3.31.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-12

DON ALFONSO

Y eso quiere decir que “Todas las parvas tienen granzas”. La madre de don Alfonso me hizo a mí las entrañas. Cuando yo nací, como no había de donde darme otra cosa, pues mientras le venía la lecha a mi madre, mamé de la madre de don Alfonso. Ella estaba criando al marido de mi prima que es Juan José y me llevaron para que me diera de su leche. Vivía justo donde yo nací, en la Cueva del Torno.
- Y digo yo, ¿cómo fue que luego don Alfonso se metió a cura?
- Pues que ya pegaron a venir maestros a la aldea de las juntas y tenían la escuela a la par donde ellos tenían la casa. Cuando se dieron cuenta que desarrollaba, empezaron a indicarle ese camino. Ya ve tú si desarrolló que adelantó dos años de estudios en la carrera. Dos años antes lo nombraron cura porque es que ha sido muy eficaz.

Y no creas, que don Alfonso todavía, coge una herramienta y se pone a hacer caballones y los saca como si fueran de cera. Yo lo he visto labrar con un borrico y sacar unos surcos derechos como las velas. A las burras les hacía labrar primorosamente. Veníamos nosotros, yo y un tío mío a ayudarle a sembrar el grano, a este lado del Collado de las Tablas y yo labrando con mis vacas y él cavando los encuentros. Y él tan contento porque le dejábamos muy poca cava. Así que fíjate.

La hermana nos corta la conversación diciendo:
- Es que las cosas más bonitas que don Alfonso se puedan contar, las he visto yo con mis propios ojos.
- ¿Pues qué es lo que has visto?
- En Los Pardales, ¿Ya sabes? Por debajo de la gran pared rocosa de las Banderillas, lo que es nos ayudó en tiempo de la guerra. Mi hermano se lo llevaron, mi padre ya era mayor y yo tendría unos dieciocho años o así. Mi hermana diez años mayor que yo, pero soltara también. Pues en aquellas tierras teníamos unos pedazos que los sembrábamos. Se llamaban la Huelga de la Ceniza. Don Alfonso siempre se iba con nosotras dos para darnos compañía. Todo el día estaba trabajando en lo que hubiera que hacer en las tierras y cuando llegaba la noche, si nos teníamos que quedar a dormir, pues en cualquier rincón de aquellos, nos quedábamos los tres. El siempre dormía allí con nosotras para darnos compaña. Aunque era pequeño, era un hombre y nosotras dos muchachas.

Para nosotras él fue mucho mejor que un hermano.
- Y eso de dormir allí ¿por qué era?
- Siempre llevamos una mula que teníamos y en ella mantas y comida. Ya sabíamos que en las tierras había mucho trabajo y eso de ir y volver en un día, no era posible por el terreno tan malo y lo lejos que nos caía desde el cortijo. Como estaba muy retirado, se nos hacía de noche y allí encendíamos nuestras lumbrecillas y nos quedábamos. Las cosas buenas y naturales que se deban antes.

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-11

PARADOS FRENTE A LAS TIERRAS

Nos paramos. Desde el mismo borde de la pista nos situamos frente a las tierras llanas que forman un pequeño valle por donde todavía crecen espesos, los álamos. El Aguasmulas baja repleto y el arroyo que a él se une, lo mismo. Enseguida entra por los ojos lo hermoso que era este rincón. Repleto todavía de higueras, parras que trepan por los troncos de las gruesas encinas, granados, ciruelos... señales ciertas de que en otros tiempos este lugar estuvo ocupado por un puñado de serranos. Y entran por los ojos lo buenas que son estas tierras para sembrar. Tanto entran que se adivinan las huertas que ellos aquí tenían tan repletas de todo tipo de hortalizas y tan regadas con la abundancia de las aguas limpias que por el río bajan. Se adivina el magnífico trozo de paraíso, extendido junto a las riveras de los dos cauces.

- Ese trozo de tapia que todavía se ve ahí, era la casa de unos que les decían los Jesusos. Esta otra casa que se adivina estuvo aquí abajo, era de otro que le decían José María, que es donde ha vivido la Pepa aquella que tiene el bar y el supermercado en el poblado. Todo esto eran las huelgas donde sembraban los que vivían aquí. Allí enfrente, en las casas aquellas que se ven, o al menos yo si las veo, las escuelas. Siguiendo el río arriba había otro cortijo que era donde vivía el tío Josico. Era la casa del tío Basilio. Era toda una aldea lo que aquí había con su maestro de escuela y todo. Esos riscales que se ven ahí se llaman Los Pajarillos. En aquello que se ve algo más lejos, hay una hoyica que le dicen Hoya Alta. Y por la parte de arriba, al otro lado, se encuentra la Piedra del Mulón. El cerro de la Campana está algo más arriba que también le dicen el Calarejo. Es aquél alto que se ve en la punta de arriba.

Por ahí iba un camino para allá y era también paso de ganado. Siguiéndolo se llega a las Presas y luego al poblado. Si miras bien verás muchas olivas y para que también lo sepas, muchas veces he labrado yo cada una de estas olivas. Es que, además, toda la tierra que ahora mismo estamos viendo llena de tantos pinos, en aquellos tiempos eran puros sembrados.

Aquí pegado al cauce del río estaba la bolera y justo por ese rellanillo tengo yo un recuerdo muy bonito de mi niña. Ahí enfrentico, por aquel pedazo que se sembraba, mi niña le dio una gran lección a su profesora de escuela. ¿Preguntáis que cómo sería eso? Pues os lo voy a decir para que lo sepáis y para que se vea que muchas veces, las personas más sencillas, pueden dar lecciones a las personas con carreras.

LA NIÑA

Yo tenía las vacas ahí en todo eso, para acá y para allá. Y la profesora le temía mucho a las vacas. Mi niña con doce años, cogió así a su profesora y le ayudó a pasar por entre las vacas para que no le hicieran nada. La profesora por ese lado, las vacas por este y mi niña dividiendo el camino al tiempo que protegía a su profesora para que las vacas no le hicieran nada. Los animales conocían a mi niña tanto que hasta incluso sí las miraba y les decía: “Para fulana”, la atendían, la respetaban y se “ladiaban”.

Y la maestra, pues claro, iba con miedo. Así es que ahí le enseñó una lección que ella desconocía. Para que se vea lo que vale el saber. Yo siendo un analfabeto, que nunca he pisado una escuela, y mira como comprendo las cosas que tienen valor. Mi niña, que ya es una mujer casada y con hijos, pero que ahora mismo la estoy viendo por aquí jugar y correr con aquellos hermosos doce años. De la maestra sólo me acuerdo que se llamaba doña Carmen y el apellido de una hija era Navaja. Pero ese es el apellido del padre.

De la madera que bajaban por los cauces de estos ríos y arroyos, me acuerdo yo también. La bajaban haciendo balsas y las traían de los Cuchareros, de los Pardales y de otros muchos sitios. Por aquí pasaban para abajo en busca del río Grande. El barranco ese que se ve, también que eran olivas y se llama el Vallejo de la Grama. Aquellos riscales de allí que hacen filo, se llaman la Lastrilla.


Esto es una pena haberlo dejado aquí abandonado. ¡Tu sabes lo bueno que era este rincón! Yo no tenía ninguna propiedad por aquí, pero una prima hermana mía, tenía una casa, tierras y muchos árboles buenos. Un día le dije: “Oye, ¿por qué no les proponemos que nos pongan aquí una alambrada? Yo dejo que me expropien el cortijo y aquí que hay mejores tierras y más vecindad, nos reunimos”. Ningún vecino me hizo caso y ¿sabes lo que pasó? En cuanto nos fuimos de aquí, alambraron todas estas tierras. Y ya no ha habido nada que hacer. ¿Y cuanto mejor no estaríamos aquí ahora mismo todos los vecinos del poblado? Con estas aguas, estas tierras y paisajes como los que nos rodean. Aquí estaríamos en la gloria. Así es que unos y otros nos fueron quitando trozos y desde que empezaron a arriconarnos, todavía no han parado.

Ya comenzamos a subir y nos tropezamos con las ruinas de otra casa. Nos queda por el lado derecho, en la parte de abajo del carril.
- Esta casa era de uno que hay en el poblado que le dicen Cerilo Suárez. No tenía familia, pero él se valía aquí haciendo sillas y otras cosillas de madera. Era un hombre muy apañado. ¡Cuántos ratos de bailes habré vivido yo en lo que ahora son las ruinas de la casa de este hombre! Fíjate, entre las piedras de las ruinas todavía siguen creciendo las parras que nosotros llamamos “soteñas”. Unos metros más arriba, fíjate y verás como todavía se adivina las ruinas del molino de la aldea de las juntas. Aquí he vivido yo por lo menos cinco o seis años. Como ya mi niña estaba grandecita, nos bajamos desde el Cortijo a este molino para que pudiera asistir a la escuela.

Mira las nogueras del molino. ¡Qué gloria de árboles! Ahí enfrente estaba y este era el que tenía dos empiedros. De aquí para arriba ya no había ningún molino más. Pero lo que sí había mucho, eran truchas buenísimas. Yo nunca he pescado, pero mi nena, sí era muy buena pescadora. Le saqué un permiso y se lo pasaba de maravilla pescando por las aguas de este río. Es que yo he tenido un hermano que era el mejor pescador de todas estas sierras. No había quien le echara, como se dice “el hacho”, para pescar.

PENETRANDO EN
LA PROFUNDIDAD


La pista, tallada en la tierra de la ladera y remontada sobre el río, avanza hacia la profundidad del barranco. Sentado a mi derecha, todo emocionado y con la presencia de un rey sin corona que vuelve a su reino, habla sin parar y a pesar de todo, se siente orgulloso. A pesar de todo, él tiene sus raíces entre las peñas y los valles que manan leche y miel. Algo que en el fondo a muchos nos gustaría aunque de palabras expresemos otra cosa. Al otro lado del río, nos queda la ladera por donde, según él, bajaba la senda.
- Desde el mismo cortijo de la Fresnedilla se dejaba caer barranco abajo y siempre iba por aquel lado del río. Cuando pasaba por aquella ladera que estamos viendo ahora mismo, se llamaba la Asperilla Húmeda. Si miras bien, aquí el río tiene otra hermosa cerrada. Lo que se ve algo más arriba es el Vallejo de los Frailes. Y coronándolo, la gran Piedra del Cortijo. Fíjate, cada vez la vemos más clara. ¡Cuantos recuerdos tengo yo por ahí!

Alfonso, que nosotros todavía le decimos sólo Alfonso, es hermano del marido de una prima hermana mía que todavía vive en el poblado.
- ¿Y lo conociste tú de pequeño?

- ¡Madre mía! ¿Sabes tú lo que dije yo la otra noche que vino la cosa bien? Como yo soy comunista y no lo niego, porque los verdaderos comunistas quieren el bien de todos. Ataca, pero es al que no quiere dar vida a los demás. Sea religión o sea lo que quiera. Y claro, pues yo, cuando vi lo que ese hombre hizo conmigo aquel día, me gustó mucho.

Tanto que aunque ahora soy comunista, como te he dicho y él cura que lo conoces de Úbeda, si ahora entrara un mando comunista y llegara y dijera: “Pues a este cura hay que fusilarlo”, ese no lo fusilaban mientras yo estuviera vivo.
- Es que don Alfonso es muy buena persona.
- ¿Sabes tú cómo yo le salvaba la vida?
- ¿Cómo?
- Lo mismo que se la salvó el padre del Almanzor y de Azulema, que fue a Lara y a Gonzalo Fernández de Córdoba. Pues lo mismo haría yo por don Alfonso para que no lo mataran. Me pondría delate de él y antes me tendrían que matar a mí y cuando ya estuviera muerto, lo mataría a él, pero antes yo y después don Alfonso aunque sea cura él y yo comunista.

3.30.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-10

PISANDO LAS TIERRAS

Cruzamos el puente del río y trazamos la curva de la pista. Ya se siente y se ve la corriente. Giramos dejando a la derecha la piscifactoría y seguimos cauce arriba. Emocionado sigue diciendo:
- Por aquí para arriba hasta donde nace el río. Los nombre por donde vamos pasando yo te los iré diciendo. La casa forestal de los Bonales es lo primero que vamos a encontrarnos. Ahora vamos pasando por la presa del molino de Juan Blanco, que el que hay ahora era de Eusebio, pero este molino siempre fue de Juan Blanco. Aquí era su nacimiento que yo lo conocía. Luego conocía al que se lo llevó a una quebrada que hay enfrente y luego lo volvieron a hacer donde está. Lo que ahora hay ahí es el truchero. La piscifactoría del río Aguasmulas. Si es que está todavía el molino en el mismo sitio. Todavía tiene los arreos para poder funcionar. En la corriente de este río había tres molinos y dos que había en la casa de las Tablas juntos. Aquellos eran los del tío Blas el molinero. Por ahí estaba el Covacho de los Pescadores en la presa del Molino del tío Blas.

Esto que ahora vemos es la Casa forestal de los Bonales. Que primero, fue una casilla que hizo aquí uno que no tenía donde vivir. Se llamaba Eugenio y la mujer Librá. Eugenio murió, pero la Librá vive todavía.

