4.12.2008

Pequeño edén-1

MI PEQUEÑO EDÉN

Gratis durante unos días y en PDF
Para aquellas personas que quieran pueden descargarse este libro,
en versión completa y en Pdf, de este sitio: Libros Último Edén
Solo estará disponible durante unos días


INDICE
Prólogo
La curva del pinar
El pastor de los pinos
El santuario
Los humildes del valle
¡Era tan linda su visión!
La cumbre sagrada
Por el nacimiento del río Segura
El chorrillo de la laguna
El borbotón de Navahondona
Bajo el roble milenario
El manantial de las fantasías
Desde el otro lado del tiempo
La crecida del río
La entrada al río Borosa
Los matices de la sierra
El fresno de la Canaliega
Y la eternidad
El barranco
Aquella ancianita
En la sierra no hay que tener prisa
El placer del esfuerzo
El ultimo deseo
Desde donde se ven los pueblos
La nava de las mariposas
El valle de la primavera
El derrumbamiento
La senda de las cañadas
El barranco de las encinas
El lugar soñado
Dueña de la ladera
Cerro hueco
La sierra profunda
El cerro de charol
Como un trozo de museo
La cueva
El resumen
Desde la profundidad
De llanura en llanura
El camino viejo
El barranco de la niebla
La visión del valle
Desde donde se ven algunas aldeas
El arroyo que se hunde
(Gracia por tu amor!
Donde la belleza se hace paisaje
El chorrillo de la cumbre
El alimoche
Recogiendo para irse
La cerrada
La alambrada
Un día como tantos
El sueño
La senda
La senda del trigal
La ladera de los pájaros
Día de nieve
El barranco en forma de águila
Donde duermen las nubes blancas
El arroyo del tronco
Lo que duerme en el silencio
Los despistados
Amor a la tierra
El gran palacio
Los charcos azules
Los tres amigos
Donde nace el Guadalquivir
Amurjo
El collado de las flores
La Fuente
En el mejor trozo de tierra
El Sueño de la niña
El valle del río
El barranco de la senda
El escrito
El Serbal
Merienda serrana
Al día siguiente ya era Navidad
El pedazo de la cumbre
Las ciervas
El juego de los niños
La ardilla y los de la ciudad
Las señas de identidad
Desde el Puerto de las Palomas
El barranco
El gran salto
El mundo de la paz
A media mañana
Los amigos del niño
La tía Dorotea
Aquel Guadalquivir
Guadalquivir arriba
La cresta de la montaña




PROLOGO
¿Es sueño lo que viví ayer, o es sueño lo que vivo hoy? Se pregunta José Gómez Muñoz como resumen final de un libro escrito con la pluma del alma y en el que desborda una fuente poética capaz de empapar las conciencias de amor y belleza.

¿Estamos, con las herramientas del comercio, lo material, el hedonismo y el todo vale, construyendo un futuro de esperanza, o estamos destruyendo un pasado natural que no es otra cosa que una huella virgen de la divinidad en la aridez del universo infinito?

No lo sabemos de cierto pero lo que sí sabe José Gómez, este hombre sencillo, prudente y entregado, inmerso en la sensibilidad y la contemplación, firme en la fe y serio en la denuncia, es que hay cerca de nosotros, aquí mismo, en el centro del corazón de esta provincia de Jaén, tan herida tantas veces, tan despreciada y olvidada, un paraíso de formas capaz de desbordar cualquier contenido de fondo. Hay en nuestra provincia nada menos que un trozo del espíritu de Dios brotando en el silencio de la historia, un rincón de vida capaz de alentar la luz en los espíritus más oscuros.

El hermano Pepe- como amistosamente lo llamamos -, lo supo desde el primer día que sus pies se posaron en la tierra de la Sierra de Cazorla, Segura y las Villas. Y no conforme con saberlo, incluso lejos de considerarse un escritor pleno, se propuso hacérnoslos saber a los demás, con la simple y hermosa intención de que respetemos la grandeza de estos parajes y, sobre todo, los amemos. Y así han salido de sus manos publicaciones, guías y libros, y ahora este que tiene, lector amigo, ante sus ojos, para decirnos que cualquier rincón de la naturaleza es bello y cada hombre un mundo y cada vida un milagro.

José Gómez encontró un día una razón para creer, y estas sierras se lo confirmaron para la eternidad. José Gómez encontró un reino de delicadezas y arte que han calado tan hondo en su espíritu que ya no sabe realmente lo que es sueño o realidad. José Gómez ha hallado sencillamente su “Pequeño Edén” que es también toda una gloria para quien se adentre en él con espíritu limpio.

El libro que va usted a leer, mejor vivir, no es otra cosa que un canto que invita al conocimiento real de los espacios, para quererlos y considerarlos. Aquí encontrará usted relatos independientes en los contenidos pero enlazados todos en una misma razón intrínseca. Aquí encontrará ternura, como en la del pastor de los pies helados en los días de nieve; o liberación ante la contemplación del barranco, donde todo es sinfonías de sombras y de luces; o aclamación de la sencillez en la descripción de los cortijos y sus modos de vida en la amistad y la solidaridad junto a las ascuas de una lumbre siempre encendida; o la bondad y el compañerismo, en los pastores que comparten ilusiones y tristezas, y el pan y el vino; o la delicadeza en la “Nava de las Mariposas”, en donde todo es un cuadro de colores bajo la danza especial de la Graellsia no lucía disecada en el pecho de la reina sino viva, en su vuelo de azules y soledades, junto a un pino laricio; o grandiosidad de adentrarse en “Cerro Hueco”, toda una cúpula diseñada por un Dios Sabio y construida por ángeles sin tiempo ni perfiles; o soledades sonoras en “La Cerrada Soñada”, el amor secreto que se eleva a la cima del misticismo, la mano que se toca del Creador; o acción de gracias “Gracias por tu amor”, sin duda uno de los paisajes más hermosos del libro, y que le da nombre, y en donde es tanta la belleza, tanta la luz, la armonía, la serenidad, la música..., que ya sobra todo, porque todo se adentra en la cañada de “las estrellas que llevan a las llanuras de la eternidad”, y todo sin más gasto que “tu silencio” que “es la única entrada que debes pagar para asistir al concierto más bello de la creación”.

Pero también en el libro, dentro de tanta delicadeza y descripciones que embelesan y emocionan, hay una intención fuerte y clara de denuncia, algo así como un grito contra la injusticia, el autoritarismo y la comercialización ciega y torpe. Como esa fuente del valle de los tres arroyos, que daba de beber y descanso, como agua de vida eterna, y que ahora son tubos de plástico bajo cemento, hierros y candados; o el salvajismo de los excursionistas de un día, capaces más que de conservar de destruir por simple capricho de unas risas falsas; o la construcción de esas carreteras que como monstruos estúpidos arrasan cuanta hermosura encuentran a su paso; o la matanza sin conciencia de los pudientes que disparan con sus rifles a todo cuanto alienta y exige también derecho a vivir; o la tragedia, en el cadáver de ese pastor envuelto en nieve que se perdió para siempre entre las grietas de las rocas; o la cárcel de un casero que se negó a abandonar las tierras de sus raíces y olvidó que amistad y poder se contradicen; o la fuerza hiriente de los “invasores”, que desprecian a los humildes y sencillos y los echan a empujones y zancadillas; o la tremenda desolación que deja la mano del hombre..., capaz de venderse por un puñado de monedas falsas.

Y así, entre veredas inolvidables y protestas rajadas de dolor, caminará el lector, deseando conocerlos en su realidad verdadera, por los paisajes sublimes aquí descritos..., para, al final, preguntarse también si es sueño o realidad lo leído. Aunque esto nunca lo sabremos de cierto. Ni el mismo autor lo sabe. Y es que la belleza construida por la mano de Dios no cabe el reino de la mente, y menos en el de la palabra. ¿O sí?

