1.12.2008

Río diamantino, río Segura-2

Cenizas que se lleva el viento

En vuestro recorrido hacia el nacimiento del río, ahora andáis frente a lo que él dice se llama el Huerto Geromo. Es justo por la hondonada en que sube la hija y con su amiga desde aquel lado del río.
- Y el vallejo que se ve algo más arriba es el que aquel día te decía se llama El Vallejo de Valle Joroca. Como puedes comprobar, queda por debajo de Fuente Segura.
Cruzáis unas tierras labradas y ya estáis caminando por el borde de la acequia que tu amigo quiere canalizar. Miras despacio y ahora te das cuenta de lo que él quería explicarte. El cauce del río, al salir de la cerrada que pega a las casas de Fuente Segura Bajo, se tropieza con un limitado montículo y por eso se desplaza un poco hacia el lado del poniente. Es la primera gran curva de este río y es la que ahora mismo recorre la hija con su amiga. Pero como el cauce se desplaza hacia ese lado, la tierra que pega a la corriente, que es el huerto de tu amigo, queda algo más baja que el cauce. Desde más arriban cogen el agua para meterla por la reguera y claro, al pasar por este trozo de terreno, sucede lo que tu amigo te ha explicado. Desde la acequia el agua se filtra e inunda las tierras de huerto. Ahora lo comprendes con claridad porque lo estás viendo.

A la izquierda os va quedando la pared de rocas que forma el espigón que ha cortado el río.
- Cuesta de Los Mulos, es como se llama la parte alta del monte que nos va quedando a la derecha. Por ahí va el camino que llevaba la gente para ir a la aldea de Los Centenares y por ahí hay un sito que le dicen los Corralejos que es por donde también pasaba el camino.
Para ti piensas que un día de estos tienes que ir por las ruinas de las aldeas de las Espumaredas, los Centenares y las Canalejas. Las tres quedan por ese rincón de la sierra y a las tres las tienes apuntadas en la lista de las cosas bellas, para en su momento, rescatarlas del olvido. Hoy no le dices nada a él. Seguís subiendo y cuando ya estáis casi en la entrada de portillón, te vuelve a dice:
- Desde donde yo tengo las tierras del huerto hasta este punto, todo era de mi abuelo. Y desde la huelga esa, que es mía también, empezaba otra vez el abuelo, por aquel lado y llegaba hasta allá abajo.

Ya habéis dado la curva siguiendo el cauce y al frente veis el corte de la cuerda que las aguas han trazado en las rocas. Al otro lado se ven unas peñas grandes que llevan por nombro las Piedras Gordas.
- Esto que nos queda más cerca, desde siempre le hemos dicho el Charco del Tejo.
- Y el portillo por donde el río se cuela ¿cómo se llama?
- A todo esto le decimos nosotros la Huelga Carrasco. Y es porque era de uno que le decían Carrasco. Las casas que ya estamos viendo, es lo de Fuente Segura o el Cortijo Penca. Todo lo que sigue hacia allá, es Poyo de la Iglesia.
Frente, arriba y a la izquierda, en lo alto se ve una gran peña cubierta de hiedra. Un magnífico espigón que bien podría ser el aguilón que vigila al valle.
- ¿Y estos arbustos que vemos pegados a la corriente?
- Son mimbreras.
La primera noticias que tienes de que aquí, donde nace el Segura y a estas alturas sobre el nivel del mar, crezcan mimbreras. Plantas que ellos siempre han aprovechado para fabricar cestas y otros utensilios útiles en los cortijos.

*Una gran noguera al frente y los álamos un poco antes de las primeras casas. Ya estáis llegando y lo primero que se te presenta con toda fuerza no es la realidad presente sino lo que emergen desde el fondo del tiempo. Un trozo de vida, durmiendo ahora ya en el recuerdo pero lleno de vigor que navega por entre las cosas que se han clavado en tu alma. A tu recuerdo acude aquella tarde de la tienda montada junto a la corriente de este río, tus compañeros saltando y corriendo por la corriente y la niña entretenida en el charco algo más abajo. También acude a tu recuerdo, la casa, ahora aquí solitaria, llena de desconchones gritando la presencia de los que la habitaron y ya no está. Y el otro recuerdo, es el de aquel día del incendio en el monte y, al caer la tarde, los campos llenos de ceniza, humeantes y solitarios. Tres trozos grandes recortados del gran trozo de estas sierras que no mueren jamás a pesar del tiempo que ha pasado. Y parece que ello ahora se te presenta con esta claridad para que no olvides que el presente, lo que esta tarde respira por aquí y mucho de lo que aún queda por llegar, se cimienta sobre aquello que fue y ya pasó a lo eterno.

De la casa desconchada recuerdas varias escenas hermosas. En la puerta ellos tenían unas cuantas macetas llenas de plantas que al llegar la primavera, cada año florecían. Nada importante pero aquello era el signo de la vida y daba su toque de alegría por la puerta y las paredes. Llenaba de verde las mañanas de aquellas primaveras y transmitía calor de presencia humana cada vez que las veías y a ellos trajinando de acá para allá. Cuando por la puerta los niños se entretenían en sus juegos, desde su silencio humilde, acariciadas por el sol y los chorrillos de vientecillo que pasaban, las macetas llenas de plantas, vigilaban calladas y embellecían el escenario. Cuando los mayores llegaban del campo lo primero que del hogar amable les salía al encuentro eran los tallos verdes de las macetas adornando la puerta. Casi nadie les prestaba atención porque estaban allí, crecían, florecían, se marchitaban y volvían a brotar y eran como el termómetro de la vida, marcando el ritmo de los días y de las horas, sin apenas ruido.

Todo fue así de sencillo, bello y grande hasta que ocurrió lo que nadie quería. Una mañana se fueron ellos, no se sabe a dónde, o por lo menos tú no lo sabes y la casa se quedó cerrada. La puerta se quedó sin el juego y presencia de los niños, las macetas se quedaron si manos que las regara y por eso las plantas se secaron. El caminillo, la entrada y el río mismo también se quedaron sin la presencia de ellos. Y hasta el montón de leña seca para la lumbre de la chimenea, que casi eterno en la puerta se veía, desapareció para siempre. La puerta de la casa perdió su color y las viejas cerraduras se oxidaron.

Por el ambiente, el aire parece que los rezuma y a todas horas grita llamándolos. Y por eso ahora, cuando acabas de penetrar en el rincón, lo primero que has notado ha sido su ausencia. Te das cuenta que las macetas se han secado y las que todavía quedan por aquí, hasta la tierra la tienen derramada y convertida en polvo. Por las paredes de la casa se ven los desconchones y por el silencio de la tarde, aun siendo hermosa y pura, los notas ausentes. Una realidad dura, sangrante y dulce al mismo tiempo que amorosamente grita sus nombres e inútilmente pide que vuelvan. Y por eso una vez más te dices que esta es tu sierra amada con su cara verdadera de lucha por la vida, la belleza siempre palpitando y a su lado, punzando el vacío de la ausencia y la muerte.

El otro recuerdo que ahora se te agranda con la fuerza de lo que no muere nunca, es el incendio de la ladera, el humo alzándose desde los barrancos y las cenizas amontonadas donde crecían los milenarios robles. Lo viste aquella tarde y para empaparte más de lo que allí ocurrió, te fuiste por la tierra de la colina. Desconcertado ibas y abrumado por lo que a cada movimiento pisabas. A un lado te quedaba la ladera que vuelca al río y sobre ella, las hondonadas repletas de nogueras.
- ¿Qué ha sido lo que ha pasado?
Le preguntaste al pastor, que había madrugado más que tú y que ya miraba desde lo más alto.
- Anoche ardió todo este monte y ahora ya lo estás viendo: ni una rama verde queda y los gruesos troncos que han resistido, lentos se los está comiendo el rescoldo en compañía de la tarde que cae.

Lo miraste despacio y seguiste mirando el campo y como en tu alma sentías casi la misma tristeza que él en la suya, le quisiste preguntar cómo había sido y por qué pero no te atreviste. Sabías lo que te iba a responder.
- Y qué importa por qué y cómo haya sido. Lo que sí está claro y ahora duele es que ayer por la tarde esto era un bosque grande, repleto de hojas verdes que se mecían al viento y más repleto de vida silenciosa. Sólo unas horas después, ya estás viendo lo que es: tierra yelmo, negra y achicharrada, cenizas grises que se lleva el viento y chorros de humo blanquecino que trazan sendas blandas camino de las nubes. ¿No lo ves?
Te decía él al tiempo que con el puño de su mano despachurraba las perlas acuosas que le brotaban de los ojos. Y sí que lo veías y hasta querías llorar en su compañía.
- Porque ahora ¿sabes lo que dirán?
- ¿Qué es lo que dirán ahora?
- Que el monte lo hemos quemado nosotros, los pastores de estas sierras, porque estamos enrabiado por las tierras que nos quitan.
- Y a mí que soy tu amigo, ¿qué verdad es la que me cuentas?
- La misma que le diré a todo el mundo: el monte no lo quemamos nosotros, porque desde que en estas tierras caminamos, lo estamos necesitando para vivir. ¿Quién puede destruir aquello que es el sostén de su propia vida?
- Yo creo lo mismo: que nadie es capaz de destruir lo que necesita para respirar y comer pero también creo que eso es lo que dirán: “el monte lo habéis quemado vosotros”.
- Pero ahora, fíjate despacio y dime qué te grita lo que tenemos delante.

- Mirando despacio y sintiendo lo que me quieres decir, vengo todo el rato y lo que me grita, ya lo sabemos y lo sentimos. En la ladera no hay una mata verde y sí muchas piedras negras y tizones humeantes. El viento que pasa sube caliente y los pájaros que vuelan no tienen una rama donde posarse. El arroyuelo que baja desde las cumbres, corre solitario sin ni siquiera una mariposa que revolotee por encima y las cenizas, son lo que ya me decías antes: pavesas color plomo que se van de acá para allá como buscando un sitio en el espacio para desaparecer para siempre. Esto es lo que veo y aun así, me pasa como a ti: no quiero creerlo.

El joven y el chotillo


Este es tu segundo gran recuerdo al pisar las tierras de la aldea pequeña y a pesar de todo, te dices que el paraíso late por aquí. Al ver el rincón y las casas de la escondida aldea tan cerrada, hablas con tu amigo y le dices:
- Sin verlo, sé que en otros tiempos estas tierras de la rivera del río estarían todas bien cultivadas y sembradas con toda clase de hortalizas y legumbres ¿me equivoco?
- No te equivocas porque es verdad. En otros tiempos no había dinero pero tampoco había hambre entre las personas que por aquí vivíamos. ¿Por qué? Eso estaba claro: el que no recogía para el año entero, recogía para nueve meses y lo que le faltaba, se lo prestaba el otro. En estas tierras nunca hubo hambre: venía la gente de Villanueva, de Torafe y otros muchos sitios a pedir aquí. Dinero no había pero un trozo de pan que llevarse a la boca, siempre hubo y al que le faltaba, se lo daba el otro.

Todas estas tierras que desde aquí para arriba hacia donde nace el río, estamos viendo, siempre estuvieron sembradas. Las laderas que nos quedan frente y al otro lado, también se sembraba. La gente, hasta con los “azaones” excavaba para mover la tierra y sembrar lo que pudiera. Las umbrías que estamos viendo a ese lado del valle, yo las he conocido sembradas de centeno. Ahora viene por aquí la gente y se lo dices y lo primero que te responde es que eso no puede ser. Pero yo te digo a ti que pudo ser porque con mis ojos lo he visto.

Estáis cruzando la cerrada que el río ha tallado conforme fue cortando las rocas del espigón para escaparse de su primer valle. Por donde se pone el sol os queda un gran picón y arriba, sabes que crece la noguera.
- Es ahí donde se encuentra la Loma de las Eras. En el mismo centro crece la noguera que antes me decías y te decía.
Por lo hondo del valle, vais pasando por entre las nogueras y los chopos. Miráis para atrás y las veis a ellas acercarse.
- A la derecha, según vamos subiendo, nos encontramos la casa de Bernardo y de Longino que son los propietarios y ya por aquí para arriba, la de Amador, Ignacio, la hermana Frasia, la Elisa y otros vecinos más.
- ¿Y la casa de uno que hace tiempo conocí y se llama Enrique?
- Esta que tenemos casi al final, es.
Las que han subido por el otro lado del río, se acercan a vosotros. Os alegráis de verlas otra vez y al preguntarle, la hija te dice:
- De chica, yo he venido mucho a esta aldea.
- ¿Y a qué se debían tantas visitas?
- Venía a ver a Ana, nada más. Desde chicas, Ana y yo hemos sido buenas amigas. ¿ Lo sabías?
- Sabía yo algo, porque eso se ve pero hasta dónde y cómo es esa amistad, si no lo explicas ¿cómo se puede conocer?
- Es que para mí no es fácil decirlo con palabras y si, como dices ya se ve, ¿de qué otro modo lo puedo poner más claro?
- Sólo tú lo tienes dentro y lo sientes. Las palabras serán torpes pero siempre que se habla desde el corazón, surge el lenguaje de la verdad más limpias. Eso se entiende aunque se diga torpemente. Habla con esa verdad para que tu amiga lo sepa. ¿No merece vuestra amistad un gran puñado de flores frescas para que se regocije y goce?

Tienes que aclarar que Ana, además de ser la amiga de la hija, es la segunda hija de tu amigo el pastor y hermana de la niña. Esta hija suya estudia magisterio en el mismo colegio de la Safa de Úbeda y es también otro tesoro, como tesoros son cualquier serrano, viva donde viva.
- ¿Y desde Pontón venías andando hasta aquí sólo para ver a tu amiga?
- ¡Claro! Por aquí, por donde hemos entrado hoy, me echaba yo siempre. Cuando no era para verla a ella, me venía con mi tía al huerto que tenía ahí más abajo. Mientras ellos excavaban las patatas yo me dedicaba a jugar con la corriente del río y con la tierra de los surcos. Esta de la farola, es la casa de la Ana. Fíjate como se adentra en las rocas de la ladera y lo bonita que es.

Ni su familia ni ella hoy están en la casa. Cada año, al llegar el invierno, se van con las ovejas a las tierras de Sierra Morena. Por esto hoy la casa está cerrada y la aldea un poco más sola. Como tantos otros pastores por estas tierras, hasta mediado de mayo, no empezarán a regresar. En invierno se van de aquí para librarse de las nevadas y en verano acuden porque es cuando las tierras de estas montañas presentan sus mejores praderas para el ganado.
- ¿Qué le decimos Ana, desde aquí y ahora mismo?
- Como sabes, yo la veo todos los días pero piensas bien creyendo que ahora que pasamos por la puerta de su casa y en esta tarde solitaria, es bueno tener un recuerdo para ella. La veo ahora mismo allá en Úbeda, liada con sus libros. Y esto me indica, una vez más, que mi amiga es la muchacha más trabajadora que he conocido en mi vida. Tiene las ideas claras y como desde hace mucho tiempo se ha propuesto, escaparse de estas tierras y el sistema de vida que hasta ahora por aquí se da, lucha fuerte para enfrentarse a la realidad que persigue. Y ella lo conseguirá. Desde aquí y ahora, yo la animo para que no decaiga hasta que logre lo que en su alma sueña. Mi amiga se lo merece y por esto valores y el rincón tan bonito donde vive, es por lo que tiene dentro de mí, el mejor trocito de lo que yo soy. Ella es ella y por eso nada ni nadie la puede cambiar dentro de mi corazón.