En la explanada de la casa forestal hay dos o tres coches y uno de ellos de la Junta de Andalucía. Debe ser de algún guarda que ahora hay por aquí. Nos paramos, busca la llave, abrimos el candado, cerramos y seguimos. A la izquierda nos sorprende la fuente que plácida y copiosa, chorrea cristalina. El camino se abre silencioso, los barrancos se nos muestran profundos y arriba, el Banderillas, se presenta gigante como asomando desde las sierras más profundas y trazando barrera hacia lo desconocido. Me doy cuenta ahora que casi todo, para mí, es nuevo en este barranco a pesar de aquella primera vez donde lo que más sentía era que estaba perdido. Se me quedó una imagen de la sierra que al verla hoy otra vez, no coincide con lo que de aquellos días conservo.

AL CAER LA NOCHE

Y enseguida, según ya lentamente vamos subiendo y penetrando el en magnífico barranco que en silencio el tiempo ha modelado por aquí, brota en mi alma el mismo sentimiento de tantas veces. Cuando ellos vivían aquí labrando las tierras, surcando los caminos, guardando el ganado, cuidando de sus huertos y al calor de sus casas ¿qué era lo que sentían y veían al caer la noche sobre estos barrancos? Cuando en los días de invierno las nubes derraban la lluvia por estos profundos barrancos tan llenos de cumbres y bosques ¿Qué sentían ellos frente a estas nubes, la lluvia monótona y los arroyos corriendo? ¿Qué sentían cuando el paisaje se tornaba blanco y las Banderillas se fundían con las nubes?

Cuando el frío convertía en escarcha los charcos, las laderas y las cascadas ¿Qué era lo que ellos sentían y en qué soñaban tan perdidos por estos barrancos y refugiados en las cuevas de las gigantes rocas? Porque ellos eran seres humanos como nosotros llenos de sentimientos, sueños, ilusiones y tan capaces como nosotros de sentir el dolor, el gozo, el frío y el asombro. Por eso me hago la pregunta que tantas y tantas veces me he hecho y casi nunca nadie ni nada me responde.

¿Qué sentían aquellos serranos en medio de estos tan inmensos paisajes cuando las lluvias caían o las nieves vestían de blanco las cumbres y los valles? ¿Qué sentían en la soledad de aquellos tan especiales días repletos de nubes negras revoloteando alegres sobre estos montes? ¿Qué sentían cuando el amanecer llenaba de oro los paredones rocosos tan llenos de cuevas? ¿Qué sentían al surcar ellos las laderas acompañados del crujido del hielo y la nieve escarchada? Y si sentían, porque tenían que sentir lo que los demás humanos casi nunca hemos sentido, ¿a qué les sabían todos aquellos extraños asombros rodeados siempre de tan densa soledad? ¿Con quien compartían ellos aquellos latidos y qué hacían con aquellas temblorosas sensaciones del espíritu?

Qué tremendo aquellos serranos recorriendo estos montes y con tan densas cargas de sensaciones a cuestas. Qué tremendo y qué hermoso y como se les destruyó de la manera que se les destruyó sin tener en cuenta para nada esta realidad tan aplastante. Quizá por esto y otras muchas verdades a se le abre el alma según vamos penetrando en la hondura de lo que fue su mundo y exclama:

CON EL ALMA ABIERTA

- Si digo una cosa entre medias ¿pasa algo?
- No pasa nada. Deja que de tu alma corra lo que de tan empapada está ahora mismo.
- Pues ahora que se viene hablando de que es apañado este amigo que nos ha dejado la llave, les voy a decir lo siguiente: es que el amigo que tiene valor es el amigo verdadero. Porque la palabra de amigo verdadero aventaja al nombre de hijo. Hay padres e hijos que no se aman, pero amigos que no se amen, no pueden ni concebirse siquiera porque dejarían de ser amigos.

El amigo verdadero,
ha de ser como la sangre,
que acude siempre a la herida,
sin esperar que lo llamen.

Este rincón que ahora mismo estamos pasando se llama Los Estrechos de la aldea de las juntas. Si miras bien verás que es una pequeña cerrada en el cauce del río, pero que nosotros siempre por aquí le hemos llamado Los Estrechos. Ahí de bajo, existe un puente que hicieron para que pasaran los que por estos ríos y montes vienen a cazar. Echaron ahí un puente con vigas de hierro para colar. Mira bien y verás que piedra más bonita hay justo mismo de la carretera. Es lo que nosotros hemos llamado siempre La Cagarria. Una piedra natural, alargada y puntiaguda que dejaron clavada en el mismo borde de la pista. Antes iban los caminos por aquí por lo alto y bajaban por una garita hasta este punto. Ya cuando echaron la carretera, pues se perdieron casi todos los caminos.

Cuando tenía ocho años yo pasaba muchas veces por aquí con bestias cargadas. Una mula que teníamos y bajaba desde mi cortijo a llevar aceituna a la Venta de Luis. En esa venta molían con un mulo. Y tenía yo entonces ocho año que ya ves si hace, de ocho a ochenta y tres que tengo ahora. Esto que estamos viendo a la derecha nuestra, es ya la aldea de las juntas. De aquí para arriba todo es tierra de la aldea de las juntas. La primera casa que vamos a ver es donde vivió una prima hermana mía. Era aquí, esta era la casa. El que vivía aquí encima, que le decíamos casa del correo, era el Adrián. Pero la mayoría lo conocíamos por el apodo del “Cenizo”. De aquí para arriba, estaban las escuelas, las casas de abajo y las casas de arriba. Ese que se junta ahí por la derecha es el arroyo de la Campana. Nace este arroyo casi en el mismo collado de Roblehondo, por debajo de las Banderillas y los Pardales. Recoge aguas de todo el macizo del Alto de la Campana y rodeando el Calarejo de los Nevazos desciende por la cerrada hasta juntarse por aquí con el Aguasmulas.

3.29.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-9

DIA SEGUNDO
Recorriendo el río Aguasmulas y subida al Cortijo del Mulón

Hoy es siete de septiembre, el día que hemos señalado para subir al Cortijo donde vivió. A la dos de la tarde hemos llegado a la casa. Nos hemos parado en Cazorla porque tenemos entre manos el proyecto de la Editorial Alpina, la realización de un mapa de la sierra de Cazorla por encargo de esta editorial. Queríamos preguntarle a uno de los que trabaja en la cooperativa del Quercus para que nos diera su opinión con relación a la zona que deseamos cartografiar, pero aunque sí quedamos con él sobre las doce de la mañana, no ha sido posible el encuentro. Tampoco ha sido posible lo de las fotografías que en blanco y negro había encargado en una tienda de este pueblo.

En fin, hemos seguido la ruta y en el museo de la Torre del Vinagre, también nos hemos parado. Hemos estado viendo el mapa que de Everest ha editado esta cooperativa del Quercus y luego el que Alfredo también ha hecho. Hemos charlado con Carmen, una de las que forma esta cooperativa y luego nos hemos puesto en marcha hacia Coto Río. El plan de hoy es ir con a su Cortijo para que nos explique todo lo que él recuerde y por el lugar tenga desparramado. Llegamos a su casa en la calle Aguasmulas de este poblado y justo en estos momentos aparece.
- Pues vengo ahora mismo de domar una novilla. Me fui esta mañana temprano y ya la tengo domada.

Comenzamos a planear la subida al Cortijo cuando aparecen en la casa varios vecinos. Comienzan a saludarlo y poco a poco me voy enterando quienes son. Ellos mismos me lo dicen:
- Yo me llamo Julián y soy hijo de Alejo, ese que sale en el libro de la sierra y primo hermano. He estado de guarda en la Sierra de las Villas más de cuarenta años. Me conozco la sierra esa perfectamente de palmo a palmo. Si en alguna ocasión necesita que lo acompañe, poco puedo andar ya, pero para hacer esas sierras, sí valgo. Este es mi hermano que se llama Santiago y vive en la Matea. Somos siete en total y estamos aquí cinco hoy.

Como está algo nervioso por lo que de pronto se le ha venido encima, nuestra presencia, la de sus primos que hoy venido al poblado a celebrar no sé qué, todos los hermanos juntos, se mete para la vivienda y saca en sus manos un cuaderno.
- Aquí tengo lo que un día me regalo don Rafael.
Me lo alarga y me pide que lo lea. Lo cojo y en letras gruesas, grandes y negras, leo lo siguiente: “A mi amigo Fermín Castillo. Hombre cabal de estas sierras, es un tesoro que encierra, las virtudes de español, habla como un ruiseñor, tiene un corazón de oro, su sabiduría un tesoro y con sus ochenta años, aun conserva la ilusión y le sobran los reaños, para subir, caminar por los senderos, bendito sea, yo lo quiero, con todo mi corazón. Rafael González Ripoll”.

Cuando termino de leer la página que me ha dado, los primos lo miran y todos nos sentimos más que satisfechos de este otro pequeño granito de oro que tiembla entre las manos del anciano. Su primo se me acerca y me sigue diciendo:
- Como me he enterado que van a subir al Cortijo, aprovecho la oportunidad para decirte que la casa de Máximo, el “cojo de la Fresnedilla”, era de los herederos de Demetrio, que era tía carnal mío. Ya veréis que aquella casa no la han vendido. Claro, ya está medio en ruinas, pero los nogales que hay, sólo eso, vale una fortuna. Pero claro, es que los herederos de eso están uno en Andujar, otro en Gerona y en el pirineo, metidos en un desierto. Yo no he estado, pero un hijo mío que hay allí y uno de mis hermanos que hay aquí, sí han estado. Hasta que no me jubilé, pues yo no podía decir compro esto, que si no yo me había quedado con aquello porque los nogales nada más, valen una fortuna.

La parte del Cortijo, no está “despropiada”, pero es del Cojo y nos la dejó a mí y a mi hermana, pero como no nos dejó papeles ninguno, no tenemos nada. Una parte que hay donde nos hemos criado nosotros, en el Cortijo. Aquello es un trozo que no está expropiada y como estuvo dos mese muriéndose en la casa, me decía: “Prima, si no me muero, pa ti la parte del Cortijo”. La fresnedilla sí era completa de él y esa casa, ya te lo he dicho, no la han expropiado. Ya sabes tú que él no quiso vender y claro, ahí está todo su terreno, la vivienda y los hortales. Cuando catéis el agua que hay allí y el sitio tan bonito que es aquel ya verán como les gusta.

Los primos de se van y como todavía estamos preparando para ponernos en marcha, mientras la hermana charla con la mujer, acordamos que lo mejor es comer aquí todos juntos y luego salir hacia el río Aguasmulas. Así que sin pensarlo mucho, sacamos de las mochilas lo que nosotros hemos traído. Nos sentamos en la mesa con y su mujer y alrededor de un plato de calabaza que ella tiene preparado para los dos, nos ponemos a comer. Compartimos la tortilla, el queso y un trozo de jamón. Compartimos las manzanas y ellos con nosotros el melón y su rico plato de calabaza frita con trozos de jamó y sobre las tres salimos a buscar el guarda.

VAMOS AL MULÓN

Nos tienen que dar la llave para que podamos pasar el control de la casa de los Bonales y seguir en conche por la pista que sube Aguasmulas arriba. Si no nos dan la llave, será casi imposible subir al cortijo. Entre ida y vuelta hay que andar casi diez kilómetros y eso, nosotros creemos que es mucho para y a las horas del día que son ya. Así que en cuanto terminamos de comer, salgo acompañando a y buscamos el guarda. Lo encontramos comiendo y en cuanto llega le dice: “Mira que tengo capricho de subir con estos señores al Cortijo y no tenemos llave. ¿Tú te fías de mí?”

El guarda, que es un muchacho joven, le dice no sé qué de indios, de regañinas que le pueden venir a él, de uno si y otros no y mientras termina su último bocado, porque lo hemos cogido comiendo, mete las manos en el bolsillo.
- Mira a ver si ésta abre.
Le dice alargándole una llave suelta. La cogemos, le damos las gracias y en cuanto llegamos a la casa, nos ponemos en marcha. Salimos del pueblo, cruzamos el Guadalquivir por el pequeño puente de cemento que hoy ya no tiene tapado sus ojos para que el agua se remanse. Ya los turistas del camping se han ido. Hay algunos, pero no tantos como en pleno mes de agosto. Cruzamos por delante de la Golondrina, de lo que aquí llaman “la casa del Cordobés”, giramos hacia los Llanos de Arance, cruzamos el puente y ya estamos rumbo al río Aguasmulas.

- Aquí donde desemboca el río Aguasmulas en el Guadalquivir es donde estuvo la fabrica de hierro. Yo he conocido toda la clase de hierros que tenían ahí.
Ya se está entusiasmando y con energía grita dando explicaciones de los lugares por donde pasamos.

