1.22.2008

Qué bonito era mi pueblo: Hornos de Segura-2

Pero como todavía no se han acabado los nombres por la tierra, nos venimos aquí más pegado al pueblo y esta zona que tiene encinas, se llama la Juansalobre.
- Y ese nombre ¿por qué?
- Fuensalobre, es como se llama y es porque ahí mismo nace una fuente que siempre le decíamos así. Será porque tiene el agua salada y ya to este polígono, to esto que hay de encinas, se le dice Fuensalobre. Toda esta ladera de almendros es de don Gregorio Hoyo Martínez. De donde está la alambrada para abajo aquí a pegar al torcal. De la alambrada a la otra linde, de un hermano mío. Y ahora de ahí pa´ bajo, to eso que hay más broza blanca, de Juan Ortega Lara. Y este trozo que se ve ahí con un peñón “movizo”, ese cuadrico que hay ahí, eso es de los herederos de Juan Fuentes.

- ¿Y qué nombre tiene el peñón gordo?
- Precisamente se le dicen el Peñón de la Encantá.
- ¿Y eso?
- Porque decían que salía ahí una, liá en una sábana y ya se quedó con el Peñón de la Encantá. Se decía en aquellos tiempos y ahora también.
- ¿Pero se aparecía en cualquiere época del año?
- Algunos viejos decían que sólo en el día de San Juan.
- ¡Qué curioso ¿verdad?
- Ea. El morrete que hay un poco más abajo que tiene un pino, le decimos nosotros precisamente así, el Pino.

Abajo, en lo hondo que hay olivas, to eso de ahí que tiene olivos, se llama el Llano del Castillo, donde están todas aquellas choperas, to pa´ riba, Huerta la Rivera, la loma que hay de oliva hasta aquí, que se esconde, la Loma las Huertas, donde se ve esa casilla que es una cochera, to ese morro se llama el Collao las Casas, por donde se junto el arroyo este que tenemos por la derecha con el río, el Radabán, donde está el dique ese.

25- Los nombres serranos
que duermen en la tierra
fundidos a ella y blancos,
¡Hay que ver qué bonitos
sus sonidos, al nombrarlos
y hay que ver con qué fuerza
siguen a ella clavados!


Toda la llanura aquella, tiene el mismo nombre pero el cortijo que se ve al final, se llama la Asperilla del Rabán, el otro, el cortijo de la Loma, donde se ven tres o cuatro casas o cinco, el Polvillar.
- Pero aquello que se ve allí que quiere darle ya casi la sombra, es de Cortijos Nuevos ¿no?
- Eso es de Hornos y el cortijo que tu dices y todo ese llano de huertas, se llama la Veguilla y por donde están los pinos para acá, el Cerrillo de los Ahorcaos, algo más pa´ ca, las Revueltezuelas y luego más pa´ lla que llega la carretera, el Cornicabral, por la otra parte del pueblo, la Alcoba, que es aquí y luego más allá, la Alcoba Vieja, el lavadero nos queda más cerca del pueblo.

- ¿Y por donde está la piscina natural?
- El Aserraero, el royo y al otro lado, el royo la Hoz y si ya nos venimos barranco abajo tenemos el royo de las Aceitunas, que es donde había una pequeña fábrica de luz que le decían la Central. Yo la llegué a conocer y luz que venía al pueblo. Cuando llegaban las fiestas de Hornos, ahí unas lucezuchas que casi no se veía na. No había más luz que esta y además abastecía a Cortijos Nuevos. De la Central salía una línea que iba por Paller allí y otra aquí.

Ya terminamos con el repaso de los nombres y antes de irnos, porque él tiene que cuidar a sus ovejas y yo tengo que seguir con mi sueño, le pregunto:
- ¿Conoces tú el pastor de Hornos el Viejo?
- ¡Claro hombre! Se llama Francisco.
- Pues ese me dijo a mí este verano que cuando volviera otra vez por aquí, yo no lo vería con ovejas, porque pensaba venderlas todas.
- Pues no las ha vendido que las tiene todavía y creo que no las venderá mientras le queden algunas fuerzas para andar por la tierra. Ese hombre quiere a los animales como pocas personas yo he conocido. Ayer por la mañana subió a Hornos y estuvimos hablando un rato.
- Y tú ovejas ¿por dónde van de careo?
- Pues cuando hay pastos, por la orilla del pantano, es donde más estoy. Cuando no, pues en el piazo que tengo yo o de algunos amigos. Ya vamos quedando pocos y yo ahora digo que no las hubiera comprado pero las tenía de antes y ya cuando me jubilé, pues como tenía las tinás y todas las cosas y claro, mientras pueda, pues las tengo.

26- Los nombres serranos
y los pastores de la tierra
con los cerros y llanos,
hay que ver qué belleza
de tesoros callados,
tan humildes y rotundos
y siempre de Dios hablando

Se va a despedir y entonces me dice que:
- Los tres pastores que quedamos por estas tierras de Hornos, los más antiguos, ya sabes quienes somos: Francisco Fernández Rodríguez, de Hornos el Viejo, Isidro Sánchez Fernández, de Cañada Morales y yo de este pueblo que tanto te gusta y que cuando me bautizaron me pusieron el nombre de José Adán Martínez. Isidro y yo somos los que tenemos los pastos del pantano del río para allá.
- Pero Isidro, esta primavera pasada, vi que sólo tenía unas pocas ovejas encerradas en las ruinas del Cortijo de Montillana. ¿Es que las ha vendido?
- ¡Que no! Ese no las vende tampoco y mira que ya es mayor el hombre pero le tiene tanto cariño a los animales y a la tierra, que como yo digo, se muere cuidando a sus ovejas.
- ¡Hay que ver cómo sois los pastores de estas sierras!

Se despide y ahora ya voy a despedir también a Domingo y al muchacho joven que estudiaba sentado en el balcón del Aguilón frente al sol de la tarde. Mientras hemos charlado nosotros, lo he visto jugando con su perro y de vez en cuando, sacando algunas fotos a las ovejas que pastan por la hierba de la ladera de los almendros que caen desde la roca del pueblo, al pastor y a mí.
- Luego te las mandaré con Aurora, María José o Estrella.
Me aclara. Y le digo que se lo agradezco y más porque creo que ha sido todo un detalle por su parte. Seguro que me gustará tener una foto de recuerdo con personas tan buenas como las que acabo de conocer esta tarde.

Y mientras ya me retiro y comienzo a salir por la puerta del Mirador del Aguilón, me digo que hay que ver cómo son las cosas. Mi plan y deseo, que no estaba definido, era distinto a lo que acabo de vivir. Y claro que me alegro. Vuelvo a pensar como otras veces, que lo que satisface en la vida no es saber mucho, sino sentir y gustar las cosas hondamente y tal como Dios nos las va dando.

Son las cinco y media. Recorro la sombra que ahora ya cubre todo el recinto de la Rueda. Acaba de llegar un coche todoterreno con algunas personas. Vienen de la aceituna. Rozo la pared de la iglesia y me dirijo por la calle que va hacia la entrada principal. Enseguida por la izquierda, la calle de Enmedio, algo más arriba y también por la izquierda, un rinconcito sin salida y a continuación la calle Alta.

“Ya por aquí, esto era la pared de la iglesia por donde había una puerta, que era la de la sacristía. Y por aquí, vivía Lugardico. Pegando a la iglesia vivía Lugardico Leal y Julianica, su mujer, don Antonio Leal que era su hijo y sus hijas, Lola, Naty e Isabel.
- Nos venimos para este lado de la izquierda porque luego entramos por lo que parece el rincón más importante aunque no lo sea.
- ¡Bueno! A la izquierda y en esta calla sin salida, vivía Bastián el Sastre. Aquí vivía Pablo con su madre Soledad. En este punto, Matagallinas y al lado, otras familias.

Por este punto, vivía Pajarito y el Caillo. Ya por aquí había una plazoleta muy pequeña, que se abría. Justo en este punto pusieron una fuente, cuando trajeron las aguas al pueblo. A la derecha según subimos otra vez para el castillo. Todo esto son casas también.

Pero antes de subirnos por la ladera, nos damos una vuelta rápida por la calle de Enmedio. Siguiendo para adentro... pues esto parece que ha desaparecido, porque por este punto, había un cuadrico que era por donde estaba el horno del pueblo en tiempos de la guerra. Y algo más adelante, vivía don Saturnino Galdón. Y estas son las cuatro esquinas, porque ya ves que hacen cuatro esquinas de verdad.

Y esto subía para arriba y ya empalmaba aquí con la calle de los Adanes, que es como se le decía antes y ahora, calle Alta. Luego iba a la calle de las Parras y aquí vivía Leopoldo el Sastre. Seguía para arriba y ya subía a las calles que te he contado que no eran rectas.

Ahora vamos por la calle las Parras y por este rincón, al castillo. Pero en las calle de las Parras te voy a decía que vivía Lorenzo el Rizao.
- Y subiendo hacia el castillo ¿Qué era esto?
- Pues calles irregulares. No estaban muy bien ordenadas. Eran calles como se dice en mi tierra, cuando sembraban: “a manta”. Una casa por aquí, otra por allí, una subida por un lado y otra por otro y ya, al castillo. Por todos sitios, se iba al castillo.
Este rincón de mi pueblo, era como el que dice: Todos los caminos van a mi casa.
Donde nace esta calle Alta, por este lado de la izquierda y a su comienzo, se abre una rampa. Si me voy recto, saldré otra vez al rincón de la Puerta de la Villa porque esta es la calle de las Parras. Ahora me decido y subo por la rampa viniéndome hacia la derecha. Remonto y en unos metros me encuentro con el laberinto de las callejuelas que encontré al bajar del castillo. Ya he descubierto que voy a salir al mismo sitio pero por el lado que pega a la carretera de entrada. Creo que el nombre de la calle cortica que recorro es del Castillo.

27- A las calles, en la tarde
de este día brumoso
por donde el sol se cae
y emerge lo grandioso,
hay que ver qué traje,
de silencio primoroso,
le has puesto Tú, Dios mío
sólo para mi gozo.


Casi no hay sol. Por donde avanzo ya me cubre la sombra de las casas. Sólo en lo más alto, el castillo, el Cerro Hornos y Yelmo, dan los últimos rayos de la tarde. Remonto unas escaleras, los arbolitos en las puertas de las casas, algunas macetas, paja esparcida por el suelo que empieza a dejar de ser asfalto para tornarse en cemento y al poco, en puras rocas y rodales de tierra con su hierba.

