1.22.2008

¡¡Qué bonito era mi pueblo!! Hornos de Segura-1


No satisface el saber mucho sino el sentir y gustar las cosas
Este librico se empezó a escribir el 18- 12- 98
y se terminó el día2- 1- 99.
En Úbeda y Jaén
José Gómez Muñoz


AGRADECIMIENTO A:

Familia Toribio López por su interés en leer los primeros originales y seguir, con cariño, todo el proceso de este libro. Víctor López por su acogida calurosa desde el primer momento. Domingo García del Río, José Adán Martínez, Ángel Marín Fuentes, Encarnación Cumbreras, Antonio Escalera, Tomás, el joven guardia municipal e Isabel Peña Román.


ESTE LIBRO ES:

Un paseo literario y relajado por las calles y rincones del bonito pueblo del Hornos de Segura donde ocurren encuentros con sus habitantes, sus casas, historias, vivencias y recuerdos. La ladera del castillo, recinto del castillo, Puerta de la Villa, plaza San Vicente, calle Real, la Rueda, Aguilón, Barrio Castillo, fuente de la Pelota, Puerta Nueva, calle del Horno, calle las Parras, calle San Bartolomé, vieja ermita, vieja fábrica de aceite, calle Real, la Rueda, camino de la Puerta de la Villa, iglesia y final.


Quiero escribir un librico sencillo con no más cien páginas donde, para mi gozo personal, se me quede recogido lo que siento por este pueblo blanco. Quiero escribirlo y un día de estos lo voy a intentar, de la manera en que yo sé, para ver si de este modo, con tres renglones y este surtidor de cariño que desde mi pecho brota, recojo un puñado de las cosas bonitas y sinceras que tanto he visto por estas casas sobre la roca y en las personas que las habitan. Y si lo escribo, lo voy a titular: “Un paseo soñado”, por aquello de haberlo deseado y soñado, de verdad, durante tanto tiempo.

Así empiezo las páginas de este librico porque es así como de verdad se fraguó, no sé cuándo ni por qué pero se fraguó y desde aquel feliz momento, no se me ha ido de la mente ni tampoco ha dejado de latir en las fibras de mi alma. Hoy por fin, después de tantos días, me pongo y doy comienzo a la redacción del librico soñado. ¿Qué cómo lo deseo? Tengo claro que no será ni una guía para turistas ni un manual de historia ni tampoco un folleto didáctico ni cualquier otra cosa parecida. Ya hay muchos artista y científicos buenos que se dedican y laboran en estas obras. Lo de mi librico, quiero que sea como una página muy personal donde recoja para mí lo que he visto y veo con mis ojos, he gustado con el alma, palpita en la sangre de mi pecho y, estando tan olvidado de tantos, es tan sencillo y bello.

Porque no sé qué me pasa pero como tantas veces he visto nítidamente el reflejo de Dios por entre las calles y las personas de este pueblo y tanto o más aún, en los paisajes que le rodean y los tonos azules que le cubren, necesito reflexionarlo conmigo mismo y, al tiempo que lo recojo y gusto, doy gracias al cielo por tan gran regalo.

Por las estrellas, el agua, los bosques y el sol,
reflejo puro de lo que Tú eres
y sencillo espejo de esta alma mía,
gracias, Padre Bueno.
Y por la primavera, la lluvia, la nieve y la flor,
y por regalo tan bello,
que no merezco, y me das,
gracias Dios, desde mi yo sincero.

DÍA PRIMERO 18-12-98
Ladera del castillo, recinto del castillo, Puerta de la Villa, plaza San
Vicente, calle Real, la Rueda, Aguilón, Barrio Castillo, fuente de la Pelota.

Este pueblo y el rincón que lo contiene
es exacto un trozo de la vida que vivo en sueño.

Según me acerco y todavía antes de cruzar el río Hornos, cayendo la tarde, se le ve blanco en lo alto de su roca y reluciendo al beso que le presta el sol. Por las paredes rocosas que lo tienen levantado como de la tierra y ofrecido al cielo, como en un presente, pues se estampan los rayos del sol color oro caramelo.

Ya en el cruce que divide la carretera para Cortijos Nuevos, le entro casi recto, desde la cañada ancha. Y como me acerco por la parte de atrás, por donde la sombra de la tarde se alarga, queda en penumbra. Lo tapan un poco primero los olivos del puntal que hay antes del arroyo del Aceitunas. Sube la carretera unos metros y al frente, por el centro del collado que aprovecha el asfalto, majestuosa y llena de encanto, aparece la enorme roca de Peña Rubia. A sus pies se alza la blanca aldea de Capellanía y más abajo, corre el arroyo de la Garganta que es donde, algo más abajo aún, se remansa la piscina natural de este pueblo mío llamado Hornos.

Varias curvas más y la carretera se acerca al cauce del arroyo. El surco de este casi río aparece sembrado de álamos que salpicados emergen rectos como si quisieran busca la última luz de la tarde. La carretera es escoltada por algunos robles jóvenes que muestran sus hojas pintadas de tonos naranjas. Los fríos del otoño y las heladas del invierno, este es el traje que les ha dejado.

Las huertas que por la derecha me quedan entre la carretera y el arroyo, pues también con las tierras aradas y esperando a que llegue la primavera. Los álamos están sin hojas, quietos y como si no se cansaran de mirar al pueblo que les saluda desde lo alto de su roca.

Y por la ladera que hay frente, según me acerco al arroyo, los olivares se muestran verdes y, por entre ellos y salpicados, algunos árboles con las hojas color oro. Queda coronado el cerro por el bosque de pinos bañado de un verde intenso y a la mitad, la sombra del rincón donde se recoge el misterioso nido de la Alcoba Vieja.

Los días del otoño o del invierno, como es el caso de hoy, son hermosísimos en estas sierras. Más incluso que en la primavera o el verano y, un poco ayuda a ello, la soledad de los campos porque la naturaleza parece que estuviera como esperando no se sabe qué momento importante. Los tonos que presenta la vegetación son muy variados y la presencia humana, los que por aquí y en los otros meses del año, aparecen devorando tierras y caminos en forma de turistas, ahora se les nota ausentes y esto ayuda a realza la belleza de las tierras que tanto amo desde lo más hondo de mi ser.

Otra pincelada positiva la ponen las personas del lugar, los que tienen aquí sus raíces e identidad, trajinando en sus olivares o con sus manadas de ovejas que como siempre, son humildes y por eso, de sus almas y corazones y hasta de sus palabras, brota tanta o más belleza que la misma tierra por la que andan. ¡Qué grandes son ellos y cómo me gustaría quedarme entre sus cosas y casas para siempre! Y lo digo, porque a ellos sí los considero con suerte o más bien, expresamente amado de Dios. Son los humildes de la tierra y por eso, los verdaderos ricos antes Dios, que es el único que concede la vida en la región de la eternidad.

Remonto la cuesta y en la primera curva me encuentro escarcha. Han bajado las temperaturas y aunque son las tres de la tarde, por estas alturas y en la umbría, hace frío. Voy ascendiendo hacia la primera gran curva y al mirar, no veo con claridad las casas del pueblo. Tengo el sol de frente y por eso me lo deja en sombra por completo. Pero es bonito cuando por aquí se sube y se le descubre en todo lo alto, señorial, dominando y en su silencio, tan cuajado de verdad divina.

Trazo la curva donde hay una gran roca y por la derecha ahora y, mirando hacia Peña Rubia, me quedan algunos álamos sin hojas. Zarzas también ya muy apagadas en su verde, algunos endrinos con sus ramas desnudas y los majuelos repletos de bolitas rojas. Los rosales silvestres se mezclan con las zarzas y los robles destacan por sus tonos dorados al fundirse con los olivos que sí tienen sus hojas cuajadas de verdes relucientes.

En esta segunda curva que es donde, por la izquierda, se aparta el camino que lleva a la piscina natural del arroyo de la Garganta y al rincón de la Alcoba Vieja, a la izquierda y al frente, se ve Cortijos Nuevos muy hermosamente extendido en la gran llanura repleta de olivares y más a lo lejos, las colinas de las preciosas sierras de Beas. Placenteramente recorridas tengo todas esas sierras y hondamente guardadas en mi corazón por la cantidad de emociones dulces que me han transmitido. ¡Dios mío, cuánto es lo que yo quiero cada metro y cada planta, junto con los arroyos y las fuentes, de estas preciosas sierras tuyas! Y ahora ya sé que ese amor me nace de dentro, precisamente, porque Tú los has puesto ahí y, al mismo tiempo, me das la sensibilidad para que te reconozca en el espejo de la naturaleza que me regalas.

1- Cuánto me hieren dentro
estos rincones bonitos,
gritándome siempre de Ti
y dándome siempre tu beso
.


Y también en esta curva y al frente, se me aparece el pico del Yelmo, sobresaliendo gigante como si quisiera irse al mar azul oscuro que le arropa. Giro en la curva y ya voy de frente al pueblo que esta tarde, una vez más, me reclama amorosamente. Se me cuela el sol de la tarde frontalmente y casi me deja ciego como si pretendiera ocultarme la belleza del rincón que vengo buscando. Aguanto unos segundos con el corazón impaciente y me digo que enseguida voy a pisar tierra y a tocar con mis manos lo que tan amable sueño.

Por entre los rayos blancos e intensos del sol que desde el horizonte cae, observo la robusta figura del castillo clavado en todo lo alto. Es como una silueta recortada y por eso no tiene color, visto desde aquí y a estas horas de la tarde. Las casas que cuelgan y se asientan sobre las rocas, también se me presentan todas recortadas en una silueta incolora por el sol que le da desde el lado del poniente y la sombra que les cubre por el lado que llevo.

A un lado y otro de la carretera, según se entra al pueblo, árboles sin hojas. Por la derecha, la figura de una nave grande y recuerdo que aquí estuvo aquella fabrica de aceite que María Muñoz me contó y quedó recogida en el Libro del Soto de Arriba. Leo un rótulo pintado en las paredes reconstruidas no hace mucho y descubro que ahora este recinto es un almacén de bebidas modernas. Qué paradoja.

Algo más adelante, ya las primeras casas del pueblo: panadería Chispas por la izquierda y ahora recuerdo que hace algunos años, al pasar por aquí, le hice una foto a la niña que jugaba con la abuela. Se la mandé unos días más tarde y cuando otras veces volví, al pasar, siempre llegué a comprar pan. Ocurre en la vida que a veces uno quiere ser reconocido al menos por la satisfacción de sentirse más cercano. No me sucedió a mí esto y ahora lo recuerdo.

Por la derecha me queda la casa de un amigo mío y que también María menciona en el libro. Ya aparece la ladera que cae desde el castillo y se le ve toda vestida de verde a pesar de lo poco que ha llovido este otoño-invierno.

En la misma curva, donde la carretera se divide para irse hacia Pontones y para meterse en el pueblo, dejo el coche. Es este el collado que tanto y desde tanto tiempo, me tiene fascinado. Cuando en otros tiempos lejanos, por aquí ni existían casas ni carretera, la espesa hierba chorreaba desde este collado para un lado y otro y aquello sí que era un cuadro dulcemente bonito. Un paisaje que se mostraba como el broche que cerraba o abría la puerta hacia el gran valle del edén real.

Son las tres y veinte de la tarde. Me vengo por el paseo de escalones y rellanos empedrados con bolos del río. Es una subida nueva, en forma de paseo moderno, que por este lado, lleva a las ruinas del castillo.

El pórtico de entrada son dos pilares en forma de paredes solitarias, una de piedra y la otra de ladrillos. Se arranca desde la misma carretera y luego empieza a subir como en un camino de unos tres metros de ancho. Lo forman escalones de piedra de granito tallada y luego rellanos largos con piedras muy bien puestas en el suelo. No hace mucho que construyeron este paseo camino. Le pusieron luces y quedó muy bonito. Pero como las luces las trabaron en la misma pared de piedra que va limitando el camino y, que no tiene más de medio metro de alta, ya están todas rotas y hasta con las bombillas arrancadas. Y para mí me digo que la pretensión fue buena aunque no haya resultado lo que se esperaba. ¡Una pena porque el pueblo se merece vestirlo de oro!

Me tropiezo como en una plaza que no lo es porque parece que fue construida para que sirviera de mirador. Tiene sus farolas y son bonitas. La recorro brevemente y lo que más me gusta en la vista que desde este punto se abre. Queda colgado frente a la ladera por donde sube la carretera y surcaba el camino que venía a la Puerta de la Villa.

Por las rocas que sobresalen en lo más alto de este cerro, las que sirvieron de cimientos al viejo castillo, por el lado este, forman algunas covachas. Un perro ladra amarrado a su soga y refugiado en una de estas covachas. Remonto despacio para irme empapando de la belleza que tanto ansío y el camino que piso, se me refleja en lo más hondo del alma. Me lo voy encontrando solitario, reluciente en su construcción moderna pero además de con las farolas todas rotas, como desusado.

Y claro que pienso en aquello viejos y ásperos caminos que los serranos hacían a ir de un lado para otro con sus burros y mulos cargados de leña, trigo, aceitunas o piedras para construirse sus casas. Se han roto, se están rompiendo casi todos y no es porque resulten falsos o extraños a estos lugares, sino porque ya no hay quien los use. Pero aquellos caminos sí nacieron desde dentro, desde la necesidad de seguir en la tierra porque se era de ella y no por capricho ni para presumir de nada y menos de modernos. El valor real de aquellos caminos, los serranos y la sierra entera, estaba y está en ser lo que son sin complejos. Porque lo que distingue y hace único frente a la masa y lo impersonal, arrancan desde dentro y es incompatible con la imitación de las cosas de fuera.

A unos metros en mi recorrido, el paseo se divide en dos. Uno que se echa para abajo y va buscando como la entrada a la Puerta de la Villa y el otro ramal que se viene por la parte más alta, agarrándose a la ladera para remontar hasta el castillo. No dejo de ver, en todo momento, las pantallas de luces que por aquí pusieron. Todas rotas. Ni una sola sana. A lo mejor si se hubiera ideado otro estilo habría dando mejor resultado.

Traza una curva y sube ahora hacia el rellano más alto como dirección a la carretera que lleva a Pontones. Al llegar, no a lo alto total, tiene como un descanso. Por unos segundos me paro y observo. La tarde es limpia y el viento duerme sereno. Brilla el azul del cielo y el silencio parece como si tuviera su cuna en las casas del pueblo que voy a recorrer. Y más que cerrarme puertas, lo que hace es gritar amorosamente para que me convenza que lo mejor es lo que los dos sabemos.

Continuo y ahora cuento los escalones que hay entre rellano y rellano. Uno, dos, tres, cuatro cinco y seis y luego otro rellano o escalón más largo. Los siguientes trancos construidos de piedra de granito, son más y los siguientes menos. Dependiendo de la inclinación de la ladera, ha sido necesario construir más o menos escalones entre rellano y rellano.

Recuerdo yo ahora que cuando otras veces subí por aquí mismo al castillo, lo hice pisando una estrecha senda de tierra. Y si era en primavera, tapizada de hierba con sus flores silvestres. En algunos de estos descanso naturales que ofrece la ladera, casi siempre había un burro amarrado a su soga que al verme se quedaba fijo en mi y hasta rebuznaba. Tenía su montón de paja y toda la tierra repleta de hierba. Recuerdo yo esto tanto que no se me olvido porque además resulta entrañable y bonito.

Mi camino ahora tuerce para atrás y parece que ya quiere entrar por las puertas del castillo. Sigo contando escalones mientras avanzo y descubro belleza en la tarde dorada. Antes de remontar por completo, se pega a una pista de tierra que le entra por el lado izquierdo y viene acompañada de una acera que también han construido no hace mucho. Arriba y al frente, resalta la valla de un pequeño campo de deportes. Desde lo alto lo veré mejor.

No ha coronado y ya se termina la calle, paseo ancho en forma de camino recogido entre dos paredes de piedra y con las luces todas rotas. Continua la senda casi pista pero ya en pura tierra aunque sí están clavados en la tierra los adoquines de granito que sirven de escalón entre rellano y rellano. Pero deja de estar empedrado.

Antes de entrar por la pequeña puerta que la muralla del castillo me ofrece y todavía se conserva casi perfecta, echo una mirada. Lo que me ha quedado atrás abajo, pegado a la carretera de alquitrán que llega al pueblo, es un bloque de construcciones entre las que se encuentra la panadería, la casa de mi amigo, otras dos o tres casas más por donde está la discoteca, el edificio donde estuvo la Guardia Civil que ya no, otro edificio pequeño que sirve de escuela y antes, durante un tiempo, fue el ayuntamiento.

Por el lado de la ladera que sostiene la carretera que llega, se ve el edificio del reciente almacén de bebidas, un camino que desde ahí viene hacia la Puerta de la Villa por donde avanza una muchacha con su haz de leña acuestas, algunos árboles sin hojas porque el invierno se las ha arrancado y por debajo de las rocas que caen desde el castillo hacia este lado del pueblo, adivino los antiguos lavaderos recogidos a la sombra de la tarde, tapizados de hojas ocre que los árboles han soltado y la hierba colgando desde las rocas y cubriendo la tierra.

Sigue ladrando el perro que se guarece en la covacha de las rocas. Me acerco a la puerta abierta en la muralla y antes de pasar, me detengo frente a la rechoncha roca que por el lado de la derecha, sobresale cayendo un poco, de la misma muralla. Es un peñón tremendo y entre las grietas clavan sus raíces muchas matas de hierba. Una de ellas es típicamente rupícola y hasta tiene florecillas color rosa blanca. Cuelga en forma de maceta y claro que de una forma natural, adornan la dureza de las rocas y joya de esta pequeña cumbre.

Siento los cencerros de una manada de ovejas y esto me despierta el interés.
Si tengo tiempo, esta tarde me saldré del pueblo y me iré con algún pastor para que me cuente cosas. Creo, para mí, que ellos tienen los mejores tesoros de estas tierras aunque no sean conscientes ni lo sepan.

Arranco y entro por la puerta de la muralla y nada más pasar al otro lado, el camino de tierra, queda encajonado entre dos paredes naturales de piedra y roca dando lugar a una especie de trinchera. Sólo unos metros tiene este tramo del camino y enseguida sale al frente el depósito del agua. Claro que está bien que lo
construyeran en lo más alto de este cerro por aquello del nivel para que las aguas, por su propio peso, vayan a todas las casas.

Lo rozo por el lado izquierdo y mientras me distraigo oyendo caer un chorro de agua a la piscina del depósito, me acerco al burro blanco que por este lado me encuentro amarrado a su soga. ¿Cómo se llamará este burro? Su dueño seguro que vive en el pueblo, cosa que no dudo pero ¿un burro en estos tiempos?

Por el lado derecho del depósito, remonto a lo más alto de la roca que me venía quedando también por la derecha según entraba al recinto del castillo. La tierra tiene mucha hierba. Es donde se encuentra el burro amarrado que me mira como si esperara algo. Lo llamo, le hago una foto y me asomo a todo lo alto para observar algo más.

Estoy situado justo frente al Adarve, la parte superior del muro de una muralla por donde se levantan las almenas. Y en este caso, es el lado de la muralla que desde lo alto cae hacia la Puerta de la Villa. Y ahora recuerdo que la niña Mary, por aquí tiene muchos juegos desparramados. Ella todavía los sueña y con emoción los cuentas para ver si de este modo no se quedan tan perdidos en el tiempo.

Entre tantas cosas, este pueblo sí que es un gran mirador hacia todas las direcciones. Si me pongo dirección norte, a lo lejos y frente, me quedan las llanuras por donde se extiende el pueblo de Cortijos Nuevos y más allá, las sierras de Beas y si ahora giro para la derecha, me tropiezo con el barranco del arroyo de las Aceitunas que es por donde sube la carretera y coronando, la gran porción de sierra, casi todas laderas cubiertas de olivos en las partes bajas y de pinares en las más altas. Son estas laderas las que chorrean desde el Pico Yelmo que corona grandioso, vestido de blanco en la cara de las partes más elevadas de sus cumbres y teñido de ocre y verde oscuro, en sus laderas según caen hacia Hornos o las aldeas del Ojuelo y el Robledo.

Y si me vuelvo hacia la izquierda, sin que todavía haya dejado completa la visión por la derecha, me tropiezo con las casas del pueblo, aquí casi a mis pies y durmiendo en su dulce silencio. La visión es más rica pero la voy a ir dejando para sus momentos concretos, porque ahora lo que me interesa es lo que tengo justo a mis pies y cae en picado. Veo con claridad la ladera que acabo de recorrer y ahora desde la distancia próxima y la experiencia inmediata, me vuelvo a decir que es bonita la construcción que por esta ladera han pretendido pero...

Por una pequeñas pista que viene desde el almacén de bebidas hacia la Puerta de la Villa, sigo viendo a la muchacha con su haz de leña. Tampoco es como lo de aquellos tiempos pero se parece y hasta resulta nostálgico en estos momentos y pueblo.

Como estoy en lo más alto, si miro hacia el rincón de la Puerta de la Villa, queda por completo en picado bajo mí y desde ese punto para abajo y hasta la carretera que sube, toda la extensa ladera se cubre de hierba. De entre ella surgen algunos almendros sin hojas ni fruto y algunos olivos que les dan compañía. En la tarde y el momento, cualquier detalle o rincón, llenan el alma de paz y de gozo. Es excepcionalmente bello este pueblo blanco. Y me digo ahora que no hay que buscar ni días concretos ni horas puntuales. Cualquier día del año y a cualquier hora del día, este Hornos pueblo querido, revienta de belleza natural.