“Cae la tarde, al fondo veo Peña Corva. Por detrás se oculta el sol abierto como una gran cascada de colores..., y me pregunto: ¿Es sueño lo que viví ayer o es sueño lo que vivo hoy? Hay dos realidades dolorosamente distintas y dulcemente bellas: ¿Cuál de las dos es la verdadera?” No lo sé, amigo Pepe pero sí sé que tú has puesto el corazón en este libro tuyo y nos has llenado de paz y tocado las conciencias. El mundo, desde ahora, debe y puede ser mejor.

Ramón Molina Navarrete
Primavera, 97


Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sólo su figura
vestidos los dejó de su hermosura.


LA CURVA DEL PINAR
A veces tienes la impresión de estar viviendo la fantasía de un sueño. Ves un paisaje y siente como si lo conocieras de siempre. Hoy, esta tarde brumosa, al pasar por aquí, me ha ocurrido a mí esto. Tuve yo un sueño anoche y en él vi una retorcida senda que, desde el cortijo en lo alto del cerrillo, bajaba buscando el arroyuelo de la junta. Trazaba una curva en forma de media luna y conforme iba ciñéndose al barranco, el rincón se llenaba de un misterio raramente dulce.

Sé que el nombre del cortijo es Valdegrillos y se encuentra en una finca que tiene también el mismo nombre, en las tierras que hoy son núcleo del Parque Natural de Los Villares, al norte de Córdoba. Pero el rincón que vi en el sueño no se parecía al que allí existe y es real. Me veía yendo por allí pero los paisajes que en mi alma se reflejaban no eran aquellos.

Esta tarde, ahora mismo, en cuanto hemos llegado a la curva que la pista da al meterse por el pinar, en cuanto penetramos por entre el fino aleteo de sus sombras, algo tiembla dentro de mi espíritu. Es éste el rincón que anoche vi en mi sueño. Pero ¿cómo es posible si por aquí no he venido nunca? No conozco ni el paisaje ni el camino ni el bosque ni las sombras húmedas que de él mana. Mas no me engaño: el arroyo, la ladera, el manantial en forma de cristalina fuente, casi todo, y exactamente, es lo que anoche recorrió mi mente mientras dormía. Y sobre todo, algo muy concreto: la luz desnuda enredada entre los árboles, los parajes, el murmullo de aves aleteando, piando, trinando, resonaron anoche por mi mente mientras dormía y ahora están aquí pero es que, además, ahora tengo la sensación de que el rincón es el mismo de hace cuatrocientos años según las ordenanzas que se proclamaron por aquellas fechas:

“Otrosi ordenamos y mandamos que qualquier persona de nuestro término no siendo vecinos dellos cortaren y llevaren fuera sin licencia de nos el dicho concejo açores y otras aves y yeruas o mineros u otras cossas que son defendidas por nuestros fueros e por otras nuestras ordenanzas quelo haya perdido y pierda con más la bestias en que lo llevare y incurra en las demás penas de estas nuestras ordenanzas que son mil mars. por cada pie de siñuelo que sacare y llevare a lo mismo por las dichas aves e mineros y otras cossas que aplicamos donde ellas las aplican”.

A mí, al menos, me parece eso: que a veces tengo la impresión de estar viviendo un sueño. Veo un paisaje y me digo que lo he soñado y cuando voy andando por él ya no acierto a saber si aquello es real o sueño.

EL PASTOR DE LOS PINOS
El día amaneció lleno de sol puro pero con sus nubes negras coronando la cumbre y un profundo silencio apretado por el barranco. Y por ahí, por el barranco bajamos nosotros e íbamos buscando la senda. No la conocíamos pero sí nos habían dicho que existía. Bueno, lo que nos habían dicho era que en otros tiempos intentaron construir por la zona un carril ancho y que al final lo dejaron sin terminar pero que por algunos sitios aún se veían trozos de esa pista. Y como desde hacía tiempo nosotros queríamos conocer el barranco, aprovechamos la fresca mañana y nos pusimos en marcha arroyo abajo buscando lo más hondo que era donde se mecían los chopos amarillos. Al lado derecho se extendía la pequeña llanura, brotaban por allí los manantiales y corría el segundo arroyo. El que desciende del cerro de los pinos, hundido y perdido por los densos matorrales.

Y sí: el barranco nos resultó de lo más emocionante por los pequeños trozos de pista, ya rotos por las lluvias y que todavía se veían al lado derecho del arroyo ancho.
‑ Por aquí entraron con las máquinas y al llegar a la roca pararon y no siguieron con la obra.
Me decía uno de los amigos de los tres que hoy nos habíamos juntado.
‑ Fue un acierto que se marcharan y dejaran el camino como estaba. Si hubieran seguido fijaos el destrozo de monte que habrían hecho.
Comentó otro de los del grupo. Y tenía toda la razón del mundo. Si aquella pista del barranco hubiera seguido, el destrozo habría sido tremendo. Eso se veía bien en los pequeños trozos que dejaron a medias, contrastando con la fenomenal hermosura que emanaba del barranco.

‑ Es como si a pesar de tantos arroyos por esta sierra éste fuera el único.
Añadió otro de los amigos. Y desde luego que también tenía razón: era casi único. Ahora que lo estábamos recorriendo nos íbamos empapando al tiempo que convenciendo de ello. Y más nos saturamos aún cuando llegamos al cauce que baja de los pinos. Torcimos a la derecha y ladera arriba nos fuimos atravesando el monte y al llegar a lo alto vimos otro buen trozo de senda. Ibamos dudando seguir por ella cuando en la llanura y collado de la derecha nos encontramos con las ovejas.

‑ Vamos a parar un momento a ver si vemos al pastor para charlar con él.
Les digo a los amigos pero ellos, ya que habían subido el cerro, no tenían muchas ganas de quedarse y por eso, los dos enseguida me dijeron:
‑ Déjate de pastor y de ovejas porque la senda es larga. Si perdemos el tiempo se nos echará la noche encima antes de llegar a donde pensamos.
Pero justo en este momento veo al pastor. Se mueve por lo hondo del barranco, pegado a la ladera en que nace el arroyo de los pinos.
‑ Allí lo tenemos. Si bajamos sólo unos metros lo podremos saludar.
Les digo al tiempo que ya me muevo a su encuentro. Pero los compañeros no quieren pararse y especialmente uno de ellos, por lo que me insiste en que lo del pastor es una tontería.
‑ Hemos venido a la sierra a otros asuntos.
‑ Es que en cuanto uno se tropieza con un pastor de estas tierras, parece como si todas las demás cosas perdieran importancia, como si pudieran esperar unas horas más. Charlar con un pastor y dejar que el tiempo pase siempre es algo que sacia plenamente el espíritu.

En estos momentos, ya recorrido un buen trozo de ladera, me acerco al que guarda las ovejas. Es la ladera de los pinos que baja por donde nace el arroyo. Y ahí, en lo hondo, justo donde nace el arroyo, las praderas tiemblan vestidas de hermosura al tiempo que también son amplias. Aligero el paso y lo llamo pidiéndole que espere y cual no es mi sorpresa cuando al bajar unos metros descubro algo sorprendente y especial: al lado derecho de la ladera del arroyo, entre el monte y como escondida y olvidadas del mundo entero, veo las casas chiquitas de la aldea.
‑ ¿Y esto qué es?
Les pregunto a ellos.
‑ Ya lo ves; es la aldea. La única aldea que no ha querido ni progreso ni contacto con el resto del mundo.
‑ Pero ni siquiera sabía yo que esta aldea existiera.
‑ Ni tú ni nadie; y observa que por no tener no tiene ni carril para llegar a ella en coche.

