2.13.2008

Segura de la Sierra -2

POR LA TOBA ‑17


‑ Y una vez ya por entre las casas de esta pequeña aldea ¿por dónde empiezo y qué hago?
‑ Si quieres puedes subir en coche buscando por aquí y por allá hasta que des con la ruta que desde la aldea sube hacia el manantial. Porque tienes que saber que la aldea de La Toba fundamentalmente es eso: un gran manantial y también es un puñado de casas trabadas en la ladera rocosa del pico Marchena y un poco como aplastadas en la sombra de las nogueras, junto a ese puñado también de huertos al borde de las corrientes limpias: la que baja por el río Segura y la que arranca desde el Manantial, con mayúscula y por eso te decía que La Toba es casi por completo ese venero.

Ya en 1.575 se hablaba del lugar. “La fuente Sigura ques río, y la fuente de la Toba que dan entramas en el río de Sigura ques muy caudaloso, naçen debajo de unas grandes peñas con sola el agua dellas naçen, pueden moler molinos. Otra se llama la Cueba. El agua que dentro della en tiempo de neçesidad, más que quinientas cabeças de ganado se recojen sin peligro, tiene ésta el naçimiento dentro della y allí se consume y pareçe como por bajo tierra ba a salir al río Sigura”.

Me haces caso a mí y te dejas de coche; lo aparcas al entrar, en las primeras casas que es donde casi siempre hay coches y te echas a andar. Cruzas unas cuantas casas separadas por estrechas calles estropeadas. En su tiempo las autoridades, en lugar de dejarlas con el firme de roca viva que tenían, cogieron y las llenaron de asfalto negro que tanto huele a alquitrán.

Haces de tripas corazón y como en cuanto recorres estas calles ya lo hermoso rebosa por todos sitios, enseguida te olvidas del asfalto y en una esquina empiezas a pisar el pequeño carril de tierra. Se escapa de las casas por entre las nogueras y las zarzas y empieza a subir buscando el manantial. Por aquí lo llaman la Cueva del Nacimiento cosa que es verdad pero como cuevas de nacimientos hay tantas a lo ancho de estas sierras, yo le digo el Manantial que es una palabra bella y como estamos donde estamos, no se presta a confusión porque aunque la cueva del manantial, la gruta y otros nombres también podrían servir sin quitarle ni un ápice a la hermosura que de las rocas mana. Ellos, los de aquí, saben a lo que te refieres.

Y el manantial, en cuanto camines unos metros, te sorprende. Ya se le oye alegre saltando ladera abajo y por encima de todo se le ve. Ladera abajo aparece frente a ti, desparramado ampliamente. Un buen caño desciende por la misma pista inundándola de tal modo que te obliga a buscar la manera de seguir sin mojarte. Otro copioso caño baja por el lado derecho encauzado en las regueras que los vecinos tienen por ahí para llevar aguas a sus huertos y es una de las verdades que primero compruebas: a estas personas no les falta el agua para regar las tierras donde cultivan sus hortalizas. No tienen ellos ni que ponerse de acuerdo para ver a qué hora o día le toca, cuánta es la que les corresponde y si tendrán bastante para los tomates, los pimientos y las calabazas. Cada uno coge y gasta el agua que quiere, cuando se le antoja y como le apetezca sin tener que esperar ni consultar con nadie ni otros problemas.

Y a pesar de la sequía, tanto de las regueras que van a los huertos como del caño que corre por la pista, se escapa tanta agua que busca salida por entre los mil trozos de rocas calizas que por aquí la cumbre va depositando. Hay chorrillos que se ven bien porque salen de entre las piedras y al darles el sol se hacen transparentes y brillantes como si fueran puñados de viento. Otros chorrillos, tienes que adivinarlos apretándose por entre las grietas de las rocas por donde se rebullen buscando salida hacia el barranco. Algunos pasan por el tronco de las nogueras y hasta se remansan un poco como si quisieran descansar a la sombra de los árboles y entre las rocas y otros, ya te lo decía, se abren en fantásticos abanicos por las piedrecillas blancas del carril que sube.

Si vas atento te encontrarás a más de un visitante asombrado. Todo el rato se lo pasará exclamando asombros y tan estupefacto se encuentra ya que al pasar junto a la señora mayor que hoy lava en su “Losa” de siempre y con el agua que toda la vida le ha prestado el manantial, ni siquiera la saluda. Como si en el rincón, ella fuera la extraña, la ignorante y la embrutecida pero a la mujer no le importa porque ya los conoce.
‑ Sólo vienen por aquí a eso: a husmear y presumir y convertir la ladera en un puro asombro en cuanto ven el agua que mana de nuestras montañas, a tomar fotos y videos y ni siquiera se les ocurre pararse un poco a conversar conmigo.
Te dice ella.
‑ Es que tanta agua deja desconcertado a cualquiera.
‑ Usted no sabe lo que es esto en esos buenos años de lluvia y nieve.
‑ Me lo imagino porque si ahora sale lo que veo, estando como estamos en pleno verano y después de estos años de sequía, me hago una idea lo que esto será en esos buenos años de nieve.
‑ Reventado lo he visto muchas veces.
‑ Sé lo que es reventado pero como nunca he visto este manantial así ¿explícame lo que es eso?
‑ ¡Hijo, ni aunque vinieras de la luna! Reventado es que por ese manantial aparece tanta agua que ya no es manantial sino un río desbordado. Vamos que ni le da tiempo a salir, que ni cabe por el agujero de la cueva. Toda esta ladera de las nogueras, los saúcos y las piedras, se convierte en un puro torrente. “Embadinado”, como también lo decimos nosotros y significa que hay muchos charcos. Un “corrental” tan grande que asusta sólo verlo. A eso es a lo que nosotros llamamos reventado.
- Pues qué maravilla debe ser y qué bien me lo has explicado.
- Una no tiene estudios pero conoce bien aquello que ha “traído entre manos” toda la vida.

Despides a la señora que lava en su lavadora de siempre, a la sombra de la noguera y arrullada, acompañada por los chorrillos saltarines y en lugar de irte por la pista te apartas hacia la derecha y te metes por entre las nogueras grandes y las regueras que por ahí vienen buscando los huertos. Una delicia esta subida. Es incómoda, “más malo de andar” que por la pista pero no olvidas que en estos momentos, estás y te mueves por la sierra. Por aquí camina otra mujer mayor que también viene de sus labores de siempre: de regar los tomates de su hortal.
‑ Conozco a un señor que se dedica a la miel y la vende en Cortijos Nuevos pero que siempre me dijo que vive en La Toba ¿sabes quién es?
Le preguntas.

‑ Claro que lo sé. Todos estos cerros los tiene llenos de colmenas y ahí mismo, donde usted ha dejado el coche, a la derecha, en una callejica que hace rincón, aparca la furgoneta con la que va vendiendo miel por los pueblos de estas sierras. También le sirve para llevar y traer a sus colmenas de un lado para otro. ¿No la ha visto?
‑ No me he dado cuenta ni tampoco vi las colmenas por el monte pero recuerdo que me dijo que en muchas épocas del año se traía las abejas por esta zona. También me dijo que en La Toba tenía a su familia y que él mismo era de aquí.
‑ Sí que lo es y no se puede imaginar la miel tan rica que este hombre saca de sus enjambres. De una tan alta calidad, tanto por sus valores como alimento y su agradable sabor, que no se puede comparar a ninguna otra. Es excelente para los resfriados y el cansancio. Nosotros siempre la hemos utilizado para hacer “Melajo”, arroz con miel, florones con miel y las típicas “Palomicas de maíz”, que las llamamos “rosas” o flores con miel.

- Por lo que él me dijo, según el régimen de lluvias, frío o calor y floración, puede haber una, dos y hasta ninguna corta y también me dijo que la corta se realiza dividiendo las celdillas de los panales para que caiga de ella la miel allí almacenada, que va recogiendo en una cubeta para centrifugarla después y separar la miel de la cera y otras sustancias. “Siempre se corta cuando los panales están ya colmados, lo que suele suceder al final de la primavera y al final del verano”. Me decía.
- Sí señor; tal como usted ha dicho, son las cosas y según que ésta miel haya sido producida mayormente por las abejas libando de una o de varias clases de flores, nosotros la conocemos con el nombre de: miel de romero, miel de espliego y miel de mil flores que aquí son las más usuales. Y claro, si usted echa una ojeada a estas laderas y valles no tiene más remedio que pensar que la miel de las flores que de estos montes sale, ha de ser exquisita, incomparable con ninguna otra.

Y echas tu una ojeada a los montes y en tu interior te dices que sí: todo lo que ella diga es poco comparado con lo que se ve y la miel que ya conoces por experiencia.
‑ Luego cuando vuelva usted de ver la Cueva del Nacimiento se llega a su casa y compra un bote de miel y se la lleva, ya verá como no le engaño.
Te sigue diciendo ella.

Te dice ella en una expresión franca que también comprendes y aunque quisieras decirle algunas cosas de esa realidad que desde hace algunos días han impuesto sobre ti, te callas. En tu interior te dices que ya llegará el día en que te sientas libre y puedas vivir, comer y decir las cosas como realmente las sientes y no como ahora.

Te vas a despedir y justo en este momento, te llama y te pregunta:
- Señor, sólo una curiosidad. ¿Usted sabe lo que quiere decir Toba?
- ¿Por qué me lo preguntas?
- Es que toda la vida viviendo en la aldea que lleva ese nombre y que no sepa lo que es, no me lo puedo perdonar. Aunque sea a mi edad, tengo “gusto” por conocer cosas.
- Pues espérate que me acuerde. Creo que toba viene del catalán y quiere decir adobe y también piedra esponjosa y con poco peso y que se quiebra con facilidad y formada en las aguas calcáreas de manantiales o cauces de los arroyos y ríos.
- ¡ Ya caigo! Precisamente por aquí hay muchas piedras de esas.
- Es natural porque esas rocas se forman o “cuajan”, como decís vosotros, en las corrientes. Allí donde hay cascadas, manantiales y otros cauces, el carbonato cálcico disuelto en el agua, se va juntando o depositando sobre otras rocas y al final aparece la roca tobácea. Los científicos también les llaman tobas a las cenizas de los volcanes cuando ya se han consolidado.
- ¡No sabe usted como se lo agradezco!

- Me voy a ir ya pero como en estos momentos estamos preguntando cosas uno y otro, también yo me acuerdo ahora de otra curiosidad que desde hace mucho tiempo le vengo dando vueltas en la cabeza. Seguro que tú me puedes ayudar.
- Diga usted a ver lo que se puede hacer.
- Como te he visto que vienes de las labores de la huerta quiero preguntarte si es verdad que ese trabajo lo habéis hecho siempre las mujeres.
- En estas sierras, y sobre todo en aquellos tiempos, al trabajo se aplicaban todos, niños, grandes, viejos y mozos. Las tierras siempre han sido trabajadas por la familia entera. En las olivas, los hombres cavaban, araban y vareaban, las mujeres quitaban los cardos y cogían la aceituna, los niños rebuscaban en la tierra las que se habían escapado de los mantos.

En la plantación de pinos las mujeres sembraban los viveros y plantaban los pinos; los hombres hacían las zanjas y ambos limpiábamos los bosques.
- Eso todavía es así.
Le dices interrumpiéndola.
- ¿Por qué lo sabes?
- Una muchacha que vive en Pontones y que estudia en el colegio de la SAFA de Úbeda, este curso pasado ha perdido algunas semanas de clase porque la llamaron para limpiar monte por la zona esta de La Toba y la Venta de Ticiano y en la época de la recogida de la aceituna, muchos jóvenes pierden montones de clases porque tienen que aplicarse, junto con la familia, a la recogida de la aceituna donde ganan un dinero que viene bien para ayudar a los gastos y economía de la casa.
- Pero lo de ahora no es como antes. Teníamos que ir andando al tajo y a veces hasta ocho kilómetros, alumbrándonos con teas porque tanto al ir como al volver, teníamos que hacer los montañosos caminos, de noche.
- ¡Qué cosas, ¿verdad?

- Pues de lo que me preguntaba, le digo que sí: la huerta siempre la hemos llevado casi por completo las mujeres. Alguna vez los niños ayudaban a regar. Los animales para la casa los solían cuidar también la mujer y los niños guardaban los cerdos, el chotillo o el ovejo, cuando salían a pastar al campo. La mujer también acarreaba leña, estiércol, cogía hierba, bellotas, garbanzos, gamones, piñas para el gasto de la casa. Salíamos junto al hombre a ganar jornales y nos encontrábamos juntos hombres y mujeres en todas las tareas.
- Y a los viejos ¿qué trozo de faena le reservabais?
- Los oficios menos cansados, que pudieran realizar sentados como pelar las ramas de olivas para dar de comer a la oveja o a la cabra, limpiar los garbanzos, hacer calceta con cinco agujas o hacer ganchillo. Todo ello era lógico dentro de una sociedad con mucha escasez de todo.

Sigues subiendo porque ella baja y te dices también que al regresar vas a pasar por la casa de este amigo tuyo aunque sólo sea para saludarlo. Toda esta zona de la ladera por donde se derrama el agua, está repleta de abundante vegetación, especialmente romeros, zarzas, nogueras, espliegos, mejoranas y otras plantas aromáticas. Cruzas las nogueras rasgando sus sombras un par de veces y por fin ya remontas a la repisa del manantial.

Entre otras maravillas, el tiempo, los vientos, lluvias y nevadas, tallaron aquí una empinada pared rocosa que cae casi en vertical y en su parte baja, se abre la gruta. Por ahí cae el agua pero adentro, al final de la cueva en cuyo fondo se embalsa el limpio y frío líquido. Ya desde el remanso de la entrada, corre, se despeña y desparrama por la ladera. Mas no creas que es este el manantial total de La Toba. Por aquí fluye el grueso de la fuente pero en todas y de todas estas rocas y grietas surgen veneros que ni se ven. Imperceptiblemente se van sumando a los caños de agua que corren por la ladera. Un entendido en sierra, sí se da cuenta de estos detalles enseguida pero a otros se les escapa por completo.

Quizá por estas razones los del pueblecito han tenido que meter un tubo por el fondo del remanso de la entrada de la cueva hasta la misma cascada y del centro del manantial y donde los que vienen no pueden llegar, cogen ellos el agua que luego almacenan en el depósito que han construido ahí mismo. Desde aquí la llevan al caserío.
- ¡A ver, no nos se vamos a beber los sudores y cochambres de los pies y otras cosas, de los que llegan teniendo como tenemos un manantial tan bonico y de aguas tan limpias!

Si te cuestionas, como les sucede a muchas personas, que de dónde viene tanta agua como brota en el manantial de La Toba, no tienes nada más que alzar la vista y observar despacio la gran mole rocosa que te queda por encima. Toda una magna montaña, casi cordillera, que viene en la misma línea del pico Almorchón, continuando con el pico de los Puestos, el Collado del Retozar y el Alto del Marchena, que pasa de los 1.700 m. y que en los crudos inviernos, la cubre la nieve. Descargan sobre estas colosales moles todas las nubes que por aquí pasan, en forma de nieve en invierno por los fríos y en forma de lluvia en las otras épocas del año.

Esa agua, la que se filtra en la misma cumbre, tiene que salir por algún sitio y además de otros, el de La Toba, siempre fue el más importante. Por eso justo ahí mismo, desde tiempos lejanísimos, siempre vivió gente. Porque La Toba, primero fue manantial creado por Dios y puesto en el centro de las soledades y bellezas de estos barrancos y luego vinieron sus otras criaturas, los humanos, y aquí se establecieron junto al manantial de aguas limpias que siempre fue la fuente de toda vida. Vieron que las tierras eran buenas, las roturaron, las convirtieron en “reguerío” y desde entonces, aquí viven ellos.

Y por eso te digo hoy a ti, que una vez que has llegado hasta el lugar, no te limites a hacer lo que hacen los demás: lavar tus pies en el agua, asombrarte durante dos horas, tomar fotos y después de quejarte de esto y de aquello, bajar y sin ni siquiera saludar a los que aquí viven, irte del lugar para enseguida caer en lo “si te he visto no me acuerdo”. No hagas esto porque eso es la pobreza máxima y el embrutecimiento humano más completo aunque seas de los que han estudiado y tienes títulos.

Siéntate por allí junto al manantial o algo alejado para que nadie te moleste y quédate en silencio, un día entero y si puedes, más. Recógete dentro de ti, eleva tu espíritu al Creador contemplando el verde de aquellas añejas nogueras, goza del fresco de sus sombras, del aire puro que siempre corre río arriba, del rumor de los chorrillos saltando ladera bajo, de los pinares y calares por el cerro de enfrente. Llénate hasta lo hondo de aquel silencio tan celestial y eterno. Llénate de la profunda e inmensa soledad del barranco y humildemente déjate dormir por entre el perfume del espliego y la mejorana para darte un abrazo profundo con el Dios del Universo y sentir que es El y no ningún otro ser humano, el dueño de tal maravilla y de tu propia vida.

Haz esto y quédate por aquí si es posible ya para siempre para así hacerte digno de la hermosura que se enreda por los paisajes hasta llegar a sentir que eres tú el único pequeño e insignificante entre cuanto por aquí late y respira. Eres el que por aquí va de paso. El realmente pobre y desvalido. Por lo tanto, el primero en respetar y pedir perdón ante todo y ante todos y más aún frente al Creador de esta singular maravilla. Vive si puedes la experiencia y ya no vayas a ningún sitio más porque sí eres de los que entienden que no el mucho saber y ver harta el alma sino el gustar y sentir profundamente. No es la cantidad sino la calidad lo que te da el gozo profundo y te remite a lo hondo de tu ser.

Así que esto que te he contado es lo que sé decirte de esa zona de la sierra. Aunque si tuvieras tiempo, recordando, recordando, quizá podríamos entrar en detalles de otras muchas cosas.
‑ Creo que sí porque según me has demostrado, sabes de este rincón de la sierra pero la verdad es que existe ese problema: quiero recorrer el pueblo antes de que el sol caliente con más fuerza y como me pare tres horas con cada una de las personas que me vaya encontrando por calles y plazas, no acabaré nunca.
- Voy a ser breve pero te quiero contar algo que le sucedió a un amigo mío. Tiene que ver con el fuego y de los desastres que éste deja por la sierra.

El rincón oscuro que hay entre las encinas y el charco alargado del río, también ardió en una ocasión. Un día de verano, a media tarde, empezó a quemarse y cuando ya oscurecía todo estaba ardido; incluso hasta los almendros que el cabrero sembró cuando era niño.

Y eso que acudió mucha gente y con muchos medios para apagar el fuego pero a pesar de todo no pudieron dominar las llamas de aquel fuego. Bueno, sí las dominaron pero cuando ya el fuego había arrasado todo el talud del río y parte del bosque de encinas.

Y unos dicen que lo quemado son unas cinco hectáreas pero el cabrero, hombre de estas sierras y que toda su vida ha dado de comer a sus cabras en el madroñal del talud, les dice a ellos que son más; casi diez fanegas.
‑ Que la fanega es la medida que siempre hemos usado en estos montes.
‑ Sea lo que tú dices o lo que contabilizamos nosotros, se puede decir que lo quemado es poca cosa.
‑ Para vosotros, si el fuego no devora media sierra parece como si no fuera fuego; tiene que ser mucha cantidad.
‑ Y a ti ¿qué más te da?
‑ El madroñal de este talud es mi sierra particular; no tengo papeles para demostrar mi propiedad pero me pertenece por derecho. Desde que nací he traído mis cabras a estos montes, he cultivado la huerta de la vega y he pescado en el charco del río. No había un rincón en toda la sierra tan rico y hermoso como éste. Todo lleno de conejos, mirlos, palomas; todo poblado de robles, madroños, romeros. ¿Qué será ahora de estos animales y por dónde pastarán mis cabras?
‑ Queda mucho monte por la sierra.

Y como creen que el cabrero es algo ignorante y se guía más por el cariño que le tiene a este paisaje que por la importancia en sí de lo que se ha quemado, cogen y se van. Ya han apagado el fuego y por lo tanto ha terminado su misión. Creen que lo del cabrero va por otro rumbo a las tareas que ellos tienen pero el cabrero sabe que cuando hoy suelte el ganado del corral no podrá llevarlo al rincón oscuro del talud del río. Aquí sólo hay ahora troncos negros, cenizas por todos sitios, ramas secas y ni una brizna de hierba. ¿Qué van a comer los animales?

La manada siempre entraba por la parte de abajo; talud arriba según corre el agua del río. Se extendía, llenando toda la ladera desde las encinas hasta el vado de la corriente. El cabrero siempre se iba por la orilla del río y aunque no veía a los animales porque la altura y espesura del monte no dejaba verlos, sabia que estaban allí. Sabía que ellos avanzaban lentamente esturreados por el bosque. De vez en cuando alguna se subía a un peñasco y desde el río se le veía perfectamente. Con esto era suficiente para saber por dónde iban y si era la última o la primera de la manada. En salir del bosque tardaban un día entero; un día entero pastando por los herbazales del talud y casi todo el año, sin que el monte se agotara. Este rincón daba alimento a un rebaño completo de cabras y eso sin contar la multitud de animales silvestres que por aquí vivían. Aquellas escenas eran deliciosas y nunca aquel hombre se cansaba de vivir por aquí.

Mientras su rebaño recorría la impresionante belleza de aquel trozo de sierra, en el charco alargado, él pescaba truchas. Que tampoco allí se agotaban los peces porque también era un sitio muy querencioso para estos animales. Luego se iba al huerto y entre los tomates, las patatas, los pimientos y los almendros de la ladera, echaba el resto del día. ¡Qué placer aquél y qué trozo de sierra la suya con tanta vida, tan en silencio, tan llena de verde y agua y tan dulce para su alma! ¡Qué rincón tan grande siendo tan pequeño y casi tan poca cosa!

¿Acaso no le iba a doler ahora verlo quemado? ¿Acaso aquel incendio, que decían pequeño, no había arrasado casi tanto como el incendio grande que destruye media sierra? Pero según decían, se habían quemado pocas hectáreas y esto era lo importante.