Por la ladera esta que tengo antes mis ojos, chorrea la sombra de la tarde y por esto parece todavía más umbrosa y húmeda y de verdad lo es. Aúlla ahora el perro que mientras venía subiendo, me ladraba. Por la pista de tierra que viene desde el almacén de bebidas, en un cruce, se ve a otro burro también color ceniza que come hierba tranquilo.

2- Tú Platero, mi burro blanco,
Cuando yo me muera,
¿Quién te dará el cariño
que yo te he dado
y quién te llevará a la hierba
de los frescos prados
o recorrerá sentado
sobre tu lomo de plata,
los caminos de nieve y barro?
Platero, mi buen amigo,
¡Qué solos, unos y otros
nos vamos, sin querer, quedando!

La tarde sí que es bonita y con tantos olivares chorreando desde las laderas. De entre ellos sale algún chorro de humo de las lumbres que los aceituneros tienen encendidas para quitarse el frío de las manos y pies. Por eso, y ya lo vengo notando desde el primer momento, las casas y calles del pueblo, parecen solitarias. Ni se ve a nadie ni se oye la voz de ninguna persona. Y la tarde es bonita como pocas tardes se puedan soñar. Desde este punto atalaya del pueblo recogido, la tarde es más bonita de lo que se puede decir. La tarde, como tantas por estos paraísos de la sierra, es bonita y transparenta la luz de lo eterno.

3- La tarde me chorrea silenciosa,
oculta a los ojos de los humanos
y me empapa en lo más hondo
con el beso del Dios amado
y la esencia de este pueblo,
¡qué dulce me da su abrazo!


Quizá por esto ando por aquí y estoy buscando aunque casi nadie tampoco lo sepa y ni yo tenga certeza de encontrar lo que de verdad deseo. Mirando desde lo alto de este espigón, que es el más elevado del cerro donde se alza el castillo, a las casas y las calles acurrucadas en su rincón de ensueño, se les notan silenciosas o como esperando y por eso sé que no están sin vida.

Por lo alto de las casas que, por este lado del cerro y desde los peñascos del castillo, se recogen en la plataforma que la gran roca tenía, a lo lejos, descubro la blancura de las aldeas de Guabrás, el Tóvar y el Majal. Pero si me vengo más cerca sin perder esta dirección, aquí mismo me queda la pared de rocas naturales que por este lado presentaba la peña y ahí, a sólo unos metros de donde estoy, adivino la Puerta de la Villa. No la veo porque me la tapan las casas pero por ese estrecho tallaron la entrada y ahora queda recogida entre las paredes de las reconstruidas viviendas.

Los tejados de las casas brillan al sol de la tarde, unos con sus tejas color caramelo, otros con ellas más negras y alguno fabricados de uralita. Recorro el cuerpo del pueblo y me digo que un poco en el centro me quedan las cuatro calles más importantes o al menos más largas dentro del núcleo soberano de este ensueño: calle Real, calle de Enmedio, calle Alta y calle de las Parras.

En la calle de Enmedio, vivió un señor que fue el primer médico que yo conocí, don Francisco. Luego después, el médico se trasladó de casa y en esta misma vivienda, tuvo el comercio Paco Lozano. Que anteriormente lo había tenido aquí: en al calle Real, en la misma esquina de esta otra calle.

Más a la izquierda, sobresale el macizo de la iglesia con su torre que remonta por entre todas las casas y por eso se aprecia bien, lo vieja que es. En su parte más alta, tiene muchos trozos rotos. Por un hueco se ve el reloj del Ayuntamiento y de los tejados, pues las chimeneas sobresaliendo y el humo manando de ellas.

4- ¡Qué cuadro, Dios mío
y qué regalo
y que yo,
no tenga palabras
para expresarlo!

Durante un rato más, me empapo de la visión dulce que desde este punto me ofrece el pueblo y su entorno y ahora me muevo para seguir con mis paseos en esta vivencia profunda y personal. De nuevo rozo al burro blanco que me ha dado compañía durante unos segundos como si alguien no me quisiera dejar tan solo y ahora que lo despido, advierto que este animal es muy bonito y además reluce de tan gordo.

Bajando por la ladera del cerro que sostiene al castillo, el Adarve queda a la derecha. Aquello era otro corte de rocas que había allí. La continuación de la muralla que venía por la Puerta de la Villa. Desde la muralla hacia dentro, allí había un terreno que entonces no tenía casas. Un descampaillo no muy grande y era donde jugábamos los chiquillos también, siempre teniendo cuidado de no acercarnos al Adarve, porque aquello era peligroso. Allí se mató un chiquillo. Se cayó por aquel despeñadero. Y ya te digo, lo único importante que había por aquí, era el Adarve. Por la ladera y más para el lado de la Puerta Nueva, eran casillas a manta, de gente modesta pero todas buenísimas y ya, el desfiladero del Adarve.

dejo al burro amarrado a su soga, comiendo la hierba que le ofrecen los puñados de tierra que se retienen entre las repisas de las rocas de este cerro y busco el camino que me ha dado entrada al recinto del castillo. Rozo otra vez el depósito de agua con su rumor de chorrilo limpio cayendo dentro y avanzo pretendiendo entrar a las partes más reales de esta fortaleza. Se me presenta de frente la recia muralla pero tiene un roto no natural sino que en alguna época alguien debió abrir y por él me cuelo porque es por aquí por donde discurre la estrecha vereda.

Antes de entrar, según subo un poco, descubro la tierra que se presenta como esponjosa y con pequeñas grietas. Es la escarcha que por la noche fragua sus cristales en esta humedad y, al derretirse durante el día porque el sol la calienta, deja sus huellas talladas en la tierra. La humedad es tanta que hasta se forma un poco de barro pero se puede subir sin problemas. Entro por el portillo de la muralla y miro como si deseara encontrar no sé que misterio.

Ya conozco un poco el recinto y las ruinas de este castillo. En otros tiempos, hace muchos años, los recorrí en un distraído juego que, pasado los años, tampoco he podido olvidar. A la izquierda me saluda, alta y robusta, la que dicen es torre del homenaje. Por la derecha me escolta un trozo grande de muralla todavía con las misma piedras de aquellos primeros tiempos porque este panel no fue reconstruido y entre el caminillo que recorro y este cuerpo de muralla, la construcción como de unas piscinas que seguro serían deposito de agua o algo parecido.

Ya enseguida aquí, las rocas peladas que por supuesto, todas caían dentro del recinto del castillo. Por este lado, que es por donde se pone el sol, me asomo al otro rincón del pueblo. Es esta la parte más moderna y por donde ahora discurre y entra, hasta su corazón, la carretera.

A mis pies queda un bloque de casas ya levantadas fuera del recinto de la muralla natural que forman las rocas sobre la que se asienta el pueblo. También se salen de la muralla que ofrece el viejo castillo. En los tiempos que fueron construidas ya no se necesitaba protección contra los enemigos, como pasaba en los momentos del primer pueblo.

Miro casi en vertical porque estoy en el filo de la roca y descubro las paredes de lo que ahora es un hotel, El Mirador. Por su puerta avanza la carretera y algo más adelante, se abre la roca en forma de arco que fue tallado a base de barrenos para que por aquí entrara esta carretera al viejo y noble recinto del blanco pueblo. Justo ahí mismo descubro el que yo llamo mirador de la espera. Un precioso balcón frente a mágico valle que ahora cubren las aguas del Pantano del Tranco. Y justo ahí es donde hubo una gran roca, cuando todavía no habían construido las casas que hay ahora. El Calvario es como se llamaba ese rincón. Tampoco esta tarde, ahí encuentro a los mayores sentados, paseando o simplemente mirando a los que entra o salen.

Por este lado, se escapa un trozo de muralla de donde sobresale una torre hacia las aguas del pantano, perfectamente recortada contra ellas y desde ese lado, iluminada por el sol que cae sobre la Sierra de las Lagunillas, mucho más allá del pantano y ya en los términos de Santiago de la Espada. De ensueño el cuadro pero triste por no sé que razón. Así lo siento y así lo digo.

5- La tarde que rueda
y el sol que la baña,
eres Tú que llegas
y desde las montañas
cubres con tu esencia,
las tierras amadas
que son lejanías
y trozos del alma.

Ovejas que se sienten balar por este lado del pueblo y sobre las tierras de la ladera por donde se escapa la carretera que, desde este rincón, lleva a las aldeas de Hornos el Viejo, La Platera y el Carrascal. Justo por donde esta carretera sale de las nuevas casas del pueblo, se ven las ruinas de aquella vieja fábrica de aceite, según me dijo María, propiedad de don Francisco Blanco. Desde la distancia adivino las zarzas comiéndose sus paredes derruidas y la hierba creciendo por entre las piedras. Por ahí mismo y algo en la ladera que sube hacia el mirador de las Celadillas, veo a un pequeño rebaño de ovejas pastando. Se oyen sus cencerrillas y el balar de los corderos. ¡Qué no guardará en su silencio este pequeño rincón que es justo por donde el viejo camino que subía de la Vega de Hornos, entraba al pueblo!

Justo debajo de mí, tengo un techado de uralita. Cubre a una humilde construcción que metieron casi a presión, en el hueco de las rocas que sujeta a la muralla del castillo y la misma muralla. La economía del espacio encima y alrededor de esta gran roca, cimiento del pueblo, obliga construir en cualquier resquicio si es que no se quiere salir por las tierras en que van las casas que ahora llaman “Nuevas”.

Desde el collado, justo por donde pasa la carretera que llega y se va, rebosando para un lado y otro. Me enteraré yo más tarde, que en ese delicioso collado, estuvieron todas las eras en aquellos lejanos tiempos. Dentro de un rato tocará hablar de eso.

Bajo las uralitas de esta construcción contra las rocas y muralla del castillo, se mueven unas cabras. Al verme en lo alto, me miran y balan. ¿Qué quieren o qué me anuncian? Tres perros también refugiados ahí mismo pero en su casucha particular, me ladran sin saber a dónde mirar. Me notan pero como estoy totalmente en todo lo alto, no me ven porque tendrían que volver su cabeza hacia las estrellas y por ahora no lo hacen.

En el centro de estas sencillas pero curiosas construcciones, crece una noguera. Es grande y su tronco se presenta grueso pero como estamos en invierno, no tiene hojas. Seguro que en primavera y verano, la sombra que esta noguera da, cubre y llena de fresco a los animales que en el corral se refugian. Así son las cosas de este pueblo y mira qué bonitas aunque sean humildes y tengan su pincelada de escasez. Esto último me duele porque lo sufren las personas más buenas de la tierra sin culpa ninguna pero lo primero, me gusta y hasta me consuela porque anda entre lo que es más real y auténtico.

6 - La noguera verde
que adornó mi huerto,
solitaria se mece
al pasar el viento
y pálida se le ve
frente al invierno,
en las tardes brillantes
de mi recuerdo!

Siguiendo por esta ladera hacia la cuesta por donde he subido, me tropiezo con lo que ahora son los campos de deporte. En aquellos tiempos, ahí estuvo el cementerio. Por ahí cerca construyeron una tiná para el ganado y ahora, pues ya se ve. Sólo el cementerio y, lo demás, hierba y abajo, el collado de las eras, es lo que en aquellos tiempos había por aquí.

7- En el cementerio viejo
los niños jugaban
a saltar por la tapia
y en la tumba del abuelo,
los niños ponían
amapolas blancas
con trozos de cielo
y estrellas de plata.

Sigo mirando, como si no tuviera prisa y sí la tengo porque la tarde, en estas fechas, no se alarga mucho y mi sueño es ambicioso, y lo que ahora reclama mi atención es la carretera que desde las casas nuevas, sale para el pueblo de Hornos el Viejo. Y caigo en la cuenta que María José, estudiante en la Safa de Úbeda y vecina de este delicioso pueblo, me decía hace unos días:
- Pues esa carretera que en tu librico de las ocho rutas literarias, describes como pista de tierra con muchos baches, ya está asfaltada.
Me sorprende la noticia y por esto pregunto:
- ¿Cuándo ha sido, porque no hace tanto que estuve por allí?
Y ella:
- Poco tiempo hace.

Por eso ahora quiero yo aquí dejar claro que la ruta que en ese librico se describe como pista de tierra, ya no lo es. Se escribió unos meses antes y resulta normal que las cosas cambien y en este caso, me alegro. Las personas que viven en las aldeas antes mencionadas, tienen derecho a tener una carretera buena para entrar o salir de su rincón. Aunque también digo que algo bueno se pierde detrás de cada paso hacia el progreso y ello, se debería retener en algún sitio o lugar para que nunca se quiebren los eslabones de la gran cadena. Cada granito de arena tiene su importancia aunque pertenezca a siglos pasados y parezcan que ya no hace falta porque son otros tiempos. Quizá por esto, el cambio que se ha producido en mi librico de las ocho rutas, siga así para siempre. Lo que era tenía su valor y lo nuevo, pues ya veremos.

Sigo mirando a esa carretera por donde me tendré que ir algún día de estos para saborearla con su nuevo firme y salir desde el pueblo e ir por ella, veo a varios jóvenes. Y lo que enseguida me digo es que no todos, esta tarde sábado, están en el campo recogiendo aceitunas. Claro que también sé que de este pueblo al menos tres personas son estudiantes en el colegió y pueblo que atrás mencioné. Ellos tienen que preparar sus trabajos y por esto, puede que sacrifiquen la recogida de las aceitunas, al menos algunos días.

Se ve, al fondo el pantano. Precioso por lo lleno que se muestra y lo que al caer la tarde, reluce por el sol que lo besa desde el horizonte. Pero como es contra luz, se le ve más bien en un tono gris apagado. No tiene colores como otras veces e igual le sucede a la sierra que le corona por el lado del poniente y a los valles que, desde las aldeas de Hornos el Viejo, La Platera, el Carrascal, la Canalica y Fuente de la Higuera, caen para donde se remansan las aguas, valle perdido para siempre.

8 - ¡Qué bonito era mi valle
y las flores blancas
de los almendros, al aire,
bailan que bailan!
¡Qué bonito era mi valle
por las mañanas
y por las tardes,
siempre arrullado de fuentes
y verde su traje
como las hojas claras
del cerezo grande.

Continúan con sus ladridos los perros porque me siguen sintiendo en lo alto de ellos, sobre la roca de los cimientos del castillo y sólo enturbia el silencio de la tarde, el balido de las ovejas y al ruido de algún tractor que va regresando del campo. Por entre la carretera que va a Hornos el Viejo y la que sube a Pontones, las dos en la ladera que cae desde el Mirador de las Celadillas, descubro como un trozo de carril nuevo. Arranca desde las casas y se le ve con un acabado bueno pero no va a ninguna parte. Me extraña y por eso me pregunto que qué será. Lo consultaré haber si lo descubro.

Prescindo de los ladridos de los perros que de verdad se han puesto nerviosos y me muevo hacia la torre grande saltando por lo alto de las rocas redondeadas. Son unos pedruscos tremendos y ahora caído en la cuenta que este cerro, es casi exclusivamente una pura roca. El cerro Hornos por mi derecha y muy elevado y lleno de monte y cayendo hacia el pueblo, el collado por donde pasa la carretera, luego esta mole rocosa donde levantaron el castillo y como a esta repisa le quedaba un rellano por el lado que da al río, ahí construyeron el pueblo y a continuación, viene el precipicio de las rocas que quedan perfectamente clavadas sobre la ladera y alzadas del valles por donde corre el río cuando el pantano no estaba o, en todo caso, cuando no se encuentra muy lleno.

Y claro que lo entiendo: algo así como si la naturaleza, y en ella Dios siempre presente, primero hubiera preparado los cimientos reales, mágicos y duros y además, caprichosamente y luego dejara que los hombres llegaran y levantaran sus casas. En la mejor y más linda plataforma que nunca se ha dado en el mundo entero. Y por eso yo decía antes y digo y seguiré diciendo que todo surgió como de la fantasía de un sueño y ahora lo sigue siendo, aunque tenga su matiz humano por el dolor que a veces en la vida existe y la dureza que la lucha diaria, tiene.

Pongo mis pies sobre las rocas que sobresalen en lo más alto del cerro y sin saber todavía hacia dónde irme ni qué buscar, me acerco a la gran torre del homenaje. Voy ahora saltando dirección al pico Yelmo que lo veo allá a lo lejos, coronado en estos momentos por el mismo cielo azul de hace un rato pero más bonito porque está enjoyado por varias nubes blancas. ¡Qué majestuoso rincón donde este pueblo se alza y rodeado de tan lujoso escenario!

En los rellanos que dejan las rocas de la cumbre del cerro que piso, fue donde levantaron la robusta torre del homenaje, lo más singular de este castillo misterioso y bello, no importa que roto. En los tiempos estos, los castillos son como adornos y no como antes. Aunque sí representan eslabones en la cadena de la historia y del tiempo pero una cosa es lo que la naturaleza transforma en su ciclo natural y otra, lo que los humanos emprendemos.

Me paro en la parte más alta y durante un rato miro de frente y a pocos metros, a la gran torre. ¿Qué busco? ¿Qué me gustaría que me dijera ella? ¿Qué oculta en su mudez de piedra fría y sus carnes color caramelo? Me acuerdo de aquel juego de la niña rubia de otro pueblo cercano, en aquellos tiempos mágicos y de aquel otro juego de la otra niña que subía desde la Vega de Hornos y con sus primos, corrían y jugaban con aviones de papel y al miedo, por entre las paredes de este gigante durmiendo. Pero ¿y antes de estos juegos?

9 - La niña risueña
juega y sonríe,
el viento la besa
y el cielo le dice:
¡qué niña esta
que tanto juega
olvidada del mundo
que a su lado brega!

Sigo moviendo mis pies y por el lado del pueblo, rozo la pared de la gran torre descubriendo que hay otra más hacia el Yelmo y justo en el mismo paño de muralla que de esta grande sale. En este trozo de muralla es donde se abre la primera puerta que atravesé hace un rato cuando entraba al recinto de este rincón pétreo.
Por unos segundos me paro y al ver el cuadro que forman las dos torres con su trozo de muralla, el telón del cielo azul al fondo y la figura bonita del Monte Yelmo, me decido y hago una foto. Esta para el recuerdo de la tarde y el blanco momento y que así mi alma se quede por aquí para siempre aunque sólo sea en el deseo, es lo que me digo.

Y ahora se abren más mis ojos y descubro que mirando hacia esta dirección y sumando a estas torres, todo el entorno de lo que hacia el horizonte se pierde, se le ve mucho más grande de lo que a dos pasos parece. Es muy alta esta torre y la muralla que la protegía. El trozo de muralla que hay por el lado de las casas del pueblo, no fue reconstruida. En cambio, el trozo que desde la torre grande se va hacia la torre chica y sigue avanzando hasta la puerta que me ha dado entrada, sí fue reconstruida pero tampoco terminada.

Lo del castillo, todo es lo que ha sido siempre. Esto era una fortaleza que antes, se encontraba más deteriorado porque llevaba ya mucho tiempo sin que lo hubieran restaurado. Y claro, pues las cosas, si no se arreglan, se van hundiendo pero después parece ser que se han preocupado un poquito y eso es bueno. Si no lo ponen conforme estaba, por lo menos procurar que no se rompa más. De alguna manera, lo han cuidado.

A los otros chiquillos les gustaba, con los tirachinas, tirar chinas y piedras a ver quién llegaba más lejos. Pero por debajo del castillo, pues no había nada más que las eras y el cementerio.

Avanzo ahora hacia la torre para volverme para atrás ya que por ahí no puedo seguir y salto por las rocas. Rozo otra vez la pared de la enorme columna y al ver el lado de la sombra, me digo que podría entrar por aquí y subir los escalones que llevan al trozo de muralla antes mencionado. Me digo esto y justo enseguida decido que voy a entrar y ver, para recordar también aquellos días de los juegos de las niñas encantadas.

Es un rincón que se recoge entre la torre grande, el trozo de muralla que fue reconstruido y la segunda torre que es punto y final en el tramo de muralla que da al collado donde ahora nace este pueblo. Por el lado de la sombra de la tarde, se pegan los escalones, en pura roca tobácea y todavía tal como los pusieron en aquellos tiempos primeros, voy dejando caer mis pies. Tres o cuatro escalones remonto dirección al cerro Hornos, giro para el Yelmo, remonto otros tantos y ya estoy como en una repisa que la muralla tiene por el lado de dentro. Por el lado que mira al collado del pueblo, todavía se alza la construcción de la muralla casi más de un metro.

Era esto un mirador para asomarse a ver lo que por el collado ocurría. A lo largo del muro completo del recinto va este pasillo y muere justo al llegar a la torre menor. Mientras avanzo voy viendo los campos de deporte que hace un rato me dejé junto al paseo que subía. Por la carretera que va a Pontones dos mujeres suben paseando a un niño. Y por lo demás, todavía en su profundo silencio, el pueblo a un lado y otro.