Un bonito rincón y la puerta de varias casas muy humildes. El techo de algunas de ellas, es de uralita y no son las mismas que veía al comienzo de mi paseo soñado. Amarrado a la puerta de madera vieja, el burro blanco y mullido que al verme me mira. Es el platero que el viento acariciaba hace unas horas sobre la cresta de las rocas del castillo. ¿Y qué haces tú ahora aquí? Quiero preguntarle pero él me mira y como no me conoce bien todavía, alza sus orejas y calla. En el rincón de más arriba, el dueño, hombre alto, de cara morena y ojos negros, prepara la paja en el pesebre. Se nota que como la tarde cae, dentro de poco va a encerrarlo. Por el rincón de la derecha, donde ya el cemento de la calle se ha terminado, me miran algunos niños de raza gitana y una muchacha, quizá hermana de ellos, también me observa.

- ¿Cómo se llama tu burro?
Le pregunto al que prepara la paja y fuma un cigarro algo arrugado. Me mira y el rato responde diciendo:
- Se llama Sevillano.
¡Qué nombre más curioso siendo tan corriente! No me lo esperaba para este burro blanco, Platero imaginario en el cerro del castillo del pueblo de Hornos y ahora, en la puerta de su cuadra, amarrado con su cabestro.
- Pues hace un rato, le he sacado una foto.
- ¿A cualo?
- Al burro Sevillano.
- Claro ¡Ea!
- ¿Y qué hace este burro blanco?
- Pues acarrea arena, transporta aceituna, trae leña, nos lleva en su lomo por las mañanas cuando vamos al olivar o a las otras tareas del campo. ¿Pues no ve que por esta calle no pueden pasar los coches?

28- Platero, amigo mío
y como yo esperando,
la noche ya nos cubre
con su rocío blanco.
Hoy,
¿Qué tal te fue la faena
por tus verdes campos?


Miro ahora y, aunque ya antes lo había notado, es verdad que por las calles corticas, tortuosas y estrechas de la ladera de este castillo y a las casas humildes de techo de uralita, no pueden entrar los coches. ¿Cómo van a entrar si son pura roca con las mismas barrigas y hoyos de los tiempos romanos?
- Pero el burro peludo de miradas lánguidas ¿hoy ha trabajado?
- Sí ha trabajado. Ha estado sacando una “pocucha” aceituna.
- Si yo lo he visto amarrado a su soga, no hace mucho, junto a la hierba de la tierra del castillo.
- Pero habrá sido otro.
- ¡Ah!
- Este no, este ha venido ahora mismo.

29 - Entonces
¿cuántos plateros hay
en este barrio
que cae desde el castillo
hacia las casas
del pueblo mágico?
- ¿Que cuánto plateros?
- Bueno, era por decir algo.


Y miro distraído hacia el lado derecho que es por donde ya se han concentrando varios niños y las muchachas y algunos hombres más que parecen hermanos. Frente a ellos, el Platero que yo he imaginado, la paja esturreada por el suelo, el hombre del cigarro que habla pausadamente y, fría como la escarcha de la noche, la vieja fuente con su grifo de hierro que ya no echa agua.
- Y este rincón donde vives ¿cómo se llama?
- Calle Castillo.
- ¿Toda la ladera entera?
- Sí. Tú mismo estás viendo que ende aquí hasta abajo, el trozo de carretera, está parada.
- ¿Como que parada?
- Que estuvieron el otro año y el otro, queriendo arreglarla y todavía está parada.
- Ya lo entiendo ¿Y eso por qué?
- Será porque no funciona.
- ¿Qué no funciona?
- Pues los clavos están aquí puestos desde hace mucho tiempo.

Miro para el tejado de la casa y le digo:
- Tendrás que arregarlo ¿no?
- En cuanto llueve nos caen goteras. Por eso tengo yo la arena aquí ¿No la ves?
- Claro que la veo. ¿Es la que acarrea Platero?
- Y dale con Platero, que se llama Sevillano.
Y callo. Vuelvo a mirar a la fuente y voy a preguntarle por qué ya no echa agua pero no lo hago.
- ¿Que come el burro?
- Come cebá, paja y algo de hierba cuando lo llevo al prado.
- Pues sí está gordo.
- Porque lo quiero y lo cuido bien.
- ¿Cuantos años tienes?
- ¿El burro? por cinco, va.
- Es joven, claro. Y la cosecha de aceituna ¿cómo está este año?
- Pues por lo que se ve, que hay muy pocuchas. Yo que sé por qué será eso.
Lo despido.

30- Tú, Platero blando
que estás rechonchito
y de plata y azucenas
es tu pelo blanco,
cuando yo me muera
o te mueras tú
¿iremos perfumados
de aceitunas negras
y de nieve y barro?


Sigo con mi camino persiguiendo el sueño que me quema desde dentro y ahora paso casi rozando un grupo de personas que, por el lado de arriba donde amarrado a su ronzal, espera Platero, me miran expectantes. Los saludo y como ya me queda poco tiempo, sigo avanzando. Un gato se va por delante de mí y al llamarlo, se mete por entre las macetas que, por el lado de arriba de la fuente, se apiñan.

En unos metros, me tropiezo con las mismas veredas que vi cuando hace un rato salía del castillo buscando el centro del pueblo. Son muchas según se viene desde las casas pero poco a poco, se van fundiendo hasta quedar en una sola que roza el depósito del agua, se mete por la trinchera de tierra y piedras, cruza la muralla por la puerta que aquí le hicieron y sale al flamante paseo de adoquines y bolos del río que en la ladera clavaron.

Y el castillo, pues ya sabes tú que en la ladera que cae hacia el gran collado, no había casas.

Miro para el lado de la tarde, y ahora sí que se oculta el sol por detrás de la Sierra de las Lagunillas. Sigue el pueblo en su silencio aunque por la carretera que llega, ya se ve más gente. Vuelven de las aceitunas y al cruzarse, se saludan y dejan el aire impregnado de aromas a olivar viejo. Por donde ladraban los perros, me encuentro ahora dos cabras entre blancas y coloradas con sus chivos que retozan y se van por los peñascos. Las llamo y me miran como extrañadas al tiempo que se quieren venir conmigo pero no las dejo.

Por las chimeneas de las casas del pueblo, ahora el humo se espesa. Con la caída de la tarde, el frío llega y los que regresan del olivar, vienen cansados y, en la medida que se pueda, hay que prepararle un rincón confortable. Todo el campo, las laderas de los pinares y las de los olivares junto con la atalaya de este cerro donde se eleva el pueblo, ya lo cubre la sombra. Sólo las partes más altas del pico Yelmo, relucen bañado de fuego.

31- Del olivar vengo
y de ir tras las aceitunas
que van por el suelo,
y cuando al caer la tarde
a mi pueblo llego
¡cuántas chorros de aceite
me manchan el cuerpo!


Bajo por este camino incompleto y ahora, en lugar de volverme por donde comencé a subir, lo hago por la pista de tierra, que a mitad de la ladera, se le junta al que remonta con rellanos empedrados. Creo que voy a salir al coche un poco más arriba de donde lo he dejado. Recorro el trozo de rampa encementada, primer tramo de esta pista de tierra y vengo a salir, justo a la puerta del restaurante el Cruce. Aquí mismo me tropiezo con otra cabina de teléfonos. Al frente y, en una sencilla terraza que precede al bar mencionado, veo una fuente que sí echa agua. Dos hombres se paran en ella y beben.

Como casi los tengo que rozar en mi rumbo, los saludo y les pregunto:
- ¿Es buena esta agua?
- ¡Cómo que viene del corazón del monte!
- Pues vamos a probarla.
Y me acerco. Estoy poniendo mi mano bajo el chorro para que forme un hoyico donde el agua se remanse y poder beber así más cómodo, cuando al mirar, veo que por las escaleras que dan entrada a la plazoleta, aparece la muchacha joven que estudia en Safa. La saludo mostrando la sorpresa.
- Pues sabíamos que tenías que estar por aquí, porque habíamos visto el coche.
- Estaba por aquí pero ya vuelvo.
Y la otra joven que le acompaña, su hermana Paqui, me mira fijo.
- ¿Por dónde has estado?
Y al decírselo, uno de los dos hombres mayores que me han invitado a agua, aclara al momento:
- Esa calle se llama San Bartolomé. Que es de donde se encuentra correos para arriba.
- Pues yo me la he recorrido toda y en silencio.

Y él:
- Conforme sube, a la derecha, queda un callejón que no tiene salida y luego otro algo más ancho también sin salida porque por ese lado, se encuentra el voladero de las rocas que sostienen al pueblo. Así enfrente hay una casa y eso fue una ermita.
- Pero eso sería hace mucho tiempo.
- Yo tengo setenta y dos años y ya no llegué a conocerla. Yo me recuerdo de ver allí restos pero otra cosa, no.
- ¿Se celebraba algo en aquella ermita?
- Pues aquello era de una hermandad que había. Era la de San Vicente, porque aquí el patrón verdadero en el pueblo, es San Vicente.
- ¿Y San Roque?
- Ese es el Mayordomo.

32- Cayendo la tarde
por las lejanías,
el agua de la fuente,
qué pura y qué fría
y el rumor de palabras,
de ellos, no las mías,
qué acción de gracias
al que es todo luz
y certera guía.

Y vuelve a preguntar:
- ¿Cómo conociste tú la ermita aquella?
- Ya derribada y después hicieron una casa. Aquello era muy pequeño, si ahora sólo hay una cocina y un cuarto. En la vida mía, no se celebraba nada porque vivía un señor allí. Pero le llaman el Barrio de San Bartolomé por eso. Porque yo es que no recuerdo de muchas cosas de aquí pero los nombres que ahora le decimos, no son los suyos de verdad.
- ¿Pues cómo se llamaba antes la calle de las Parras?
- Ende que yo lo recuerdo, ha llevado ese nombre pero la que hay más abajo, siempre fue calle de los Adanes. Ande yo vivo, calle del Horno porque allí había un horno, de mis abuelos, no, de mis tatarabuelos, que le cogía una fanega de pan. Cociéndose dentro una fanega de pan y por eso le pusieron calle del Horno.
- ¿Y cómo se llamaban tus abuelos?
- Pues uno Victoriano y el otro Antonia.