También te alegras ahora de oír a la hija paseando, el cariño que siente por su amiga, por las tardes de estas sierras. Te alegras de pisar las piedras que les pertenecen a unos y a otros y para llevártelas un poco más contigo, en el corto puente que cruza el río, os paráis un rato para hacer dos fotos con el fondo de las rocas que se visten de hiedra, ahí, donde parece que se remansa ese borbotón azul que un día dará consuelo a tu alma. Te acercas a la corriente y al rozarla, porque pretendes que salga un trozo en primer plano, se te viene al recuerdo aquella mañana, el joven saltando por la otra corriente y rescatando de ella un choto de cabra montés. Los viste como subía por la estrecha senda que se empina loma arriba. Y enseguida, lo primero que pensaste, es preguntarla a dónde iba.
- ¿Es que no lo sabes todavía?
- Lo intuyo pero si lo oigo de ti, perece que me deja como más repleto.
- Pues voy sediento y busco la fuente que calme mi sed.
- Ahora ya lo entiendo y por eso un poco también me voy contigo.
- A cada instante veo un reflejo de ese manantial, siento un trocito de su melodía, intuyo las praderas por donde nace pero no lo encuentro del todo y como sé que está ahí, lo busco porque tengo sed y quiero saciarme hasta morir.

Viste como alcanzó el bloque de rocas que se clava un poco ya donde el collado se remansa, y se fue por el lado del poniente. Atravesó el espeso bosque de carrasca y al coronar el collado, se vino hacia el lado norte siguiendo la senda. Desde este punto, el caminillo corta la ladera en busca del barranco al tiempo que sube paralelo al cauce del arroyo. Sólo que el cauce baja y la senda sube buscando el rellano donde se juntan los barrancos, las fuentes manan y el arroyo nace.

Tanto él tiene recorrido este trozo de sierra, que hasta con los ojos cerrado se siente capaz de subir y llegar al final. Y por eso conoce a fondo no sólo los árboles que junto a la senda crecen, sino las piedras gordas que a un lado y otro se alzan y hasta los chorrillos de aguas limpias que por aquí y allá van surgiendo.
- ¿No son estos, parte de esos chorros que buscas?
- Son parte o más bien reflejo que me encandilan y nunca puedo ni tocar en plenitud ni tampoco saciarme hasta lo hondo. Estos chorros de agua brotando de entre las peñas que caen por la ladera, es lo que siempre me ha fascinado al tiempo que en más de una ocasión me han complicado el paso. Cuando llega el invierno y caen las lluvias o las nieves se amontonan por las partes altas, la ladera y las hondonadas que la senda va cruzando, se convierte en un puro manto de agua que brota sin parar. Y hoy es uno de esos momentos. Tres día lleva ya lloviendo y cuando esta mañana las nubes han despejado el cielo, el agua corre a raudales por cualquier trozo de tierra o roca. El arroyo que acompaña a la senda, baja tan repleto que más parece un río desbordado o una cascada sin fin que lo que en el fondo es. La corriente salta, despeñándose de charco en charco y al tiempo que salpica el aire de espuma brillante, llena el ambiente con su bramar ronco y transcendente.

Pero lo que al joven le preocupa es la senda que va recorriendo. Sabe que al final, cuando ya se aproxima a la llanura donde confluyen los manantiales y se forma el arroyo, se complica mucho. La pendiente se pronuncia peligrosamente y las losas de las rocas, pavimentan todo el suelo. Por ahí brotan mil veneros más y como precisamente no tiene por donde ir, casi se funde con las lastras, el agua de los chorrillos y las ondulaciones del terreno.

El sabe que pasar por este trozo de tierra cuando la ladera escupe tanta agua, es tan difícil como peligroso al tiempo que también muy duro.
- ¿Cómo te las vas a arreglar con lo encharcado que estoy viendo la tierra y tan abundante como baja el arroyo?
- Me agarraré a las rocas y si es preciso, me dejaré caer pendiente abajo.
Ya está pisando veneros, charcos y caños de agua que no paran de brotar, correr y caer. Y va él todo preocupado por el manto de agua que desciende bañando las rocas que relucen como espejos y la senda que se le va perdiendo, cuando ante sus ojos se le presenta la realidad más incomprensible. Una cerca de alambres que bajan desde la cumbre y cortando la ladera y la senda por su centro, se adentra hacia el arroyo, lo atraviesa y sigue por la otra ladera.
- ¿Y esto qué es?
- ¿No lo sabías ?
- Nunca he visto por aquí esta cerca pero ya quiero comprender.

- Te lo diré para que lo sepas: los que ahora mandan en estas tierras han sido los que han instalado la cerca que tiene ante ti y eso es por el deseo de proteger el monte de las ovejas y los pastores. No hacen dos días que lo han montado y como está sucediendo en tantos otros lugares, ni siquiera han respetado la senda natural que asciende desde el río y lleva hasta el cortijo de la hoya en las partes altas.
- Aunque sea capaz de cruzar las lastras y el agua limpia que las baña, en cuanto llegue a los alambres, sé que no podrá seguir. Es una cerca de alambres recios, espesos y tan altos los han puesto que ni siquiera saltarlos por arriba se puede.

Junto a la roca naranja que se apoya en el puñado de tierra retenida cerca de la senda, se para y preocupado está observando a ver cómo encuentra una salida, cuando al mirar hacia el arroyo, lo ve. Es un choto de cabra montés. La cría, todavía pequeña, ha resbalado por la ladera, la ha empujado el agua y al querer escapar barranco arriba, se ha tropezado con los alambres de la cerca. Te mira y como espera una respuesta, le dices que:
- Ahí tienes parte de la verdad que vas buscando. La vida enredada en la muerte y tu alma que se quema de sed en medio de este mar de borbotones. ¿Ahora qué piensas hacer?
- Pienso dejarme caer detrás de esta agua que se despeñas y pienso cogerla en mis brazos y sacarla de entre ese remolino que se la traga. Pienso, luego seguir subiendo en busca de la fuente que busco y cuando me canse de pisar agua y atravesar campo, me pararé frente al valle y el día que se alza para respirar profundo y llenarme un poco más de la vida que me falta. Pero al mismo tiempo pienso que esta barrera es absurda porque está impidiendo la vida y corta la senda que de siempre me llevó a la cumbre. ¡Dios del cielo, cuánta torpeza y mezquindad movida por el egoísmo ciego!

*El paraíso de la niña
En vuestra excursión, esta tarde, en busca de la fuente que también quita la sed, aunque de otro modo, ya vais saliendo por las últimas casas de la que es aldea de Ana y, desde que nació, paraíso de la niña. Y como, aunque no sabes de qué modo explicarlo, ahora andas recogiendo trozos para recomponer el gran cuadro bello que desde tu infancia llevas dentro del alma, recuerdas que por aquí se derrama otro cachito de esa excelsa imagen.
- ¿A qué te refieres?
Pregunta ese trozo de primavera que tu amigo tiene por hija.
- Estoy pensando en la hermana de tu amiga. La niña, que es como era cuando yo la conocí.
- ¿Y qué es lo que pasó?
- Sólo fue como un sueño y se nos presentó en forma de visión divina cuando la tarde se iba apagando y el río que transporta pura esencia, comenzaba a llenar de rocío las últimas hojas de hierba de la pradera que ahora pisamos.

- Pues si después de tanto tiempo, todavía la recuerdas con la fuerza que estás diciendo, cuando aquella tarde fue, tuvo que presentarse como una magia dulce o como el vuelo de una mariposa que acaricia el aire. ¿Te atreves a contarlo?
- Me atrevo a decir que en aquella ocasión no era una bonita mañana de primavera sino una cálida tarde de agosto. Veníamos nosotros de recorrer la sierra entera y como ya habíamos oído hablar mucho del nacimiento de este río, al pasar por aquí, decidimos quedarnos. En aquella ocasión éramos cinco y como todavía no eran Parque Natural los paisajes que ahora pisamos, creímos que no sería ningún problema acampar en estas riveras.
- Pero por aquí ¿dónde?
Preguntó uno de los compañeros.
- Vamos mirando y donde se vea un trozo de tierra libre, lo más pegado posible a las aguas del río, nos ponemos.

Y fuimos mirando según recorríamos el tramo de carretera que lleva al nacimiento y al cruzar por lo que tu padre dice, se llama el Collado de las Minas, vimos lo que buscábamos. Bueno, primero descubrimos un rebaño de ovejas pastando por las partes altas, las cuatro casas de la aldea de tu amiga y tres personas caminando por los cortos trozos de estas callejuelas.
- Allá abajo se ve una pradera junto a las aguas.
- Pues ese es el sitio.
Buscamos el camino que da entrada a este rincón que como sabes es también ese viejo trozo de carretera que desde el Collado de las Minas viene aquí. Ni siquiera sabíamos dónde nos metíamos y mucho menos conocíamos a las personas que por aquel entonces vivían en estas escondidas casas.
- Pero es igual. Así tendremos la oportunidad de conocerlos y quien sabe si hasta de hacernos amigos suyos.

Atravesamos el enclenque puente donde acabamos de hacer la foto, cruzamos el trozo de calle que hemos recorrido y enseguida vimos que los vecinos salían a recibirnos, más movidos por curiosidad que de otra cosa. Con bastante timidez, los saludamos y después de preguntarles, no dijeron que ahí, cerca de las aguas que por el río pasan, podíamos poner la tienda.
- Aunque eso sea propiedad, ahora mismo no está sembrado y sobre la hierba que crece, dos días una tienda, no estorba a nadie.
Fue lo que nos dijo Enrique que era, por aquella tarde, como el alcalde de la aldea. Dejamos el coche frente a estas mismas casas viejas y nada más reconocer el terreno, nos pusimos a montar el reducido campamento. Dos tiendas que levantamos justo al borde mismo de las aguas y mirando hacia los pinos que se amontonan por la ladera que en aquellos tiempos criaba centeno.

Ya se estaba poniendo el sol y vimos que las ovejas comenzaban a subir buscando la tinada. Los vecinos, asomados a las puertas de sus casas, no paraban de mirar y de pronto vimos, que de una de estas casas, salió una niña. Se vino primero hacia el coche, cogió por la veredilla que lleva al río y cuando ya se acercaba a las tiendas que tensábamos, se apartó a la izquierda y en la corriente se paró. Durante un rato, miró fijamente a los que por entre las tiendas nos movíamos, a las tiendas mismas y a las cosas que por allí íbamos soltando. La vimos nosotros también y lo primero que pensamos es que si se venía a nuestro lado, nos iba a gustar mucho. Una niña serrana, con el color de la cara parecida a los rayos del sol de la tarde y la sonrisa tan fresca como el rocío de los valles, era cosa grande para celebrar el encuentro, en aquel momento y trozo de paraíso.

La miramos desde aquella distancia y como ella sentía vergüenza, lo único que hizo fue ponerse a jugar con el agua al tiempo que canturreaba una canción sin ritmo y de vez en cuando metía sus pies en la corriente limpia.
- Si se atreviera a venir y nos saludara, fíjate qué gozo.
Dijo uno.
- ¿No te parece un sueño?
Comentó un segundo.
- Yo la veo como la mariposa reina por el paraíso donde el río nace.
Dijo un tercero.
- Y es como un premio, como el saludo más limpio que esta joya de río nos ofrece.
Decía un cuarto. Y ella no dejaba de estar con su juego al tiempo que miraba la tarde, yéndose por las cumbres y acariciaba el agua que alegre corría.
- ¿Quién será que tan sueño se le ve y se funde tanto con la luz que cae y el viento que pasa?
- ¿Y por qué no se viene y se trae su juego a nuestro lado?
- Si es un hada o una mariposa vestida de primavera ¿cómo va a venir a darnos compañía? Además, si se acerca ¿qué le decimos?
- Yo le preguntaré su nombre y si me dice que para qué quiero saberlo, le diré que para llevármelo conmigo y no olvidarla más. Si quiere, le cortaré flores blancas para tejerle una corona y si no se asusta, le diré que siga sonriendo. Si ella me pregunta para qué tiene que seguir sonriendo, le diré que entre su gracia clara hemos visto enredada la esencia más suprema del valle donde nace el río y como eso es puro gozo, nos gusta su sonrisa.

Luego aquel día, se fue la tarde y la niña, que después supe se llamaba así, se marchó a su casa dejando su perfume desparramado por el río y la tristeza de su ausencia temblando en las sombras que la noche trajo. Así fue aquello y no hubo más. Dos días más tarde nos vinimos de la pradera verde y al despedirnos, ya era nuestra amiga en la forma y esencia en que lo habíamos soñado y deseado. Su madre nos dijo cómo se llamaba y hasta nos la vistió de primera comunión para que le hiciéramos una foto. Luego nos regaló una talega llena de chorizo y morcillas y después nos dijo que allí teníamos su casa para cuando la necesitáramos. De este modo fue nuestro primer encuentro con el rincón que da la primera forma al río Segura y con los serranos que se anidan entre el rumor del borbotón de aguas claras. Fíjate qué sencillo y dime: ¿no es para que se clave en el corazón de una forma fija y honda?

Y al amanecer, el valle que surcaba el río y nosotros habíamos pisado por primera vez, rezumaba una primavera nueva. Una verdad dulce que desde la pura tierra, recogía al alma entre su viento limpio y la transcendía hasta la eterna luz del gozo Grande. Así lo sentimos nosotros y por eso al mirarlo y mirarnos, quisimos hablar de aquello que no tenía forma pero llenaba el valle, manando desde lo más hondo del corazón y el manantial gigante que da cuerpo al río.
- ¿Pero cómo se llama y qué decimos?
- Se llama Dios y decimos que es presencia inmaculada abrazando a los humildes y belleza gozosa que se les permite ver sólo a los pequeños y limpios de corazón.
- Pues si ya está dicho, que así quede.
Desde entonces, el lugar donde nace el río Segura, tiene un nombre nuevo que sólo nosotros conocemos: El paraíso de la niña.

Congelado en el tiempo


Mientras has recordado el encuentro de aquella entrañable tarde, no habéis dejado de caminar. Vais ya saliendo por las últimas casas del lado de arriba y en estos momentos, sientes que antes de alejarte, con más calma tienes que echar una mirada al rincón. Es como si una necesidad oculta te dijera que tan levemente no puedes pasar por aquí. Por esto detenéis la marcha y os paráis frente a las casas, con el deseo de ver o sentir lo que en la realidad no existe. Nadie respira ahora mismo por el lugar. Cerradas están las puertas, bien encajadas las ventanas, las calles solitarias, los cortos caminos cubiertos por la hierba y las chimeneas sin su hebra de humo blanco alzándose silencioso. Las cuatro viejas casas de la aldea pequeña, están ahí: Aplastada contra el puntal rocoso que cae, varadas un poco a la orilla del río como si éste las hubiera dejado depositadas en ese punto y asombradas otro poco, mirando mudas como la corriente pasa.

Y desde su silencio, parecen gritar que su valor, ese orgullo oculto que les mantienen en pie y se le ve subiendo por las paredes en forma de gallardía, le viene de ellos: Los humildes serranos que desde tiempos remotos se acurrucan entre sus muros. Si se mira despacio y desde lo hondo del corazón, se ve que lo que sobre estas rocas se cimienta, no son tres pobres casuchas desconchadas. Aplastadas y envueltas entre la brisa dulce que por el valle pasa, Fuente Segura de Abajo es como un puñado de pequeños palacios de reyes grandes. Personajes sin títulos ni coronas de brillantes pero como a ellos no les importa, se saben nobles por lo que dentro llevan y eso les basta. Mejor que los llamados grandes del mundo, saben que el valor de las cosas no está en lo material sino en lo invisible y de aquí que se tengan por reyes verdaderos en el palacio de sus sencillas casas.