Me asomo al hueco que es como una ventana frente a las tierras de Cortijos Nuevos. La visión se presenta ahora más grandiosa, con todo el pueblo en primer plano y las extensiones que ya antes mencioné. Por un momento me paro a escuchar la tarde. Es hermosísima. Ahora sólo se oye el ruido del motor de una fábrica que hay por el lado que va para Pontones y como el viento ni se mueve, el humo de las chimeneas, se eleva lento como si no tuviera prisa o como si no supiera a dónde ir o no quisiera irse del rincón donde ha nacido. Algo como me pasa a mí y a tantos que conozco, aunque con dolor distinto.

10 - La tarde en su silencio
corriendo por la tierra
y yo soñando y quieto
en esta eterna espera,
del abrazo sincero
que da la vida y quema.
La tarde en su silencio
y Tú, Dios mío,
¿cuándo llegas?


Decido regresar porque la tarde no para en su lento caminar para dar paso a las sombras de la noche y bajo las escaleras de piedra. Desciendo por las rocas que sirvieron como de pavimento al castillo por dentro y busco el portillo por donde he entrado hace un rato. Ya me voy a despedir de este castillo. Ahora ya me voy a meter por el pueblo pero al azar, sin buscar ningún camino concreto ni ordenar nada. Puedo decir que no lo conozco a fondo, aunque sí lo conozco en la región de mis sentimientos pero me digo que me da igual por el sitio que entre.

Rozo por tercera vez los depósitos del agua y, al irme por la pendiente que del viejo castillo chorrea hacia las casas del blanco pueblo, lo primero que me complica la vida es el puñado de veredas que desde aquí parten abriéndose para las distintas casas que desde el corazón del pueblo, han subido por esta ladera. ¿Por cual de ellas me voy? Es lo que me digo mientras no dejo de bajar pisando rocas, paja del burro Platero que ya no recorre caminos pero sí come hierba del prado y tierra con mucho hierba fresca.

Y ya se bajaban todas estas calles, cuesta abajo, que entonces, pues tenían muchas rocas, no estaban alisadas y no como ahora que sí están pavimentadas. Entonces estaban más como a lo antiguo.
- ¿Cómo se llamaban algunas de las calles estas?
- De eso no me acuerdo. Donde más iba siempre era a la calle de Las Parras.

Cuando se llegaba abajo, descansaba la tierra en esta plazoleta y ya La Puerta de la Villa. Tampoco me acuerdo como se llamaba esta plazoleta. Nosotros le decíamos la Plaza de la Puerta de la Villa pero para abreviar más le decíamos la Plaza la Villa pero el nombre oficial que tuviera, yo no lo recuerdo.

Una pequeñas senda se viene para el lado de la iglesia y otra le entra más pegado al corte de rocas que acogen la Puerta de la Villa. Dudo un poco mientras de nuevo un perro me empieza a ladrar. Me detengo y miro. En primer plano lo que tengo son algunos tendederos de alambres donde hay mucha ropa colgada y varias casas. Algunas tienen su techo de uralita. Son las más humildes sin que ello indique que sean las más feas o menos hermosas por dentro.

11 - Aquel bello palacio
de nuestra cueva en las rocas
y junto al río hermano,
¡cómo también se desmorona
en un grito sesgado
de vida que se ahoga!

Sigo sin ver a nadie. Sigo sin oír ni siquiera el rumor de voces humanas. Me da el sol de frente y ahora comienza a tornarse oro. Arranco y decido venirme lo más pegado posible al lado de la derecha. Y en cuanto bajo un poco, también me encuentro con más divisiones. Pero ahora ya lo tengo claro: me voy a ir aproximando todo lo posible para el lado de la Puerta de la Villa. No sé el camino pero con esta estrategia, seguro que me la encontraré casi antes que ninguna otra cosa.

Siguen con sus ladridos los perros. Una de las sendas que viene avanzando por la pura roca y tierra, se vuelve a ir por el lado de la izquierda. La dejo y me pego a la derecha. En la puerta de una de estas casas un par de jaulas con jilgueros. Rozo estas entradas, giro un poco hacia la izquierda y más ropa tendida pero ahora en una cuerda que han amarrado de un árbol a otro. Son árboles frutales, almendros, ciruelos o cerezos y por eso no tienen hojas. Casi cada puerta de estas casas tiene, además de sus preciosas macetas, su arbolito, su montón de leña para la lumbre, restos de paja que es el pienso de este burro peludo y quizá de algún otro y por supuesto, algunas cajoneras que, al pasar y como regalo, va dejando platero sin nombre. ¿Por qué no?

El camino que recorro y yo, incierto y sin límites, vamos como podemos bajando. Es cómodo pero ni hay llanura ni es camino de verdad porque salta por las rocas de la ladera y sólo de vez en cuando mejora porque le han hecho algún escalón de cemento para que la entrada a la casa sea más cómoda. Un pajar a la derecha con dos escaleras para remontar y entrar a él donde se amontona el alimento para el peludo blanco. Ya lo adivinaba y aquí está. Se parece este pajar a los que en los cortijos de la sierra profunda, construían los serranos junto a las tinadas o las casas donde vivían.

12- Después de la trilla
se recoge la paja
y el oro que brilla,
no son las granzas,
sino las semillas
del trigo candeal
anunciando la harina.

Varias puertas más y ahora siento a un niño dentro. Por fin un sonido humano. Otro rellano, porque ahora según voy bajando, las calles empiezan a tomar nuevo aspecto y aquí dudo pero sigo con el mismo plan: me voy para la derecha. Otra puerta más con su montón de leña y la calle ya pavimentada con losas que parecen chinicas del río. Ahora esto sí se torna en comodidad. Descubro que el objetivo prefijado, se hace realidad. La Puerta de la Villa no me queda lejos.

Hierbabuena sembrada junto a una pared en la puerta de una casa. Una pequeña plaza donde, al mirar, descubro desembocan dos calles cuyos nombres me suenan. Vienen del lado del pueblo que da al pantano y de cerca de las paredes de la iglesia y tienen por nombre calla de las Parras y calle Alta. Miro porque sigo dudando pero al ver la muralla por el lado de la derecha, me voy para ella, recorro una estrecha y corta callejuela y me doy de bruces con unas escaleras. La construcción es de ladrillo y veo una entrada.

Sigo las escaleras y subo a la pequeña azotea que la muralla, por este punto de la Puerta de la Villa, sostiene. Me asomo y ya descubro el conjunto. Estoy remontado en la misma Puerta de la Villa y lo que ahora hago es estudiar cada uno de los rincones que desde aquí se me ofrecen. Por el lado que da a donde estuvo el antiguo lavadero, descubro la recia pared de rocas que desde lo alto del castillo cae hace este punto. Se abre un recinto entre el camino que entra a la Villa y las rocas, oscuro por completo porque queda a la sombra de la tarde. Por ahí se amontona la hierba, las hojas secas de los árboles, las raíces de estos mismos por entre las grietas de las rocas y el frío de la tarde mezclado con el profundo silencio.

Aquí mismo, casi al alcance de mi mano, me queda la chimenea de una casa por donde sale una hebra de humo. Es muy reducido este espacio pero tiene la suficiente belleza como para no irse de él en un buen rato. Por donde se va la muralla siguiendo el borde del acantilado y como tantas otras veces, me asombran las casas casi por completo colgadas en el vacío. Se aprovecha todo lo que se puede y de la manera que se puede para construir un poco más puesto que espacio no hay para todo lo que se quiere.

Desde aquí hasta el castillo, por el Adarve, toda esta muralla, era continuada. No se cortaba por ningún sitio. Las casas que había por aquí edificadas, eran encima mismo de la muralla, al borde y las paredes de atrás de las casas, entonces se levantaban hacia arriba y lo que hacían eran continuar la muralla. Y las ventanas, pues daban al exterior del pueblo, por la muralla.

Y ahora me digo, mirando desde este balcón hacia el barranco del arroyo del Aceite, que a este pueblo si algo le sobra, son buenas panorámicas desde todos los puntos además de su silencio donde no hay espacio sino para tocar el cielo y empaparse, por las noches, de las frías heladas y el ladrido de los perros. A este pueblo pequeño, tan bonitamente engalanado en este pedestal rocoso, lo que más le sobra también es el azote del viento cuando sopla del lado del pantano, el crujir de las tormentas cuando se ponen sobre las cumbres del Yelmo y las nieblas que por las mañanas otoñales se amontonan por encima de las aguas del pantano que se tragó lo mejor de él.

13- Este pueblo mío
siendo tan pequeño,
hay que ver cuantos ríos
de incienso y sueños
tiene escondidos
y cuantas tormentas negras
de rotundos crujidos
y de noches tenebrosas,
tiene él vivido.
En este pueblo mío
¡cuántas mañanas temblando,
los hermanos en sus casas,
tiritan y mueren de frío!

Y claro que ahora lo recuerdo: desde este balcón casi de juguete, la nevada de aquella mañana, la más grande que se ha conocido en estas sierras desde hace mucho tiempo, era como de fantasía. Todas las laderas que caen desde el Yelmo, los barrancos de los arroyos, las llanuras hacia el valle de la Puerta de Segura y las cumbres de Beas, vistas desde este punto, eran un puro manto blanco sin mancha ni arrugas. Y más cerca, desde aquí mismo con el rincón de los antiguos lavaderos y la ladera entera hacia la Alcoba Vieja, era como una azucena plenamente abierta, sin tacha ninguna en su blancura y mudamente esperando, parecía, la presencia de un gran rey.

Y para el lado del pueblo, todas las casas igualadas en sus techos y con las chimeneas echando humo y de las canales de las tejas, cayendo los chuzos o carámbanos, gruesos como ramas de árboles y transparentes como el mismo viento. Y a los lados de este pueblo de portal de belén, la sierra entera con todos sus valles, bosques y fuentes, convertida en un espejo inmaculado por donde sólo la luz podía deslizarse y el viento acariciar.

Aquella mañana, todo fue como esto que he dicho de sencillo, profundo y bello y luego al atardecer, se puso oscuro. Nevó mucho más y por la noche se helaron hasta los arroyos y los caños de agua que, al derretirse la nieve, caían por las rocas de la muralla y los tejados. ¡Qué bonito fue aquello, dejando a un lado el frío que los habitantes del pueblo pasaron y lo duro que era moverse por el campo para dar de comer a los animales o trajinar en las tierras! Por eso decía que a este pueblo mío, le sobra tanto que lo único que necesita es quizá un poco más de cariño para las personas que en él viven, casi olvidadas.

Según estoy parado en esta plataforma, de pronto, otro perro comienza sus ladridos. Se asoma por la ventana de una de las casas que cuelgan en la roca y al verme, ladra. Sus ecos se funden con el ruido de un tractor pequeño que ahora sube por la carretera hacia el pueblo. Viene de la aceituna y subido en él, varias personas. Puede que en cuanto pase un rato y la tarde termine de caer, se vean muchas más personas por las calles y casas.

¡Qué bonito es esto, junto con la tarde y lo que por la tierra crece, se mueve y palpita! El rincón donde se recogen los antiguos lavaderos también es muy bonito.
También desde aquí se oyen los ladrillos del primer perro que me encontré refugiado en una de las covachas de las rocas que sostienen al castillo.

Me vuelvo para atrás y me bajo de la azotea. Descubro un letrero en la pared donde leo el nombre de calle Alta. Me voy hacia la derecha que es por donde se entra a la Villa. Unos rellanos y ya salgo a las rocas que sirven de cimiento a la gran muralla que rodeaba al pueblo. La puerta que vengo buscando me la tropiezo en dos pasos. Se abre sencilla, llena de musgo del tiempo y un poco oscura y por ella entro.

14- Como por la puerta del tiempo
en busca del amanecer
y si acaso me lo encuentro,
de la mano lo he de coger
y que venga conmigo al huerto
y me ayude a recoger
los tomates y pimientos.


Y aquí ya la Puerta de la Villa. Que entonces estaba un poquito deteriorada también, que después la han restaurado. Al llegar aquí, se va al barrio Perché, que ya lo tenemos descrito en el libro de las Aguas del Pantano del Tranco. Aquí dicen que está correos ahora pero antes no era así. Antes correos estaba aquí y al lado, las escuelas también.

Descubro lo que ya sé. Que la puerta de la Villa tiene como dos partes y por eso en su mitad, gira en un recodo ya que de otro modo no podía ser por las rocas y la ladera donde se apoya. Todavía está construida con el material de aquellos tiempos y son bonitos los arcos de la puerta, de dos en dos, el recodo y otros dos para salir ya a la luz del rincón oscuro donde se recogen los antiguos lavaderos. Sólo unos metros avanzo y en cuanto descubro la silueta pelada de las ramas de los árboles y las viejas paredes de los lavaderos, me vuelvo.

La recorro para atrás y ahora me digo que si esta entrada hablara, cuántas cosas no podría contarnos de cada una de las personas que por ella han pasado desde aquellos primeros tiempos. Cuántas cosas que bien podrían servirnos para encajar bien los eslabones que amarran a este pueblo con el presente y aquel punto primero del pasado.

Salgo a una pequeña plaza. El otro día buscábamos su nombre y María José y Estrella, no acertaban con él. Plaza de la Fuente y Plaza de la Pepita, decían que se llamaba o al menos así habían oído ellas nombrarla. Pero ahora lo descubro escrito en la pared. Se llama Plaza de San Vicente y no sé si es un nombre de estos tiempos o lo tiene de mucho antes.

Lo de plaza de la fuente, tiene su sentido porque justo en la esquina de esta plaza hacia la Puerta de la Villa y en la calle que baja de la Rueda, en otros tiempos corría una de las tres fuentes que surtían de agua al pueblo. La segunda echaba sus chorros de agua precisamente al final de esta calle, en la misma plaza de la Rueda. Y la tercera, de las tres únicas fuentes que entonces había en el pueblo, se encontraba al comienzo de la calle de las Parras y calle Alta. Hay varios coches aparcados y esto me indica que a este punto ya sí llega la civilización de ahora.

Por la derecha se me ha quedado una pequeña calle que creo va a unos apartamentos que por ahí han construido. Recuerdo el rincón de hace un año o dos, que era cuando trabajaba en la elaboración de un gran mapa topográfico de este Parque Natural. Barrio Parché lleva por nombre este rincón. Un día vinieron por aquí los de la Editorial Alpina, que es la empresa que ha editado este mapa y quedé con ellos en este punto para vernos y organizar el proyecto que teníamos entre manos.

Sentados en esta plaza y esperando, me los encontré y aquello me llenó de alegría. No me duró mucho y lo que sigue, no quiero recordarlo. Pero el mapa salió y ahora se vende por todos los rincones de este espacio protegido y el resto del país. Recuerdo este rincón especialmente por aquel encuentro y lo que supe un poco más tarde. ¡Cómo son las cosas y las vueltas que da la vida!

15- Y Tú, Dios mío,
como esperando
y sin prisa sosteniendo
al mundo y a los personas,
de tu firme mano
y desde tu silencio
y amor recio y sano,
escribiendo recto
con renglones tronchados.


En esta calle estrecha que sube para los apartamentos, creo que se encuentra el edificio de correos. Comienzo a recorrerla y enseguida descubro que por la izquierda salen dos más, estrechicas y cortas porque el filo del voladero que recoge al pueblo, está a sólo unos metros. Gira un poco para el lado del pantano y al notar que por aquí no voy para donde deseo, me vuelvo para atrás. Unos niños gitanos juega con su pelota y la hermana los llama. Un gato salta de una puerta y corre delante de mí.

Esto es el barrio Perché. Yo no me acuerdo haber oído decir que allí hubiera habido una ermita. No digo que no la hubiera, sólo que eso sería muy antiguo y yo no lo oír decir nunca. Aquí lo que había, en este cuadraico, era otro trozo descubierto con otra pared de protección para que no cayeran los niños pero se podía una asomar y mirar todo aquello hacia el cruce de la carretera de Cortijos Nuevos. Todo aquel paisaje se veía desde aquí muy bien, donde entonces no había casas.

Y aquí lo que había era un molino de aceite, propiedad de don Genaro Ojeda. Pero yo no me acuerdo de ver aquello funcionar después. No sé ya lo que habrá allí. Ten en cuenta que hace muchos años que falto de mi pueblo.

Un poco más adelante, me llama la atención las plantas que cuelgan de una ventana. Son como cactus pero de hojas reducidas y quizá porque sea invierno, su tono es algo naranja. Pero lo bonito de estas plantas, y que con tanta fuerza se me cuelan por los ojos, es que cuelgan por completo y quedan resaltadas o esmaltado por el blanco de la pared.

Las personas de este bonito pueblo, siempre fueron muy primorosas y esta pequeña pincelada de las plantas bien cuidadas y la limpieza de la casa, me lo recuerda con toda rotundidad. Y sin embargo, el pueblo sigue en su silencio expectante y con la soledad parada en cada rincón de las calles y hasta en las mismas casas. Pero el corazón me dice que la vida palpita también en cada rincón y con la fuerza más sana y limpia.

Salgo de nuevo a la plaza que ahora tiene tres nombres y recto sigo. Desde aquí ya veo la torre de la iglesia al fondo por el lado del pantano. Una perdiz canta en su jaula puesta en la ventana. Huele a mistela. Leo un letrero que dice: “Apartamentos”. A la derecha una callejuela donde se encuentra la casa parroquial. Suenan las campanas del reloj de la plaza de la Rueda, ubicado en el Ayuntamiento y son las cuatro de la tarde. Luego seguía esta calle por aquí y en este punto vivía Carlota la Panadera. Por aquí era por donde sacaban la procesión. En la que se llama ahora calle Real pero el nombre que tenía antes, no me acuerdo tampoco.

Seguimos subiendo y esta calle, a la izquierda, viene a este sitio que le decían las cuatro esquinas. Es la primera a la derecha subiendo la que ahora se llama calle Real. ¿Que no ves que hace un cruce? Estas son las cuatro esquinas. Subiendo por aquí, en esta callejuela, cuando yo estaba, era donde se encontraba la casa del cura.
- Y ahí sigue estando.
- Sigue estando ¿verdad? Pues era donde estaba también en aquellos tiempos.

De esta casa parroquial, en su rincón sin salida y como escondida para dar ejemplo de humildad entre los humildes de la tierra, tengo un bonito recuerdo de aquella lejana Navidad. Me llamaron los amigos y vine sólo por estar con ellos y al mismo tiempo, acercarme más al pueblo que ya venía haciéndome tilín en el corazón. Estuve dentro, miré por las ventanas, entré y salí y aunque en aquel momento no era consciente ni de lo que me rozaba o respiraba, algo muy esencial, se me enredó en el alma y ahora lo recuerdo:

16- Aquella Navidad chiquita
por entre las casas del pueblo,
sin buscar nada,
pero sí queriendo,
qué huellas más profundas
me dejó dentro.


Luego sigue por aquí y en esta plazoleta que tan poco sé cómo se llamaba, vivían los Ríos. Era aquí mismo donde había unos almacenes que daban los racionamientos de los comestibles durante la guerra. En la segunda calle subiendo para la Rueda, que tampoco sé cómo se llama, vivía Eusebio el correo. Que ya te he dicho, el correo lo traían antes andando y entraba por la Puerta de la Villa.

Antes de llegar a la plaza que se abre en la misma puerta de la iglesia, por la derecha, otra plazoleta. Sigue en su silencio y solitaria como hasta ahora casi todo el pueblo. Piso el espacio que lleva por nombre la Rueda. Es casi cuadrada, con algunos árboles a los lados y muchos coches de las personas que por aquí viven.

Y ya, esta es la calle que sube para arriba a la Rueda. Al entrar a la derecha, vivía don Francisco Blanco y aquí tenía una tiendecilla, Carlota la de Naranjo. Si seguimos por este lado, es donde vivían más familias: Angelica Blanco hermana de don Francisco Blanco. La plaza esta es cuadrada y sí, queda bien dibujada. En este rincón estaba el Ayuntamiento, el Juzgado y el mirador que se llama el Aguilón. Ya otra casa que hay aquí, pegando a la iglesia y a continuación, la casa del dueño del mundo. ¡Mi iglesia de mi alma

Un hombre llega desde la entrada principal. Me mira y en unos segundos se mete en su vivienda y cierra la puerta. Sigo solo. A la derecha me queda el edificio del reloj con un letrero que dice: Ayuntamiento. Al frente la puerta de la iglesia donde también puedo leer: “Parroquia de la Asunción. Hornos de segura año MCMLI”. Tiene tres escalones que se abren en semicírculo para coger toda la entrada. La puerta es de madera pintada en marrón y sujeta con algunos clavos metálicos y de aquellos tiempos.

Si entras a la iglesia, aunque la verás muy bonita, porque el pueblo ha luchado mucho, sigue siendo preciosa pero no llega, ni por aproximación, a como estaba antes de la guerra. Fue por aquellas fechas cuando se destruyeron las imágenes. Aquella iglesia es una verdadera joya. El retablo, yo he oído a personas entendidas, que era uno de los pocos que existían. Quedó destrozado, han hecho lo que han podido y lo han restaurado pero no ha quedado como estaba. ¡La iglesia de mi pueblo de Hornos!