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-8

LO MÁS GRANDE DE LA VIDA

Se para en su relato, mira fijo hacia los montes de enfrente como si por allí, inconsciente, buscara algo. Cargado de dulzura y como si en este momento esperara no sé qué de mí, dice:
- Es que lo más grande que hay en la vida, es decir verdad. Te pondré un ejemplo: el que inventó el espejo para mí ese fue un talento. Porque si dice, “mira que tiznajo tienes o tiene usted en la cara”, y dice uno: “¿Cómo? Yo no me he acercado a nada”. Le presenta el espejo y uno mismo vez como es verdad lo que dice que tiene. Cuando uno dice la verdad nunca podrá tener miedo a que lo descubran engañando. Al que engaña a los demás, le doy yo muy poco valor. Vivir engañando y gustar de engañar, no señor, yo eso pa mí no tiene importancia. Te digo esto para que se te quede claro que cuanto te estoy diciendo yo esta tarde, sentado aquí sobre el tronco de este pino y frente a la sierra que el sol va dorando, es verdad. La pura verdad y nada más.

- Yo nunca he dudado ni dudo de estas palabras tuyas ni tampoco la de otros serranos. ¿Por qué crees que estoy aquí a tu lado escuchando tus recuerdos?
- Porque le tienes cariño a la sierra.

Y recuerdo yo ahora aquella primera vez que subimos al pico de las Banderillas y precisamente han tenido que pasar tantos años para que hoy me dé cuenta de algunas verdades que en aquella ocasión ni advertí. Por ejemplo: descubro ahora que aquella persona que trabaja en los huertos de las casas que hay frente al nacimiento del río Aguasmulas, era nada más y nada menos que el “Cojo de la Fresnedilla”. Ciertamente estaba cojo y al vernos, desde la parte baja, subió lento, acompañado de su perro, hasta el cortijo. En la puerta ya estábamos nosotros esperando y cuando llegó lo primero que hizo fue saludarnos, invitarnos a que entráramos a su casa y luego de ofrecernos una silla, nos pasó un cacharro con vino para que echáramos un trago.

Fue aquella una visita corta, un encuentro muy a lo grande con aquel profundo rincón tan lleno de secretos y tan misteriosamente mágico. Apenas le dimos importancia a lo que antes nuestros ojos teníamos y menos todavía le dimos importancia al hombre sencillo que en aquel cortijo nos encontramos. Tú fíjate hasta donde llegan, en ocasiones, los despistes de los que por estas sierras nos metemos y la poco importancia que le damos a los grandes tesoros que por entre ellas se ocultan. Pero en fin: esto es como una espina que llevo clavada en lo más hondo de mí y que intento sacarla, pero no podré hasta que no llegue a conocer en profundidad lo que cada uno de vosotros escondéis en los pliegues de vuestras almas. Seguimos hablando de ti. Me decías que te casaste tarde.

Como ya tenía cuarenta y un año y mis padres se me habían muerto, me encontraba, pues como dicen: a expensas de mi hermana cuando tenía que vestirme, una o la otra. Me empecé a dar cuenta que a esa edad, ya no se está bien así. Descubrí que a mi mujer le pasaba lo mismo. Su madre murió cuando ella tenía año y medio, no la conoció, pero su padre sí duró mucho. Ella estaba también con otra hermana que se había casada y un hermano soltero que era así un poco demente. En fin, que ellos estaban allí. Yo pensé algunas cosas y me costaba trabajo pretenderla, porque era prima. La que más trabajo me ha costado de pretender. Porque para mí era como perderle el respeto. Pero en fin, yo dije: “¿Quién puede ser para mí como mi prima hermana? ¿Y para ella? ¿Quién se puede portar como yo, que soy primo y nos queremos como primos? Pues podemos, a lo mejor, marchar en la vida, a la medida de nuestras fuerzas, bien. Pues que la pretendí y nos casamos.

Cuando nos casamos, ella tenía casi treinta y cinco años. Éramos mayores. El cura que había en Pontones, se llamaba don Lorenzo. Pues fui y le dije: “Mire usted don Lorenzo, si usted nos considera bien y no nos cobra muy caro por la carta, pues queremos hacer las cosas bien. Usted sabe que van tres casados y en todos se han hecho las cosas como Dios manda. Pero si nos cobra usted mucho, no tenemos nada más que nuestros brazos, tendremos que hacer lo que sea. Juntarnos o lo que sea”. Me dijo: “No, no. Ya lo arreglaremos”. Digo: “Aunque a lo mejor la carta no me la cobre ni siquiera, porque viene la coincidencia que el Papa es tocayo mío”.

Te estoy hablando de la época del Pío XII. Don Lorenzo respondió diciendo: “No, si él no lo firma. Bueno, la firma, pero no se fija en la carta”. En fin, aquello no me gustó. No quedó la cosa clara, pero yo me fui con la sensación de que nos cobraría lo menos posible. Hablando aquel día con él, le había dicho: “Don Lorenzo, mire usted: en el día que más nos hace falta su compaña y moralmente, no los tenemos. Nuestros cuatro padres, los de mi mujer y los míos, están enterrado en el cementerio de las Canalejas. Si tenemos que venir a Pontones, al pasar, vamos a rozar las mismas paredes de ese cementerio donde ellos están enterrados. Por eso quiero que nos despose usted en el Cortijo. Un día que tan preciso es para tenerlos junto a nosotros y no tenerlos y pasar por donde están enterrados, nos duele mucho. Es para nosotros una gran pena. Así que le voy a pedir el favor de que usted nos case no aquí en Pontones, sino en aquel rincón de nuestra tierra”.

Don Lorenzo me respondió diciendo: “No te preocupes, que si se puede, eso se hará como vosotros queréis”. Yo esto también se lo decía porque cuando mis hermanas se casaron, las casó él mismo y vino al Cortijo. Mi hermano porque se casó en Santiago, pero él había hecho dos desposos. Había desposados a mis dos hermanas y había venido al Cortijo. Como él nos dijo que se podría hacer, nos quedamos conformes. Pero luego, la verdad, fue otra. Cuando fue mi hermano a por él para desposarnos en Las Huelgas, por debajo del Poyo de la Higuera que era donde vivía mi mujer, don Lorenzo se enfadó. Pues “cuchusted”, que vino allí bastante enfadado. Decía que no, que teníamos que ir a las Canalejas o a las Casas de Carrasco. En fin, un dislate, a aquellas horas para toda la gente.

Le dije a mi mujer: “Pues nada, yo no voy a las Canalejas”. Ya me cabreé, la verdad. Así que le digo a la gente de la boda: “Venga a comer y beber. Si quiere desposarnos que nos despose y si no que siga la boda y nosotros ya nos entenderemos. A esto no le vamos a dar corte así”. Ese capricho. Si no hubiera prencipiao casando antes a otras personas en el mismo sitio, pues nosotros no hubiéramos insistido, pero después de casar a dos en el cortijo, ahora decía que a nosotros no nos podía desposar en el Cortijo. Que estaba mi hermano que iba a ir a por él y luego lo iba a llevar, aquello ya no lo entendía yo y por eso me enfadé.
- ¿Coge muy lejos el Cortijo de Pontones?
- Pues sí hay por lo menos tres horas y venir a las Canalejas, como una hora o así.

A mí me gusta, como dicen eso, que a las cosas no hay que darles importancia, sino que lo que hay que hacer es buscarle la mejor solución. Ya entro y le digo a mi mujer: “¿Qué dices tú?” Entonces novios, pues para venir a desposarnos. Ella contestó y dijo: “Pues yo, lo que se diga, lo que se arregle”. En fin, que ya se convenció también y no quería venir a las Canalejas tampoco. ¿Cómo iba a querer pasar si su madre estrenó el cementerio? Aquello era una cosa dolorosa para nosotros y por eso no entendíamos que don Lorenzo se cerrara en lo que se empeñó. Vamos, ese favor nos lo tenía que haber hecho bien. No se portó bien con nosotros, no señor. Aquello no lo hizo bien.

Pero en fin, que ya vinimos a las Canalejas y nos desposaron. Y luego aquella noche durmió él en las Huelgas. ¡Fíjate tú! El allí durmió y no nos dio aquel gusto. En fin, pues lo que pasa con las personas. Recuerdo que para aquel momento, tenía yo preparado un parrafillo para haberlo dicho. Como ella estaba a expensas de su hermana y yo de la mía, le iba a decir, pero no lo dije aunque sí lo tenía pensado. Después lo dije y era el siguiente parrafillo: “Yo a mi prima la he sacado, del purgatorio señores y yo me encuentro lo mismo, ¡vaya dos combinaciones!” Que nos pasaba igual. Dos combinaciones.

Desde las Canalejas ya nos trajo el hato con sus bestias, un primo hermano. Vino también una hermana y nos acompañaron hasta el Cortijo. Y allí estuvimos hasta que nos mandaron a este poblado. Ya ha hecho cuarenta y un año de nuestra boda.
- ¿Cuantos hijos nacieron de vuestro matrimonio?
- Pues no hubo nada más que una nena, una hija que tenemos y un aborto que vino que no llegamos a saber si era hembra o varón. Ya no han nacido más. Éramos ya demasiado mayores y eso tiene sus problemas.

- ¿Cómo fueron las cosas cuando luego os vinisteis a este pueblo?
- El primer año que nos vinimos, el ingeniero nos dio permiso para hacer el barrancón este donde ahora tengo las burras y el corral de las vacas. Aquellas vacas las teníamos para labrar las calles y todo lo necesario en la labor de las tierras. Casi siempre era echando obrás. En invierno, me iba a labrar olivas y en verano a preparar las calles. Y por aquellos primeros años, nos fuimos a Francia, mi hija y yo. Para ganar algún dinero a ver si podíamos juntar lo que nos faltó para el pago de la casa y este barrancón. Es que esto lo hicimos de cuenta nuestra. Lo que hay de obra.

Lo que se ve con madera, eso lo he ido haciendo yo poco a poco. Como ya te decía, nos fuimos a Francia y echamos una campaña. Ya no pudimos ir a otro año porque yo, estando labrando en la calle que hay a este lado de la Fuente del Macho, me accidenté. De un porrazo que me di en la cabeza y me descompuse el cuello. Fue de la siguiente manera: iba andando aprisa, tropecé y me di con una cosa dura en la cabeza. Llevaba puesto el sombrero de paja nuevo, muy apretado. El aire que cogió, a la velocidad que llevaba, se me “escompuso” el cuello entero. Ea, me quedé sin movimiento ninguno. Lo único que me quedo fue el conocimiento que no lo perdí. Fue lo primero que me preguntaron cuando fui al médico.

Y ya pesqué y vine. Un tío mío, el padre de estos muchachos que estaban aquí ahora mismo, estaba enfermo en la cama que se murió. Como era tío mío me dije: “Voy a ver a mi tío Alejo vaya que le digan lo que me ha pasado y le va “pacer” que estoy “pior” y como no puede venir a verme, va a estar sufriendo. Pues voy para que me vea y ya no sufre porque ve que no es como lo que le pueden decir”. Y llegar y le digo: “¿Cómo está usted?” Nosotros a nuestros tíos les hemos dichos siempre hermanos. Los hemos tratado de esa forma. “¿Cómo está usted esta mañana, hermano Alejo?” Dice: “Estoy mal. ¿Y tú cómo estás?” Digo: “Mire usted, no estoy bien tampoco. Me he dado un porrazo que no es muy bueno”. Así que le dije lo que era, me dijo: “¿No habéis ido a la mujer del pariente ese nuestro? Es que esa sabe algo de arreglar las cosas estas”.

Yo no me había enterado. Pero entonces mi hermana esta, que estaba allí, fue y le avisó para que viniera. Ella vino y al verme, también se asustó de ver como estaba. Me lo arregló, pero yo me quedé sin movimiento. Fue el veinticinco de julio. El día de Santiago. Ahora mismo, este el movimiento que tengo. No puedo rodear la cabeza ni a la altura del hombro. Es el defecto que me ha quedado de aquel accidente. Me llevaron a Úbeda, me enyesaron el cuello y como allí no tenían cosas para curarme, me mandaron a Granada. Me pusieron un collar que lo tuve cuarenta y ocho días puesto. Me tenían que dar de comer así. Pero en fin, de aquello ya me curé.

Después de mucho tiempo en el hospital, cuando volví, un día, llegaba la feria de Burunchel. Se trajeron las vacas y al caer la tarde las tenían ahí, por este lado de mi casa, en el llano ese. Me sacaron a la calle para que las viera. Y estaban ellas comiendo ahí en el llano ese, cuando me da por decirles: “¡Cherra!” Se quedan las vacas mirando y digo: “¡Cherrusa!” Mira, aquello fue de sentimiento. Pegaron un berrido y en unos segundos las tuve todas a mi lado. De la congoja que me dio de ver las vacas a sentirme, que hacía un mes que no me habían sentío, me “acudió” una cosa aquí que ya no podía hablar. Y tengo yo una miaga de ánimos, pero “me se fueron”. Aquí en la garganta me acudió una cosa y ya no podía hablar al ver los animales lo que hicieron. Como personas humanas acudieron berreando, en cuanto me sintieron.