- Y por encima de todo, fíjate que bonitas.
Comenta la hija de tu amigo.
- Eso es precisamente lo que me retiene. Tan poco cosa y tan escondidas y al mismo tiempo tan blancas, tan gritando el juego de los niños que no están y la alegría de los mayores que también se fueron.
- Si las miras despacio al tiempo que piensas, tampoco desprenden tristeza aunque se les vea tan solas.
- Es lo que también iba a decirte, porque en el fondo parece como si hubieran hecho un pacto con el tiempo, el sol que les da de frente y el viento que las acaricias, para en esta espera sin final, no perder su lozanía nunca.
- ¿Y qué es lo que según tú, esperan?
- Tampoco lo sé pero esperan. Esto se nota en tantos matices que por eso se les ve como antes decías: colmadas de brillo y bonitas como joyas recién lavadas. Mira qué sol más reluciente le entra por arriba y mira como parecen que se vistieran con el mejor traje de oro fino.

Todavía, durante unos minutos más, seguís contemplando las cuatro viejas casas de este Fuente Segura de Abajo que se cae, y luego ya las despedís, sin iros ni despedirlas. Al darles las espaldas te dices que quizá otros no lo entienda pero tú bien lo comprendes aunque sólo sea en ese silencioso mundo del alma. Ahí las llevas y los llevas, puede que sólo para ti pero eso te basta. Pisáis las tierras del rincón en que pusisteis las tiendas aquel día y comenzáis a remontar el camino que conduce a las aldeas de arriba.
- ¿Y qué edad tenía por entonces, tu niña, si se puede saber?
- Creo que no llegaba a los once.
- Si hacemos la cuenta, descubrimos que desde aquella primera tarde, ya han pasado muchos años ¿Se puede saber cómo fueron las cosas desde aquel día?
- Aunque lo resumiera mucho, saldría una historia larga pero como las cosas fueron de belleza en más belleza, lo voy a intentar.

Después de aquel juego, la vi solo una vez, un día que su madre estaba comprando en el mercadillo de Úbeda. Lo primero que hice fue saludarla y luego agradecer a la madre las morcillas tan buenas que nos regaló.
- Son las cosas sencillas que tenemos en la sierra.
- Pues nos las comimos aquel mismo día, cuando recorríamos la Sierras de las Cuatro Villas. Al pasar el Raso de la Honguera, por la Cueva del Peinero, en la fuentecilla que corre junto a la carretera de la umbría, nos paramos. Abrimos la talega y con un trozo de pan, nos comimos las morcillas. ¡Qué sabor a sierra y qué sustancia a sana, tenían aquellas morcillas!
Y estando hablando esto, caí en la cuenta que esta familia a mi no me conocía de nada. Solo una vez me habían visto y la segunda ya tenía grandes cosas que agradecerle. Pero primero ellos se habían acercado y sin interés ninguno.
- Usted no tiene nada que agradecer.
Decía la madre cada vez que le repetía su buena acción.

Desde aquel día, el tiempo corrió y unos años, quizá cuatro o cinco, después de la tarde dorada junto al río, se presentó en Úbeda. Se apuntó a internado de la Safa y se puso a estudiar lo que ya no podía en su pueblo. Ni siquiera lo supe hasta que no la vi y aquello fue como la primera vez. Sin anuncios ninguno y casi de puntilla. Tampoco sé cómo fue pero cuando acababa el curso, los padres nos dijeron que tenían un cordero preparado para una buena comida el día que quisiéramos ir a su casa. Aquello fue también como de puntilla, y sin quererlo y, no sé por qué, tomé nota de las cosas.

Puros manantiales de amor


Lo que fue después hasta completar el día, luego en su momento lo iremos sacando. El caso ahora, era recordarte el encuentro y seguir con el plan que esta tarde hemos puesto en marcha.
- Pues más adelante ya me contarás y en todo caso, cuando la veamos a ella, le pedimos que nos complete lo que falte.
- Pues que sea así.

En estos momentos, ya vuestra subida se remonta hacia las casas de las aldeas de arriba. Una delicada hondonada os sale al paso y al preguntarle a tu amigo te dice que:
- Esto se llama la Loma y es porque hay dos arroyuelos que bajan ¿No los ves? Lo que queda en el centro lo conocemos nosotros como la Loma o los Praos de la Loma.
- ¿Por dónde cae la Fuente de las Guijas?
- ¿Por qué me lo preguntas?
- Es que la tengo muy oída y de ese tanto sonarme, he deducido que tiene que ser algo importante.
- Quizá “dexajere” un poco pero yo creo que después del verdadero nacimiento del río, el otro manantial importante, es el de esta fuente. Y está allá enfrentico, en esta dirección y es precisamente de donde se coge el agua para el pueblo.
Miras y guardas silencio pero para ti te dices que un día, sería estupendo recorrer los manantiales que brotan en el río, desde este primero y grande hasta donde se deshace con el Madera. Sabes, y lo has descubierto por ti mismo, que por lo menos cuatro, existen. El gran primero, el de la Fuente de las Guijas, el del Molino de Loreto y el que brota por entre la ancha boca de la Cueva del Agua. Pero ¿habrá más? Seguro que sí y esto sería bonito comprobarlo.

A la derecha os va saliendo, de entre la curva de la loma, la figura de una construcción. Le preguntas y te dice que esta es la nave de tu amigo Amador. También te dices ahora que otro día sería bueno recorrer más despacio las sendas que desde las casas de estas aldeas parten y remontando lomas y barrancos, se pierden por el espeso monte en busca de otros lugares habitados por serranos. la hija se te acerca y sin más te pregunta:
- ¿Cuál es esa otra interrogante que me decías?
- Arranca desde lo hermoso y por eso me gusta tanto pero tiene difícil concreción.
- Pero si como antes me contabas, es real y claro ¿cómo no sabes expresarlo?
- Es que tampoco la respuesta es sencilla, aunque tienes razón: lo siento natural como el viento que nos roza y por eso se me mete tanto por las rendijas del alma.
- Aunque sea torpemente ¿no te atreves a decirlo?
- Por decir puedo empezar contando que como aquella tarde clara del mes de agosto, otros días y otras mañanas, más de mil veces el alma se me ha detenido entre los dedos invisibles del viento que eterno acaricia las rocas de estas cumbres. ¿Has entendido el juego de la niña aquella tarde junto al río?
- Hasta donde puedo, creo que fue como una ráfaga de primavera recién brotada y por eso os gustó tanto.

- Lo que es igual a muchos racimos de belleza limpia y eso ya lo hemos dicho antes. También irradiaban mucha belleza las personas que absortos nos miraban desde las puertas de sus casas. Si sumamos una imagen a la otra, ya estamos preparados para acercarnos al mundo de los pastores caminando por los montes de estas sierras. Y lo que te quería decir es eso: que cuando te encuentras con alguno de ellos, y más aún si te paras a charlar con él, siempre te sucede casi lo mismo que aquella tarde con la niña en su paraíso. Lo miras y te dices que son hermosos los paisajes que pisa, las ovejas que guarda, su perro negro, la forma en que cuenta las cosas, su postura limpia ante la vida y como abarcándolo todo, su corazón sincero. Te asombra en ellos esa lucha densamente callada, la alegría frente al valle repleto de nieve, la soledad que cada día los baña y por encima de todo, el orgullo con que caminan.

- ¿Y de dónde sacáis vosotros tanta sabiduría sin apenas haber leído un libro y de ahí que tengáis que condensar la vida en tres palabras?
Le he preguntado muchas veces y también muchas veces, a esta pregunta ellos me han respondido:
- Ya la estás viendo: aquí nos pasamos la vida acompañados de los animales, las nubes que pasan, el manantial que brota, los caminos que surcan las tierras, el brillo de las estrellas en las noches claras, el aleteo de las mariposas surcando las primaveras, el perfume de mejorana saturando el aire, los rayos del sol que nos tuestan, la canción de la cascada que retumba alegre, el canto de las tórtolas al amanecer y el balar de los corderillos mientras retozan por la pradera verde. Pero si tú lo que quieres es preguntar de dónde sacamos nosotros el cariño que ponemos en las cosas, pues eso no tiene respuesta. La realidad que nos rodea forma parte de lo que somos y como nos pertenece desde lo más íntimo, le damos el mismo trato que a nuestro propio ser.

- Yo quería preguntar exactamente lo que me acabas de responder pero además, deseo ir un poco más adelante: ¿De dónde sacáis vosotros el amor que ponéis en vuestros hijos para que se les vea tan pura sonrisa, en cualquier hora y momento y también se parezcan tanto a los manantiales limpios que brotan por los barrancos? Y esto te lo pregunto por lo que ya antes te decía: si apenas sabéis leer ¿cómo os las arregláis para criar hijos tan alegres, tan delicadamente limpios en su corazón, tan dulcemente buenos en su alma y tan noblemente humanos para con todo el mundo, que cuando los rozas, más que retoños de humanos, los ves puñados de ángeles venidos del reino de la luz a recoger esencias de la sierra para en cualquier momento arrancar vuelo y remontarse al edén de la belleza eterna?

Y a esta pregunta, casi siempre ellos me han mirado extrañados, como no sabiendo qué responder. Y luego, al rato, han rota su densa pausa para decir:
- Pues la realidad está ahí: ¿Cómo se consigue? Puede que encaje algo con lo que antes decías: al no tener palabras con qué argumentar la verdad de las cosas, nos concentramos con todas las potencias en demostrar que lo importante son los hechos reales y no las teorías bonitas. ¿No has oído el refrán que dice que obras son amores y no buenas razones?
- Lo he oído y aunque también tú dices verdad, no me quedo del todo satisfecho.
- De todos modos, las cosas no son tan complicadas. Se trata de coger la vida en la forma que ésta se vaya presentando, poner cada día en su sitio aquel grano de arena que te corresponda, irse libremente con las nubes o la corriente que pasa y nada más. Lo que falta hasta completar ese colmo que tú admira, lo pone el cariño, el sincero amor por el que siempre hemos estado unidos.

Un hijo, es tesoro grande para cualquier ser humano y eso se sabe y se siente así aunque no se haya ido a la universidad. Tampoco es necesario grandes estudios para reconocer y abrazar la pura presencia de lo divino en los paisajes que a diario recorremos. Y lo que quiero decirte es que si tanta presencia de Dios nos envuelve por todos sitios ¿no puede ser normal que sepamos algo de ese amor para transmitírselo a nuestros hijos?
- Seguro que será tal como tú me dices pero como en lo hondo de mi alma, la verdad que acabo de preguntarte, me resuena con tanto gozo, creo que existe algo más.
- ¿Y qué es ese algo más?
- Pues ese invisible y nuevo código de amor que sutilmente os abraza entre sí, en una verdad limpia, y que no se da en el resto de la humanidad. Como bien tú me has dicho, no hay palabras para decirlo pero los resultados saltan a la vista. Y quizá por esto, desde hace tanto tiempo, os veo como puros manantiales de amor que no paráis de brotar para que vuestros hijos crezcan empapados de la sabia que da la mejor vida.

Los papeles
Otra cosa es lo del joven aquella tarde con sus ovejas y el río rebosante de agua limpia. Subía él por la hondonada camino ya de la tinada y repleto en su corazón del día que tan dentro se le había metido. Junto a la corriente y por las rocas que la protegen, estaban ellos midiendo tierras y tomando apuntes. Tres o cuatro eran y mientras iban de un lado para otro, soltaban sus papeles en cualquier sitio. En la tierra del camino, en los troncos de los árboles o en las piedras gordas que rodeaban el río.

Pasaba el joven por allí porque iba con sus ovejas camino de la tinada y tan contento que ni siquiera se dio cuenta de su presencia. Tampoco sabía que sobre aquellas rocas ellos tenían puesto sus raros papeles. Y claro, menos todavía las ovejas sabían que aquellos papeles eran cosas grandes, según decían ellos, aunque los animales no tuvieron culpa alguna. Subían parsimoniosas camino de su tinada y antes que alcanzaran las rocas donde los papeles se apoyaban, la ráfaga de viento bajó por la cañada. Dobló las copas de los pinos, se llevó por delante las ramas secas de los cardos cucos y también el montón de papeles que ellos habían soltado en lo alto de las piedras. El joven ni lo advirtió pero ellos sí los vieron volando por los aires e ir a caer justo en el centro de las aguas que el río llevaba.
- Los hemos perdido y ha sido por culpa de este patoso pastor.
Dijeron enseguida sabiendo con certeza que aquello no era verdad.

Enfadados dejaron el trabajo que tenían entre mano y rápido se vinieron hacia el camino que el muchacho recorría. Le cortaron el paso por la parte de arriba y frente a él se pusieron amenazantes.
- ¿Tú has visto lo que ha pasado?
- Ni siquiera sé de qué me habláis.
- Los sabes porque han sido tus ovejas las culpables de que la corriente se lleva nuestros documentos y con ellos el trabajo de un mes entero.
- Pero lo animales ni siquiera van por el campo. Como estáis viendo, suben tranquilos por el camino en busca del rincón donde duermen.
- Si ahora nos ponemos en nuestro sitio y exigimos que se pague el daño que acabas de hacer, luego empezareis a decir que somos malos.
- Pero es que no sé todavía de qué me estáis hablando.
- Pues para que te enteres, tendrías que venirte con nosotros hasta la orilla del río, asomarte a las rocas grandes que rodean el agua, tirarte desde allí a la corriente y mientras no nos devuelvas los papeles que hemos perdido, no dejarte en paz. La culpa ha sido tuya y por eso sería normal que fueras tú el que nos devolviera el tesoro que acabamos de perder.

No lo vamos a hacer pero si fuéramos tan malos como vosotros decís, eso sería lo normal. Por hoy y ahora sólo se queda en una advertencia y mucho cuidado con decir luego por ahí que te hemos obligado a meterte en el río. Porque eso es otra cosa que también tenéis. Cualquier tontería que os digamos enseguida la proclamáis a los cuatro vientos añadiendo que lo que pretendíamos era tirarte al río para ahogarte. Sólo te hemos saludado y nos aguantamos la trastada que nos has hecho.

Aquella tarde, siguió el joven detrás de su hato de ovejas pero ahora ya triste. La alegría que a lo largo del día había recogido de los campos, en unos minutos, ellos se la convirtieron en pesadumbre. Porque aunque ellos no hicieron nada más que decir lo que dijeron, directamente fueron a lo más central de la dignidad humana. Lo hicieron culpable y por eso su alegría se transformó en pena.

El otro mundo


Vuestro recorrido se acerca al nacimiento del gran río que es donde esta tarde tenéis puesta la meta. La tiná de Amador va tomando forma cada vez más cerca y clara. Por el lado de abajo del camino que recorréis, pasta un rebaño de ovejas. Quieres también saber algo de ellas y por eso él te aclara que el trozo de tierra que llenan, se llama “el Humedal”.
- ¿Recuerdas tú que vivió por aquí un señor que se llama Juan Paco?
Le preguntas de pronto.
- ¡Claro que lo recuerdo!
- Un día recorrí con él las ruinas de la desaparecida Bujaraiza y fue entonces cuando me dijo que por este rincón de la sierra, sus antepasados tenían una casa.
- Ahí un poco más arriba estaba esa casa. Ese era Juan el de la Hermana Remedios.
- ¿Lo conociste?
- Sin ir más lejos, el otro día me saludó en Villanueva. Es familia de Narciso, el que hace un rato nos hemos encontrado. En Villanueva le dicen el poeta.