Parece que no pero sí tengo claro lo que ahora quiero. Voy a entrar por la puerta que da paso al balcón del mirador frente al gran valle del pantano. Algo en el corazón me dice que en este punto, además de imbuirme de lleno en el núcleo de la hermana tarde que se va durmiendo por las sierras lejanas, voy a encontrarme con un buen trozo del alma que ando buscando. Lo presiento y como además lo quiero por el deseo que me crece dentro, me preparo y dirijo mis pasos para situarme en el mirador del Aguilón.

Pero en estos momentos, unos que han llegado y al parecer vienen de fuera, se me adelantan. Me paro porque, como en tantos otros sitio de este planeta tierra, ahora esta tarde y en este rincón, también quería encontrarme solo frente a lo que me da tanta vida desde su silencio. “Me espero un poco y cuando salgan, aprovecho y como la tarde se viste con traje tan especial, me asomo al balcón y la gozo al tiempo que me baño por los rincones que desde este pueblo se derraman hacia el valle”. Es lo que me digo y mientras tanto, miro como si no buscara nada por la plaza grande en la que ahora me encuentro.

Y recuerdo que hace un tiempo, no mucho, se celebró aquí la exposición de aquel novedoso zoco. Vine atraído, no sé exactamente por qué, y cuando acordé, me encontraba entre las personas que aquel día por aquí se concentraban. Música de banda, muchos puestecicos de las personas que habían venido a vender algo, personalidades, gente de fuera de estas tierras, más música y algunos que exponían cosas que rescataban de los tiempos pasados.

Recuerdo que me acerqué a un grupo de mujeres que hilaba al tiempo que explicaban, con un telar de los de aquellos tiempos. Pregunté y sí que me dijeron muchas cosas. Luego seguí dando alguna vuelta y al poco, me fui. Al retirarme descubrí que las calles del pueblo, las plazas, los miradores y hasta la carretera que llega, estaban atestadas de coches y personas. ¡Cuánta gente vino por aquí aquel día y qué satisfechos se les veía a los responsables y autoridades!

Pero yo me fui y tampoco ahora podría decir por qué. El pueblo aquel día parecía otro y con una gala que nunca había vestido. Después, este zoco se ha expuesto en otros puntos de la ancha sierra. Y ha pasado el tiempo. Varios años y ahora que, cuando esta tarde estoy solo en esta bonica plaza de la Rueda, tan venerable ella por lo que tiene sobre sus espaldas y el amor que le han dado los hijos del pueblo, lo recuerdo.

17- En la tarde silenciosa
del gran murmullo y la espera,
mi alma, cual mariposa,
pasa y revolotea
de un narciso a una rosa
y liba la pura esencia,
no de las flores del montón,
sino de la inmortal primavera.


Miro y veo que los que han llegado, salen. Me muevo y entro. Me los cruzo todavía unos metros antes de abandonar el balcón y justo ahora, despidiéndose de un muchacho que, sentando en el suelo frente al pantano y la tarde, tiene unos papeles con él y estudia. “Pues que tengas suerte y apruebes pero saldrás perdiendo porque si te vas de este pueblo al grande que sueñas, perderás el paraíso”. Oigo que le dicen los que se van. Y él les contesta: “Pero el paraíso, cuando se vive de continuo en él, deja de serlo por lo que machaca tanta soledad, tanta escasez de lo que abunda en las grandes ciudades y lo que abruma el silencio”.

Ellos ya no responden. Salen y por la plaza grande que tiene dignidad a raudales, se pierden buscando no sé qué. Y como ya estoy frente al joven, también lo saludo y por decir algo, digo y pregunto:
- ¿Qué estudias?
- Soy el guardia municipal de este pueblo desde hace unos años y, como hay oposiciones en Úbeda, me preparo a ver si tengo suerte. Vivo aquí pero soy de Baeza?
- No será tan fácil, ¿verdad?
- Estamos treinta y tantos pero claro, este pueblo...

Me asomo al balcón y aunque me siento bien, no me encuentro agusto del todo. Pretendía lo que ya dije atrás porque lo soñaba bonito y ahora... pues me digo que no es lo mismo. Miro mientras seguimos hablando y por la ladera que desde la recia pared de roca cae desde el pueblo, pasta un pequeño rebaño de ovejas. Caen ladera bajo los almendros clavados en la tierra acompañados de algunos olivos. La hierba tapiza el suelo que no es barbecho sino erial. Se ven las últimas colas del pantano por donde el río Hornos se funde con éste, reluce el sol sobre la extensa masa de las aguas del gigante y la bruma, cubre los barrancos lejanos.

18- La tarde, qué bonita
arropando mudamente
al mundo que palpita
en esta tierra mía
de ausencias y buena gente.

- ¿Y qué busca usted por aquí?
Pregunta el joven porque seguimos charlando. Le digo que intento algo parecido a un trabajo y sin saber cómo, sale el libro que ya tantos han leído.
- ¡Claro! Si lo tengo en mi casa. Lo he leído y es curioso. ¿Usted lo ha escrito?
También le digo que sí y ahora él me aclara que le gusta mucho la fotografía y que pretende hacer un bonito reportaje de las matanzas serranas. Lo animo diciendo:
- Eso se puede y además con seguridad que será interesante.

Pero lo que ahora más me gustaría y, es algo de lo que también hace un rato y, al comenzar la tarde venía soñando, aparece por la puerta escasa que da entrada al original balcón del Aguilón. Un hombre mayor, de los que ya están jubilados y siempre veo llenos de sabiduría y secretos serranos de los auténticos. Nos saluda también por romper el silencio y decir algo y antes de que lo advierta, ya estoy a su lado. Le pregunto por el nombre y me dice que:
- Me llamo Domingo García del Río, vivo en la calle de Las Parras y yo nací en la Aldea de la Garganta. Por suerte o por desgracia, se me murió mi padre dos meses antes de nacer yo. Y luego mi madre se casó con otro viudo de la Garganta. Que es encima del cerro ese.

Le digo que yo también sé dónde se encuentra la Garganta y que es, además de una aldea ya casi rota por completo porque también la destruyeron cuando aquello del Coto Nacional, el arroyo largo que nace justo en la Cumbre, donde se cruzan las carreteras que llevan a Pontones, río Madera y Segura de la Sierra. Sé
que luego ese arroyo de la Garganta, algo más abajo, roza la aldea de Capellanía
y por allí más o menos o más bien más adelante, ya se llama arroyo de las Aceitunas.

Subiendo por la carretera que lleva a la Cumbre, ya frente a la aldea de la Capellanía, se encuentra el Control. Ahora, las paredes rotas de lo que en otros tiempos fue una bonita casa junto a la carretera y una barrera que servía para cerrar o abrir el paso. En este precioso rincón, junto a un arroyo menor, corre una fuente clara, hay muchas sombras de pinos, un buen bosque de romeros y como tiene una explanada ahí mismo, por en el mes de junio, se celebra una entrañable fiesta. Es en honor de la Virgen de Fátima y hasta hay vaquillas para que los jóvenes se diviertan y también pequeños puestos donde se vende artesanía y otros productos.

Algo más arriba, por la derecha de la carretera, se alza todavía una bonita construcción serrana. Creo que se llama Cortijo de Barranco Cano y lo recuerdo con gusto porque en más de una ocasión, al pasar por esta ruta hacia las otras partes de la sierra, me he parado.

Por las tierras que le rodean, crecen higueras, ciruelos, granados y nogueras. Están abandonados desde hace tiempo y por eso se los come el sol y las zarzas además de la soledad y las cabras monteses.

De estos árboles yo he cogido muchos puñados de higos y otras frutas. Siempre con algo de miedo por si, el posible dueño de ahora, se molestaba y también con gran respeto por lo que ellos representan y conectan con el pasado y aquellos serranos primeros.

19- Te decía yo
que nuestro cortijo blanco,
el que con tanto amor
y tanto sudor callado,
en las noches estrelladas,
fuimos levantando,
ahora se desmorona,
sobre el cerro, solitario.


Así que al saber que el hombre que ha llegado al mirador, es de es zona de la sierra, me alegro y con gusto le pregunto:
- ¿Y cómo era la Garganta en aquellos tiempos?
- Pues allí me he criado yo. Luego me casé y me fui a un cortijo y desde ahí me vine al pueblo donde llevo muchos años. Y pa vivir allí, pues uno tenía ovejas, el otro tenía vacas, el otro na porque vivía de su jornal y muchos, como yo, echábamos hornazos de alquitrán, que esto tú no lo habrás visto.

Y le digo que no lo he visto pero que sí tengo noticias porque me lo han contado muchos a lo largo de esta amplísima sierra.
- ¿Pegueras se llama eso?
- Sí, las pegueras esas. De eso he echado yo muchas también. Echábamos veinte o veinticinco cargas de teas y unas veces salía una arroba por carga y otras veces menos o un poco más, según era el material, así te salía. ¿Seguimos hablando del tema?
- ¿Y por qué no?
- Pues cuando ya teníamos el alquitrán, venían unos arrieros de Segura y se lo llevaban. Pero primero ponían una contrata por to este término y hasta dos términos. Nosotros hacíamos la tea, la quemábamos y luego este señor se la llevaba.
- ¿Y os la pagaba?
- Lo que no me acuerdo es si nos la pagan a tres o cuatro pesetas la arroba.

Y aunque no te lo creas esto en aquellos tiempos era y no era dinero. Y te digo esto porque por lo menos tardábamos veinte días pa hacer la tea. Pa buscarla por tos los montes. Luego otros tres días para encañarla y que escurriera y despacharla al hombre aquel que te había puesto la subasta. El era el amo. Nosotros, enseguida que la teníamos, venía el arriero y si había veinte arrobas, se la echábamos y cobrábamos. Y seguíamos con otra ruta y luego otra.

- ¿En qué época del año se hacía eso?
- En to el tiempo pero en verano es muy malo y te digo por qué. Es que como la tea tiene tanta resina en cuanto se calienta, a partir del mes de mayo o así, te cuesta mucho trabajo. Te encuentras una tocona y como está caliente, que la calienta la atmósfera de la “vida”, pues eso pa rajarlo, es muy malo. Hachazos y hachazos y por aquí y por allí y unos cachos de tea así como la mano, otros como media mano, como una vara, según podías.
- Es que con el frío esas maderas crujen más ¿verdad?
- ¡Claro! El frío a to hace que cruja.

- ¿Y cómo acarreabais las teas?
- Pues el que tenía bestia, la cargaba y ale pa´ lante y el que no, acuestas. Ya te decía que nos echábamos al monte y si encontrábamos una tocona, hacíamos lo que podíamos. Luego otro día íbamos por otro lado y a esperar que la suerte se pusiera de nuestro lado. Corríamos to el mundo. Había menos olivos pero esto no importa por aquí no había tea. Estaba arriba, por los montes de esas cumbres. La tea era de arriba.

20- Los caminos viejos
que de niños recorrimos,
qué bellos ellos
en aquellos pasos chiquitos
y ahora, qué tristes y lejos
desde que nos fuimos.


Mientras este serrano, curtido por el sol, me va contando algunos trozos de su vida, se me viene al recuerdo cuando aquella tarde, aquel otro amigo mío me decía:
- Así que ya podemos pasar a otra cosa.
- Vamos a lo que tú quieras.
- Yo quisiera que me hablaras de las pegueras.
- Pues mira salimos por la mañana con el hacha, el azadón y las cuerdas y hacemos la carga de tea que ese menester se llama: “hacemos la tea” y que ¿cómo se hace la tea? Pues si está la tocona envuelta, se le escarba y la tocona tiene que ser de pino y da igual que sean pinos blancos o negros pero lo más corriente es el pino blanco que cuando daban una corta salían a subastas las toconas para hacer alquitrán y te decía que “traívamos” las teas y la poníamos hecha una acina en la puerta y la peguera era así un hoyo redondo en la tierra y por dentro se iba poniendo piedras y barro y se parte la tea, se hace un agujero por abajo y una cañería tapada por ahí y aquí hay un pozo que es un pozuelo en el suelo tallado.

Y cuando ya está llena de teas así partidas, se van poniendo así, un poco de tendío al tiempo que se le da la vuelta como si fuera una orza porque la peguera es igual que una orza: estrecha de abajo, ancha de arriba y luego junta la boca un poquito y cuando ya se llena de teas, se le hace así un poquillo como unas piedras para que tenga la boca un poco más estrecha y se le pega fuego y lentamente va ardiendo y por abajo sale el alquitrán aquí al pozuelo donde se le pone un tanto.

Y un tanto es un palo que se pone así y se le hacen las rayas para veinticinco arrobas, treinta arrobas, cuarentas arrobas y hasta sesenta arrobas y de ahí para arriba que daban algunas, según fuera la tea y según tenga cabida la peguera y fueran los palos.

Por el tanto, ese palo que está señalado, sabes las arrobas que tienes y es como si se metiera una rama y va marcando y se le hace decir: “Aquí están las veinticinco arrobas, al palo”. Ya como se sabe de antes, cuando llega el alquitrán del pozuelo allí, veinticinco arrobas y luego venían los arrieros y cogían aquello en las pieles con un cazo así parecido al de sacar la broza de los peces y con un cazo y un embudo llenando las pieles y alzaban las pieles y las liaban y las echaban a las bestias y te la pagaban a quince pesetas, a dieciocho pesetas, hasta siete pesetas la arroba he hecho yo el alquitrán y sé de otros que lo han hecho hasta por tres pesetas y un bocado.

Y los pegueros iban a recogerlo al monte y lo que podía dar una peguera era de cincuenta a sesenta o setenta arrobas y según era la peguera y la tea porque si iba limpia, que no chupaba luego fuego, daba más alquitrán porque el alquitrán, si la tea llevaba cáscara, se perdía mucho pero si la tea no llevaba cáscara, todo escurría y aquello daba mucho alquitrán y si tocaba mucho a la madera, ya salía menos cantidad pero normalmente dos cargas de tea, bien hechas, daba dos arrobas de alquitrán por carga y así que de treintas cargas de tea, sesenta arrobas de alquitrán y eso no era siempre exacto pero por ahí andaban las medidas y los cazos.

Y luego, los días que se tardaba en hacer una peguera, ahí se podía tardar... ya dependía de según al tío le cundiera la tea pero se podía tardar unos quince o veinte días que la primera peguera que yo hice fue por la cumbre de las sierras que miran al sol de la tarde y luego me fui más allá a una peguerilla que hay ahí y donde me salía muy bien y me hice tres hornos de tea porque la calidad del terreno también influye y eso no puedes ignorarlo.

21- La solana que mira al sol de la tarde
con su arroyo de agua clara
y su madroñera grande,
Dios me la tiene regalada
y aunque muchos siglos pasen
y caigan muchas nevadas,
nada habrá que de mí la arranque.


Donde hay mucha solana los pinos tienen mejor tea y como ahí había mucha solana a mí me fue muy bien en esa zona y yo me hacía la tea y como no tenía bestias, me la acarreaba a cuestas, me metía en la peguera y yo los iba apañando y luego le pegaba fuego. ¡Madre mí qué lucha! Al final de la temporada me quedaron quinientas pesetas y yo, me pacía que tenía un capitalazo.

Y decía yo: “¡Madre mía, quinientas pesetas encima de todo lo que me he llevado! Lo que he gastado y lo que me han llevado los arrieros”. Que me parecía que era un dineral lo que yo tenía ahorrado.

Es que casi siempre quedábamos en ras o debiendo y el que decía me ha quedado tanto, no te lo podías creer. “¡Hombre como te ha quedado tanto si yo he quedado a deber!” Pero a mí me quedaron quinientas pesetas y aquello me parecía imposible y no podía callarlo.

Pues la tea que me hacía, siempre la acarreaba a cuestas que hasta “Matauras” tengo, como se decía antes a las heridas que le salían a los burros y ¿por qué? Porque tenían mal aparejo los burros y eso me pasaba a mí. Que ya te digo, de todas las alturas de las cumbres que mira al sol de la tarde, de todos esos cerros y toda esa solana, llevábamos la tea y un día más cerca y otro día más lejos y claro que se cansaba uno de acarrear tea a la peguera porque te cargaba con un has de tea y aunque te parabas a descansar, te agotabas y era la vida dura pero se iba tirando.

Que allí mismo levantábamos un chozo y en él teníamos cuatro cosuchas para hacer de comer y una mala sartén, una talega de harina, un puñado de garbanzos y algo de tocino, si se podía y esa era la comida y una vida dura de verdad y cuando nos íbamos por el monte a montar las pegueras, hasta que no llegaba el mes señalado para el peligro de fuego en el monte, solía ser tres meses o cuatro y en tiempo de invierno no dejaban porque las teas y las pegueras no pueden ser lloviendo y menos, nevando.

Luego estuve ahí por los poyos en este lado del río también y eso no se me ha olvidado que cuando voy por ahí de excursión voy a ver la peguera y frente a donde ellas estuvieron ardiendo en aquellos tiempos, me paro y en silencio me digo: “¿Hay que ver aquellos tiempos con aquellas luchas tan llenos de necesidades y tan descalzos!”

22- Pero estuvieron granados
de la mejor cosecha
que dan los humanos
y ahora que llega
el invierno callado,
¡Cómo me alegra
tanto trigo en las manos!


Porque había muchas personas que trabajaban en estos oficios y mucha gente y lo que no he conocido yo ni lo he visto hacer, es la miera porque ahí más para acá de donde estuvo la aldea hay un sitio donde hubo una merera y según me decían, metían las cepas y el fuego estaba por fuera y eso le hacía sudar y a mí el olor de la miera me gusta mucho porque dicen que no es malo para la salud de las personas que el otro día, por ahí así me encontré yo una cepilla de enebro y la vine oliendo y me gustaba. ¡Qué bien huele eso y qué perfumado!

A estas alturas de la tarde, desde el balcón hermoso de este pueblo mío, sigo buscando y como ya sé que la vida de la sierra no se agota en un serrano aunque sí tenga dentro todo un mundo lleno de belleza, debo seguir adelante para completar lo que hoy necesito. Dejo que Domingo hable y miro cuando en estos momentos, se acerca otro serrano. Es uno de los pastores que algo conozco de otros días. Y al verlo y preguntar si alguno de los dos sabe qué es esa especie de alberca que, por la parte de abajo de la pared rocosa que cae desde el pueblo, se ve, responde diciendo:
- ¡No lo voy a saber si yo fui el que la hice! Como el dueño tenía la mitad de la tierra de esta ladera que, desde el pueblo cae hacia el valle, pues necesitó hacer esta alberca para regar. Y estuvo funcionando por lo menos quince años.

- ¿Y las ruinas esas que se ven pegadas a la carretera que sube desde Hornos el viejo?
- Ese fue el primer molino de aceite que hubo en este pueblo y era de don Francisco Blanco. Luego se puso en funcionamiento el que había por donde ahora sube la carretera y ya después, la cooperativa que hoy tenemos.
- Siguiendo por el puntal que cae desde las ruinas del viejo molino, por entre los olivos, se ven las piscinas del alpechín ¿Pero y la obra nueva que están haciendo al lado?
- Eso serán las depuradoras de este pueblo. Y la nave que se ve cerca, es una granja de ovejas.
- ¿Y los nombres de esta tierra que tan en silencio se deja besar por el sol de la tarde?

23- Los nombres serranos,
los que son como banderas
por laderas y barrancos
y por donde las veredas,
¿cómo van a morir
sin son la esencia
y el sudor blanco
de los que amaron la tierra?

- Pues lo que estábamos diciendo: si arrancamos desde lo alto, primero tenemos el Cerro de Hornos, lo que no se ve pa´ ya, las Cuevas y más pa´ ya de las Cuevas, Camarillas, Hontanares es lo último que se ve de monte, que está oculto y donde había dos cortijos, el de los Avileses que era este primero y el otro de Bañón. Por el collado ese que vuelca la carretera hacia el barranco de la Garganta, se llama el collado de los Praillos, las Calderetillas, que nos quedan por debajo del mirador de las Celadillas, el Collado de las Olivas, el Olivar que es justo donde construyen la depuradora, lo de más acá, se llamaba La Tierra Colorá.
- Y el camino que venía antes de la Vega a Hornos ¿por dónde llegaba?
- Por aquí por la izquierda ¿no ve allí un saco colorao? Ese camino era el que bajaba al Pantano. El que va por la Manguera le decíamos el camino de.... y este, Camino de Cañahunguilla y es porque más para allá hay una cañada que tiene ese nombre.

Y al oír nombre, para mí, con sonido tan bonito, la alegría se me espavila dentro. No sé qué puede significar tal palabra pero sí es cierto que una vez la oí a un amigo mío por el Cantalar, valle del Guadalquivir:
_ Mire que le diga, pues hombre, el gobierno sí puede coger un poco de aquí y otro poco de allí y tal. Pues algo es algo. ¿No? Los pinos que están malos se llaman “hunguillaos”, se puede decir “hunguillados”, es igual. Hombre, según como uno hable. ¡Ea! Pues tos esas cosas, se pueden ir entresacando los que estén más malos y los buenos se van dejando; los demás árboles van creciendo.

Quizá no tenga nada que ver una palabra con la otra pero lo cierto es que la expresión está metido en el lenguaje serrano. Puede que “hungullado” signifique eso, hundido o algo quebrado. En cuanto se me presente la oportunidad, preguntaré haber qué descubro. Por ahora, lo que sí tengo claro es que con este nombre, por la zona que recorremos desde el mirador del Aguilón, en otros tiempos, hubo unas construcciones. Al preguntar a mi amigo, me dice:
- Eran unas tinadas para el ganado que, como las cubría el pantano, las “despropiaron” y luego las derribaron. Que por cierto, en más de una ocasión, cuando venían las nubes, nosotros nos hemos refugiado en esas tinadas para protegernos de las lluvias.