- Y ya con esto he concluido. Te lo he contado para que te orientes un poco más entre las cosas de las sierras. Ahora, como me decías antes, es mejor que sigas con tu plan porque estas fechas son bonitas para recorrer un lugar tan bello como este pueblo mío y si es en silencio y a primera hora de la mañana como te estoy viendo, mejor. Se ve y se aprende lo que no te esperas y sobre todo se goza que es un aspecto importante. Así que adelante con tu recorrido y ya charlaremos más rato en otra ocasión.
‑ Lo mismo te digo; me gustaría volver a charlar de nuevo contigo de otro montón de asuntos, bosques y laderas por estas sierras. Por eso ya pienso, que encontraremos otro rato cualquier día de estos. Ahora sigo mi ruta y hasta luego.
‑ Hasta luego y fructífero recorrido por mi bonito pueblo.

DONDE SE CUECE EL PAN ‑18

Despides al hombre que te has encontrado sentado en la puerta de su casa frente al horno del pan y echando una última mirada al portal de la panadería, intentas subir pero algo te retiene: el olor a pan cocido. Tanto se ha extendido por el ambiente que te arrastra y como hasta te despierta el apatito, decides entrar. Saludas a los dos hombres que trabajan dentro cogiéndolos, como se suele decir “con las manos en la masa”. Ya te conocen porque te han visto una vez o dos caminando por las calles del pueblo.

‑ Aquí nos tienes, preparando el pan a los vecinos de este rincón nuestro.
- Bonito es vuestro oficio. Os envidio como envidio tantas otras cosas serranas. ¿Cuántos años lleváis en la materia?
- Tantos, pensando y trabajando para ellos, que hay momento que los sentimos hermanos. No es esto un lugar donde se fabrica bollos para vender a gente que no conoces. En las casas de este pueblo nos conocemos por el nombre y otras cosas y por eso, cuando amasamos un pan y lo metemos en el horno, tenemos el pensamiento puesto en tal o cual amigo y hasta sabemos quién se lo comerá.
- Parecido a una gran familia donde cada uno se afana en su cometido. ¿Verdad?
- Y nuestra responsabilidad es preparar el pan cada mañana para que los vecinos en su desayuno, lo tengan bueno y recién cocido.
- Y como en aquellos tiempos.
- Amasado a mano y cocido con leña. No del todo pero casi como en aquellos tiempos.

‑ Ya lo estoy viendo y hasta me parece un poco extraordinario, heroico, sería la palabra, por lo inusual en estos días
- Los campesinos, los serranos, siempre estuvieron en el trabajo, “al pie del cañón” cada día y casi nunca se les oía pronunciar esta palabra.
- Yo pienso que vivir en un pueblo tan bonito como este, tan cerca ya del reino del silencio y del país de las nubes, entre el perfume y el fresco que siempre sube desde el valle y no tener amigos, vivir solo, sería una pena. Encontrarse solo, siendo buenos como sois vosotros y queriendo tanto como queréis, debe ser triste. Muchas personas precisamente se desaniman y se les hace dura la vida por no tener a nadie a su lado con quien compartirla.

Ya ellos sacan del horno la primera hornada que van echando a una gran cesta y de aquí, sin más requisitos ni perder tiempo, lo suben por la calle, cruzan la carretera que en este caso es también la calle Pérez de Ayala y en la tienda, ahí mismo, lo dejan. Vamos, del horno a la tienda y de la tienda a las casas en menos de dos minutos sin apenas recorrer distancia ni tener que viajar en coche y como en la tienda, a estas horas de la mañana ya muchas mujeres lo esperan, tal como va llegando, aún caliente y bien caliente, lo van cogiendo y metiendo en sus cestas.

Son simples las piezas de pan que aquí se cuecen: barras de medio kilo, bollitos pequeños para bocadillos, una pieza redonda de un kilo que sale de la misma masa, algunas barras de pan integral que suelen ser para enfermos y algún día que otro una gran torta de manteca y azúcar. Sólo estas piezas de pan que lo amasan, le dan forma, lo cuecen y lo reparten dos hombres. Sobre las once de la mañana ya tienen terminada toda la faena. Cierran el horno y hasta el día siguiente.

- Es un pan bueno, muy bueno. Como el de aquellos tiempos.
Te siguen diciendo.
- Sólo que antes era mucho más individual, que no natural.
- Eso sí; cada uno amasaba y cocía lo que primero había sembrado, segado, trillado y molido. Desde el principio hasta el final, la misma persona, frente y manos, lo sudaba, amasaba y luego se lo comía, en la intimidad del cortijo, sentado con su familia junto al fuego. El orden de la elaboración del pan artesano que siempre se comió en estas sierras, era el siguiente:

La siembra y siega del trigo, en las tierras cercanas al cortijo o la aldea. La trilla que se hacía en la misma era generalmente también en la puerta del cortijo, en lo alto de un cerrete. La molienda de la cual se encargaban los mismo dueños y se realizaba en alguno de los muchos molinos harineros que existían entonces enclavados junto a las corrientes de los arroyos. El amasado de la harina o amasijo realizada por las mujeres de la casa. Y la cocción que era la última fase antes de comérselo y siempre la más bonita por el embrujo del olor y color al entrar y salir del horno.

- ¿Cómo era ese último paso del laborioso y lento proceso que me acabas de contar?
- El final o el principio, depende, consistía en cocer el pan para los que eran y son necesarios la clase de hornos que antes te decía. Y llevaba consigo las siguientes etapas: caldear, calentar el horno. Introducir leña generalmente balda, retama y ramas secas, encender fuego y ponerlo a temperatura elevada. Barrido, una vez quemada la leña se arrincona la brasa, cenizas y rescoldos en uno de los lados interiores del horno, junto la boca y se limpiaba el suelo con el “barrio”, palo con un trapo en la punta que mojado, se metía por la apertura del horno. A continuación se introducían y colocaban los panes con una pala de mango largo, pala del pan, y se tapaba la entrada del horno con una tapadera de madera. Se dejaba el tiempo suficiente hasta que estuviesen cocidos y se sacaban utilizando la misma pala.

- Y lo del horno ¿cómo era?
- Entre los muchos elementos que aún se conservan es su estado primitivo, en casi todas las aldeas que circundan el curso del río Madera, destaca el horno. Tú los habrás visto.
- Los he visto por esas aldeas y también por las que aún existen en el término de Santiago de la Espada. Para serte sincero, en Los Teatinos, conozco algunas familias que todavía amasan y cuecen el pan ellos como en aquellos tiempos y hasta tienen el detalle, de vez en cuando, de regalarme una parte de su hornada: panes de dos kilos, tortas de manteca y bizcochos. ¡Qué rico ese pan en tostadas y untadas con aceite de oliva para el desayuno de la mañana!

- Pues te decía que estos hornos, muchos todavía vivos en los núcleos habitados de las sierras, tienen todos ellos una característica común: reducidas dimensiones. Vertiente a dos aguas y cubierta de teja roja. Edificados totalmente de piedra en su parte exterior y con una pequeña bóveda en el interior fabricada de piedra poco pesada y esponjosa, la toba, ya que es buen aislante para este tipo de construcción. Suelo plano de baldosas de barro rojo, en casi todos los casos. Una pequeña boca por la que se introduce la leña para caldearlo y también el pan.

- ¡ Qué cosas aquellas, ¿verdad?!
- Hermosas a pesar de su dureza. Por encima de todo eran libres. No debían servidumbre a nadie ni se sentían esclavos de nada. Siempre sintieron que la libertad la llevaban dentro de sí mismos y no como hoy que muchos creen que la libertad son grandiosas concesiones de las leyes.
- ¿Y las dos cosas son lo que vosotros intentáis seguir practicando ahora?
- Todo lo que aumenta la libertad aumenta la responsabilidad. Nosotros ahora somos esclavos sólo de eso: de nuestra responsabilidad. No poseemos nada ni somos poseídos por nada y al mismo tiempo no tenemos miedo de ir hasta el final de nuestro corazón.

- Esta mañana, cuando por la calle me crucé con la vecina que había ido a comprar el pan, oí que hablaba de algo que se relaciona con masa pero que no tiene levadura ¿qué es?
- Eso es la “cenceña”.
- Sigo sin saber nada.
- Es el nombre que se le da a una masa, torta o pan, que no lleva levadura y no está venida. ¿Qué más cosas quieres saber?
- Ni siquiera sé preguntar pero ¿con qué limpiáis el horno?
- Lo barremos con una escoba que se llama “horguero”.
- ¿Y el hollín que en algún momento esta mañana me ha caído encima?
- Nosotros los llamamos “hoguín” y se refiera al humo negro que sale por la chimenea.
- Y de los muchos refranes y dichos que por aquí tenéis para tantas cosas, el del buen trigo ¿Cómo es?
- Pues podría ser ese de: “El buen trigo en el orón se vende”. Y claro, como tú nunca has visto un orón, te lo explico: es una canasta grande tejida de esparto para echar el trigo limpio.
- ¿Qué era lo que antes decías querías contarme?
- Una pequeña vivencia de mis recuerdos de niñez. Me resultó tan agradable aquel cuadro, que no se me olvida jamás. No lo sé pero a lo mejor te puede servir como ilustración de lo que hemos hablado. ¿Te la cuanto?
- ¡Adelante!

- Tiempos atrás, en casi en todas las tierras de los cortijos de la sierra se sembraba trigo y cuando se recogía, todo el mundo lo llevaba al molino y lo convertía en harina. Casi en todos los cortijos existía un horno y casi toda la gente de la sierra amasaba y cocía el pan que se comía.

Y como es verdad que a veces se han quedado bloqueados dentro del cortijo durante más de un mes, como es verdad que la nieve se amontona en los caminos, en las cumbres de las montañas y por los valles cerrando por completo la entrada a cualquiera de estas aldeas o cortijos y como es verdad también que ellos saben esto porque una vida entera desparramada por estas sierras da mucha experiencia y sabiduría, ya, dentro y fuera del cortijo, andan preparando las cosas para el duro invierno que se aproxima.

Con la llegada del otoño han caído las primeras tormentas. Como ellos saben bien lo que se avecina y como ya tienen convertido en harina el trigo que hace unas semanas recogieron allá por la ladera, en el cortijo hoy se vive un momento especial: toca amasar y cocer el pan. Como en alguna ocasión les hemos dicho que nos gustaría ver y vivir este momento nos han mandado recado para que viniéramos.

También es verdad que por un lado me gusta mucho esto de ver cómo se hace, se amasa y se cuece el pan, no al estilo, sino exactamente como en aquellos tiempos. Forma sencilla y pura, olvidada hoy pero que es la buena y la sana. Pero por otro lado no me agrada tanto porque parece como si nosotros convirtiéramos en curiosidad, en juego recreativo y placentero, su forma de vida. Las cosas que para ellos son su hacer cotidiano, necesidad real impuesta por las circunstancias de la vida que les ha tocado en suerte.

Tenemos que reconocer que somos y venimos de fuera, de otro mundo ajeno al suyo y que por lo tanto, sino somos sensibles, sino andamos con cuidado, los podemos humillar. Nuestra presencia y nuestra ansia loca de querer conocer y gozar todo, puede ser humillante para ellos. Siempre tendemos a sentirnos por encima y superiores a sus cosas y forma de vida aunque sean más puras, más auténticas y mucho más nobles que las nuestras.

El caso es este y luego el otro es que cuando esta mañana hemos llegado ya todo estaba impregnado de olor a pan recién cocido. No podemos evitar que se nos escape la expresión de los catetos: >¡Qué olor más rico!= Enseguida nos han saludado y como saben de nuestra ignorancia y curiosidad se ponen a nuestro servicio para introducirnos en su mundo.
‑ Aquí se amasa el pan, con la mano y sudando como siempre se ha hecho; aquí se corta, se separa, allí el horno que como veis ya lleva encendido un buen rato. El pan siempre se cuece con leña y si es posible que ésta sea de encina. El pan cocido en horno de piedra y tierra con leña de encina es el mejor de todos. Se tiene que llenar de ceniza, de ascuas, de carbones y quemarse un poco por la base y las piezas han de ser grandes, de más de un kilo.

Vemos que el horno es pequeño, redondo, construido por ellos mismo. Dos de las mujeres amasan con las manos, a puño limpio. Otra corta la masa y le da forma a las piezas que va dejando sobre la mesa en el centro de la sala. El se entrega a la faena de mantener el horno a punto, de meter y sacar el pan que cuando está cocido va dejando en el poyo de la ventana para que se enfríe.
‑ Ya verás como cruje dentro de un rato.
Y mientras va asentándose llenando la estancia de un olor que alimenta sólo respirarlo, nos sentamos junto al fuego de la chimenea. Ahora nos explica como hacen ellos las conservas para guardar las frutas que han cogido en la huerta unos días atrás.
‑ Aquí mismo. En esta sala, en este fuego y en esta chimenea. Tanto la cosecha del trigo como la de fruta han sido buenas. Con cuatro cosas más tendremos bastante para todo el invierno. Pronto llegarán las nieves y ya no podremos salir del cortijo en muchos días.

Y es verdad que fuera ya sopla el viento y hace frío. Es verdad que barranco arriba se ve subir como la oscuridad de una gran tormenta. Es verdad que parece que el otoño ya está encima. Quizá por esto el cortijo sea la gloria que es; tan lleno de vida por el olor a pan recién cocido, por la leña, el fuego del horno, los panes puestos en fila y el trajín de su gente. Un mundo distinto al que se vive en la ciudad y los pueblos donde hasta parece que se siente la presencia inmediata de Dios más y mejor que en ningún otro sitio; parece como si estuviera en este cortijo, entre su gente y el olor a pan cocido con leña. Es como si todo esto fuera lo normal, lo rico, lo auténtico, la vida sencilla llena de belleza honda.

- Y ya está. Parece poca cosa este recuerdo mío pero te lo decía al principio: lo viví de pequeño en aquel cortijo serrano y desde entonces no se me ha borrado de la memoria.
- Pues no es poca cosa tan bonito recuerdo.

Durante rato observas despacio la “briega” en que ellos se afanan. Observas la vieja máquina en forma de cubo grande que con dos hierros o brazos da vueltas a la masa, observas los sacos de harina ahí mismo, la pala para sacar y meter el pan en el horno, la mesa llena de piezas recién cocidas, unas y esperando su turno para ser candeadas por el fuego, otras. Te fijas en los dos hombres que trajinan seguros en lo que tienen entre manos. Casi de ensueño y, además, en este pequeño rincón y sin que apenas se entere nadie.

“Qué bello es descubrir que en el alma de las personas siempre hay grandeza, poesía, amor”. Gracias a unos y gracias a otros, tienes tú que darles, por la sencillez de sus vidas y el interés que ponen en darte conocimiento de la historia de su pueblo y sus tierras.

DEL HORNO PARA ARRIBA ‑19

Así que te despides de este oloroso horno de pan y en esta ocasión no compras nada. Otros días sí has comprado buenas barras para desayunar pan con tomate y aceite y sigues y sólo tienes que subir unos cuantos escalones, que son los mismos que el panadero recorrer para traer el pan a la tienda y enseguida a la derecha, el Bar El Endrino, donde por la noche, en la pequeña terraza, balcón frente y casi a la misma altura de la carretera, se junta medio pueblo y sobre todo en estos días de verano.

Le podrías decir que con tanta cháchara y con eso de estar por aquí hasta las tantas de la noche, no te dejan dormir ni tampoco te dejan oír el pequeño chorrillo de agua que cae a la fuente pero no le dices nada porque aunque es verdad que mucha gente se queda por aquí casi hasta la madrugada, el silencio del amanecer y luego a lo largo de la mañana, lo compensa y al llegar el alba parece que en el pueblo no vive nadie.

“Ha amanecido un hermoso día y el sol ha salido y sus rayos me entran por la ventana y toda mi habitación se me llena de luz y desde la cama lo he contemplado un rato antes de levantarme y a través de los cristales he visto el cielo y en este amanecer el cielo está limpio de nubes aunque su color no es el mismo azul de otros días porque tiende a ser azul pálido, entre blanco y brillante, como si estuviera descolorido y un poco viejo”.

Subes unos metros y tienes la carretera, la que acaba de remontar desde el valle hasta el pueblo y después de atravesarlo se va para la fuente de Góntar y la parte alta del castillo, “a la sierra”, como dirían algunos de los que en el pueblo viven, cosa que a ti te hace gracia porque resulta que el pueblo se alza en el centro de la sierra y en lo que sería su corazón mismo y, sin embargo, ellos no lo sienten así: la sierra se encuentra fuera del pueblo. Por arriba o por abajo pero fuera del pueblo. Casi como si el pueblo no fuera pura sierra.

Ya te vas caminando por la carretera y aquí mismo, sobre los poyetes que sujetan la calzada para que al surcar esta ladera pueda ser carretera, la acera y el pequeño jardín, ya otean los mayores del pueblo. Ayer tarde cuando se ponía el sol te los dejaste sentados en esta atalaya y ahora esta mañana, en cuanto el astro rey se alza por el Yelmo, aquí los tienes otra vez. Como se consideran jubilados y son los más ancianos entre los habitantes de la villa, una de las escenas que más repiten es precisamente sentarse en el otero del pueblo, más allá o más acá pero siempre en el poyete de la pared que sujeta a la carretera porque desde aquí se ve todo.

La palabra otero, queda definida en el diccionario como cerro alisado sobre un llano. Otear, significa mirar desde un sitio alto, escudriñar, avizorar, observar, registrar.

Mientras se dan compañía hablan de sus recuerdos y repasan lo que sucede en el pueblo, porque eso sí: observan a todo el mundo y se dan cuenta si los saludas, si te has levantado tarde, si has comprado el pan, si ha llegado un visitante nuevo, si la vecina riega las macetas y otros mil detalles que no adviertes porque para ti todo es nuevo y ellos lo tienen perfectamente controlado y por eso ahora mismo te miran y como los saludas porque tú ni eres ni tienes nada controlado por aquí, te corresponden con mucha cortesía y casi a coro y en estos momentos piensas preguntarles qué calle te recomiendan para seguir con tu ruta.

Estás a punto de preguntarles esto pero no lo haces porque en el fondo te gusta descubrir por sorpresa. Con la menor información posible y siguiendo siempre tu propio instinto y tu gusto por las sierras y su mundo porque sabes que eso tiene una emoción y frescura especial que te lleva a un gozo personalizado y por esto al verlos no les preguntas por las calles del pueblo ni por cual, en este momento, te conviene seguir pero sí descubres que se te presenta una buena oportunidad para entrar en el mundo de experiencias y vivencias profundas que sin duda, cada uno de ellos tiene porque todos se han criado en estos montes y los han recorrido de un lado para otro a lo largo de muchos años. Si les preguntas incluso hasta se sentirían felices recordando las aventuras y hazañas de su juventud.

‑ ¿De verdad quieres saber cosas de aquellos tiempos?
Te dice uno cuando por fin te decides a preguntarles.
‑ Me interesa mucho.
‑ ¿Por qué?
‑ Ando enfrascado en conocer a fondo y en cuantas dimensiones me sea posible, estas sierras del Parque Natural. También su identidad, las raíces profundas de las gentes de aquí en esa lucha casi eterna de dolor y amor con la tierra.
‑ Y tu gusto por esto ¿a qué se debe?
‑ Quizá porque me busco a mí entre estas raíces porque yo también soy serrano, nacido entre los montes más oscuros y espesos de las serranías cordobesas y al parecer, ellas se me metieron tan dentro que ahora, aunque no quiera, vuelvo a mis raíces una vez y otra. También porque algunos, aunque me duela decirlo, se pasan la vida recordándome que mi inteligencia no es mucha y mi capacidad de responsabilidad y madurez, todavía es menos aún pero, aunque esto no venga a cuanto ni a vosotros os importe demasiado, también quiero decir aquí que a mí me da casi igual lo que ellos piensen. Muchas cosas las tengo claras pero no sigo porque no era este el tema.

SIERRAS DEL AGUA ‑ 20

Miras al otro lado de la carretera y te das cuenta que desde esta plaza suben dos calles; una que es pequeña, toda llena de flores y que parece no tener salida y la otra que sale algo a la derecha y asciende buscando el Mesón que por aquí conocen como de Jorge Manrique. Así que vas a despedirlos, con la intención de cruzar esta carretera y seguir tu ruta y al mirar para atrás y verlos recortados sobre las nubes blancas del Yelmo un rayo de luz cruza por tu mente.

No es pura ficción ni un sueño poético compararlos a ellos y verlos envueltos entre estas hermosas nubes blancas que revolotean silenciosas sobre los montes en que viven. Algo son ya ellos nubes aunque en el fondo también sean silencio entre los silencios de estos montes.

Te acuerdas y no sabes por qué, de las sierras del agua que son también de por aquí y que desde hace tiempo, sueñas. Te acercas a uno, en lugar de retirarte y como sabes que cualquiera de ellos puede contarte mucho de los montes que intentas desentrañar, le dices:
‑ Las casas de este pueblo, sus calles, macetas, silencios, flores y panorama sobre el valle, no es que puedan esperar, es que creo que no se entienden bien sin conocer al mismo tiempo los otros planos de las sierras que le contienen.
‑ ¿Qué quieres decir?
‑ Quiero indicar que como estoy esta mañana recorriéndome las calles de esta entrañable villa porque intento conocerla un poco y como ha dado la casualidad de encontrarme con vosotros, puedo aprovechar la ocasión, dejando por un rato mi recorrido por el pueblo, para que alguno de vosotros me sequéis de unas cuantas dudas que tengo, con respecto a las serranías de este pueblo.
‑ Venga, empieza. ¿Cuales son tus titubeos?
‑ El fundamental, el que se centra en la Sierra del Agua.
‑ ¿Qué te pasa a ti con esa sierra?
‑ Que llevo ya años queriéndola conocer y recorrer y aún no sé ni por dónde entrarle.
- Eso lo llamamos nosotros “regomello”. Pensamiento al que se le da vueltas en la cabeza y nunca se desecha.
- ¡Exactamente! Una idea persistente que no puedo apartar de mí.
‑ Vamos por partes. ¿Sabes lo que es la Sierra del Agua?
‑ He leído bastante del tema.
‑ ¿Qué has leído?
‑ En unos textos antiguos que se llaman las Relaciones de Felipe II, se dice lo siguiente:

“A ésta se responde quel primero pueblo questá desde esta villa de Sigura a la parte del sol, es la villa de Yeste, questá siete leguas comunes desta dicha villa, todo desyerto, brabas montañas y montuosa a maravilla. Tiene en este camino muchos pinos, ençinas, robres, frexnos, texos, avellanos, maguillos, donde se crían mançanas, yedras brabísimas y açebos. Ay valles tan hermosos y vellos con mucha abundançia de agua y desta arboleda ques toda baldía, grandes peñascos altos, a maravilla de más de quinientas baras en alto, en estos peñascos muchos árboles, yedras criados que los cubren y adornan todos, que no ay paños de Flandes más que ver.

