimas Sierras de Cazorla la brisa mueve la cuna de los pinares y los trovadores le cantan canciones de nacimiento que sueñan a villancicos de Nochebuena.

Más firme quedaría nuestra tesis si tuviéramos lugar de demostrar dos cosas, que ya fueron apreciadas por los geógrafos antiguos: primera, que son tres sierras distintas las de Las Villas, formando espolón y desplazadas hacia el norte, que ahora no hace al caso, y las de Segura y Cazorla, diferenciadas éstas entre sí por apreciables elementos geográficos, visibles al simple visitador de aquellos lugares, ya en su formación geológica, ya en la variedad de su fauna, ya en su diversidad topográfica, ya en sus explotaciones forestales, ya en sus redes de comunicaciones: siendo aquella, la de Segura, más redonda y suave, como una sierra femenina, y esta, la de Cazorla, más quebrada y áspera, como serranía masculina, aunque las dos, íntimamente desposadas, formen parte del macizo sub-bético pero conservando siempre cada una su propia personalidad, deslindada entre sí por altas e inmensas llanuras desérticas, con nombres de hazañas honrosas, cual los Campos de Hernán Pelea, por honda cuenca de un río excepcionalmente transversal al curso normal de las aguas que por las sierras discurren, como el Borosa, y por un lago artificial de enormes proporciones, el Pantano del Tranco.

Y segunda: que dentro de la Sierra de Cazorla, la ausencia de diferencias similares a las citadas, impiden distinguir geográficamente una Sierra del Pozo, otra de Quesada, otra de Peal, otra de Cazorla y otra de la Iruela. Aunque administrativamente existen estas demarcaciones municipales, pues que el caminante pasa en estos lugares de un término a otro insensiblemente, sin apreciar más uniformidad absoluta en todos ellos. Pero esta tarea, por requerir tiempo para su perfecto análisis, la dejamos sin intentarla siquiera, dándonos por satisfechos con lo ya apuntado”. (El Licenciado Pedriza. Revista, Paisajes, 1933)

El discurso -11

“Comenzó el P. Cué su brillantísima oración diciendo que estamos junto a un río que acaba de nacer, con la misma postura que junto a la cuna de un niño recién nacido. Y manifestó que iba a seguir el mismo proceso humano y cristiano frente al misterio de aquella vida que empieza a abrirse. Primero, la partida de nacimiento y ella nos dice que el río Guadalquivir es cazorleño y así entra en la filiación patria; la partida de bautismo, esa ceremonia que es siempre fiesta en la Cañada de las Fuentes porque el río está naciendo perenne, bautismo con su propia agua, pura, de nieve, con óleo de unción de eses mismos olivos que se pasan la vida regando, con sal de la salinera de Cazorla y Peal y con la mano sacerdotal de un arzobispo, do Rodrigo Jiménez de Rada, el que fue fundador, padre y organizador del Adelantamiento de Cazorla.

El padrino fue Fernando III el santo, el que le rescata de manos moras iniciando la reconquista desde el Adelantamiento y acabándola en Sevilla. Un ángel de la Guarda: San Rafael, medicina de Dios para un río. Un nombre: el que los siglos le ha dejado porque lo que hace la Iglesia es convertir en cristiano lo que no lo era. Una madrina: la Virgen de Tíscar. ¡Quién si no, iba a serlo en la tierra de María Santísima! La Virgen de Tíscar que lo acuna con ese mimo de romance descriptivo de Antonio Machado, ‘tiene un río azul en sus brazos’. Y un escudo, un monte, un ideal: el Rostro de Dios porque es giennense.

Y vemos a los dos ángeles guardianes del Santo Reino entregándole el lienzo blanquísimo, flanqueándole las dos torres esbeltas de la Catedral de Jaén. Este río se lo imagina el orador sellado con la cara de Dios. Irá copiando y reflejando el pino, la torre, el álamo pero como imagen intrínseca, como fondo bajo las aguas, veremos la imagen de Dios.