Mientras camináis y dais pequeños repasos a esto y aquello, de fondo os va dando compañía el rumor del río que baja, algún que otro trino de pajarillo y el valido de las ovejas que empiezan a subir por el camino en busca de la tinada ya cerca de las casas de la aldea. Por el lado de arriba y a la derecha, van apareciendo las casillas del cortijo de Enmedio. Tampoco en este chiquitillo y bellos cortijo de Enmedio, vive nadie. Aunque es mejor decir que sí viven algunas familias pero al igual que en el cortijo de abajo, ahora están en las aceitunas, unos y con las ovejas, otros.

Al mirar y ver los edificios tan remontados y alzados sobre el valle, te acuerdas de aquel día y ellos. Fue uno más de tantos, esplendoroso en los paisajes y la luz que la mañana derramaba por los campos. El valle relucía de verde nuevo y las laderas se alzaban majestuosas bien manchadas de sombras tiernas. No corría nada más que un leve viento fresco y por la hondonada que el arroyo atravesaba, sólo existía rumor de charcos derramándose y trinos de ruiseñores cantarines. El valle del gozo profundo, es como le habían llamado de siempre y el lugar donde el corazón sentía el calorcito más recogido junto a la vida más palpitante. De ahí que el placer fuera tan sabroso y el rincón tan querencioso por los que a lo largo de los años lo habían sentido como tierra y casa propia.

Ellos subían por la senda vieja llevando en su conversación las cosas de siempre mientras caminaban sin prisa porque conocía bien el terreno. Era por la mañana y lo que tenían pensado era llegar al cortijo cuando el día alcanzara más o menos su mitad. Por esto iban tan metido en lo suyo prescindiendo de lo que, en las otras partes del mundo entero, ocurría. Tú los viste pisando la arena blanca de las orillas de las aguas y pararse frente al charco largo para mirarlo despacio.

- Por ahí tenemos que cruzar esta corriente.
Indicaba el joven señalando al vado anchuroso que tenían delante y por donde la corriente se aplastaba deslizándose casi sin pasar. Al sentir lo que decían, miraste movido por la curiosidad y descubriste que por donde pretendían atravesar, no había puente. No había ni piedras gordas para saltar de una a otra ni tampoco trancos secos que se apoyaran de lado a lado. “¿Y de qué modo vais a pasar la corriente por ahí si según estoy viendo, no hay nada más que profundidad color cielo y verde bosque y arena fina a un lado y otro?” Les quisiste preguntar para salir de la duda que te envolvía. “Por ahí, se atraviesa de este modo”, te dijeron ellos al tiempo que se ponían en movimiento sin miedo alguno.

Viste como guiados por el joven que ahora se había puesto al frente del grupo, sin titubeos de ninguna clase, pisaron las aguas limpias que por entre la arena se deslizaban. Chapotearon por aquí y por allá y aunque las aguas empezaron a llegarle primero a las rodillas y luego casi a la cintura, siguieron adelante y en dos minutos ya estaban en la otra parte del cauce.”¿Ves que fácil?” Te dijeron otra vez y como tú los estabas viendo dijiste que sí pero que aquello no era moneda corriente y menos con la naturalidad y valentía que ellos lo habían hecho. “Esto ocurre sólo en los cuentos de hadas y por eso es tan pura fantasía. En la vida real no se ve nunca, porque aunque es tan sencillo como ahora mismo me habéis mostrado, nadie lo hace”.

Ellos ya no te hicieron caso y desde la arena crujiente que les acogía al salir del agua, reemprendieron su caminar valle arriba. A la derecha se les quedaba el chapoteo de la corriente, a la izquierda la segunda ladera espesa y tupida de verde negro y al frente se les iba abriendo la gran entrada del valle mágico que recorrían.
- Y la casa que nos decía, construyeron en las mismas rocas ¿dónde queda?
Preguntó uno al joven.
- Enfrentico mismo de esas rocas la tenemos. Fíjate en las piedras blancas que allí en la curva, lava el río. Fíjate en la senda que en forma de repisa se ciñe al cinto rocoso que recorre la ladera, fíjate en aquella hondonada que se pierde por entre la espesura de los enebros, fíjate y verás como allí, donde el terreno se remansa un poco, se ve una parata de piedras perfectamente puestas, pues allí mismo, si os fijáis bien, veréis la casa chiquitilla.

Sólo una covacha abierta en la misma pared rocosa que vamos recorriendo ladera adelante, en la entrada dos trocitos más de paratas levantadas con las piedras sueltas de la ladera y la puerta mirando al valle.
- Me he ido despacio detrás de lo que acabas de contarme y donde me dices, se alza la casa que es un agujero en forma de cueva abierto en las rocas y lo que por ahí estoy viendo no es una casa sino un refugio chiquitillo. ¿Cómo pudieron vivir en ese sitio?
- Ya te he dicho que le entraban por la sendilla estrecha que acaso hecho tallaron en las rocas. Se metían en esa casa, que a pesar de todo era vivienda y desde ella miraban a la vida siempre frente al valle. Esa fue su vivienda y ahí sigue todavía aunque el monte y las piedras la hayan tapado ya casi por completo.

También tú sabes dónde está la casa de las rocas y conoces la senda por dónde se le llega. La has visto mil veces y unas pocas, aunque no muchas, has estado en su interior. Y de siempre, lo que más te llamó la atención de esta morada, fue su posición dentro del valle. Desde la senda que le llega y desde las paratas que sujeta su entrada, se abre el mejor balcón frente a los paisajes. Tan bueno es que al amanecer se ve toda la anchura de la aurora cubriendo el cielo, toda la luz que el sol derrama cuando sale, todas las nubes que pasan por los montes cuando por la sierra hay nubes, toda la lluvia que caen en los campos cuando llueve y todos los copos de nieve que atraviesa el viento cuando nieva. Luego, al caer la tarde, se ven los cien manojos de rayos dorados que el sol desparrama por los bosques, se oyen los mil trinos de los pájaros que cantan y se ve el fabuloso valle atravesado por su río claro.

De siempre, esto ha sido lo que más te ha fascinado de la casa y por eso ahora, la ves con ellos mientras lentos suben recorriendo su camino. Van dando un repaso a las cosas de la tierra, metidos por completo en su mundo y sueños y olvidados del mundo de los humanos más lejanos. Sin embargo, desde lo alto de la cumbre que a las espaldas les va quedando, los que habían llegado de fuera y querían hacerse dueños de las tierras, se encargaron de recordarle que el mundo no era sólo aquello que los del valle llevaban en sus pensamientos. De pronto sintieron un disparo y enseguida el silbido de la bala rebotando en las rocas de la izquierda del camino.
- ¡Tened cuidado que nos matan!
Exclamó de repente el joven sobresaltado por el hecho y sorprendido por lo extraño del fenómeno. De piedra se quedaron quietos en el centro del camino al tiempo que buscaban a ver de dónde surgían aquellas balas. Otra explosión sonó allá en lo alto y el proyectil pasó gimiendo y casi rozando sus cabezas.
- ¿Pero quien diablos son y por qué nos atacan de este modo?
Volvió a decir el joven al tiempo que empujaba a sus compañeros hacia la torrentera del arroyo.

- Aplastaros contra la tierra y no mover ni la cabeza pero mirad fijos a ver si los descubrimos.
Y claro que lo descubrieron en un momento: a lo lejos, sobre el monte y en lo más alto de las rocas de la cumbre, se alzaban impresionantes empuñando los rifles y dominando el valle.
- ¿Quiénes sois vosotros?
Gritó el joven dando una voz fuerte para ver si aclaraba lo que tan extrañamente de repente se había presentado.
- Estamos cazando y os habéis metido en el centro del peligro.
Contestaron los que dominaban la situación desde la cumbre.
- No tened miedo que contra vosotros, serranos de este valle, no son nuestros tiros. Es sólo un aviso para que cuanto antes abandonéis las tierras. Os damos un tiempo, no muy largo y si no desaparecéis de estos lugares, seguiremos disparando.
Siguieron avisando los de la cumbre.

Los del valle, con el corazón en un puño, se levantaron. Asustados volvieron al camino y con la tristeza choreándole por el alma, recorrieron el trozo de senda que les quedaba para coronar y volcar a los otros barrancos. Era la primera vez en la vida que habían sentido tanto miedo al cruzar su valle. La primera vez en la vida que se notaban echados de las tierras de sus raíces, huyendo de ellas con la dignidad machacada y por eso se sentían como vulgares malhechores.

El camino y la meta


Atravesando la tarde que va cayendo sobre el valle donde nace el río, seguís vosotros, remontando la pista que une las aldeas. Giráis en la curva, un poco antes de las tapias del último puñado de viviendas. A la derecha os van quedando las casas y a la izquierda, la gran primera vega del Segura. Los chopos extienden sus ramas peladas y el viento que pasa mudo, las zarandea. Ya no estáis lejos de donde brota el rey de los manantiales y por eso se ve todavía con más claridad la preciosa tierras. “Tierras de mucho rendimiento” aunque estos días, sólo produzcan hierbas silvestres para las ovejas.
- ¡Esto es una pena ahora!
Exclama tu amigo.

Y al oír sus palabras, parecidas a un quejido doloroso que sale de lo más hondo del alma, tu espíritu es invadido por una extraña ráfaga de perfume, mezcla de mil sensaciones que palpitan llenas de fuerza. Detrás de las olorosas matas de tomillo, que por las tierras crecen, salta, camina y se esconde, la fina tristeza que duele. Amorosamente rocía el valle y desde el silencio del vientecillo que acaricia, se viste de soledad y grita: “Lo que importa no es el camino que se recorre sino el final que existe donde termina la senda”. Alguien, quizá el alma que lucha y se agarra a esa brizna de vida que intuye al otro lado del tiempo, pregunta: “¿Y cómo puedo llegar a ese final si hasta el viento que necesito para respirar y andar el camino, me lo están robando? Lo mismo que yo, tú estás viendo que se me quedan trozos del cuerpo tirados en el polvo, puñados de ilusiones esparcidos por las piedras, ríos de sueños evaporados por las nubes y montañas de deseos, rotos en las cuestas. ¿Cómo puedo llegar hasta el final si veo que los otros pasan y me apartan, me empujan y me tiran y hasta se ríen orgullosos y me dicen que mi vida es necia?”

Y la fina tristeza que llena el valle vestida de soledad, responde: “Tú sabrás cómo te las arreglas para llegar hasta el final pero no hay más verdad que aquella de la meta última. El camino es sólo un medio y como tal debes entenderlo”. El alma se queda muda y siente que está sola, respira el limpio viento que pasa y como intuye que el final allá muy lejos queda, quisiera morir para así no caminar más con el peso de esta tristeza hueca. Por el camino que sube, ajenos a los que pasaron antes atropellando la alegría de los que ahora quedan, también palpita el juego de los niños. Corren arrastrando sus juguetes de palos secos, cortados en las montañas y ríen a sus anchas. Tampoco esta tarde ya se les ve por aquí y por eso el silencio de su ausencia y la fina tristeza disfrazada de soledad llenando el valle, envuelve como en un remolino invisible de viento añejo que aprieta hasta casi dar la muerte. Pero no es la muerte lo que por aquí se palpa, sino la vida y como falta tanto de aquello que en otros tiempos fue gozo, lo que el alma llora, es el vacío de su ausencia en medio de tanta presencia bella.

Las piedras no hablan pero ahí están gritando y dicen que desde que aquello dejó de ser, ya nada tendrá el sabor de la tierra y aunque broten mil limpios manantiales y de nuevo vuelvan las primaveras, ese bullir de la vida como en aquellos tiempos era, no será nunca más. Y aunque las tardes siguen pasando y, al germinar las florecillas, de una a otra las mariposas revolotean, ellos rompieron para siempre la vida en este valle y desde entonces se está a la espera. Ahí, un poco más abajo hierve el río, brota el agua limpia y fiera y tú lo sientes, lo palpas, lo pisas y hasta por su corriente chapoteas y por eso te dices convencido que aquí está la vida verdadera. Pero la voz del alma que dentro llevas te vuelve a repetir otra vez que al final está la meta. Que nada de lo que ahora pisas vale tanto como para que siempre permanezca y que tampoco sirve para nada llegar a lo más alto de la cumbre si vacías las manos llevas. “Así que avanza, grita, pisa, llora, sufre y pelea pero no te des por satisfecho sólo con alcanzar la meta. Si no hay pisadas firmes y mil piedras una a una, en su sitio bien puestas, mucho será pura pavesa y eso no es una obra que valga aunque muchos, en el fondo, lo crean”.

Ellos y su manantial


- Lo que pasa es que la gente joven se va y los mayores que vamos quedando, nos apañamos con las pocas ilusiones que todavía tenemos, la casa donde vivimos y las tierrecillas aunque ya no las sembremos.
Te aclara tu amigo. Por el camino que remontáis, van las ovejas y como vuestro caminar va más rápido, alcanzáis al pastor que las sigue. Lo saludáis y enseguida le pregunta por qué no se ha ido, como los otros, a las tierras de Sierra Morena.
- Es que nosotros tenemos pocas ovejas y preferimos no meternos en esos trastornos.
- ¿Cómo era antes el lugar donde brota el río?
- Un agujero grande como el que ahora ahí se ve pero sin el bordillo que tiene. Ese muro lo hicieron para conducir el agua por la canal que atraviesa el Collado de las Minas y lleva a Cañá Manzano.
- ¿Cuántos vecinos viven ahora en esta aldea de Fuente Segura de Arriba?
- Pues diez o doce.
- ¿Todos de aquí o sumados a los que vienen de fuera?
- Los que ahora estamos, somos familias que hemos vivido siempre aquí.
- ¿En cual de las tres aldeas vive más gente?
- En la de arriba.
- Ahora ¿cuántos estáis?
- Sólo cuatro. Nosotros, la hermana Anica, Esteban y Elías.
- ¿Y les gusta a ellos que los nombremos por sus apodos?

Tu amigo te dice que no importa.
- El padre de este muchacho, pastor que vamos acompañando camino de la última aldea, le dicen “El Coraje” y a ese que ha dicho Quico, le dicen “El Campanero”. ¿A ver cómo le dicen a los otros de apodo?
Pregunta tu amigo al muchacho que sigue a sus ovejas y acompañáis mientras os acercáis a las casas. Francisco o Quico, que es como se llama el joven, responde:
- Los otros es que no tienen apodo. Estebilla no tiene apodo.
- ¿Y a vosotros no os molesta si os nombran por el apodo?
- ¡Que va! Si nos lo han dicho de siempre. Lo puede usted poner en un libro o donde quiera que no pasa nada.
Tu amigo interviene otra vez diciendo:
- La familia del Coraje, de siempre han sido íntimos amigos míos, personas muy correctas y nobles donde los haya. Cuando entre nosotros hablamos, decimos: aquella, la mujer del Coraje y por eso nadie se enfada.