Y el segundo hombres mayor que bebía agua en la fuente:
- Ahora que, el horno más grande del mundo, siempre ha estado aquí.
- ¿Dónde?
Pregunto con interés.
- El horno más grande del mundo, porque tiene la Puerta a veinticinco kilómetros.
Me paro un poco y un chispazo por mi mente, me ilumina.
- Ya lo sé.
- ¿Qué sabes?
- La Puerta de Segura, otro de los pueblos bonitos de estas sierras, se encuentra a veinticinco kilómetros de este pueblo que se llama Hornos de Segura, el más bello de la tierra. ¿Es así como se puede explicar?
Guarda silencio y sonríe.

33- Y las dos dulces muchachas,
callan y miran
y saludan cariñosas
a los que del campo vuelven
cansados y sin prisa.
Cayendo la tarde, Dios mío,
¡cuánta belleza en el viento
y qué montón de dicha!

- ¿Y en aquellos tiempos?
Les sigo preguntando.
- Pues yo he conocido a viejos que decían que no tenemos en toda España un fuerte como el de este pueblo. Bueno, hay uno por la parte de Cartagena. Y es que este pueblo está amurallado de los moros. No tenía más entrada que la que antes hemos dicho, la Puerta de la Villa. Juanete Laurín me contaba, que cerraban a las diez de la noche y se quedaba el pueblo por completo encerrado. El que le pillaba fuera, tenía que dormir en la calle. To esto, de la entrada que ahora nos queda cerca, es nuevo. Ahí se nota que en la piedra esa hicieron un portillo a fuerza de martillo para entrar por ahí pero antes, to estaba cerrado.
- ¿Y en qué año fue eso?
- Yo no me lo recuerdo porque era un crío chico.

- El primer coche que vino aquí lo trajo don Federico que era secretario del Ayuntamiento. Tenía de chofer a uno que le decían Martínez y probaron a sacarlo por la Puerta de la Villa porque decía que aquello era bonito. Y venga para arriba y para abajo y tuvieron que dejarlo porque el coche no cabía por allí.
- ¿Y cuando se reconstruyó el castillo?
- Por dentro, ese “hundilón” que se ve, había aquí un señor que todo lo que salía, hasta cachos de orzas de esto y de aquello, lo iba recogiendo y se lo llevaba a Jaén. Y luego ahí en la plaza, se hizo también un socavón muy grande para hacer la casa del Sardinero de la Rosa. Del sótano que tienen abajo, salieron cosas que nadie sabe ni lo que era ni lo que podían valer. Aquel hombre decía: “Eh, esto fuera y aquello también”. Y se lo llevaron todo pa Jaén. Y por eso digo que he trabajado ahí mucho y yo no he visto en los destierros sacar nada de tesoros.

- ¿Y el collado donde estamos?
- En aquellos tiempos, todas estas tierras estaban llenas de eras. ¿Te digo los nombres?
- ¡Claro que sí!
- A la de este lado le decíamos la Era Félix Vivo, Padre de Felipa Vivo que estaba casada con Anibal Blanco Marín, hijo de don Francisco y doña Magdalena que trabajada de Taxista en Úbeda y murió de un infarto. Ahí había otra que era también de un hermano de Félix Vivo, allí había otra y le decíamos la Era de don Tomás Ríos, a otra más le decíamos la Era de Lorenzo, detrás teníamos otra que conocíamos por la Era del tío Naranjo, luego había ahí otra que se llamaba la Era de Lugardico, más allí había una que le decíamos la de Chuín, que tenía una fuentecilla, allí había otra que era de la Concepción, luego otra más arriba, la de Inocentón, que él se llamaba Inocente. La de más allá... ¿aquella de quién era? De los... Escaleras, que ya me acuerdo. Que son familia de los que tú conoces. Y por ahí detrás, una era del tío Perillo, la otra... Ya no me acuerdo yo.

Por donde está la casa del cuartel de la Guardia Civil, arriba del todo, había una era grande que se le decía de los Molinillos. Porque ahí allí unas terreras grandes y le pusieron ese nombre.

34- En la eras del collado
tengo yo mi corazón,
mitad trigo bien dorado,
mitad paja, mitad sol
y en las mulas con su trillo
¿dime tú qué tengo yo?

Este Chuín, era una persona muy buena, muy piadoso, como toda la gente de mi pueblo. Por aquellas fechas vinieron unos años de sequía muy grandes. Un día sacaron a la Virgen en rogativas. Se la llevaron por esta calle de aquí, Real que es como ahora le dicen. Salió por la puerta de la Villa y luego la subieron hasta el castillo. La pasearon por todas las calles del pueblo pero cuando estaba en el castillo, este Chuín, se arrodilló delante de la Virgen y llorando decía: Virgen Santísima, madre mía, nosotros somos pecadores y merecemos estos castigos y muchos más que nos mande Dios. ¿Pero estas criaturas inocentes?

Y señalaba a los niños que acompañaban a la Virgen. Y los chiquillos no entendía nada de aquello, nada más que sacaban a la Virgen e iban acompañándola. Pero lo mayores sí lo entendía y por eso decía: si quiera por estos niños inocentes, mándanos la lluvia. Si tú se lo pides a Dios, te lo concederá, a nosotros no pero a ti, sí. La lluvia para que se críen trigo para estos niños y que coman ellos. Y así, con una devoción que lo decía el hombre y arrodillado delante de la Virgen.

Bueno, pues, estuvieron allí rezando y cantándole a la Virgen y te puedo decir que aquello no fue una “Juelga”, sino oración de la que sale de lo más sincero del corazón. Le decían procesión de rogativas y aquello fue oración de verdad.

Y dicen que antes de salir del castillo, observaron que por el cielo aparecían como telarañas, como cuando empiezan a salir nubecillas chicas. Y que aquello se fue agrandando y que poco a poco se fue cubriendo el cielo todo de nublos. Y empezaron a caer gotas y cuando bajaron la Virgen del castillo, comenzó a llover de tal manera, que tuvieron que encerrarla deprisa pero cuando llegaron a la iglesia iban todos empapados de agua.

Y dicen que, después de encerrar a la Virgen, todo el pueblo se salió a la calle, en la Rueda y algunas personas empezaron a sacar paraguas y dijo el párroco: No, no. No abráis los paraguas y el Chuín le apoyaba diciendo: paraguas no. Si la lluvia que ahora nos empapa nos la ha mandado Dios por medio de la Virgen, vamos a recibirla con alegría aunque nos mojemos pero se están empapando también nuestros campos y los niños tendrán pan.

Y no permitieron que se abrieran paraguas y estuvieron allí todos mojándose rezando y alabando a Dios porque les mandaba la lluvia. Que aquello fue un milagro como tantos profundos y sencillos en mi pueblo querido. Un milagro más de los muchos que ocurren en el mundo y pasan desapercibidos y que casi nunca los humanos sabemos apreciar pero ahí están.

Víctor me dice:
- ¡Aquellos tiempos, qué bonitos ellos y qué cosas las que entonces teníamos entre manos!
Y quiero figurármelo pero mientras que hago el esfuerzo, se me viene al recuerdo
la vieja imagen del collado que aquella noche, vi en mi sueño.

Tiene una senda estrecha que sube desde el arroyo grande y al llegar a lo alto de la pequeña loma, el collado le presta su tierra llana para que descanse. A la izquierda queda el gran rincón meciéndose hermoso desde el pedestal de sus rocas blancas y a la derecha la ladera de las encinas. Por arriba, por el lado del levante, le entra la otra senda que al principio viene un poco metida por la ladera de los pinos y luego descansa porque llega al collado. El segundo collado porque este es el del arroyo de la fuente. Yo ya sabes bien que todo collado es siempre el nacimiento de un cauce de agua que por lo general es un arroyo aunque en ocasiones pueda ser un río. El nacimiento del Guadalquivir nace en un collado. Cañada de las Fuentes, más arriba Cañada de Travino y al final el collado de la Nava Alta del Espino que es donde propiamente empieza nacer el río. Y todo collado, además, tiene un poco más abajo de donde nace el arroyo, su fuente, su manantial y luego ya el cauce grande por donde el arroyo y el manantial de la fuente, corre.

Pues el collado en forma de cruz tiene a demás otros tres collados. El de la pequeña senda que le entra por el lado de sureste y también vienen buscando la hondonada del segundo y el primer collado. Aquí, por donde brota la fuente, se juntan las tres sendas y el barranco ya se hace hondo y hasta un poco oscuro, algo más abajo. Por donde corre la fuente se alargan las sombras y en los días de verano, el fresco sestea. En los días de invierno la niebla sube por el barranco para luego escaparse por los tres collados al mismo tiempo y formar así, visto desde la cumbre, la hermosa cruz blanca de los tres collados. Cada brazo es un chorro de niebla y cada comienzo de brazo es un cerro de pinos, de encinas y de enebros. El centro de la cruz es el corazón de los tres collados y la fuente del barranco como la boca de un pequeño mar por donde el agua mana sin parar y las sombras se alargan.

Pero cuando llega la primavera, un poco antes que la hierba crezca y las flores broten, al caer las lluvias en las primeras horas de la mañana o en las últimas de la tarde, el collado en forma de cruz o el barranco de los tres collados, se vuelve mágico. Si tú vas por algunas de las tres sendas, comprobarás que nada hay más bello en este mundo que gozar de estas gotas de lluvia rebotando en la tierra de las sendas y buscando después las laderas, la llanura y los bordes de la fuente. Como si fuera una danza que desciende de las nubes y juguetea por las tierras silenciosas por el simple placer de jugar aunque ningún ser humano ande por allí. Así que el collado con sus tres sendas, su arroyo central, su cañada, la fuente y luego el gran barranco es lo más bello que imaginarte nunca puedas. Como una pequeña fantasía escondida aquí, donde no llega mucha gente, por eso es todavía más bonita.

35- Aire que llega
fresquito y bueno
y si es de la Vega
vente corriendo
y prepara la era
que aventar podemos.


El hombre que me ha invitado para que beba agua de la fuente fresca, me sigue diciendo:
- El tío Cesáreo, el abuelo, vivía donde yo ahora tengo el taller de artesanía.
- Y a su nieta María, ¿la llegaste a conocer?
- ¡Claro! La que cuenta los libros esos. Los he leído y te digo que están muy bien. Ahora mismo no tengo ninguno en mi poder porque se lo llevó la novia de mi hijo para leerlo pero que los he comprado yo.
- Cuándo la vea a ella ¿qué le digo de tu parte?
- Pues que me ha gustado mucho lo que cuenta en el libro. Y sobre todo eso de las hijas del tío Lugardo, la Lola, la Naty, en fin todas esas cosas. Yo estuve de ayudante, en la fragua de Inocente Sola, con su hijo que se llamaba Juan Manuel. Que mi padre se llamaba, para que ella lo sepa, Paquito el Corredor. Así se entera mejor y sabe quién soy. Y es que mi padre estuvo veinticinco años de arbitrios municipales y almacén de vino.