Me asomo por el lado de arriba y desde lo alto de la roca la veo perfectamente. Es pequeña, hermosa, sencilla, humildemente aplastada junto al arroyo y extendida ladera abajo como si aún quisiera esconderse más por entre los pinos y los madroños.
‑ ¡Como un pequeño misterio alejado de todos y todo!
Comenta uno de los amigos.

Y ya está. De aquello del pastor, mis amigos y la aldea en el confín del mundo, hoy no quiero contarte nada más porque fue tan bello para nosotros la silenciosa visión, que el resto del día nos quedamos por el lugar charlando con el rey. Mas para gozar de la aldea derramada por la ladera, el monte y las praderas, que por ninguna otra verdad.

EL SANTUARIO
Desde la hondonada del arroyo por donde intentas subir con la ilusión de encontrar la senda que atravesando la ladera lleva a la vieja aldea, no dejas de mirar buscando lo que en realidad existe y puede verse con los ojos. El primer arroyo de donde arranca la gran reguera y por donde se amontonan las rocas, es también un museo de tobas. Rocas que se fueron formando por el paso del tiempo con la cal que los hilos del agua al correr iban depositando sobre la superficie de las otras piedras que sujetaban la corriente. Es decir “cuajado de corriente” como dice el pastor Isidro.

Fácilmente lo puedes intuir por la experiencia que tienes de tus rutas por la sierra. Estas gordas rocas de tobas son porque en otros tiempos por aquí fluyó una gran corriente de agua. Pero lo del santuario que ahora buscas ¿dónde se encuentra? Sabes que no es un santuario físico, es decir, que se pueda ver con los ojos de la cara y tocar con las manos del cuerpo. Pero si miras fijo, por ti lo puedes descubrir y en todas las direcciones. Ahora mismo andas metido en el centro de ese fabuloso y desbordante santuario. Tanto que podría decirse que allá arriba, a media ladera, tiene su trono donde forma un gran balcón frente al barranco que es como la puerta del precioso grande.

Sin embargo, no te acaba de entrar en la cabeza. Los santuarios que conoces son construidos por los humanos y sirven para eso: para que los hombres vayan a rezar frente a sus imágenes queridas. Grandes casas de piedras con tejados también amplios, campanas y muchas tallas donde las personas se juntan para orar. Y por eso ahora es tan normal que te extrañe tanto, el santuario que vas recorriendo y por donde en ningún rincón aparece nada de lo que tú conoces en los edificios que en tu mente tienes. Sabes tú que hubo una vez un grupo de gente que recorrió estas sierras con la idea en la cabeza de construir un gran templo del tipo del que en tu mente baila. Hasta vinieron jóvenes acompañando al líder que decían eran novicios. Ellos se encargarían de llenar de rezos estos parajes pero aquello no cuajó por lo extraño que resultaba precisamente en estos montes.

De todos modos, aquello tendría su razón y el motivo de fondo sería noble y por eso ahora piensas que te gustaría ver con tus propios ojos una señal de ese casi extraño sueño. Pero algo en tu interior te dice que no la verás. No se puede ver. Se siente, se intuye, golpea dentro del corazón y hasta llegas a notar que tú te encuentras en su interior, sin que veas nada. “Tú hazme caso: sigue y deja que por tu alma y desde tu alma fluya y vuele lo que tu espíritu palpa y no busques ni quieras más. Ahí, en ese punto se encuentra y existe el núcleo del fabuloso santuario que buscas y que al mismo tiempo desciende por estas laderas en forma de arroyos limpios, de monte verde, de madroños rojos y de profundos silencios. En este pequeño punto que no es materia se encuentra la verdad que intuyes e intuyeron otros. Intentar materializarla es inútil. No busques más ni quieras otra cosa”.
Es lo que a ti te dijeron.

Y ahora, al oír el rumor y sentirte rodeado del bosque y las cascadas que tienes ante ti, se te viene a la mente el recuerdo de tanta gente como en estos días, y sobre todo, en estos últimos años, visitan y surcan los montes que tanto quieres. Te dices que ellos son como peregrinos rumbo a este santuario que buscan y desde tu corazón se refleja por las laderas pero ni saben lo que buscan ni tampoco lo que quieren. Si observas despacio, si alguna vez caminas con ellos, enseguida descubrirás que una de las primeras cosas que hacen en cuanto llegan a estos montes, es reunirse para comer tortillas de patatas y beber cerveza. Luego, cuando ya no tienen qué comer, en grupo empiezan a mirar a un lado y otro y a preguntarse entre ellos: “¿Qué hacemos? ¿Adónde vamos? ¿Quién conoce estas sierras para que nos las explique? ¿Por qué no buscamos un guía?

Y es que claro: en el fondo están sin guía. Se encuentran desconcertados, bastante perdidos en el centro de este excelso santuario. En más de una ocasión no sólo te has dado cuenta de esto sino que has vivido la experiencia. Los has visto tan perdidos como a niños pequeños en medio de la muchedumbre. Los has visto rogándole al guía que no se vaya, que no los deje solos porque entonces no sabrán andar ni a dónde ir.

LOS HUMILDES DEL VALLE
- Y tú que estuviste por ahí el otro día ¿qué fue lo que viste y qué es lo que dices?
- Yo que estuve por ahí el otro día, primero con los hippies, hace ya años y luego con Cándido, hace unas semanas y por fin solo, hace tres días, digo que me asomé al borde del cerrillo y miré por el barranco. Vi que el camino no moría pegado a la capilla sino que subía por la hondonada emergiendo de las aguas y venía buscando la iglesia.

Subía al arroyo primero y ella venía por él. Y como por allí aquello era ladera, ella subía con bastante dificultad, como si no pudiera con la carga del haz de leña seca para la lumbre en esta aldea. Cruzó unas rocas y como el camino daba una curva no veía bien lo que en la otra pequeña hondonada se iba a encontrar. Y en la otra hondonada, en cuanto remontó el puntalillo, vio que estaban ellos. Bueno, ellos más que estar bajaban por el camino, no se sabía hacia dónde. Pero era igual; recorrían estos terrenos para vigilarlos porque desde hacía un tiempo se sentían dueños. Por eso ella los temía y nada más verlos se echó a temblar.

ASeguro que en cuanto me los cruce me quitarán la leña. Me preguntarán primero que de dónde vengo y les diré que ya lo están viendo, del campo de recoger unas ramas secas para la lumbre. Me dirán que si no sé que está prohibido recoger leña porque ahora los bosques ya tienen dueños. Les diré que lo entiendo pero que en mi casa tenemos frío y necesitamos la leña no sólo para calentarnos sino para hacer la comida y medio poder vivir. Me dirán que a ellos les da igual. Lo ordenado es lo ordenado y si no se cumple se castigará a quien infrinja la ley.

- ¿Ni siquiera con una pobre anciana como yo por respeto a los años y por compasión con mi pobreza y pequeñez podéis tener una poca de bondad?
- Es que si hoy la tenemos contigo, mañana habrá que practicarla con otro y luego con otro y así de este modo ¿dime tú cómo podremos ejercer nuestra autoridad?
- Mirad que somos pequeños, pobres y carecemos hasta de libertad para andar por estos campos y de palabras para decir lo que sentimos. ¿Por qué os ensañáis de ese modo con los humildes de este valle?
- Donde manda el que, manda, nosotros no podemos decidir lo contrario.

Toda esta tragedia corría por el alma de ella mientras ya comenzaba a bajar para el segundo arroyuelo donde se los encontró. Ellos la reconocieron, ella los saludó y encorvada tal como iba con su haz de leña a cuestas siguió el camino y se acercó a la cristalina fuente. En la fuente su perro se puso a beber agua y al verlo ella se dijo que en el borde de la pila se podía parar a descansar como otras veces. Pero ellos estaban todavía por allí cerca y si se paraba seguro que entonces sí vendrían a quitarle el haz de leña. Así que siguió dando una voz para llamar al perro que trotó y enseguida se puso delante.