Ataja este camino casy en la mitad una peña alta, a maravilla esta hendida por la mitad, quanto puede pasar un onbre a cavallo, tiene un cuarto de legua en largo, la dicha peña, sí estuviera en çerco de alguna çiudad o villa ninguna en el mundo fuera más fuerte. Este propio camino, ay sierras de agua donde se asierra gran suma de madera, en este propio camino ay tanta suma de pinos derribados y madera y leña que nadie se aprobecha dello, es en tanta cantidad que si la dicha leña estuviera en Toledo o en Sevilla o Madrid valía tanto y más que una razonable çiudad, y esto mismo desta madera y leña ay hazia otras partes deste dicho término que valen otra tanta suma como está dicho y más, y nadie se aprobecha della.

Ay en las sierras nogales y perales, mançanos, parras y servales, todo ésto común que no tiene señorío alguno porque como solía aver algunas poblaçiones que después se despoblaron quedaron los dichos árboles perdidos y comunes, ay a los demás árboles questán dichos atrás. Ay seis o siete yngenios de agua ques donde se hasierra la madera menuda como son tablas alfagías y asientos y ésto se hasierra por arte con la fuerça del agua. En estas sierras ay muchas salbajinas como son osos y lobos y raposas, jabalíes, çiervos y benados, ginetas, gatos çerbales, turones, texones, hardas, corças, cabras montenses, conexos y libres, águilas caudales y águilas rateras y buytres muy grandes, arçores los mejores que se hallan por ser la tierra muy quebrada. Ay gavilanes, buhogos, carabos, muchas perdices y palomas torcaçes”.

Y luego, de otros textos también antiguos que datan del año 1580 y que son las Ordenanzas del Común de la Villa de Segura, normas especiales para guardar y conocer los términos de dichas villas, se dice:

“Que los señores de las sierras del agua de Segura repartan la madera a todos igualmente. Item, ordenamos y mandamos que los Sres. de las dichas sierras de agua sean obligados á repartir cada dia la madera que en tal sierras se asierra, igualmente según las cargas que cada uno quisiere comprar, no descogiéndola cada uno, sino es que la den de buena y mala como saliere á todos, y no la pueda apartar, aunque sea para ellos y sus acreedores, sino que la den á todos los que por ella fueren á las dichas sierras á las que tienen derecho de la poder llevar y sacar y no de otro, sopena de seiscientos mars. Por cada vez, aplicados segun dicho es.

Que los señores de sierras de agua no saquen cada dia mas de una carga de madera, y el repartimiento de ellas se haga á medio dia. Item, ordenamos y mandamos que ningunos Sres. de sierras de agua, no pueda sacar mas de una carga de dicha madera que asierren cada dia, con sus bestias que llevaren bastimento, porque se ha visto por experiencia que de causa de sacar ellos la madera que han querido escoger, se llevan la mejor, y los vecinos que van por ella quedan defraudados, porque llevan de la peor y mala que dejaron; y porque no pueda haber fraude, mandamos que el repartimiento de dicha madera se ha de hacer por los dichos Sres. de sierras al medio dia, poco mas ó menos de cada dia sopena del que lo contrario hiciere pierda la dicha madera, y pague seiscientos mrs. Aplicados segun dicho es.

Que los Sres. de la sierras de agua no hagan de ella pila señalademente para persona alguna. Item, ordenamos y mandamos, que ningun Sr. de las sierras de agua, pues han de repartir dicha madera como dicho es, no hagan de ella pila señaladamente para persona alguna, diciendo á los que van por ella, que no toquen a la tal pila, que la tiene dada ó vendida, ó que es para alguna persona cierta, sino que á cualquiera persona, ó de Orcera ó de su arrabal, ó de los otros pueblos que tienen derecho de la sacar en otros, la repartan segun dicho es, so la dicha pena, aplicado todo segun dicho es.

Que los que trabajaren en las sierras de agua no le den sus jornales en madera por repartimiento como á los demas vecinos. Item, que ningun Sr. de las tales sierras de agua que el cortar de los pinos para ellos guarden el tenor y forma de estas nuestras ordenanzas que hablan cerca del cortar de ellos y aprovecharlos so penas de ellos, y que no puedan dar en pago á los que trabajaren en servicio de las dichas sierras madera en sus jornales, ni la aparten, ni den por repartimiento con los demas vecinos sopena de seiscientos mrs. Por cada vez que escedieren, aplicados segun se contiene de suso en estas nuestras ordenanzas.

Que si sobrare en la sierra madera la pregonen en Segura, y si hubiere quien la compre la den á quien quisiera, y los que tuvieren vendida madera adelantada, no le den mas que lo que le cupiere por suerte por el repartimiento, y que en el precio de ella guarden lo que les fuere mandado por el concejo.

Item ordenamos y mandamos que si fecho el tal repartimiento de la dicha madera sobrare alguna, la traiga pregonar en esta villa para que dentro de tres dias la vayan á comprar los que así tienen derecho del dicho aprovechamiento, y el término pasado los Sres. de las tales sierras puedan vender la tal madera al dicho aprovechamiento, y si para su necesidades los dichos dueños vendieren alguna madera adelantada, no les puedan dar mas madera de la que por el dicho repartimiento les cupiere, y guarden los tales dueños la órden que por este consejo se les diere, así para el dicho repartimiento como para el precio que hubiere de llevar por cada pieza aserrada, é para lo demas segun visto le fuera al dicho concejo, sopena que el que contra ello y estas ordenanzas incurra en la dicha pena de suso por cada vez, y mas pierda la madera por la primera vez, aplicado todo segun dicho es, y por la segunda vez haya doblado la dicha pena, y por la tercera la dicha pena del doblo, y mas no pueda cortar pinos, ni andar en la sierra por dos meses primeros siguientes, y mas esté preso doce dias.

Que se le dá coto y redonda á las sierras de agua á cada una media legua comun, y que no corten pinos en ellas, salvo para edificacion de casas, los vecinos del comun. Item por cuanto por experiencia se vé que el principal aprovechamiento que esta villa y su tierra tiene son las dichas sierras de agua, porque por las maderas que en ellas se hacen traen los forasteros los bastimentos segun mas largo se habla en las ordenanzasde suso de las cargas sin cargos, porque por experiencia se ve que los pinares se van agotando por las talas que se han hecho, y si no se les guardese redonda para las tales sierras, en poco tiempo se perderian, y así hay algunas pérdidas por falta de pinares y estar desviados los pinos.

Porque el dicho comercio no pare y todos sean abastados, y la república no reciba daño, ordenamos y mandamos que todos siempre se les guarde á cada una de las sierras media luegua que les damos é señalamos por coto alrededor, siendo señalado y aprovado por el dicho consejo é oficiales de él de tal manera que ninguna persona sea osada para madera de rio cortar, nigun género de pinos de ningun gordor que se, aunque sea del gordor de hasta de azadon, é para ello no se pueda dar licencia, y si se diere no valga, porque siempre así los pinos criados, como los que crien é nacieren, estén para el aprovechamiento de las dichas sierras de agua, y no para otra cosa alguna;

Pero permitimos que para edificios de casas de los vecinos de este comun del valle de Segura puedan entrar á cortar madera en dicho coto, é no para otro efecto ni aprovechamiento alguno, sopena que el que lo contrario hiciere, ó cortare, ó arrendare, ó desmochare, ó quemare en el dicho sitio de los dichos pinos para otro efecto mas del para que está dicho, incurra en pena de mil mrs. por cada un pié, aplicados segun dicho es, lo cual pueda denunciar cualquier persona si antes lo prendare ó si cualquier caballero, y haya la parte que se aplicare, los caballeros para si antes lo denunciare, porque así sea mejor guardado el dicho coto; y mandamos que la dicha media legua sea comun, y no legal al rededor, el cual coto les señalamos á los dueños de las tales sierras el que puedan cortar para el aprovechamiento de ellas sin pena alguna, tambien permitimos que para llevar en carretas á la Andalucía, puedan cortar en los dichos sitios con licencia del consejo, juntándola en forma que no los convertirán para el rio, so la pena dicha doblada”.

Así que con estos datos en mi cabeza y en mi corazón un amor grande por cuanto en estos lugares existe, desde hace tiempo vengo queriendo saber dónde estuvieron instaladas las famosas máquinas y qué quedan de ellas. ¿Vosotros me podéis ayudar?
‑ Sí que te vamos a echar una mano pero vamos a empezar bien. Lo primero es tener claro que la palabra sierra, en este caso, no se refiera a monte, sino a artilugio mecánico que movido por la fuerza de las aguas que bajaban por el río, servían para cortar madera.

Te digo esto porque ya en muchos mapas y otros escritos la palabra “Sierra del Agua”, la aplican a los montes cercanos que por ahí se encuentran y ello, aunque con el correr del tiempo se haya aceptado porque nadie dijo nada en contra, en el fondo no es correcto. En todo caso arranca de las sierras, artilugios mecánicos que en otros tiempos instalaron por ahí los serranos para aprovechar las corrientes de agua y cortar con ellas los troncos de los pinos. Y por otro lado, también existen otros textos en los cuales se dicen que:

“Estas assierras de agua fueron invención de mucho ingenio: pues con una sola rueda que trae el agua, se haz en cuatro movimientos muy diferentes. Uno de alto a baxo para la assierra. Otro de caminar por tierra el madero, que se corta al justo de lo que la assierra pide. Otros dos de dos ruedas diferentes, una con el eje levantado en pie, y otra con el exe tendido para dar cuerda. Y siendo el impetu del agua furiossisimo, por caer de muy alto; con gran facilidad se para, siempre que es menester, cuando acabado de dar un hilo al madero, se pone otro. Y por ser esta machina cosa de tanto ingenio, y porque las ay en pocas partes, quise dar aquí cumplida noticia della”.

‑ Confuso tenía este punto, esa es la verdad pero ya lo veo más claro.
‑ Entonces vamos bien; así que para seguir ahora lo segundo es que nos digas qué sabes y conoces de estas sierras de agua además de los textos que ya has mencionado.

Lo que sé y conozco es lo siguiente: después de casi catorce años detrás de aprender de los montes y arroyos por donde estuvieron estos artefactos, me vine un día, mapa en la mano, cámara de fotos en la otra y papel y bolígrafo por si acaso, en el bolsillo y me puse a recorrer estos barrancos. Entré por Siles y al llegar a la cumbre donde las laderas del Navalperal dividen las vertientes del río Guadalimar y las del río Tus, aguas que van al Océano Atlántico y aguas que van al mar Mediterráneo, me fui para la izquierda. Una pista de tierra que sale por allí y en los pinos, en unas tablas clavadas en sus troncos, leí: “Cardeña, Peñalcón, camino particular, prohibido el paso”. Como iba despistado y perdido me dije que aunque fuera camino particular y prohibido tenía que entrar y en cuanto me encontrara con alguien ya le preguntaría y le diría qué era lo que por allí buscaba.

Y la primera sorpresa fue comprobar que el camino que siempre había imaginado y en mi mapa así aparecía, carretera, resultaba sólo una pista de tierra, privada y al parecer sin salida. En algún sitio leí y también en mi mapa, que la pista tenía cuatro metros de ancho. La segunda sorpresa fue que a los tres kilómetros me encuentro con una casa tipo chalé, por su lujo y la cantidad de perros que allí había y entonces me paro. Los perros me quieren comer y en estos momentos sale un señor alto, delgado y con pantalones cortos.
‑ Usted perdone, voy perdido por aquí pero es que estoy buscando los lugares donde en tiempos remotos estuvieron montados unos artilugios mecánicos que movidos por el agua servían para cortar troncos de pinos. Las sierras de agua le llaman y creo que fue por aquí por donde estuvieron montadas.

‑ Esto es una finca particular que se llama Cardeñas y el camino sigue y a unos 7 kilómetros hay unas casas que se llaman Peñalcón que pertenecen a la finca que también se llama así. Algo más abajo hubo una serrería hoy abandonada. Pero hasta hace poco estuvo cortando madera. Mire usted, nosotros no somos de la sierra, somos de fuera y como hemos comprado esta finca estamos ahora por aquí pasando unos días en contacto con la naturaleza y el silencio. Lo mejor es que siga y en Peñalcón, que vive el guarda, le pregunta.
‑ Según el pequeño mapa mío, más o menos en este punto debía encontrarse el cortijo de Cáderna de Arriba y algo más adelante el cortijo de Cárdena de Abajo. Y con arreglo al plano, un poco antes de que la pista llegue al río, sobre el kilómetro siete o así, a la derecha, se desvía un caminejo que baja. Donde se juntan los tres cauces, arroyo de las Sierras de Agua, arroyo San Andrés y arroyo de la Fuente del Tejo, los cruza. Sube luego por el lado izquierdo hasta que por encima del cortijo de la Balasna, cruza el arroyo otra vez. Después de bajar un poco por el margen derecho, sigue subiendo hasta el cortijo de Nava del Espino donde engancha con otra pista que atraviesa los montes por esa zona. Cuando esta pista cruza los tres arroyos, por ahí es por donde creo estuvieron montados esos aparatos.
‑ Todo lo que usted dice casi no existe ya. La pista que baja a los tres arroyos, con el coche que lleva es imposible recorrerla. Los cortijos de los que habla creo que ni siquiera se encuentran ya por aquí y por supuesto, esta finca se llama Cardeñas porque nosotros somos los dueños. No hace mucho que la compramos. Pero de todos modos ¿podemos ver su plano?
‑ Sí, claro, aquí lo llevo.

Ojean ellos los planos porque ahora ya son dos. Detrás del primero ha salido el segundo que es también alto y delgado y me dicen que son hermanos. Y claro, en mi plano, por encima de su cortijo con claridad se puede leer lo siguiente: “Sierra de Agua”. Es un rótulo grande que arranca por la altura de las Acebeas y se alarga por lo alto de su cortijo y las sierras que por esa zona quedan. El barranco norte del pico Navalperal, algo más adelante Cerro del Pedregoso y en la misma dirección en que corre el río y va la pista que llevo, Cerro de los Calarejos que son casi cinco cumbres entre los 1.200 a 1.600 m.
‑ Por esto, lo mejor es que usted llegue hasta Peñalcón y se informe. Queda de aquí unos siete kilómetros y el camino está incluso mejor que el que ha traído.

Así que como ya vi claro que ellos no iban a darme mucha más información de la que me estaban descubriendo, los despido y sigo bajando y antes miro el cuenta kilómetros. Ya he recorrido tres desde la carretera asfaltada hasta el chalé.

Me quedan siete según me han dicho, por lo cual, Peñalcón se encuentra en el kilómetro diez. En unos minutos de bajada empiezo a pasar por debajo de los grandes picos rocosos del Calarejos. Y no sé si es por ser la primera vez que vengo y veo estos montes y paso por aquí o porque realmente estos montes son magníficos, el caso es que me impresionan tremendamente. Son rocas rojas, totalmente peladas y como la pista sigue hundiéndose en el barranco, por momentos me voy sintiendo asombrado. Hasta tengo miedo y por eso conduzco despacio dejándome empapar por la profundidad de los barrancos y cumbres.

Es verdad que cuando uno recorre por primera vez los paisajes de cualquiera de los montes de estas sierras, muchas cosas impresionan hasta el límite del asombro e incluso del miedo pero tengo que decir que ésta que piso ahora mismo, me asusta como ninguna.

La bajada, hacia los cañones por donde empieza a descender el río Tus, es tremenda y quizá por eso, porque esto es totalmente desconocido para mí y, además, voy bajando y picos gigantes que me desbordan por ambos lados, quizá por esto me encuentre en estos momentos tan impresionado y sintiendo hasta miedo porque si tuviera algún problema con el coche en esta pista y estos barrancos, creo que lo iba a pasar bastante mal para salir de aquí. No conozco las montañas que estoy recorriendo y como realmente son grandes y profundas, todo ello crea en mí la sensación de incertidumbre e inseguridad.

Remonto una lomilla y a mi izquierda un profundo barranco, coronado por la cúspide del Calarejos y hacia donde giro, bajando en picado. Intuyo que es normal que el paisaje por aquí sea cada vez más profundo. El río ya corre a mi derecha abriéndose camino por entre las grandes crestas. Y justo a siete kilómetros desde la carretera asfaltada, al bajar el barranco que me enfrenta con los Calarejos, a la izquierda me encuentro una tinada que aparece como escondida bajo las laderas rocosas y en el rellanillo que la pista traza al cruzar el arroyo. Me paro y la veo abierta. La puerta de la vivienda se encuentra abierta y se ven unos pantalones verdes colgados en la entrada. Huele a oveja.

Toda a construcción es de piedra y ahora que empiezo a recorrerla enseguida se me viene a la mente el deseo de encontrarme por aquí con el pastor. Tan desorientado como me encuentro y en tierras tan lejanas y desconocidas para mí, hoy más que nunca necesito de la presencia de un pastor, porque bien sé que nadie más que un pastor podrá darme la mejor información de los lugares que piso. Sólo él sabrá darme las explicaciones que ahora mismo necesito. Me asomo al corral que es amplio, tiene la parte de arriba cubierta, con tejado a dos aguas y cinco pilares de piedra que sujetan la estructura. Al lado izquierdo, un poco más hacia la pista, existe otra dependencia que por la chimenea que remonta el tejado, adivino enseguida es la parte de la vivienda.

Me acerco, empujo la puerta que ni siquiera tiene llave ni cerrojo y lo primero que veo es la cocina y otra estancia que comunica al corralón. Todo se encuentra lleno de excrementos de oveja. No vive aquí, al menos ahora, ningún ser humano aunque sí se ven señales de haber sido habitada no hace mucho tiempo. En el llano que se encuentra en la entrada crecen varios ejemplares de pinos laricios que son buenos, realmente buenos. ¿Cómo se llamará esta tinada y el rincón donde me la he encontrado?

‑ “Prao Maguillo”, esa es la tiná de Prao Maguillo y es donde viven unos pastores que son dos hermanos y tienen unas treinta ovejas.
Es lo que me dice Gonzalo, el guarda de la finca del Peñalcón donde, a la una o así, me paro.
‑ Pero he visto que allí no hay nadie.
‑ Sólo en algunas temporadas ocupan esa tinada. La mayoría del tiempo viven aquí abajo, en las ruinas de lo que fue la serrería de Peñalcón.
‑ Y la serrería de las sierras de agua que estoy buscando ¿por dónde cae?
‑ Mire usted, llevo aquí toda mi vida trabajando en esta finca, que esta es una finca particular y la dueña vive en Murcia y nunca he oído de esas sierras. La única serrería que de siempre yo conozco es esta de Peñalcón que como le digo es particular, de los dueños de esta finca y la madera se la llevaban a Orcera.

Se la siguen llevando todavía porque en la finca ésta, todos los años se cortan pinos que amontonan en la serrería para llevárselos luego a Orcera. Antes los troceaban aquí y según me contó mi padre, el primer camión que de estas sierras sacó madera era un camión que andaba con carbón. Dos hombres tenían que ir todo el tiempo echándole carbón hasta que subía las cuestas por donde ha bajado y antes todavía de eso la madera la sacaban con mulos y burros hasta esa casa en que usted ha estado y que se llama “La Majá del Carretero”. Desde ahí se llevaban luego los pinos a la Era del Fustal, donde la carretera que sube de Segura de la Sierra se divide en la que va para río Madera y la que viene a las Acebeas. Desde la Era del Fustal ya se llevaban los troncos de pinos hasta la serrería de Orcera.

Así que ya le digo, esto es una finca particular y de vez en cuando los dueños se vienen aquí una temporada de veraneo. No hace mucho ha estado la señorita y cuando se marchó me dijo a mí que iba a irse a Málaga otra temporada. Porque tanto calor ha hecho que la otra noche, estábamos sentados al fresco, bajo los árboles, y subió por el río una racha de viento tan caliente que parecía que nos iba a asfixiar.

Nos metimos dentro y ahora parece que llevamos unos días que ha refrescado pero como esto siga así, no sé qué va a ser de nosotros con la sequía porque fíjese por aquella ladera como se ve el monte casi quemado. Cuatro años sin llover ni nevar no lo he conocido nunca en estos lugares y como no llueva el año que viene se achicharra todo el monte. Hasta los pastores que le decía antes se van a tener que marchar de aquí después de llevar una vida entera en estos montes. El otro día les trajeron unas treinta alpacas de alfalfa y las ovejas ya se las han comido. Ni para una semana han tenido con ese alimento.

Los pastores dicen que ya han vendido los borregos y en menos de un mes se han gastado los dineros en la compra de alfalfa y los campos, fíjese como se encuentran. Ya le digo, toda la vida tirados en estos montes, sin sábados ni domingos ni días de fiestas para descansar, comiendo y viviendo malamente y luego sin tener un duro, porque yo, en cuanto llega el sábado, al medio día dejo el trabajo y hasta el lunes y luego tengo mi mes de vacaciones y pagas extraordinarias pero ellos, como unos esclavos y sin futuro. Yo cojo mi mes de vacaciones en enero y me voy a la aceituna, así que ya tengo dos pagas, lo que gano aquí como guarda y lo que saco en la temporada de la aceituna. Porque con los tiempos que corren hay que echar mano a donde sea.

