11.10.2007

Paisajes del Alto Guadalquivir//Rumor de poemas-6

Este es el pino llamando El Abuelo. Hace unos años, cuando vinieron aquellos tan secos, se apagó. Lo conocí hace muchos años y estaba verde. Por entre las hojarascas de la tierra donde clava sus raíces, he cogido muchos níscalos. Se mantiene en pie todavía por el barranco de la Mesa, cerca de la pista que sube a la Nava de San Pedro. Sierra de Cazorla.

EL ABUELO *

Te llaman "El Abuelo"
y en verdad que este nombre
hace honor a tu figura.

Tu recia vitalidad se fue agotando
con el paso del tiempo
y tu corazón de pino hercúleo,
fue decreciendo las pulsaciones
que te hicieron centenario
en este exuberante lugar.

De vejez son las cicatrices y arrugas
en la piel que te sirvió de abrigo.
Las secas raíces que todavía te sostienen
ya no aspiran por sus venas la savia
que alimentara a tu portentoso tronco
y tus ramas y hojas, deterioradas y sin color,
lentamente se desprenden de ti
cayendo sin vida al soplo de los vientos.

Mañana, cuando regrese de mi viaje,
quizá ya no estés, contándome los de lugar
que fue un hacha o una sierra
quien puso definitivo fin a tu estado;
llevándote después a un aserradero
para dejar tu cuerpo desnudo
y darle a tu alma otra nueva dimensión.

"Abuelo".
Yo siempre te recordaré
con la belleza y adultez
conque te vi el primer día,
contándoles a los que me siguen,
que aquí hubo un esplendoroso pino
con la soberana majestad
que dan más de cien años cumplidos.

El cortijo de la Fresnedilla en el barranco y nacimiento del río Aguasmulas. Es el famoso cortijo donde vivió y murió el que dieron en llamar Cojo de la Fresnedilla. Aguantó en su tierra, contra todos y todo, hasta que ya no tuvo fuerzas y murió en la cárcel. Sierra de Segura. EL GRITO #
I Se le ve, a la casa, en el valle
muda, quieta,
dos niños, de ella salen,
andan pisando el barro
y aunque van para algún lugar
no está claro a qué parte,
se paran, charlan,
dentro, la madre
arregla cosas y sueña,
espera, pero no se sabe,
fuera, sentando en un punto
que domina mucho valle,
un hombre, algo cansado,
es el padre,
no dice nada, no piensa,
tampoco sabe,
hoy tiene que alejarse de las tierras
que tanto dentro, les arden,
bala una cabra por el monte,
pastan las ovejas
y no hay nada ni nadie
que transmita algo de alegría
o para siempre, calle.

Otra casa más arriba
en ella, alguien
ha matado pájaros y los despluma
para un arroz grande
que dentro de un rato se guisa,
se celebra algo, al aire.

Están los jóvenes en el pueblo,
estudiantes,
con libros y fotocopias,
van, vienen y salen
y en la mañana nebulosa,
ruidos de fondo que están
dale que dale
y no se puede ni dormir
ni soñar como antes,
sin embargo, este es el mundo que hay,
aunque se oyen cantes
de tres pajarillos pequeños
y el día que ancho va adelante.

El precioso valle corresponde a un paisaje por el Raso del la Honguera, Sierra de las Cuatro Villas. En estas tierras también construyeron su cortijo y vivieron ellos hasta que ya no pudieron más. Al fondo queda el río Aguascebas Grande. Sierra de las Cuatro Villas.
II - Alma, ¿hoy qué esperas?
- Sigue el día ahora mismo
con mucha niebla,
en el paisaje que se ve
y el que dentro queda.
Hay un ruido persistente,
grave, piedra
que ha durado toda la noche
y ni dormir, deja,
cantan algunos pajarillos
sin árboles, sin tierra
porque le han destrozado el bosque
y trazan carreteras.

- Pero tú, alma que vives,
¿hoy qué esperas?
- Con el día que se va alzando
un ruido ya se quita
y ahora mismo muchos más ruidos
siguen y llegan,
hay una esperanza débil
y de fondo, tristeza
porque hoy puede ser el anuncio de algo
que cierra más puertas.
- Aún no me has dicho, alma mía,
si hoy algo esperas.
- Que pase el día
aunque es igual si se queda
porque la monotonía
es bien espesa,
sin embargo, rezo
sin muchas fuerzas
y que en este hastío
sin luz concreta,
siga el mundo
y lo que Dios quiera.