“Ahora ya el camino se mete en la ladera y por ahí se queda oculto entre los trigales. Ya dejarán de mirarme. Ya estoy segura de librarme de ellos por esta vez. En cuanto llegue a la iglesia voy a entrar y le daré gracias a Dios por haberme defendido otra vez más de estas personas. Gracias Señor y protégeme que refugio en ti, porque mi vida y mi suerte están en tus manos”.

Esto es lo que ella venía meditando en su corazón para rezar ante el sagrario cuando llegara. Yo la vi como se quedó perdida, toda encorvada y con su haz de laña a cuestas, por entre los altos y dorados trigos de la ladera. Durante un rato estuve esperando a ver si salía por la parte de arriba, por donde el camino remonta y surge el barranco como en una fantasía de luz y luego se viene derecho a la iglesia. Pero no la vi salir. Me acerqué a la iglesia y noté que respiraba silencio, paz y belleza.

Ahora pienso y siento, y así será mientras viva que este trozo de tierra, eterno será sagrado. Son trozos sagrados que ni pisados por ninguno de nosotros deberían ser nunca. Pero según me iba acercando veía como todo estaba roto, demolido, excepto la iglesia que sí permanecía en pie aunque sólo unos trozos de sus paredes. Pregunté y me dijeron:
- Aunque te cueste creerlo nosotros respetamos esta iglesia. Prueba de ello es que sus tapias de cal y canto permanecen todavía en pie. Se van cayendo poco a poco pero sólo porque el tiempo las desmorona. Nosotros respetamos este recinto sagrado para quedar libres ante Dios.

Y es verdad. No se atrevieron a tocarla aunque, a los habitantes de la aldea, sí los rompieron para toda la eternidad. Lo que de la iglesia se ha caído, se ha caído empujado por el viento, ayudado por la lluvia, el silencio y los años. El tiempo poco a poco va poniendo las cosas en el sitio que les corresponde. Antes de llegar a la iglesia, por la parte de atrás, crece un gran olivo. Arbol que siempre estuvo unido a ellos, muy presente en los acontecimientos bíblicos y aquí todavía sigue vivo aunque ya la iglesia no tenga techo. Pegado al olivo se mece un fresno, una higuera, un granado y muchas zarzas. Frente, queda el cementerio. ¡Qué cosa más bonita! ¿Pero quién te ha dicho a ti que allí duerme ella? “Gracias Señor, que me refugio en Ti.”.

Y ella, cuando terminó de salir, cuando volví a verla saliendo de aquel trigal de espigas doradas con su haz de leña acuesta y encorvada, se vino buscando la iglesia. Allí los vio a ellos, sentados sobre las piedras de las ruinas. Los saludó de nuevo y entonces uno le dijo:
- No creas que lo hacemos para dañarte, para castigarte porque has infringido la ley. Lo hacemos por tu bien y el de los que aquí en esta aldea habéis vivido desde siempre.
- ¿Pero qué habéis hecho con mi iglesia?
- En el fondo no queríamos pero no quedaba otro remedio.

La iglesia, ella la vio y yo también, estaba aquí. Preciosa, con un hermoso arco de sillería, tres grandes piedras que suben, otras tres a los lados y una en el centro. No tiene puerta ni techo pero todavía ven trozos de vigas en la pared del fondo. Se adivina donde estuvo el sagrario. Por entre la poca hierba que ya empieza a brotar, se ve el suelo. Era de cemento. También se ven por aquí los trozos de tejas que se desmoronan. El sagrario estuvo puesto sobre una estructura de hierro redonda con otro hierro que cae para abajo. Está cubierto con cemento y ladrillos y puesto encima quedaba el sagrario. Hay una repisa y ahí se apoyaba.

Y aquí, a los lados, a la derecha según se entra, hay una puerta que es seguro la sacristía. Todavía se ven los escalones del altar. Preciosa y grande era esta iglesia. Mirando desde dentro, al fondo se ve la fachada donde estuvo la campana en forma de una gran ventana. Otro hueco más pequeño abajo y la puerta que además del arco de piedra por arriba la sujetan unas cuantas vigas de madera de pino. ¡Qué bonito es esto! A la entrada tenía un escalón con dos piedras grandes que trajeron de algún lugar de estas sierras y luego existe un rellano empedrado. Es cuadrado, de unos tres metros por cinco que era la entrada a la iglesia.

Fíjate, hasta la tenían empedrada. Y ya más cerca del barranco del trigal, otro rellano empedrado también. Este rellano fue la era. El pavimento es de piedras pequeñas muy bien puestas y su forma es redonda. Así que en la misma puerta de la iglesia pusieron ellos su era donde trillaban y aventaban las mieses, las espigas del hermoso trigal por donde ella se perdió. Aquí mismo era triturado por el trillo para separar el grano de la paja. ¡Fíjate qué cosa! En la misma puerta de la iglesia y frente al cementerio. También es verdad que desde este lugar, era y puerta de la iglesia, se ven las aguas del pantano cuando éste se llena. Ahora mismo, bastante seco pero dicen que a mediado de diciembre de 1996, van a comenzar las lluvias. Lloverá mucho, como en aquellos tiempos. Hasta dicen que este año puede llenarse y ahora se encuentra a un 18%. Algunos aventuran que para Navidad de este año ya no se verá la torre antigua. Viejo castillo que ahora sí se ve perfectamente por lo seco que está el pantano.

- Vosotros sois malas personas.
Le dijo ella parada frente a lo que quedaba de la iglesia.
- ¿Por qué piensas eso?
- Lo que acabáis de hacer con mi pueblo y con la iglesia de mi pueblo, no se hace. Soy una pobre anciana que no tenía más riqueza en este suelo que la pequeña casa de piedra que me habéis roto, un trozo de huerto donde siembro los tomates y este rincón sagrado donde vengo a rezar a mi Dios.
- Es necesario que os vayáis de aquí por muchas cosas. ¿Para qué queréis una iglesia si ya no la vais a usar? De todos modos, nosotros cumplimos órdenes. El nos dijo que hoy no te quitáramos el haz de leña y que mañana te darán tierras en otras aldeas que se llama Calanlle, Espeluy o Palma del Río. ¿Por qué dices que no somos buenos?

- No se puede romper lo que vosotros estáis rompiendo y menos aún del modo en que lo hacéis. Por eso os pienso y digo que no sois buenos. Lo que habéis hecho con mi iglesia no se hace y le decís al director de mi parte que no tiene corazón. Que obra mal porque machaca a los pobres como nosotros casi por puro placer. Lo único que le interesa es que su proyecto salga adelante. Y ello, en nombre del bien común y de ayudar a la gente pero en el fondo, y esto se lo decís también, es un egoísta. Un soberbio que no permite que un pequeñuelo ponga en duda sus decisiones. Le decís que en el fondo es un soberbio que usa de su poder para machacar y así sacar su proyecto. Que un día las cosas serán de otro modo y que entonces se verá que lo suyo fue un puro capricho personal para realizar su ambición. Esto se lo decís también y que al otro lado del tiempo, nos encontraremos más tarde o más temprano y que en aquel reino ya no tendrá poder sobre nadie.

Después de estas palabras ella se fue por detrás de la iglesia y mientras pasaba, cerca de las zarzas que empezaban a crecer por donde estuvo la sacristía, volvió a repetir su oración: “Piedad de mí, Señor, que me refugio en Ti, porque mi vida y mi suerte están en tus manos”. Luego la vi alejarse por entre las ruinas de las piedras de lo que fue su casa y al rato dejé de verla ya para siempre.