Recuerdo yo ahora que los planos de esas construcciones, los que levantó la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir cuando expropió las tierras que cubrían las aguas del pantano, los vi un día en el archivo de la aldea del Tranco. Pedí permiso y obtuve una copia, así como de otros muchos cortijos y construcciones que también se quedaron para siempre bajo las aguas del Pantano del Tranco.

- ¿Y ya no hay más nombres?
- Pues ahí donde está dando la sombra, la Haza Blanca y Umbría de Haza Blanca, de ahí para abajo la Solana de los Vallejos, por donde se ve el camino que lleva a Fuente de la Higuera, el Llano Bojal, esto que se ve todo de olivas, los Corralejos, al otro lado de las olivas, le decían la Cuesta de los Bartolos, toda esa loma que hay más para acá de las olivas, la Loma de los Adanes y frente, que da la sombra, aquello se llama la Pariera, más para la carretera que desde Cañá Morales viene a este pueblo, se ve una construcción que parece una tiná y es una casa con una piscina dentro para bañarse.

24- Los caminos serranos,
hay qué ver qué tesoros
por las tierras callados
y cuántos chorros de oro,
y de sudor y sangre,
por ellos derramados.

Lo que coge el pantano, toda esa llanura, se llamaba la Huerta del Pavo pero como ahora lo pilla las aguas, se está perdiendo, la Loma Alcanta está, desde aquí se ve ahí una rasa que blanquea, pues ahí tenemos esa loma. A la izquierda se ve relucir un poco y eso se llama el Cortijo del tío Señorito, por donde nos da el sol, más para abajo, estaba el cortijo del Chorreón. Le pusieron este nombre porque de Cañada Morales baja un chorro de agua recio y luego tiene una “catarata” muy grande. Que aquí, el pariente de aquella familia, era Ramón Robles y la Pepa, hermana de él, que era de Cañada Morales y Rufino, que es del Ojuelo, ha sido guarda forestal que ya está retirado.

Más para abajo, tú ya lo conoces, el Cortijo Gaspar, las aldeas de Hornos el Viejo, El Carrascal, la Canalica y Fuente de la Higuera con las ruinas de otros muchos cortijos que se quedaron bajo las aguas del pantano. En el arroyo este grande que se funde con el pantano entre aquellas aldeas y este pueblo, había dos molinos y dos salinas, que también las conoces. El nombre del arroyo es Cuesta de la Escalera.

Qué bonito era mi pueblo: Hornos de Segura-2

Pero como todavía no se han acabado los nombres por la tierra, nos venimos aquí más pegado al pueblo y esta zona que tiene encinas, se llama la Juansalobre.
- Y ese nombre ¿por qué?
- Fuensalobre, es como se llama y es porque ahí mismo nace una fuente que siempre le decíamos así. Será porque tiene el agua salada y ya to este polígono, to esto que hay de encinas, se le dice Fuensalobre. Toda esta ladera de almendros es de don Gregorio Hoyo Martínez. De donde está la alambrada para abajo aquí a pegar al torcal. De la alambrada a la otra linde, de un hermano mío. Y ahora de ahí pa´ bajo, to eso que hay más broza blanca, de Juan Ortega Lara. Y este trozo que se ve ahí con un peñón “movizo”, ese cuadrico que hay ahí, eso es de los herederos de Juan Fuentes.

- ¿Y qué nombre tiene el peñón gordo?
- Precisamente se le dicen el Peñón de la Encantá.
- ¿Y eso?
- Porque decían que salía ahí una, liá en una sábana y ya se quedó con el Peñón de la Encantá. Se decía en aquellos tiempos y ahora también.
- ¿Pero se aparecía en cualquiere época del año?
- Algunos viejos decían que sólo en el día de San Juan.
- ¡Qué curioso ¿verdad?
- Ea. El morrete que hay un poco más abajo que tiene un pino, le decimos nosotros precisamente así, el Pino.

Abajo, en lo hondo que hay olivas, to eso de ahí que tiene olivos, se llama el Llano del Castillo, donde están todas aquellas choperas, to pa´ riba, Huerta la Rivera, la loma que hay de oliva hasta aquí, que se esconde, la Loma las Huertas, donde se ve esa casilla que es una cochera, to ese morro se llama el Collao las Casas, por donde se junto el arroyo este que tenemos por la derecha con el río, el Radabán, donde está el dique ese.

25- Los nombres serranos
que duermen en la tierra
fundidos a ella y blancos,
¡Hay que ver qué bonitos
sus sonidos, al nombrarlos
y hay que ver con qué fuerza
siguen a ella clavados!


Toda la llanura aquella, tiene el mismo nombre pero el cortijo que se ve al final, se llama la Asperilla del Rabán, el otro, el cortijo de la Loma, donde se ven tres o cuatro casas o cinco, el Polvillar.
- Pero aquello que se ve allí que quiere darle ya casi la sombra, es de Cortijos Nuevos ¿no?
- Eso es de Hornos y el cortijo que tu dices y todo ese llano de huertas, se llama la Veguilla y por donde están los pinos para acá, el Cerrillo de los Ahorcaos, algo más pa´ ca, las Revueltezuelas y luego más pa´ lla que llega la carretera, el Cornicabral, por la otra parte del pueblo, la Alcoba, que es aquí y luego más allá, la Alcoba Vieja, el lavadero nos queda más cerca del pueblo.

- ¿Y por donde está la piscina natural?
- El Aserraero, el royo y al otro lado, el royo la Hoz y si ya nos venimos barranco abajo tenemos el royo de las Aceitunas, que es donde había una pequeña fábrica de luz que le decían la Central. Yo la llegué a conocer y luz que venía al pueblo. Cuando llegaban las fiestas de Hornos, ahí unas lucezuchas que casi no se veía na. No había más luz que esta y además abastecía a Cortijos Nuevos. De la Central salía una línea que iba por Paller allí y otra aquí.

Ya terminamos con el repaso de los nombres y antes de irnos, porque él tiene que cuidar a sus ovejas y yo tengo que seguir con mi sueño, le pregunto:
- ¿Conoces tú el pastor de Hornos el Viejo?
- ¡Claro hombre! Se llama Francisco.
- Pues ese me dijo a mí este verano que cuando volviera otra vez por aquí, yo no lo vería con ovejas, porque pensaba venderlas todas.
- Pues no las ha vendido que las tiene todavía y creo que no las venderá mientras le queden algunas fuerzas para andar por la tierra. Ese hombre quiere a los animales como pocas personas yo he conocido. Ayer por la mañana subió a Hornos y estuvimos hablando un rato.
- Y tú ovejas ¿por dónde van de careo?
- Pues cuando hay pastos, por la orilla del pantano, es donde más estoy. Cuando no, pues en el piazo que tengo yo o de algunos amigos. Ya vamos quedando pocos y yo ahora digo que no las hubiera comprado pero las tenía de antes y ya cuando me jubilé, pues como tenía las tinás y todas las cosas y claro, mientras pueda, pues las tengo.

26- Los nombres serranos
y los pastores de la tierra
con los cerros y llanos,
hay que ver qué belleza
de tesoros callados,
tan humildes y rotundos
y siempre de Dios hablando

Se va a despedir y entonces me dice que:
- Los tres pastores que quedamos por estas tierras de Hornos, los más antiguos, ya sabes quienes somos: Francisco Fernández Rodríguez, de Hornos el Viejo, Isidro Sánchez Fernández, de Cañada Morales y yo de este pueblo que tanto te gusta y que cuando me bautizaron me pusieron el nombre de José Adán Martínez. Isidro y yo somos los que tenemos los pastos del pantano del río para allá.
- Pero Isidro, esta primavera pasada, vi que sólo tenía unas pocas ovejas encerradas en las ruinas del Cortijo de Montillana. ¿Es que las ha vendido?
- ¡Que no! Ese no las vende tampoco y mira que ya es mayor el hombre pero le tiene tanto cariño a los animales y a la tierra, que como yo digo, se muere cuidando a sus ovejas.
- ¡Hay que ver cómo sois los pastores de estas sierras!

Se despide y ahora ya voy a despedir también a Domingo y al muchacho joven que estudiaba sentado en el balcón del Aguilón frente al sol de la tarde. Mientras hemos charlado nosotros, lo he visto jugando con su perro y de vez en cuando, sacando algunas fotos a las ovejas que pastan por la hierba de la ladera de los almendros que caen desde la roca del pueblo, al pastor y a mí.
- Luego te las mandaré con Aurora, María José o Estrella.
Me aclara. Y le digo que se lo agradezco y más porque creo que ha sido todo un detalle por su parte. Seguro que me gustará tener una foto de recuerdo con personas tan buenas como las que acabo de conocer esta tarde.

Y mientras ya me retiro y comienzo a salir por la puerta del Mirador del Aguilón, me digo que hay que ver cómo son las cosas. Mi plan y deseo, que no estaba definido, era distinto a lo que acabo de vivir. Y claro que me alegro. Vuelvo a pensar como otras veces, que lo que satisface en la vida no es saber mucho, sino sentir y gustar las cosas hondamente y tal como Dios nos las va dando.

Son las cinco y media. Recorro la sombra que ahora ya cubre todo el recinto de la Rueda. Acaba de llegar un coche todoterreno con algunas personas. Vienen de la aceituna. Rozo la pared de la iglesia y me dirijo por la calle que va hacia la entrada principal. Enseguida por la izquierda, la calle de Enmedio, algo más arriba y también por la izquierda, un rinconcito sin salida y a continuación la calle Alta.

“Ya por aquí, esto era la pared de la iglesia por donde había una puerta, que era la de la sacristía. Y por aquí, vivía Lugardico. Pegando a la iglesia vivía Lugardico Leal y Julianica, su mujer, don Antonio Leal que era su hijo y sus hijas, Lola, Naty e Isabel.
- Nos venimos para este lado de la izquierda porque luego entramos por lo que parece el rincón más importante aunque no lo sea.
- ¡Bueno! A la izquierda y en esta calla sin salida, vivía Bastián el Sastre. Aquí vivía Pablo con su madre Soledad. En este punto, Matagallinas y al lado, otras familias.

Por este punto, vivía Pajarito y el Caillo. Ya por aquí había una plazoleta muy pequeña, que se abría. Justo en este punto pusieron una fuente, cuando trajeron las aguas al pueblo. A la derecha según subimos otra vez para el castillo. Todo esto son casas también.

Pero antes de subirnos por la ladera, nos damos una vuelta rápida por la calle de Enmedio. Siguiendo para adentro... pues esto parece que ha desaparecido, porque por este punto, había un cuadrico que era por donde estaba el horno del pueblo en tiempos de la guerra. Y algo más adelante, vivía don Saturnino Galdón. Y estas son las cuatro esquinas, porque ya ves que hacen cuatro esquinas de verdad.

Y esto subía para arriba y ya empalmaba aquí con la calle de los Adanes, que es como se le decía antes y ahora, calle Alta. Luego iba a la calle de las Parras y aquí vivía Leopoldo el Sastre. Seguía para arriba y ya subía a las calles que te he contado que no eran rectas.

Ahora vamos por la calle las Parras y por este rincón, al castillo. Pero en las calle de las Parras te voy a decía que vivía Lorenzo el Rizao.
- Y subiendo hacia el castillo ¿Qué era esto?
- Pues calles irregulares. No estaban muy bien ordenadas. Eran calles como se dice en mi tierra, cuando sembraban: “a manta”. Una casa por aquí, otra por allí, una subida por un lado y otra por otro y ya, al castillo. Por todos sitios, se iba al castillo.
Este rincón de mi pueblo, era como el que dice: Todos los caminos van a mi casa.
Donde nace esta calle Alta, por este lado de la izquierda y a su comienzo, se abre una rampa. Si me voy recto, saldré otra vez al rincón de la Puerta de la Villa porque esta es la calle de las Parras. Ahora me decido y subo por la rampa viniéndome hacia la derecha. Remonto y en unos metros me encuentro con el laberinto de las callejuelas que encontré al bajar del castillo. Ya he descubierto que voy a salir al mismo sitio pero por el lado que pega a la carretera de entrada. Creo que el nombre de la calle cortica que recorro es del Castillo.

27- A las calles, en la tarde
de este día brumoso
por donde el sol se cae
y emerge lo grandioso,
hay que ver qué traje,
de silencio primoroso,
le has puesto Tú, Dios mío
sólo para mi gozo.


Casi no hay sol. Por donde avanzo ya me cubre la sombra de las casas. Sólo en lo más alto, el castillo, el Cerro Hornos y Yelmo, dan los últimos rayos de la tarde. Remonto unas escaleras, los arbolitos en las puertas de las casas, algunas macetas, paja esparcida por el suelo que empieza a dejar de ser asfalto para tornarse en cemento y al poco, en puras rocas y rodales de tierra con su hierba.

Un bonito rincón y la puerta de varias casas muy humildes. El techo de algunas de ellas, es de uralita y no son las mismas que veía al comienzo de mi paseo soñado. Amarrado a la puerta de madera vieja, el burro blanco y mullido que al verme me mira. Es el platero que el viento acariciaba hace unas horas sobre la cresta de las rocas del castillo. ¿Y qué haces tú ahora aquí? Quiero preguntarle pero él me mira y como no me conoce bien todavía, alza sus orejas y calla. En el rincón de más arriba, el dueño, hombre alto, de cara morena y ojos negros, prepara la paja en el pesebre. Se nota que como la tarde cae, dentro de poco va a encerrarlo. Por el rincón de la derecha, donde ya el cemento de la calle se ha terminado, me miran algunos niños de raza gitana y una muchacha, quizá hermana de ellos, también me observa.

- ¿Cómo se llama tu burro?
Le pregunto al que prepara la paja y fuma un cigarro algo arrugado. Me mira y el rato responde diciendo:
- Se llama Sevillano.
¡Qué nombre más curioso siendo tan corriente! No me lo esperaba para este burro blanco, Platero imaginario en el cerro del castillo del pueblo de Hornos y ahora, en la puerta de su cuadra, amarrado con su cabestro.
- Pues hace un rato, le he sacado una foto.
- ¿A cualo?
- Al burro Sevillano.
- Claro ¡Ea!
- ¿Y qué hace este burro blanco?
- Pues acarrea arena, transporta aceituna, trae leña, nos lleva en su lomo por las mañanas cuando vamos al olivar o a las otras tareas del campo. ¿Pues no ve que por esta calle no pueden pasar los coches?

28- Platero, amigo mío
y como yo esperando,
la noche ya nos cubre
con su rocío blanco.
Hoy,
¿Qué tal te fue la faena
por tus verdes campos?


Miro ahora y, aunque ya antes lo había notado, es verdad que por las calles corticas, tortuosas y estrechas de la ladera de este castillo y a las casas humildes de techo de uralita, no pueden entrar los coches. ¿Cómo van a entrar si son pura roca con las mismas barrigas y hoyos de los tiempos romanos?
- Pero el burro peludo de miradas lánguidas ¿hoy ha trabajado?
- Sí ha trabajado. Ha estado sacando una “pocucha” aceituna.
- Si yo lo he visto amarrado a su soga, no hace mucho, junto a la hierba de la tierra del castillo.
- Pero habrá sido otro.
- ¡Ah!
- Este no, este ha venido ahora mismo.

29 - Entonces
¿cuántos plateros hay
en este barrio
que cae desde el castillo
hacia las casas
del pueblo mágico?
- ¿Que cuánto plateros?
- Bueno, era por decir algo.


Y miro distraído hacia el lado derecho que es por donde ya se han concentrando varios niños y las muchachas y algunos hombres más que parecen hermanos. Frente a ellos, el Platero que yo he imaginado, la paja esturreada por el suelo, el hombre del cigarro que habla pausadamente y, fría como la escarcha de la noche, la vieja fuente con su grifo de hierro que ya no echa agua.
- Y este rincón donde vives ¿cómo se llama?
- Calle Castillo.
- ¿Toda la ladera entera?
- Sí. Tú mismo estás viendo que ende aquí hasta abajo, el trozo de carretera, está parada.
- ¿Como que parada?
- Que estuvieron el otro año y el otro, queriendo arreglarla y todavía está parada.
- Ya lo entiendo ¿Y eso por qué?
- Será porque no funciona.
- ¿Qué no funciona?
- Pues los clavos están aquí puestos desde hace mucho tiempo.

Miro para el tejado de la casa y le digo:
- Tendrás que arregarlo ¿no?
- En cuanto llueve nos caen goteras. Por eso tengo yo la arena aquí ¿No la ves?
- Claro que la veo. ¿Es la que acarrea Platero?
- Y dale con Platero, que se llama Sevillano.
Y callo. Vuelvo a mirar a la fuente y voy a preguntarle por qué ya no echa agua pero no lo hago.
- ¿Que come el burro?
- Come cebá, paja y algo de hierba cuando lo llevo al prado.
- Pues sí está gordo.
- Porque lo quiero y lo cuido bien.
- ¿Cuantos años tienes?
- ¿El burro? por cinco, va.
- Es joven, claro. Y la cosecha de aceituna ¿cómo está este año?
- Pues por lo que se ve, que hay muy pocuchas. Yo que sé por qué será eso.
Lo despido.

30- Tú, Platero blando
que estás rechonchito
y de plata y azucenas
es tu pelo blanco,
cuando yo me muera
o te mueras tú
¿iremos perfumados
de aceitunas negras
y de nieve y barro?


Sigo con mi camino persiguiendo el sueño que me quema desde dentro y ahora paso casi rozando un grupo de personas que, por el lado de arriba donde amarrado a su ronzal, espera Platero, me miran expectantes. Los saludo y como ya me queda poco tiempo, sigo avanzando. Un gato se va por delante de mí y al llamarlo, se mete por entre las macetas que, por el lado de arriba de la fuente, se apiñan.

En unos metros, me tropiezo con las mismas veredas que vi cuando hace un rato salía del castillo buscando el centro del pueblo. Son muchas según se viene desde las casas pero poco a poco, se van fundiendo hasta quedar en una sola que roza el depósito del agua, se mete por la trinchera de tierra y piedras, cruza la muralla por la puerta que aquí le hicieron y sale al flamante paseo de adoquines y bolos del río que en la ladera clavaron.

Y el castillo, pues ya sabes tú que en la ladera que cae hacia el gran collado, no había casas.

Miro para el lado de la tarde, y ahora sí que se oculta el sol por detrás de la Sierra de las Lagunillas. Sigue el pueblo en su silencio aunque por la carretera que llega, ya se ve más gente. Vuelven de las aceitunas y al cruzarse, se saludan y dejan el aire impregnado de aromas a olivar viejo. Por donde ladraban los perros, me encuentro ahora dos cabras entre blancas y coloradas con sus chivos que retozan y se van por los peñascos. Las llamo y me miran como extrañadas al tiempo que se quieren venir conmigo pero no las dejo.

Por las chimeneas de las casas del pueblo, ahora el humo se espesa. Con la caída de la tarde, el frío llega y los que regresan del olivar, vienen cansados y, en la medida que se pueda, hay que prepararle un rincón confortable. Todo el campo, las laderas de los pinares y las de los olivares junto con la atalaya de este cerro donde se eleva el pueblo, ya lo cubre la sombra. Sólo las partes más altas del pico Yelmo, relucen bañado de fuego.

31- Del olivar vengo
y de ir tras las aceitunas
que van por el suelo,
y cuando al caer la tarde
a mi pueblo llego
¡cuántas chorros de aceite
me manchan el cuerpo!


Bajo por este camino incompleto y ahora, en lugar de volverme por donde comencé a subir, lo hago por la pista de tierra, que a mitad de la ladera, se le junta al que remonta con rellanos empedrados. Creo que voy a salir al coche un poco más arriba de donde lo he dejado. Recorro el trozo de rampa encementada, primer tramo de esta pista de tierra y vengo a salir, justo a la puerta del restaurante el Cruce. Aquí mismo me tropiezo con otra cabina de teléfonos. Al frente y, en una sencilla terraza que precede al bar mencionado, veo una fuente que sí echa agua. Dos hombres se paran en ella y beben.

Como casi los tengo que rozar en mi rumbo, los saludo y les pregunto:
- ¿Es buena esta agua?
- ¡Cómo que viene del corazón del monte!
- Pues vamos a probarla.
Y me acerco. Estoy poniendo mi mano bajo el chorro para que forme un hoyico donde el agua se remanse y poder beber así más cómodo, cuando al mirar, veo que por las escaleras que dan entrada a la plazoleta, aparece la muchacha joven que estudia en Safa. La saludo mostrando la sorpresa.
- Pues sabíamos que tenías que estar por aquí, porque habíamos visto el coche.
- Estaba por aquí pero ya vuelvo.
Y la otra joven que le acompaña, su hermana Paqui, me mira fijo.
- ¿Por dónde has estado?
Y al decírselo, uno de los dos hombres mayores que me han invitado a agua, aclara al momento:
- Esa calle se llama San Bartolomé. Que es de donde se encuentra correos para arriba.
- Pues yo me la he recorrido toda y en silencio.