Una mañana de otoño cuando la sierra estaba en su más plácida paz y la niebla dormía por muchos de sus barrancos. Al pasar por el Castellón del Valle, me asomé al hermoso barranco y cuando vi el espectáculo, me sentí impulsado a perpetuarlo. Cortijo del Castellón en el mismo Castellón del Valle, justo donde el río tiene su primera cascada bella: la de la Cerrada de Utrero. Sierra de Cazorla.

SUEÑOS RECUPERADOS *
Aún quedan los vestigios
de algo que murió hace tiempo.
Como en un sueño, contempla, hermano,
la real dimensión de su forma,
y así, retomarás del pasado
al presente, la belleza
que dormida, jamás despertará
si una frente imaginaria
y un sensible corazón,
no se detiene un momento
para intuir los gratos quehaceres
que todavía se perciben en su entorno.

Como el amor que regresa,
así reverbera este corazón maltrecho
rodeado de coloridos matorrales,
el diminuto latir de quien
todavía merodea el placer
de seguir viviendo, allí donde dejara
su esfuerzo, su ilusión y desventura.

Por ello, no te extrañe, caminante,
que por estos lugares, cuando pases,
alguien te invite
a que te sientes a su lado
para contarte quizá,
cuánto amor dejó en la sierra.

Son las ruinas de uno de los muchos cortijos rotos a lo ancho y largo de estas sierras. En cualquier rincón fértil y donde manara un venero, las familias se establecían y con lo que le sacaban a la tierra, salían adelante y criaban a sus hijos. Primero el Patrimonio Forestal, después el Coto Nacional y luego el Parque Natural, fueron acabando con este sistema de vida. Sierra de Segura.

LA TIERRA AMADA #
Iba ya cayendo el día y grandioso y mudo, avanza el gran camino viejo que cruza la tierra amada primero, de la llanura menor y luego, de la hondonada, el arroyo, la espesura cuajada de encinas y las piedras blancas.

Y con el gran día que ya se apaga, voy yo pisando la tierra, mudo y hasta con mi carga de la manta vieja, el colchón de pobre lana, la pelliza y la barja y, mientras camino hacia la meta y me pierdo en la hondonada, para mí me voy diciendo: ADios mío, que en cuanto llegue, encuentre trabajo y si no tengo casa, regálame una cueva entre la hierba verde y si pan no dan, déjame que duerma junto al agua que mana del gran venero de la cañada@.

Y voy en mi paso lento, con mi carga, mi dolor por dentro y la soledad de la tierra y avanzo con mi amargo pensamiento endulzado sólo con lo que sueño, cuando ya cae la noche y la senda no se acaba ni me encuentro con los amigos ni tengo trabajo ni cueva ni casa.

Y mientras paro al borde del camino y miro a las estrellas, me digo: "Dios mío, otra vez solo y sin comida ni trabajo, ni casa ni tierra ni los míos". Y oigo que me respondes: "Todavía tienes una manta vieja, un colchón de lana, tu soledad y el amor con que a la tierra amas y yo a tu lado dándote la fuerza". Y te digo:

"Pero Dios mío,
tan desnudo frente al camino
y esta espera larga,
qué duro y con la noche
y tanta ausencia amarga".[1]

Ruinas del cortijo de Camarillas en los Campos de Hernán Pelea, al fondo el valle y el Pocillo del tío León. Siempre son hermosos los paisajes cuando los ojos que los miran escudriñan la belleza que ellos contienen, pero cuando la tristeza de la pérdida y la añoranza de la lejanía, acentúan la emoción, los paisajes pueden transformarse en gozo supremo. Santiago de la Espada, Sierra de Segura.


VOLVER A LA TIERRA #
En la tarde primera
del sol plateado,
al rincón de las cumbres
y los viejos tornajos,
los padres y las hijas,
de puntillas han llegado
y Dios mío del cielo,
qué hermosura en el campo
y qué verde la hierba
y todo tan preñado
de aquellos días bonitos,
ahora bien quebrados
y heridos de muerte,
en el valle amado
de la hierba, la luz y la nieve
y el amor callado.