Mientras Gonzalo me ha ido contando estos mil casi secretos no he dejado de observar el rincón de este Peñalcón. Es un cortijo asentado justo en el mismo borde del río Tus que por este punto ya trae mucha agua a pesar de la sequía. Se extiende por aquí una amplia llanura, repleta de álamos, nogueras y árboles frutales y en la explanada, se alzan las tres o cuatro casas que conforman el cortijo. Por detrás, al norte, quedan las colosales crestas rocosos prolongación de Calarejos y que aquí recibe el nombre del Peñalcón de donde lo cogieron para el cortijo. Estas cuerdas montañosas se alargan por el margen izquierdo del río Tus abajo y saliendo ya de la provincia de Jaén recibe el nombre de Collado de los Organos y más abajo Calar del Mundo.

Por el otro lado del río, el derecho siguiendo la dirección de la corriente, frente y a lo lejos se ven las sierras Cuquillo y más al fondo pero bien dibujadas en el horizonte por la blancura de sus rocas y lo alargado de su figura, las sierras del Calar de la Sima. Impresionante mole esta que se divisa desde muchas cumbres de este Parque Natural.

‑ Como estoy convencido de que por aquí no se encuentra lo que vengo buscando, lo mejor es que me vuelva y ya otro día veré si tengo más suerte.
Le digo a Gonzalo.
‑ Ya que ha llegado usted hasta este sitio, siga bajando y como a un kilómetro o así se encontrará la serrería. Ya le digo, no hay ni vive nadie pero es bonito el rincón.
Sus palabras me animan. Después de despedirlo, sigo bajando y ciertamente es verdad, a unos mil metros, junto a las mismas aguas del río y también a la izquierda, aprovechando una pequeña llanura en la ladera de la cumbre, veo varias instalaciones de madera. Son como barracones alargados y cuento al menos seis o siete con una gran casa construida de cemento, ladrillos y cal, al lado izquierdo. Junto al río, en la llanura, algunas pilas de troncos de pinos. Me paro sin interés por los detalles y paisajes que estoy descubriendo porque mi ilusión de hoy es otra. Sin embargo, me pongo en marcha y empiezo a ojear lo que por aquí voy encontrando. Los últimos barracones alargados, pegados a las mismas rocas que bajan de la cumbre y donde viven los pastores, según lo que me ha dicho Gonzalo y los restos de lumbre que por aquí ahora descubro. Los otros barracones ladera abajo hacia el río, de madera y como escalonados. Una alberca donde desagua el pequeño canalillo, hierros y mangueras de toda clase, en uno de los barracones y ruinas.

Un amplio complejo de ruinas sobre las tierras de la ladera pelada y ni siquiera los pastores ni las ovejas. Sólo un perro solitario que al verme ni ladra, mas bien huye como asustado y se aleja por el monte. Así que algo confortado por el encuentro de este singular, bello y un poco extraño mundo que por aquí me he tropezado, después de dedicar un rato a recorrer las ruinas de la olvidada y vieja serrería junto a las aguas del Tus, me vuelvo para atrás.

Ya es tarde y como me siento un poco fracasado en este intento mío y como no he descubierto las ruinas de lo que andaba buscando, decido subir la cuesta del camino de tierra que me ha traído hasta la serrería de Peñalcón y una vez en la carretera asfaltada de las Acebeas, quedarme por ahí el resto del día. En otra ocasión seguiré buscando por entre estos arroyos a ver si tengo suerte y descubro las sierras de agua y punto y final de esta experiencia mía y comentario de las antiguas y famosas sierras de agua.

II ‑ No te desamines. Lo que te ocurrió le sucede al “más pintao”. La sierra en general es grande y llegar a conocerla bien no resulta fácil. Nosotros siempre hemos dichos que los montañosos caminos que surcan estos montes “tienen muchas migas”, vamos que “eso tiene mucho que deslindar”. ¿Lo entiendes?
- Algo sí.
- Quiero decirte que el barranco que tú deseas conocer “tiene mucho pan con que mojarlo”
‑ Cuando lo intente otra vez ¿qué tengo que hacer?
‑ Te lo voy a explicar. ¿Conoces la carretera que lleva a las Acebeas?
‑ ¿La que sale de Segura y al llegar a la cumbre se va para la izquierda en busca de Siles?
‑ Exactamente. “No tiene perdedera”. Y eso que llamas la cumbre aunque es una cumbre, también en este caso tiene un nombre: “Era del Fustal”. La cumbre se encuentra en esta misma carretera pero al otro lado del Yelmo, subiendo de Hornos. “El Puerto de la Cumbre”, carretera que lleva desde Hornos a Pontones y Santiago de la Espada.

Por allí en otros tiempos, iba una senda, que siempre yo llamé “La Senda de la Atmósfera”. ¿Me permites que te digas dos palabras de la senda que por allí iba en otros tiempos?
- Si va a ser para alejarnos mucho de lo que tenemos entre manos, mejor lo dejamos para otro momento.
- Será sólo un pequeño rodeo pero que merece la pena para que comprendas algo mejor las sierras que andas recorriendo.
- Pues adelante pero resumen todo lo que puedas.

- La palabra que en esta ocasión he cogido para definir mi senda se refiera a la masa gaseosa que rodea a la tierra. Es natural que por esas regiones sea imposible que vaya una senda y menos todavía una senda de las características de la mía. Pero para mí, que he recorrido esa vereda, que la he visto con mis propios ojos y la he sentido arañándome en lo más hondo del alma, sí es verdad que mi senda no sólo roza esa región del universo sino que la penetra y una vez dentro sigue adelante como si su objetivo final fuera el infinito, Dios mismo.

Hasta la majestuosa “Cumbre” se puede llegar tanto por el lado sur, el norte, el este y el oeste y como la cumbre es tan bella y desde ahí se puede ir a tantos sitios, los hombres rompieron la senda en todas las vertientes para trazar sobre ella carreteras y pistas forestales. Porque antes siempre se subía andando hasta esta cumbre y se podía tardar el día largo si la subida era desde el valle, por el lado norte. Si subías por el lado sur el tiempo en llegar hasta la cumbre por aquí era mucho más de un día. Luego, en las otras dos direcciones casi se perdía en el infinito porque hasta la cumbre llegaba precisamente viniendo desde ahí: desde el infinito. Y como se tardaba tanto en remontar y ahora, en los tiempos en que vivimos hay mucha prisa por todo, los hombres decidieron que la senda se convirtiera en pista y en algunos trozos en carretera asfaltada.

Así que ahora, desde hace algunos años, la senda de la atmósfera, cuando va por esas laderas subiendo hacia la cumbre, ha dejado de ser senda para convertirse en carretera. Una barbaridad más de este progreso nuestro que aunque en el fondo tenga más comodidad y haga más cortas las distancias entre la gente, no deja de ser algo desastroso para la belleza de los paisajes e incluso para la felicidad y el gozo de las almas de las personas.

Pero aunque todo lo que he dicho es verdad, cuando los distintos ramales de la senda se juntan allá donde la cumbre casi roza las nubes, un trozo de todos ellos milagrosamente logra escapar de la carretera y alejándose por su mundo de siempre, sigue siendo senda que busca el infinito por la región donde las estrellas parpadean. Esto es lo único que hoy queda de aquella gran senda que chorreaba por las laderas hasta los valles y por donde los hombres siempre subían y bajaban andando, tardando un día entero en su recorrido pero llenándose hasta lo más hondo de las sencillas sensaciones que la vida siempre regala al andar estos caminos montañosos.

Pero, además, quiero decir con claridad que aunque el trozo de senda salvado de la modernidad que los hombres modernos han traído por aquí, es pequeño, sigue teniendo la entidad y belleza suficiente como para llenarte del placer más profundo. Y quizá más todavía aunque sólo sea desde ese frágil y pequeñito mundo de mis sentimientos: es tan densa la belleza que mana de esta senda y los paisajes por donde va que el corazón se te queda asfixiado y casi no puede seguir latiendo por la abundancia que hasta él llega.

La senda primero atraviesa la pequeña llanura de los arbolitos enanos, pinos laricios y sabinas. Es la llanura donde la nieve en invierno se amontona y por las noches se hace hielo; luego al llegar la primavera se derrite y en la llanura se forma una pequeña laguna que está exactamente un poco al este sobre la misma cumbre. Desde aquí la senda se va dirección al poniente cruzando la región donde nacen los arroyos que vierten al río Madera. Y como esta zona es casi la cumbre es aquí donde los arroyos tienen su nacimiento.

Brotan aquí mismo los manantiales de abundantes y limpias aguas y nada más salir a la superficie se despeñan por los barrancos que enseguida empiezan a ser profundos, caudalosos y misteriosos. Según subes por la senda los vas viendo por la parte baja y se te empieza a derretir el alma de tan grandiosos, mágicos y profundos. Quedan a los lados los grandes bosques verdes y por entre ellos ves de vez en cuando algún trozo de carretera que antes fue senda.

Cuando ya cruza los manantiales donde empiezan a nacer los arroyos viene enseguida la otra pequeña llanura donde aún se ve las ruinas de aquel precioso cortijo. Vinieron a construirlo casi a dos paso del azul del cielo y se comprende bien por la placidez de estos paisajes y tan bañados de praderas verdes por donde, ya lo he dicho, no hay nada más que agua y manantiales. Toda una maravilla de ensueño donde hasta el viento es más frío y el silencio aplastante.

Pasa la senda rozando estas ruinas y cuando te crees que ya se va derecha a la oscura ladera donde los árboles son catedrales escondidas entres las nubes, se tropieza de frente con la asombrosa maravilla: el paso estrecho por el mismo borde de las rocas y donde el agua no es ni cascada ni manantial ni corriente sino un laberinto azul‑blanco que se quiebra, se derrama y se vuelve a quebrar. Como si todo fuera una danza alegre cuya única y sencilla finalidad es sólo una alabanza al creador del universo. Cuando tú llegas aquí todo se te queda atascado: la senda, el precipicio, el agua, los pies sobre los que te mueves y hasta el alma misma.

Por eso te decía antes que construir la carretera por ese lugar rompiendo la senda, fue una barbaridad más de este progreso nuestro que aunque en el fondo sea cómodo y haga más cortas las distancias entre la gente, no deja de ser algo desastroso para la belleza de los paisajes e incluso para la felicidad y el gozo de las almas de las personas que nacimos en esta tierra. Ya he terminado con mi senda, seguimos con tu ruta.

‑ Pues estamos en la Era del Fustal.
‑ Si desde aquí te vas para la izquierda sales a las Acebeas, esa antigua y famosa casa forestal, luego el campamento de las Acebeas que no se encuentra en el río Madera como mucha gente piensa sino cerca de un sitio que se llama el Cortijo del Tambor y también cerca del arroyo Tejuelo.
‑ Por ahí, siguiendo la cumbre, he pasado.
‑ Pero nosotros vamos para el lado derecho una vez que estamos en la Era del Fustal. ¿Conoces eso?
‑ También pasé por ahí en varias ocasiones.
‑ Esa es la carretera que te llevaría al río Madera, las aldeas y los campamentos si por esa ruta te fueras pero hoy nosotros nos vamos a desviar a la izquierda a unos dos kilómetros o así de la Era del Fustal.
‑ Tengo recorrido también ese camino. La que sale a la izquierda es una pista de tierra que en un principio parece que te lleva derechamente al pico Espino. ¿Verdad?
‑ Eso es lo que parece pero no es así. ¿Conoces la Nava del Espino?
‑ Sí que la conozco; esta Nava del Espino de la Sierra de Segura y otras dos navas más también con el nombre del Espino en la sierra de Cazorla y de Quesada pertenecientes a las Sierras del Parque Natural.
‑ Me estoy refiriendo ahora a esta Nava del Espino en la cabecera del río Madera y del río Tus.

‑ En ésta, con los niños de la Puerta de Segura, estuve en una ocasión viviendo, en compañía del científico, una bonita aventura. La nava, además de un cortijo o casa tipo chalé, lleno de césped y flores, es también una bonita llanura llena de pinos laricios y mucha hierba.
‑ Y le viene el nombre del gran pico que se alza al levante de esta nava. El pico del Espino que tiene 1.722 m. pero principalmente la nava es una finca privada que tuvo su cortijo no arriba en la llanura sino abajo, en la pista que por allí se divide a la izquierda y baja al barranco que será el punto que a nosotros nos interesa. Para que lo sepas bien te voy a decir que el camino que ahora nos ocupa y hasta esta nava nos lleva, en otros tiempos se llamaba precisamente así “camino de la Nava del Espino” y moría allí justamente, en el lado norte del gran cerro del Espino.

Arrancaba de otro camino que por allí llegaba atravesando la sierra y que se llamaba “Camino de la Cueva Humosa”. Se juntaba con el que bajaba por el barranco y subía luego buscando el arroyo de la Fuente del Tejo. Por eso se llamaba “camino de la Fuente del Tejo” y algo más adelante se llamaba “Camino de Siles a Miller”, pasando por la Morilla. Por el nacimiento de la Fuente del Tejo se dividía en otro ramal que se llamaba “Camino de la cuesta del Majano a los Huecos de Bañares”.
‑ Pero vamos a ver: si desde el cortijo en la Nava del Espino, seguimos resto ¿a dónde vamos a parar?
‑ En lugar de desviarte a la izquierda y bajar por el barranco, si seguimos recto salimos a muchos sitios. En primer lugar a la ladera norte del Pico Espino, por donde la pista ha sido tallada casi en la roca viva porque ya te dije, por ahí no hubo nunca ningún camino. Han tenido que romper medio cerro para meter la pista y por eso mientras el carril se eleva monte arriba, a tu izquierda se abre la panorámica más impresionante que puedas imaginar. Como de un sueño, surgen los barrancos por donde van confluyendo los arroyos que al juntarse ya son el río Tus.

Una sobrecogedora visión la que desde ahí se descubre. En segundo lugar el camino, la pista esa te lleva al levante del Pico Espino por donde existe una hermosa y amplia cañada y por cuyo centro ya viene bajando un pequeño arroyo.
‑ ¿Cómo se llama la cañada y el arroyo?
‑ La cañada tiene tres nombres. Cañada del Hornico que es por donde la cruza la carretera de tierra que llevas; Cañada del Sabuco algo más arriba por donde ya existen unos cortijillos y Fuente del Majano, algo más arriba y esto puede ser quizá por el cortijo del Majano que se encuentra al lado sur. Ya te dije antes que esto se llamó Camino de la Cuesta del Majano y no sabría decirte cual de los dos toma el nombre de cuál porque el cortijo también se llama Cortijo de la Cuesta del Majano. Por ahí mismo le entraba a ese cortijo otro camino montañoso que venía desde el sur y que se llamaba “Camino de la Cuesta del rey a la Cuesta del Majano”.

‑ Y en esa gran cañada de Sabuco, la pista ¿se termina o sigue?
‑ La pista de ahora, muere un poco pero continúa. Las veredas de antes, ya te lo he dicho, no se acababan, sino que se cruzaban y seguían.
‑ Explica eso porque no lo entiendo bien.
‑ La pista de ahora que es lo equivalente a los caminos de antes aunque no por completo, se termina porque en la misma cañada se convierte en tres pero sigue porque uno de los tres es la pista del centro. La misma que hasta ahí hemos llevado, que se alarga.
‑ ¿Algunas de esas tres pistas, viejos caminos en otros tiempos, me llevarían a los lugares en que tuvieron montadas las herramientas que movía el agua?

‑ Ninguna de las tres. La de la izquierda que es la más cortica, baja un poco y se mete en el barranco, viniéndose cada vez más a la izquierda y nos lleva justo al nacimiento de la Fuente del Tejo. Por aquí, de la cumbre bajaba o del barranco subía, la senda que antes te decía. Algo más en lo hondo, pegado al cauce del arroyo, existió en otros tiempos un molino que se llamó Molino de la Fuente del Tejo y más arriba estaba el manantial del Rincón de Santa Ana. En el mismo arroyo pero metido ya en lo hondo, construyeron y se encuentra el Cortijo de la Balasna y más abajo aún, el desaparecido edificio del Molinete. Si seguimos descendiendo, el arroyo nos llevaría al lugar donde estuvieron los artilugios movidos por el agua pero no es por aquí por donde a nosotros nos interesa.
‑ Entonces continuemos con las pistas que todavía nos quedan.

‑ Las dos que nos esperan, la del centro es la principal. Atraviesa la cañada, da unas curvas, sube a un punto dejando a la izquierda el gran calar de Morilla y a la derecha el impresionante “Castellón de Morilla” que así es como se llama. En los textos antiguos que nos sacaste antes, en el apartado 13 se dice que este camino, en otros tiempos, fue la llamada carretera de Orcera a Yeste, pasando por Morilla, Huecos de Bañares y Paralís.

“Tiene este camino muchos pinos, eçinas, robres, frexnos, texos, avellanos, maguillos, donde se crían maçanas, yedras brabísimas y açebos. Ay valles tan hermosos y vellos con mucha abundançia de agua y desta arboleda ques toda baldia, grandes peñascos altos, a maravilla de más de quinientas baras en alto, en estos peñascos muchos arboles, yedras criados que los cubren y adornan todos, que no ay paños de Flandes más que ver. Ataja este camino casy en la mitad una peña alta, a maravilla esta hendida por la mitad, cuanto puede pasar un hombre a cavallo, tiene un quarto de legua en largo, la dicha peña, sí estuviera en çerco de alguna çiudad o villa ninguna en el mundo fuera más fuerte.

Este propio camino, ay sierras de agua donde se asierra gran suma de madera, en este propio camino ay tanta suma de pinos derribados y madera y leña que nadie se aprovecha dello, es en tanta cantidad que si la dicha leña estuviera en Toledo o en Syvilla o Madrid valía tanto o más que una razonable çiudad, y esto mismo desta madera y leña ay hazia otras partes deste dicho término que valen otra tanta suma como está dicho y más, y nadie se aprobecha della. Ay çerca deste a la parte donde el sol sale, que se dize Morilla, en unas peñas altas unos castellones muy fuertes que ansy se dize que son de peña biba hechas las entradas a posta, muy angostas porque allí se recogían en tiempo de guerra”.

Por lo que ya puedes comprobar que el camino fue importante incluso en aquellos tiempos. Se habla de Morilla y se habla del Castellón.
‑ Y por fin Morilla ¿qué es?
‑ Una finca particular y también varios cortijillos aplastados en la segunda curva del camino según bajamos desde el Castellón hacia el comienzo del gran cauce del arroyo de la Espinea y justo donde este arroyo se junta al río Segura, ahí se encuentra Paralís; la última aldea de Segura de la Sierra y también de la provincia de Jaén dentro de las inmensas sierras del Parque Natural. Una vez situados en Morilla, si seguimos bajando por la pista que hasta este lugar hemos traído, llegamos a la Aldea de Prado de Juan Ruiz que se encuentra rozando el nacimiento de un afluente del arroyo de la Espinea. Precisamente este afluente se llama así: arroyo de Prado de Juan Ruiz. Por la derecha de su cauce, baja una pista que nos lleva hasta la misma junta con el arroyo que viene desde Morilla.

Una vez aquí podemos volvernos para atrás pero si seguimos bajando por el cauce del arroyo, a la izquierda, se nos queda otra cortijada que se llama Cañada Chica y más adelante, a la derecha, tenemos el Cortijo Rojo y el Cortijo de la Espinea. Algo más avanzado, tenemos los conocidos y hermosos Huecos de Bañares, la Loma Rasa y el Cerro Guijarral, todo ello cerca ya de la última aldea de nuestra provincia, la pequeña pero inmensamente bella Paralís, en las márgenes del río Segura y pegada a la carretera que baja desde Santiago de la Espada y la Toba buscando Yeste.

Pero al pasar el gran Castellón, al lado sur mismo, entre grandes moreras y aplastada en el barranco, como asustada por los tremendos riscos que le rodean y justo en el nacimiento del arroyo de la Espinea, se alzan los cortijos de Morilla donde viven algunas familias al cuidado de la finca que tiene precisamente el mismo nombre. Desde estos cortijos es desde donde se ve bien el vasto calar de la Sima. En un principio sigue la misma dirección del arroyo pero según se alejan van separándose. El otro calar de Morilla se encuentra allí mismo, bajo el inmenso Castellón, en la hondonada en que silenciosos duermen los cortijillos.

‑ Ni conozco esa zona ni creo que nunca vaya por ahí de lo lejos que me queda, porque según me dices, eso se encuentra ya en los mismos límites de la provincia que para mí son casi la frontera del fin del mundo.
‑ Ya verás como algún día te dejas caer por esos rincones porque aunque no lo creas esto queda dentro de los límites del Parque Natural. Yeste y Alcantarilla, por ahí quedan entre los ríos Tus y Segura.
‑ No nos vayamos más lejos y volvamos al tercer ramal de la pista que todavía nos queda y que nos sirvió para traernos a las profundas sierras del agua. ¿Adónde nos lleva este tramo?

‑ Un poco antes de bajar al cauce del arroyo de la Fuente del Tejo, a la derecha y remontado por las laderas del pico Espino, por el lado del levante, discurre el tercer ramal que por suerte ahora mismo se encuentra recién arreglado. Si alguna de las veces que vayas por allí lo sigues ya verás como te lleva a la Aldea de Los Anchos y a la otra aldea llamada Peguera del Madroño. Como en natural, una vez allí ya te puedes comunicar de nuevo con las aldeas que se aplastan junto al río Segura y al río Madera.
‑ Impresionante la zona que desde aquí se puede recorrer pero ya que hemos, no acabado sino oteado un pequeño universo, los horizontes próximos al gran barranco donde me vienes insistiendo estuvieron aquellos inventos, vamos a meternos por fin por allí y recorrer lo que tanto me inquieta.
‑ Tienes toda la razón del mundo. Vamos a meternos por el barranco y a desguazar lo que tanto a ti te atrae pero ¿me permites a mí un inciso?
‑ ¿Para qué?
‑ Ya que andamos por las tierras de la hermosa aldea de Los anchos, quisiera contarte una curiosa historia que en otros tiempos por allí ocurrió.
‑ También quisiera eso y quisiera otras muchas cosas pero la verdad es que como sigamos parándonos aquí y allá con los recuerdos, nombres e historias de cada uno de los rincones de estas sierras, no vamos a llegar nunca a donde tenemos que aterrizar o al menos quiero llegar.