Y él:
- Conforme sube, a la derecha, queda un callejón que no tiene salida y luego otro algo más ancho también sin salida porque por ese lado, se encuentra el voladero de las rocas que sostienen al pueblo. Así enfrente hay una casa y eso fue una ermita.
- Pero eso sería hace mucho tiempo.
- Yo tengo setenta y dos años y ya no llegué a conocerla. Yo me recuerdo de ver allí restos pero otra cosa, no.
- ¿Se celebraba algo en aquella ermita?
- Pues aquello era de una hermandad que había. Era la de San Vicente, porque aquí el patrón verdadero en el pueblo, es San Vicente.
- ¿Y San Roque?
- Ese es el Mayordomo.

32- Cayendo la tarde
por las lejanías,
el agua de la fuente,
qué pura y qué fría
y el rumor de palabras,
de ellos, no las mías,
qué acción de gracias
al que es todo luz
y certera guía.

Y vuelve a preguntar:
- ¿Cómo conociste tú la ermita aquella?
- Ya derribada y después hicieron una casa. Aquello era muy pequeño, si ahora sólo hay una cocina y un cuarto. En la vida mía, no se celebraba nada porque vivía un señor allí. Pero le llaman el Barrio de San Bartolomé por eso. Porque yo es que no recuerdo de muchas cosas de aquí pero los nombres que ahora le decimos, no son los suyos de verdad.
- ¿Pues cómo se llamaba antes la calle de las Parras?
- Ende que yo lo recuerdo, ha llevado ese nombre pero la que hay más abajo, siempre fue calle de los Adanes. Ande yo vivo, calle del Horno porque allí había un horno, de mis abuelos, no, de mis tatarabuelos, que le cogía una fanega de pan. Cociéndose dentro una fanega de pan y por eso le pusieron calle del Horno.
- ¿Y cómo se llamaban tus abuelos?
- Pues uno Victoriano y el otro Antonia.

Y el segundo hombres mayor que bebía agua en la fuente:
- Ahora que, el horno más grande del mundo, siempre ha estado aquí.
- ¿Dónde?
Pregunto con interés.
- El horno más grande del mundo, porque tiene la Puerta a veinticinco kilómetros.
Me paro un poco y un chispazo por mi mente, me ilumina.
- Ya lo sé.
- ¿Qué sabes?
- La Puerta de Segura, otro de los pueblos bonitos de estas sierras, se encuentra a veinticinco kilómetros de este pueblo que se llama Hornos de Segura, el más bello de la tierra. ¿Es así como se puede explicar?
Guarda silencio y sonríe.

33- Y las dos dulces muchachas,
callan y miran
y saludan cariñosas
a los que del campo vuelven
cansados y sin prisa.
Cayendo la tarde, Dios mío,
¡cuánta belleza en el viento
y qué montón de dicha!

- ¿Y en aquellos tiempos?
Les sigo preguntando.
- Pues yo he conocido a viejos que decían que no tenemos en toda España un fuerte como el de este pueblo. Bueno, hay uno por la parte de Cartagena. Y es que este pueblo está amurallado de los moros. No tenía más entrada que la que antes hemos dicho, la Puerta de la Villa. Juanete Laurín me contaba, que cerraban a las diez de la noche y se quedaba el pueblo por completo encerrado. El que le pillaba fuera, tenía que dormir en la calle. To esto, de la entrada que ahora nos queda cerca, es nuevo. Ahí se nota que en la piedra esa hicieron un portillo a fuerza de martillo para entrar por ahí pero antes, to estaba cerrado.
- ¿Y en qué año fue eso?
- Yo no me lo recuerdo porque era un crío chico.

- El primer coche que vino aquí lo trajo don Federico que era secretario del Ayuntamiento. Tenía de chofer a uno que le decían Martínez y probaron a sacarlo por la Puerta de la Villa porque decía que aquello era bonito. Y venga para arriba y para abajo y tuvieron que dejarlo porque el coche no cabía por allí.
- ¿Y cuando se reconstruyó el castillo?
- Por dentro, ese “hundilón” que se ve, había aquí un señor que todo lo que salía, hasta cachos de orzas de esto y de aquello, lo iba recogiendo y se lo llevaba a Jaén. Y luego ahí en la plaza, se hizo también un socavón muy grande para hacer la casa del Sardinero de la Rosa. Del sótano que tienen abajo, salieron cosas que nadie sabe ni lo que era ni lo que podían valer. Aquel hombre decía: “Eh, esto fuera y aquello también”. Y se lo llevaron todo pa Jaén. Y por eso digo que he trabajado ahí mucho y yo no he visto en los destierros sacar nada de tesoros.

- ¿Y el collado donde estamos?
- En aquellos tiempos, todas estas tierras estaban llenas de eras. ¿Te digo los nombres?
- ¡Claro que sí!
- A la de este lado le decíamos la Era Félix Vivo, Padre de Felipa Vivo que estaba casada con Anibal Blanco Marín, hijo de don Francisco y doña Magdalena que trabajada de Taxista en Úbeda y murió de un infarto. Ahí había otra que era también de un hermano de Félix Vivo, allí había otra y le decíamos la Era de don Tomás Ríos, a otra más le decíamos la Era de Lorenzo, detrás teníamos otra que conocíamos por la Era del tío Naranjo, luego había ahí otra que se llamaba la Era de Lugardico, más allí había una que le decíamos la de Chuín, que tenía una fuentecilla, allí había otra que era de la Concepción, luego otra más arriba, la de Inocentón, que él se llamaba Inocente. La de más allá... ¿aquella de quién era? De los... Escaleras, que ya me acuerdo. Que son familia de los que tú conoces. Y por ahí detrás, una era del tío Perillo, la otra... Ya no me acuerdo yo.

Por donde está la casa del cuartel de la Guardia Civil, arriba del todo, había una era grande que se le decía de los Molinillos. Porque ahí allí unas terreras grandes y le pusieron ese nombre.

34- En la eras del collado
tengo yo mi corazón,
mitad trigo bien dorado,
mitad paja, mitad sol
y en las mulas con su trillo
¿dime tú qué tengo yo?

Este Chuín, era una persona muy buena, muy piadoso, como toda la gente de mi pueblo. Por aquellas fechas vinieron unos años de sequía muy grandes. Un día sacaron a la Virgen en rogativas. Se la llevaron por esta calle de aquí, Real que es como ahora le dicen. Salió por la puerta de la Villa y luego la subieron hasta el castillo. La pasearon por todas las calles del pueblo pero cuando estaba en el castillo, este Chuín, se arrodilló delante de la Virgen y llorando decía: Virgen Santísima, madre mía, nosotros somos pecadores y merecemos estos castigos y muchos más que nos mande Dios. ¿Pero estas criaturas inocentes?

Y señalaba a los niños que acompañaban a la Virgen. Y los chiquillos no entendía nada de aquello, nada más que sacaban a la Virgen e iban acompañándola. Pero lo mayores sí lo entendía y por eso decía: si quiera por estos niños inocentes, mándanos la lluvia. Si tú se lo pides a Dios, te lo concederá, a nosotros no pero a ti, sí. La lluvia para que se críen trigo para estos niños y que coman ellos. Y así, con una devoción que lo decía el hombre y arrodillado delante de la Virgen.

Bueno, pues, estuvieron allí rezando y cantándole a la Virgen y te puedo decir que aquello no fue una “Juelga”, sino oración de la que sale de lo más sincero del corazón. Le decían procesión de rogativas y aquello fue oración de verdad.

Y dicen que antes de salir del castillo, observaron que por el cielo aparecían como telarañas, como cuando empiezan a salir nubecillas chicas. Y que aquello se fue agrandando y que poco a poco se fue cubriendo el cielo todo de nublos. Y empezaron a caer gotas y cuando bajaron la Virgen del castillo, comenzó a llover de tal manera, que tuvieron que encerrarla deprisa pero cuando llegaron a la iglesia iban todos empapados de agua.

Y dicen que, después de encerrar a la Virgen, todo el pueblo se salió a la calle, en la Rueda y algunas personas empezaron a sacar paraguas y dijo el párroco: No, no. No abráis los paraguas y el Chuín le apoyaba diciendo: paraguas no. Si la lluvia que ahora nos empapa nos la ha mandado Dios por medio de la Virgen, vamos a recibirla con alegría aunque nos mojemos pero se están empapando también nuestros campos y los niños tendrán pan.

Y no permitieron que se abrieran paraguas y estuvieron allí todos mojándose rezando y alabando a Dios porque les mandaba la lluvia. Que aquello fue un milagro como tantos profundos y sencillos en mi pueblo querido. Un milagro más de los muchos que ocurren en el mundo y pasan desapercibidos y que casi nunca los humanos sabemos apreciar pero ahí están.

Víctor me dice:
- ¡Aquellos tiempos, qué bonitos ellos y qué cosas las que entonces teníamos entre manos!
Y quiero figurármelo pero mientras que hago el esfuerzo, se me viene al recuerdo
la vieja imagen del collado que aquella noche, vi en mi sueño.

Tiene una senda estrecha que sube desde el arroyo grande y al llegar a lo alto de la pequeña loma, el collado le presta su tierra llana para que descanse. A la izquierda queda el gran rincón meciéndose hermoso desde el pedestal de sus rocas blancas y a la derecha la ladera de las encinas. Por arriba, por el lado del levante, le entra la otra senda que al principio viene un poco metida por la ladera de los pinos y luego descansa porque llega al collado. El segundo collado porque este es el del arroyo de la fuente. Yo ya sabes bien que todo collado es siempre el nacimiento de un cauce de agua que por lo general es un arroyo aunque en ocasiones pueda ser un río. El nacimiento del Guadalquivir nace en un collado. Cañada de las Fuentes, más arriba Cañada de Travino y al final el collado de la Nava Alta del Espino que es donde propiamente empieza nacer el río. Y todo collado, además, tiene un poco más abajo de donde nace el arroyo, su fuente, su manantial y luego ya el cauce grande por donde el arroyo y el manantial de la fuente, corre.

Pues el collado en forma de cruz tiene a demás otros tres collados. El de la pequeña senda que le entra por el lado de sureste y también vienen buscando la hondonada del segundo y el primer collado. Aquí, por donde brota la fuente, se juntan las tres sendas y el barranco ya se hace hondo y hasta un poco oscuro, algo más abajo. Por donde corre la fuente se alargan las sombras y en los días de verano, el fresco sestea. En los días de invierno la niebla sube por el barranco para luego escaparse por los tres collados al mismo tiempo y formar así, visto desde la cumbre, la hermosa cruz blanca de los tres collados. Cada brazo es un chorro de niebla y cada comienzo de brazo es un cerro de pinos, de encinas y de enebros. El centro de la cruz es el corazón de los tres collados y la fuente del barranco como la boca de un pequeño mar por donde el agua mana sin parar y las sombras se alargan.

Pero cuando llega la primavera, un poco antes que la hierba crezca y las flores broten, al caer las lluvias en las primeras horas de la mañana o en las últimas de la tarde, el collado en forma de cruz o el barranco de los tres collados, se vuelve mágico. Si tú vas por algunas de las tres sendas, comprobarás que nada hay más bello en este mundo que gozar de estas gotas de lluvia rebotando en la tierra de las sendas y buscando después las laderas, la llanura y los bordes de la fuente. Como si fuera una danza que desciende de las nubes y juguetea por las tierras silenciosas por el simple placer de jugar aunque ningún ser humano ande por allí. Así que el collado con sus tres sendas, su arroyo central, su cañada, la fuente y luego el gran barranco es lo más bello que imaginarte nunca puedas. Como una pequeña fantasía escondida aquí, donde no llega mucha gente, por eso es todavía más bonita.

35- Aire que llega
fresquito y bueno
y si es de la Vega
vente corriendo
y prepara la era
que aventar podemos.


El hombre que me ha invitado para que beba agua de la fuente fresca, me sigue diciendo:
- El tío Cesáreo, el abuelo, vivía donde yo ahora tengo el taller de artesanía.
- Y a su nieta María, ¿la llegaste a conocer?
- ¡Claro! La que cuenta los libros esos. Los he leído y te digo que están muy bien. Ahora mismo no tengo ninguno en mi poder porque se lo llevó la novia de mi hijo para leerlo pero que los he comprado yo.
- Cuándo la vea a ella ¿qué le digo de tu parte?
- Pues que me ha gustado mucho lo que cuenta en el libro. Y sobre todo eso de las hijas del tío Lugardo, la Lola, la Naty, en fin todas esas cosas. Yo estuve de ayudante, en la fragua de Inocente Sola, con su hijo que se llamaba Juan Manuel. Que mi padre se llamaba, para que ella lo sepa, Paquito el Corredor. Así se entera mejor y sabe quién soy. Y es que mi padre estuvo veinticinco años de arbitrios municipales y almacén de vino.

Y para que sepas más cosas, yo estuve de arriero con el cura don Pedro Morales Torres. Desde el mirador, cuando iba a decir misa al Tranco, decía: “Víctor, tira delante y da el primer toque”. Y luego para arriba, pues teníamos que venirnos otra vez, que una noche tuvimos que dormir en la Venta del tío Hilario porque cayó una nube grande y de allí no podíamos pasar. Otra noche nos quedamos también en el Soto, en lo del tío Manuel el Sopero.

Don Pedro, en cuanto veía el agua turbia en el río, ya ves tú que en verano los ríos van todos casi secos, pues como se mareaba, me tenía que bajar yo, echármelo a cuesta y pasarlo así.
- Y aquí en el pueblo ¿dónde vives?
- Ya te he dicho antes que me llamo Víctor López Novoa y vivo en la calle del Horno, en el número seis. Cuando vengas otra vez, llega a mi casa que te voy a enseñar todo lo que hago de artesanía.
- ¿Y qué es lo que haces?
- De todo y además bonico.

María José y su hermana Paqui, que todo el rato han permanecido aquí, escuchando interesadas y con ganas de aportar su granito de arena, al tiempo que saludando a los que de las aceitunas vuelven, me lo confirman y además me dice que vende mucho y sobre todo cuando se monta el zoco.
- Ya mismo estoy en tu casa para que me enseñes tus bonicas obras.
- Si quieres vamos ahora mismo.
Y le digo que no porque la noche está cayendo. Pero ahora María José me dice:
- Pues a mi casa sí tienes que llegar.

Y le vuelvo a repetir que la tarde está cayendo. Regresaré otro día y ya, ahora mismo, sé lo que tendré que hacer. Primero ir a la casa de esta agradable muchacha que tanto le gusta leer todo lo que cae en sus manos y por eso se ha bebido los dos libricos que, de esta tierra, tengo escritos. Conoceré a sus padres y así ya tendré más amigos de los buenos en este pueblo. Iré luego a casa de Víctor para que me enseñe y hable de la artesanía que hace de madera de pino. Y para rematar, pediré la llave de la iglesia, entraré a ella y si puedo, en silencio y a lo largo de un buen rato, le daré gracias a Dios por tanto como me siento obligado. Todo lo recibo de El y en abundancia y por eso será justo que me comporte como un buen hijo.

36- Cae la noche
y es fresco el viento,
vuelven ya del campo
los aceituneros
y por las chimeneas,
el humo saliendo
mientras los que llegan
saludan diciendo:
- Hoy no ha sido malo el día,
mañana, ya veremos.

DIA SEGUNDO 26-12-98
Puerta Nueva, calle del Horno, calle las Parras, calle San Bartolomé,
vieja ermita, vieja fábrica de aceite, calle Real, la Rueda.

Es por la mañana y el día se presenta muy frío. Por el río Guadalquivir, según se sube hacia el Pantano del Tranco, se ven muchos rodales donde la escarcha blanquea. Por el Charco del Aceite, donde me he parado un poco, hasta las gotas del agua que saltan de la corriente y se traban en las ramas de los tarayes, se han convertido en hielo. Por las laderas umbrosas que cruza la carretera, según me aproximo al pueblo de Hornos, la escarcha blanquea hasta en el mismo asfalto y más aún, sobre la hierba al borde y en las hojas de las zarzas.

El día está hoy más pálido que nunca y según me voy acercando al río Hornos, los álamos se presentan sin hojas ningunas, lo mismo los cerezos, los granados, los almendros y los membrillos. El bosque en silencio total. No corre ni chispa de viento, el sol cae cálido pero teñido de blanco, muy tumbado sobre el horizonte y el pueblo brilla mudo pero ¡qué bonito! A este pueblo, cuanto más se le ve y se recorren sus calles, más gusta y se mete en la sangre. ¡Qué chiquito en todo lo alto de su gran risca pero al mismo tiempo, qué perla tan bella y recogido en sí!

37- Pueblo mío chiquito
y todo acurrucado
en tu blanco nido,
y de Dios gritando
desde el infinito
hasta el verde lacio
del hermano olivo.


Desde el cruce a Cortijos Nuevos, cinco kilómetros a Hornos. Los tarayes, amarillos, los olivos gris verdes, algunos ya sin aceitunas y otros todavía con ellas colgando de sus ramas y negras. Sentados bajos los olivos y al tenue sol de la mañana, algunas personas descansan comiendo sus bocadillos y miran al pueblo que les observa desde lo alto. Las semillas de los rosales silvestres, de tan roja y por el frío que se le ha metido dentro, negras un poco al contra luz del cielo.

Es un día de invierno total y desde luego frío como él solo. Y como está por completo en silencio, como si todo se hubiera parado de pronto, pues al bosque se le ve chorreando de verde negro que se funde con las sombras alargadas. Todo y hasta el azul de cielo, anuncia una mañana de invierno repleta de quietud e intimidad. Algunos almendros, todavía tienen sus frutos trabados en las ramas. Muchas de las personas de este pueblo, no recogen las almendras de estos árboles y eso lo sé por experiencia. En más de una ocasión, al ir andando por la tierra, me he encontrado el suelo, bajo los almendros, llenos de estas semillas que se pudren con la humedad o se las comen las ardillas pero ellos no las recogen. Y son buenas de comer. Yo lo sé por experiencia.

Rozo las paredes de la panadería y al oler el pan recién cocido, me paro. Entro y compro una barra. Me servirá para comerme un bocadillo luego al medio día y si puedo, lo haré sentando en algunas de las rocas que rodean al castillo en lo alto del cerro. Para mí será un placer comer hoy fundido con las casas y cosas de este pueblo, en un escenario como ese y con la tremenda visión hacia todos los horizontes. Quiero dejar que el silencio me cale hasta lo más hondo de los huesos para haber si así ya me hago paz eterna con el gozo que me transmite este pueblo.
Al castillo le da el sol desde el lado del Cerro Hornos y la torre del homenaje, brilla con el color del oro. Lo mismo reluce la hierba de la ladera por donde remonta la senda nueva que le han puesto. Por lo menos por este rincón, como aquel día, nadie.

Con un pellizco de pan entre mis dedos y otro en la boca, remonto unos metros por la carretera. Enseguida la curva donde se aparta el ramal que lleva a las aldeas de Hornos el Viejo, El Carrascal, la Platera y Fuente de la Higuera. La que traigo, sigue y se va hacia Pontones y más sitios.

Justo en la curva, unos rótulos que dicen: farmacia, mirador, Fuente de la Higuera y la Platera. Prohibido la venta ambulante excepto martes. Se apoya sobre la pared que recoge la fuente donde al caer la tarde, el otro día, bebí en el chorro de la fuente de la Pelota. Enseguida bar el Cruce con sus plantas por la puerta y el rellano donde corre la fuente. Coches parados a un lado y otro y también las casas, ya van escoltando. Una muy bonita con su farola colgando y un porche aunque todo es de estos tiempos. De la muralla para fuera, las construcciones, como tantas en tantos sitios.

38- Pueblo mío bonito
y todo amontonado
junto a las estrellas
y del sol, hermano,
¡qué rey te presentas,
en la fría mañana
y qué bien coronado!


Una noguera grande pero desnuda por que el invierno le ha arrebatado su traje de hojas. Remonta y a unos veinte metros y otra casa con un porche con una inscripción que dice: “Club social de pensionistas”. Algo pienso pero no lo digo. Y lo que sí es verdad que por unos segundos me remonto a los tiempos aquellos, y dentro de sus luchas y sus carencias, a todos los ancianos se les ve rebosando de dicha junto a sus eras, sus hortales, sus ovejas o sus chimeneas y ninguno era jubilado. ¡Cuánta dicha encerraban en sus corazones a pesar de tantas carencias!

Una curva por donde hay algunos apartamentos. Unos árboles por la izquierda sin hojas y a unos metros, el bar hotel, Mirador. Ellos son mis amigos. Más coches a los lados y enseguida, por la izquierda, se aparta un ramal de carretera estrecha que baja casi en picado. Primero va al barrio de las casas nuevas y luego se funde con la que lleva a las aldeas atrás mencionadas. Pasa por el precioso arroyo de la Cuesta de la Escalera.

Aparco por este lado muy cerca de donde comienza la construcción del Mirador de la Puerta Nueva. Pero ahora, por unos momentos, voy a entrar para saludar a mis amigos del hotel. Les comentaré algo de este nuevo proyecto porque sé que ellos sí se alegran. Venden bien aquí los libros y el mapa y eso les deja satisfechos.