Nota del autor: cierta persona que conocí y cuyo nombre quiero callarme, a lo largo de muchos años estuvo viviendo el mismo miedo que la humilde anciana de la narración atrás escrita. Y al final, un día cualquiera de un fatal año dos mil y en primavera, se hicieron reales sus temores, como le sucediera a la anciana. Lo alejaron de su santuario para siempre y le dijeron que era por su bien. Pero mientras, los que a esta tortura le sometían, se quedaban en su paz y satisfechos porque al fin habían quitado un estorbo de su camino, el que fue desterrado moría en su soledad sin consuelo humano alguno. Conocí a esta persona, conocí su santuario y conocí el destierro al que fue sometido. Y todo ello, desde los hombres de ciencia y los que se llamaban a sí mismos guardadores y salvadores de los mejores valores humanos.

¡ERA TAN LINDA SU VISION!
Al pasar por la cerrada el alma se nos llenó de placer. El gran charco del río, el que se embalsa y luego se estira sereno y azul, hoy estaba rebosante de transparencia meciéndose entre las rocas y los pinos. Forma un embalse natural aprisionado entre dos gigantescos taludes rocosos; la senda pasa por la torrentera de una de estas paredes y es tan peligrosa y a la vez tan bella, que un mal paso llevaría, irremediablemente, a lo más hondo del charco pero el rincón tiene tanta belleza que se hace imposible subir a las montañas y no pasar por ahí. Y, sin embargo, desde hace algún tiempo, por algunos pueblos de estas comarcas, se comenta que esta senda con su charco lo van a manipular para que los turistas vengan a verlo. No quiero creer que esto sea verdad por el destrozo y la irremediable pérdida que ocasionarían en los paisajes; pero en fin, bien sabemos que si lo deciden los que mandan, al final saldrán sus proyectos aunque sean los más absurdos.

Y aquella mañana, al salir de la cerrada y comenzar la ascensión hacia la gran cumbre, nos encontramos con uno de los pastores del valle.
‑ Anoche murió la abuelita; hoy todos están en su casa dándole el último adiós, llorándola y preparando el entierro.
Nos dijo. La tremenda noticia nos partió el alma. Conocíamos a la abuelita del valle desde siempre y para nosotros era tan querida que de verdad pertenecía a nuestras vidas como la mejor, la más sabia, la más humilde, la más reina de todas las cosas de estas sierras. Con pena miramos para el valle y el corazón se nos llenó de tristeza. ¡Nuestra querida abuelita, belleza de los paisajes puros y reflejo limpio de eternidad, por fin hoy volando por entre las nubes hacia el cielo! ¡Qué bello pero al mismo tiempo qué pena!

Seguimos subiendo ahora ya con una herida en el alma pero abrazados con fuerza por el misterio blanco de estas sierras. Así son estos bosques y así han sido y serán siempre las personas que aquí nacen y mueren: Como trozos de paisajes, como lagos serenos rebosantes de humildad, como valles y praderas fundidas con las primaveras de estas montañas.

Y aquella mañana, al coronar la cordillera de las rocas blancas, brutalmente fuimos sorprendidos por las impresionantes cascadas de las cumbres. Caían anchas, majestuosas, bordadas de espumas de nieve, y cantarinas semejantes a mil coros de ángeles. Nos sentamos frente a ellas y decidimos no seguir subiendo. Era tan linda su visión con aquél cielo limpio, aquél sol de oro y el valle al fondo con la casa de la abuelita, que sólo nos apetecía quedarnos frente a ellas y en silencio.

LA CUMBRE SAGRADA
En mi sueño, los vi y no sé quienes eran. En peregrinación llegaron hasta el lugar. Algo así como una procesión, portando alguna imagen religiosa que iba al frente de la romería. No eran demasiados y parece que correspondían al grupo de los elegidos. Unos elegidos que nada tienen que ver con los que los humanos escogen en las empresas de la tierra.
- Quizá sean los serranos, este grupo de gente sencilla y limpia, reyes en mi corazón, que por fin consiguen lo que tanto le negaron en los tiempos de sus luchas.
Me dije.
Y como primero bajaron por el camino, pues así: en procesión, alegres por lo que celebraban. Según ellos, un simple día de gozo con los campos y paisajes que desde tanto tiempo habían pisado. Al llegar a este lugar dejaron el camino y por el viejo o los viejos caminos, sendas que ladera arriba siempre surcaron, subieron.
- Imposible avanzar por ahí.
Decía el que no era de ellos y unido a la comitiva caminaba al final de la cola.
- Verás como es posible.
Le decía el principal entre ellos y todos eran principales.
- Pero conozco esa ladera y sé que es pura roca alzada en vertical. Tú fíjate la cantidad de personas mayores que desfilan en esta procesión. ¿Cómo van a tener agilidad para trepar por riscas tan complicadas?
- Ellos son de aquí y llevan dentro la imagen de estas rocas. Si la saltaron en aquellos tiempos, ahora las saltarán mejor porque tienen otra fuerza.
- Además ¿dime tú a qué llevan la imagen en procesión por estas laderas y desde estas laderas, a la cumbre?
- Celebran una fiesta.
- ¿Pero no sería más fácil celebrarla en las praderas y allí donde se trazaron buenos caminos?
- Es que lo de ello es otra fiesta.
- Y el camino que hay que escalar para ponerse luego a celebrarlo, también lo habéis pensado.
- Ya te he dicho que a ellos les gusta. Este es su gozo y como saben y pueden, pues lo celebran porque así lo sienten y quieren. Hoy nadie se lo pueden impedir
- De todos modos ya verás cómo no es fácil. Ni siquiera yo que soy joven y también me gustan la montaña, me atrevo.
- Tú también subirás aunque por otras razones.
- ¿Qué razones?
- Mira al suelo que pisas.

Y aquel joven, que no era el joven serrano de siempre ni se parecía en nada, miró al suelo de la ladera que iba recorriendo.
- ¡Ostras lo que veo! Es una moneda de oro.
‑ Sí que lo es y sigue mirando. Lo que tu corazón siempre ha deseado es lo que ahora tienes para hartarte.
‑ Hay veo otra y más adelante otra. ¿Qué pasa? ¿Por qué no las ven los que van delante de mí? Porque soy el último y según estoy notando, ellos van a lo suyo y parece como si pasaran por encima de estas monedas y no las vieran. O como si las vieran y no quisieran o no les interesara cogerlas. ¿Qué pasa?
‑ En algo de lo que has dicho tienes razón. Ellos pasan por encima de las monedas y como van a otro asunto que no es materia, aunque las ven, no las cogen.
‑ ¿Acaso me la dejan para mí?
‑ Simplemente las dejan y si tú y otros como tú pasáis por aquí y las queréis, sois libres de cogerla o no. Porque cada uno se merece y apetece según la realidad del mundo que lleva dentro.
‑ ¿Quieres decir que puedo quedármelas?
‑ Ya te he dicho que tú eres libre.
‑ Pero si las monedas están ahí y ellos no las cogen, si las dejo, otros se las llevarán. Este dinero no tiene dueño así que si me las llevo, nadie me va a decir nada. Y claro, si no me las llevo, las cogerá otro y uno piensa como tantas veces en la vida: “para que se las aproveche otro, las aprovecho yo antes”.

‑ Vuelvo a repetirte que eres libre.
‑ Ahora ya lo entiendo.
‑ ¿Qué es lo que entiendes?
‑ Aquello que me decías que yo también subiría. Como las monedas no dejan de aparecer una detrás de otra, me iré enganchando recogiéndolas y así llegaré hasta lo alto de la cumbre detrás de ellos. Pero ya lo estoy pensando: tengo el bolsillo casi lleno y como siga recogiendo de aquí a lo alto, juntaré tantas que no podré con ellas. Me costará tres veces más subir esta cuesta que a ellos y seguro que ni podré llegar al final. E incluso, si logro encajarme en lo alto, cuando ellos se paren y se pongan a celebrar el gozo que festejan, tampoco podré compartirlo.