‑ Eso también es verdad pero quiero decirte a ti que si has venido a lugares tan lejanos porque le tienes cariño y lo único que buscas es sólo empaparte de ellos y quedarte, si posible fuera, en cada uno de los rincones que por aquí hay, no debes tener prisa en alcanzar un sitio si es que antes te encuentras con otro también importante y bello. Sería una pena que ya que estamos por aquí, nos fuéramos de esta hermosa aldea de Los Anchos sin hablar de aquellos tan importantes hechos donde, por otro lado, se reflejan los momentos más dolorosos y humillantes de los serranos que desde aquellos tiempos, antes y después, poblaron esta sierra.
‑ ¿Sabes lo que te digo?
- Lo intuyo.
‑ Pues que oyéndote hablar a ti ahora, me siento como culpable por no haberte dicho antes que sí, que quiero oír esa historia, pidiendo antes perdón a aquellos serranos y a estos de ahora. Adelante que prometo escucharte con mi interés abierto de par en par.

La historia, que no es mía, sino que ocurrió y se escribió en un hermoso informe que por el año 1.961 la corporación del Ayuntamiento de Santiago de la Espada, elaboró, dice que: “El deslinde del monte “Arrancapechos” que cae por ahí, cerca de Los Anchos, se aprobó por el R.O. de 26 de Marzo de 1.918, complementada por R.O. el 1 de Diciembre de 1.923, sin que dentro de su perímetro se reconociese enclave particular alguno. El amojonamiento fue dado por bueno en 1.953. Como resultado de todo ello, una parte de la aldea de Los Anchos, con sus cultivos correspondientes, quedó anómalamente situada sobre la superficie pública del Monte que nos ocupa, aunque la mayor parte de ella y sus cultivos quedaron fuera de su perímetro y en consecuencias fueron considerados como de indudable propiedad particular.

Para resolver la anormal situación de aquellas edificaciones y cultivos el Patrimonio Forestal ideó conminar a los interesados para que satisficieran un canon. Secano, 50 Pts. la Ha. riego eventual, 100 pts. riego fijo, 175 pts. y edificios, 25 pts. Tal actividad se desarrolló desde 1.957 y el Patrimonio Forestal consiguió que pagasen canon el 58% de los cultivadores enclavados por el 67% de las parcelas o, dicho en fracción de superficie, por el 68% del área de cultivo enclavada. En cuanto a los edificios, pagaron canon el 49% de los enclavados.

Sin embargo, la parte de los vecinos con bienes enclavados en el monte público que no satisfacían canon, unos cincuenta por aquellos años, se resistían a hacerlo e iniciaron numerosas gestiones. Entre las más importantes fueron escritos dirigidos a su Excelencia el Jefe del Estado. Este escrito, plenamente justificado, participa en cambio de una manera de ver del error general del planteamiento y que consiste en atribuir a decisiones libres de los funcionarios del Patrimonio Forestal, el origen de todo mal. En este caso, los interesados aseguran, más o menos, que son víctimas de inhumanos abusos, despojos y engaños. En realidad no comprendemos como en el deslinde de este monte pudo llegarse a la conclusión de que parte de las edificaciones eran propiedad particular y parte del Estado pero ateniéndonos a un criterio puramente realista, consideramos la situación actual. Esta situación se puede describir con las siguientes notas:

1‑ Los 50 pobres vecinos que todavía no pagan cano en la aldea de Los Anchos están convencidos de que las tierras objeto del antagonismo son suyas y de que el Estado trata ahora de usurpáselas mediante la proposición engañosa de un canon, sobre cuya base se apoyaría más adelante para desalojarlos. 2‑ Los interesados están dispuestos a defenderse en consecuencias a toda costa. 3‑ La situación es pues confusa, difícil y moralmente cruel. 4‑ Los afectados aceptarían indemnizaciones y emigraciones a centros de colonización. 5‑ El Estado es, muy probablemente, dueño en pleno dominio de los terrenos en pugna. 6‑ Desde el punto de vista reglamentario la actuación de los funcionarios actuales del Estado es también muy probablemente correcta y necesaria.

Estamos antes el eterno conflicto entre la defensa de los bienes estatales por funcionarios que saben al monte deslindado, amojonado e inscrito así como a los pretendientes desprovistos de argumentación legal contra el vecindario que se cree sinceramente dueño de sus roturaciones. Así, vemos como única solución del enfrentamiento del cumplimiento de deberes ineludibles con la defensa de intereses estimados como propios, un plan de soluciones.

a¿ Indemnizar en concepto de preparación para trabajos de repoblación a 2.000 pts/Ha. todas las labores que sean abandonadas voluntariamente. b¿ Imponer canon forzoso a las labores que puedan continuar mediante un emplazamiento a los cultivadores para que opten por el abandono de las labores previa indemnización o por la continuación de cultivo sin pago de contribución y con la seguridad de no ser alterado éste por el Estado durante 25 años. Medidas complementarais: conceder a las familias que opten por el abandono de las tierras la posibilidad de instalarse en algún poblado de colonización. Comprarles los bienes inútiles con la emigración”.
Y ya está; era esto lo que te quería contar de aquello que ocurrió por la aldea de Los Anchos, para que te sirva como botón de muestra. Nuestra sierra que tan bonita la ves ahora cuando por aquí vienes de paseo, desde muchos años atrás, sufrió grandes luchas y amargos sufrimientos donde casi siempre estuvo por medio la administración.
‑ Conocido este otro aspecto de aquellos serranos y la discusión por sus tierras, vamos ahora a lo que nos traíamos entre manos.

III Ya he llegado y conozco un poco hasta la llanura de la Nava del Espino. ¿Para dónde tengo que irme ahora?
‑ Tienes que seguir la misma pista hasta casi salir de la planicie dirección a Morilla. Donde el carril gira un poco a la derecha con la intención ya de empezar a subir la ladera del cerro, ahí mismo, a la izquierda, sale otra pista. Se ve con dificultad porque es menos cosa y, además, enseguida empieza a bajar ya que se mete casi de cabeza en el barranco, aprovechando la ladera del cerrillo que te va quedando a la izquierda como si tuviera miedo de hundirse de un sólo golpe en el profundo barranco.
‑ Antes de seguir quiero hacer una pregunta.
‑ ¿Qué pregunta?
‑ Si se puede o no entrar con coche por esa pista.
‑ Según la época que sea. El guarda que cuida la finca y la casa de la Balasna, baja y sube continuamente por esa pista, lo que pasa es que no es lo mismo un coche todo terreno que un turismo.

Precisamente de pasar los todo terreno se van formando como dos surcos a los lados y una loma en el centro que luego cuando llegan los turismos muchas veces rozan con la barriga en esta loma, mas si vas por allí en esta época no tendrás problemas por lo menos hasta la casa de la Balasna.
‑ Pues íbamos por el primer tramo de la pista que aprovecha la ladera.
‑ Y así baja hasta que en una curva cerrada gira a la izquierda por la ladera del Espino como si ahora quisiera venirse con el cauce del arroyo. No lo hace porque de nuevo gira otra vez a la izquierda volviéndose a la primera ladera lanzándose ya en una bajada casi recta y casi de lo primero que cruza es el pequeño cortijo.

Por la misma puerta pasa y se llama cortijo del Rincón, aunque creo que en otros tiempos fue el cortijo de Nava del Espino. El cortijo que no la nava que se nos ha quedado en lo alto. Pero claro, el primitivo cortijo no corresponde a la nava llanura sino a la nava finca porque la finca es la que se llama Nava del Espino teniendo en cuenta que también, en lo alto, existe una gran nava.

‑ Si es así seguro que primero fue la nava y después ella le dio el nombre a la finca ¿No?
‑ Por lógica se comprende que la tierra llana, a la que todos por aquí llamamos nava, es más antigua. Además, en cuanto acaba de cruzar el cortijo la pista aprovecha la hondonada del pequeño cauce que corresponde al arroyo de la Balasna. Por ahí, algo al final, en el tronco de un pino verás una tabla clavada donde con un pincel y sin cuidarlo mucho, han escrito: “Walcome, finca Nava del Espino”.
‑ ¿Quién lo ha escrito?
‑ Seguro algún guarda de por ahí pero a lo que iba es que, según el letrero que aunque rústico vale y es serio, la Nava del Espino la sitúa ya casi en lo hondo, lo cual te lleva a creer que se refiera a la finca y no a la llanura.

‑ El dato vale.
‑ Pienso que sí pero como ya estamos casi en lo hondo del barranco ahora es al barranco al que le toca el turno porque para eso has venido hasta aquí tú y la pista. Esta última da un giro otra vez a la derecha y dejando el arroyo se va buscando el cauce grande, el de la Fuente del Tejo y lo primero que hace es cruzarlo. Bajo una gran noguera existe un puente y a continuación una pequeña llanura por donde la pista avanza recta pero atención: estamos entrando en el rincón más emocionante según el interés que tienes entre manos.
‑ ¿Y a qué se debe la emoción?
‑ Porque aquí, cuando ya la pista empieza a descansar en las tierras del barranco, se nos ofrecen al menos tres posibilidades donde una nos llevaría al meollo de esa inquietud tuya y las otras dos servirían de complemento y ampliación a la primera. ¿Por cuál de las tres quieres que siga?
‑ Si lo presentas con tanto misterio y emoción personalmente quiero que sigas o empieces, según se mire, por la de menor importancia de las dos que completan. ¿Cuál es la pequeña?
‑ No hay pequeña ni grande sino grados según la razón que cada uno tenga y la que parece tendrá un grado o dos menos es la de la derecha, de las dos complementarias.
‑ ¿Y cuál es la de la derecha?
‑ La de la finca y cortijo de la Balasna aunque precisamente esta finca y cortijo es ahora una de las más importantes en el valle.
‑ Vamos con ella.

‑ Vamos con ella diciendo antes que la segunda complementaria sería la de la cascada del Saltador y la tercera, el corazón de las dos primeras, la de las famosas máquinas.
‑ ¡Qué barbaridad! Lo que estás liando para llevarme a donde deseo.
‑ Podría ser de otro modo pero la enormidad del rincón merece un tratamiento exquisito.

IV ‑ Vamos con, lo que según tú, es el recogido universo del cortijo y finca de la Balasna.
‑ Vamos allá pero antes no olvides que es ahí, justo por donde existe el puente de la gran noguera, donde se nos presentan las otras dos posibilidades.
‑ ¿Y por qué ahí?
‑ Un poco antes de cruzar el puente, a la izquierda, sale una pista que se va arroyo abajo. Este es el camino que nos llevaría a las tierras y ruinas de aquellos ingenios empujados por el agua. Cruzando el puente, también a la izquierda y después de atravesar la llanura, sale otra pista que yéndose arroyo abajo nos llevaría a la impresionante cascada del Saltador. Allí mismo, donde la segunda pista se empieza a ir para la izquierda, a la derecha y subiendo el cauce del arroyo sale la nueva pista. En realidad es la principal, la que en otros tiempos fue el “camino de Cardeñas”. La que desde allí luego se prolonga y engarza con la que hemos traído hasta el rincón y ahora nos deja junto al césped y jardines de la moderna casa del cortijo de la Balasna.

Así que nosotros atravesamos el puente, cruzamos la llanura mientras vamos dejando a la izquierda una alambrada y dentro de ella a un pequeño vivero de especies para repoblar estas sierras y al llegar al cruce nos vamos para la derecha. Sólo hay que recorrer unos cuantos metros y ya estamos en una pequeña explanada donde los periquitos riegan el césped. Es como si la pista se ensanchara para que el césped la cubra y por eso enseguida, junto a una noguera, aparece la valla de troncos y la señal de prohibido pasar con el coche.

Instalaciones y casa se encuentran cuidadas con mimo porque, permanente, aquí vive un guarda pero puede coincidir que el día que vayas por allí, no esté. Entonces tu respeto por la propiedad de los otros y tu sensibilidad te dice lo que tienes que hacer. Si tus intereses son los de informarte y pedir explicación de este o aquel monte, arroyo, sendero o barranco, como hasta que no llegues no sabes si hay alguien o no, deja tu coche. Cruza a un lado y otro buscando encontrar alguna persona. Pasas la valla con sólo levantar un poco el palo y ya te mueves en la misma entrada del cortijo. Una gran explanada repleta de césped, bañada por el agua fresca de los periquitos y arropada por las espesas sombras de las nogueras. Bajo la sombra del centenario árbol, te encontrarás un buen banco de madera que no es banco sino una mesa rectangular, bastante ancha y larga, con dos asientos a ambos lados formando una sola pieza con la mesa.

Como son tablas auténticas, sacadas de los pinos de estas sierras, gruesas y con su color propio de madera, enseguida descubres que la pieza en sí es una verdadera joya. Te asombra nada más verlo y de momento sientes la necesidad de sacarle una foto. “Total, si sale el guarda o los dueños le pediré perdón y le diré que mi intención es sólo la de buscar a alguien para preguntarle por algunos recovecos de estas hondonadas pero al ver esta maravilla no he podido resistir la tentación de hacerle una foto”. Te dices a ti mismo mientras ya has terminado de disparar la máquina y te mueves rodeando la casa.

Y la vivienda te asombra cada vez más. Tiene una gran fachada con muchas ventanas y varias puertas. Algo más hacia la cumbre, en el mismo rellano y repartido por entre el césped, hay otras mesas y estas las forman las viejas piedras del molino. En otros tiempos por aquí hubo un par de molinos. Los que ya conoces como el Molino de la Fuente del Tejo que se encontraba siguiendo arroyo arriba y el Molinete que queda algo más abajo de donde ahora mismo se eleva esta casa. Miras y por la parte de atrás ves otro edificio.

Sube por ahí una sendilla y como tu deseo, ya lo hemos dicho, es ver si por aquí encuentras alguna persona, te vas por esta sendilla y enseguida descubres que la construcción de atrás tiene mucha más apariencia de cortijo serrano que de vivienda para vacaciones de gente con dinero. “Seguro que es aquí donde habita el guarda”, te sigues diciendo pero aunque lo llamas, no aparece nadie.

Terminas de rodearla y sales otra vez justo al primer rellano donde has dejado el coche. Desde aquí mismo y para el cauce del arroyo, baja una sendilla que atravesando una acequia lleva a otra llanura también sembrada de césped donde varios periquitos expulsan el agua y a la sombra de algunas nogueras y abetos, ves otra mesa construida con la piedra del molino. En el centro se encuentra la piscina que es precisamente lo que te atrae. Ya has visto la buena foto que desde allí puede sacarse. Un poco de césped en primer plano, el agua azul de la alberca algo en el centro, los álamos y la vegetación del arroyo al fondo, más lejos la cumbre del pico Espino y como decoración final, el cielo azul y todo ello enmarcado con las ramas de los abetos y las nogueras.

Precioso este cuadro para tener un buen recuerdo del cortijo en lo hondo del barranco, las llanuras que por aquí se extienden y la cumbre del Espino como dándole vida y dominándolo. Digo dándole vida porque de las alturas del pico Espino es de donde vienen las aguas de los manantiales que por estos barrancos brotan. Así que con esta foto y una última mirada por si al fin ves al guarda por algún sitio, ya dejamos la casa o cortijo de la Balasna porque es otro asunto el que te ha traído por esta región.
‑ Nunca sobra conocer bien cualquier rincón de las sierras pero estos sitios tan particulares, cargados de lujo, obra de los humanos y por eso tan ordenados y sofisticados, son otra realidad dentro de la sobriedad y al mismo tiempo, insondables paisajes serranos. Lo único que merecen es ojearlos y por encima.

‑ Entonces coge tu coche, da la vuelta y en cuanto bajes un poco tienes la segunda pista. Pasa justo por la parte de arriba de la alambrada que cerca el vivero y aunque al principio crees que se puede entrar con el coche, no te fíes. Los todoterreno la ha estropeado y aunque sí es verdad que tiene trozos buenos, hay otros que se encuentran en mal estado. Así que mejor es que dejes el coche ahí mismo. Te echas a andar con el deseo de encontrar por aquí alguna señal de lo que en el fondo vas buscando y como llevas tu mapa en la mano lo miras bien. El arroyo que sigues es el de la Fuente del Tejo, el que se ha quedado algo a la izquierda es el de la Balasna, algo más abajo se le junta, a éste que llevas, dos más: el gran arroyo de Andrés que en su parte alta se divide en el arroyo del Tejuelo y arroyo de Nava del Espino y el arroyo de la Sierra del Agua.

Por ahí, por donde se reúnen estos cauces y ya forman uno solo, que es el río Tus, es por donde crees se encuentra lo que tanto te interesa. En tu mapa tienes dos puntos claros: la ermita y el cortijo de las Sierras del Agua.
‑ ¡Has dado en el clavo! Estos puntos han sido mi referencia desde hace tiempo y cuando aquel día hablé con Gonzalo, el guarda de Peñalcón, me dijo que él había visto la ermita e incluso, su vieja campana. Al oírlo, imaginariamente la sitúe justo en este punto.

‑ Tengo que decirte que esos dos puntos son claves en esta investigación tuya pero se prestan a confusión. Tú y otros como tú, que yo lo sé, los buscan siguiendo la pista que ahora recorres y como en esta hondonada, tu desorientación es casi total, andas y andas y de pronto te encuentras en la junta de los arroyos. “¿Qué es esto?” Te dices y te sorprendes por la belleza que en ese punto existe. Miras al mapa y según lo que en él hay trazado, sí te encuentras justo en lo que parece que es pero resulta que ni la ermita ni el cortijo de la Sierras del Agua han aparecido por ningún sitio. En principio crees que estas ruinas deben encontrarse a la derecha del cauce según bajas y por eso no aparecen.

Crees que aún debes seguir bajando y como el rincón de las juntas queda en un vado, subes unos metros por el cauce de la derecha y te encuentras el asombro total: la Cascada del Saltador. Sé que esa cascada se refugia ya al final del cauce que se llama arroyo de la Sierra del Agua. Lo sé porque de joven mil veces he recorrido el rincón y también sé que por allí, ahora va mucha gente a bañarse. El Charco Azul creo que lo llaman algunos pero aquello toda la vida le hemos dicho la Cascada del Saltador aunque otros también la conocen por la Cascada del Saltillo.
‑ ¿Y cómo es?
‑ La Cascada del Saltador hay que verla y gozarla despacio para medio enterarse de lo que es. Le entras arroyo arriba, por donde todo el mundo llega y conforme te vas acercando lo primero que ves es la caída. Aunque sea ahora en verano y no caiga agua, el salto blanco por donde fluye el chorro, es precioso. Resulta que el arroyo forma como un escalón donde, al llegar, la corriente se despeña y como eso se ha venido repitiendo desde hace siglos, el agua que por el desnivel resbala, poco a poco ha ido “cuajándose”, como se dice.

‑ Eso es la cal y otros minerales sueltos que siempre hay en el agua, lo que ahí se ha quedado cuajado que es precisamente como se forman las estalactitas, las estalagmitas y las tobas en las corrientes de los arroyos.
‑ Eso mismo ha sucedido pero de tal forma se fue modelando aquello que el resultado que allí ahora se ve no se encuentra en ningún otro arroyo o cascada de estas sierras.
‑ ¿Y cual es el resultado?
‑ Un auténtico abanico a medio abrir. La roca blanca que se ha cuajado es así exactamente. El pie del abanico sería la parte alta del salto, donde el agua empieza a caer y la parte donde ya el abanico se abre, es abajo, justo en el charco. Una auténtica rampa blanca y hermosamente abierta desde lo alto del salto donde empieza en menos hasta el final del charco donde termina en más.

Ya te digo, aunque sea en verano y no tenga agua como sucede ahora, aquello es digno de verse pero si vas por allí en invierno o en la primavera la belleza se multiplica por mil.
‑ Y del final ¿qué? No me has dicho cómo es donde muere ese bello salto y te lo pregunto porque sé que las cascadas suelen terminar en charcos grandes que, además, son bonitos.
‑ El remanso de este nuestro es tanto o más bonito que la misma cascada. Toda ella abierta en forma de abanico, cae a un charco redondo que es profundo por la parte que pega a la pared y menos profundo por donde ya rebosa. Un charco azul que parece una taza gigante donde la gente se baña y donde por debajo del gran manto blanco, doble manto blanco de agua y roca de la cascada, existe como una amplia losa que parece la han puesto a “concencia” para sujetar esa capa de caliza que escurre hasta el charco.

Entre la losa de la base en forma horizontal y el manto de la cascada, vertical pero inclinada de este a oeste, se ven unas hermosas cuevas. Como aberturas o pequeñas covachas que han sido invadidas por multitud de plantas acuáticas, entre ellas, culantrillo. Así que si te bañas en las aguas del charco o si te sientas y en silencio lo gozas, notarás que una pincelada de finura y encanto lo ponen estas verdes plantas asomadas y colgando por entre las grietas de la túnica blanca de la cascada y la losa de la base.

Por estas pequeñas plantas, el bosque que le rodea a un lado y otro y algunas algas cubriendo las rocas del fondo del charco, esta gran poza de aguas limpias, ahora en verano ya no es azul sino verde. Un verde azul y transparente como el viento que si lo contemplas al caer la tarde hasta se te llena el alma de nostalgia por el silencio que siempre existe y la soledad que aquellos barrancos contagian.
‑ Según me has ido pintando el panorama un día tendré que ir por allí y dejarme empapar de la hermosura de esta original cascada del Saltador y de las otras bellezas que engalanan el lugar pero pongamos que por esta ruta imaginaria que estamos haciendo, quiero seguir en la dirección en que baja el río, porque deseo encontrar los restos de las Sierras de Agua y creo que aún se hallan más abajo. ¿Qué hago?