Son buenas gentes que caminan, laboran, sufren y esperan, tal como tú siempre los has soñado y ahora por la tarde los encuentras. Tienen su trozo de paraíso donde el rey de los manantiales brota a la vida y aún en los tiempos en que vivimos se muestran tímidos, nada, cuando con ellos te tropiezas. Pero el río, su río, el río grande que surca sierras, tú lo viste la otra noche desde el sueño y no se parecía nada al que conocías de antes y ahora corre por el valle. Subiste por la llanura e ibas preparado porque sabías que los manantiales ya habían reventado y por eso ellos te dijeron que:
- Hoy no cruzas tú por esa senda.
- Si como pensáis el agua es tanta, no me importará meterme por ella y ponerme chorreando.

Y el agua era tanta. En cuanto remontaste un poco viste toda la tierra cubierta por un puro manto de agua transparente que brotaba y corría, llenaba los barrancos y tapaba las piedras. En el recodo de la senda te quedaste parado y aunque con tus propios ojos lo estabas viendo, no te lo creías. Los borbotones claros brotaban a lo largo de toda la llanura y desde cada uno de ellos corrían pequeños arroyuelos llevando la alegría en su saltar juguetón y las transparencia del mismo viento. Mudo, contemplaste durante un rato la visión mágica y aunque dentro de tu corazón te gustaba mucho, para ti comenzaste a decirte: ”¡Madre mía! ¿Cómo podré atravesar tanta agua y a lo largo de esta porción de tierra?” Nadie te respondió y como a pesar del reparo que daba aquel mar de agua blanca cubriendo el suelo, estabas decidido seguir andando y atravesarla, te echaste a adelante.

Pisaste los primeros veneros limpios y el manso líquido crujió bajo tus pies. Seguiste avanzando y la corriente siguió quebrándose a cada paso que dabas al tiempo que la cantidad de agua aumentaba y se hacía profunda. Te empapaste los pies, las rodillas y al rato, ya la humedad te llegaba hasta la cintura. Pero no te importó porque en el fondo, sentía gozo. Satisfacción de pisar tanta agua clara justo en el mismo punto en que ésta surgía por los veneros. Te sentía feliz porque ocurría lo que tantas veces has soñado a lo largo de tu vida: te fundías con la tierra que tanto amas y con el agua que de la tierra brota. Una inclinación que no sabes explicar pero que llevas contigo unida a la esencia misma de lo que eres y no es mala porque transmite gozo.

Cuando terminaste de cruzar la llana tierra cubierta por la fina agua, te volviste para atrás y frente al grandioso manantial, te paraste. Te sentaste en la roca y desde allí, durante un rato contemplaste el espectáculo. Un bonito espectáculo lleno de música dulce, matizado de transparencia nítida y saltando armonioso por la tierra en busca de su río profundo. Así viste la otra noche en manantial rey de todos los manantiales y te pareció precioso. Sencillo, claro, frágil como la sonrisa de un niño pero fuerte y ancho como la misma vida.

La niña y el juego


Frente a las casa de la última aldea antes de llegar al nacimiento, se alza el cerro pelado, algo redondo. Ya estáis llegando a la que podría ser entrada a la aldea y como el monte os queda casi encimas, tu amigo pregunta a Francisco, el joven pastor al que acompañáis:
- ¿Cómo se llama el cerro ese que estamos viendo por completo enfrente y tan alzado.
- El Cerrillo, le hemos llamado siempre nosotros. Las tierras llanas que vamos dejando a la izquierda, por donde corre el río y se ven las alamedas, es La Vega de Fuente Segura.

Las ovejas que caminan por delante, al rozar las paredes de las primeras casas, se paran. Aquí mismo y a la sombra de la tarde, se ve un grupo de personas. Mientras os vais acercando, no dejan de mirar y eso te indica que al menos tú, eres desconocido para ellos. Recuerdas la escena porque es lo que en cada pueblo y aldea de estas sierras tantas veces has visto y por eso no te extraña aunque sí te duele algo. Tampoco aquí esta tarde se ven jóvenes. Son los de siempre: un puñado de mayores que esperan a que vuelvan los que se han ido a la aceituna y los que están en Sierra Morena con las otras ovejas. Esperan que llegue el verano y vuelvan los que se fueron hace tiempo y con ellos, alguna juventud y los turistas.

El sol de la tarde, ya casi tapado tras el monte y las cumbres que por encima quedan, tiñe de oro los tejados del grupo de casas. Las calles están solitarias y aunque la tierra y los camino se notan pisados, falta la sonrisa de los niños y ese perfume alegre que ellos dejan siempre que juegan. Algo así como el de aquella niña tierna durmiéndose en su juego, la tarde aquella. Quizá fue tras las paredes de una de estas sencillas casas o quizá fue a la sombra de los álamos que se mecen por la vega. A ti te lo contaron y como te pareció bonito lo escuchaste con atención.

Estaba el hermano tumbado, respirando el aire fresco que por la tarde corría y como ella correteaba cerca, le dijo:
- A que no te comes mi nariz.
La niña, que todavía era pequeña y por eso apenas tenía palabras para decir las cosas, miró al hermano y como vio que esperaba que fuera, se echó sobre él.
- Me como tu nariz ahora mismo.
Y con su cara de rosa recién abierta a la primavera, se puso a reír al tiempo que buscaba la cara del hermano para comerse la nariz.
- Lo que yo me como ahora son tus carrillos y así ya termina el juego.
Y al rozar el hermano con su boca, la piel algodonosa de la dulce niña, esta ríe y se muere de gozo. Se curvaba en el aire y seguía riendo y de esta forma decía que era bello el juego.
- Y en cuanto me coma tu cara, te quedarás dormida y ya se acaba el juego.

La niña que era pequeña y sentía mucho deleite enredarse en aquel remolino, se aplasta contra las carnes del hermano. Se deja comer los carrillos de la cara y cuando intentaba rebullirse para entrarle al juego por el lado contrario, se queda dormida en cima del compañero. Dormida como la noche cuando se cierra en tinieblas y tierna como el rocío al rayar el día. Enseguida el muchacho nota que la felicidad se ha convertido en mañana derramada por los campos y por eso llama a la madre.
- ¿Qué quieres?
Le contesta ésta pendiente de los dos y de las tareas que tiene entre manos.
- La niña se ha dormido encima de mí. Ven y te la llevas. Ponla en su cama, tápala con su manta y déjala que sueñe hasta que la despierte la aurora.
La madre vino y al llegar y ver lo que vio, se paró frenada por la escena y la belleza limpia que aquello desprendía. Su alma entera estaba allí en forma de criatura frágil, abrazada por el sueño y derramada sobre su otro trozo de alma que sonría al viento.
- Cógela y te la llevas porque ya ves lo que ha hecho: Quería destrozarme comiéndome a bocados y en cuanto se ha descuidado, le ha entrado el sueño. Nos hemos quedado sin niña, porque aunque todavía tiene labios color caramelo y mofletes suaves parecidos a las rosas cuando se abren al viento, ahora sólo respira y es puro sueño. Cógela con cuidado no la vayas a romper o se quiebre su pelo. Luego iré a buscarla por si quiere seguir el juego.

Los vecinos de la aldea


Al llegar a los que esperan sentados y os miran despacio, los saludáis.
- ¿Cómo va la vida?
Pregunta tu amigo.
De las tres mujeres que pegado a la pared descansan, una responde y a la vez pregunta a tu amigo:
- Bien y tú ¿has venido ya de por ahí?
- Ya volví y ahora estamos dando un paseo por la tarde y el rincón.
La hija y su amiga que han llegado antes, se acercan y dicen:
- A estas si las puedes sacar en el libro.
- ¿De qué libro hablas?
- De uno que estamos escribiendo esta tarde y ya le he dicho yo que os saque a todos. Por eso venimos a veros.
- Pues valientes personajes van a salir en ese libro. Ni leer sabemos y lo más que podemos contar es que toda la vida hemos estado por estas tierras guardando ovejas, sembrando tierras y pisando nieve. ¿Qué valor pueden tener estas cosas?
- Vosotras contad que el valor ya se lo dará aquí el escritor.
- ¿Y tú qué eres la ayudante o directora?
- Yo soy la acompañante y la que va diciendo cómo se llaman los sitios de estas sierras. Porque este libro es muy distinto a los otros libros, ya lo veréis vosotras, y por eso tengo yo que venir explicando los paisajes y las historias.

Algo más arriba, están sentados los hombres y al verlos le dices a la hija que los llame.
- Es que son viejos y nos tenemos que ir a donde están ellos.
Avanzáis unos metros y al acercaros, tu amigo te lo presenta:
- Este señor es El Coraje que antes te decía.
Lo saludas y en estos momentos la hija pregunta:
- Y la moza ¿dónde la tienes?
- Ahí, en el Mazarrón ese, trabajando. ¿Y tú, estudiando?
- En Úbeda estamos.

Al oír el sonido de Mazarrón, se te viene a la mente algunas de las cosas que del lugar sabes. Y sabes que es un rincón que cae por la parte del levante, pegando a Murcia. Por estas tierras, según te han dicho porque por ti mismo no lo conoces, siembran muchos tomates. Los jóvenes de las aldeas y pueblos de esta parte de la sierra, acuden a esa región en busca de trabajo. Por esta tierra suya no hay trabajo y por eso van donde existe pero en Mazarrón, el trabajo que encuentran es recoger tomates y alguno que otro, se reparten por los hoteles. Ganan dinero, según dicen ellos y en cuanto pueden vuelven pero después vuelven otra vez a los tomates y tanto van unos y otros, que hoy en día, para la juventud de los pueblos y aldeas de estas sierras, Mazarrón es su meta, su futuro y hasta se puede decir que su ilusión. Algo que en lo hondo del alma te duele porque bien sabes que ellos se merecen otra cosa. Sin embargo, eso es lo que ellos también se dicen. Y claro, siempre responden preguntando: ”¿Y dónde está esa otra cosa?”

Ya estáis rodeados de un par de hombres y tres mujeres, los únicos habitantes ahora mismo en la aldea.
- Venid para acá y organizamos las cosas para que todo salga bien.
Sigue indicando la hija dispuesta a que todas ellas entren en el libro.
- Tú di cómo te llamas.
- Pues yo me llamo Lola, mi amiga, María y a la compañera todos la conocemos como a la hermana Quica.
- Pero dile también los años que tienes y dónde naciste.
- ¡Hija mía! Es que no me acuerdo. No te lo puedo decir porque no lo sé.
- ¿Y tú tampoco sabes tu edad?
- Yo sé que nací en el año doce y por eso tengo ochenta y cinco años.
- Dile si siempre habéis vivido aquí.
- Es que eso lo sabes tú. Nosotros no hemos salido de aquí nada más que para ir al médico o a recoger aceitunas a las campiñas esas.
- Y en aquellos tiempos, cuenta: ¿cómo eran estas tierras? ¿Había muchas ovejas?
- Menos que hoy pero gente había más, lo que pasa es que ya se han muerto y como los jóvenes se van fuera, nos estamos quedando sólo los cuatro viejos.
- Ahora decidle quién es la mayor de todas las que vivís aquí.
- Pues que eso también lo sabes tú: la hermana Anica, que tiene su casa detrás, en la parte de arriba.

Tu amigo te dice que esta mujer mayor, es la madre de la mujer de Amador. Al oír la noticia te alegras. Aclaras que ahora, quieres llegar a verla porque también crees importante hacerle una foto.
- Eso dentro de un rato. Todavía estamos con estas tres grandes protagonista que nos hemos encontrado aquí tomando la sombra.
Expone la hija por momentos más y más entusiasmada con la idea del libro y las cosas interesantes que ellas puedan dejar sobre las páginas de éste.
- Así que seguimos: Tú ven para acá y dile cuantos hijos tienes.
- ¡Ay Jesús hija! Si esto parece la tele. ¿Los hijos también tienen que salir en este libro?
- Los hijos y muchas más cosas. Luego ya veréis como os gusta. Así que venga, mano a la obra.
- Pues yo tengo cuatro hijo y como también sabes, todos están fuera. Una hembra en Villareal y los otros los tengo en Burriana.
- Ahora te toca a ti.
- Yo tengo cinco y están aquí con migo los cinco. Ninguno se ha tenido que ir de esta tierra.
- ¿Pero tus hijos han estudiado?
- Sabes que no porque como son mayores, en su juventud no había tanta facilidad para estudiar como ahora. Aunque si han estudiado algo. Entonces venía un hombre a las casas y por la comida, enseñaba lo que podía. Era un hombre que se estaba por aquí medio año, lo manteníamos entre los vecinos y él enseñaba a leer y escribir a los muchachos. Cada día comía en la casa de uno y así. Pero mis hijos, después a las escuelas y eso, no fueron suerte que sí tienes tú. En aquellos tiempos, si se aprendía las cuatro reglas y leer un poco, ya se sabía mucho.

Y claro, si ahora lo que quieres es saber si nosotras sabemos algo, te vamos a decir que no. Nosotras “semos” antiguas y por eso sólo aprendimos a luchar con los animales, las tierras y las otras luchas que ya sabes porque aquí siempre hubo.
- Y si te pregunto si ahora queréis salir de aquí ¿qué me dices?
- Que no. De aquí no queremos salir ni amarradas. Estemos agusto o no ¿a dónde vamos a ir nosotras ya?
- Pues por ejemplo: si tu hijo se compra un piso, os vais allí a la ciudad con él.
- Pero una que está acostumbrada a estar siempre en estos campos, sin más problemas que los animales, la nieve cuando cae, la lluvia o el frío ¿qué va a pintar en una ciudad tan llena de cosas modernas? Que se la guarden los que la inventaron y que a nosotros nos dejen vivir en paz los días que nos queden. Y te digo esto, porque según yo oigo decir, lo de la ciudad y todos sus adelantos, no deber ser bueno del todo, porque fíjate como en cuanto pueden, unos y otros, vuelven. Tú dirás que vuelven de vacaciones pero yo sé que algunos quisieran quedarse por aquí ya para siempre, si pudieran y eso será por algo.

- ¡Ojo! que el escritor de este libro piensa como tú, así que ten cuidado.
- ¿Y qué es lo que piensa?
- Que la tierra esta, es muy bonica, que la gente de por aquí es muy buena, que el aire que se respira vale mucho, que el agua de los arroyos es limpísima y todas esas cosas y muchas más. Por eso le gusta tanto estas tierras nuestras y hasta si pudiera se venía a vivir aquí para siempre. Tú sin quererlo le estás dando en su gusto y eso va a salir en el libro, ya verás.
- Pues esas cosas no son malas y el que se sepa, tampoco es malo. Ya noto yo que lo que ahora mismo estás dirigiendo será algo que le gustará a la gente de nuestra tierra. Pero ahora te voy a hacer yo una pregunta a ti.
- Pregunta lo que quieras que todo se responderá, si es que se puede. ¿Qué deseas saber?
- Lo que yo quiero es que me digas cuando se escribe un libro ¿para qué sirve?
- Eso depende. Hay libros de muchas clases y cada uno tiene su utilidad.
- Este que escribís vosotros ¿Para qué servirá?
- Este habla de los montes, los ríos, los caminos, la gente y sus cosas pero fundamentalmente quiere servir para dignificar a la gente. Es decir: para contar las cosas buenas de la gente sencilla de estas tierras. En el fondo, todos los libros del mundo deberían ser para eso: para dar gloria a Dios que es el creador de todo y llenar de dignidad a los humildes de la tierra, que son los preferidos de Dios. Porque ya que estamos metidos en materia os tengo que decir que la primera revelación de Dios, es decir, por donde primero El se nos muestra a los humanos diciéndonos que existe y que quiere ser nuestro amigo, es a través de la naturaleza. Así que fíjate ¿no te parece bonito?
- Por lo que estoy descubriendo, creo que sí es bonito y hasta parece distinto.
- Eso también es verdad: este libro es otra cosa. Pero bueno, ya lo tendréis en vuestras manos y entonces juzgareis. Ahora nos vamos porque queremos saludar a la hermana Anica. Luego volvemos.