Y para que sepas más cosas, yo estuve de arriero con el cura don Pedro Morales Torres. Desde el mirador, cuando iba a decir misa al Tranco, decía: “Víctor, tira delante y da el primer toque”. Y luego para arriba, pues teníamos que venirnos otra vez, que una noche tuvimos que dormir en la Venta del tío Hilario porque cayó una nube grande y de allí no podíamos pasar. Otra noche nos quedamos también en el Soto, en lo del tío Manuel el Sopero.

Don Pedro, en cuanto veía el agua turbia en el río, ya ves tú que en verano los ríos van todos casi secos, pues como se mareaba, me tenía que bajar yo, echármelo a cuesta y pasarlo así.
- Y aquí en el pueblo ¿dónde vives?
- Ya te he dicho antes que me llamo Víctor López Novoa y vivo en la calle del Horno, en el número seis. Cuando vengas otra vez, llega a mi casa que te voy a enseñar todo lo que hago de artesanía.
- ¿Y qué es lo que haces?
- De todo y además bonico.

María José y su hermana Paqui, que todo el rato han permanecido aquí, escuchando interesadas y con ganas de aportar su granito de arena, al tiempo que saludando a los que de las aceitunas vuelven, me lo confirman y además me dice que vende mucho y sobre todo cuando se monta el zoco.
- Ya mismo estoy en tu casa para que me enseñes tus bonicas obras.
- Si quieres vamos ahora mismo.
Y le digo que no porque la noche está cayendo. Pero ahora María José me dice:
- Pues a mi casa sí tienes que llegar.

Y le vuelvo a repetir que la tarde está cayendo. Regresaré otro día y ya, ahora mismo, sé lo que tendré que hacer. Primero ir a la casa de esta agradable muchacha que tanto le gusta leer todo lo que cae en sus manos y por eso se ha bebido los dos libricos que, de esta tierra, tengo escritos. Conoceré a sus padres y así ya tendré más amigos de los buenos en este pueblo. Iré luego a casa de Víctor para que me enseñe y hable de la artesanía que hace de madera de pino. Y para rematar, pediré la llave de la iglesia, entraré a ella y si puedo, en silencio y a lo largo de un buen rato, le daré gracias a Dios por tanto como me siento obligado. Todo lo recibo de El y en abundancia y por eso será justo que me comporte como un buen hijo.

36- Cae la noche
y es fresco el viento,
vuelven ya del campo
los aceituneros
y por las chimeneas,
el humo saliendo
mientras los que llegan
saludan diciendo:
- Hoy no ha sido malo el día,
mañana, ya veremos.

DIA SEGUNDO 26-12-98
Puerta Nueva, calle del Horno, calle las Parras, calle San Bartolomé,
vieja ermita, vieja fábrica de aceite, calle Real, la Rueda.

Es por la mañana y el día se presenta muy frío. Por el río Guadalquivir, según se sube hacia el Pantano del Tranco, se ven muchos rodales donde la escarcha blanquea. Por el Charco del Aceite, donde me he parado un poco, hasta las gotas del agua que saltan de la corriente y se traban en las ramas de los tarayes, se han convertido en hielo. Por las laderas umbrosas que cruza la carretera, según me aproximo al pueblo de Hornos, la escarcha blanquea hasta en el mismo asfalto y más aún, sobre la hierba al borde y en las hojas de las zarzas.

El día está hoy más pálido que nunca y según me voy acercando al río Hornos, los álamos se presentan sin hojas ningunas, lo mismo los cerezos, los granados, los almendros y los membrillos. El bosque en silencio total. No corre ni chispa de viento, el sol cae cálido pero teñido de blanco, muy tumbado sobre el horizonte y el pueblo brilla mudo pero ¡qué bonito! A este pueblo, cuanto más se le ve y se recorren sus calles, más gusta y se mete en la sangre. ¡Qué chiquito en todo lo alto de su gran risca pero al mismo tiempo, qué perla tan bella y recogido en sí!

37- Pueblo mío chiquito
y todo acurrucado
en tu blanco nido,
y de Dios gritando
desde el infinito
hasta el verde lacio
del hermano olivo.


Desde el cruce a Cortijos Nuevos, cinco kilómetros a Hornos. Los tarayes, amarillos, los olivos gris verdes, algunos ya sin aceitunas y otros todavía con ellas colgando de sus ramas y negras. Sentados bajos los olivos y al tenue sol de la mañana, algunas personas descansan comiendo sus bocadillos y miran al pueblo que les observa desde lo alto. Las semillas de los rosales silvestres, de tan roja y por el frío que se le ha metido dentro, negras un poco al contra luz del cielo.

Es un día de invierno total y desde luego frío como él solo. Y como está por completo en silencio, como si todo se hubiera parado de pronto, pues al bosque se le ve chorreando de verde negro que se funde con las sombras alargadas. Todo y hasta el azul de cielo, anuncia una mañana de invierno repleta de quietud e intimidad. Algunos almendros, todavía tienen sus frutos trabados en las ramas. Muchas de las personas de este pueblo, no recogen las almendras de estos árboles y eso lo sé por experiencia. En más de una ocasión, al ir andando por la tierra, me he encontrado el suelo, bajo los almendros, llenos de estas semillas que se pudren con la humedad o se las comen las ardillas pero ellos no las recogen. Y son buenas de comer. Yo lo sé por experiencia.

Rozo las paredes de la panadería y al oler el pan recién cocido, me paro. Entro y compro una barra. Me servirá para comerme un bocadillo luego al medio día y si puedo, lo haré sentando en algunas de las rocas que rodean al castillo en lo alto del cerro. Para mí será un placer comer hoy fundido con las casas y cosas de este pueblo, en un escenario como ese y con la tremenda visión hacia todos los horizontes. Quiero dejar que el silencio me cale hasta lo más hondo de los huesos para haber si así ya me hago paz eterna con el gozo que me transmite este pueblo.
Al castillo le da el sol desde el lado del Cerro Hornos y la torre del homenaje, brilla con el color del oro. Lo mismo reluce la hierba de la ladera por donde remonta la senda nueva que le han puesto. Por lo menos por este rincón, como aquel día, nadie.

Con un pellizco de pan entre mis dedos y otro en la boca, remonto unos metros por la carretera. Enseguida la curva donde se aparta el ramal que lleva a las aldeas de Hornos el Viejo, El Carrascal, la Platera y Fuente de la Higuera. La que traigo, sigue y se va hacia Pontones y más sitios.

Justo en la curva, unos rótulos que dicen: farmacia, mirador, Fuente de la Higuera y la Platera. Prohibido la venta ambulante excepto martes. Se apoya sobre la pared que recoge la fuente donde al caer la tarde, el otro día, bebí en el chorro de la fuente de la Pelota. Enseguida bar el Cruce con sus plantas por la puerta y el rellano donde corre la fuente. Coches parados a un lado y otro y también las casas, ya van escoltando. Una muy bonita con su farola colgando y un porche aunque todo es de estos tiempos. De la muralla para fuera, las construcciones, como tantas en tantos sitios.

38- Pueblo mío bonito
y todo amontonado
junto a las estrellas
y del sol, hermano,
¡qué rey te presentas,
en la fría mañana
y qué bien coronado!


Una noguera grande pero desnuda por que el invierno le ha arrebatado su traje de hojas. Remonta y a unos veinte metros y otra casa con un porche con una inscripción que dice: “Club social de pensionistas”. Algo pienso pero no lo digo. Y lo que sí es verdad que por unos segundos me remonto a los tiempos aquellos, y dentro de sus luchas y sus carencias, a todos los ancianos se les ve rebosando de dicha junto a sus eras, sus hortales, sus ovejas o sus chimeneas y ninguno era jubilado. ¡Cuánta dicha encerraban en sus corazones a pesar de tantas carencias!

Una curva por donde hay algunos apartamentos. Unos árboles por la izquierda sin hojas y a unos metros, el bar hotel, Mirador. Ellos son mis amigos. Más coches a los lados y enseguida, por la izquierda, se aparta un ramal de carretera estrecha que baja casi en picado. Primero va al barrio de las casas nuevas y luego se funde con la que lleva a las aldeas atrás mencionadas. Pasa por el precioso arroyo de la Cuesta de la Escalera.

Aparco por este lado muy cerca de donde comienza la construcción del Mirador de la Puerta Nueva. Pero ahora, por unos momentos, voy a entrar para saludar a mis amigos del hotel. Les comentaré algo de este nuevo proyecto porque sé que ellos sí se alegran. Venden bien aquí los libros y el mapa y eso les deja satisfechos.

La calle Andaraje es la que me sale por la izquierda hacia las casas Nuevas. Entro al bar, los saludo, estoy unos minutos con ellos y salgo, me muevo hacia el mirador por donde varios mayores charlan. Una monja va entrando por la carretera hacia el pueblo rodeado de su muralla. A ella o al municipal le pediré la llave para entrar a la iglesia en el momento ya prefijado. Me acerco a uno y le pregunto:
- ¿Cómo se llama la fábrica de aceite?
- Nuestra Señora de la Asunción. Lo mismo que la patrona del pueblo.

Y para mí me digo que está bien que la patrona muela aceitunas y se manche de alpechín con los hombres buenos de este bonito pueblo. El nombre de Asunción es muy bonito. Y hasta me digo que le cae bien a este pueblo.
- ¿Y la risca del Calvario?
El hombre que me informa, mayor y con cara arrugada de la bondad que le sale del corazón y de los años que sobre sus carnes descansan, me responde:
- Es ahí, en la casa esa.
Señala por el lado de arriba, según se entra al pueblo y unos metros más adelante de donde se encuentra el Hotel.