‑ Al llegar al gran cauce, la pista lo cruza y no por puente alguno sino por un vado, propio para coches todoterrenos, saltando de piedra en piedra si eres valiente y no llevas coche o aprovechando dos troncos de pinos que de un lado a otro del río han tendido. Si te decides pasar por los troncos aunque son fuertes, como van de un lado a otro sin apoyo alguno en el centro, en cuanto pones los pies en ellos ya verás que se “cimbrean” que dan gusto. A cada paso crees que se quiebran y eso hace que, si eres de los que tienen vértigo y carece del sentido del equilibrio, es mejor que no intentes cruzar el río por estos troncos. Salta por las piedras o métete por el agua. Una vez ya en la otra orilla, a la izquierda te queda la cascada del Saltador en el arroyo de las Sierras de Agua y al frente, comienza a subir la pista.

‑ Un momento, porque necesito más aclaraciones.
‑ ¿En que lío te encuentras?
‑ ¿Dices que la pista comienza a subir?
‑ “Gatea” ladera arriba como buscando el cerro de Los Calarejos.
‑ Pongamos que “gatear” y subir es lo mismo que zigzaguear. Si la pista asciende y el río baja y las ruinas de las desaparecidas máquinas yo las busco junto al cauce ¿a dónde voy por este camino?
‑ Yo he dicho “gatea” queriendo expresar que el camino se agarra al terreno, ciñéndose a él para remontarlo. Las paredes donde estuvieron montadas aquellos aparatos ya te las has dejado atrás pero tienes razón. Pongamos que piensas que aún todavía no has llegado a ellas y por eso las buscas desde las juntas, río abajo. Si trepa ladera arriba y por supuesto despegándose del río, es imposible que el carril te conduzca a donde crees y quieres que te lleve pero como no lo sabes, porque desconoces a dónde va la pista, pues te lanzas a la aventura a ver qué encuentras.

‑ ¿Y qué encuentro?
‑ Una empinada cuesta por la ladera que recorres rápido con la esperanza de que en cualquier momento el camino se tuerza a la derecha y se ajuste otra vez al río. “Tendrá que elevarse para esquivar algún voladero que haya por el borde del río”. Es lo que te dices mientras lo recorres y esperas impaciente que en cualquier curva se te venga para la derecha y baje de nuevo. En un pequeño arroyuelo que corre por ahí y que se llama arroyo de Cardeñas, esto es lo que hace la pista. En concreto la curva se empieza a venir cada vez más hacia la derecha y ello te anima un poco. Pero desciende sólo lo suficiente para soslayar una hondonada y en la curva siguiente otra vez seguir subiendo. Remonta un pequeño collado y a la izquierda, junto al mismo borde de la pista, un cortijo serrano, antiguo pero todavía casi intacto. Creo que ese cortijo es el de Cardeñas de arriba.
‑ Pero por ahí es por donde estuve el otro día.
‑ Estuviste más arriba, en la finca de Cardeñas, donde viven los señores y eso se llama la “Majá el Carretero”.
‑ Entonces ya lo tengo claro.

‑ ¿Qué es lo que tienes claro?
‑ Que la pista esa que sube, luego en ningún momento baja sino que busca a la otra, la que va a Peñalcón.
‑ Por fin “le cogiste el tranquillo”. En cuanto pasas el pequeño cortijo, la pista sigue subiendo y cada vez te van quedando más cerca los cerros de Los Calarejos. Y ahí mismo, en el kilómetro seis de la pista que baja a Peñalcón, se junta la que sube.
‑ ¿En el kilómetro seis?
‑ Sí ¿qué pasa?
‑ Pasa que en el kilómetro siete me encontré con la tiná de “Prao Maguillo”.
‑ Y tres kilómetros “Allá lantes”, delante y no muy lejos, descubriste Peñalcón.
‑ ¡Vaya vuelta que hemos dado o más bien que di el otro día sin enterarme siquiera por donde andaba! Porque vamos a ver: si esta pista que he subido la hubiera cogido aquel día, andando habría venido a parar fácilmente a las tierras por donde aún quedan señales de aquellos aparatos. ¿No es así?
‑ Así es. Dejando el coche donde se junta con la que baja, hubieras encontrado un letrero que clavado en el tronco de un pino, pone “Finca Cardeñas”. “De seguida” el alambre que corta el paso para que no entren los coches pero desde allí andando a las juntas se tarda veinte minutos y desde las juntas a las ruinas diez minutos más.
‑ Total, en media hora ya hubiera estado donde a mí me interesaba.
‑ Así es y lo que me extraña es que aquellos dos señores que saludaste el “día de marras” no conozcan bien eso para desorientarte como te desorientaron.
‑ Eso es lo que digo ahora. Desde su casa al cruce de pistas sólo hay tres kilómetros y desde allí al río veinte minutos. ¿Es posible que ellos desconozcan lugares tan próximos a su residencia de vacaciones?
‑ En fin, que por ahora y por hoy ya hemos llegado al final de la segunda posibilidad o ruta alrededor del corazón de lo que buscas.
‑ ¡Ea! Vamos ahora al corazón.
‑ Vamos a lo que se llama Ermita y Cortijo de las Sierras de Agua.

V Para ello tenemos que volver a la llanura del vivero junto al cortijo de la Balasna. Como tienes el coche por ahí lo pones en marcha como si ya te fueras de la llanura del barranco. Cruzas el puente y avanzas cien metros. Verás enseguida un pequeño carril que sale a la derecha. Párate, apeate y por un rato, olvídate del vehículo. Coge tu cámara, tu mini grabadora para recoger lo que vas viendo, tu mapa y adelante.

No necesitas ni mochila ni agua ni comida. Sólo la emoción de saber que ahora sí, ahora vas por el buen camino derecho al sueño que tanto te ha traído de cabeza y como ves la pista que ante ti se abre para que la recorras, viene también por el arroyo de la Fuente del Tejo pero ahora por el margen izquierdo y no por el derecho como iba la que antes hemos andado. Enseguida comprobarás que la pista está rota. No se usa apenas desde hace mucho y en cuanto por ella avanzas un poco, se divide en dos.

Una que sube y por allí va a un cortijo que se llama Buena Vista y la que sigue por la margen del arroyo. Vente por ésta y vete fijando en la espesa alameda y pinos que te van quedando por las tierras llanas que atraviesan las aguas del cauce. En otros tiempos, que ya no, desde por aquí arrancaban los canales que cogían el agua con la fuerza de cuya corriente se movían esos artilugios mecánicos.

‑ ¡Alto de nuevo!
‑ ¿Qué quieres ahora?
‑ Acabas de decir: en otros tiempos que ya no, se veían por ahí los canales que servían para conducir el agua hasta los aserraderos.
‑ Eso es lo que he dicho.
‑ Yo tengo un escrito, de no hace muchos años, que me dice otra cosa.
‑ ¿Qué te dice a ti el escrito que tienes?
‑ Se recoge en un pequeño librito que se titula “Las Ordenanzas del Común de la Villa de Segura y su tierra de 1.580" y en la página 16, el autor del libro, que no de las ordenanzas, dice: “En estas sierras de agua, que según las “Relaciones de Felipe II”, eran seis o siete, se entregaban a los vecinos en repartimiento. Hay en estos capítulos una serie de normas destinadas a evitar favoritismos en el reparto de madera, confusiones entre el salario debido a los trabajadores y su derecho al reparto como vecinos y a garantizar el abasto de madera a estos ingenios, reservando coto y redonda de media legua alrededor de cada sierra. Las sierras de agua fueron suprimidas por la Ordenanza de Montes de Marina de 31 de enero de 1.748 “por el destrozo que hacen los vecinos de Segura” pero consta de documentos que aún había alguna, no sabemos sí diferente, en el año 1.826".

‑ Quizá tengas razón y en algunos de esos escritos haya mucha verdad pero te estoy siendo sincero. Durante cuarenta años he trabajado por esas zonas que he pisado mil veces en todas las direcciones. Al final de la llanura junto al río por donde crecen primero los álamos y luego los pinos, en la margen izquierda por donde vas, existe una acequia trazada en la tierra. No sé decirte si aquello sirvió o no en otros tiempos para canal que condujera el agua a las máquinas. Actualmente está por completo rota y por supuesto no lleva agua, aunque sí es cierto que toma o tomaba el agua de esa zona del río en cuya orilla tiene tierras llanas. Que estas tierras también en otros tiempos se cultivaran como huertas tampoco te lo puedo decir con seguridad. Que por aquí existiera una o varias huertas en aquellos tiempos no me extraña nada.

Existen ahora y las conozco desde hace tiempo. Es decir, casi de siempre se ha cultivado y sembrado junto a los cauces y manantiales de agua de estos barrancos. Yo mismo tengo labor ahora en algunos pedacicos de aquellas tierras.
‑ Y siguiendo el canal o acequia que dices ¿a dónde voy a parar?
‑ Se ve desde la misma pista por la que vas bajando. Después de atravesar una pequeña cerrada del cauce del arroyo, sales a un espacio abierto. Desde ahí enseguida divisas al frente las ruinas de un cortijo. Todavía, las tierras que lo rodean, se cavan y se cultivan aunque “hogaño” por ahí nadie ha sembrado nada. Por los arroyuelos que lo rodean, los “vallejos” y las lindes, crecen aún los árboles frutales.

Una vez en el rincón puedes dedicarte a irte por donde quieras, a estudiar y a observar lo que te apetezca. Te repito que el cortijo ahora es pura ruina. Con las vigas de madera rotas y a un lado y otro todavía se sujetan algunos trozos de tejado. Aquello fue un gran edificio en otros tiempos y para terminar te digo que yo mismo, con mis propios ojos del barranco he visto sacar algunos de los hierros de aquellos aparatos. Los he visto y no te puedo decir con seguridad si son o no de esas máquinas que dices.

‑ ¿Y a dónde se llevaron esos hierros?
‑ Sólo Dios sabe a dónde fueron a parar. Ahora, yo te propongo a ti que un día te vengas por aquí y temprano cogemos el coche y nos bajamos al barranco. Lo vamos a recorrer metro a metro por todas las sendas que conozco. Sobre el terreno vamos a ir estudiando, comprobando y descubriendo lo que quieres. Desde aquí, hoy es imposible llegar a más.
‑ Un día que tenga tiempo, me voy a venir por aquí, por la mañana temprano y vamos a irnos al barranco para recorrerlo por todos sus rincones.
‑ Ya desde ahora mismo te estaré esperando.

VI Entre una de las pequeñas joyas que posees de estas tierras, en tu poder se encuentra un pequeño libro que habla del origen de estas construcciones. “En balde fuera por cierto que nuestra atención se fijase hojeando libros, consultando crónicas envejecidas y revolviendo archivos, para trazar la antigua historia de los montes de Segura. Nuestro trabajo no daría un átomo de utilidad, porque se ignora completamente las maneras que los árabes y los demás pueblos que dominaron nuestro suelo, tuvieron para explotar esta mina de los arbolados; y el modo ó forma con que se administraron los mismos. Así es que de buen ó mal agrado tenemos que renunciar la satisfacción que el tal estudio nos proporcionaría, y el placer de presentar novedades a nuestros lectores.

Cuando el Rey Don Alfonso 8 auxiliado de los caballeros de la militar Orden de Santiago, consiguió ocupar á Segura por los años de 1.214, una de las providencias que se adoptaron, para asegurar esta conquista, fue la de expulsar y lanzar del pais á aquellos moriscos que por determinadas circunstancias no pudieron acompañar á sus hermanos en su peregrinación á los reinos de Jaén, Granada y Murcia, que fue á donde se retiraron con sus familias, con sus ganados y demas riquezas que tenian.

Esta providencia, consecuencia legítima de aquellos tiempos de fatalismo y de barbarie, tuvo los resultados que indispensablemente debió tener. Y estos no fueron otros que la completa y absoluta despoblacion de un pais poco hace maravillosamente poblado. Los campos de Segura alegres, animados momentos antes por multitud de árabes, ora pastores, ora guerreros, ora labradores, ora en fin con las vistosas y variadas fiestas y juegos de un gran pueblo que vive contento en medio de la abundancia y de la felicidad, se quedaron tristes, desamparados, yermos, y en el silencio mas señalado.

Los caballeros de la Orden de Santiago como dueños de Segura, trataron de remediar el mal concediendo privilegios á las villas, y librando de innumerables pechos y tributos á cuantos quisieren fijar su domicilio en las tierras y cícurlos sujetos á su mando señoril. Y luego á luego se comenzaron a tocar los buenos resultados que aquellas disposiciones benéficas y reparadoras estaban en el caso de producir en una época de memorable opresion. De todas partes, de todos los ángulos de la monarquía concurrieron familias y muchedumbre de gentes escitadas por la abundacia, feracidad y riqueza de un suelo que pudiéramos llamar virgen aun en nuestros tiempos, y por el sistema de gobernar blanco y siquier halageño que allí estaba en ejercicio.

Entre aquellas gentes hubieron de venir á Segura no poco industriosos, fuertes, entendidos, y hábiles vizcainos, y estos no debieron mirar con indiferentes ojos los inmensos bosques del país, la buena calidad de las maderas y el que nada les costaba las primeras materias de su comercio.

Y formado su propósito, y tomada su resolución, se cortaron árboles, se desbastaron, se redujeron á palos de mas pequeñas dimensiones, se sacaron de los montes, se vendieron en los pueblos limítrofes con ventajas y buen éxito y de aquí tuvo principio el tráfico de la madera de Segura, la esportacion de la misma á los pueblos de la Mancha, y su navegacion por los ríos Guadarmena, Gadalimar y Guadalquivir á los reinos de Jaén, Córdoba y Sevilla.

La afición por traficar en maderas despertándose se apoderó de otras muchas familias, y el número de hacheros, aserradores, canteros, pineros tuvo su natural ensanche. Acreciéronse las fortunas con las utilidades que se reportaban de esta ocupacion, que en breve espacio se generalizó tanto que llegó a ser casi la única profesion de los nuevos pobladores, y ya se pensó en mejoras, ya se estudió mas, y se principiaron á establecer sierras de agua, almacenes de maderas elaboradas y otras cosas”.

JORGE MANRIQUE ‑21

Cuando terminas de hablar con ellos y más, con uno en particular que ha sido el que te ha dado la información que andabas buscando, ya el sol se ha alzado bastante por encima de la robusta silueta del castillo. Le agradeces el buen rato que te ha permitido vivir a estas horas de la mañana y en este pueblo suyo tan bonito y sigues. No le pides consejos sobre las calles o vía a recorrer sino que como antes, prefieres irlos descubriendo por tu cuenta. Desde donde te encuentras ya se ve el mesón.

“Ya situados en la pequeña plaza, escenario de tantos hechos de influencia en la historia de los reinos de Jaén y Murcia, nos adentramos en ella para a través de unos pequeños tramos escalonados de una estrecha calle que sale de una de sus esquinas, ascender a la portada renacentista, de la que fue casa de Jorge Manrique, sobre la que se sitúa el escudo restaurado de los Figueroas”. Esto dice la crónica de un viajero por la sierra. Y tú, mirado que has, por aquí y por allá, al fin decides subir por la calle. Siete escalones tiene y enseguida te encuentras en el espacio ancho.

Es como un rincón, se parece a una plaza y al mismo tiempo es la plataforma, el rellano del último de los escalones. Te paras. A frente tienes la puerta de madera y puesto encima el número uno. Es la casa de Jorge Manrique según puedes leer en el rótulo que ahí han puesto. Ya viniste por aquí otras veces y no te llamó mucho la atención la casa. Ahora, enseguida se te van los ojos hacia esa vieja puerta de madera, el gran arco de piedra y el escudo también de piedra pegado encima. “En el pueblo se conservan muchas casas con interesantes portadas y escudos que nos hablan de la gran importancia que tuvo. Destaca entre ellas la casa donde nació Jorge Manrique, con portada del siglo XV y el escudo de los Figueroa”.

Y sin quererlo se te viene a la mente la pregunta: ¿Es o no de verdad esta la casa de Jorge Marisque? Y a ti mismo te dices que antes tendrías que saber si estuvo, si vivió o no aquí el famoso poeta. Porque tu pregunta y personal teoría es la siguiente: un escritor poeta, como lo fue Jorge Manrique, si hubiera vivido, si él se hubiera sentido con raíces en esta villa, en tierras que tanto belleza manan ¿no habría escrito no una sino mil páginas preñadas de estos lugares?

¿No le rezumarían por todos sus poros los montes, barrancos y veredas serranas? Si es tanta la profunda hermosura que enseguida, hasta el más sencillo, aquí descubre ¿cómo a un poeta, ante semejante espejo, iba escapársele reflejos tan únicos? ¿Cómo no se sentiría traspasado por tan densos silencios y de ellos herido? ¿Cómo no, aun sin quererlo, de ese volcán nacerían cien libros? ¿Y como, en sus páginas no gritaría la voz ronca que brota de estos montes?

Un poeta no puede pasar por aquí e irse sin dejar alguna obra, pequeña o grande, que hable de estos cerros, laderas y cumbres. Por poco sensible que sea, hubiera segado algunos manojos de las menudas y excelsas maravillas que tanto por los valles gritan. Esta es tu muy original y particular teoría.

Y por otro lado, cuando el otro día estuviste en el Ayuntamiento por la curiosidad de pisar aquello y ver qué es lo que queda de lo que dicen fue el colegio de la Compañía de Jesús, “en el antiguo Convento de los Jesuitas, fundando por San Francisco de Borja, con portada plateresca, se ubica hoy el Ayuntamiento”, le preguntaste al que crees es el más ilustrado en la historia del pueblo y Jorge Manrique y te dijo que:

“Existe un viejo contencioso entre estudiosos castellanos y andaluces o más concretamente palentinos y jienenses, respecto a la naturaleza de Jorge Manrique, el más profundo poeta medieval hispano, fuente de inspiración y admiración de nuestros líricos, como Antonio Machado. No son muchas las posibilidades que tenemos por el momento de aclarar cual fuera la patria chica del famoso guerrero castellano. Tanto Paredes de Nava, lugar que tradicionalmente se otorga su nacimiento en 1.440, como Segura de la Sierra, donde figura una casa que se le atribuye, carecen del testimonio concreto que confirme una de las respectivas aspiraciones.

Esta incógnita sobre el lugar de nacimiento de Jorge Manrique ha provocado no pocas confrontaciones dialécticas, con lo que a veces se ha producido un deterioro de la obra del insigne poeta, centrándose en un dato que en el contexto de su vida es de relativa importancia, especialmente desde la perspectiva de Segura de la Sierra.

Puesto que el acontecimiento natalicio de Jorge Manrique no supone una aportación definitiva a los valores líricos y patrimoniales de Segura de la Sierra, sobre todo si tenemos en cuenta que de haberse producido el alumbramiento en Paredes de Nava, es reconocido como un hecho casual coincidente con un viaje de doña Mecía de Figueroa, su madre para asistir en Valladolid a la boda del Infante Enrique IV de Castilla, con Blanca Navarra, primogénita de Juan II.

Serrano de Hará, efectivamente vinculado a Jaén, no se decide por asegurar que Jorge Manrique fuera natal de Segura de la Sierra pero lo intuye a base de analizar diversas causas, como la muy importante de los antecedentes familiares en los que son notorias que su padre Rodrigo Manrique, Comendador de Segura de la Sierra, y su madre Mecía de Figueroa, tuviera su asentamiento familiar en la villa segureña y fuera aquí donde el uno ganara su prestigio de guerrero y la otra diera educación a sus hijos de los que el cuarto fue Jorge Manrique, sobre el que se conoce en general que desarrolló su infancia y personalidad en Segura de la Sierra”.

CALLE HIGUERICAS ‑22

Así que, desde este recogido rincón en cuya casa de enfrente dicen nació el escritor atrás ya mencionado, sigues subiendo en tu paseo tranquilo de esta mañana fresca y en cuanto remontas unos metros, la calle que se divide a derechas e izquierdas y frente, en el número cuatro, el mesón del pueblo con el mismo nombre del poeta. Coges por esta calle de la izquierda que es la de Higuericas y pasas, como se dice, de largo por la puerta del mesón. Estuviste aquí comiendo en una ocasión hace años ya y otra vez el invierno pasado. Preparan en el lugar, por lo menos en invierno, migas para aquellos clientes que las encargan y si no, lo socorrido es el lomo de orza, el chorizo y la morcilla. Pero recuerdas ahora que el invierno que ha pasado no pudiste comer migas porque no las encargaste y cuando llegaste ya se habían terminado. Lo que aquel día te sucedió es que viniste por aquí con unos amigos que tenían gran interés en conocer el rincón de Las Acebeas.

Era otoño, en el umbral del invierno y ellos querían ver los avellanos que por allí crecen y sobre todo, les movía la curiosidad de los acebos. La casa forestal de Las Acebeas, toma el nombre de ahí: del curioso rodal de acebos que en la hondonada crece. A ellos se lo habían dicho y querían verlo. A ti también te gustaba la idea porque el monte que por la parte de atrás reguarda el rincón de Las Acebeas y que se llama Navalperal, es un pico que desde hace tiempo te viene gustando y por eso también desde hace tiempo andas buscando el momento de subir a su cumbre. Aquel día viste que podría existir una oportunidad de, además de conocer a fondo el bonito rincón de los acebos, subir a lo alto de Navalperal. Por eso, cuando pasasteis por el pueblo os llegasteis al mesón para preguntar si tenían comidas. Os dijeron que sí y que, además, ese día hacían migas.

‑ Lo que pasa es que las migas, si quiere comerlas, tendrías que dejarlas encargadas ya.
‑ Pero como no sabemos si volveremos para la hora de la comida, porque mientras vamos, subimos el monte y regresamos, dado que ya son casi las doce de la mañana, cuando lleguemos pueden ser las cinco o más de la tarde. E incluso puede que ni siquiera pasemos por aquí.
‑ Lo siento. Seguro que si luego vuelven no encontrarán migas.