Me sentiré cansado, sin fuerzas y preocupado por el dinero que llevo en mis bolsillos y lo que con él haré en el futuro. Es decir: tendré mi corazón en otro asunto y lleno de inquietud. Estaré entre ellos pero no seré de ellos ni compartiré sus cosas. Así que pensándolo bien, caigo en la cuenta que esta procesión por este lugar y con esta gente, es algo raro. No se ha dado nunca en este suelo y menos rodeada de las circunstancias que estoy viendo. ¿Quiénes son estos y a dónde van?
‑ Te lo decía antes: suben a la cumbre y van a celebrar una fiesta de acción de gracias. Recorren los caminos que ya se borraron pero como ves, ellos casi no los necesitan. Ya verás como suben a la cumbre y ya verás qué esplendor de fiesta gozosa cuando acaben de coronar y se repartan por las praderas, las rocas y los pinos de las tierras sagradas.
‑ ¿Y acaso ellos son serranos?
‑ Claro que lo son.
‑ Pero si los serranos siempre fueron gente pobre y con mucha necesidad. ¿Por qué ahora pasan por encima de tan relucientes monedas y no las cogen?
‑ Porque aunque es verdad que los serranos siempre fueron pobres, nunca pertenecieron al bando de los carroñeros terrenales.
‑ Explícate para que lo comprenda.

‑ Es como si entre los humanos que poblamos el planeta, existieran dos especies: los que hacen de su vida, estén donde estén, una profesión de carroñeros, y los otros. Por supuesto, los del bando de los carroñeros, se pasan su existencia buscando carroña para trasplantarla de un lado a otro y llevarla ante los que tienen poder. Buscan con ello, no la verdad y la significación del mundo sino que les recompensen por sus acciones.
‑ Pero según tú, ahí son tan culpables los “aduladores” como aquellos que se dejan adular
‑ En el mismo saco se pueden meter, porque los primeros, siempre son pobre gente, floja en inteligencia, vacía de valores elevados y con una visión del mundo y su propia dignidad, egoísta y cerrada en sí. Pero los otros, los engreídos, suelen tener otras pretensiones relacionadas con el poder sobre los demás y en beneficio propio. En el fondo son inteligentes pero también crueles porque su inteligencia siempre trabaja buscando su yo personal.

‑ En fin, ya estoy viendo que los de la procesión han coronado la cumbre y se van sentando sobre la hierba fresca. Es como si fuera una procesión de romería y ahora que han llegado, se ponen a celebrarlo. Y lo que más me llama la atención, es la alegría que de ellos brota.
‑ ¿Y tú?
‑ Tenías de razón. He subido detrás recogiendo monedas de quinientas pesetas y ahora ya no puedo más. No sé qué voy a hacer con ellas en este momento aunque ya le estoy dando utilidad en mi mente. Pero ahora, cuando los veo tan felices, compartiendo no sólo el día y sus cosas, sino hasta la hierba fresca de la pradera, ni me atrevo a mezclarme con ellos. Me da miedo porque temo que puedan acusarme. Me llevo las monedas que les pertenecían y si ahora ellos me las piden, como las siento mías, tendremos problemas. Tengo miedo y por eso no me atrevo a unirme al grupo. Es como si fuera un extraño en esta montaña sagrada que tan dignamente les pertenece.

En vuestra ruta atravesando el gran espacio de la hondonada de Roblehondo, aquel día rebasasteis las laderas del Barranco de las Iglesias. Por la empinada pendiente, dejasteis los viejos caminos intuidos y sobre la cumbre se quedaron los de la alegría plena. Un sueño cargado de nostalgia que exhalaba su perfume y hasta vosotros llegaba fresco, noble y puro.

‑ Un día tendremos que subir a la cumbre del cerro de las Iglesias y perdernos por entre el recuerdo de aquellas presencias y las praderas verdes de la montaña sagrada.
Expone Bernardo, uno de los que tú llamas buenos montañeros dentro del grupo. Le decís que sí, que un día será bueno para vosotros, subir a la gran cumbre para conocerla y comprobar si aquello aún rezuma lo que desde lejos parece que rezuma.

Rebasáis la puntanilla y volvéis a hundiros en el siguiente barranco.
‑ Por aquí cerca deberíamos encontrarnos con la casa forestal de la Fresnedilla. Al menos, eso es lo que indica el mapa.
‑ Ve despacio y vayamos atentos para que no se nos escape. ¿Cómo será y qué quedará de ella?
‑ Por eso necesitamos verla. Pero mientras tanto que aparece ¿no vais sintiendo ya la presencia de aquello?
‑ Empezamos a notarlo en cuanto volcamos a este nuevo barranco. ¿Quién la capta con más fuerza?
‑ Creo que yo porque me rebosa desde la mente hasta el corazón. ¿Os la describo?
‑ Descríbela haber si coincide con nuestro sentimiento.

Pues desde mi corazón me rebosa la ladera alargada y por ella el rebaño de ovejas. Veo al pastor y con él a dos de sus hijos y al joven ya algo mayor. Va detrás del hato y como es la primera vez que los hijos suben por la ladera porque quieren ver lo que el padre llama “La Laguna de la Sal”, van algo asustados y a cada instante le preguntan:
‑ Pero papá ¿tan interesante es?
‑ Sí que lo es. Aunque la laguna también parece la boca de un mar y la cueva por donde brota es más ancha que los manantiales.
‑ ¿Tú la has visto de verdad?
‑ Claro que la he visto.

A la laguna de la Sal no se puede llegar ni por abajo ni por los lados. Hay que entrarle por arriba. Desde arriba es el mejor punto para todo. Se ve con su esplendor, se respira la niebla húmeda que de ella mana, se oyen surgir los borbotones y se le puede casi tocar. Lo mejor es entrarle desde este lado, por la sendilla que va derecha al agujero. Cuando ya estás encima, la sendilla empieza a subir pegada a la corriente que baja y cuando acaba de remontar, comienza a rodear el amplio agujero por donde surge el agua y se embalsa la laguna. Pero lo mejor es pararse cuando uno se encuentra en lo alto. Te sitúas sobre unas piedras que por allí hay y te dedicas a gozarla.

Ya he dicho que desde allí la Laguna de la Sal, es como un gran hoyo en el centro de la ladera, todo lleno de agua que despide vapor y abierto por el lado de abajo. De las entrañas de la ladera surgen los borbotones cristalinos que se esparcen por la superficie del charco. Durante un tiempo se queda en el hoyo embalsada y luego rebosa por el surco que ha ido abriendo por el lado que da al barranco. Enseguida cae con fuerza y se forma la corriente que se parece a una cascada.

- ¿ Y a dónde va?
- En un surco tan grande como el arroyo principal. Raja la ladera y al final cae al río.
- ¿La veremos también?
- Hay que entrarle desde el ojo de la laguna y luego bajar. Si te vas surcando la ladera, por ningún sitio se puede cruzar y ya te he dicho por qué: es necesario meterse en el agua que por ahí, en torrente, cae. Imposible poderla cruzar por ese punto.
- ¿Y las ovejas beben de esa agua?
- Cuando tú la ves por primera vez, toda manando vapor, con los bordes de la corriente y del charco, recubiertos de la blanca sal, aunque no lo es y brotando el agua con tanta fuerza para despedirse luego con la caída de la corriente, te dices que un agua como esa no hay quien la beba. Pero cuando luego te acercas y las pruebas, también te dices que agua mejor que esa no existe en ningún lugar del mundo.
- ¿Pues papá, tú sabes lo que te digo?
- ¿Qué me dices?
- Que estoy deseando ver la extraña laguna de la sal.