En la tarde primera
de este bello verano,
Dios mío, cuánta esencia
Tú regalas callado
a los que vuelven a la tierra
para regarla con llanto
y abrazarse a ella
porque la siguen amando.

Y es que todavía la tierra
un poco más, consuela
aunque duela quemando,
en la tarde primera
del verano empezado.

Una vista del pueblo de Hornos. Fue construido sobre una roca firme y en sus primeros tiempos, lo protegía un castillo y una fuerte muralla. Cuando el Pantano del Tranco se remansó por primera vez las mejores tierras de este pueblo, una amplia y fértil vega, quedaron sepultadas para siempre bajo sus aguas. Sierra de Segura.


RINCÓN QUE YO QUIERO #
Se dormía la tarde
vestida de cielo
sobre el amplio valle
y el rocoso pueblo
y se dormía la tierra
que cae desde el cerro,
la pequeña hierba
que venía saliendo
en aquel apartado
rincón que yo quiero.

Pasaba por allí
sin llevar sendero,
pero sin buscarlo
el amor que quiero
y andaba rezando
y ardiendo en el fuego
del que da el abrazo
por fuera y por dentro
y mudo en la tarde
me dije sin acento:

ATú que me has creado
y has plantado en mi pecho
el jardín florido
con cien arroyuelos,
dame la humildad
y el gusto concreto
para que en la tarde
vestida de cielo,
sepa agradecerte
lo que das y tengo.

Las nieblas del otoño revolotean por los barrancos y las crestas de las Sierras de las Villas. El arroyo de María desciende por su centro en busca del Guadalquivir que se aleja y viene recogiendo los chorrillos y manantiales que brotan bajo cada peña y recodo de los valles.


GENUINA MONTERA *
Sobre tu genuina montera
te embellecen
los fondos blanquiazules
de quebradas aristas
como plateadas peinetas
en la fiesta del universo.

Por las crestas
de tus verdes vestiduras
como alfiles en tu regazo,
miles de álamos y de pinos
en fantasmagóricas imágenes
hacen de centinelas
guardando el tesoro de tus entrañas.

Entre los valles
de su sin par arquitectura
serpenteando la orografía,
avanza majestuoso tu río
llevando en la corriente de sus aguas,
el color y el sabor de la sierra
besada por los duendes de la brisa
como la capa que delicadamente roza
los hombros de una delicada doncella,
dejándonos, cuando pasa,
un perfume inalterable
y un rumor casi imperceptible
de algo sagrado y misterioso.

El juego de las nubes, es una de las bellezas más exquisita y menos buscada por las muchas personas que por aquí vienen. Los días otoñales, tardes y mañanas y los meses centrales del invierno, son los que presentan cielos más hermosos. Un atardecer por debajo de los cortijos de Mojoque, Pantano del Tranco. Sierra de Segura, Santiago de la Espada.

¡DETENTE, VIAJERO! *
¡Detente, viajero!
Siéntate si lo deseas.
Desabrocha la camisa
y descalza tus sandalias.
Deja holgado el cinturón
y siéntate conmigo al suelo.
Toma mi cantimplora y bebe
cuanto quieras de este agua que cogí
en el plateado venero de una fuente
en el mismo corazón de la sierra.

(Hermano! Dime tu nombre.
Que así, conociéndonos ya,
mejor degustaremos
este bello instante de paz,
recogimiento.
Aspiremos esta brisa vespertina
rociada con el perfume de los pinos.

El sol ya ha traspasado el horizonte
y la tarde, rápida, camina hacia la noche
dejándonos unos momentos
su ingrávida belleza
repartida por el cielo.

Antes de que la noche
la oculte con su manto,
gocemos del paisaje,
meditando en silencio
lo que siente nuestro espíritu.

Mientras tanto, si lo deseas,
acompáñame en esta oración:
Padre Nuestro que estás en los cielos...

Laderas de las cumbres del Gilillo una tarde de agosto. Las moras en las zarzas ya están algo maduras y por donde el sol va quemando el horizonte, los olivares pueblan la tierra. El Guadalquivir va por ahí surcándolas y mi corazón, entre unos u otros, llorando el destierro y a la vez, consolado en la espera.