Y como pasaba eso: que no sabíais qué cantidad de tiempo ibais a invertir en el proyecto que deseabais realizar, os fuisteis sin encargar las migas. Por Las Acebeas estuvisteis dando una vuelta y hasta os enseñaron la casa por dentro. Había un guarda joven que vigilaba aquellos lugares y tenía la llave. Le pedisteis que os abriera la casa y después de llamar por la radio, os dejó la llave. Os sorprendió lo que allí dentro visteis y más porque aquello aún rezuma PATRIMONIO FORESTAL, que es la época en que se construyó la instalación.

En la casa de Las Acebeas hay, entre otras muchas señales una gran sala con hermosos sillones donde los cojines de tela verde con el escudo del Patrimonio Forestal, se amontonan y eso fue una de los detalles que más os llamó la atención. Luego los hermosos cuadros, fotografías en blanco y negro, donde se ven cuadrillas de serranos arrastrando troncos de pinos por las laderas y barrancos de estas sierras. Hermosos cuadros que reflejan la vida dura de aquella gente con su típica vestimenta, sus burros, los grandes troncos de pinos que sacaban de estas sierras y la polvareda que iban dejando por los ajorros.

Esto y, además, una hermosa cubertería al parecer de plata con sus platos y demás que todavía se conserva, los cuartos para los ingenieros y para los amigos que por allí ellos llevaban, los jardines de la entrada, el merendero, la gran explanada y la hermosa instalación de aquella portentosa casa. Algo que a simple vista indica el poderío económico de aquella administración y el derroche tan grande que hasta asombra y duele.

Así que con la emoción y el asombro de la visita a la gran casa de Las Acebeas, cuando acordasteis se os había ido el tiempo. Os parasteis un poco por entre los acebos de aquel hermoso arroyo y cuando decidisteis subir a la cumbre del Navalperal, ya era tarde. A pesar de esa pista que desde la casa asciende casi hasta la cumbre del pico, no os decidisteis por emprender la ruta.

‑ Otra vez será.
Te dijeron tus amigos. Y como era otoño bien entrado ya en fríos, cogisteis el coche y volvisteis al pueblo de Segura de la Sierra. Os fuisteis para el mesón y cuando llegasteis ya no había migas.
‑ ¿Qué podemos comer entonces?
Preguntaste.
‑ Algún planto combinado de chorizo, lomo de orza y morcilla.
‑ Pues vamos a probarlo.

Al rozar la puerta del mesón, pasas de largo y descubres que es esta una calle bastante larga, bonita desde la cual subes gozando de la espléndida visión del valle y desde el comienzo, justo a la izquierda, descubres un letrero que dice: ASe vende, razón, Bar Endrino”. Ya te decías que era extraño, habiendo como hay por aquí ahora mismo tan poca gente joven, que los mayores no cierren también sus casas y se vayan del pueblo. Ya decías que ves muchas casas cerradas, muchas personas mayores y poca juventud. Se han ido, se están yendo fuera y por eso esta casa se vende aunque tampoco es una gran noticia. Pero sí es una realidad.

Mientras tanto, por momentos vas comprobando que la calle de las Higuericas es bonita, con muchas flores y casas a la derecha donde crecen las parras y tampoco faltan los escalones. Aquí, casi al final, en el número 6, vive ella y ahora mismo lo que a ti te apetece es llegar hasta su casa y aprovechar que a estas horas riega las macetas para saludarla. Quieres dejar que te cuente lo que ella le apetezca. Su vida está repleta y su mundo preñado de recuerdos profundos y bellos. Sus días se van y es bueno que antes abra el baúl y hable.

Tanto ya, en otras ocasiones, te ha contado que ahora hasta vives un poco en aquel mundo lejano por donde corría cuando era niña. Te la encuentras regando sus macetas y después de saludarla, te paras frente al valle que se recoge a los pies del pueblo de las rocas.
‑ ¿También de pequeña lo recorriste?
Le preguntas como si engancharas el tema en algunos de esos puntos que el otro día recordabais.
‑ El de las olivas y tierras rojas rasgadas por los ríos Hornos y Guadalimar, de niña lo vi y lo surqué más de mil veces.
‑ Fíjate que ahora el valle, uno de los grandes problemas que tiene, es el agua. La gente no tiene agua ni para regar y como el tiempo siga así cualquier día de estos tampoco podrán beber.

EL OJUELO ‑ 23


‑ ¿Quieres que te diga a ti una cosa?
‑ ¿Qué me vas a decir?
‑ ¿Conoces esa aldea que se llama El Ojuelo?
‑ Claro que la conozco. Es una aldea tan bonita como señorial y tan llena de silencios como rodeada de olivos y hasta algunas encinas para recuerdo de aquellos tiempos. No sé por qué, esa aldea de El Ojuelo es para mí como un pequeño amor secreto que tengo por ahí y que de una forma especial guardo en mi corazón para llevarlo conmigo hasta la muerte. ¿Sabes una cosa?

‑ ¿Qué es?
‑ Que ya por el año 1.580 se escribió de El Ojuelo y se decía que: “Ay çerca della una población que parecía ser muy grande por los çimientos y edificios que alli ay, que se llama Los Ojuelos”. Así que fíjate si es antigua la hermosa aldea de El Ojuelo.

‑ En fin, eso tendría su sentido pero lo que quería contarte eran algunas de las aventuras que de pequeña viví por aquellas tierras de El Ojuelo.
‑ Empieza que a partir de este momento te escucho con mis cinco sentidos.
‑ A un lado del pequeño pueblo, hay un cauce que se llama arroyo Piñonero. ¿Lo conoces?
‑ Conozco el arroyo y desde siempre una de las prendas que me ha gustado del lecho es precisamente el nombre tan bonito que tiene. ¿Sabes de dónde le viene?
‑ Me gustaría poder complacerte pero la verdad es que no lo sé. Quizá en otros tiempos por aquí hubo pinos piñoneros y por alguna circunstancia, de ellos, de las semillas de esos pinos, el arroyo los serranos le dieran nombre.

‑ Que hubo pinos piñoneros por aquí en otros tiempos sí te lo puedo asegurar. En unas normas que se escribieron en el año 1.580, precisamente aquí en Segura de la Sierra y que servían para que las personas que vivían en estas tierras estuvieran un poco organizadas y supieran cómo actuar frente a los bosques, con sus ganados y sus tierras, se habla de los pinos piñoneros. Estas normas se llamaron y se siguen llamando “Ordenanzas del Común de la villa de Segura”.

Y en el capítulo 37, se dice: “QUE NO COJAN PIÑAS HASTA PASADO EL DIA DE TODOS LOS SANTOS Y QUE LOS PIÑONES SE VENDAN PRIMERO EN LOS PUEBLOS DESTOS TERMINOS. Item ordenamos y mandamos que ninguna persona sea osado de coger piñas de pinos donceles hasta ser pasado el día de la conmemoración de los Santos de cada año si no fuera hasta una docena de piñas y no más so pena de cien mrs. Por cada una vez y pierda las piñas que huviese cogido aplicado todo segun dicho es...”.

‑ Seguro que al arroyo le viene el nombre de aquellos pinos y sus piñones pero a lo que iba es a que a este lado de esa aldea también corren un par de “royos” más. Arroyo del Robledo de donde luego cogieron el nombre para ponérselo a la aldea que hay algo más arriba y el otro que se llama arroyo del Tornajico.
‑ De este último cauce también tengo una cosilla que desde hace tiempo le vengo dando vueltas en la cabeza. Resulta que al final del arroyo de Tornajico, bastante ya alzado en las laderas del Yelmo, existe un cortijo que se llama Cortijo de José Ojeda y resulta que desde hace tiempo conozco a un pastor que vive en el mismo nacimiento del río Segura que también se llama Ojeda de apellido.

Una simple tontería mía es esta pero desde hace tiempo estoy queriendo averiguar si entre una familia y otra existe algún parentesco porque resulta que el apellido de Ojeda, pocas veces lo he descubierto en la sierra y cuando lo he encontrado siempre ha sido por una zona próxima a Pontones. Tendré que averiguar un día si una familia y otra se tocan algo, por pura satisfacción personal nada más.
‑ La verdad es que en esto te puedo ayudar poco pero ahora déjame que te cuente aquella aventura mía de cuando era pequeña.
‑ Sí, continúa con tus recuerdos de niña por esta zona próxima a la aldea de El Ojuelo.

CATORCE HERMANOS
Y UN PADRE ‑ 24


‑ Resulta que en aquellos tiempos, como todo estaba tan mal y nosotros éramos catorce hermanos, mi padre se pasaba el día tirado en el campo, luchando por nosotros para sacarnos adelante. Y uno de los oficios que mi padre tenía era el de guardar ganado, no de nuestra propiedad sino de un señor que vivía aquí en el pueblo. El ganado lo tenía mi padre por los montes del Yelmo. Hasta la misma cumbre subía él y allí dormía muchas veces. Y como la vida estaba tan difícil entonces, en cuanto mi madre podía pillar algo de comida mi hermano el pequeño y yo éramos los que teníamos que venir siempre a traerle esas poquillas viandas a mi padre.

Desde el pueblo de la cumbre de la sierra que por eso se llama Sierra de Segura, nosotros salíamos por la mañana temprano, bajando estas laderas por sendas y trochas porque antes no existía la carretera que hay hoy; lo de la carretera fue después. Te estoy hablando del principio de siglo o así. Tengo ya ochenta y tantos años y cuando iba con mi hermano a llevar la comida a mi padre no pasaría de doce. Vamos, una niña pequeña que donde tenía que estar era en mi casa jugando o en el colegio pero ninguna de los dos lujos nos podíamos permitir los niños de aquellos tiempos.

Cuando terminábamos de bajar las laderas del pueblo y llegábamos al barranco de Trujala, por el viejo puente que por aquí hay, cruzábamos el río y ¡ale! a subir esas cuestas del Yelmo. Lo mismo que por aquellas laderas el monte estaba lleno de sendas y trochas que nosotros conocíamos perfectamente de tantas veces como pasábamos a lo largo de los años por aquí. Algunas veces le dejábamos la comida a mi padre, en el cortijo que todavía se ve entre aquellos olivos en las faldas del Yelmo y que se llamaba Cortijo Los Poyos. Todo por allí se encuentra lleno de cortijos.

‑ ¿Cuántos de ellos recuerdas aún?
‑ Empezando por abajo, ladera arriba recuerdo todavía, los dos molinos que por ahí había, el cortijo de los Pretolos, el de los Poyos, el del Hambre, el de la Aliseda y luego más abajo, en el río que había otro molino por donde hoy se encuentra la aldea de Trujala y por la ladera el cortijo de Narciso, la teinada del Arroyo, cortijo de Los Moños, cortijo de Los Frailecillos y el último, la teinada de José Ojeda.

‑ ¿Y todos los recorríais vosotros cuando eras niña?
‑ Cuando era niña, ya te lo he dicho, me pasaba el día caminando por entre esos montes detrás de mi hermano cada vez que teníamos que ir a llevarle algo a mi padre pero lo del cortijo era lo mejor que nos podía ocurrir porque como mi padre tenía que llevar el ganado donde hubiera hierba y monte, la mayoría de las veces él estaba de las cumbres del Yelmo para allá, que no sé si conoces aquello.

Le dices que sí, que algo lo conoces y en este momento se le va el alma detrás de esa lejanía y las profundidades que entre esa distancia, el pico Yelmo y este pueblo, se abre. No acabas de creerte que en aquellos tiempos, una niña de doce años se recorriera casi a diario las sendas de estos barrancos. Los observas y los recorres mentalmente y enseguida sacas la conclusión que desde el pueblo de la cumbre hasta el Yelmo, andando y por las veredas de aquellos tiempos, podrías tardar un día largo. A eso añádele que el pueblo se encuentra a más de 1.100 m. y el Yelmo a 1.800 m. Y para ir de un extremo a otro, de un punto a otro, hay que bajar hasta lo hondo del río que se encuentra a unos 800 m. y luego subir.

Casi sientes pánico adivinando la impresionante subida que tiene el Yelmo Carnicero, que es como se llama, desde el barranco de Trujala. Recorrer cada día esas laderas, siguiendo las sendas por entre el monte hasta la cumbre no es cosa de poca monda.
‑ Hasta la misma cumbre teníamos que subir nosotros muchas veces y como en bastantes ocasiones mi padre no estaba, lo que hacíamos era dejarle en la caseta lo que llevábamos y nos veníamos. Cuando volvía él cogía lo que le habíamos dejado hasta que algún día coincidíamos. Entonces, casi siempre nos repetía lo mismo.
‑ ¿Qué era lo que repetía?
‑ Lo primero que no llegáramos nunca a la Cueva del Agua.
‑ Y eso de la Cueva del Agua ¿qué es?
‑ Era una gran cueva que había en esas laderas que al parecer tenía una grandísima profundidad y él siempre temía que nos acercáramos por allí y que nos cayéramos dentro y quedar en aquellas profundidades hasta la eternidad. Por eso siempre que por aquella cueva luego él se acercaba lo primero que hacía era mirar adentro por si acaso nosotros nos habíamos caído.
‑ Y la Otra cosa ¿cuál era?
‑ La segunda cosa ocurría casi siempre en la época de primavera y verano que era cuando las cabras parían. En aquella época, cuando las cabras traían a este mundo sus pequeños chotillo, él les quitaba aquellas crías para que la leche que daban las madres, en lugar de mamársela los chivos sirviera para hacer queso. Eso era lo que querían los dueños de aquellas grandes manadas de cabras. Y lo que pasaba es que siempre que íbamos por allí y había parido alguna, mi padre mataba el chotillo y nosotros teníamos que cargar con él para traérselo a los dueños que vivían aquí mismo, en esa casa de arriba.

Y al oír esta historia ahora respiras hondo. ¡Venir cargados desde las cumbres del Yelmo hasta el pueblo con un choto de cinco, seis u ocho kilos! Te lo crees porque te lo crees pero la verdad es que la cosa tiene tela y siendo como eran niños pequeños.
‑ Me imagino que los dueños os darían la mitad o en todo caso algunas buenas tajadas. ¿No?
‑ Eso es lo que te imaginas pero te equivocas. Ni las gracias cogíamos y eso que como te he dicho éramos catorce hermanos y no teníamos ni un trozo de pan que llevarnos a la boca.
‑ Pero ¿tan honrado era tu padre?
‑ ¿Por qué dices eso?
‑ Digo eso porque pienso que si en alguna ocasión él cogió un chotillo y después de matarlo se quedó con su carne diciendo al dueño que se había perdido o que había muerto ¿quién podría averiguar la verdad?
‑ Eso de “el que parte y reparte se lleva la mejor parte”, y en este caso “valga la comparación”, jamás lo practicó mi padre. “Comíamos humilde”, es decir, éramos pobres y sufríamos mucho pero a nobles y de corazón limpio, “con perdón de los presentes”, nadie nos ganó nunca. “No se me da cudiao” decir que mi padre estaba limpio de “malos adentros”. Siempre él nos estaba repitiendo que “el que bueno quiere ser lo tiene que parecer”.

Se te pasan por la mente estos cuadros mientras no dejas de mirar la profundidad del gran barranco por donde al norte del Yelmo, cruza el río Trujala. Por ahí aún respiran ellos, por ahí subieron y eso lo sabías antes de que ahora ella a sus ochenta y tantos años, te lo contara. Lo habías intuido como has intuido tantas y tantas otras sendas y serranos caminando por ellas, durmiendo hoy en la eternidad bella que arropa el silencio profundo que desde el comienzo de los siglos se pasea por las sierras. Por eso sabes lo que sabes y sientes que tu corazón, un poco más cada día, se te llena de amor y ternura hacia estas sierras tan dolorosamente bonitas.

LA CUMBRE
DEL YELMO ‑ 25


Mientras habla de sus recuerdos, la sigues con interés al tiempo que te escapas hacia las verdes laderas del cerro que tienes enfrente. Tan cerca se ve desde la puerta de su casa, que parecen quisiera meterse por los arcos que dan entrada al pueblo de la cumbre. Como si arrancara de aquí mismo.

Y mientras ella habla y renueva la emoción de lo que vivió cuando niña, en tu mente se transforma el mundo. Sus juegos de pequeña, por aquel país de agua, nieve, viento, laderas tupidas de monte y dos grandes cumbres para saltar de un lado a otro, mundos fantásticos por la región de las fantasías, es idéntico al que en lo hondo de tu alma llevas. Sabías, porque en tus sueños lo has visto muchas veces y en tu corazón lo sientes latir a cada hora, que ellos siempre fueron reyes dentro de estas sierras y siempre fueron, a pesar de sus sufrimientos y sus luchas por la vida, un puro juego. El mismo juego de luz y agua que ella, con orgullo, te acaba de contar.
- ¿Y por qué, a pesar de todo, tanto gozo?
Le preguntas.
- Porque sin corona ni palacios fui toda una princesa aquellos días y hoy, ya he llegado a reina, sin tierras ni vasallos.

- ¿Y cómo me lo explicas?
- ¿Que te digan a ti si no qué niña en ninguna parte del mundo y ni siquiera aunque fuera hija de reyes, jugó nunca un juego tan puro y bello como el que yo tracé por aquel barranco, tan repleto de manantiales saltarines, en las laderas de mi querido Yelmo y al calor de un padre como el mío? ¿Qué niña vivió nunca un juego como éste y donde sólo vive el silencio y nubes blancas que coronan cumbres?
- Lo entiendo. Y ahora, cuando ya eres puro recuerdo, que me digan a mí qué reina en el mundo entero tuvo tan poco como tuviste tú en estos montes y al mismo tiempo tanto. Tu enorme Yelmo con sus laderas oscuras, por donde mueren las sendas y sobre la cumbre, el universo entero.

Así que dime ¿Qué tiene el Yelmo sobre la cima?
‑ El Yelmo tiene unas antenas que le pusieron los hombres y unas casas que es la misma que antes tenía. Pero además de eso el Yelmo tiene sobre su cumbre, siempre tuvo sobre su cumbre, la raya azul del horizonte para que cada día cuando lo miro desde aquí me parezca que mi padre duerme allí. En un rinconcico del cielo junto a la sonrisa de mi madre. Tiene también hermosos bollones de niebla que cuando llega el otoño y el invierno, siempre ruedan, saltan y juegan y vuelan alrededor de su cresta. Sobre él se amontonan, casi todas las tardes de verano, las nubes blancas y sobre él, el aire de estas sierras se pasea llevando y trayendo aromas de los rincones y todos los montes de estas tierras. Pero sobre todo, el Yelmo tiene en su cumbre, siempre en los largos meses de los desérticos inviernos tiene su cresta llena de nieve y eso es, y lo digo sin titubear para que nadie dude, el espectáculo más hermoso que Dios nunca creó. Todo un puro capricho como anticipo del gran paraíso.

‑ Pero entonces, si tienes tu casa aquí, frente al Yelmo, en esta cumbre que es su hermana gemela, desde tu cama cuando duermes ¿qué tiene una reina que no tengas tú?
‑ Una reina podrá tener palacios y oro pero yo, con esta casa pequeña, casi toda piedra, el valle a los pies del pueblo mío y la cumbre del Yelmo eternamente jugando por entre las nubes con la sonrisa dulce y los pasos cansados de mi padre y la voz del hombre más bueno del mundo resonando por entre esas rocas blancas, lo tengo todo. Hasta incluso creo que tengo el cariño sincero del que todo lo Creó.
- Y eso ¿Quién te lo dice?
- Me llena de mimos cada día y de placeres a todas horas. Hace un rato tú lo has dicho: me regala a cada instante la visión del Yelmo frente a mi casa. ¿Te parece poco?
‑ Pero entonces ¿qué tiene una reina que no tengas tú?
‑ Lo tengo todo y hasta el recuerdo y el gozo de haber trazado mis juegos de niña por las laderas y manantiales del majestuoso Yelmo para mí ahora ya dos veces rey: mi padre y el amigo de mi padre y ambos unidos a Dios en un abrazo eterno.

Oyéndola a ella el corazón se te llena de hondo gozo y tanto es que en este momento te atreves a lo que no te has atrevido nunca jamás en tu vida.
‑ ¿Quieres que te diga una cosa?
‑ ¿Qué es lo que deseas decirme?
‑ Un casi pequeño secreto que nunca conté a nadie porque cuando lo viví me pareció tan dulce y hermoso que entendí que eternamente tenía que quedarse en el silencio de mi alma.
‑ Si te hace feliz, cuéntame el secreto que de tan hermoso como me lo pones ya estoy ardiendo en deseos de oírlo.
‑ Fue hace tiempo, una tarde de invierno y creo que la primera vez que pasaba por las cercanías del portentoso Yelmo.
‑ ¿Qué ocurrió aquella tarde de invierno?

Aquel día, con el amigo que lo fue de verdad y que una Navidad voló como las nubes blancas del Yelmo y desde entonces duerme en la luz de esa raya azul de tu monte amado que es donde tiene el AMOR su nido, pasamos por el pueblo de La Puerta de Segura. Cuando ya caía la tarde subimos por la carretera hacia Cortijos Nuevos. Aquel día era un día de esos que parecen sueño o fantasía. Sobre las cumbres de Yelmo, las nubes volaban dejando mil sábanas de copos blancos que poco a poco iban cubriendo el bosque y las laderas. De los valles subían redondos vellones algodonosos que, dando tumbos viento adelante, se iban por los barrancos, crestas y bosques y se alejaban hacia el infinito. ¡Qué día, Dios mío, qué día, aquel día! Se me colaba por los ojos hacia lo hondo del alma y al llegar al corazón me agarraba con fuerza al tiempo que me dice:

“Vente conmigo. Fíjate que con nosotros dejas de pertenecer a esta tierra. Sabemos que siempre deseaste ser viento, nieve, agua, nubes y luz; hoy es el día. Hemos venido a por ti; tú mismo puedes ver el traje de gala que lucimos y la fiesta que celebramos. Un espectáculo único y sólo para ti, para recibirte. Mil veces nos dijiste que no te gusta el mundo de los humanos; mil veces oímos que nos llamaste porque necesitabas de nosotros para vivir. Hoy por fin estamos aquí. En nombre de Dios, tu Creador, hemos venido a darte un abrazo ¿No ve nuestra hermosura? Es el momento; ¡vente ya!”