Y desde mi corazón y con los ojos del espíritu, sigo viéndolos avanzar por la ladera. El atajo de oveja se viene por el lado de abajo y entre el río y el último salto de la cascada, antes de que ésta se funda con el cauce grande, los animales buscan un paso. Saltan por las piedras buscando las más gordas y metiéndose en el agua, logran abrirse cruzar. Es la primera vez que esto ocurre y por eso el pastor se asombra. Ellos remontan la corriente siguiendo la sendilla y al acercarse al charco, del lado de abajo, las aves arrancan vuelo.
- ¿Qué son?
- Una bandada de patos y fíjate como vienen.

Al remontar su vuelo las aves se han ido para el río, trazan una curva ganando altura y se vuelven rectas a ellos. Les pasan rozando y luego siguen ladera abajo en la dirección que corre el agua.
- Casi tropiezan con nosotros.
- Los animales se han desorientado y es por las ovejas.
- ¿Sabe la gente que existe aquí laguna?
- La gente no lo sabe o mejor, sólo algunos y es bueno que sea así. Gracia a esta ignorancia, hasta hoy, la laguna que se embalsa en el corazón de la ladera y que mana viento en lugar de agua, ha permanecido con la misma belleza que vestía hace cientos de años.

Y en esto el padre tiene razón. Vosotros al cruzar hoy el lugar y comenzar a bajar dirección al puntal donde debió alzarse la casa de al Fresnedilla, os parece oír y hasta ver a través de la transparencia del viento, tanto el gran manantial de la misteriosa laguna como a ellos. Ni ellos ni ella tienen presencia hoy ya por aquí pero en el aire, en la frágil sombra que mana del bosque y llena la umbría, se intuye y hasta se palpa. Como si para siempre por aquí quedara latiendo aquel lejanísimo pero impresionante mundo bello, tendiendo un puente invisible sobre el presente para transponer y materializarse en el también lejano e impresionantemente bello mundo futuro. Algo así es lo que se palpa.

POR EL NACIMIENTO DEL RIO SEGURA
La tienda la hemos montado al borde del agua, por la parte de arriba de la aldea y el cauce que por aquí corre es ese: El del río Segura. Nace más arriba y aunque es pleno verano, ya por donde tenemos la tienda y la aldea existe, baja crecido. El agua de este río, así como la de todos los ríos, arroyos y manantiales del Parque, siempre está fría. Y es que el agua que ahora en verano mana de estos campos, cuando desde las nubes en inviernos cae sobre ellos, casi siempre lo hace en forma de nieve. Si esto es así por las cumbres de este Parque, por aquí, por la Sierra de Segura y más aún por los Campos de Hernán Pelea, las nevadas son abundantes a lo largo de casi todo el invierno. Más de un ochenta por ciento de las aguas de este río, proviene de las nieves caídas en este gran altiplano.

Nosotros, esta noche, con nuestra tienda instalada al borde mismo del río Segura, hemos tenido una experiencia singular: De un sólo tirón hemos dormido la noche entera. Ellos se han sorprendido y por eso les digo que es el aire, el silencio y sobre todo la música de la corriente, la que contagia tanta armonía. De aquí que los que viven en esta aldea sean tan afortunados. Además de ser dueños y señores de silencios, cumbres, manantiales y valles, poseen lo que los humanos sueñan: La corriente de un río limpio que les arrulle por la noche mientras duermen.

Hoy nos hemos levantado temprano porque hemos proyectado ir a la cueva que hay por encima de Cañá la Cruz; el pastor que vive en la aldea, nos acompañará. Mientras desayunamos, de entre los pinares de la ladera de enfrente, vemos salir a las ovejas. Son las del pastor que vive por las praderas del Collado de Las Rocas. Al verlas recuerdo a estas praderas y, como la imagen que de ellas tengo en mi alma, es dulce y bella, por mi corazón corre el deseo de irme a visitar este lugar. Pienso que hoy no puede ser porque ya el día está planeado de otro modo.

Es un rincón tan original, donde hay tanta paz, tanto silencio, tantas llanuras verdes, tantos manantiales y tanta eternidad derramada entre los pinos y el azul del cielo de las cumbres, que aquí sólo se respira placer. Ese placer sencillo que se cuela en el alma sin sentirlo pero que es tan puro que ensancha y ensancha y casi da la muerte de gozo. Tengo que ir un día de estos a las Praderas del Collado de Las Rocas. Ahora caigo en la cuenta de que son para mí como otras tantas cosas de estas sierras: Bocanadas de aire limpio que mi corazón necesita para seguir viviendo. Las ovejas y el pastor que salen de entre los pinos y se van por el río hacia lo hondo del valle, me lo han recordado. Tantas veces he visto este rebaño pastando en las Praderas, que ya las llanuras verdes de las cumbres son también manadas de ovejas desparramadas silenciosas entre rocas y arroyuelos.


EL CHORRILLO DE LA LAGUNA
¿Por qué la belleza va a estar
sólo en lo grande, en lo espectacular?

No es un río ni un arroyo. No es un pantano ni una laguna. Tampoco es una ladera que para recorrerla se tarde cinco horas. Si me pongo frente al chorrillo y abro mis piernas fácilmente puede pasar por entre ellas, y aún queda sitio para otros diez hilillos como éste. Por lo tanto, no es un chorrillo grande.

La llanura por donde se extiende, derramándose por toda ella sin llegar a inundarse, es como una minúscula plaza. Tendrá unos dos metros cuadrados sin incluir los árboles de la orilla ni las rocas que en forma de monolito, la embellece. La laguna es aún más pequeña pero la laguna se abre arriba, en lo alto del cerro y parece que la hicieran con la fantasía de los sueños: Toda azul, transparente como la luz del sol que la besa, silenciosa aunque moviéndose cadenciosamente, acurrucadita bajo la otra gran ladera desde donde chorrean los pinos y las rocas. La laguna es así de hermosa, allá, escondida entre varias cumbres muy altas y recogida en el regazo de su hermosa soledad, porque por allí no pasa nunca nadie. Nunca va nadie por aquel lugar; ni los que guardan estos bosques ni los que desde las ciudades vienen con sus coches visitando cuanto a su paso encuentran.

Por esto es la laguna tan bella y llena de tanto gozo que con sólo mirarla. Pero la gran belleza de la laguna, es su chorrillo; el que cuando rebosa cae por la ladera chica y baja zigzagueando hasta la llanura que es como una pequeña plaza. El chorrillo de cristal, es la gran belleza porque es pequeño en cuanto a cantidad de agua que corre por él pero si lo miras despacio, cerquita de su corriente, descubres que es como un río inmenso que canta, que salta, que reluce, que desciende y se curva como un juego. Porque como no es grande, juega con todo. Con la ladera que además de bañarla la surca, la refresca, la abraza siempre con el cariño de un hermano y ayudado por los rayos del sol, la viste de plata.

Que yo la he visto cuando junto a su cascada en miniatura, me he parado embelesado. Por arriba cae alegre y se abre como los brazos de un niño pequeño. Cuando ya viene bajando la ladera no parece otra cosa sino hilos de ensueño que por aquí y por allá quieren hacerse viento, bosques y praderas. Pero cuando llega a la llanura no sólo es más hermosa sino que le roba al viento su transparencia y disfrazado de él se ensancha como en una gran ola de perfume y luz. Esmalta de rocío las flores de las praderas y en cada brizna verde deja lagos de humedad que brillan como estrellas al besarlos el sol.

Hasta el bosquecillo de pinos, el que está ya al final pegado a la llanura, no llega ni este chorrillo hilos plateados ni la hermosura de agua que por él baja. Por eso el bosquecillo crece ahí, recogido, esplendorosamente verde pero quieto y mudo en su trocito de tierra. El secreto del bosquecillo en nada tiene que envidiar al de la laguna o al del chorrillo.