- Antes había ahí una risca y está todavía pero ya han hecho una cochera encima. Abajo hay un patio y se ve la risca. Por una raja más grande que nuestro cuerpo, que tiene la piedra, crece una higuera. En una raja y en lo alto de la otra risca. Entre las dos, hay una higuera grande. Y ese era el Peñón del Calvario. Ahí tomábamos el fresco por las noches cuando yo era pequeño.
- ¿Y cuando esto no tenía la carretera?
- Pues claro que lo conocí porque yo nací en el año veintiocho. La brecha para que pasara la carretera, la abrimos nosotros y eso fue al terminar la guerra. Tres años duró la construcción y fueron el treinta y tres, treinta y cuatro y treinta y cinco.
- ¿Seguro?
- Si yo estuve trabajando en ella.
- Pero antes había por aquí un camino ¿no?

- Había aquí un camino de herradura. Se podía salir por aquí y una entrada que hay en la Puerta de la Villa, que es el Fuerte. Allí había un portón, que el último que venía del campo, echaba el cerrojo y ya no podía entrar nadie al pueblo.
- ¿Y la casa del yesero?
- Es aquella que se ve allí al final, donde están los coches aquellos.

39- Pueblo mío querido
y nadando en la sangre
de la vida que vivo,
¡qué callado me miras
cuando sólo te pido
permiso para hablar del Dios
que a los dos nos hizo.

Donde se partió la roca para abrir la Puerta Nueva, entrando hacia el pueblo, esta distancia a la izquierda, que ya no sé porque no veo aquello pero aquí no había casas. Entrando hacia la derecha sí había unas casas allí pegadas a la roca. Por la izquierda lo que había, era una pared a una altura, lo suficiente para que no se cayeran los niños y al mismo tiempo se pudieran asomar y mirar todo aquello de allí abajo. Toda aquella belleza que se veía allá abajo. Se veían también el molino de don Francisco Blanco, que estaba cerca, el de don Ignacio Avilés, que ya te he contado que estaba más abajo

Por ese sitio partía el camino que, atrochando, bajaba hacia el camino real. Este último hacía una curva, se encontraba luego con la trocha y ya, hacia los Vallejos para abajo. El Calvario era una risca grande que había allí. Antes de llegar al Calvario, conforme se entra al pueblo a la izquierda, lo que había era una casa que era la de Ramón el Yesero. Estaba entonces en construcción y más bien era un almacén de yeso, por eso le decían Ramón el Yesero.

40- El peñón dorado
de la Puerta Nueva,
a golpes lo han quebrado
para abrir la brecha
que, a lo grande, da paso
a la nueva época.

Y lo digo algo triste
porque el peñón dorado
¡hay que ver qué grandeza
y qué símbolo del tiempo
junto a la vereda!

- Esa era la casa del yesero, que la han renovado ahora los hijos. Por donde viene el señor aquel. Y otra que tenía en este lado de la carretera donde él mismo poseía un bar. Sólo una pequeña casa más, de dos o tres habitaciones, había ahí mismo. Y ya la agrandaron a un patio que había más allá, que ha hecho don Miguel, el maestro de escuela, la casa que levanta más. Todo eso era una tina, sabe usted, para los animales.
- ¿Y la roca que parece se nos va a caer encima?
- El nombre que le decimos a esto es el Peñón de la Puerta Nueva. Fue aquí donde más barrenos echamos hasta que pudimos abrir la carretera.

- ¿Qué fue lo más difícil?
- Pues el peñón llegaba a todo lo que dice la carretera y como lo partimos con barrenos, pues no hubo problemas. De accidente no hubo ninguno. Por aquí no hubo más accidente que cuando el Pantano del Tranco, cuando lo construyeron. Me acuerdo yo muy bien que estaba entonces en un cortijo que hay donde se juntaban los ríos, que le llamaban, que se llamaba la Venta del Horcajo. Y aquel lado del río estaba el cortijo del río Gato. Y ya más arriba está la Solana de Pailla y el Cerezuelo. Las Corralizas, los cortijos de Solana de Padilla y San Román, estaban por allí cerca.

Aquella carretera la hicimos nosotros también. Desde el Tranco hasta las Hortizuelas y esa del Llano la Dehesa, de Cañá Morales al Tranco, también la hicimos nosotros.
- ¿Y lo del cortijo del Horcajo?
- Yo estaba allí con unas pocas cabras y algunas ovejas. Como las “despropiaron” y la cogió el pantano, pues ya no hay allí nada. Yo conocía bien a San Román y la torre de Bujarcaiz. En San Román lo único que había era un cortijo de un guarda de montes. Sólo eran tres o cuatro vecinos.

41- El peñón dorado
de la entrada vieja,
en los tiempos pasados
y cuando la vereda,
¡Hay que ver lo que vio
y cuánto fue referencia!


Donde termina la niebla, por debajo, quedaba también la Venta del tío Hilario y la Venta de los Sartenillas, que vivían en el cortijo Novos. Esos eran unos que se criaron allí. Tenían una vivienda ellos y todo el monte aquel de la niebla y para arriba, era de ellos. Luego empezaron los juicios del Estado y ganaron ellos porque tenían las escrituras hechas. Porque el Estado quería aprovecharse de todo el monte aquel. Era un monte muy bueno, con mucha madera, entonces la madera valía mucho. Más para arriba de la casilla de los Sartenillas, están los Sotos.

Y es que en este valle que se tragó el pantano, había más de cuatrocientas familias. Cada uno tenía su casilla heredada de los abuelos, de la madre, del padre... y vivían todos ahí. Unos y otros tenían vacas, mulos, burros, ovejas, cabras y cochinos. Las vacas para la labor. Entonces se labraba todo. Eran tierras riquísimas. El primer año que las aguas cubrieron la Vega, ahí en el Llano Bojal, fueron amontonando las cosechas que cortaban para que no las cubrieran las aguas y yo qué sé la cantidad de fanegas de trigo, garbanzo y maíz que se llevaron. Eso fue así y como ya estaban las tierras “despropiadas”, se lo llevaron ellos.

42- ¡Lo que se llevó
el dichoso pantano
y para siempre en la Vega
quedó sepultado!


Yo vivía aquí, en el Barrio Parché, na más que mi padre tenía aquella venta y yo me iba con las ovejas y las cabras.
- ¿Y es cierto que en ese barrio hubo una ermita?
Otro hombre mayor, se acerca apoyado en su bastón y contesta:
- El Patio de las Novas, le decían al callejón que hay allí pero para arriba se abre otro, y allí es donde estaba la ermita. Pues aquello, la casa tiene dos habitaciones y el patio, así que no sería muy grande. Su nombre verdadero, el de aquella calle, es de San Bartolomé. De donde estuvo la ermita a mi casa, pues como desde aquí a la papelera.

- ¿Y el patrón de este pueblo?
- Pues el verdadero es San Vicente. Lo que pasa es que el día de las fiestas también se celebra a San Roque como patrón del pueblo.

Las doy las gracias por su rato de charla y su compañía y sigo. En cuanto se entra por aquí, un callejón o trinchera abierta en la roca para que pase la carretera, leo: calle Puerta Nueva.

Aquí, a la derecha y pegado a la roca, sí había algunas casas. Al lado de esta casa había una cochera que era de los hijos de don Francisco Blanco. Es donde encerraban ellos el camión.

Y si ahora entramos por aquí, en este punto se abría la carretera, daba un rodeo por este lado, que es por donde estaba la fragua de Inocente. Antes de la iglesia. Luego bajaba la carretera por aquí y en este punto vivía Timoteo y su mujer Genoveba, que no estaban siempre allí porque tenían cortijos en el campo, y por este lado caían las puertas de las cuadras.

Enseguida una tienda de comestibles, por la derecha se va la calle que lleva a la Rueda. Me voy por la izquierda y leo: calle Iglesia. Bajo unos metros y enseguida una plazoleta. Víctor me dijo el otro día que vive por aquí y cuando ahora, hace unos minutos, he preguntado, me lo confirman. Un gato que al verme se mete por el agujero que, una puerta de madera y cerrada con candado, tiene.

Recorro la calle prestando atención a cuanto veo y al mismo tiempo, busco para dar con la casa donde vive él. Pero sin pretenderlo, la calle gira, y en unos metros se me acaba saliendo a la que entra para la Rueda. Me vuelvo y pregunto a una señora que sale de comprar en la tienda de la calle sin salida.
- Vive justo en esa puerta.
Se lo agradezco. Me acerco y al llamar, sale una mujer. Le pregunto y me dice que:
- Aquí vive Víctor pero hoy está con fiebre. No puede salir a la calle.

43- Recorro la calle
y respiro el viento
al tiempo que miro
al azul del cielo,
pero en la calle estrecha
¡cuánto duerme en silencio!


Me invita a pasar y como él todavía no se ha levantado, coge la llave y me dice que mientras tanto, me enseña el taller donde su marido hace las cosas de madera. Salimos fuera, andamos unos metros, y en el mismo lado que da a la muralla, abre un portón de hierro. Entramos y enseguida descubro el misterio de su taller.
Una mesa de madera recia en el centro, con instrumentos para trabajar la madera y en la pared de la derecha, varias piezas terminadas.
- Esto, son bandejas, un juego de bandejas que se vende mucho. Esto, jarreros para poner jarros de adorno. Una percha, una cantareras, una escalera para adornar, una arca, esto es para el almirez y así, todo lo que usted está viendo.

Y miro despacio y sí que veo. Un arca más grande y otra más pequeña sin barnizar.
- ¿Y vende mucho?
- ¡Claro que sí!
Por el lado de la muralla veo una ventana pequeña que da al valle del Pantano. Un gato nos acompaña y mientras recorremos su hermoso y recogido taller, maúlla. Salimos fuera porque lo que más me gustaría es que él me contará lo que el otro día me anunció. Entramos a la casa y lo veo sentado en la mesa de camilla. Lo saludo y al preguntarle me dice:
- Un virus que anda por el pueblo y mire usted como estamos. El chiquillo también se ha tenido que venir de las aceitunas porque no puede más.

Miro y lo veo tumbado en el sofá mientras la madre lo arropa con una manta. Ni siquiera nos hemos saludado y es que ciertamente la fiebre se lo come. Le vuelvo a preguntar y me dice que:
- En la misma casa del rincón, vivía el tío Cesáreo y la mujer. Al lado de allá donde vivo yo. Que me acuerdo, de chiquillo, del canastillo aquel de hojalata donde metía los soldadores y todo aquello con las ascuas. En la otra casa del taller.
- ¿Quién vive ahí ahora?
- Nadie. En estos días se han metido unos gitanas que están cogiendo aceitunas.
- ¿Hubo un temporal?
- Así fue y se cayó la casa.