Por eso me dicen muchas veces que me quite de estas vacas y eso no lo hago. Mientras yo viva, tengo que tener una vaca para verla. Yo me las apañaré como sea. Si no me las puedo administrar solo, ya tendré quien me ayude. Que ya casi lo tengo. Ya me he buscado ahí un muchacho que creo sí vale para compartir con él. Que mañana, como te he dicho, vamos a por ellas a las tierras de Los Villares. Es un muchacho que tiene fe.
- ¿Es que les tienes mucho cariño a tus vacas?
- Claro que les tengo cariño. Yo creo que es el animal más agradecío que Dios ha podido poner en este mundo. Más agradecido que la vaca no hay otro animal. Tanto poder como tiene y lo bien que la maneja uno. Son discretas y agradecidas. Como las trato bien, los animales lo saben.

Tengo el toro que es “limosín”, que ese animal es una joya. Tengo capricho de que se lo llevé el domingo, a Peal, un amigo para que les coja las vacas y tenerlo allí. Pero lo que ahora mismo sueño, es sacarme una foto con él, porque con ese no tengo ninguna foto.
- Pues ese capricho tuyo se hace realidad enseguida. La foto te la hago yo.
- Los bajo de los Villares mañana.
- Pero a qué hora.
- Antes de estas horas, las cinco o seis de la tarde, tengo que estar aquí.
- Yo mañana voy a venir a casa de Ricardo de Los Villares. Puedo acercarme y hacerte una foto.
- Pues Ricardo te va a hablar de Los Villares dándote explicación de todo, bien dada. No atrasándote a ti en nada, es una persona buena. Que yo sepa, de Ricardo no podrá nadie decir que la ha hecho daño a ninguna persona. El bien que pueda, disfruta, pero daño, a nadie. Es esencial de sentimientos.

- Ahora me gustaría que me dijeras algo por lo que siento curiosidad.
- ¿Qué es?
- ¿Por qué te dicen “ de las vacas?”
- Pues porque tengo vacas y hay otro, que ahí más allá tiene un barrancón y tenía cabras. Pues de las cabras y de las Vacas, me dicen aquí. Pero yo soy el del Cortijo desde siempre. Por un tío mío, que murió ahí en los cerros esos que se ven desde aquí, se llamaba Pío y a mí me pusieron el mismo nombre por él. Eso por mi tío porque nací el día de San Fermín el día siete de julio del año 1913. Así que, aunque tú me ves así tan espabilado, ya tengo ochenta y tres años.

Te iba a decir antes que yo he navegado con las vacas mucho, pero como el toro ese que tengo limosín, no he tentado otras.
- ¿Es muy manso?
- Un pedazo de pan y, además, la discreción que tiene. Si es que tiene maneras no de animal, sino de personas racionales. Eso que va uno a tocarle a él comiendo o lo que sea y en cuanto le tocas, ya está atento como persona que sabe guardar ese respeto y esa atención. El padre de ese costó un millón de pesetas en Dinamarca. Aquí en España, cuando yo lo quise comprar me costaba cincuenta mil duros y no tenía ya nada más que cuatro vacas. Vine y conté con los otros y decían que era muy caro que esto que lo otro, ¿y yo que hacía? No quería desistir. Hablé con el tratante, “ende” aquí, que me traje el número de teléfono y le dije lo que había. Que a otro y a mí se nos antojaba muy caro con tan pocas vacas. Su hubiera tenido una quincena de vacas, ya era otra cosa.

Le dije que le dijera al dueño que si me lo podía dejar en doscientas mil pesetas, que me lo traía enseguida. Ya era una miaja de “remijón”, menos, que en un pobre diez mil duros, pues sí es dinero. Me respondió y me dijo: “¿Cuándo viene usted a por el becerro?” Digo: “¿En cuanto?” Dice: “En lo que ha dicho usted se lo dejo”. Y me dijo que porque era yo. “Yo vivo de esto, mire usted, del corretaje, pero nada más que por venir con el que viene usted que es amigo nuestro, no le cobro nada de corretaje y tengo interés porque se lleve usted el becerro”. Fui y me lo traje de más allá de Santisteban del Puerto. De una dehesa que le llaman Cañailla.

- Y ahora, cuando se llevan el toro para que coja las vacas de unos y otros ¿tú qué les cobras?
- Yo no les cobro nada. Es un amigo que lo tiene allí mientras le haga falta y que les coja sus vacas. Cuando a mí me haga falta me lo traigo y aquí no hay interés de nada.
- Pero entonces tú no le sacas dinero al toro.
- Nada más que los becerros que ya le he vendido tres y dos que quedan aquí. Tengo otras dos vacas preñadas. Eso es lo que le saco. Vender becerros de una clase buena.
- Y otra curiosidad más.
- Dime que yo te la aclaro.
- Cuando vayas mañana a Los Villares, como las vacas han estado tanto tiempo solas ¿te siguen conociendo?
- En cuanto llegue y las llame se vienen conmigo. Ante de ayer fui a verlas, pues fue llamarlas y tenerlas a mi lado.
- Los animales es que te quieren mucho ¿No?
- ¡Hombre! Me quieren y me respetan. Si van a ir a un sitio y les hablo, saben ellas que es que por allí no se puede ir.
- Y si yo voy ¿cómo racionarán ellas?
- Pues a lo mejor tú vas y se espantan. Ellas no saben el tratamiento que tú les vas a dar. Los animales tiene mucho conocimiento. Cuando uno va andando ¿qué es lo que puede uno dejar? Pues la vaca llega, huele y sigue el rastro hasta dar con uno lo mismo que un perro.

¿Por qué el toro bravo, cuando le pegan bien pegado, no busca al gañán y aunque lo encuentre no lo mata? Pues por eso, porque sabe que le ha castigado justamente. Si ahí allí otros vaqueros y huele ropa que sea extraña, la hace polvo y la del vaquero que lo trata a él, no le hace nada. Si le haces una cosa mala, injusta, el toro lo sabe. Te buscará a donde estés y va a por ti. Te matará en cuanto te descuides. Si le pegas mal pegado, se vengarán de ti. ¿Y eso por qué es?
- ¿Pero eso pasa?
- ¡Vaya que si pasa! A un toro se le pega mal pegado y de ese guardate. Te quita de en medio en cuanto te descuides. El que le pegue mal pegado a un toro de esos puede dejarse la ganadería. Sé de animales que han llegado a la tienda donde están los vaqueros, han olido y han visto que no está su enemigo y se han ido. Ha cogido el rastro y donde se lo haya encontrado, lo ha matado.

- Ya, por hoy, nos vamos a despedir, pero todavía me queda otra curiosidad.
- Pues dime qué es.
- ¿Cuánto tardas desde aquí hasta Los Villares?
- Con las bestias echo tres horas y el volver otras tres.
- ¿Te llevas la comida?
- Me llevó la comida y ya te he dicho: sobre las cinco y por ahí, ya estaré aquí. Así que cuando mañana vengas para lo de la foto, donde mejor me puedes buscar es en mi casa. Mi retiro, siempre es mi casa y los ratos que estoy por aquí con los animales.

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-7

LA EMOCIÓN QUE SE SIENTE

Y otra cosa que yo te quería decir a ti es la emoción que se siente al recorrer las laderas que de los montes caen hacia el barranco por donde corre el río.
- ¿Qué les pasa a esas laderas?
- Pues que como todas, de aquellos tiempos, están surcadas de canales por donde bajaba el agua para regar las huertas, recorrerlas ahora pisando aquellas canales, es un gozo que sabe a muerte. Arrancaban desde los charcos de agua que a lo largo del curso el río Aguasmulas se iban formando. Talladas en la misma tierra y en la misma rocas, se van alargando por las laderas y luego caían por las pendientes o se remansaban en las llanuras de las huelgas. Yo recuerdo que siempre bajaban repletas de agua limpias. Las aguas cristalinas que manan en las covachas y agujeros de los barrancos donde nace el río.

Recuerdo que aquellos magníficos y bellos canales, en muchos sitios, estaban empalmados con trozos de maderas. En otros, pasaban casi tallados en las mismas rocas y a lo largo de todo el recorrido iban horadando la tierra para abrir el camino por donde el agua tenía que pasar. Cuando luego, poco a poco, los serranos nos fuimos viniendo de aquel extraordinario rincón del nacimiento de Aguasmulas, también las regueras se quedaron abandonadas. Comidas por la vegetación, muchas de ellas, rotas por las avalanchas de agua que bajan por las laderas cuando las nubes descargan, pisadas por los animales silvestres y surcadas por las raíces de los pinos que repoblaron. Allí se quedaron aquellas regueras y con el tiempo se han ido rompiendo como tantas otras cosas.

Pero aquello, en mis sueños yo lo sigo viendo muchas veces y en más de una ocasión me he dicho que más que canales para regar las huertas, aquellos surcos eran como las venas fundamentales que llevaban vida a las tierras que nos daban de comer. Como surcos repletos de sangre que surgiendo de las entrañas de las montañas, acudían a nuestra ayuda para llenarnos de vida y prestarnos lo que para la vida necesitábamos. Por eso te digo, que un día, tenemos que ir por las tierras esas tan bonitas para que veas y goces las cosas que tan nuestras fueron y que los hombres, tan duramente nos han ido quitando.

- Iremos algún día por allí y ya desde ahora te digo, que me va a gustar mucho pisar la tierra que tan dentro llevas. Pero en este momento, quería preguntarte de cuando tú estabas en el Cortijo ¿qué ingenieros o guardas recuerdas que fueran por el lugar?
- Recuerdo que iba mucho el ingeniero don José María la Cerda. Estaba otro que le decían don Antonio, no me acuerdo del apellido, don Javier Cavanilla. Todos esos han estado por aquí cuando expropiaron. Don Mariano, por casualidad el otro día lo vi, que ya está jubilado.


3.28.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-6

EL RECUERDO DE AQUELLO

Ahora, ya que llevo mucho tiempo viviendo en este poblado, de vez en cuando me acuerdo de aquel sitio. Me acuerdo de todo. Me da alegría de ir a donde viví. Recuerdo yo con especial cariño una cueva, entre las muchas que por allí hay, que le dicen el Poyo del Agua. Dentro de la misma cueva nace una fuente. Hay una pila y cae allí el chorrillo. Aquello no se ve. Pasa uno a cinco metros de la entrada y no ve la cueva. Toda la puerta esta tapada con los bujes. Pero es una cueva que da gusto de ver. Hasta das allí una voz y retumba y aquello da gloria. El agua es buenísima. De la mejor que puede uno beber.
- ¿Cómo me has dicho que se llama?
- Eso se llama la Cueva del Agua.

Por allí sale una garita, un poyo con un camino por donde podían subir las bestias y todo. Por eso te decía que aquello se llama el Poyo del Agua. Va a salir a las Pegueras. A la entrada del Cinto de Majatraga, enfrente de la Fresnedilla. De lo que había por aquellas tierras, ya verás tú si me acuerdo. En la aldea de las juntas vivía una hermana de mi madre, mi tía Consuelo y un tío mío que le decían Demetrio. Que era el padre de uno que he nombrado que le dicen el “cojo de la Fresnedilla”. Ese es primo hermano mío.

Que Majatraga y, haciendo un descanso, se le dice porque allí había una majá donde se guardaba mucho ganado. Como entonces había bichos por la sierra, llegaban y se comían a las ovejas, las cabras o lo que fuera. Por eso le pusieron el nombre de Majatraga. Que los bichos se tragaban todo lo que pillaban.

UN RECUERDO PARA MÁXIMO

Sigue conversando y dice:
- Desde que nació lo conozco yo, porque ya te he dicho que era primo hermano. Su padre y mi madre eran hermanos. ¿Pues cuantas noches habrá dormido en mi casa? Como él estaba soltero, pues se venía aquí y se quedaba con nosotros. Donde estaba el cojo era una finca. Una propiedad que compró mi abuelo. Tenía una escritura, pero no movieron las cosas y él ha estado probando a sacar esa escritura. El por los animales, no ha pagado pastos, pero ¿cuántas denuncias le habrán puesto? ¿Cuantas veces no le habrán amenazado? Y lo más malo de todo, hasta pegarle. Le han pegado muchas veces y en silencio él sufría. No se lo contaba a nadie y por eso se ensañaban tan duramente con él.

Le ha pegado mucho, pero él no ha cedido. Si lo matan, lo matan y él no cede porque estaba defendiendo una cosa de amor propio, que era suya. Siempre decía: “Si me matan que me maten, pero yo defiendo lo mío mientras que viva”. Hasta morirse. Pero luego se hizo amigo de los ingenieros y todo. Les decía: “Ustedes denuncien. Yo por eso no lo tomo a mal, pero yo defiendo lo mío y a ver”. De la Fresnedilla se vino cuando se vio mal. Se fue con una sobrina suya a Andújar y allí ha muerto. Eran nueve hermanos y ya no queda nada más que una hermana que es de mi tiempo que ahora vive en Barcelona con una sobrina suya. Que como se dice, la ha criado como si hubiera sido su propia madre.