Hace un canto al Guadalquivir que ha de ser sabio, con esa sabiduría de hombre como Séneca y, sobre todo, con esa sabiduría de los únicos que acertaron, los ermitaños de la sierra. Al Guadalquivir que también tiene que ser músico, con la música de Andalucía, la guarda tesoros y esencias de cante jondo. Y un Guadalquivir poeta en tres características y tres estilos poéticos: la épica del alto Jaén, la lírica en tierras de Córdoba y luego, la dramática en Sevilla. Es un río poeta que va cantando el amor. Y hay quien quiere que sea también marino, pues Magallanes y el globo del mundo estuvieron colgados de la Cañada de las Fuentes, y hay quien lo quiere conquistador: América la ha hecho el Guadalquivir y así mismo hay quien lo quiere hacer torero, con sus escuelas, la rondeña y la sevillana. Aprenderá en las riberas cordobesas, después de pasar por las dehesas de Sierra Morena y culminará su doctorado junto a la Maestranza de Sevilla.

Finalizó su discurso, entreverado de fervorosos aplausos, diciendo que el Guadalquivir es bueno, con la plenitud sabrosa que damos los españoles a este adjetivo. Es un río eminentemente litúrgico, sacramental porque es además de agua, aceite, vino y pan elementos enteramente sacramentales. Y como los ríos no mueren, sino que siguen su vida en el mar, vive en el fondo con su historia, con su sabiduría mayor por viejo que por sabio, ensañando a todos con su universalismo y su sentido común”. De la revista Paisajes.

Río desdeñado - 12

“Es un gran solaz escribir junto al Guadalquivir; el Betis de los romanos, el Guad-el-quevir (Río Grande) de los árabes, el olivífero Betis cantado bellamente por Cervantes. Este río de las bellezas líricas, de los ensueños deleitosos, de las leyendas morunas, de los arrullos de amor. Amigo de don Juan y de doña Ginés. Aventurero glorioso con Fernando III en la Reconquista y antes testigo de la varonil y tenaz independencia de los iliturgitanos contra cartagineses y romanos. Que pasa por Andújar somnoliento, serpenteando suavemente, escondiéndose con sigilo, como contrabandista inesperado y muy arriesgado, ofreciéndonos una linfa turbia y pastosa, encogiéndose en su propia timidez como el que tiene los brazos apegados al cuerpo en quietud desvaída y desorientada.

No pasa por aquí rumoroso ni cantarino ni jocundo ni siquiera huraño. La placidez con que nos brinda no es obsequiosa, responde a su misma condición de ser venero inagotable de amores y de historias. Nace rumoroso en un bello y lejano rincón cazorleño. El rumor de sus aguas gozosas lleva muy lindamente el compás a las aves parleras que pueblan los tupidos y casi selváticos pinares y encinares de la serranía del Adelantamiento, cuyas maderas, transporta complacido, a grandes distancias. Pasa por su zona media ni envidioso ni envidiado.

El río turbulento y saltarín, alegre y juguetón de la sierra, esa ahora manso y silencioso, con su sentido exacto del sosiego. En el estiaje disminuye hasta convertirse en un aprendí de río. Cuando recobra otra vez su caudal y crece con las lluvias invernales, no se embravece ni se irrita: aumenta de volumen sin hacer daño a nada ni a nadie, como suele hacerlo traidoramente el Segura. El Guadalquivir no quita nunca lo que da; es Segura es pero que loa avaros: no da, presta y luego cobra réditos desmedidos con violencias trágicas. Y es que el Guadalquivir es musa de poetas, y como los poetas, mansos, dulce y sentimental. Cuando infante, retozón; cuando adolecente, silencioso y humilde; cuando adulto, de Córdoba a Sevilla, romántico y fervoroso; de Sevilla al mar, es una canción perenne al trabajo y a la riqueza”. (Francisco A. Abad. Revista Paisajes)

Primer estudio hidrológico - 13
“El Sr. Gobernador Civil comunica a los periodistas que ha sido concedido un crédito al Instituto Geográfico y Minero para que realice un estudio hidrológico de la provincia de Jaén. Diario Jaén, 29-XI-1962.