“A continuación vivía una abuelica muy buena que le decíamos la hermana Jacinta. Después, la casa de Félix Vivo y Eugenia, su mujer. Luego la casa de Inocente Sola que por aquí daba la puerta de la casa y por este lado, la fragua. Venía a continuación el cuartel de la Guardia Civil, que la puerta principal estaba por este lado. Luego aquí hacía esquina, que aquí tenía que haber un claro, como está aquí.

Pues en este claro, cuando yo veía los coches desde por aquí, como ya no me daba tiempo a subir y verlos, salía por este lado a su encuentro a verlos pasar. Bueno, pues casi en este rincón, vivíamos nosotros. En un rincón había un mirador chiquitillo. En este punto tenía la barbería Julián el Barbero, por aquí, Lugardico, a continuación vivía otra mujer que es la viejecica que arreglaba los huesos, la hermana Asunción y todas estas casas, la fachada sí las tenían a la calle pero por detrás, todo era despeñadero. Que luego, esta roca viene a empalmar aquí con el Aguilón. Y sigue la roca hasta rodea por completo el pueblo y sobre la misma dureza del peñasco, alzaron la muralla que luego la gente fue aprovechando para construirse las casas.

Vino un día un temporal grande y con la fuerza del viento y la lluvia, se hundió, juntamente con la de la hermana Asunción. Yo no sé ya lo que pasó con esa casa. Si la restauraron o qué persona la tiene ahora. En tiempos de mis abuelos, era una casa muy bonica, modesta pero un primor de casa.

44- Miro por la calle
y busco en el recuerdo
y sólo te veo a Ti, Dios mío,
pintando de bello
las fachadas de las casas
y la ausencia de ellos.


Sigue diciendo:
- Había otro Cesáreo que a la mujer le decían Mariana, que vivían allá arriba. Del abuelo me acuerdo que era alto y la mujer también. Ahí vivía otra mujer que le decíamos la abuela Asunción porque estaba sola. Ni marido ni hijos ni nada.
- ¿Y el horno?
- Pues en esta misma casa, donde estamos ahora, estaba. Me acuerdo que cuando mi padre hizo la obra, sacó un montón de palos quemados. Luego, a donde mismo está la estufa esa, se hizo otro horno chiquitillo. Para cocer doce o trece panes nada más. El grande ya había desaparecido.

- Y en las eras ¿qué se trillaba?
- ¡El trigo!
- ¿Y tanto había?
- Entonces aquí todo estaba sembrado de trigo. Como no estaba el pantano, pues figurate tú. Se empezaba a segar aquí por el mes de junio y julio y ya todo el mes de agosto para trillar. Hasta parte de septiembre. Que muchas veces venían las nubes y cogían las parvas extendidas y se mojaban. Y se hacía todo a base de bestias, caballos, burros y mulos. Se trillaban las cosechas y luego se “ablentaba” y como en este collado casi siempre había aire, pues aquello, al caer las tardes de los meses de verano, era digno de verlo.

Cuando ya estaba el trigo casi limpio, pues entonces en lugar de una horca, se hacía con una pala y había una mujer con una escoba de pan de pastor e iba quitando las granzas por encima para que luego eso en una “ciaza”, entre dos tíos, na más que moverlo, pin, pan, pin, pan y dejaban el trigo limpio. Se envasaba en costales y a la casa. Se guardaba en la casa y según iba haciendo falta, se llevaba al molino para molerlo, hacer el pan y comer.

45- Y los trigales verdes
por barrancos y cerros,
llenando de perfume,
corazones y sueños
mientras por las veredas,
los niños con sus juegos.

- ¿Y los molinos?
- Había varios. Se molía o bien en el del tío Gil, en el de Juanillones o el del tío Salado. En aquella parte, el arroyo de la Cuesta de la Escalera, había tres. Y aquí en esta parte, había otro dos. El molino del tío Galiposo que su nombre verdadero era el molino de la Central. Más abajo había otro que ese era de un forastero que no me acuerdo yo bien. El molino de don Genero le decían. Que era también de harina.

Y venían ellos a las casas a por la molienda, que se llamaba. Cogías y le echabas media fanega o una entera. Se lo llevaban al molino, lo hacían harina, ellos te maquilaban un tanto por el trabajo, te la traían, amasabas y cocías el pan en el horno y hasta que pasaran quince días o así. Entonces estaba el horno de Mariana, había otro de un tal Roque, de Félix y también, de Julio Ojeda... todos esos hornos había. A ellos lo llevabas y así que estaba cocido, te lo traían aquí a tu casa y ya. Así era como en aquellos tiempos teníamos pan.

- ¿Y los vecinos de la calle?
- Los que vivimos en esta calle, empezando por arriba, Pepa Sola, aquí yo, a continuación otra que se llamaba Pepa también y ya se terminan los vecinos que estamos. Las otras casas están cerradas.
- ¿Y eso?
- Porque los dueños están por ahí.
- ¿Cogiendo aceitunas?
- Sin coger aceitunas. Esta casa que hay aquí es de un hermano mío y vive en la Carolina, otros se han muerto y los jóvenes, pues como casi todos se van fuera, pues ya está.

- ¿Y la puerta de enfrente que está cerrada?
- Todo eso es una cuadra. Ahí no vive nadie. Y al lado de allá del rincón ese, hay una puerta cerrada que era la de la fragua. ¿Te acuerdas? El dueño se llamaba Inocente Sola. Lo que en aquellos tiempos se hacía en la fragua mayormente eran rejas, vertederas y arreglar arados, en fin... cosas de esas para las labores del campo. Juan Manuel, que era hijo de este señor, con el que yo estaba de ayudante, todavía vive en Linares.

Y como a Víctor casi no le salen las palabras porque la fiebre hoy se lo tiene comido, le doy las gracias, lo despido y salgo fuera. Continuo por la calle, volviéndome ahora para ver si puedo hacer una foto bonita que recoja lo que en la calle esta ahora existe. Busco el ángulo y con la torre de la iglesia sobre el azul del cielo, disparo la máquina. Echo una última mirada, como si quisiera buscar o llevarme algo y continuo la ruta.
Salgo a la calle que lleva a la Rueda. En el rinconcito donde está la tienda de comestibles, se concentra el silencio sólo roto por una mujer que al salir me saluda. Remonto y busco la entrada de la calle de las Parras. Miro todavía una vez más y descubro la calle de las Parras, calle del Horno, ya para la iglesia y el rinconcito por donde se ve una puerta que es la entrada a la sacristía.

Me voy por la calle Alta en dirección a la Puerta de la Villa. Es muy estrecha esta calle a su comienzo. Salgo a las cuatro esquinas y ahora giro un poco siguiendo la curva de la calle. Las casas han sido restauradas. Me cruzo con una muchacha que viene en sentido contrario y juega con un niño pequeño. Algo más adelante, varios turistas me miran.

46- Pero si a alguno pregunto
¿sabrán decirme ellos
qué es lo que busco
por entre los recuerdos
y las calles que cruzo?


Salgo a donde llegué el otro día cuando bajaba del castillo. Hay como un rellano y desde aquí, a un lado y otro, se derraman dos calles corticas que mueren pegado a la Puerta de la Villa. Unas escaleras de cemento para poder andar por la calle y una mujer mayor.
- ¿Que cómo se llama este rincón?
- Sí
- Pues es el rincón de mi casa pero también le dicen las Escalerillas. Aunque las Escalerillas son esas de abajo.
- ¿Y tu casa?
- La que tenemos enfrente.

La miro despacio y es preciosa. Se lo digo y luego le pregunto por su nombre.
- Me llamo Encarnación Lumbreras y aquel que es mi hombre, Domingo García.
- Lo conozco.
- ¿Sí? Pues bueno.
Y le repito:
- La casa es muy bonita
Y ella:
- Regular. Pues está vieja porque se estaba cayendo el tejado. La hemos subido un poco y por eso ha quedado arreglada, que sino estaría en la ruina. Lo que pasa es que los escalones ya no puedo subirlos.

Y estoy viendo que su casa se encuentra casi en lo alto de un escalón de las rocas que por este lado tiene el Adarve y el voladero por donde va la muralla. ¿Cómo se las arreglará cuando pase unos años más y tenga menos fuerza? Nada más salir, la casa tiene un primer escalón grande y si se mueve para arriba, dirección al castillo, tiene escaleras pero si se va para abajo, dirección a la Puerta de la Villa, tiene las Escalerillas que son por lo menos quince. Al frente, no hay escaleras pero la ladera tiene su inclinación natural que es mucha.

Donde se encuentra su hombre, otro hombre parte troncos de olivo con un azadón. Pagado a la pared, una pila de leña.
- Y a las macetas ¿qué le ha pasado?
- ¿Pues esto?
El arriate que se recoge en la misma puerta de su casa, al lado de arriba según sale de ella. Tiene una cerca de alambre, tierra negra y las plantas, secas casi por completo aunque pienso será por los fríos de estas noches invernales.

Y ella:
- Pues esto, lo levantaron y se fueron y no les dio la gana de apañarlo.
La miro y lo miro. Quiero preguntar por los que lo levantaron y por los que se fueron pero ella:
- A cuestas hemos traído nosotros la tierra y to y hemos puesto esto. Que no tiene vista ahora. En el verano sí hay muchas flores de toas castas pero en fin que...
- ¿Y los vecinos?
- Pues aquí sólo vivimos nosotros y otra vecinas que hay por detrás, mi chiquillo que vive ahí, esa casilla y esa que no vive nadie y ya.
- ¿Por qué no vive nadie en casa tan bonita?
- Tengo las llaves pero bueno. Es que le han dado una casa allá abajo.

47- y ella, toda reina,
cómo sabe seguro
donde está la esencia
de la vida que apuro
porque es sangre en sus venas
y en la calle que cruzo.


Y le digo que voy a seguir. Le parece bien y después de saludar a su hombre, continuo con mi ruta de hoy. Desde su precioso palacio tan graciosamente remontado en la roca, me dejo caer por las escalerillas. Un rincón donde una muchacha de raza gitana tiende su ropa. Un perrillo juega mientras quiere ponerse a sol de la mañana para quitarse el frío. Un montón de leña que escurre el agua de la escarcha que se derrite y justo salgo a la Puerta de la Villa. El mismo punto que me encontré el otro día.