- Que tu primo era de los que le gustaba quedarse en su tierra.
- Eso es verdad. Ese ha estado aquí mientras ha podido andar. No se fue de su casa y allí sigue como testimonio de su cariño por esta sierra. No está expropiada y hasta en el Cortijo tiene una parte. Tampoco lo han derribado porque tenía él parte, aunque ya estará casi en el suelo. En la Fresnedilla, lo suyo, tampoco. Vamos, una casa que no tenía él parte, sí la han derribado, pero la otra, no la han tocado aunque también estará en el suelo ya. Hace tiempo que no he ido por allí, pero donde el cojo, que estaba cojo, tenía parte, no lo han derribado. No ha dado él lugar a que lo derriben.

Lo que sí te digo, por si alguna vez vas por aquel rincón, es la emoción que se siente cuando uno entra a aquella casa. No sé qué tendrá ni por qué será, pero pisar aquella casa, observar las paredes y contemplar las vigas viejas de madera, el alma se te llena de temblor y encogimiento. Vamos, que te asusta ver aquello tan en silencio, impregnado de tantas emociones de las personas que a lo largo de los años han ido pasando por el recinto y tan lleno ahora de abandono, polvo y telas de araña. Un día, cuando tú puedas y quieras, tenemos que ir y ya verás como no te miento. Sólo por gusto de entrar a la casa y respirar un poco el aire y la soledad que de aquellos rincones ahora manan. Pero sobre todo las vigas de madera que sujetan el tejado, con su color pardusco y su humedad rezumando nostalgia y ausencia.

3.27.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-5

SENTADO EN LA PIEDRA

Otra como ésta, me ocurrió cuando yo era pequeño. Estaba de porquerete, con perdón tuyo, más arriba de Pontones en un sitio que le dicen la Fuente de la Puerca. Los tenía en las “landreras”. Engordaban con eso. Hombre no había otra cosa. Son unas matas que se crían en los espinos majoletos. Salen así como unas patatas y eso es bueno, con eso engordan mucho. Pero es muy fuerte. Eso pica mucho. La primera vez que lo catan se arrascan en la barriga y todo de lo fuerte que es. Pero que es muy bueno también para alimentarles.

Y yo estaba allí y me los dejaba de noche y venía hasta donde estaba mi hermano. A un sitio que le dicen Poyo Pinar en la punta arriba de la Piedra Aguasmulas. Había un cenajo y allí estaba con el ganado. En el poyo aquel teníamos el hato en un covachete. Pues aquella noche fue de viento y lluvia y yo venía empapado hasta los huesos. Traía un capote que aquello era de lona, pero aquello ya no me quitaba agua ninguna. Llego chorreando al covacho. Pero con temporal tan grande mi hermano se había dicho: “Ese se ha ido a las Hoyas de Albaldía”. El no se esperaba que yo fuera a venir. Pasé una noche de infierno. Los pantalones que tenían eran de pana colorada y se me “entintaron”.

Pasé la noche sentado en una piedra que había y liado en una manta. Por pocas me muero, pero me amaneció y al otro día por la mañana me vine a la Fresnedilla. Había una tía mía y allí ya me reconforté. Ya, a pique de haber peligrado, pero en fin: me escapé, no pasó nada.

En este momento, que se ha sentado en el suelo, sobre las hojas secas de los pinos, se rebulle buscando una mejor postura. Quiero dejarle el asiento de la silla y me dice:
- No, si yo estoy bien aquí. Me conviene recostarme sobre el tronco del pino porque me sirve de apoyo. Ya necesita un apoyo. También, para que lo sepas, te voy a decir que yo lo que más he guardado han sido vacas. Antes había muchas vacas en estas sierras. Recuerdo que una vez, una de ellas, metió el pie en la raja de una piedra y no la podía sacar. Metió la pata por donde era más ancho y al tirar, lo fino de la pata, se le vino a la canilla y ya no la podía sacar.

Aquello fue un problema porque la vaca era muy borde y no dejaba que me acercara a ella. Tuve que ideal cómo salvarla y lo que se me ocurrió fue coger una soga. Por detrás del animal, me acerqué, con la soga le enganché la pata, tiré de ella para atrás y en ese momento ella quiso darme una patada y fue la solución. Al echar la pata para atrás, tiré yo y la saqué de la grieta. Tenía yo entonces quince años.

Ahora, ya que llevo mucho tiempo viviendo en este poblado, de vez en cuando me acuerdo de aquel sitio. Me acuerdo de todo. Me da alegría de ir a donde viví. Recuerdo yo con especial cariño una cueva, entre las muchas que por allí hay, que le dicen el Poyo del Agua. Dentro de la misma cueva nace una fuente. Hay una pila y cae allí el chorrillo. Aquello no se ve. Pasa uno a cinco metros de la entrada y no ve la cueva. Toda la puerta esta tapada con los bujes. Pero es una cueva que da gusto de ver. Hasta das allí una voz y retumba y aquello da gloria. El agua es buenísima. De la mejor que puede uno beber.
- ¿Cómo me has dicho que se llama?
- Eso se llama la Cueva del Agua.

Por allí sale una garita, un poyo con un camino por donde podían subir las bestias y todo. Por eso te decía que aquello se llama el Poyo del Agua. Va a salir a las Pegueras. A la entrada del Cinto de Majatraga, enfrente de la Fresnedilla. De lo que había por aquellas tierras, ya verás tú si me acuerdo. En la aldea de las juntas vivía una hermana de mi madre, mi tía Consuelo y un tío mío que le decían Demetrio. Que era el padre de uno que he nombrado que le dicen el “cojo de la Fresnedilla”. Ese es primo hermano mío.

Que Majatraga y, haciendo un descanso, se le dice porque allí había una majá donde se guardaba mucho ganado. Como entonces había bichos por la sierra, llegaban y se comían a las ovejas, las cabras o lo que fuera. Por eso le pusieron el nombre de Majatraga. Que los bichos se tragaban todo lo que pillaban.

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-4

VACAS Y NIEVE

Mañana iremos a los Villares a por mis vacas.
- Que entráis ¿por este lado del Calarejo?
- Sí, por este lado, a la punta de abajo y a las mismas casas de Los Villares. Pasamos por encima de los cortijos de Ruejo. Otro que va conmigo de la Loma de María Ángela que se llama Juan Antonio, ese me acompaña porque también tiene una vaca. Él sale desde la Loma y se sube por donde tú dices: los Astilleros para arriba. Allí nos juntamos.

- De la vida que tenía allí tu padre ¿qué recuerdas?
- La vida que tenía entonces, era como ya te he dicho. Cazaba turones. Don Miguel Alamino, en Granada, era el pellejero que le compraba las pieles. Trabajando siempre en el campo y con el ganado y por eso a mí la agricultura me gusta.
- ¿Y qué pasó aquel día de nieve?
- El día de nieve grande que fue el año 1992, me cogió, que tenía yo cinco vacas, por Cañada Somera. Eso está por la Sierra de las Villas. Como había una seca tan grande, las llevé hasta ese lugar y casi no había agua en los tornajos. Y las volqué por encima del Aguadero. Había mucho lastón seco y ni una gota de agua. Las dejé por allí y me vine.

Y aquella noche cayó una miaja “nevarrusca”. Pero es que a otra noche, pues ya cayó un poco más. Digo se bajará. No se paró y estuve tres días buscándolas por aquí y que ni Dios ni su madre. Que no las veía por ninguna parte. Ya a otro día saqué conmigo, a un zagal joven y otro que ha sido capataz mucho tiempo y luego pues hasta estuvo de “celador” de esos. Me dijo: “Yo voy a ayudarle”. Pero cuando salimos por el Aguadero con el nevazo que había, dando la nieve por encima de la rodilla, a un sitio que le dicen el Aguadero Alto, ya vi yo que el hombre estaba aburrido.

El otro, que se llama Bonifacio, como era joven, empezó a saltar a lo alto. Nos salimos para acá a venir a los Quemaillos. Desde allí no se veían, pero yo las llamé. Me las había dejado por lo alto de una loma grande. Al filo del Aguadero Alto. No las vimos. Ya nos vinimos por ahí a dar por encima de la Hoya de Miguel Barba, a un sitio que le dicen la Hoya del Aserraor, y bajamos por Aguas Blanquillas.

Al otro día, busqué a un coche de esos que van por todos los terrenos, hijo de uno que le decían José, pero no le decían nada más que Perillo. Nos llevó a mí y a dos muchachos que se llaman Uno Bonifacio y otro José el de Zarzalar. Nos fuimos por aquí hasta la Venta de los Agustines, saltamos pista arriba hasta donde nos encontramos unos pescadores. Tenían tapado el portillo y no me cayó bien porque no pudimos subir más. Podíamos haber subido todavía pista arriba hasta el Prado de los Chortales. Pero como se plantaron, las cosas como he dicho, del egoísmo, nos tuvimos que quedar allí. No se dan cuenta que es que todos necesitamos beneficio. Pues allí hubo que bajarse e irse andando que más de un kilómetro largo tuvimos que recorrer. Ya ves tú “trapaleando” nieve de esa manera. Desde aquel punto, nos tiramos más de veinte kilómetros andando.

Desde Cañada Somera, saltamos toda la sierra y venimos a caer al poblado. Cruzamos la sierra entera. Así que fíjate. Arrancamos por el Caballo del Torraso, cruzamos por Cañada Somera, desde arriba, luego a los Tornajos, salimos a lo alto de la cumbre al lindero donde hay un mojón de la Sierra de Las Villas. No es el mojón de los tres términos que se encuentra algo más arriba. De pronto, vimos rastros de las vacas. Donde sintieron que las llamé, en aquel punto nos la encontramos al otro día por la tarde. Donde me sintieron, allí acudieron a un sitio que le llama Los Bonales del Aguadero Alto.

Cuando las vimos era anocheciendo, a las seis de la noche. Tuvimos que dejarlas allí. Así que las llamamos y las reconocimos. No les había pasado a ninguna nada. Nos tiramos ladera abajo y así que nos metimos por esos pinares, con la oscuridad y nieve, cualquiera veía. Pero al fin pudimos bajar a la venta de Luis. Porque llevábamos una linterna nueva, que si no, entre la nieve de esa ladera nos hubiéramos quedado para siempre. Dijo: “Vamos y que el Aurelio nos ayude”. Pero no estaba. Se había venido al poblado. Ya es que no aguantábamos. Cogimos carretera adelante y a las tantas de la noche llegamos al pueblo. ¿Sabes tú cuantos kilómetros anduvimos aquel día pisando nieve y laderas? Más de treinta. Pero al final salimos y ahora todavía lo puedo contar. Los ramales que nos habíamos atado en los pies se los comió la nieve de tanta como pisamos.

Cuando ocurrió esto que te he contado, tenía yo setenta y nueve años. Los que fueron conmigo, yo nos los olvidaré nunca. Otros decían que si, que no, pero al final los que me acompañaron fueron estos. Así que esos, cuando yo me muera, se me irán de la imaginación, pero antes no. Acciones de sentimientos y fe, yo siempre las valoro. A las vacas no les pasó nada. En cinco días que estuvieron allí, nos le pasó nada. Tenían salud los animales y pudieron resistirlo.

3.26.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-3

EL PRINCIPIO

- Pero padre ¿cómo fue el principio?
- Pues empezamos desde el principio. Yo nací donde naciste tú, en la cueva del río, a unos dos kilómetros o tres de donde tiene su manantial principal y primero. Puede que no llegue a tres kilómetros. ¿El río se toma a la derecha para abajo o para arriba?
- Creo que es para arriba.
- Pues entonces a la derecha del río. Al este lado del río que nace en la huelga que ya sabes tiene se nombre tan bonico, debajo de la piedra del mismo nombre que el cauce y en el recodo. Tendrías tú ya cinco o seis años cuando nos vinimos al cortijo de las parras, que es donde te has criado y la hermana. Eso está en el kilómetro ocho, enfrente.

Más abajo, está la aldea de las juntas, el molino propiedad del tío que ya sabes y era el principal. Allí vivió una prima hermana mía que era nieta suya. Han vivido varios, pero que el molino se conocía por el molino de las juntas. Eran dos molinos en uno.

En el cortijo estuvimos hasta que nos bajamos a la aldea de las juntas para que fuera a la escuela una hija que tenemos. La profesora que había era doña Carmen, de Córdoba, que aquí tiene una hija. Y desde allí nos vinimos al poblado. Y aquí estamos. No es que se acabe la historia todavía. Cuento donde he nacido y ya estamos aquí.

Desde el principio, pues ya verás si tengo cosas desde el principio: ayer hizo cincuenta y nueve años que estuve yo en la guerra. Creo que hay quien dice que Dios, esto y lo otro. Yo lo he visto, no puedo asegurarlo porque no lo he visto, pero creo en que debe de existir. Enfrente de Lanjarón de Orjiba, este mismo día veintinueve de agosto del treinta y siete, estuvimos en un ataque. Sentías las balas pasar silbando junto a mi cabeza. No hacía nada más que decir: “hoy es último día de mi vida. Ya no me puedo escapar”.