Y como no podía irme porque soy carne mortal como tantos humanos padeciendo y rodando por el mundo, le digo: “Ya veis cuánto sufro encerrado en esta cárcel, de la cual, con toda mi alma, deseo salir y no puedo. Ojalá esta tarde se rompiera mi cuerpo y me fuera de una vez. Es mi deseo, ha sido mi gran sueño desde que vivo y como bien decís, me siento atraído por vosotros con fuerza irresistible pero no sé pasar, no lo sé. Veo el puente entre mi mundo terrestre y vuestro mundo celeste y aunque con toda mi alma quiero, Dios mío, no puedo.”

Guardas silencio y te acompaña durante un rato. Te observa y después de echar también una dulce mirada sobre el excelso monte, te pregunta:
- ¿Y el secreto?
- Que cuando muera me conviertan en cenizas y desde las cumbres del Yelmo me esparzan por los aires para aquí quedarme eterno. Poca cosa, un sueño, un deseo profundo pero así lo siento y lo quiero. Qué gozo sería el mío si entre vosotros y estas sierras para siempre ya me quedo.
‑ ¿Esperas alguna respuesta a esas palabras tuyas?
‑ No espero ninguna respuesta.
‑ Mejor así, porque no sabría hacer otra cosa sino quedarme muda. Es lo que tantas veces me ha pasado frente a este Yelmo: lo miro en silencio, me quedo sin palabras y dejo que pase el tiempo. No hay respuesta para lo que es inmenso y sólo se palpa con el corazón, en lo hondo, adentro, donde ya todo es otro mundo, que se funde con lo bello. Mi padre siempre me lo decía: “Lo que ennoblece al hombre no son sus actos, sino sus deseos”.

EL ROBLEDO
Y LOS GRILLOS - 26
CONCLUSION FINAL


Hace unos días, en este otoño de 1.994, he vuelto yo por la zona de acampada de ésta de El Robledo y he visto que las cosas han cambiado mucho. Durante algún tiempo más esto siguió siendo zona de acampada libre y hasta llegaron a prepararla haciendo parcelas, construyendo hornillas para el fuego, lavaderos, aseos, fuentes y vallando todas las tierras que rodean a estos pinares. Con maderas cortadas en estas sierras vallaron todo el cerrillo del pinar a fin de que los turistas no pusieran sus tiendas en cualquier sitio sino allí donde las tenían que poner.

Me he ido por el lugar y desde luego me ha llamado la atención todo lo que por aquí he visto. Después de haber destrozado bastante todo el precioso rincón, lo han dejando lleno de cemento, con muchas sendas por todos sitios, sin ningún monte bajo. ¡Con lo bonito que era el romeral! Hasta el suelo por donde jugamos con los grillos, está sin hierba de tan moderno como han querido poner todo esto.

Han rozado todo el matorral, incluido espliegos y mejoranas. Han puesto mucho construcciones de cemento por todo el recinto, han trazado sendas de un lado para otro y como, además, han edificado para los aseos y todo eso, el resultado es que esto ya no es lo que era. Y todavía resulta algo más desconcertante porque según veo este acondicionamiento para lo único que sirve es para dejar mucho más feo el paisaje. ¡Con lo bonito que era antes!.

Junto a la cancela de entrada a la zona veo un gran cartel donde puedo leer: " Planes provinciales de obras y servicios. Captación de Agua de El Robledo y El Ojuelo en Segura de la Sierra. Presupuesto: 35.000.000. Comienzo proyecto: agosto de 93. Terminación del proyecto: febrero de 94. Construye: Ayuntamiento de Segura de la Sierra.

Y a partir de aquí para arriba, todo el barranco está lleno de obras, de tubos, cables, monte rozado. En fin, que las cosas cambian y parece ser que siempre tienen que salir perdiendo los paisajes aunque se diga que es para mejorarlos y cuidarlos más. El dinero, más comodidad para los visitantes y como los espacios son menos cada día, para que quepan todos, hay que arañar donde sea y que se fastidie el monte. Esa es la motivación y realidad última.

Pero si las cosas ruedan bien, y para ello tiene que llover mucho más de lo que está lloviendo en estos últimos años, creo que por aquí van a construir un camping. Esto pertenece a Segura de la Sierra y lo que en estos años se ha pensado, es construir un camping en cada pueblo y es que aquello era bonito y de verdad gustaba venir por aquí a respirar el aire entre estos pinos y gozar del canto de los grillos.

EL CARDO AZUL ‑ 27


Acabas tu relato. La miras y como entiendes que sí, que lo que ella tiene ahora mismo en su corazón, es otro mundo y otra realidad, entonces te propones venirte del El Ojuelo y de El Robledo ladera adelante. Al llegar a esas rocas que forman como pequeños pero hermosos miradores sobre el valle, para traerla a su verdad, le preguntas:

‑ Además del agua cristalina que tanto te gustaba pisar cuando pequeña ¿qué otro juego te divertía por esa ladera?
‑ Rotundamente, la primavera. Luego me gustaba a mí contemplar, cada día al caer la tarde, a las ovejas y a las cabras recogerse en la parte más elevada del cerrillo y acurrucarse cada una por donde podía para pasar la noche.

Me gustaba a mí y me divertía ver las ardillas por las ramas de los árboles con las piñas y las avellanas entre sus dientes y al pasar por debajo de los pinos recrearme en las piñas mondadas que por aquí y por allí ellas, iban dejado. Me gustaba a mí ver la lluvia caer y hasta empaparme caminando bajo ella, ver la nieve y el Yelmo blanco y de ello y otros mil trozos mágicos, lo que menos gustaba a mí era cuando el bosque ardía; cuando iba por las sendas o barrancos y de pronto, al mirar a la ladera de enfrente, de ella veía salir una cortina de humo, mi alma se llenaba de tristeza. Porque he visto el bosque arder en más de una ocasión y aquello era una desolación.

Unos afirmaban que eran los pastores quienes le prendían fuego por aquello de la repoblación en las tierras que ellos siempre habían usado para dar pastos a sus ovejas. Otros comentaban que eran las pobres familias a quienes también el Patrimonio Forestal les había quitado sus cortijillos expropiándoselas para incluirlas en las tierras del estado y luego repoblarlas. Otros decían que eran la gente que tenían que irse de aquellas aldeas porque también el Patrimonio Forestal las expropiaba para seguir con su política de repoblación y como aquello creaba mucha tensión y disgustos entre unos y otros, pues muchos declaraban que de alguna manera se tenían que defender contra los abusos de aquellos representantes de la Administración.

Pero por encima de lo que te he contado, las fantasías que a mí más me gustaba y divertía en mis juegos de niña por estas sierras, era el cardo azul, los negros cuervos que siempre andan revoloteando por las laderas y barrancos y el trovador del otoño.
Te quedas mirándola y algo sorprendido le dices:
‑ Explícame algo del cardo azul, de esa extraña ave negra que tanto revolotea sobre estos barrancos y del trovador del otoño.

‑ Te lo voy a concretar: El cardo azul es una pequeña plantita que siempre nace en verano y crece precisamente en aquellos sitios soleados y llenos de rocas. En lo alto de esos pequeños miradores, repisas por las laderas del Yelmo, en el Yelmo mismo y por las pendientes del pueblo de la cumbre. No sé decirte cómo se llama pero sí sé que a mí me gustaba precisamente por su color azul. Parecía casi de juguete. ¿Cómo llamáis vosotros a este cardo?
‑ Habría que saber a qué especie de cardo te refieres, porque cardos por estos montes hay muchos. Su nombre en latín es Eryngium y existen unas 14 especies de las que 8 ciñen su área europea a nuestro territorio.

‑ Y el más bonito de ellos ¿cual es?
‑ Es precisamente un cardo azul, aunque no te puedo asegurar que sea el tuyo. Eryngium glaciales Boiss, es su nombre en latín y lo conocemos por el Cardo cuco o cardo azul.
‑ ¿Vive esa planta por estas sierras nuestras?
‑ Es frecuente en las cumbres de Sierra Nevada y en otras sierras andaluzas de donde pasa a Noroeste de Africa. Es característica su inflorescencia violeta y globosa, sostenida por bráctaes largas y estrechas terminadas en una aguda punta leñosita, con una o dos pares de espinitas laterales. Las hojas basales tienen consistencia coriácea y el limbo parece decurrir en el peciolo como una pequeña ala espinosa. Es propia de los cascajales y pedregales que superan los 2.500 m. Pasado el otoño se agosta y amarillea, arrancándola los vientos invernales que dejan un cepellón de hojitas hasta que brote la primavera siguiente.

‑ Quizá sea este el cardo azul del que te hablo. Cuando todavía no ha crecido mucho es cuando más azul y bonito se muestra.
‑ Puede que este sea tu cardo pero ya que estamos metidos un poco en el mundo de los cardos, tengo que decirte que además del que te he descrito hay otro que también se da en estas sierras y que de pequeño es bonito. Y me estoy refiriendo al CARDO CORREDOR, llamado en latín Eryngiun campestre.
‑ ¿Y cómo es el cardo corredor tuyo?
‑ Es hierba vivaz que se seca en invierno para brotar de nuevo al empezar la primavera. Echa una raíz del grosor del dedo meñique que se alarga hasta un m. y profundiza mucho en el terreno, de manera que se hace difícil arrancarla enteriza si no es con arte y buena herramienta. La corteza que es de color pardorrojiza, formada a modo de anillos pocos marcados a lo largo de ella. En lo alto de la raíz persiste la base deshilachada de las hojas del año anterior ya desaparecidas. Estas forman un ancho rosetón al ras del suelo y cada una de ellas tiene un prolongado pezón ensanchado en la base y generalmente de color amoratado, sucio.

En los pastizales elevados de los Pirineos y de otras montañas españolas, hasta las sierras de Gredos y de Béjar, Sierra Nevada y más allá del Estrecho, en las de Marruecos, se cría otro cardillo de este género, Eryngiun Bourgatti, fácil de distinguir del cardo corredor por su tallo poco o nada ramoso, por las estrellas que forma en torno a los capítulos, con diez o doce hojitas, en lugar de cuatro o seis y sobre todo, por aquel hermoso e intenso color azul que tiñe las sumidades de la planta.

Es el cardo blanco en catalán, panical blanc, del cual se dice que en el Pirineo Central, abunda sobre las cumbres de aquellas montañas contra las cuales batallan las comadrejas, llamadas en el país, rates paniqueres. Si durante la lucha la comadreja se siente herida, busca al punto una mata de panical blanc, contra la cual se restrega para evitar las consecuencias de la mordedura.

Esta creencia debe de extenderse por el Pirineo Aragonés, donde la comadreja se llama rata paniquesa o simplemente paniquesa. Este nombre no tiene nada que ver con los colores del pan y del queso, como alguien ha supuesto. La fábula de la comadreja o de otros animalitos del mismo jaez, que se defiende de la culebra mediante una hierba vulneraria o antitóxica, tiene su origen en la India y es tan antigua por lo menos como Plinio. Sólo que según este autor, la comadreja se sirve de la ruda. En los altos pirineos no crece ruda pero las comadrejas hallaron en el cardo blanco un buen substituto para emplazarla. Tanta es la fama de estos cardillos que puede equipararse a la de la ruda.

Florece este cardo a partir del mes de junio durante gran parte del verano y se cría en los ribazos, terrenos incultos, barbechos de todo el país, desde el nivel del mar hasta más de 1.000 m. de altitud, con cierta predilección por los terrenos calizos y arcillosos. Y para que tengas más información del cardo te diré que se recolecta la raíz en octubre o más tarde todavía. Cuando la planta va a secarse o ya está seca del todo, procurando que el suelo no esté mojado por las lluvias otoñales. Se seca, se limpia con un cepillo, sin mojarla y se corta en rodajas. No deben guardarse hasta que, después de cortadas, acaban de secarse por completo.

Y tengo que decirte, además, que un tal G. Luff, en 1.926, descubrió que la raíz de este cardo contiene una sustancia que se llama saponina, junto con materias tánicas y que más tarde, descubrió, en 1.934, un tal W. Peyer. En la raíz se encuentra también del 3 al 4% de sacarosa y cerca del 0,10% de esencia de eringio, de color amarillento. En general las saponinas de los eringios son poco hemolíticas. Y ya más concretamente te voy a decir que la saponina que contiene la raíz del cardo corredor tiene facultades diuréticas. Basándose en esta virtud se recomienda emplearla contra la hidropesía, los edemas de las extremidades inferiores, las arenillas, etc. Pasa también por aperitiva.

Y para que sepas aún más del pequeño cardo azul, que a lo mejor es el que a ti siempre te ha gustado, te diré que en estas sierras tuyas, sobre las rocas y cumbres, crece precisamente en los meses de verano y hasta lo tienen recogido en el Jardín Botánico de la Torre del Vinagre.
‑ No lo sé pero por lo que me cuentas seguro que el cardo azul que siempre a mi tanto me gustó, puede ser el que dices. ¿Sabes algo más de él?
‑ Sé que es una perenne erecta de hasta 45 cm. con inflorescencia teñida de azul y formadas por hasta 7 capítulos globulares y azules, rodeados cada uno por 10‑15 brácteas que los exceden ampliamente en longitud, estrecha, casi inerme.

Capítulos de 1‑2 cm, brácteas de 2‑5 cm, enteras o con 1‑2 pares de dientes espinosos; hojas de contornos redondeados, tres veces divididas en segmentos espinosos, estrechos, las basales con peciolo cuatro veces más largo que el limbo. Y este cardo se cría en lugares secos en las montañas de toda España y los Pirineos.

Y con esto ponemos punto y final a lo de tu cardo azul que un día de estos me voy a echar a buscar por las montañas tuyas. Vamos ahora a lo del “Trovador del Otoño”. ¿Qué juego era ese?
‑ Te voy a contar a ti esto del Trovador del Otoño pero antes si me permites quiero hablarte algo de los grandes pájaros negros que tanto revolotean por las rocas, barrancos y alrededor del pueblo. Son las aves que todos conocemos con el nombre de cuervos.

LOS CUERVOS ‑ 28


‑ Esto también es verdad, me los he encontrado por muchos rincones de estas sierras e incluso, cuando uno sube por la carretera que viene al pueblo, no es raro que de algunas de las rocas que se reparte por estas laderas, se te arranquen en vuelo. ¿También de pequeña jugabas con la presencia de estas aves?
‑ Con su presencia no he jugado nunca pero tengo que decirte que en los días otoñales, al amanecer, en muchas ocasiones no tardaba en oír los familiares graznidos. Miraba y arriba en el cielo, celebraba la jornada del nuevo día. Abajo, en tierra, alguna cabra u oveja despeñada. Y a mí me han dicho que antaño, esta escena tenía lugar en los campos de batalla. Eso no he llegado a verlo y gracias a Dios que nunca lo vi.

Parece como que los cuervos siempre acuden a la cita. Son sin duda los primeros que descubren los cadáveres, a veces, acompañados de familiares: cornejas y grajas. Entre todos, sin dejar de pregonarlo a los cuatro vientos, organizan un verdadero festín, en el que no faltan saltos, cabriolas y cualquier otro tipo de revuelos.
‑ Lo que me dices es verdad pero, además, también habrás descubierto en más de una ocasión que precisamente es esa visible hiperactividad la que descubren los primeros buitres siempre al acecho. En realidad no se trata nada más que de una especie de colaboración entre unos y otros carroñeros. Incluso se podría calificar de parasitismo.
‑ De cualquier forma, yo he visto más de una vez que ambos grupos se benefician de estas circunstancias. Las rapaces, porque graciosa los cuervos descubren antes y mejor sus viandas. Los cuervos porque aprovechan las aberturas efectuadas por aquellos en los duros pellejos de las reses y sobre todo, las migajas de carne que se van desprendiendo durante el desplazamiento de la carroña.

Todo esto no te lo digo de oídas, sino que lo he visto muchas veces con mis propios ojos. Pero estoy segura que de estos temas también sabes algo. A mí siempre me dijeron que los cuervos sólo comen animales muertos ¿Es cierto?
‑ Tengo que decirte que a pesar de su predilección por los animales muertos la dieta del cuervo incluye un espectro alimenticio más variado de lo que comúnmente se piensa. Aparte de la carroña y de los consabidos huevos y polluelos que tantos problemas le acarrean, los córvidos consumen pequeños invertebrados como insectos y caracoles, anfibios, peces, reptiles, micro mamíferos y hasta frutas y semillas.

Como ya habrás observado más de una vez ellos tampoco desdeñan los desperdicios que los humanos arrojamos a los basureros. En definitiva, consumen todo aquello que puedan capturar o recoger con su fuerte pico negro de 9 cm. de longitud. Por todas estas razones se les considera como unas de las aves que más justificadamente merecen ostentar el rango de omnívoros.

Pero ya que estamos metidos en el tema quería decirte para que tengas más fundamentos de estos carroñeros vestidos de negro, que en el capítulo de la alimentación no se puede pasar por alto una faceta que atrae poderosamente a los etólogos. Se trata de su enorme oficio a crear despensas por el campo que no siempre son utilizadas más tarde y que se da la circunstancia de que el cuervo suele llevarse el alimento que encuentra incluso después de haber saciado sobradamente su apetito.

Lo que hace con ello no es otra cosa que diseminar por las inmediaciones los restos de comida ocultándolos en oquedades naturales, a veces arregladas con maestría con su mismo pico. Aunque parece mentira, el cuervo, con una talla semejante a la de un milano; mide 60 cm. de longitud y con sus alas abiertas tiene una envergadura de 125 cm. La grajilla mide sólo 33 cm. y es la más sociable de las tres especies ya que suelen formar grandes bandadas que crían colonialmente. La corneja negra que se encuentra en el centro de los dos, mide 47 cm. y puebla toda nuestra geografía, mostrando preferencia por los campos cultivados sin importarle la presencia del hombre.

El cuervo pertenece a la familia de los paseriformes, lo que le emparienta directamente con gorriones, jilgueros, currucas y ruiseñores. Los científicos, a la hora de establecer su clasificación, se han basado en rasgos comunes con aquellas otras especies. Entre ellos, la siringe o aparato fonador, los tarsos, de idéntica estructura córnea y diversos caracteres presentes en el esqueleto y los músculos.
‑ He oído a gente decir que el cuervo es una corneja grande. ¿Es cierto eso?
‑ Desde luego que se parece a la corneja negra de la que se diferencia por su tamaño ligeramente mayor y por la forma de la cola, borde recto en la corneja y en forma de cuña en el cuervo. Cuenta en su familia ibérica con otras especies que, como él, visten de luto riguroso como la graja, la grajilla y las chovas piquigualda y piquirroja, así como con otras más bellamente vestidas como la urraca, el arrendajo y el bello rabilargo.

Y sobre los cuervos, ya que estamos metidos en faena con ellos, sabes, además, y quizá mejor que nadie, que el período reproductor se inicia bastante temprano en el calendario de las aves ibéricas.
‑ Eso si lo sé bien. Ya en el mes de enero más de una vez he visto a los cuervos llevando ramas a sus nidos nuevos o la reparación de otros utilizados con anterioridad. Sé también que la puesta, encubada exclusivamente por la hembra y consistente entre cuatro y seis huevos de color verdoso y manchados, no tendrá lugar hasta marzo e incluso abril.

He visto que sus nidos suelen ubicarse en la seguridad de cualquier grieta de roquedo o sobre la orquilla de un árbol y siempre a una altura considerable del suelo. En más de una ocasión vi como la permanencia de los polluelos en el nido se prolonga por espacio de cinco o seis semanas. Pasado este tiempo comienzan su propia vida en familia pero fuera del nido. De acá para allá, adquiriendo la experiencia y los conocimientos que más tarde, a las puertas del siguiente invierno, les permitirán subsistir por sí mismos.

‑ Ahora, una cosa que a mí siempre me ha intrigado de los cuervos es si tienen o no otros animales que les ataquen y se los coman.
‑ Depredadores, se llama eso y te diré que sí, que los tiene pero escasos y entre ellos se encuentran el búho real, el gato montés, ambos cazadores nocturnos. Los diurnos no parecen preocuparle demasiado al fanfarrón cuervo.
‑ ¿Y cuánto viven?
‑ En cualquier caso y si los nidos no han sufrido expolio, por desgracia una práctica aún bastante frecuente para enriquecer algunas colecciones, sus expectativas de vida son bastante altas, siempre y cuando no perezca a causa de una perdigonada.

‑ Y eso que dicen de “adorados por algunos y denostados por otros”, ¿a qué se debe?
‑ En la península Ibérica al igual que en el resto de Europa, el cuervo figura actualmente a la cabeza de la lista de las aves más odiadas y perseguidas por el hombre. Sus rapiñas entre las poblaciones de apreciadas especies cinegéticas unido a su fama de carroñero despiadado, porque lo primero que busca son los ojos de los cadáveres, le reporta la peor de las aureolas y le convierte en símbolo de brujería y hasta rituales satánicos.

Pero fíjate qué cosa más curiosa porque en el pasado, según los libros de historia, este pájaro fue consagrado el dios Apolo, el dios de la música, por los antiguos griegos quienes lo veneraban y su efigie ha quedado en pergaminos y bajorrelieves. Se dice así mismo que los bikingos, los comerciantes y guerreros escandinavos, lo adoptaron como su ave emblemática por haber descubierto junto a ellos las tierras de Groenlandia, actuando como una eficaz guía desde el cielo. ¡Fíjate qué cosa!

‑ En fin, curiosidades bonitas que a pesar de mis años me gusta saber, porque ello pertenece a las tierras en que nací, me críe y he vivido siempre.
‑ Eso está bien.

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