Varios turistas me cruzan y suben las escaleras de la azotea que es precisamente el Fuerte. Lo visité yo el otro día y no sabía algunas cosas que ahora sí. Calle Puerta de la Villa es el nombre de este trocico de calle donde estoy. Me voy para la plaza y busco la fuente. Tres niñas salen de una tienda que hay en esta esquina con la calle Real. Le pregunto por el nombre de la plaza y ellas dicen que no lo saben
- Pero lo tiene usted escrito en la pared de ahí.
Se lo agradezco y sigo acerándome a la fuente. Quiero hacerle una foto. De las tres gratas fuente que en aquellos tiempos corrían en este pueblo, la de la Rueda, la que estaba a la entrada de la calla Alta y Parras y esta, que es la única con vida.

Se encuentra en el lado del castillo. Construida en piedra de pizarra, tiene una pared en forma de cuadrado y remata, sobre el chorro, en medio círculo. Donde cae el caño, como un poyete con una hendidura que servía para meter los cántaros y que no se cayeran. Mana su chorro de agua limpia y fresca. Bebo un trago y miro.

Por detrás queda adornada con unos rosales, ahora sin hojas ni rosas, dos árboles a los lados y se recoge en un rincón primoroso. Le saco algunas fotos y sigo. Justo desde aquí, ahora me voy para la calle de correos que es la que lleva al barrio Parché, como ellos lo llaman.

Sólo unos metros y por la derecha, una calle cortica que se va para la muralla y se para porque no tiene salida. Remonto unos metros más y por este mismo lado, otro callejón algo menor que también le corta el paso el voladero de la gran roca por ese lado. El asfalto de la calle que subo, sigue y ni siquiera se funde con la que entra en el callejón, que se me abre humilde, callado y frío y todavía con las piedras de aquellos tiempos. Por el firme de esta calle aun no han aparecido los nuevos tiempos.

48- El suelo que piso
y la luz que me besa
sin que haga ruido,
eres Tú que en esencia
esperas en tu sitio
a que la hora sea.


Ni siquiera es llano el suelo sino que como la roca sigue en su sitio, forma todas las figuras geométricas menos una superficie lisa. Me voy por ella y remonto el empedrado hacia un pequeño sobresaliente que es donde la calle queda cortada por la muralla. Una puerta humilde, una cortina cerrándola y al entrar llamo. Una mujer me saluda.
- Me han dicho que por aquí había una vieja ermita.
Y ella:
- Puede que sí pero yo no le sé decir. Porque mire usted, aquí vivimos nosotros y esta casa no tiene nada más que lo que ve.

Lo que veo es una estancia muy sencilla, con una chimenea en el rincón donde arde una lumbre que aprovecha la muchacha que me mira tímida, unos palos por techo donde cuelgan algunos chorizos y morcillas, unas cantareras detrás de la puerta y poco más. Por mi derecha, según he entrado queda una pequeña puerta.
- Que da a la única habitación que hay.
Me dice ella. Y sigue aclarando:
- Puede que sea esto la vieja ermita que busca pero yo no lo sé.
Le agradezco su interés y salgo. Bajo por la rampa empedrada desde aquellos tiempos y a un lado y otro, la puerta de algunas casas más donde hay cuadras. Se nota por la paja, el olor y los cagajones de los animales. Cuando ya estoy casi pisando el pavimento de la calle que remonta, me vuelvo y saco un par de fotos. La mujer asoma a la puerta y pregunta:
- ¿Y se puede saber para qué busca lo que busca?
Le digo que es sólo para conocer algo mejor el pueblo.
- Pues si esto es una ermita, yo no lo sé.

Voy a seguir por la calle para darle la vuelta al bloque de casas que me quedan por la derecha cuando, desde la plaza de San Vicente, veo a un hombre subir. Lo espero y antes de llegar le pregunto.
- ¿No ves el arco que hace la puerta de la casa del rincón?
Me pregunta.
- Sí que lo veo y además le he hecho una foto.
- Pues esa es la vieja ermita que busca.
Y se lo digo a la mujer que todavía mira asomada a la puerta.
- ¿Esta es la ermita? Ya sabe usted que le he dicho que yo no lo sabía porque como yo no soy de aquí.

Seguimos subiendo.
- En el plano que queda por el lado que da al río y en lo alto de ese espigón, era donde se juntaba la gente cuando había alguna procesión. Esto era más grande pero cortaron ahí. Que precisamente le llaman a este punto el Plano pero luego ya hicieron este edificio y quedó eso ahí muy reducido. El trozo de calle que se mete, sería para entrar a la ermita. Luego ya hicieron la cuadra esta ¿no ve usted las piedras que hay de moros? ¿Y ahí en esa esquina también?

49- Las piedras que callan
y tan frías son ellas,
¡cuánto no guardan
en su color canela
y en el musgo que las cubre
de noches de estrellas!

Lo que pasa es que luego lo abandonaron e hicieron casas pero la obra de este rincón era de los tiempos del castillo o de antes.
- ¿Por este rincón me han dicho que había como un balcón para mirar desde la muralla?
Y el hombre que ha llegado, dice que lo acompañe porque va en la misma dirección que yo. Mientras terminamos de remontar, comenta:
- Le dicen barrio Parché pero es calle de San Bartolomé. Y lo de Parché, no lo sabemos.

Giramos a la izquierda y unos apartamentos. Los recuerdo. Al pasar por la casa que el otro día me sorprendió con las plantas colgando, una señora sale de ella y me saluda.
- Que soy la tía de Aurora.
Me paro, la saludo y le pido perdón al tiempo que le digo que son bonitas las plantas de su casa.
- Son claveles de los chiquitillos que huelen muy bien.

Seguimos avanzando y ahora ya somos tres. Gira la calle un poco para la izquierda, unas escaleras y en el rincón, una pared a la altura del pecho que sujeta hacia el voladero. Nos paramos y digo:
- Explícame este rincón.
Y él:
- Pues nada. Este rincón, en otros tiempos, lo tenían como vertedero para las basuras. ¿No lo ves?
Veo que por la ladera que cae desde la pared de la roca se amontonan bolsas de plástico y otros materiales de desecho.
- Pero ya no es así. Aquí debajo hay una cueva que se mete hasta muy dentro del pueblo.

Cuando ya hubo otra civilización, hicieron esta pared y por ahí, pues iba la muralla. A este rincón se le decía el Adarve de la Fabrica de Aceite o de don Genaro. Poco más para allá que “alinda” le decían el Huerto Ginero. Vemos también ese rincón que se llama Juansalobre. Es que el agua no es buena, tira un poquito a salá.

Estamos mirando por el balcón que sirvió de vertedero y, con la vista, nos movemos por la ladera que desciende hacia el río.
- Donde está la encina esa, a todo eso le llaman el Torcal. Pero si te vienes para este rincón, que es la casa del molino, desde su balcón, verás que bonito se ve todo.
Le digo que vamos a verlo y seguimos bajando unas escaleras. Una mujer limpia la puerta de su casa y un hombre le da compañía. El que me guía, le pide que me enseñe su casa por dentro. Los que están en la puerta, marido y mujer dueños de la vivienda que ahora se levanta sobre los cimientos de la vieja fábrica de aceite, dicen que sí y abren la puerta de su casa.

50- Y en el rumor del aceite
brotando de las aceitunas
que al caer la tarde
traen de la tierra cruda,
¡cuánto no late
y se hace luna
en los cristales
de la fuente pura!


Me invitan a que pase y nada más entrar, me quedo sorprendido por la limpieza de la casa, lo bonita que es por dentro, lo bien ordenada que la tienen, el olor a pureza y por el lado derecho, colgado sobre la pared, me sorprende el cuadro que cuelga y exclamo:
- ¡Qué foto más bonita!
Orgullosos ellos me la muestran mientras yo, embelesado, la miro.

Es una foto tomada desde una avión desde el lado del Yelmo pero no a mucha altura. Fue hace mucho porque todavía no estaba el camino nuevo de la cuesta del castillo. Señalando a esa ladera, les pregunto:
- ¿Cómo se llama?
- Nosotros le decíamos la cuesta del Moral porque antes había ahí varios árboles de esos. Queda una que no se ve porque la foto la hicieron en tiempo de invierno y no tenía hojas. Que aquí era donde teníais vosotros el cortijillo.

- Y ese “quiñón” es el de Félix Vivo.
Comenta el dueño que nos ha abierto las puertas. Me extraña la palabra que he oído pero no pregunto.
- Es de los lavaderos viejos para abajo. La alberca que se ve aquí es la de los Barberos y estas ruinas que se ven entrando por el lado del Valle hacia el collado de las Eras, son las del molino de aceite.
Y la tía de Aurora:
- Pero el de don Francisco Blanco, que usted nombre en el libro, es la fábrica de arriba. La que funciona ahora.
- Aquella de antes era Ángela Blanco. El Molino de Aceite que le decimos y se le sigue diciendo. Antes había tres fábricas en este pueblo y ahora sólo queda una porque todos se han unido.

Y el dueño de la casa:
- En esta vivienda había otra fábrica.
- ¿Cómo se llamaba?
- La fábrica de don Genero y la casa esta que era también de él. Ahora ya no es suya. Pero vamos a ver lo que nosotros llamas las Terrazas.

Les digo que sí y avanzamos dejando la foto colgada en su pared. Recorremos el pasillo de la casa cada vez más reluciente y abren una puerta. Me sorprendo nada más salir. Es una especie de azotea a lo grande y con tres niveles espaciosos, donde crecen rosales, naranjos, celindas, espárragos, fresas, violetas, parras y todo, casi al borde del despeñadero que por aquí sigue presentando la roca sobre la que se asienta el pueblo. Sin poderlo evitar, exclamo:
- ¡Qué bonito es esto!

51- Y siempre el asombro
desde el voladero
hacia lo hondo
y en las casas blancas,
la belleza y el gozo.

Y ellos orgullosos:
- Y porque ahora están sin hojas.
El dueño:
- Aquí es justo donde estuvo la fábrica. Tenía una entrada por aquí y otra por la otra calle. La cerraron hace tiempo. Nosotros llegamos aquí sobre el año sesenta y ocho y empezamos a derribar atrojes, a poner plantas y ahora, pues esto no parece fábrica de aceite ni por asomo.

Nos vamos moviendo hacia el espigón que más sobresale por el voladero donde un medio círculo de pared, sujeta el paso dejando un balcón casi colgado en el vacío. Rozamos el naranjo no muy alto pero sí muy verde.
- Y tiene naranjas, fíjese. Nosotros ahora cuando queremos comernos una naranja, venimos al árbol y la cogemos. Le vamos arrancando las de arriba y las más madura para que las que tiene entre las ramas, se mantenga protegidas de los fríos y aguanten. Pero son riquísimas de comer. Coja una ya verá.