HOMENAJE A LA MADRE Y HERMANA #
Hoy ya, es pista forestal y calla porque la construyeron cuando aquellos tiempos, rompiendo el camino amigo que desde la profunda sierra, recorría el río y traía al valle de las ricas tierras.

Pero en aquellos tiempos, yo recuerdo que un día, ya en la puerta de la Navidad, la buena madre y la niña bella, subieron trazando sus pasos por la estrecha vereda y, donde los manantiales primeros se remansan en el río cristal y se mecen al viento las cinco encinas gruesas, en las tierras del sencillo huerto, se pararon y entre la hierba y los romeros, comenzaron a descansar con la tarde quieta.

Recuerdo que un poco antes de que se pusiera el sol, subí yo también por la solitaria vereda y sabía que por el rincón se encontraban las dos, entre otras cosas, al cuidado de las ovejas que desde el surco del cauce, se desparramaban llenando la ladera llegando algunas hasta el collado donde se fraguan las otras vertientes que de tan lejos, inclinadas y ásperas, parece que a ese rincón nunca nadie llega.

Conforme me iba acercando y la senda trazaba sus curvas saltando por las rocas y metiéndose por la sombra de las madroñeras, las iba sintiendo y las iba buscando porque aquella tarde de invierno, con la Navidad ya en la puerta, mi corazón y mi cuerpo entero, las soñaba nostalgia y tenía ganas de ellas.

Y recuerdo que en la última curva, la que se fragua justo donde los tres pinos secos y, por entre las rocas cuelgan espesos, casi eternos florecidos de luz celeste, los romeros, al pararme y verlas sentadas bajo las encinas, en el mismo rellano que la orilla del río tiene donde nacen los veneros, me quedé más que sorprendido, asombrado al notarlas algo así como escondidas y, a la vez que en la tarea de sus cosas y trabajando la tierra, también como elaborando esencia con los alambiques de sus almas, las praderas del hermano viento y la luz cálida de la tarde callada que las abrazaba bellas.

Desde el picacho rocoso que ofrece la piedra que rompiéndose cae hacia el río, me quedé mirando y allí estaban ellas: mitad cubiertas por los romeros que espesos se clavan en la tierra, otra mitad arropadas por las sombras tibias de las encinas viejas y la otra mitad reflejándose en los espejos que los manantiales primeros remansan en los charcos alargados de las zarzas y las hiedras.

- Madre y hermana, vengo a traeros un mensaje que en el cortijo humilde del valle y el cerro, me ha dado la abuela.
Quise decirles mientras las miraba tan misteriosas y tan solitas ellas, pero me callé para no molestarlas ni distraerlas de su plenitud y gozo sincero y lo que hice fue que acudí al cielo y como niño que no sabe hablar, di gracias diciendo: "Comprender no comprendo porque soy un pobre pastor por entre los montes lejanos y espesos, pero este cuadro y donde el río tiene sus limpios veneros, qué bello es y los chorros de esencias agradables que manan de él para empapar las carnes de este alma mía en esta tarde que es puerta de la Navidad y, además, parece como el anuncio de la nueva primavera".

Y el Guadalquivir se va. Nacía ayer por la Cañada de las Fuentes y era un hilo cristalino. Se aleja hoy por entre los primeros olivares de Jaén y ya es un río. Hoy muero otro trago, pero tengo que seguir en la espera mientras observo como se marcha el amigo, el hermano, el compañero y aquí me quedo con mi tristeza. Esperando un amanecer como del de ayer ¿o quizá lo que espero es un regreso?

AL RÍO GUADALQUIVIR *
*Soneto*
Como el juglar que canta su aventura
en la Sierra, contigo me he perdido,
y por todo el trayecto, complacido,
hemos hecho simpática andadura.

Me agarré fuertemente a tu cintura
y juntos, en el mismo recorrido,
aseguro de ti haber aprendido
alegría y valor, paz y mesura.

La hora de dejarme te ha llegado,
y aunque triste, me quedo ilusionado
dándote con mi abrazo un tierno adiós.

Río Guadalquivir de mis amores,
aunque llore por ti, tú no me llores,
acuérdate de mí y ve con Dios.

[1] Este fragmento salió publicado en el Diario Jaén, Suplemento Dominical, el día 1-8-99 y en la página 33, con el título: "La tierra amada". Tenía algunos fallos de transcripción.

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