Entonces no podía uno decirle a nadie que se encontrara adiós ni ande usted con Dios, na más que salud. Como dentro de los sentimientos de uno, de la fe de uno, no hay quien lo pueda averiguar eso, no es muy fácil, pues yo decía: “¿Y si Dios quiere guardarme, salvarme? Porque en todas las guerras quedan ¿Pues si Dios quiere salvarme de ésta?” No pesqué un chispazo. Me salvé. En fin, ya vinimos. Que el novio de una prima hermana mía que vive aquí, murió aquel día. Era del Olivico, hijo de uno que le decían el tío Nemesio.

Cuando volví de la guerra todavía estábamos en el cortijo. Tenía entonces veinticinco años y cuando nos vinimos al poblado, tendría sesenta. Conque fíjate. Mira: un día, en la cueva del Torno, estaba picando esparto un hermano mío y como yo era chico, voy y pongo la mano así, me dio con la maza y me partió este dedo que ves. Que por cierto, eso no me ha estorbado nunca nada más que para pisar las cuerdas de la guitarra. Así que de la Cueva, recuerdo poco, pero después de mayor, si fui por el lugar. La puerta que teníamos en la cueva donde estábamos, la tengo ahora en mi casa de recuerdo.

Más abajo de la Fresnedilla es donde se encuentra la cueva. Al asomar ahí por el cortijo ese que hay olivas que es el Cortijo, al dar vista al barranco que en lo hondo se ven muchas nogueras e higueras, en una cueva que se ve allí, aquello es la cueva del Torno. Lo que nosotros teníamos eran tierras, muchas nogueras, higueras, granados, ciruelos y animales. Mis padres nacieron en la cueva y murieron los dos en el Cortijo. Yo me casé ya bastante mayor, de cuarenta y un año.

Tengo estudiado cinco parrafillos y, además, tengo grabada una cinta que salen los cinco parrafillos, con las vacas uncías con los frontiles que te enseñé el otro día. Yo hablando, digo:

Le ruego a las juventudes,
defienda la agricultura,
que de ella vivimos todos,
sin ningún lugar a duda.
También la ganadería,
que son los apoyos grandes,
de provecho y la alegría.
Dejemos el egoísmo,
que es lo que nos mata a todos,
y no nos deja vivir
y nos trae tos los trastornos.
Atender este consejo,
que este anciano os dirige,
podremos vivir agusto
y tranquilos y felices.
Este consejo que doy,
es de todo corazón,
quiero el bien para el mundo entero,
Y ya no tengo más razón.

Con los animales en el cortijo, pues siempre navegando con ellos, con agua, nieve, frío. Yo en los campos de Hernán Pelea, he estado también. A la escuela no he ido. He aprendido un poco a leer y escribir preguntándole a unos y otros. Me ha gustado leer cosas originales. Leí un parrafillo que decía, que aunque ya la memoria va marchando, las cosas que me gustan las tengo grabadas y no se me olvidan. Cuando llega la ocasión, se me viene a la imaginación. Decía: “Cuando se obra bien se siente uno alegre y cuando se obra mal, se siente remordimiento. Es la voz de la conciencia que habla dentro de nosotros y nos dice lo que está bien hecho y lo que está mal hecho”. Y a mí no se me ha olvidado.

LOS NOMBRES

Desde el Cortijo, los nombres te los puedo contar de esta manera: estamos enfrente de Peña Plumera, que es el punto más alto que se ve desde allí. Aquello y Pedro Miguel, que se ve un barranco abajo. Por debajo hay un sitio que le dicen la Charca, a la Fuente de la Maleza, el Chorreón de la Charca, el Cinto, por ahí se ve todo el Hoyazo, las Banderillas, el Cinto de los Frailes. Los Pardales ya no se ven, sólo llega al verse el Cinto. Desde la Cueva al Cortijo, por el camino, tenemos el arroyo de Aguasmulillas, se pasa por este arroyo. Por la Fuentecica, que hay unos huertos que los sembraban, por debajo una huelga que se llama Huelga Grande. Ya más abajo, la Roza del Río a un huerto de olivas que hay que le dicen la Rocilla y llegamos al Cortijo.

Desde allí salimos para abajo, hacia la aldea de las juntas. Pasa uno por lo de Montoya, un hombre que vivió y tenía una huertecilla allí, hay otro pedazo que le dicen Huelga Blanca, que era nuestro. Más abajo el Puente de los Borregos, la junta del arroyo del Hombre. Esto todo en la orilla del río Aguasmulas. Desde la junta del arroyo del Hombre, para abajo a la aldea de las juntas. Se pasa por un sitio que le dicen el Vallejo de los Frailes a dar al molino, que era lo primero que se encontraba uno. Los cerros que hay, conforme se baja, los cerros que hay en la aldea de las juntas, es el Cerro de la Torquilla y el otro que hay por encima, se llama el Cerro de la Bandera. Y otro, la Piedra del Mulón, también está enfrente del Cortijo. Una piedra más alta que se ve sobre salir en medio de una loma. Esa es la Piedra del Mulón.

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-2

DIA PRIMERO
Repasando los recuerdos

En el poblado nuevo, vive en la calle que lleva el nombre de su río. Todo el mundo dice que él sí sabe de la sierra y, además “tiene buena labia para contarla”. Esta tarde, después de tanto tiempo, he vuelto y en la puerta de su casa, sólo he visto a su mujer, la madre buena, en silencio sentada. A caer la tarde, los ancianos, como en aquellos tiempos, se salen a las puertas de sus casas y mientras toman el fresco, observan lo que por la calle ocurre, al tiempo que charlan con los vecinos. Es costumbre que a ellos les ha quedado de aquellos cortijos donde entre los montes nacieron y hasta que el Señor se los vaya llevando, no dejarán de practicarla.

- ¿Dónde está padre?
Le pregunto. Me mira un poco fija porque ella no ve mucho.
- Vino un muchacho y se lo llevó para enseñarle unas vacas y por ahí está.
Salgo del pueblo por la parte de arriba y lo busco por donde tienen las vacas, las ovejas y las huertas cada uno de los serranos aquí recluidos. Tampoco está por los huertos que pegan al río.
- El tiene su corral entre los pinos aquellos.
Me dice una de las mujeres que con sus carreterilla de hierro lleva alfalfa para sus vacas. Subo hacia la parte alta que es el lado que pega al cerro del cortafuegos y por entre los huertos y corrales de los pinos, lo busco. Tampoco por aquí lo han visto.
- Por allí detrás tiene él el corral de sus vacas.
Y me voy por allí detrás. Miro y como no lo veo me pongo a curiosear las cosas que en el corral de sus vacas él guarda. Sogas, paja, madera, ganchos de ramas... De todo un poco tiene aquí, como en aquellos tiempos en su cueva blanca.

Miro y por entre los pinos, desde donde se pone el sol, se acerca. Viene subido en su burra blanca, con la cabeza agachada, las gafas puestas y la gorra medio tapándole los ojos. Todo un caballero de la triste figura o una visión mitológica que por entre los pinos de las profundas sierras, aparece recorriendo los caminos al atardecer o al alba.
- Te estoy esperando.
- Ahora mismo estoy contigo. Encierro las burras y nos sentamos en la sombra de los pinos.
Me uno a trote lento de sus burras blanca, llegamos al corral, las mete dentro, las traba, les quita el aparejo, les pone en el pesebre un puñado de paja y después de moverse de acá para allá rápido y encorvado, salimos a la sombra de los pinos que gritan y callan.

- Esto es para que te sientes tú.
Abre una pequeña silla de hierro con un trozo de tela de plástico y después de insistirle que ahí debe sentarse él, me siento yo.
- Pues a mi opinión, el valor de la persona, es el dote de sentimiento. Una persona que carezca de ellos no tiene valor ninguno. Cada uno opinamos de una manera. La mía, yo me creo que es opinión sana. Que sirve para todo el mundo. Porque yo me digo que no quiero nada más que lo que es mío. Para ti lo suyo y me alegro del bien de la humanidad entera y me gusta respetar a todo el mundo. Es que así de esa manera, sí se podrá marchar en la vida.

3.25.2007

CUEVA DEL TORNO, RÍO AGUASMULAS-1

POR DONDE LA CUEVA DEL TORNO
© José Gómez Muñoz

Comenzando-1

Desde el seno materno
me llamaste por mi nombre,
por eso, mi causa,
está en tus manos.

Yo nací en la gran cueva que, entre nogueras centenarias e higueras inmensas como catedrales, se mira en las aguas claras del río blanco, justo doscientos metros más abajo de donde éste tiene su nacimiento y, como desde aquel tiempo lejano, no dejo de vivir en el rincón mágico que para mí es casi sueño, esta mañana de agosto caluroso y, cuando empieza a levantarse el sol y ya cantan las cigarras, voy caminando por la senda que discurre cauce arriba con la ilusión de adentrarme en el profundo barranco por donde el río se despeña y, si puedo y no me pierdo, llegar hasta el lugar amado de las peñas amontonadas que es donde se abre la cueva oscura que fue, cuna y casa en mi nacimiento.

Y ya voy acercando a las juntas donde, los arroyos grandes, se funden con el río inmenso y al pisar las tierras llanas que se recogen por las riveras, recuerdo que aquí mismo y, entre las zarzas y los grandes fresnos, también se alzaba la aldea y por eso, los olivos, las parras y los almendros, todavía se enredan por entre las madreselvas y las madroñeras y por el suelo, se amontonan las piedras de las derruidas paredes y donde crecen espesos, los pinos que sembraron en hileras, se pudre y medio verdeguea, el lindo cerezo acompañado del granado y de los membrilleros que todavía no se han secado y esta mañana, como en aquellas, también se mecen al viento.

Y al mirarlos y pisar la tierra y respirar el aire fino que me sabe a añejo, me retumba por el alma las cosas que ellos me dijeron cuando aquellas últimas tardes estuve a su lado amando y compartiendo: “En la tarde que ha caído sobre las blancas casas del poblado nuevo, su mujer y la hermana encorvada y otros muchos vecinos, nos vamos despidiendo. Hoy, ya no tienen más cosas que contarme. Tampoco yo quiero recoger más de sus bellos y, a la vez tristes recuerdos, pero antes que la noche avance más, hasta mi se acerca otro de los matrimonios.
- ¿Podríamos decir nosotros también dos palabras?
Me preguntan.

Los miro y para mí me digo que no puedo explicarles que esto no es para que todo el que quiera venga a contar algo. Esto no es ni para escribir un libro ni para salir en la tele o en los periódicos. Simplemente siento la necesidad vital, al tiempo que la curiosidad, de enterarme de cosas de las sierras donde nací y tengo mis raíces, aunque ya no las reconozca ni ellas a mí tampoco. Simplemente quería oírlos y estar un rato a su lado sintiéndome amigo y hermano, pero enseguida comprendo que ellos quieren exponer cuatro cosas, para como yo, desahogarse y aclarar que viven muriendo y, creen que este es el momento que tanto han esperado, pues adelante porque, como yo, perciben que es importante contar lo que sienten y se los come por dentro.

- Podéis proclamar vuestras cuatro cosas.
- Pues yo soy la hermana segunda y nací en la aldea que derribaron y mis padres también nacieron en el mismo rincón donde todos nos fuimos criados. Hemos sido cinco hermanos. Dos hombres murieron ya y quedamos dos veranos y yo. Y así, con problemas de penar, mucho.
- Pero lo que a mí me han dicho es que la aldea era muy bonita. Háblame de ella si es que todavía la recuerdas tanto.

- ¿Recordar? ¡Madre mía del alma! Aquello tenía su iglesia, su cementerio que está todavía, su fuente de aguas limpias, sus tierras para sembrar tomates, sus viejos nogales, sus grandes hatos de ganado... en fin, aquello era un paraíso que nos rompieron para siempre. La iglesia no la derribaron, pero todo lo demás, sí. La casa donde yo he vivido era bonita y más bonita era aquella aldea de pocos vecinos, pero casi todos nacidos y con raíces en aquellas altas tierras.
- ¿Por qué no hacemos una cosa?
- ¿Qué quieres que hagamos?
- Desde tu casa trazamos un recorrido y desde este rincón tan lejos y después de tanto tiempo, nos vamos por entre aquellas callejuelas hoy ya rotas. ¿Te acordarás?
- ¿No me voy a acordar? Es que vivo, sueño y hasta muero en aquel rincón aunque ahora esté en este otro, donde a la fuerza, nos trajeron.

A donde yo vivía le decíamos las casas de abajo. Así había un arroyo y tenías que colarlo y se llegaban a las casas de en medio. Ya tenemos dos aldeas. Luego estaban las casas de arriba y aunque parezca sencillo, con estos nombres nos apañábamos nosotros. En las casas de arriba era donde vivía el correo y donde estaba la iglesia. Recorriendo de casa en casa, puede que me acuerde los nombres de los que en ellas vivían. Salgo de la mía y, como decíamos antes, la tía fulana y el tío mengano. Decíamos esa frase así y de eso modo te lo voy a contar. Primero el tío Pepe que era un matrimonio sin hijos. Pedro, Juana, el tío Ernesto y la tía Cándida que estos sí tenían hijos. Que nosotros así hablábamos. Luego el tío Pedro y la tía Anastasia. Tenían seis hijos.