La hermana Anica


Las despedís y empezáis a remontar las cuestecillas que las callejuelas trazan por la ladera donde el pueblo vino a nacer . Miras ahora despacio y ves que Fuente Segura de Arriba es una aldea bonita, donde las haya. Remontada en esta media cumbre, es todo un balcón singular frente a las tierras del valle largo donde viene a brotar el rey de los manantiales. Por lo hondo corre el río escoltado de árboles y huertas, por las tierras de la ladera pastan las ovejas, cerca de los caminos que llevan a las casas, se sientan ellos a tomar la sombra de la tarde y por las esquinas de las casas, según vais subiendo las callejuelas, se aplastan los gatos a tomar el sol que cae mientras ellos te miran.

Estás dentro de su mundo y parece como si te dijeran que tendrías que venir y comportarte más en consonancia con la realidad que pisas. Por la parte de arriba, donde ya no hay casas, los almendros han florecido y extienden sus ramas cuajadas de flores diminutas llenando de perfume la sombra que empieza a cubrir las casas. Esta aldea pequeña, es bonita como pocas y además, la acaricia el viento más limpio y la perfuma el aroma fino del tomillo silvestre.

Al volver una esquina, arriba y en la otra calle, se ve un hombre. Al veros, se esconde y como sigue notando que vais hacia donde se encuentra, remonta las cuestecillas y sube para la parte alta.
- Ese es el hijo de la hermana Anica.
Te dice tu amigo. Para ti piensas que al mismo tiempo es el tío de la niña. Tu amigo da una voz y lo llama.
- ¡Juanjo! Que venimos a saludar a tu madre.
Juanjo se vuelve, baja la rampa de la calle última que ya sale a los almendros en flor y pregunta si queréis algo.
- Sólo ver a la abuela.
- Pues entrar que aquí se encuentra.

Su casa está a la izquierda de un rincón sin salida y mirando no hacia el valle por donde se pierde el río, sino hacia las cumbres por donde se pone el sol. Su calle es cortita y como ahora ya la cubre la sombra que va llegando, parece solitaria y un poco recogida entre el viento de la tarde que no pasa y el misterio del tiempo detenido. Su presencia está ausente y aunque la frialdad del cemento que pisas, transmite la voz de un saludo alegre, no se le ve y la tarde entera es toda ella. No querías decirlo pero tu corazón se regocija y de pronto sientes como si por fin estuvieras a punto de entrar por la puerta de uno de los palacios más bellos de la tierra y que tanto, a lo largo de siglos, ha soñado. A la hermana Anica, tú no la conoces ni ella a ti tampoco pero ahora que te acercas a su casa, tiemblas y es por la emoción de verla. Su puerta está abierta y como tu amigo sí se siente en confianza, la llama, entra y le dice:

- Que venimos a saludarla ¿Cómo está usted?
La hermana Anica, más que sentada, recogida en su silencio largo y en su ancha casa, os mira extrañada al tiempo que se levanta y dice que está bien. Que no quiere nada, que se alegra de veros y que aunque ya tiene pocas fuerzas.
- Si os puedo servir en algo, decidlo que aquí me tenéis.
- ¿De qué nos va a servir usted? Lo único que deseamos es verla y como este amigo mío anda ahora por aquí recogiendo cosas de la tierra, al saber que este era el palacio de la hermana Anica, no quiere irse sin verla, porque también dice que usted es una reina.
- Pues vaya palacio el mío y vaya reina que soy yo. ¿Dónde está mi corona de joyas finas y dónde las carrozas que me lleven de paseo por los jardines reales?

Te mira, con esa mirada que es pura gloria por estar toda ya agotada de tanta vida como ha pasado por ella, y como no te conoce, sólo sigue mirando como si esperara a que le hables. Claro que quieres hablarle y preguntarle muchas cosas. Quieres oír su voz que suena al sonido de mil tardes de lluvias condensadas y sobre todo, deseas conocer su mundo. Ya se lo estás viendo en su cara.

Porque aunque su cara es algo redonda, con las arrugas de los años plasmada en ella y parecía a la de su nieta, por esos surcos casi centenarios, chorrean la esencia pura de la sierra más virgen. Quisieras oírla despacio mientras cuenta la vida que por entra los caminos y piedras de estos montes, en cachitos pequeños se le ha ido quedando. Las horas en silencio desde la ventana de esta casa suya, frente a la nieve cayendo y las tardes cuajadas de niebla cubriendo el valle de este río, que por nacer aquí, es eternamente viejo y al mismo tiempo nuevo cada día.

Quisieras oírle de su boca las tardes de aquel invierno con el rebaño pastando y las mañanas de aquella primavera con los arroyos corriendo. Quisieras que te contara cómo fue aquella primera comunión suya, sus cosas de mozuela, su boda, cuando nacieron sus hijos, por qué escogió el nombre de Juana María para esa hija suya, cómo fue aquella alegría de su primera nieta, la ilusión de aquella tarde cuando la nieve se estaba derritiendo y el juego de aquel otro día cuando andaba por las tierras de la huerta.

Quisiera que te dijera también por qué ahora esta otra nieta suya que estudia en Úbeda, tiene el mismo nombre que ella y hasta la cara refleja la misma bondad. Y por qué la otra hermana de esta nieta suya, se llama como se llama y se parece también tanto a su abuela. Por qué añora tanto los días de su niñez si a pesar de todo, ella es ahora casi ángel esperando remontar vuelo al reino supremo de la verdad grande. La miras, la remira, la tocas, la besas y como también te das cuenta que ella no puede decir, en un momento y así de pronto, ni siquiera un puñado de esas cosas que tú deseas, te limitas a preguntarle si recuerda cuando nació.

- Pues yo nací el primero de agosto. Me pusieron dos nombres porque antes así era y me casé de veinticinco años.
- ¿Y te acuerdas de la fecha de tu nacimiento?
- Eso no me lo recuerdo pero si te puedo decir que estoy metida en los ochenta y seis. ¿Es que sirven para algo mis años?
Al oírle esta pregunta siente la tentación de decirle que sí, que sus años sirven para engarzar la corona de perlas que a ella le corresponde como reina grande. Sirven para derramarlos en las páginas de la excelsa historia que tiene vivida y también como títulos sagrados arrancados al tiempo, para que se sepa que ella ha cursado la mejor carrera en la universidad más noble.

- Porque tú eres, además de reina, doctora perfecta.
- Si yo, hijo mío, lo único que tengo es este rincón pequeño, mis hijos que me quieren, mil sendas por la sierra pisadas por mí y el valle del río que cada día se me apaga un poco, porque ya, ni lo oigo correr ni lo veo con claridad porque hasta la vista estoy perdiendo.
- ¿Pero después de ti ¿quién nació?
- Uno que se llamaba Juan de Matas. Lo mataron en la guerra. A mi madre, eso le costó la vida. Por esto se murió la pobretica.

- ¿Y después de casada?
- Pues yo, trabajando mucho. En las aceitunas, con las ovejas, en los pinos.
- ¿Qué pinos?
- Los que ahora crecen en las laderas que desde el nacimiento del río suben para las cumbres de Mariasnal, los pusimos nosotras. Esas tierras antes estaban sin pinos. Mi primer hijo vino a los seis años de estar casada. Estaba mala y tuve que ir al Villanueva. El médico me reconoció y me mandó medicinas. Me mandó cuarenta y cuatro baños de sol. Baños de sol en el vientre. Primero, media hora y luego, cada día un minuto más. Me dijo el médico que cuando me diera el baño de sol, que me tuviera un poco a costá. Me faltaron cuatro y ya nació mi primer hijo. Vino mi parido, que el pobre se dedicaba a lo que podía, se estuvo unos días y se fue.

- ¿Y cómo fue que echasteis ovejas?
- Pues que se las compramos, Bernardo y nosotros, a un hombre que venía de Sierra Morena. Había llovido mucho por aquellos días y el río bajaba crecío. Los animales no querían cruzar la corriente. Precisó a las ovejas y una que tenía que era mansa, se metió en las aguas para cruzar. Cuando el hombre vio que la oveja no podía pasar el río y que se le ahogaba, se tiró a por ella y como la corriente era tan fuerte, los arrastró a los dos. Pero el hombre achuchó a la oveja, la echó fuera de las aguas y se salvó. Él luchó con la corriente pero no pudo salir. Se ahogó. La oveja mansa se salvó y pastor perdió la vida por sus ovejas. Algo parecido a como Jesús dejó dicho en el Evangelio. “El buen pastor, da la vida por sus ovejas”. ¡Tú te crees!

Entonces las ovejas las trajeron aquí y las vendieron. Nosotros las compramos y también aquella oveja mansa. Era como el oro de bonica y buena. Pero fíjate cómo son las cosas: se lucha por lo que se tiene hasta dar la vida y luego, mira en lo que queda todo.
- Quizá el Jesús del Evangelio, aquel día, no estaba lejos del pastor para salvarlo a él también.
- Eso es lo que yo he pensado muchas veces pero el pobretico...

Quisieras decirle que no se apene, porque ella sabe mejor que nadie que hasta el grano de trigo más sano, tiene que morir para que nazca la espiga más dorada y grande. El amor que desde niña lleva acunado en su corazón, con toda certeza que ya ha germinado allá en el reino de la Verdad Suprema. Y por allí corre el río más limpio de todos los río y brillan los campos más verdes que nunca existieron. Para gozo de ella y porque se lo merece, sus oídos volverán a escuchar las mil dulces melodías que desprende este río y su fuente y sus ojos verán, los millones de flores que por las praderas crecen.

Quisieras decirle esto y algunas cosas más que intuyes y ves pero en el fondo te callas. Porque, si se le mira despacio, entre su silencio apagado y su cuerpo menudo ¿no condensa ella toda la gran sabiduría del mundo? ¿No es más sabia que el más sabio de esta tierra y a pesar de ello, ni se le nota? ¿Quién eres tú para venir y decirle que es grande si ella lo sabe y ni siquiera le da importancia?

- ¿Y en qué sitio de estas sierras naciste?
- En la casa del otro cortijo. Cuando me casé fue cuando me viene a Fuente Segura de Arriba. Y de nevadas grandes, ya lo creo que he conocido muchas.
- ¿Qué pasó de la que hizo historia?
- Ya no me acuerdo de eso, mire usted. Pero sí me acuerdo de aquel día que fuimos a la Cerrá Montero. Entonces a los marranos los comprábamos, los engordábamos y así los teníamos. Las matanzas eran muy chicas.

La Virtudes y yo, fuimos a llevar una marrana al “barranco” al cortijo de la Cerrá. Las dos solicas. Fíjate tú con lo lejos que cae eso desde aquí. Tuvimos que dormir allí y a otro día por la mañana, cuando ya se cubrió la gorrina, nos vinimos por esos caminos otra vez las dos solas. Luego parió los lechones y los vendimos.

Y como le preguntas también si se acuerda de cuando pequeña, a igual que su nieta, se iba con las ovejas por el campo, te dice que ya han pasado muchos años. Que la memoria también se la apaga y que ya las cosas no son como eran. Te dice que ahora sólo espera, desde este silencio suyo que es perfume grande, que la mece junto al río que ella siempre amó.
- ¿Es que vas a ver a mis nietas?
- Las veré mañana mismo. ¿Qué les llevo de tu parte?
- Dile que las quiero mucho, que estoy “mejor”, que vuelvan pronto y que aunque los estudios les sean duros, eso es lo que a ellas las hará distintas a lo que yo he sido. Diles que estudien para que siempre sean buenas personas con todo el mundo. ¡Juana, os quiero mucho a todos! ¿Cuando vais a venir?

Sin decirte más, entiendes como si esto fuera ya la despedida y entonces saca la máquina y le pides que se ponga.
- Quiero llevarme un recuerdo tuyo.
- Pero si yo ya estoy muy vieja.
- Eso lo sé y por ello eres tan importante. En tu corazón y en el alma, ya han madurado los frutos que la vida y Dios, puso en tus manos aquel día que naciste.
- ¿Pero a quien le va a gustar ver una foto mía?
- Una será para el libro, otra será para mí, como recuerdo de este breve encuentro contigo y la otra se la vamos a mandar a tu hija Juana. ¿Te gusta?
- Eso último si me gusta mucho, aunque lo que siento es no poder hacer nada por vosotros.
- Pero si según me dicen todos, la hermana Anica, lo que más hizo en su vida fue cosas por los otros.
- Lo que me enseñaron mis padres.
- ¿Es por ese cariño y las cosas buenas, por lo que todos te nombra con el título hermoso de “Hermana Anica”?
- Eso es que aquí fue siempre así. Ahora ya se va perdiendo pero entre los mayores, todavía nos queda este respeto.

- ¿Y aquella oración?
- Es que si la oí y no la aprendí, ya veréis los que sos conviene. Yo la digo todos los viernes del año y ayer mismo la dije tres veces.
- ¿Y cómo es?
- A ver si me acuerdo. Tengo mala cabeza... ¡Ah, ya!

Jesucristo salió del huerto
vestido de mil colores,
llegó a la puerta del alma
y el alma no le responde.
- Respóndeme esposa mía
regalo de mis pasiones
que por ti bajé a la tierra
y por ti me hicieron hombre.
Aquí en la mano derecha
traigo una corona hecha
y encima de la corona
traigo un monumento armado
y encima del monumento
traigo un cordero sagrado,
todo herido de los pies
todo herido de las manos
y la sangre que derrama
cae en un cáliz sagrado.
Todo aquel que lo bebiera
será bienaventurado
y en este mundo será rey
y en el otro coronado.

Las carnes me están temblando
de estas palabras que he dicho,
quiero volverme cristiano
por servir a Jesucristo.
Jesucristo fue nacido
de la hija de Santa Ana
mandó a recoger a su gente
por sus discípulos llama.
Diciendo de esta manera:
- ¿Cual de vosotros amigo
morirá por mí mañana?

Unos a otros se miran
ninguno respuesta daba
sino San Juan el Bautista
que predicó en la montaña:
- Yo moriré por mi Dios,
mi muerte no será nada.

A otro día por la mañana
Jesucristo caminaba
con una cruz en los hombros
de oliva verde y pesada.
Cada vez que paso echa
mi buen Jesús desmayaba.
No desmayes Jesús mío
que cerca está la posada
que allí en el Monte Calvario
las tres marías te aguardan.
La una, la Magdalena
la otra, su hermana Marta
y la otra, la Virgen pura
la que más duelo llevaba.

Una le limpia los pies
otra le limpia la cara
otra recoge la sangre
que mi buen Jesús derrama.
El que esta oración dijese
todos los viernes del año,
sacará a un alma de pena
y la suya de pecado.

El que la sabe y no la dice
Jesucristo lo maldice
y el que la oye y no la aprende
el día del juicio sabrá
lo que le conviene.