La calle Andaraje es la que me sale por la izquierda hacia las casas Nuevas. Entro al bar, los saludo, estoy unos minutos con ellos y salgo, me muevo hacia el mirador por donde varios mayores charlan. Una monja va entrando por la carretera hacia el pueblo rodeado de su muralla. A ella o al municipal le pediré la llave para entrar a la iglesia en el momento ya prefijado. Me acerco a uno y le pregunto:
- ¿Cómo se llama la fábrica de aceite?
- Nuestra Señora de la Asunción. Lo mismo que la patrona del pueblo.

Y para mí me digo que está bien que la patrona muela aceitunas y se manche de alpechín con los hombres buenos de este bonito pueblo. El nombre de Asunción es muy bonito. Y hasta me digo que le cae bien a este pueblo.
- ¿Y la risca del Calvario?
El hombre que me informa, mayor y con cara arrugada de la bondad que le sale del corazón y de los años que sobre sus carnes descansan, me responde:
- Es ahí, en la casa esa.
Señala por el lado de arriba, según se entra al pueblo y unos metros más adelante de donde se encuentra el Hotel.

- Antes había ahí una risca y está todavía pero ya han hecho una cochera encima. Abajo hay un patio y se ve la risca. Por una raja más grande que nuestro cuerpo, que tiene la piedra, crece una higuera. En una raja y en lo alto de la otra risca. Entre las dos, hay una higuera grande. Y ese era el Peñón del Calvario. Ahí tomábamos el fresco por las noches cuando yo era pequeño.
- ¿Y cuando esto no tenía la carretera?
- Pues claro que lo conocí porque yo nací en el año veintiocho. La brecha para que pasara la carretera, la abrimos nosotros y eso fue al terminar la guerra. Tres años duró la construcción y fueron el treinta y tres, treinta y cuatro y treinta y cinco.
- ¿Seguro?
- Si yo estuve trabajando en ella.
- Pero antes había por aquí un camino ¿no?

- Había aquí un camino de herradura. Se podía salir por aquí y una entrada que hay en la Puerta de la Villa, que es el Fuerte. Allí había un portón, que el último que venía del campo, echaba el cerrojo y ya no podía entrar nadie al pueblo.
- ¿Y la casa del yesero?
- Es aquella que se ve allí al final, donde están los coches aquellos.

39- Pueblo mío querido
y nadando en la sangre
de la vida que vivo,
¡qué callado me miras
cuando sólo te pido
permiso para hablar del Dios
que a los dos nos hizo.

Donde se partió la roca para abrir la Puerta Nueva, entrando hacia el pueblo, esta distancia a la izquierda, que ya no sé porque no veo aquello pero aquí no había casas. Entrando hacia la derecha sí había unas casas allí pegadas a la roca. Por la izquierda lo que había, era una pared a una altura, lo suficiente para que no se cayeran los niños y al mismo tiempo se pudieran asomar y mirar todo aquello de allí abajo. Toda aquella belleza que se veía allá abajo. Se veían también el molino de don Francisco Blanco, que estaba cerca, el de don Ignacio Avilés, que ya te he contado que estaba más abajo

Por ese sitio partía el camino que, atrochando, bajaba hacia el camino real. Este último hacía una curva, se encontraba luego con la trocha y ya, hacia los Vallejos para abajo. El Calvario era una risca grande que había allí. Antes de llegar al Calvario, conforme se entra al pueblo a la izquierda, lo que había era una casa que era la de Ramón el Yesero. Estaba entonces en construcción y más bien era un almacén de yeso, por eso le decían Ramón el Yesero.

40- El peñón dorado
de la Puerta Nueva,
a golpes lo han quebrado
para abrir la brecha
que, a lo grande, da paso
a la nueva época.

Y lo digo algo triste
porque el peñón dorado
¡hay que ver qué grandeza
y qué símbolo del tiempo
junto a la vereda!

- Esa era la casa del yesero, que la han renovado ahora los hijos. Por donde viene el señor aquel. Y otra que tenía en este lado de la carretera donde él mismo poseía un bar. Sólo una pequeña casa más, de dos o tres habitaciones, había ahí mismo. Y ya la agrandaron a un patio que había más allá, que ha hecho don Miguel, el maestro de escuela, la casa que levanta más. Todo eso era una tina, sabe usted, para los animales.
- ¿Y la roca que parece se nos va a caer encima?
- El nombre que le decimos a esto es el Peñón de la Puerta Nueva. Fue aquí donde más barrenos echamos hasta que pudimos abrir la carretera.

- ¿Qué fue lo más difícil?
- Pues el peñón llegaba a todo lo que dice la carretera y como lo partimos con barrenos, pues no hubo problemas. De accidente no hubo ninguno. Por aquí no hubo más accidente que cuando el Pantano del Tranco, cuando lo construyeron. Me acuerdo yo muy bien que estaba entonces en un cortijo que hay donde se juntaban los ríos, que le llamaban, que se llamaba la Venta del Horcajo. Y aquel lado del río estaba el cortijo del río Gato. Y ya más arriba está la Solana de Pailla y el Cerezuelo. Las Corralizas, los cortijos de Solana de Padilla y San Román, estaban por allí cerca.

Aquella carretera la hicimos nosotros también. Desde el Tranco hasta las Hortizuelas y esa del Llano la Dehesa, de Cañá Morales al Tranco, también la hicimos nosotros.
- ¿Y lo del cortijo del Horcajo?
- Yo estaba allí con unas pocas cabras y algunas ovejas. Como las “despropiaron” y la cogió el pantano, pues ya no hay allí nada. Yo conocía bien a San Román y la torre de Bujarcaiz. En San Román lo único que había era un cortijo de un guarda de montes. Sólo eran tres o cuatro vecinos.

41- El peñón dorado
de la entrada vieja,
en los tiempos pasados
y cuando la vereda,
¡Hay que ver lo que vio
y cuánto fue referencia!


Donde termina la niebla, por debajo, quedaba también la Venta del tío Hilario y la Venta de los Sartenillas, que vivían en el cortijo Novos. Esos eran unos que se criaron allí. Tenían una vivienda ellos y todo el monte aquel de la niebla y para arriba, era de ellos. Luego empezaron los juicios del Estado y ganaron ellos porque tenían las escrituras hechas. Porque el Estado quería aprovecharse de todo el monte aquel. Era un monte muy bueno, con mucha madera, entonces la madera valía mucho. Más para arriba de la casilla de los Sartenillas, están los Sotos.

Y es que en este valle que se tragó el pantano, había más de cuatrocientas familias. Cada uno tenía su casilla heredada de los abuelos, de la madre, del padre... y vivían todos ahí. Unos y otros tenían vacas, mulos, burros, ovejas, cabras y cochinos. Las vacas para la labor. Entonces se labraba todo. Eran tierras riquísimas. El primer año que las aguas cubrieron la Vega, ahí en el Llano Bojal, fueron amontonando las cosechas que cortaban para que no las cubrieran las aguas y yo qué sé la cantidad de fanegas de trigo, garbanzo y maíz que se llevaron. Eso fue así y como ya estaban las tierras “despropiadas”, se lo llevaron ellos.

42- ¡Lo que se llevó
el dichoso pantano
y para siempre en la Vega
quedó sepultado!


Yo vivía aquí, en el Barrio Parché, na más que mi padre tenía aquella venta y yo me iba con las ovejas y las cabras.
- ¿Y es cierto que en ese barrio hubo una ermita?
Otro hombre mayor, se acerca apoyado en su bastón y contesta:
- El Patio de las Novas, le decían al callejón que hay allí pero para arriba se abre otro, y allí es donde estaba la ermita. Pues aquello, la casa tiene dos habitaciones y el patio, así que no sería muy grande. Su nombre verdadero, el de aquella calle, es de San Bartolomé. De donde estuvo la ermita a mi casa, pues como desde aquí a la papelera.

- ¿Y el patrón de este pueblo?
- Pues el verdadero es San Vicente. Lo que pasa es que el día de las fiestas también se celebra a San Roque como patrón del pueblo.

Las doy las gracias por su rato de charla y su compañía y sigo. En cuanto se entra por aquí, un callejón o trinchera abierta en la roca para que pase la carretera, leo: calle Puerta Nueva.

Aquí, a la derecha y pegado a la roca, sí había algunas casas. Al lado de esta casa había una cochera que era de los hijos de don Francisco Blanco. Es donde encerraban ellos el camión.

Y si ahora entramos por aquí, en este punto se abría la carretera, daba un rodeo por este lado, que es por donde estaba la fragua de Inocente. Antes de la iglesia. Luego bajaba la carretera por aquí y en este punto vivía Timoteo y su mujer Genoveba, que no estaban siempre allí porque tenían cortijos en el campo, y por este lado caían las puertas de las cuadras.

Enseguida una tienda de comestibles, por la derecha se va la calle que lleva a la Rueda. Me voy por la izquierda y leo: calle Iglesia. Bajo unos metros y enseguida una plazoleta. Víctor me dijo el otro día que vive por aquí y cuando ahora, hace unos minutos, he preguntado, me lo confirman. Un gato que al verme se mete por el agujero que, una puerta de madera y cerrada con candado, tiene.

Recorro la calle prestando atención a cuanto veo y al mismo tiempo, busco para dar con la casa donde vive él. Pero sin pretenderlo, la calle gira, y en unos metros se me acaba saliendo a la que entra para la Rueda. Me vuelvo y pregunto a una señora que sale de comprar en la tienda de la calle sin salida.
- Vive justo en esa puerta.
Se lo agradezco. Me acerco y al llamar, sale una mujer. Le pregunto y me dice que:
- Aquí vive Víctor pero hoy está con fiebre. No puede salir a la calle.

43- Recorro la calle
y respiro el viento
al tiempo que miro
al azul del cielo,
pero en la calle estrecha
¡cuánto duerme en silencio!


Me invita a pasar y como él todavía no se ha levantado, coge la llave y me dice que mientras tanto, me enseña el taller donde su marido hace las cosas de madera. Salimos fuera, andamos unos metros, y en el mismo lado que da a la muralla, abre un portón de hierro. Entramos y enseguida descubro el misterio de su taller.
Una mesa de madera recia en el centro, con instrumentos para trabajar la madera y en la pared de la derecha, varias piezas terminadas.
- Esto, son bandejas, un juego de bandejas que se vende mucho. Esto, jarreros para poner jarros de adorno. Una percha, una cantareras, una escalera para adornar, una arca, esto es para el almirez y así, todo lo que usted está viendo.

Y miro despacio y sí que veo. Un arca más grande y otra más pequeña sin barnizar.
- ¿Y vende mucho?
- ¡Claro que sí!
Por el lado de la muralla veo una ventana pequeña que da al valle del Pantano. Un gato nos acompaña y mientras recorremos su hermoso y recogido taller, maúlla. Salimos fuera porque lo que más me gustaría es que él me contará lo que el otro día me anunció. Entramos a la casa y lo veo sentado en la mesa de camilla. Lo saludo y al preguntarle me dice:
- Un virus que anda por el pueblo y mire usted como estamos. El chiquillo también se ha tenido que venir de las aceitunas porque no puede más.

Miro y lo veo tumbado en el sofá mientras la madre lo arropa con una manta. Ni siquiera nos hemos saludado y es que ciertamente la fiebre se lo come. Le vuelvo a preguntar y me dice que:
- En la misma casa del rincón, vivía el tío Cesáreo y la mujer. Al lado de allá donde vivo yo. Que me acuerdo, de chiquillo, del canastillo aquel de hojalata donde metía los soldadores y todo aquello con las ascuas. En la otra casa del taller.
- ¿Quién vive ahí ahora?
- Nadie. En estos días se han metido unos gitanas que están cogiendo aceitunas.
- ¿Hubo un temporal?
- Así fue y se cayó la casa.

“A continuación vivía una abuelica muy buena que le decíamos la hermana Jacinta. Después, la casa de Félix Vivo y Eugenia, su mujer. Luego la casa de Inocente Sola que por aquí daba la puerta de la casa y por este lado, la fragua. Venía a continuación el cuartel de la Guardia Civil, que la puerta principal estaba por este lado. Luego aquí hacía esquina, que aquí tenía que haber un claro, como está aquí.

Pues en este claro, cuando yo veía los coches desde por aquí, como ya no me daba tiempo a subir y verlos, salía por este lado a su encuentro a verlos pasar. Bueno, pues casi en este rincón, vivíamos nosotros. En un rincón había un mirador chiquitillo. En este punto tenía la barbería Julián el Barbero, por aquí, Lugardico, a continuación vivía otra mujer que es la viejecica que arreglaba los huesos, la hermana Asunción y todas estas casas, la fachada sí las tenían a la calle pero por detrás, todo era despeñadero. Que luego, esta roca viene a empalmar aquí con el Aguilón. Y sigue la roca hasta rodea por completo el pueblo y sobre la misma dureza del peñasco, alzaron la muralla que luego la gente fue aprovechando para construirse las casas.

Vino un día un temporal grande y con la fuerza del viento y la lluvia, se hundió, juntamente con la de la hermana Asunción. Yo no sé ya lo que pasó con esa casa. Si la restauraron o qué persona la tiene ahora. En tiempos de mis abuelos, era una casa muy bonica, modesta pero un primor de casa.

44- Miro por la calle
y busco en el recuerdo
y sólo te veo a Ti, Dios mío,
pintando de bello
las fachadas de las casas
y la ausencia de ellos.


Sigue diciendo:
- Había otro Cesáreo que a la mujer le decían Mariana, que vivían allá arriba. Del abuelo me acuerdo que era alto y la mujer también. Ahí vivía otra mujer que le decíamos la abuela Asunción porque estaba sola. Ni marido ni hijos ni nada.
- ¿Y el horno?
- Pues en esta misma casa, donde estamos ahora, estaba. Me acuerdo que cuando mi padre hizo la obra, sacó un montón de palos quemados. Luego, a donde mismo está la estufa esa, se hizo otro horno chiquitillo. Para cocer doce o trece panes nada más. El grande ya había desaparecido.

- Y en las eras ¿qué se trillaba?
- ¡El trigo!
- ¿Y tanto había?
- Entonces aquí todo estaba sembrado de trigo. Como no estaba el pantano, pues figurate tú. Se empezaba a segar aquí por el mes de junio y julio y ya todo el mes de agosto para trillar. Hasta parte de septiembre. Que muchas veces venían las nubes y cogían las parvas extendidas y se mojaban. Y se hacía todo a base de bestias, caballos, burros y mulos. Se trillaban las cosechas y luego se “ablentaba” y como en este collado casi siempre había aire, pues aquello, al caer las tardes de los meses de verano, era digno de verlo.

Cuando ya estaba el trigo casi limpio, pues entonces en lugar de una horca, se hacía con una pala y había una mujer con una escoba de pan de pastor e iba quitando las granzas por encima para que luego eso en una “ciaza”, entre dos tíos, na más que moverlo, pin, pan, pin, pan y dejaban el trigo limpio. Se envasaba en costales y a la casa. Se guardaba en la casa y según iba haciendo falta, se llevaba al molino para molerlo, hacer el pan y comer.

45- Y los trigales verdes
por barrancos y cerros,
llenando de perfume,
corazones y sueños
mientras por las veredas,
los niños con sus juegos.

- ¿Y los molinos?
- Había varios. Se molía o bien en el del tío Gil, en el de Juanillones o el del tío Salado. En aquella parte, el arroyo de la Cuesta de la Escalera, había tres. Y aquí en esta parte, había otro dos. El molino del tío Galiposo que su nombre verdadero era el molino de la Central. Más abajo había otro que ese era de un forastero que no me acuerdo yo bien. El molino de don Genero le decían. Que era también de harina.

Y venían ellos a las casas a por la molienda, que se llamaba. Cogías y le echabas media fanega o una entera. Se lo llevaban al molino, lo hacían harina, ellos te maquilaban un tanto por el trabajo, te la traían, amasabas y cocías el pan en el horno y hasta que pasaran quince días o así. Entonces estaba el horno de Mariana, había otro de un tal Roque, de Félix y también, de Julio Ojeda... todos esos hornos había. A ellos lo llevabas y así que estaba cocido, te lo traían aquí a tu casa y ya. Así era como en aquellos tiempos teníamos pan.

- ¿Y los vecinos de la calle?
- Los que vivimos en esta calle, empezando por arriba, Pepa Sola, aquí yo, a continuación otra que se llamaba Pepa también y ya se terminan los vecinos que estamos. Las otras casas están cerradas.
- ¿Y eso?
- Porque los dueños están por ahí.
- ¿Cogiendo aceitunas?
- Sin coger aceitunas. Esta casa que hay aquí es de un hermano mío y vive en la Carolina, otros se han muerto y los jóvenes, pues como casi todos se van fuera, pues ya está.

- ¿Y la puerta de enfrente que está cerrada?
- Todo eso es una cuadra. Ahí no vive nadie. Y al lado de allá del rincón ese, hay una puerta cerrada que era la de la fragua. ¿Te acuerdas? El dueño se llamaba Inocente Sola. Lo que en aquellos tiempos se hacía en la fragua mayormente eran rejas, vertederas y arreglar arados, en fin... cosas de esas para las labores del campo. Juan Manuel, que era hijo de este señor, con el que yo estaba de ayudante, todavía vive en Linares.

Y como a Víctor casi no le salen las palabras porque la fiebre hoy se lo tiene comido, le doy las gracias, lo despido y salgo fuera. Continuo por la calle, volviéndome ahora para ver si puedo hacer una foto bonita que recoja lo que en la calle esta ahora existe. Busco el ángulo y con la torre de la iglesia sobre el azul del cielo, disparo la máquina. Echo una última mirada, como si quisiera buscar o llevarme algo y continuo la ruta.
Salgo a la calle que lleva a la Rueda. En el rinconcito donde está la tienda de comestibles, se concentra el silencio sólo roto por una mujer que al salir me saluda. Remonto y busco la entrada de la calle de las Parras. Miro todavía una vez más y descubro la calle de las Parras, calle del Horno, ya para la iglesia y el rinconcito por donde se ve una puerta que es la entrada a la sacristía.

Me voy por la calle Alta en dirección a la Puerta de la Villa. Es muy estrecha esta calle a su comienzo. Salgo a las cuatro esquinas y ahora giro un poco siguiendo la curva de la calle. Las casas han sido restauradas. Me cruzo con una muchacha que viene en sentido contrario y juega con un niño pequeño. Algo más adelante, varios turistas me miran.

46- Pero si a alguno pregunto
¿sabrán decirme ellos
qué es lo que busco
por entre los recuerdos
y las calles que cruzo?


Salgo a donde llegué el otro día cuando bajaba del castillo. Hay como un rellano y desde aquí, a un lado y otro, se derraman dos calles corticas que mueren pegado a la Puerta de la Villa. Unas escaleras de cemento para poder andar por la calle y una mujer mayor.
- ¿Que cómo se llama este rincón?
- Sí
- Pues es el rincón de mi casa pero también le dicen las Escalerillas. Aunque las Escalerillas son esas de abajo.
- ¿Y tu casa?
- La que tenemos enfrente.

La miro despacio y es preciosa. Se lo digo y luego le pregunto por su nombre.
- Me llamo Encarnación Lumbreras y aquel que es mi hombre, Domingo García.
- Lo conozco.
- ¿Sí? Pues bueno.
Y le repito:
- La casa es muy bonita
Y ella:
- Regular. Pues está vieja porque se estaba cayendo el tejado. La hemos subido un poco y por eso ha quedado arreglada, que sino estaría en la ruina. Lo que pasa es que los escalones ya no puedo subirlos.

Y estoy viendo que su casa se encuentra casi en lo alto de un escalón de las rocas que por este lado tiene el Adarve y el voladero por donde va la muralla. ¿Cómo se las arreglará cuando pase unos años más y tenga menos fuerza? Nada más salir, la casa tiene un primer escalón grande y si se mueve para arriba, dirección al castillo, tiene escaleras pero si se va para abajo, dirección a la Puerta de la Villa, tiene las Escalerillas que son por lo menos quince. Al frente, no hay escaleras pero la ladera tiene su inclinación natural que es mucha.

Donde se encuentra su hombre, otro hombre parte troncos de olivo con un azadón. Pagado a la pared, una pila de leña.
- Y a las macetas ¿qué le ha pasado?
- ¿Pues esto?
El arriate que se recoge en la misma puerta de su casa, al lado de arriba según sale de ella. Tiene una cerca de alambre, tierra negra y las plantas, secas casi por completo aunque pienso será por los fríos de estas noches invernales.

Y ella:
- Pues esto, lo levantaron y se fueron y no les dio la gana de apañarlo.
La miro y lo miro. Quiero preguntar por los que lo levantaron y por los que se fueron pero ella:
- A cuestas hemos traído nosotros la tierra y to y hemos puesto esto. Que no tiene vista ahora. En el verano sí hay muchas flores de toas castas pero en fin que...
- ¿Y los vecinos?
- Pues aquí sólo vivimos nosotros y otra vecinas que hay por detrás, mi chiquillo que vive ahí, esa casilla y esa que no vive nadie y ya.
- ¿Por qué no vive nadie en casa tan bonita?
- Tengo las llaves pero bueno. Es que le han dado una casa allá abajo.

47- y ella, toda reina,
cómo sabe seguro
donde está la esencia
de la vida que apuro
porque es sangre en sus venas
y en la calle que cruzo.