También vivía allí una prima hermana mía: Alfonsina Antonio y cuatro hijos ¡Madre mía, un montón! ¿Cómo sabré yo de todo eso? Pero claro, si yo he nacido en la aldea. Seguimos con la tía Alfonsa y el tío Valeriano. Tuvieron tres hijos que se llamaban Antonia, Rafael y Manuel. Por la parte esta de acá, la tía Petra, el tío Eúfrates con sus hijos Alondra, Josefa, Estrella, Mercedes, Patricia y Rocío. Esto todo una familia. Aquí por arriba, la tía Dorotea y el tío Pedro y sus dos hijas, Eugenia e Isidra y seguimos con el tío Máximo, la tía Patricia y cuatro hijas: Mercedes, Maruja, Isabel y María.

A lo que se dedicaba cada uno de ellos era a la poquilla tierra que tenían. Con animaluchos, ovejas, cabras y así. Para buscarse la vida mal buscada. Allí vivía también el tío Cazaperros, motes de aquellos que ponían. La mujer que era Mercedes, con hijos también: Paloma, Aurora, Petri y Blas. Al otro lado del royo, le decíamos las eras. Había vecinos a los dos lados y en medio estaba la bolea. Ahora ya cuelo el royo a las casas de en medio porque aquí no me he dejado ningún vecino. Pues el tío Amador, la tía Ana con los hijos Adela y Antonio. Ahora voy allí para allá, para los perreros. Esto era un mote. Pero ya metían toda la familia. No los mentaban por su nombre. El se llamaba Jesús María y ya a los hijos, no se le mentaban por su nombre, nada más que lo que te he dicho antes.

Para ir de una aldea a otra se decía así: el Zanjón para ir a las casas de arriba. La Erica, eso otro nombre para ir a la Erica aquella detrás de la escuela. Los sitios donde cada uno poseía sus huertos tenían sus nombres también. El Poleillo, las Asperilla, aquellas nogueras viejas que cortaron. Aquello era todo de la aldea, pero lo que resulta es que aquí a lo mejor había un grupo de diez casas y en la de en medio, a lo mejor lo había de tres y ya en el último, otras cinco o seis, pero que era todo unido.

La fuente que tiene, que aquello es una maravilla, de siempre ha sido la fuente de la aldea. En la aldea de abajo, estaba el Cañico. Era una fuente que había allí donde íbamos a por agua. En el mismo manantial teníamos nuestras pilas y unas losicas que tenían unas rayas para “traspuñar” los trapos y allí lavábamos. A la noguera se le decía la Noguera de la tía Alfonsina, una noguera que hay en la aldea de abajo. ¡Aquello un montón de huertos! Los Cenajos, Los Poyos, el Cerrico de los Enebros, las Pegueras. Todo eso era de la aldea.

Hay un montón de cortijos por aquellos barrancos. Ya desde los de abajo a los de arriba se gastaban pues unos veinte minutos. Los de arriba están, conforme estamos aquí, los de abajo se quedan un poco más atrás y los arriba en lo alto, pero al volcar. Si vamos desde aquí para allá lo primero que se encuentra son los de abajo.

La tarde va cayendo y como ellos ya me han contado un puñado de sus vivencias, las que recuerdan con tanto cariño de aquellos años, decimos que por hoy lo vamos a dejar. No dejar al modo en que ellos tuvieron que irse de sus cortijos, donde todo vino a las ruinas y al olvido. En este momento nosotros sólo interrumpimos durante un espacio de tiempo, pero manteniendo vivo y firme, en nuestro interior, el recuerdo, el amor y el deseo de que los serranos y las cosas de ellos por estas sierras, no mueran nunca. Aunque esto sea un tópico porque los serranos sí mueren y con ellos muchos de sus hermosos tesoros. Quizá este mismo invierno, que ya se aproxima, algunos de los que ahora son mis amigos, se vayan para siempre de estos lugares.

Paro paramos un momento para ver como a la sombra de las viejas encinas sigue creciendo la hierba y por entre ella, aquellos hombres sentados y sus animales pastando. El sol cae, pero los arroyos siguen corriendo y por entre las madroñeras, el rocío temblando. La presencia de lo que es eterno se adivina tanto que casi se palpa y de ahí que se toque también la otra realidad humana.

Una lucha silenciosa contra los pequeños y que un día será patente y el dolor de los que han aguantado firmes en la sincera realidad que también será patente, un día, para gloria de ellos y el Dios de la verdad suprema”.

Y esta mañana algo oscurecida de neblina blanca, al pisar la tierra amada y respirar el aire añejo, junto a las zarzas que espesas arropan a la corriente clara y a la sombra de los álamos viejos, se me presenta un montón de piedras oxidadas y por entre ellas naciendo, los lentiscos y las esparragueras y la higuera descascarillada porque también se está muriendo y al detener mis pasos y mirar con calma, de entre tan desolada ruina, como que oigo su voz saliendo:
- ¿Fuiste por fin al rincón de nuestra hermosa casa?
Y voy a responder que:
- Al rincón del paraíso perdido y de la luz inmaculada que a chorros cae desde el cielo, madre del alma adorada, un día de estos, ir quiero.

Cuando ahora caigo en la cuenta que ayer fue primer sábado de agosto y al despertarme, en el centro de lo que creo es el corazón de la más grande ciudad que lo humanos han hecho, me he acordado que la madre cumple noventa y cinco años y por eso elevo mi corazón a Dios y como tantos otros días, mi oración, rezo: “Tú que eres el Padre bueno y a todos nos quieres sin distinción de reza ni color de cara o sentimientos, pon tu mano en su ya frágil cuerpo y concédele la gracia de morir sin dolor ni odio y en el amor de tu beso y premia, a la hermana hermosa, por lo bien que la cuida y lo mucho que la quiere y, sin interrupción desde aquel día, hasta el día de hoy concreto”.

Y al rato me he levantado, he mirado por la ventana de un gran edificio viejo, aunque con paredes de piedras negras por el humo de tantos coches y tanto asfalto negro, y me he lavado la cara. Esta noche no he podido conciliar el sueño porque una vez más, y esta hace ya el millón y medio, me he sentido agobiado por el gran hervir de esta enorme ciudad con tanto resplandor de luces contaminando el brillo de las estrellas en el cielo y tanto ruido de coches, máquina, camiones y metros y sobre todo, lo que esta noche no me ha dejado pegar un ojo ha sido, el calor intenso que rezuma desde este asfalto frío y negro cubriendo a todas las calles y en todas las direcciones y llenando de su olor a podredumbre, hasta la misma cálida luz de la luna en este mes de agosto siempre nuevo y siempre viejo.

Y en unos minutos, mientras dentro de mi alma reprimo mi llanto, he desayudado, leche de vacas que no sabe a vaca, un trozo de pan que tampoco sabe a centeno, un racimo de uva que no son como las de mis parras de la cueva del río y luego, un vaso de puro zumo de melocotón o naranja sin serlo y en dos minutos he cogido el ascensor que baja del quinto piso y he abierto la gran puerta de pesado hierro y he pisado una de las anchas calles de las miles que atraviesan y van al centro de esta gran ciudad y, como desde este corazón casi puro bloque de cemento al piso en forma de jaula adornada donde todavía vive la madre, me cae lejos, he buscado un taxi y le he dicho al dueño:
- Lléveme a donde se consume la madre y aprisa porque la reina hoy cumple los años y como sé que se está muriendo, quiero besarla por última vez y quiero, oír sus palabras y respirar su olor de incienso.

Y el que parece experto de este taxi pintado de amarillo y negro, me ha mirado y al rato ha dicho:
- Yo sé dónde se encuentra ese núcleo, pero la calle y el número exacto que me estás diciendo, no lo conozco, así que cuando estemos allí, tú me dices para dónde tengo que ir y por dónde entrar ¿de acuerdo?
Y al oírlo, a punto he estado de hablar y decir: “se supone que yo soy el extranjero y el que a estas horas de la mañana está buscando un taxi, aunque me cueste el dinero, para que alguien me lleve a unas de las mil calles que componen a esta gran ciudad y eso, es porque necesito ver a la madre por última vez antes de que Dios se la lleve al cielo y porque no conozco ni a la ciudad ni me interesa saber más que lo que para este trance necesito y quiero. Se supone que usted me debe llevar y por eso le pago y es, además, nativo de este mundo de cemento”.

Pero no le he dicho nada y nos hemos puesto a correr por las calles frías de la enorme ciudad y, mientras ya el sol de este caluroso mes de agosto eterno, nos va quemando con sus rayos entre los gases que manan de los coches que van precediendo, se me nublan los ojos y sin que él lo sepa, lloro y me muero por dentro con la angustia amarga que se me amontona en la garganta y me achicharra el pecho.
- ¿Por qué lloras tú, hijo mío?
Me habría preguntado ella si ahora me estuviera viendo.
- Madre, lloro porque me queman tantas paredes de cemento y porque se me hunde el mundo por donde no encuentro el azul del cielo y porque estoy solo y tengo frío y porque en mi agrio recuerdo, sólo palpita el rincón verde y limpio de aquella salvaje cueva donde tú me trajiste a este suelo.
- Pero las cosas así salieron y ya que ha pasado casi una eternidad ¿por qué atormentarnos y vivir los cuatro días que nos quedan, sin aliento?
Y le digo a la madre que sí porque ella, siempre será reina y flor del verde romero aunque ya sea sólo débil pavesa que en cualquier momento le dé un empujoncito la brisa que Dios expande con su vuelo y se la lleve a escondidas al reino que tanto ha soñado y tanto yo, en mi alma, sueño.

Y no hemos llegado pronto porque el hombre que me trae con su taxi es verdad que no sabe el camino y por eso, en el punto que él creo me vendrá mejor, se ha parado diciendo:
- Desde aquí te vas por aquella dirección y luego gira para la derecha y después para donde se ve como una cuesta y allí donde hay un comienzo de plaza y se observan muchas máquinas haciendo otro arreglo, te vienes para el lado de la tarde y por allí pregunta que, esa calle donde dices vive la madre, ya no queda lejos.
Y a pesar de todo, le he dado las gracias y le he dicho que ya me las arreglo como tantas veces me las he arreglado en mis lejanas montañas por entre el monte de los grandes barrancos y los altos cerros y me he puesto a cruzar, no sólo el laberinto casi indescifrable de esta ordenada ciudad sino el amargo beso que desde la agria brisa de la mañana, me viene llegando intenso y después de un par de horas cargando con este mi extraño cuerpo y casi sin aire ya para respirar ni fuerzas para mantenerme vivo en lo que me es tan rotundamente ajeno, he llegado a la puerta que sirve de entrada al bloque de pisos que contienen y encierran, en el ático, a la madre que es pavesa y canto de ruiseñor de invierno.

Y como la puerta grande de hierro que da entrada a las escaleras, me la encuentro abierta, entro sin llamar ni pedir permiso, subo y al llegar al rellano del último piso, me encuentro también abierta la otra puerta más pequeñas que da paso a la vivienda recogida que buscando vengo.

Y entonces, si llamar, voy a entrar, cuando de pronto, como de un sueño que se materializara en un abrir y cerrar de ojos, aparece la hermana mirando fija y recibiendo:
- ¡Hombre, qué bien llegas después de tanto tiempo!
Me dice de seguida ofreciéndome su beso y al intentar pronunciar mis palabras, noto y bebo que en la garganta se me ha formado un nudo y en el alma, se me abre el corazón y en el pecho me estalla la emoción que a chorros y, en puras lágrimas, me sale por los ojos y al tocarla y besarla, las manos me tiemblan y se me para el aliento al querer pronunciar mis palabras.
- ¡Qué bien que llego después de tanto tiempo y qué bien que esté aquí contigo donde, aunque no lo creas, tengo la mitad de mi vida y, además, el más puro y real de todos mis cien sueños!
Y ella:
- ¿Cuándo has llegado?
Y el hermano:
- Ayer por la noche, pero venía tan cansado y tan magullado traía el cuerpo, que he relegado hasta hoy este bello encuentro.

Y la hermana guarda silencio, sorbe sus lágrimas, entra para dentro, abre la puerta de la habitación y al correr la cortina de seda, dice como en un beso:
- Aquí tienes a la reina que buscas, nuestra madre santa que en su cuna de silencio, se consume y se apaga como lo hacían las ascuas de la lumbre, en aquel rincón sincero de la casa de piedra que, junto a la corriente clara, se alzaba llena de incienso.
Y al mirar y oír sus palabras, quiero exclamar y no puedo:
- ¡La madre santa, humilde como las rosas de los rosales aquellos, Dios mío, qué hermosa fue en su cara y en su corazón sincero!

Y desde la misma puerta, sin atreverme a dar un paso pequeño, de piedra observo, como entre sus sábanas, que son de tela, pero parecen de luz irreal que bañan y acarician, al mismo tiempo que arropan y funden como en un sueño de alas de primavera, la madre bella, duerme, viéndosele sólo la pequeña cara que, arrugada como una pasa que ha dado su vino añejo y fulgurante como la más limpia primavera, también parece ya respirar o permanecer en la dulce espera, a que Tú llegues, Dios mío, y le des tu beso y la transformes en rosa de sierra nueva y se haga eternidad por entre los arroyuelos y los amores que en su corazón anidan y, con su sueño de hierba fina, se haga esencia.