Ya no quieres insistir más pero para ti y por si alguien le interesa, te dices que este título de “Hermana”, es precisamente lo que ella le da la grandeza que tiene. Todos por aquí la conocen y llaman con ese nombre y hasta has notado que cuando lo pronuncian, le dan tal solemnidad y categoría, que suena a cariño, a respeto y a reina soberana. Única entre muchos por sus años de lucha, la bondad de su corazón y la limpieza de su alma. Por eso a ti también te suena bien y por eso ahora, a despedirla, se te queda media alma entre sus manos recogidas, en la mirada pura que rocía por el viento y en su cara de oro, reflejo limpio de la fuente de este río y del gran Dios de universo. Viéndola a ella, tan poca cosa y tan gran verdad, ¿quién no eleva el espíritu al Padre Bueno y exclama como S. Juan de la Cruz: “Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura”.[1]

La fiesta del pastor


Por la estrecha calle que ahora se inclina hacia la parte en que corre el río, volvéis vuestros pasos. En silencio, un poco, porque ha de pasar el rato suficiente para regresar y seguir andando. En la esquina, donde el camino se funde con la calle y hace un rato dejasteis al resto de los vecinos de la aldea, os esperan. Como ya no tenéis qué decir o al menos, ahora mismo no sale, le anunciáis la despedida.
- Pues nos vamos.
- ¡Ea! Que vuelvan pronto por aquí y nos traigan el libro. Ya tenemos ganas de verlo aunque sea tan poco lo que hemos escrito. Tendríamos que haber dicho más.
- Claro, porque también se puede hablar de aquella fiesta del pastor que hace años se celebró en el nacimiento de este río. ¿Qué fue de ella?
- Eso lo quitaron ya.
- ¿Qué pasó?
- Pues que resultó un abuso.
- ¿Por parte de quién fue ese abuso?
- De todos y más de los que la organizaban y no ponían nada.
- ¿Se puede saber cómo se dio aquel abuso?

- La fiesta consistía en matar borregos y con su carne, hacer paellas y asar chuletas para celebrar una gran comida. Tanto los borregos como el dinero, lo poníamos los pastores de estas tierras. Si hacían, por ejemplo, cuenta de ochenta plazas, se juntaban doscientos y por ahí empezó el abuso.
- ¿Es que no había control?
- Lo que pasaba es que más ellos que nadie, se juntaban con sus amigos y les decían: “Anda vente que tenemos una fiesta con los pastores para comer cordero sin que cueste nada”. El otro iba y le decía lo mismo a sus otros amigos y así, cuando acordabas, ya digo que ellos más que nadie, traían por aquí cien personas más, a comer sin poner una peseta. Aquello ya era una vergüenza y lo peor no acababa allí sino que a todos aquellos señores que se presentaban por aquí, como ni siquiera eran conocidos nuestros, luego te los encontrabas por algún pueblo o ciudad, y ni adiós te decían. ¿Tú te crees que a eso había derecho?
- Yo me creo que no.
- Y tan que no. Resulta que pagábamos cada uno de los pastores que por aquí estamos, ellos traían a sus amigos y cuando, pongamos por caso, se escapaba algún favor, no era para nosotros sino para aquel amigo que habían invitado a comer gratis. Fíjate tú qué gracia tan bonita y lo bien que lo montaron.
- ¿Y quién o de quién salió lo de poner en marcha esta fiesta?
- Eso ya no lo sé yo. Lo que si te puedo contar, es que la fiesta ésta, ha sido ahora nueva y parece que salió de los que mandaban en el Parque porque antes no se celebró por aquí nunca.
- ¿Y a vosotros os pareció bien aquella fiesta?
- Nos parecía bien, porque en el fondo era bonita pero como nos trataban como a imbéciles, que nos sacaban los corderos, los dineros y luego hasta se aprovechaban en nuestras narices. Eso es lo que ya no vimos bien. Si se hacía seiscientas o setecientas mil pesetas, luego se repartían por ganadero. Se hacía por oveja. Si yo tenía cien ovejas, pagaba por cada una lo que saliera. Pero ya te digo: el abuso de los que nada ponían, llevó al desanimo de todos nosotros y por eso se quitó.

Recuerdas tú ahora, que cuando en aquellas fechas se puso en marcha esta fiesta del pastor, lo anunciaron en todos los periódicos. Fue algo así como la feria comarcal de los pueblos del Parque Natural. La idea y las primeras subvenciones, vinieron de fuera y por eso los primeros años salieron bien las cosas. Los segundos, ya no tanto y en los terceros, hubo muchos disgustos entre los pueblos y la gente. Al final, se acabaron las ferias porque ya no llegaban ni las subvenciones ni tampoco eran fiestas que hubieran salido de las raíces de los pueblos. Habían venido desde fuera de estas tierras, impuestas por los que mandaban y al no pertenecer ni a la cultura ni al cariño de las gente de la zona, murieron.

Su recuerdo


Los despedís diciéndole que de verdad lo sientes y mientras empezáis a caminar por el trozo de pista que baja desde las casas blanca de la aldea hacia el lugar del nacimiento, durante un trozo de pista, os acompaña El Coraje padre. Cojea un poco y ello es porque le duele un pie. Te cuenta que fue una herida que se le hico entre los dedos y que lleva ya mucho tiempo de médicos.
- Y no aciertan. Hay días que me encuentro mejor pero otros empeoro.
- Ya irá curando poco a poco.
Te sigue contando cada detalle con éste y aquel médico y en el hospital de Úbeda.

Mientras habla, no dejáis de caminar porque queréis llegar al nacimiento. La tarde se está apagando y aunque ahora quisieras quedarte por aquí tres horas más, tienes otros planes. Pero lo del Coraje, te gusta. Por lo que estás notando, él sí tiene mucha vida dentro y eso sería bueno para lo que tú quieres. A lo mejor sabe tantas cosas que sólo de lo que él diga sale un libro entero. Sería bueno hacer la prueba aunque tenga que ser en otro momento. Sí, quizá en otra ocasión vuelvas por aquí y lo busques. Quieres que te enumere, con detalle y en profundidad, las costumbres y otras muchas experiencias de sus vidas. También piensas en tu amigo Amador y por eso, para ti te dices, que otro día tienes que volver y ponerte a escucharlos hasta que se les agoten las vivencias y los recuerdos. Piensas que podrá salir un bonito libro de las cosas que ellos saben.

Por el lado de abajo de la pista que vais recorriendo, todavía en compañía del Coraje, pastan las ovejas que hace un rato subían delante de vosotros. El rumor del agua que brota por el manantial, ya se oye cerca y las casas de la aldea también ya se van quedando atrás. La miras, como si fuera la última mirada de la tarde mientras no dejas de escuchar lo que Coraje dice y ahora piensas en las nevadas grandes del invierno. Cuando caen y cubren las amplias tierras de esta sierra y en estas alturas y lugares, mucho más, ¿cómo será la imagen de este humilde pueblo, con ellos metidos en sus casas junto a la lumbre? ¿Cómo será el paisaje que ahora tanto resalta verde y la actividad de ellos?

Quizá ni siquiera sea realidad a pesar de reventar de vida. El camino que pisas con dirección a donde nace el río, rezuma el mismo chorro de eternidad que el que va por el collado del barranco que se parece a este. Las huellas de sus pasos no se ven porque el tiempo las ha borrado pero se palpan grabadas en la tierra fría. Suben desde el barranco formando una hilera indeleble y como es para arriba, vienen trazando curvas menores que ni siquiera se saben dónde llevan. ”¿Y quienes fueron ellos que hasta las huellas de sus pisadas son diferentes a las que por aquí han trazado después?”

Te preguntas sin esperanza de hallar respuesta a esta duda tuya. Quizá ellos fueron los que por aquí comenzaron la vida y como ocurrió hace tanto y por eso tan poca cosa eran, ni tenían conciencia de trazar camino ni de dejar señales que latieran para siempre. Subían desde el río que ya era fuente de toda vida, comienzo del mundo y casi principio de la creación y pisaron la tierra en busca del paraíso grande. Pero como siempre algo se queda estampado en el firmamento sin luz del tiempo que nos va rozando, su figura, su olor, el rumor de su movimientos y las huellas de sus pasos remontando desde la vida hacia el edén del gozo limpio, por aquí se fijó y permanece intacto. “¿Quienes son y por qué el tiempo los ha dejado con tanta fuerza presentes para que aun se les vea tan vivos?”

Algo así como la imagen que tienes del barranco que se parece al que ahora pisas. Si miras a la derecha, la ladera rebosa llena de majestad. Y si miras atento, en ella se esconde la belleza inmaculada. Cae el bosque por las tierras que se inclina y como crece tupido y en esta ocasión se le ve tan verde, ni siquiera se distinguen ya, las sendas de aquellos tiempos. Adivinas que deben ser igual por ahí que por otros sitios porque noticias sí tienes de ellas y por eso mientras dejas correr la mañana de luz algo apagada, te recreas en la visión mágica.

Algo más abajo, donde la ladera tiene su collado y en el centro la pequeña llanura solitaria, el bosque emerge denso. Sabes que por ahí se cruzaban las sendas y hasta se les nota a ellos todavía caminando y la manada de animales esturreados por las tierras. Unas son cabras negras que se estiran monte adelante, hermosas como la gran luz tenue del día que se abre y ajenas a los que por un lado y otro van subiendo. Tres parecen que bajan desde más arriba y aunque no se sabe ni a dónde van ni cuanto será el camino que tienen que recorrer, descienden y se funden con los paisajes sin más intención que pasar.

Pero si desde aquí se les mira y aunque ya el tiempo los tenga recogidos en la dimensión del recuerdo, respiran presentes y son grandes. Son semejantes a reyes con riquezas infinitas que no es materia sino gozo interno que los transforma. Son casi trozos fundamentales y dentro de los paisajes que chorrean por la ladera y por eso expanden tanta alegría aunque se les vea desde la distancia y ya no estén. Pasan rozando las cabras también blancas que van por el monte y como ellos, ellas y los bosques siempre fueron tan uno en este respirar de la vida, se saludan, se acarician, se abrazan un poco en el lugar del espíritu y siguen su camino.
- Esta es la sencilla alegría de la vida.
Comenta uno
- La alegría y el gozo de Dios.

Algo más abajo se ve la presencia del cortijo viejo ya color roca. Silencioso como las lastras alargadas que le orlan y sin ni siquiera un chorrillo de humo que mane de él y se lo lleve el viento. Como si desde tiempos lejanísimos estuviera clavado en el rincón esperando no se sabe qué. Lo roza la luz algo nebulosa que baña la ladera y lo acaricia el viento que se pasea por el barranco pero uno y otro, indiferentes a las tejas rojas y paredes gruesas del gran cortijo que se cae. Lo arrulla por arriba la cascada brillante que baja de la cumbre y lo embelesa por abajo la corriente del río transparente que no deja de correr. Lo abraza por un lado la tierra ocre de la loma que se apea de la cumbre y por el otro, se escapa hacia la libertad.

Desde el lado abierto que tan luminosamente misterioso se presenta, es desde donde les llega las veredas, los amigos que se recogen en el otro cortijo de más arriba, las avalanchas de bosques que sólo reflejan tonos verdes y la alegría que mana de la creación condensada. Pero el cortijo, aun siendo uno más entre los miles repartidos en las ampulosas tierras de este mundo, refleja quietud conformada entre la tristeza de las paredes que se desconchan y las rocas naranja que parecen caérsele encima. ¡Qué bello es el cortijo a pesar de la soledad que desprende y tan hundido en los paisajes!

Sobre el puntal que más abajo se asoma al río, ni se ven ya los pasos de ellos ni se oye el gorgojeo de aquellos juegos limpios ni sus cuerpos se reflejan en los charcos de de la corriente. Pero ahí jugaron, por la misma tierra llana que ahora cubre la hierba y bajo la sombra indiferente de los robles que también se mueren. Recorren la sendilla que ya tapa el monte y acarician las rocas que ahora el musgo cubre. Bebieron en la fresca fuentecilla que mana entre los majoletos de más arriba y volvieron al cortijo menor que también se come el tiempo más al comienzo de la hondonada que forma el valle.

Ellos, tampoco están ya pero al mirar despacio la tierra que ahora sólo alimenta bosques densos, algo te dice que sí viven. Que aunque el tiempo haya pasado y en el centro de su chorro largo, sepultado hayan quedado tantas cosas, su presencia quedó pura. En no se sabe qué región eterna, siguen latiendo incluso con la alegría que desprendían cuando estaban. Por el trozo de senda que desde la llanura del puntal se acerca al río, se les ve pasando sin acabar nunca de subir ni tampoco de bajar. Como si detenidos estuvieran en ese pedazo de tierra sagrada donde hasta el viento se ha parado pegado a la sombra tibia y el perfume de las madreselvas. El río que raja el barranco, los mira asombrados y como tanto se reflejan en sus aguas de cristal, también ya son trozos de su espejo.”¡Quien no pudiera diluirse en el vapor de la esencia que llena el barranco para así estar más cerca de ellos y beber sin descanso el gozo que desprenden!” Es lo que te dices mientras los sigues mirando y el dolor de muerte te corre por las venas. Porque luego más arriba se ve el otro cortijo, la senda que le llega, el arroyo corto y las zarzas negras.

Frente a la Fuente


Ya casi pisáis las tierras que saben del rumor del agua que brota por el gran manantial. Junto a vosotros todavía camina uno de los vecinos de las casas de Fuente Segura de Arriba. Se llama Modesto García y como ves que tiene ganas de contar cosas, le preguntas:
- ¿Por dónde queda la que llaman Cueva del Nacimiento?
- Debajo de aquellos pinos que se ven allí, donde el peñón hace una poquilla sombra, abajo está.
- ¿Y la que se ve más arriba?
- Esa es otro suplemento de cueva pero la importante es la de abajo.
- Y la de la pintura antigua ¿cuál es?
- Si hay alguna es en la de abajo. Es que hay una galería que se mete para adentro. Que por cierto, el otro año vinieron por aquí unos extranjeros y me pidieron que me metiera yo con ellos pero lo que me pasa a mí es que en cuanto me meto en algún lugar cerrado, me apuro. Y ya le dije “métanse ustedes que yo no entro”. “Pero entre usted que aquí dentro hay unas achuras grandes”. Así que ahí serán donde están las pinturas que dicen, porque afuera no están.

Decid adiós a este buen amigo vuestro y comenzáis a centraros en las aguas que corren y el rumor que por el aire van dejando. La pista que baja, es nueva y el surco por donde se van las aguas, añejo como el tiempo.
- Es que la pista esta la han hecho no hace mucho.
Te aclara tu amigo. Se ve una buena vega de tierra, las ovejas comiendo metidas en una cerca, para arriba se extiende la Solana de Fuente Segura, algo más arriba destaca el Cerrillo y por la Loma del Risco, en lo alto, la cueva de la Terrera. Por las tierras de la vega crecen los chopos que ya tenéis casi al alcance de la mano.
- La madera de los álamos estos ¿se vende?
- Antes sí, ahora se ve que vale poco.
- ¿Y eso?
- Es que dicen los maderistas, y tendrá razón, que cuando un chopo de estos se corta, los brotes que salen, no son buenos para la madera. Por lo visto salen ahí unas púas y eso se ve que es malo para la madera. Una vez que se secan por esos nudos las tablas se rompen con facilidad. Por eso dicen que valen tan poco.

La pista baja desde la aldea, se junta casi con la corriente que este año, ahora lo estás comprobando, es grande. Mucha cantidad de agua tiene el río Segura ahora. Son las cinco y media de la tarde. Por el camino sube otro pastor que al cruzarse con vosotros lo saludáis. Al preguntarle os dice que se llama Cleofé Castillo Alguacil.
- ¿Has visto al vecino?
Pregunta a tu amigo.
- No estaba en la aldea.
- Pues que quería saber cómo le va con las ovejas. Me han dicho que las tiene malas casi todas y también los borregos.
Al tener noticias te quieres enterar y preguntas.
- ¿Y eso de qué?
- Es una enfermedad que le llaman el Pedero. Se les hincha la pezuña y como se les hace crónico, no hay manera de cortarle tal enfermedad. He estado yo con ese hombre cuatro años. Mis ovejas la cogieron también pero me puse un día y a todas les limpie la pezuña con la nava, las inyecté y al poco se me curaron y aunque me gasté trescientas mil pesetas, curaron. Pero claro, no es lo mismo tener trescientas ovejas como tenía yo que mil y pico como tiene este hombre.