Y le digo que voy a seguir. Le parece bien y después de saludar a su hombre, continuo con mi ruta de hoy. Desde su precioso palacio tan graciosamente remontado en la roca, me dejo caer por las escalerillas. Un rincón donde una muchacha de raza gitana tiende su ropa. Un perrillo juega mientras quiere ponerse a sol de la mañana para quitarse el frío. Un montón de leña que escurre el agua de la escarcha que se derrite y justo salgo a la Puerta de la Villa. El mismo punto que me encontré el otro día.

Varios turistas me cruzan y suben las escaleras de la azotea que es precisamente el Fuerte. Lo visité yo el otro día y no sabía algunas cosas que ahora sí. Calle Puerta de la Villa es el nombre de este trocico de calle donde estoy. Me voy para la plaza y busco la fuente. Tres niñas salen de una tienda que hay en esta esquina con la calle Real. Le pregunto por el nombre de la plaza y ellas dicen que no lo saben
- Pero lo tiene usted escrito en la pared de ahí.
Se lo agradezco y sigo acerándome a la fuente. Quiero hacerle una foto. De las tres gratas fuente que en aquellos tiempos corrían en este pueblo, la de la Rueda, la que estaba a la entrada de la calla Alta y Parras y esta, que es la única con vida.

Se encuentra en el lado del castillo. Construida en piedra de pizarra, tiene una pared en forma de cuadrado y remata, sobre el chorro, en medio círculo. Donde cae el caño, como un poyete con una hendidura que servía para meter los cántaros y que no se cayeran. Mana su chorro de agua limpia y fresca. Bebo un trago y miro.

Por detrás queda adornada con unos rosales, ahora sin hojas ni rosas, dos árboles a los lados y se recoge en un rincón primoroso. Le saco algunas fotos y sigo. Justo desde aquí, ahora me voy para la calle de correos que es la que lleva al barrio Parché, como ellos lo llaman.

Sólo unos metros y por la derecha, una calle cortica que se va para la muralla y se para porque no tiene salida. Remonto unos metros más y por este mismo lado, otro callejón algo menor que también le corta el paso el voladero de la gran roca por ese lado. El asfalto de la calle que subo, sigue y ni siquiera se funde con la que entra en el callejón, que se me abre humilde, callado y frío y todavía con las piedras de aquellos tiempos. Por el firme de esta calle aun no han aparecido los nuevos tiempos.

48- El suelo que piso
y la luz que me besa
sin que haga ruido,
eres Tú que en esencia
esperas en tu sitio
a que la hora sea.


Ni siquiera es llano el suelo sino que como la roca sigue en su sitio, forma todas las figuras geométricas menos una superficie lisa. Me voy por ella y remonto el empedrado hacia un pequeño sobresaliente que es donde la calle queda cortada por la muralla. Una puerta humilde, una cortina cerrándola y al entrar llamo. Una mujer me saluda.
- Me han dicho que por aquí había una vieja ermita.
Y ella:
- Puede que sí pero yo no le sé decir. Porque mire usted, aquí vivimos nosotros y esta casa no tiene nada más que lo que ve.

Lo que veo es una estancia muy sencilla, con una chimenea en el rincón donde arde una lumbre que aprovecha la muchacha que me mira tímida, unos palos por techo donde cuelgan algunos chorizos y morcillas, unas cantareras detrás de la puerta y poco más. Por mi derecha, según he entrado queda una pequeña puerta.
- Que da a la única habitación que hay.
Me dice ella. Y sigue aclarando:
- Puede que sea esto la vieja ermita que busca pero yo no lo sé.
Le agradezco su interés y salgo. Bajo por la rampa empedrada desde aquellos tiempos y a un lado y otro, la puerta de algunas casas más donde hay cuadras. Se nota por la paja, el olor y los cagajones de los animales. Cuando ya estoy casi pisando el pavimento de la calle que remonta, me vuelvo y saco un par de fotos. La mujer asoma a la puerta y pregunta:
- ¿Y se puede saber para qué busca lo que busca?
Le digo que es sólo para conocer algo mejor el pueblo.
- Pues si esto es una ermita, yo no lo sé.

Voy a seguir por la calle para darle la vuelta al bloque de casas que me quedan por la derecha cuando, desde la plaza de San Vicente, veo a un hombre subir. Lo espero y antes de llegar le pregunto.
- ¿No ves el arco que hace la puerta de la casa del rincón?
Me pregunta.
- Sí que lo veo y además le he hecho una foto.
- Pues esa es la vieja ermita que busca.
Y se lo digo a la mujer que todavía mira asomada a la puerta.
- ¿Esta es la ermita? Ya sabe usted que le he dicho que yo no lo sabía porque como yo no soy de aquí.

Seguimos subiendo.
- En el plano que queda por el lado que da al río y en lo alto de ese espigón, era donde se juntaba la gente cuando había alguna procesión. Esto era más grande pero cortaron ahí. Que precisamente le llaman a este punto el Plano pero luego ya hicieron este edificio y quedó eso ahí muy reducido. El trozo de calle que se mete, sería para entrar a la ermita. Luego ya hicieron la cuadra esta ¿no ve usted las piedras que hay de moros? ¿Y ahí en esa esquina también?

49- Las piedras que callan
y tan frías son ellas,
¡cuánto no guardan
en su color canela
y en el musgo que las cubre
de noches de estrellas!

Lo que pasa es que luego lo abandonaron e hicieron casas pero la obra de este rincón era de los tiempos del castillo o de antes.
- ¿Por este rincón me han dicho que había como un balcón para mirar desde la muralla?
Y el hombre que ha llegado, dice que lo acompañe porque va en la misma dirección que yo. Mientras terminamos de remontar, comenta:
- Le dicen barrio Parché pero es calle de San Bartolomé. Y lo de Parché, no lo sabemos.

Giramos a la izquierda y unos apartamentos. Los recuerdo. Al pasar por la casa que el otro día me sorprendió con las plantas colgando, una señora sale de ella y me saluda.
- Que soy la tía de Aurora.
Me paro, la saludo y le pido perdón al tiempo que le digo que son bonitas las plantas de su casa.
- Son claveles de los chiquitillos que huelen muy bien.

Seguimos avanzando y ahora ya somos tres. Gira la calle un poco para la izquierda, unas escaleras y en el rincón, una pared a la altura del pecho que sujeta hacia el voladero. Nos paramos y digo:
- Explícame este rincón.
Y él:
- Pues nada. Este rincón, en otros tiempos, lo tenían como vertedero para las basuras. ¿No lo ves?
Veo que por la ladera que cae desde la pared de la roca se amontonan bolsas de plástico y otros materiales de desecho.
- Pero ya no es así. Aquí debajo hay una cueva que se mete hasta muy dentro del pueblo.

Cuando ya hubo otra civilización, hicieron esta pared y por ahí, pues iba la muralla. A este rincón se le decía el Adarve de la Fabrica de Aceite o de don Genaro. Poco más para allá que “alinda” le decían el Huerto Ginero. Vemos también ese rincón que se llama Juansalobre. Es que el agua no es buena, tira un poquito a salá.

Estamos mirando por el balcón que sirvió de vertedero y, con la vista, nos movemos por la ladera que desciende hacia el río.
- Donde está la encina esa, a todo eso le llaman el Torcal. Pero si te vienes para este rincón, que es la casa del molino, desde su balcón, verás que bonito se ve todo.
Le digo que vamos a verlo y seguimos bajando unas escaleras. Una mujer limpia la puerta de su casa y un hombre le da compañía. El que me guía, le pide que me enseñe su casa por dentro. Los que están en la puerta, marido y mujer dueños de la vivienda que ahora se levanta sobre los cimientos de la vieja fábrica de aceite, dicen que sí y abren la puerta de su casa.

50- Y en el rumor del aceite
brotando de las aceitunas
que al caer la tarde
traen de la tierra cruda,
¡cuánto no late
y se hace luna
en los cristales
de la fuente pura!


Me invitan a que pase y nada más entrar, me quedo sorprendido por la limpieza de la casa, lo bonita que es por dentro, lo bien ordenada que la tienen, el olor a pureza y por el lado derecho, colgado sobre la pared, me sorprende el cuadro que cuelga y exclamo:
- ¡Qué foto más bonita!
Orgullosos ellos me la muestran mientras yo, embelesado, la miro.

Es una foto tomada desde una avión desde el lado del Yelmo pero no a mucha altura. Fue hace mucho porque todavía no estaba el camino nuevo de la cuesta del castillo. Señalando a esa ladera, les pregunto:
- ¿Cómo se llama?
- Nosotros le decíamos la cuesta del Moral porque antes había ahí varios árboles de esos. Queda una que no se ve porque la foto la hicieron en tiempo de invierno y no tenía hojas. Que aquí era donde teníais vosotros el cortijillo.

- Y ese “quiñón” es el de Félix Vivo.
Comenta el dueño que nos ha abierto las puertas. Me extraña la palabra que he oído pero no pregunto.
- Es de los lavaderos viejos para abajo. La alberca que se ve aquí es la de los Barberos y estas ruinas que se ven entrando por el lado del Valle hacia el collado de las Eras, son las del molino de aceite.
Y la tía de Aurora:
- Pero el de don Francisco Blanco, que usted nombre en el libro, es la fábrica de arriba. La que funciona ahora.
- Aquella de antes era Ángela Blanco. El Molino de Aceite que le decimos y se le sigue diciendo. Antes había tres fábricas en este pueblo y ahora sólo queda una porque todos se han unido.

Y el dueño de la casa:
- En esta vivienda había otra fábrica.
- ¿Cómo se llamaba?
- La fábrica de don Genero y la casa esta que era también de él. Ahora ya no es suya. Pero vamos a ver lo que nosotros llamas las Terrazas.

Les digo que sí y avanzamos dejando la foto colgada en su pared. Recorremos el pasillo de la casa cada vez más reluciente y abren una puerta. Me sorprendo nada más salir. Es una especie de azotea a lo grande y con tres niveles espaciosos, donde crecen rosales, naranjos, celindas, espárragos, fresas, violetas, parras y todo, casi al borde del despeñadero que por aquí sigue presentando la roca sobre la que se asienta el pueblo. Sin poderlo evitar, exclamo:
- ¡Qué bonito es esto!

51- Y siempre el asombro
desde el voladero
hacia lo hondo
y en las casas blancas,
la belleza y el gozo.

Y ellos orgullosos:
- Y porque ahora están sin hojas.
El dueño:
- Aquí es justo donde estuvo la fábrica. Tenía una entrada por aquí y otra por la otra calle. La cerraron hace tiempo. Nosotros llegamos aquí sobre el año sesenta y ocho y empezamos a derribar atrojes, a poner plantas y ahora, pues esto no parece fábrica de aceite ni por asomo.

Nos vamos moviendo hacia el espigón que más sobresale por el voladero donde un medio círculo de pared, sujeta el paso dejando un balcón casi colgado en el vacío. Rozamos el naranjo no muy alto pero sí muy verde.
- Y tiene naranjas, fíjese. Nosotros ahora cuando queremos comernos una naranja, venimos al árbol y la cogemos. Le vamos arrancando las de arriba y las más madura para que las que tiene entre las ramas, se mantenga protegidas de los fríos y aguanten. Pero son riquísimas de comer. Coja una ya verá.

Miro bien y descubro que el naranjo queda bajo las ramas de las parras. En el rincón y también bajo las parras, están las pilas de lavar.
- Pero el agua no se desperdicia. Le tengo hecho unos canales y por su propia pie van regando lo que en cada momento sea necesario. Y vuelvo a exclamar:
- ¡Qué curioso y en lo más alto de la roca, ya casi al borde!

Nos asomamos al balcón y me indican la puerta de la cueva que se abre en mitad de la pared rocosa por el lado del antiguo vertedero. Contemplando los bloques de roca que se han desprendido de la grande, el tío de Aurora, dice:
- Allí desde la Puerta Nueva, se corrieron las piedras aquellas. Me acuerdo yo de eso. Era pequeño porque fue antes de la guerra. Allí vivía una mujer que se llamaba Agustina. Se le rompió la casa por la mitad y se tuvieron que ir. No la habitaron después más, que es la que tiene ahora Antonio Lozano.

Pues lo que quería decir que un burro que tenían, se quedó remontado en lo alto de un peñón y el animal no podía irse de allí. Tuvieron que sacarlo con sogas. Y sin decir más, para mí me digo que eso puede pasar cualquier día con cualquier casa de las muchas que se clavan al borde mimos de los voladeros de esta gran roca. Porque la naturaleza sigue su proceso y aunque sobre esta plataforma pétrea se hayan construido las casas del pueblo, las piedras seguirán rompiéndose y lo que haya sobre ellas, también irá al garete.

Y el dueño de la vivienda:
- Y es que esas plantas que por aquí llamamos cornitas, son muy malas. Meten las raíces en las grietas y lo que hace unos años era sólo una raja pequeña, ahora es todo un corte profundo. Y lo digo porque ese peñón que tenemos abajo, ves las cornitas que le crecen en la raja, pues la conocimos casi sin grieta y fíjate lo que ahora tiene. Por eso yo, aquí mismo tenía una de esas plantas silvestres y todas las he cortado.

Mirando para el barranco hacia el arroyo de las Aceitunas, me dicen:
- Ese camino que baja, ahí donde se separan, le dicen la Era Villana y la de la derecha y más para acá, las Revueltezuelas.
Se ve bien, desde este balcón, la piedra de la Encantá. Ellos me dicen:
- Es porque la dueña de ese terreno, le decían la Encantá, de apodo, y la gente cree que es porque se aparecía una pero no es así.

- ¿Y el cultivo por estas laderas?
- Antes se cultivaba todo lo que ahora mismo estamos viendo. Lo que no se podía labrar con arado, cavado con azadón y sembrado todo. De ahí para abajo le llamaban a todo eso el Llano del Castillo. No sé por qué le decían eso. Un poco más arriba estaba el quiñón de mi padre.
Y ahora pregunto:
- ¿Qué es un quiñón?
- Un trozo de tierra de la que hay aquí pero de secano. Lo de regadío se dice huerta y lo de secano se le llama Quiñón.
- ¡Cuántas cosas aprendo con vosotros!
Y callan.

52- Como calla el río
frente al cielo azul
y refleja con brío
de tu rostro, la luz.


Cada día y en cada rincón de estas sierras, aprendo algo nuevo que me llena de sorpresa a la vez que de gozo. Pero la tía de Aurora:
- Mira, explícale lo de la yesera.
Y yo:
- Venga.
Y él:
- Pues que todo el morro ese que vemos frente antes del arroyo, es el Cerrillo del Ahorcao. Y a donde se ve el remolque aquel, había un filón de yeso. Pusieron allí una yesera y una familia de aquí, durante un tiempo, vivió de eso. Un día, como le habían hecho allí mucho corte, se corrió la tierra y por poco no los coge a todos debajo. Allí se quedaron todas las herramientas enterradas y eso y ya la abandonaron. El último que trabajó ahí ya, es el dueño del bar aquel del Cruce. Que le llamaban Ramoncete.

Aquella otra casa que se ve allá lejos, le decían Paller. Allí vivían varias familias. Los Vivos, Vidal y otros más.
A la casa se le ve remontada sobre la loma que desde la carretera que viene al pueblo, sube antes de que ésta cruce el arroyo. Es una ladera repleta de olivos y por donde se alza la casa, aparecen pinos.

- El cortijllo este que se ve más acá, le decían el Cortijo de las Hazas. Y todo esto es de Hornos. Algunas de las casas de Cortijos Nuevos, en la punta de acá, están metidas en el término de este pueblo. De ahí pasamos al Polvillar, por detrás, donde se ven unas alamedas, queda Puerto Cecilia y así hasta venirnos a la Vega.

Por la ladera que nos chorrea hacia el arroyo se amontonan las encinas.
- Que son viejas ¿verdad?
- Pues en aquellos tiempos, las bellotas las cogíamos para engordar los cerdos, para echárselas a las ovejas y a las cabras. Entonces se guardaban mucho. Ahora ya no. Pasa el ganado por ahí y nadie se preocupa. Y no sé por qué, ni echan tantas bellotas como antes.
Y pregunto.
- Y donde estamos asomado, el punto más bonito de tu primoroso rincón ¿cómo le llamáis?
Responde el dueño:
- Nosotros le llamamos la Glorieta. Es solamente el redondo este. Se lo hemos puesto sin pensarlo pero será por que es una gloria asomarse por aquí y contemplar lo que se ve. Y lo digo porque más de una vez, cuando nos sentimos nerviosos o cansados, nos venimos a la Glorieta, miramos los paisajes, respiramos el viento que llega y ya somos otros. Es tal como lo estoy diciendo.

- ¿Y todo el conjunto?
- Estos eran los atrojes de la fábrica.
- Pero vosotros ¿cómo lo llamáis?
- Le decimos Patio de Arriba, Patio de Enmedio y Patio de abajo que es donde crecen las esparragueras y las fresas. Que cuando tienen, desde las matas las ponemos en la mesa para comérnoslas. En el patio de abajo es donde estaban los atrojes ¿no ves todavía las señales sobre la pared?
Y sí que las veo.

53- Como veo en el hielo
tu presencia divina
y en la flor del almendro
y en la esencia fina
que manando del pueblo,
son cien ríos de vida.

Ya cae la tarde. Les digo que me siento agusto tanto entre ellos como en su casa y en este rincón llamado glorieta pero que me voy. Y en estos momentos dicen:
- Llama a la nena. Es que tenemos una hija que estudia derecho en Barcelona y ahora ha venido.
Sale y la saludo. Enseguida me dice que donde estudia lo tiene que hacer todo en catalán, que cuando ahora regrese, después de las vacaciones de esta Navidad, tiene un gran examen de penal, que tiene que estudiar mucho pero que lo ve difícil.
- Saldrán bien las cosas, ya lo verás.
Le digo y sale el tema del folleto que el diario Jaén ha sacado por estos días del Pueblo de Hornos. En las últimas páginas, dedicada a la literatura, habla de los dos libros recientes: En las Aguas del Pantano del Tranco y Ocho Rutas Históricas literarias por Hornos y el Pantano del Tranco.

Se los regalo porque dice que cuando vuelva, se los va a enseñar a sus amistades para que conozcan un poco las cosas de su tierra. Me pide que se los firme y con el padre y los tíos de Aurora, salimos fuera. Frente a un callejón sin salida que desde la puerta arranca hacia la vieja ermita, su padre me dice que:
- A esta callejuela nosotros le decimos el Rincón de Capuchas. Y es porque ahí vivía un hombre mayor que le decían ese nombre, que por cierto, era apodo.

Les digo que ahora me voy a ir para la iglesia y entonces responde:
- Pues haber si alguien te comenta y te confirma lo del túnel que la recorre por debajo.
- ¿Qué túnel?
- Dicen los antiguos que desde el lado aquel que da a Fuente de la Higuera, tiene una entrada, que por cierto se ve, y por una galería se llega hasta el mismo centro de la iglesia, que está hueca por debajo. Otro túnel creo que va desde la misma iglesia hasta el castillo. Eso es lo que dicen los antiguos.

Ya me despido pero antes, al preguntarle, me aclara que su nombre es Ángel Marín Fuentes. Lo recojo y bajo el trocico de calle que falta hasta el Real. Al girar hacia la Rueda, unos metros y me tropiezo con un agujero que se abre en la pared de una casa a ras de la calle. Es para que, cuando llueve mucho, las aguas de las lluvias que se concentran en todas estas calles, se vayan por ahí y caigan por el despeñadero. “El Buzón”, le llaman los del pueblo.

54- Y no es el final
sino el comienzo
o un simple ramal
de un camino nuevo
que nace en las calles
y se pierde en el viento,
rumbo a las estrellas
y el azul del cielo.


Ya en la Rueda, al pisar la esquina, una señora mayor me saluda. Le pregunto y responde:
- Es cierto que antes, en este lado de la plaza, donde ahora crece el árbol, había una fuente. Otra corría a la entrada de la calle Alta. Pero yo, lo que le podría decir ahora mismo es que el Señor, ha obrado dos milagros en mi vida. Que me ha hecho dos milagros.

Le digo que me hable de esos dos milagros y mientras la escucho, pongo fin a la ruta de hoy, no porque se termine sino porque me queda un tercer día. Al final de la ruta del tercer día, voy a venir justo a esta plaza para enganchar con el relato de los dos milagros de esta sencilla mujer y entrar a la iglesia. Dentro de ella quiero concluir mi recorrido por el pueblo que ya he fundido, un poco más, con los latidos de mi corazón.

DÍA TERCERO 28-12-98
Camino de la Puerta de la Villa, iglesia y final.

Subo por la carretera y al dar la curva, me tropiezo con lo que venía soñando:
un hombre mayor que despacio, anda por la derecha de la carretera de vuelta al pueblo. Me venía diciendo que lo necesitaba para que me explicara lo que desde esta tierra se va hacia el pasado y aquí lo tengo.

Paro, lo saludo y le digo que voy a irme por el camino que lleva y entra por la Puerta de la Villa.
- ¿Me acompañas?
- Pues claro hombre.
Y le pregunto cómo se llama.
- Soy Antonio Escalera ¿no te acuerdas?
Y al hacer el esfuerzo, caigo en la cuenta. Me acuerdo y escrito quedó en las páginas del libro que él ya