Miro bien y descubro que el naranjo queda bajo las ramas de las parras. En el rincón y también bajo las parras, están las pilas de lavar.
- Pero el agua no se desperdicia. Le tengo hecho unos canales y por su propia pie van regando lo que en cada momento sea necesario. Y vuelvo a exclamar:
- ¡Qué curioso y en lo más alto de la roca, ya casi al borde!

Nos asomamos al balcón y me indican la puerta de la cueva que se abre en mitad de la pared rocosa por el lado del antiguo vertedero. Contemplando los bloques de roca que se han desprendido de la grande, el tío de Aurora, dice:
- Allí desde la Puerta Nueva, se corrieron las piedras aquellas. Me acuerdo yo de eso. Era pequeño porque fue antes de la guerra. Allí vivía una mujer que se llamaba Agustina. Se le rompió la casa por la mitad y se tuvieron que ir. No la habitaron después más, que es la que tiene ahora Antonio Lozano.

Pues lo que quería decir que un burro que tenían, se quedó remontado en lo alto de un peñón y el animal no podía irse de allí. Tuvieron que sacarlo con sogas. Y sin decir más, para mí me digo que eso puede pasar cualquier día con cualquier casa de las muchas que se clavan al borde mimos de los voladeros de esta gran roca. Porque la naturaleza sigue su proceso y aunque sobre esta plataforma pétrea se hayan construido las casas del pueblo, las piedras seguirán rompiéndose y lo que haya sobre ellas, también irá al garete.

Y el dueño de la vivienda:
- Y es que esas plantas que por aquí llamamos cornitas, son muy malas. Meten las raíces en las grietas y lo que hace unos años era sólo una raja pequeña, ahora es todo un corte profundo. Y lo digo porque ese peñón que tenemos abajo, ves las cornitas que le crecen en la raja, pues la conocimos casi sin grieta y fíjate lo que ahora tiene. Por eso yo, aquí mismo tenía una de esas plantas silvestres y todas las he cortado.

Mirando para el barranco hacia el arroyo de las Aceitunas, me dicen:
- Ese camino que baja, ahí donde se separan, le dicen la Era Villana y la de la derecha y más para acá, las Revueltezuelas.
Se ve bien, desde este balcón, la piedra de la Encantá. Ellos me dicen:
- Es porque la dueña de ese terreno, le decían la Encantá, de apodo, y la gente cree que es porque se aparecía una pero no es así.

- ¿Y el cultivo por estas laderas?
- Antes se cultivaba todo lo que ahora mismo estamos viendo. Lo que no se podía labrar con arado, cavado con azadón y sembrado todo. De ahí para abajo le llamaban a todo eso el Llano del Castillo. No sé por qué le decían eso. Un poco más arriba estaba el quiñón de mi padre.
Y ahora pregunto:
- ¿Qué es un quiñón?
- Un trozo de tierra de la que hay aquí pero de secano. Lo de regadío se dice huerta y lo de secano se le llama Quiñón.
- ¡Cuántas cosas aprendo con vosotros!
Y callan.

52- Como calla el río
frente al cielo azul
y refleja con brío
de tu rostro, la luz.


Cada día y en cada rincón de estas sierras, aprendo algo nuevo que me llena de sorpresa a la vez que de gozo. Pero la tía de Aurora:
- Mira, explícale lo de la yesera.
Y yo:
- Venga.
Y él:
- Pues que todo el morro ese que vemos frente antes del arroyo, es el Cerrillo del Ahorcao. Y a donde se ve el remolque aquel, había un filón de yeso. Pusieron allí una yesera y una familia de aquí, durante un tiempo, vivió de eso. Un día, como le habían hecho allí mucho corte, se corrió la tierra y por poco no los coge a todos debajo. Allí se quedaron todas las herramientas enterradas y eso y ya la abandonaron. El último que trabajó ahí ya, es el dueño del bar aquel del Cruce. Que le llamaban Ramoncete.

Aquella otra casa que se ve allá lejos, le decían Paller. Allí vivían varias familias. Los Vivos, Vidal y otros más.
A la casa se le ve remontada sobre la loma que desde la carretera que viene al pueblo, sube antes de que ésta cruce el arroyo. Es una ladera repleta de olivos y por donde se alza la casa, aparecen pinos.

- El cortijllo este que se ve más acá, le decían el Cortijo de las Hazas. Y todo esto es de Hornos. Algunas de las casas de Cortijos Nuevos, en la punta de acá, están metidas en el término de este pueblo. De ahí pasamos al Polvillar, por detrás, donde se ven unas alamedas, queda Puerto Cecilia y así hasta venirnos a la Vega.

Por la ladera que nos chorrea hacia el arroyo se amontonan las encinas.
- Que son viejas ¿verdad?
- Pues en aquellos tiempos, las bellotas las cogíamos para engordar los cerdos, para echárselas a las ovejas y a las cabras. Entonces se guardaban mucho. Ahora ya no. Pasa el ganado por ahí y nadie se preocupa. Y no sé por qué, ni echan tantas bellotas como antes.
Y pregunto.
- Y donde estamos asomado, el punto más bonito de tu primoroso rincón ¿cómo le llamáis?
Responde el dueño:
- Nosotros le llamamos la Glorieta. Es solamente el redondo este. Se lo hemos puesto sin pensarlo pero será por que es una gloria asomarse por aquí y contemplar lo que se ve. Y lo digo porque más de una vez, cuando nos sentimos nerviosos o cansados, nos venimos a la Glorieta, miramos los paisajes, respiramos el viento que llega y ya somos otros. Es tal como lo estoy diciendo.

- ¿Y todo el conjunto?
- Estos eran los atrojes de la fábrica.
- Pero vosotros ¿cómo lo llamáis?
- Le decimos Patio de Arriba, Patio de Enmedio y Patio de abajo que es donde crecen las esparragueras y las fresas. Que cuando tienen, desde las matas las ponemos en la mesa para comérnoslas. En el patio de abajo es donde estaban los atrojes ¿no ves todavía las señales sobre la pared?
Y sí que las veo.

53- Como veo en el hielo
tu presencia divina
y en la flor del almendro
y en la esencia fina
que manando del pueblo,
son cien ríos de vida.

Ya cae la tarde. Les digo que me siento agusto tanto entre ellos como en su casa y en este rincón llamado glorieta pero que me voy. Y en estos momentos dicen:
- Llama a la nena. Es que tenemos una hija que estudia derecho en Barcelona y ahora ha venido.
Sale y la saludo. Enseguida me dice que donde estudia lo tiene que hacer todo en catalán, que cuando ahora regrese, después de las vacaciones de esta Navidad, tiene un gran examen de penal, que tiene que estudiar mucho pero que lo ve difícil.
- Saldrán bien las cosas, ya lo verás.
Le digo y sale el tema del folleto que el diario Jaén ha sacado por estos días del Pueblo de Hornos. En las últimas páginas, dedicada a la literatura, habla de los dos libros recientes: En las Aguas del Pantano del Tranco y Ocho Rutas Históricas literarias por Hornos y el Pantano del Tranco.

Se los regalo porque dice que cuando vuelva, se los va a enseñar a sus amistades para que conozcan un poco las cosas de su tierra. Me pide que se los firme y con el padre y los tíos de Aurora, salimos fuera. Frente a un callejón sin salida que desde la puerta arranca hacia la vieja ermita, su padre me dice que:
- A esta callejuela nosotros le decimos el Rincón de Capuchas. Y es porque ahí vivía un hombre mayor que le decían ese nombre, que por cierto, era apodo.

Les digo que ahora me voy a ir para la iglesia y entonces responde:
- Pues haber si alguien te comenta y te confirma lo del túnel que la recorre por debajo.
- ¿Qué túnel?
- Dicen los antiguos que desde el lado aquel que da a Fuente de la Higuera, tiene una entrada, que por cierto se ve, y por una galería se llega hasta el mismo centro de la iglesia, que está hueca por debajo. Otro túnel creo que va desde la misma iglesia hasta el castillo. Eso es lo que dicen los antiguos.

Ya me despido pero antes, al preguntarle, me aclara que su nombre es Ángel Marín Fuentes. Lo recojo y bajo el trocico de calle que falta hasta el Real. Al girar hacia la Rueda, unos metros y me tropiezo con un agujero que se abre en la pared de una casa a ras de la calle. Es para que, cuando llueve mucho, las aguas de las lluvias que se concentran en todas estas calles, se vayan por ahí y caigan por el despeñadero. “El Buzón”, le llaman los del pueblo.

54- Y no es el final
sino el comienzo
o un simple ramal
de un camino nuevo
que nace en las calles
y se pierde en el viento,
rumbo a las estrellas
y el azul del cielo.


Ya en la Rueda, al pisar la esquina, una señora mayor me saluda. Le pregunto y responde:
- Es cierto que antes, en este lado de la plaza, donde ahora crece el árbol, había una fuente. Otra corría a la entrada de la calle Alta. Pero yo, lo que le podría decir ahora mismo es que el Señor, ha obrado dos milagros en mi vida. Que me ha hecho dos milagros.

Le digo que me hable de esos dos milagros y mientras la escucho, pongo fin a la ruta de hoy, no porque se termine sino porque me queda un tercer día. Al final de la ruta del tercer día, voy a venir justo a esta plaza para enganchar con el relato de los dos milagros de esta sencilla mujer y entrar a la iglesia. Dentro de ella quiero concluir mi recorrido por el pueblo que ya he fundido, un poco más, con los latidos de mi corazón.

DÍA TERCERO 28-12-98
Camino de la Puerta de la Villa, iglesia y final.

Subo por la carretera y al dar la curva, me tropiezo con lo que venía soñando:
un hombre mayor que despacio, anda por la derecha de la carretera de vuelta al pueblo. Me venía diciendo que lo necesitaba para que me explicara lo que desde esta tierra se va hacia el pasado y aquí lo tengo.

Paro, lo saludo y le digo que voy a irme por el camino que lleva y entra por la Puerta de la Villa.
- ¿Me acompañas?
- Pues claro hombre.
Y le pregunto cómo se llama.
- Soy Antonio Escalera ¿no te acuerdas?
Y al hacer el esfuerzo, caigo en la cuenta. Me acuerdo y escrito quedó en las páginas del libro que él ya

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