La lectura de la noticia que encabeza este trabajo, dada por el periódico de la provincia, me hizo recordar que desde hace unos años permanece en mi biblioteca un curioso libro editado en el pasado siglo, cuyo título es: ‘Reconocimiento Hidrológico del valle del Guadalquivir’, publicado por la junta general de Estadística, Imprenta de Rafael Añoz, calle de Silva, núm. 6, Madrid, año 1864. Su autor don Pedro de Mesa, Ingeniero Jefe de primera clase del Cuerpo de Caminos, Canales y Puertos, Jefe de Detall de Operaciones hidrológicas en la Junta general de Estadísticas. La autorización para su publicación va autorizada por el Marqués de Miraflores, Presidente del Consejo de Ministros por Orden del 16 de diciembre de 1863.

En la introducción se explica los motivos de la publicación y, entre otros, el informe que el Ingeniero Sr. Mesa había elevado a la Junta en 19 de mayo del 1862 sobre la forma de realizar las investigaciones y el plan a seguir en el primero de dichos trabajos en el Valle del Guadalquivir.

Se formaron dos brigadas que salieron al campo en 28 de julio del 62 dirigidas, la primera, por el Sr. Mesa, llevando como ayudante a don Benito Polo y la segunda, bajo las órdenes del ayudante don Vicente Pages, iba el estadístico don Andrés Iranzo. Regresaron a Madrid en noviembre después de haber recorrido cada una un trayecto de 5.000 kilómetros y haber recogido datos en una extensión de 100.000 Km. Se hicieron aforos tanto de los ríos principales como de los afluentes, nivelaciones, utilizando un barómetro aneroide, teniendo en cuenta otras anteriores, hechas a partir del 1842.

En la primera parte de la publicación se describe física e hidrológicamente el Guadalquivir, empezando por la llanura conocida por los Campos de Hernán Pelea, que considera el autor origen del Guadalquivir porque, al no tener salida el agua del deshielo, debe ser absorbida y alimentar a las fuentes del río. En esta primera parte va incluyendo un ligero estudio geológico de la cuenca.

En la segunda parte de la obra se dan datos hidrométricos del río con una serie de dibujos con perfiles, no sólo del río principal, sino también de sus afluentes de derecha e izquierda, dando indicaciones de dónde se podría y sería conveniente derivar aguas para riegos de las vegas colindantes. Da también ligera indicaciones de la existencia de molinos harineros y de la energía motriz que supone consumían. Así mismo indican las concesiones de aguas hacheas hasta la fecha, las lagunas, nacimientos de aguas minerales y salinas de la comarca y las comunicaciones existentes y precisas.

Divide el río para su estudio en cuatro regiones. La superior desde el nacimiento hasta el puente de Mangíbar, la media desde este puente hasta el de Alcolea, la inferior desde Alcolea a Sevilla y la última, que llama región marina, desde Sevilla hasta la desembocadura. Al tratar de las concesiones de aguas hechas en la región inferior, parte de una hecha en 18 57 al distinguido ingeniero y director que fue de la Escuela de Ingenieros Industriales de Sevilla. Recuerdas también el estudio hecho en 1842 por el Sr. García Otero, del que se publicó una memoria en 1847 sobre la navegación por el río, así como de todos los intentos hechos para ello en el siglo pasado, fundándose en la práctica de los convoyes franceses por el río durante la Guerra de la Independencia.

También critica el estudio de navegación y riego hecho por el ingeniero de caminos, don José Agustín Larramendi, explicando las ventajas que tendría dicho proyecto para la prosperidad de la región andaluza. Todavía seguimos discutiendo las ventajas e inconvenientes del ahora llamado canal de Bonanza. Por último, al final del trabajo pone unos cuadros comparativos del río Guadalquivir con otros grandes ríos del mundo, un mapa de la cuenca y tres planos con perfiles. La obra, en perfecto estado de conservación, queda en mi biblioteca, junto con un pequeño trabajo de un hijo del autor que fue ingeniero de minas y homónimo con su padre”. (Narciso Mesa Fernández)

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