- ¿Y de dónde viene esa enfermedad?
- De las aguas que son muy malas. Cuando llueve o nieva, los animales se pasan los días con las pezuñas mojadas y heladas y por eso en esta época es cuando la enfermedad se le acentúa. Ahora en verano, nada. Recuerdo que hace dos años que le estuve ayudando a este amigo nuestro, fue una pena. Para llevar cuatrocientas ovejas desde la carretera a los cerrados aquellos, por pocas no las lleva. Allí las metieron y el pastor nada más que curarlas y echarle de comer y que no podían andar. Todo el día con las rodillas hincadas en el suelo. Y esto no se ve que esté muy claro de cortar. Y lo malo es que ya se le pega hasta a los borregos. Así que esto es un problema.

Durante un rato lo escuchas atento y cuando os alejáis de él caes en la cuenta que este problema junto con otros, son sus luchas, sus “penareos” como dicen ellos. Antes de llegar a la corriente, a la izquierda os sale al paso una construcción de cemento.
- Esto es para curar a los animales.
Es una pequeña cerca, una pila alargada de cemento y una rampa.
- Se llena de agua con líquidos que curan enfermedades, se les empuja a los animales por aquí, se meten y salen por allí chorreando. De este modo se les bañan por completo para curarlas. Esto lo hizo la Junta de Andalucía. Tú habrás oído hablar de aquello de la sarna en las cabras monteses y los ciervos. Pues por entonces se hicieron estas pilas para curar a las ovejas no fueran ellas foco de contagio de aquella sarna. Como se empezó a echar la culpa a ganado doméstico, se puso en marcha este mecanismo.

Miras las instalaciones y miras a través del tiempo. Por las laderas que suben del río, hermosas tierras repletas de encinas, robles y madroñeras, se desparraman las ovejas tomando los pastos finos mientras también suben. Ellos las van acompañando por el lado en que se pone el sol porque las quieren recoger hacia la llanura que se extiende al volcar la loma. Por el otro puntal largo que baja desde los barrancos que van cruzando el rebaño, te ves caminando en dirección opuesta. Busca las tierras del monte espeso que pega al río porque por la senda que por ahí va, quieres irte hasta llegar a los manantiales de lo hondo. Al verlos a ellos, allá a lo lejos, los saludas y ves como te corresponde al tiempo que, a voces, te dicen:
- Luego volveremos para enseñarte lo que buscas.
- Necesito que volváis porque sin vosotros estoy perdido.
Le contestas también a voces y ellos te responden:
- Tú tranquilo que no te vamos a dejar sin apoyo. Sabemos que nos necesitas y como tu búsqueda no es sólo de caminos y fuentes, sino de la raíz y sabia que alimenta al alma, te vamos a echar una mano.
- Os espero con la impaciencia del niño que lo aguarda todo del padre. Me muero de sed y siento como si sólo vosotros pudierais mostrarme el manantial para beber.

Los vuelves a saludar y al mirarlo ahora más despacio, se te derrite el alma del gusto que contagia la belleza que de ellos y las tierras que pisan, mana. El verde pálido de la hierba que empieza a secarse y cubre las laderas que pisan, es esplendoroso y más cuando la tarde cae. Es deliciosa la imagen del rebaño tomando las tierras cuando también la tarde cae y la sombra alargada que los robles proyectan hacia el barranco. Es mágico el barranco que van cruzando, la espesura de las encinas por la ladera que sube hacia el río, el otro barranco más alto, las recias cumbres más arriba y el sol cayendo por detrás de ellas. Es también dulce el aire fresco que avanza por las tierras tan saturado de perfume profundo y el balar de los corderos mientras se recogen por las tierras llana que el arroyo baña. Ya te sientes mejor sabiendo que los has visto y pensando que vendrán para unirse a ti.

Esta tarde, ya estáis tocando la fuente. Al frente, por la derecha, os queda el Barranco de la Puerca, en el centro los puntales del Risco y la hondonada que baja desde Cañá la Cruz. Por la derecha se ve una constricción sin pinta de tinada.
- Es una casa que está en venta. Igual querrá un dineral o a lo mejor no piden mucho. Conozco yo a los dueños y son mayores los dos. El hombre tenía unos dineros y los empleó en hacer nueva esta casa creyendo que le iba a sacar beneficio o que alguno de los hijos podría vivir de esto. Los hijos todos están casados cada uno por su sitio. Los hijos no le han visto a esto futuro y se han ido por Barcelona, Venisa y otros sitios. A lo mejor ahora dice de vender esto y los hijos no quieren, porque en un sitio de estos, puede tener futuro pero claro, no se sabe. Por eso decía que igual no pide mucho. El edificio es grande y el sitio, aquí junto al mismo nacimiento, no creas que es una cosa mala.

Al llegar al lugar donde mana la fuente una de las cosas que más destaca, son los caminos. Los que de verdad fueron caminos en otros tiempos y hoy, aunque lo siguen siendo, toman la forma de pistas o carretera. La que habéis traído y que llega desde la aldea grande, no muere pegado a la fuente, sino que sigue. Aunque también podría ser que llega y aquí se prolonga al tiempo que se divide.

La que sube y es la principal porque por ella llegan los coches, muere un poco al lado de arriba de la fuente y junto al pequeño rellano nacen las que continúan y ya son pistas de tierra. Un trozo baja rozando el agua que empieza a correr y se va por los lugares que vosotros acabáis de pisar. Y es importante porque lleva a las casas de ellos y porque también se queda lo más pegada al río. Pero ya no es el camino que fue sino otro. De la que muere, nacen nuevos ramales y entre ellos, el que más destaca, es el que sube. También perdió su categoría antigua y ahora es pista de tierra que lleva a muchos puntos de la sierra profunda, si es que la sierra profunda no es esta fuente y aquella, la otra parte de la sierra.

Y si se miras despacio siguiendo el camino que sube, además de ver las tierras descarnadas y el barranco largo, un poco oscuro en los días de nubes sobre la sierra, se adivina la realidad que fue. Y por lo que se intuye, lo que más destacaban eran los grandes robles, los recios pinos y la tierra repleta de musgo por la espesa sombra que le arropaba. El camino era sólo una tortuosa senda que al cruzar el bosque, se hundía en el barro de la tierra mojada y se topaba con cada tronco de roble milenario. La tierra, a pesar de lo que ahora se ve, era buena y por eso el bosque se mostraba denso. Espeso como la misma sombra oscura que las negras nubes siempre proyectan sobre las tierras y húmeda, como si la lluvia estuviera parada eternamente en el bosque.

Por la senda que subía, más o menos siguiendo el trazado que ahora lleva el ramal de la pista, además del barro escupiendo agua, las raíces ceniza de los árboles y las curvas ásperas ciñendo la ladera, se les veía a ellos caminando. Empapados también de lluvia, manchados de barro hasta la cara y helados casi como la misma nieve. Pero sin dejar de pisar la senda que se pierde por el bosque. Una lucha callada como el mismo silencio de las sombras que acaricia el viento pero firme como los cimientos de la tierra que aman. “Agárrate a ese árbol”. Se les oye decir al subir por la senda y resbalar en la tierra que la lluvia ha convertido en barro. “Si es que me hundo, ya lo estás viendo y apenas puedo dar un paso@. ATú agárrate y tira para adelante que ya queda poco”.

Os acercáis algo más y ya estáis frente a la poza donde brota el borbotón de las aguas transparentes que dan vida al río Segura. En esta ocasión si es un borbotón con todas las de la ley a parte de otras mil realidades todas concretas y tan nítidas como el mismo líquido que de la tierra mana. Por eso lo miras despacio y aunque lo conoces de otras veces, ahora te parece nuevo, único e íntimo. Lo miras y enseguida sientes como se te inundara la mente con la presencia de la imagen más real y clara: es rotunda y nítida la abundancia verdadera del agua pura surgiendo del venero.

Es cierto que esta poza limpia es fuente de la vida, comienzo del principio y por lo tanto, origen de la creación entera. Y por encima de todo, el lugar del nacimiento de este río no tiene nada que ver con el de aquel río llamado Guadalquivir y esto te lo indica dos cuestiones sencillas: aquel nacimiento, a parte de no ser verdadero, ya en su origen y desde tiempos remotos, está rodeado de lo oficial y para demostrarlo, la casa forestal y otros detalles que la historia tiene recogidos. Por esto para ti te dices que aquel nacimiento es de ellos y para ellos y de ahí que ya esté falseado en su mismo comienzo. Este nacimiento está rodeado de pastores, símbolo de sencillez y pureza de corazón además de ser los que han estado siempre al comienzo de toda vida grande. La Biblia así lo recoge y a pesar de que algunos y otros más, afilen sus armas y den a luz argumentos diferentes, la historia lo tiene registrado de este modo y desde el comienzo de los tiempos.

La primera postura que toma el río sólo nacer es la de niño pequeño que no sabe andar y por eso pide perdón y balbucea la fuerza de la humildad. Surge de dentro, desde el núcleo del corazón y sin fuerza brava que anuncie su nacimiento. Como si no quisiera llamar la atención de su llegada ni parecer soberbio porque su intención es traer vida real al regazo de los pastores que le esperan y no asombrarlos desde la prepotencia.

Los pastores no saben de la soberbia que sitúa por encima del otro ni de orgullo altanero. Y comienza su andadura, de la manera más suave y callada para seguir pasando entre ellos con la humildad que merecen, sin dejar de balbucir su perdón, por si en algo los daña o molesta. “He nacido y ahora debo irme porque este es mi sino pero como tengo que rozaros en este mi primer trozo de camino, ni siquiera deseo cascadas de espumas blancas para que no creáis que me presento desde lo grande.

Quiero que toméis de mí lo que necesitéis para vuestras cosas, que con gusto os lo doy y como debo seguir mi curso, os pido perdón por pasar delante de vuestras casas y os doy las gracias por el detalle de haber asistido a mi nacimiento”. Les dice el río a los pastores. “Es que eres tú el que ha venido a nacer donde nosotros teníamos el nido”. Le contestan ellos y entonces les surge la duda de si el río ha nacido porque ellos están o ellos han venido porque él ha nacido. Pero lo que sí está claro es que el amor es mutuo y el cariño sincero y por eso se piden perdón por si acaso se hieren sin querer.

Así que, frente a la fuente clara que da vida al río que te corre por el corazón, te dices que las tres realidades rotundas de este nacimiento son: manantial verdadero, origen de la vida y pastores en su comienzo.

Manantial verdadero


Tú, aunque no serías capaz de explicar hasta dónde ni cómo, lo sabes. Te hierve dentro de tu ser más profundo y como lo ves con claridad aceptas que ellos fueron los primeros en casi todas las verdades rotundas que ahora tiemblan por aquí. Y entre esas realidades estaba la del manantial que da vida al río que comienza su andadura. Ellos fueron los primeros en establecer que la fuente fuera real y en este punto concreto. Y lo fundamentaron así no porque la ciencia y estudios de las cosas le llevaran a esa conclusión sino porque desde la intimidad, sin saberlo, les empujó la nitidez de la realidad que sus ojos palpaban claramente.

Cuando subían o bajaban por el camino que lleva a los otros rincones de la tierra que aman, en su corazón destacaba con fuerza la imagen del venero.
- Al llegar a la fuente, descansamos para beber y comer algo.
- Y desde la fuente ¿cuánto queda todavía?
- Medio día para el cortijo de la umbría pero desde la fuente a las casas del río, el camino es corto.
Y todavía se les ve remontando el cerrillo que desde este lado, abre la visión hacia la fuente y las aguas transparente que avanzan por la vega. Se les ve asomar y al ver lo que ante sus ojos se presenta, se les oye comentar el nombre de esto y aquello y luego decir:
- Ahí mismo, donde los robles derraman sus sombras frescas y el agua baña la hierbecilla tierna de la ribera, nos paramos. Necesitamos un descanso porque lo pide el cuerpo pero, además, también el espíritu.
- Es que parece que venir por el camino y pasar de largo por la fuente sin quedarse un rato, no deja satisfecho.

Como al frente, sobre la pequeña elevación del terreno, se alzan las casas donde también viven sus amigos, por las tierras que bajan a la corriente, se han venido los niños. Junto a las aguas limpias que se rizan en olas de luz recién nacidas, se han puesto a jugar y como les gusta tanto y les divierte tan sinceramente su juego, ríen. Apenas se les vez porque los árboles espesos y el monte bajo que por su sombra crece, los tapan pero se les oye desde lejos, como en una cascada amplia y repleta de algarabía transparente. Tres gritan corriendo detrás de los otros y los que se esconden gritan más porque la emoción les llega desde el aire fresco que los acaricia y el perfume que mana de la ladera que pisan.

Un poco más en lo hondo, pastan las ovejas sumidas por completo en el repelar de la hierba esmeralda y fundidas con el gorgojeo de las crías humanas. Ni siquiera se asustan cuando corren por entre ellas ni tampoco huyen cuando sus voces retumban por la cañada de las piedras blancas. La corriente blanda que diez metro más en lo hondo corre y corre y eternamente fluye, anunciando vida y reflejando la plenitud del tiempo que pasa sin irse, tampoco les presta mucha atención. Pero pasa y sin hablar, grita generosamente el gozo que es ellos allí tan cerquita entretenidos en sus juegos y la belleza clara que sin saberlo, concentran sus caras.

Algo tan sencillo y tan rotundamente verdad y por eso ni siquiera ellos ni ella lo saben pero la realidad tiene sólo una cara: en este amanecer del día grande para todos los seres vivos que pueblan el planeta tierra, la corriente del río menor que sabe a viento blanco, no sería tal si los niños no estuvieran corriendo tras sus juegos por la ladera que vuelca al barranco. Tampoco los niños serían ellos ni sus juegos, si la corriente no fuera la transparencia que lleva en sus remolinos ni la ladera estuviera tan gozosamente callada. Esta es una verdad que de tan fina, se palpa y deja tanta satisfacción como la realidad del cielo azul que los arropa y el amplio campo que los abraza, por donde late el Origen de la vida y Los Pastores en su comienzo.

1- Un año más tarde del encuentro que se ha narrado, acudí a la casa que una de las hijas de la hermana Anica tiene en Fuente Segura de Abajo. Era la época de la matanza y allí estuve para hacer algunas fotos, gozar del cariño de personas tan buenas y de paso, celebrar el nacimiento de una biznieta de esta hermosa abuela. Este día estuve comiendo chuletas de pavo asadas en las brasas junto a la hermana Anica sentada frente a la lumbre. Luego seguí compartiendo con ella las horas de la tarde mientras no paraba de tostar mollas de pan para las morcillas, picar perejil o probar bodrios para dar su aprobación diciendo que estaban buenos. Aquel día del primer encuentro y este de la matanza fue para mí una experiencia tan agradable, fina y humana, que nunca olvidaré. La hermana Anica y su familia son las personas más buenas que he conocido. Ahora les doy las gracias y les digo que a todos los quiero y por eso no los podré olivar.

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