Y al verla, todavía en la puerta parado, otra lágrima por mi cara rueda y otro nudo más grande, en mi garganta se enreda y en tan sólo un instante, Dios Santo, lo que ven mis ojos y se hace río de dolor y gozo en mi palpitante cabeza y como la hermana que hoy, sí a mi lado tengo, se percata y penetra la naturaleza del instante supremo, pregunta toda bella:
- ¿La despierto?
Y el hermano entiende que aunque es el momento, un encuentro como este tiene que ser pequeño y al mismo tiempo, ramo de celestes violetas, responde:
- Déjala que otros diez minutos siga en su sueño mientras yo respiro, un rato más, el aire inmortal que Dios me presta y, al mismo tiempo, doy las gracias al cielo por ti y por ella.

Y la hermana que dice que sí:
- Lo que tú quieras.
Me lleva por la casa, piso de cemento al que llamo jaula, me saca a la azotea, me enseña la tórtola que es amiga de las hijas, me vuelve a decir otra vez que bienvenido, me muestra su colección de macetas que sí están verdes y bien cuidadas porque ellas, ahora sustituyen al bosque y a las praderas donde, de pequeña, la hermana tuvo sus juegos y sin que lo note, se entra para la habitación donde la madre pavesa, descansa.

Y la hermana, sin que yo lo sepa ni lo vea, como todos los días desde hace ya casi cien años, a la madre despierta, da su alimento, la lava, la viste, la pone en pie, sujetándola con las fuerzas de sus brazos y el amor de su corazón porque la madre ya no anda, se la lleva por el pasillo de la que, a pesar de todo, sí es una grandiosa casa, la sienta en el sillón, la besa en la frágil cara y al decirle:
- ¡Verás qué sorpresa te ha traído el cielo este mañana!
La grandiosa madre pregunta:
- ¿qué sorpresa me preparas?

Y la hermana, se viene para la azotea, se me acerca y casi sin palabras, me dice:
- Madre ya está levantada.
Y miro al cielo, que no es azul esta mañana, pero que al fin y al cabo, eres Tú el que también me lo regalas, y respiro hondo y antes de dar un paso, me abrazo a Ti y, por un millón de veces más, te doy las gracias al tiempo que ya, desde la bendita azotea, entro para la casa y al ver a la madre, toda reina y bien sentada en el sillón de tela que le ha preparado la hermana, me pongo de rodillas delante de ella y antes de besarla, miro fijo la piel fina que se le arruga por la cara y, casi sin palabras, le pregunto:
- Reina de universo y por cien años soberana ¿Quién soy yo?

Y la madre pequeña, que ya si que no tiene fuerzas y por eso, como las cenizas de la chimenea de aquel cortijo suyo de su tierra, está casi apagada, mira sin mirar porque a ella ahora, hasta la luz de los ojos ya se le acaba y después de intentar tragar saliva, responde casi ahogada:
- No te veo y por eso no te conozco, pero tú eres el hijo guapo que llevé en mis entrañas.

Y al oír la música de su voz que suena a campanilla de plata, un nudo más se me enreda en el corazón y, dando tumbos por las venas, se atasca por el alma y al intentar salirse por mi boca, se concentra en los ojos y por fin revienta en caliente lágrimas y durante un rato largo, me quedo sin voz mientras no paro de mirarla y de sentir que es inefable y supremo, el encuentro que una vez más, sin merecer, me regalas y para irlo coronando, ella, que toda emocionada, habla:
- ¡Por fin has venido!
Y el hijo sin respuesta:
- He venido y ahora no sé qué decirte.
Y la madre buena:
- Pues no digas nada y dame un beso, que sólo Dios sabe cómo lo necesitaba.

Y lo mismo que cuando era pequeño y, por los prados de mi gran tierra jugaba, acerco mis mejillas a su boca y las dejo dormidas en su cara sintiendo su aliento calentando mi sangre y sus labios, de miel y nieve blanca, derramarse en el último hálito de vida e intentando beber una bocanada de lo que para la madre, ya es el único consuelo que le calma.

Y atravesado este momento del encuentro, casi en el alba y también el comienzo de la despedida, me siento frente a ella, en la vieja silla de esparto que todavía conserva del cortijo bello que tuvimos en el barranco y dejo que pase el resto de la mañana, sólo mirándola quieto y como esperando que me hable y me cuente quizá su dolor que, con su cansado cuerpo, también se está apagando o quizá del encuentro que Tú ahora ya le tienes preparado o quizá dos palabras más de aquellos recuerdos que en mi mente aún no se han borrado, pero la madre no habla.

Y si pronuncia dos palabras, mientras escasamente me mira con la poca luz que por los ojos les resbala y cuando va cayendo la tarde, abre sus fríos labios y me pregunta:
- ¿Cuándo te marchas?
Y sin querer decirle le digo que ahora dentro de un rato.
- Que no se te haga tarde por si te están esperando.
Responde la madre amada y a su amor quiere contestar:
- Ya tarde nunca será, porque el mañana...
Pero guardo silencio y la sigo mirando y al rato, le digo:
- Dame otro beso que se acerca la noche y me tengo que ir por si me están esperando.
Y ella:
- Un beso más, hijo del alma, y que Dios contigo vaya y no te olvides que la cueva del río, fue tu cuna y, por entre las nogueras grandes, te llevé de mi mano y te bañé en la corriente clara.
Y le digo que no me olvido
- Porque a la cueva, voy a ir mañana.

Dejo mi silla y al levantarme, en los pies de la cama, veo el cuadro colgado con la imagen del padre que ya también falta y al lado, el del hermano y la hermana y como arropando a los tres, el negro crucifijo que la mira de frente y que arrancó de la caja, la tarde de aquel último paseo que fue luz y esmeralda.
- ¿Sabes decirme qué dice?
Le pregunto y ella que habla:
- A lo largo de las horas que lentas pasan y, medio respiro en esta tan dulce cama donde compartió conmigo tantos momentos de gozo y junto a nosotros, siempre tu hermana, uno y otro, me dan compañía y una chispa de consuelo mientras espero, hijo mío, que llegue el alba.

Le doy otro beso y despido a la hermana y a las niñas que por la azotea con la tórtola juegan y bajo las escaleras, busco la calle ancha, subo en el metro, atravieso la ciudad, llego a la estación, subo en el autobús que a los dos minutos arranca y cuando las luces de la inmensa urbe, se enciende, salgo de ella dejando entre su asfalto y humos, mi vida y alma.

Y me recuesto sobre el asiento permitiendo que mis ojos se cierren mientras devoro la distancia y cada vez, a lo largo de la noche, que entre abro los párpados, se me presentan sangrando, luces y más luces de ciudades anchas y al encontrarme con ellas, en mi corazón se quiebra la realidad amarga de este mundo tan artificial y todo tan amontonado y ellos, con la madre, en tan lejanas y extrañas casas.

Y por fin, al raya el día, el autobús se para y al bajar y pisar suelo, me digo: “Vuelvo a estar en mi tierra amada” y enseguida caigo en la cuenta que la madre, en la ciudad lejana, se ha quedado y allí se está muriendo y yo por aquí caminando como si a cada instante fuera hacia el encuentro del momento que soñó tanto y ahora sigo soñando y por eso, cuando empieza a levantarse la nueva mañana, como que despierto y caigo en la cuenta que estoy pisando las ruinas de la que fue su aldea amada.

Y al mirar, sólo sigo viendo la llanura bella que, junto a los tres arroyos de aguas limpias, se extendía y, por donde el río continua saltando y entregando su eterno beso a los álamos y a las corrientes claras que en la junta se le entregan, descubro la pista forestal de tierra que ellos construyeron aquel día sin mañana.

Y voy a seguir y debería hacerlo por la senda vieja que, en aquellos tiempos, venía río abajo desde la escondida cueva, no por la izquierda según vamos hacia el nacimiento que es por donde ahora remonta la pista, sino por la derecha y el repecho de las rocas húmedas y las espesas madroñeras que, desde el puntal del inolvidable cortijo y el redondo cerro, cae hacia las juntas de la aldea humillada.

Pero sin quererlo, me voy por la pista y sigo caminando porque por en la vieja senda, ya ni se conocen las huellas de aquellos torpes pasos que en la tierra, la madre, el padre, la abuela, los hermanos y el resto de los diez vecinos y también la hermana, fuimos dejando porque esta senda, con ser la reina más sincera de todas las sendas que nunca se trazó por la sierra, ahora no se puede andar ya que se la come el monte, la rompen los desprendimientos de la ladera y se pudre, en su silencio, esperando que los serranos, vuelvan a pisarla.

El rumor del agua saltando por el surco del río y el ancho chirriar de las cigarras repartidas por entre los mil pinos de los barrancos, comienzan y van llenando la sombra limpia que las montañas proyectan sobre la pista de tierra magra.

Y miro para la derecha y ahora recuerdo que ahí, antes de que la senda que bajaba se encuentre con las juntas, se alzaban las últimas o primeras casas y, por donde ahora sólo veo, montones de piedras abandonadas y algo más arriba, olivos comidos por el monte, higueras y por entre las zarzas, las parras y donde el monte ya empieza a ser espeso, no se ve, pero adivino los agujeros en la tierra de las caleras donde en aquellos días se cocían las piedras que al convertirse en cal, ellos usaban para construir sus corrales, molinos, hornos y casas.

Y aquí mismo, donde el río se hace vado y por donde la senda colaba, miro y lo único que veo es como un lago, una represa en forma de pantano, que se encharca y en sus aguas claras, bañándose muchos de los que ahora vienen de paseo a estas sierras y ajenos a nuestras cosas, gritan, se zambullen y cantan y algo más arriba y, por ese lado, ahora recuerdo, fue donde se dio aquel encuentro de la madre con el hijo el día que este volvía de la guerra extraña.

Me lo contó el padre, aquella última tarde que con él vine recorriendo la sierra soñada: “¡Cuantas noches he echado yo a dormir las vacas por ese vallejo! En esas lomicas dormían los animales porque ese monte era muy bueno para ellas. ¡Cuantas veces no habré subido yo esa tan hermosa piedra redonda! Y por decirte más, te diré que justo por esta ladera, es donde tuve, con mi madre, el más hermoso de los encuentros humanos.

Volvía de la guerra y era el día cinco de mayo del 1939. Ella bajó del cortijo de las parras a esperar el correo que venía de la aldea que hubo en la cumbre, a ver si traía carta mía. Para saber de mí porque para una madre siempre un hijo es lo que es. Se encontró con un hermano, el marido de mi prima, que entonces era zagalote, unos dieciséis años, por ahí tendrías. Porque le llevo yo nueve años. Cuando llegué a las casas de las juntas, en compañía de otro de aquí que ya ha muerto, pues fue llegar, cogió el macuto mío con lo que traía y echó delante. Quería ayudarme, darme compaña hasta el cortijo y al mismo tiempo, me quitaba la carga.

Por aquí más arriba del covacho, que es eso que se ve en aquel lado del río, se encontró con mi madre. Al verla le preguntó:
- ¿Qué hace usted aquí?
- Pues esperando a ver si llega el correo por si trae carta de mi hijo.
Y él le dijo:
- Pues vengase usted conmigo que la carta la traigo yo.
Echaron a andar senda abajo y ahí enfrentico, confronté yo con mi madre al volver de la guerra. Al verla y verme los dos nos abrazamos y tanta era la alegría de ella que se echó a llorar.
- Un hijo que se lo llevaron a la guerra y que yo he soñado perdido para siempre, por fin hoy el señor me lo devuelve vivo.
Me decía ella mientras me abrazaba, me besaba y se secaba las lágrimas. Tú fíjate donde fue el encuentro con mi madre, tu abuela, al volver de la guerra. En lo más profundo del barranco del río, en esa ladera tan llena de monte y en la senda estrecha que sube por entre las riscas. ¡Qué gozo el de ella y qué gozo el mío donde los únicos testigos fueron sólo algunos pajarillos, el viento que nos rozaba y las limpias aguas de la corriente del cauce!”

La pista se alarga y sube dando curva, no pegada a la corriente del río sino alzada por la ladera y como hoy voy en mi recuerdo y hacia el encuentro, quizá de mi alma y de la soledad que plomiza, al monte baña, camino distraído y sin prestar atención sino a la voz vital que por el barranco y en lo profundo de la sierra, me llana y al llegar, sobre el kilómetro cinco, por la derecha, recuerdo que se apartaba una sendica menuda que tímida bajaba a las asperillas del río y por ahí cruzaba.

Y recuerdo que en aquellas últimas tardes, por aquí caminé siguiendo los pasos y las palabras que el padre iba desgranando y como el padre es tanto y, dentro de mi solitaria alma, sigue tan vivo, ahora recuerdo también, cómo fueron aquellos momentos en que él ya encorvado caminaba por las tierras que le regalaron en el pueblo blanco que, junto al otro río, le cambiaron por su rincón de verdad, su cueva del río, sus caminos, sus huertas y sus cabras.