Yo he recorrido mil veces este bosquecillo y de esos guíscanos grandes y dorados que crecen aquí, a la sombra, he llenado mis manos. Cuando las lluvias del otoño humedecen los campos, primero nace uno, pegado al tronco del pino. Llegas y lo ves y te llenas de alegría. Pero cuando lo estás cogiendo ves otro, unos metros más allá, tres más, junto a la roca y por fin el gran rodal. Te vuelves loco mirando, cogiendo, escarbando. Cuanto más coges más hay, más grandes son, más parecen oro y más alegría que te llena el alma. Los guíscanos de este ensueño de bosque junto al chorrillo de la laguna y la llanura que parece plata, son únicos.

Porque único es el trozo de sierra aquí, en el silencio de estas cumbres, donde no llega nadie más que el viento, el sol, la nieve en invierno y yo que soy el dueño. Por eso lo quiero tanto, por eso lo veo como si fuera un sueño dulce. Y para que siempre siga igual de inmaculado, no voy a decir dónde se encuentra. Sólo Dios y yo sabemos del lugar por donde corre el chorrillo de la laguna, que entre cumbres, es azul transparente.

EL BORBOTON DE NAVAHONDONA
Seguimos nuestra ruta explorando el centro del tapiz verde de la nava. Y en mitad del paraíso que, además, es llanura, hoy, lo que rebosa es tranquilidad. Más en su centro nos encontramos con el manantial. El pequeño regato de cristal que corre camuflado entre sabinas rastreras. Nace bajo el pino de la copa ancha y el tronco gordo. No totalmente en medio de la llanura sino algo al saliente.

Ahí se mece el charquito cristal, arropado por la fina sombra del pino y casi tapado, por los lados, de tallos de enebro y a su alrededor, por hierba espesa. Lo miras y es todo luz. Ni siquiera parece que hubiera agua de tan fina. Este charco parece que hace honor a lo que son los mil veneros que manan entre las rocas calizas de estas sierras. Es lo que dicen los libros: si son calizas, el agua tiene que ser cristalina y como esta agua casi siempre antes ha sido nieve y no lluvia, al bajar de las cumbres por los arroyos o brotar en las praderas por las fuentes, no sólo no pierde su pureza de nieve sino que la pule al rozar las rocas y se hace viento. Este recogido charco es un ejemplo de ello.

En el rinconcillo oscuro de la parte de arriba, junto a la sombra de la rama del enebro, brota el cristal. Parece como si estuviera hirviendo por los borbotones que saltan sin parar. Lo miras y no te lo crees. Por el pequeño agujerito que se abre en la tierra y no en la roca como ocurre en otros sitios, fluye la abundancia que enseguida se hace charco y al rebosar, es arroyo cortando la pradera. A cada borbotón que ni sabes dónde empieza ni dónde termina porque toda es un puro caño de borbotones apiñados en unos casos y enfilados en otros, la tierra se mueve, tiembla, se abre, se cierra, se va para el centro del charco, se precipita en el fondo donde parece va a dormirse para siempre. Pero no se posa porque el siguiente borbotón la empuja y el de atrás le da otro achuchón hasta llevarla al hilillo que ya es la corriente que rebosa y comienza a irse, silenciosa, por el surco y los pequeños recovecos del regato.

Sigues mirando y el manantial regurgita sin parar borbotones limpios que se expanden y se duermen. Sientes el deseo de agacharte y beber, no porque tengas sed sino porque al verla tan limpia te parece deliciosa. Te encorvas y con la mano recoges un puñado. Enseguida descubres que aún es más limpia de lo que veías y más fría que cuando era nieve por la cumbre.
‑ ¿A qué sabe?
‑ Bebe y te convences.

Desde luego sabe a agua pero tiene un no sé qué que la hace distinta al agua que habitualmente bebemos en el mundo civilizado.
‑ No podría ser menos y, además, madurada en el silencio de estas montañas, dormida en la oscuridad de estas tierras salvajes y contenida no en tubos de plástico o hierro sino en venas de arcilla y en cuencos de hierba.
‑ Me la bebería toda porque eso es lo que me parece que grita.

Por el fondo del charco, si miras despacio, verás los renacuajos que nacieron hace solo unos cuanto días. Si los coges en las manos te asombrarás de belleza tan chica, tan frágil y tan perfecta. ¿Cómo es posible que a estas alturas, en aguas tan frías y en soledades tan densas se da la vida en forma de tanta delicadeza? A lo mejor no lo hubieras creído pero si lo ves con tus ojos y lo coges en tus manos con un puñado de agua, te convences aunque sigas sin creerlo. También si lo ves con tus propios ojos te convences de que junto a este juguetón pero espléndido charco de borbotones en el centro, se remansa otro igualmente pequeño que le supera en esplendor. Te creerías que es una laguna en miniatura porque dentro de él crecen tantas plantas que más bien parece un jardín de juguete encerrado en una ola de agua verde-azul. Son plantas acuáticas y esto también te puede extrañar donde por la altitud, el frío por las noches, incluso ahora ya en pleno primavera, se siente con fuerza. Lo miras y como la pradera, la alfombra de la pradera, los pinos de la ladera sur y la crestería de la cumbre enfrente, te reclaman a gritos vivos, no sabes si seguir, quedarte, observarlos, bebértelos o dividirte para morir y no irte jamás.

‑ ¡Pero mira el surco!
Viene rasgando la llanura por su centro desde la ondulación en que arranca esta pradera y el Barranco de los Teatinos. Te crees que el surco es de esos que hacían los arados tirados por mulos cuando araban estas tierras para sembrarla, y aunque casi es igual, resulta el canal por donde, en la época del deshielo, baja el agua de la Loma de Gualay. Porque la loma está aquí, a la izquierda por donde han arañado la pista que desde el Nacimiento lleva a Puerto Llano y al Cabañas. Por ahí crece el pino de las Tres Cruces, el Puerto de Juan Baco y los Prados de Gualay. Algún día nos iremos por las soledades que tan recorridas, soñadas y amadas tengo.

Te impresiona el color de la tierra que el surco del centro deja al descubierto. Es roja, arcilla, caliza desmoronada, hojas del bosque podridas que por eso es también negra y blanca pero roja. Sólo el centro del surco y las dos pequeñas laderas porque ya en lo alto también crece la hierba que en un amplio manto cubre la inmensidad de la pradera. Desde la pista que sube al Cabañas, antes de la curva del Pino de las Cruces, sale la que viene por donde hemos subido, que cuando pasa por la nava, aquí donde se abre el surco, no quiere venirse por el centro y la bordea.

BAJO EL ROBLE MILENARIO
Como tantas otras cosas en estas sierras a veces tienes la impresión de que se repiten. Crees que este roble lo has visto ya por otros sitios; por Fuente del Roble entre el río Aguasmulas y el Arroyo de las Espumaredas; por Roblehondo entre el río Borosa y Arroyo Frío, por Peñón Quemado, cerca del Cantalar; por Peña Rubia, entre Las Albardas y Peña Corva o por el Barranco del Guadalentín cerca del Vado de Las Carretas. Pero si te paras y observas con cariño, siempre descubres que no son iguales; que se parecen pero son diferentes en infinitos matices. Ningún roble es igual a otro ni los pinos y menos aún los manantiales o las infinitas variaciones de la luz que sobre ellos se desnuda.

Nuestro roble, el que al ver esta tarde me ha llenado de asombro, crece en la misma puerta de la que fue casa del Puntal de Ana María. Pegado mismamente a las paredes. Y esta tarde, aunque el edificio ya está abandonada, casi caído y lleno de zarzas por doquier, lo he visto plena de vida. Y aquí, bajo la sombra espesa que tiembla al paso del viento, juegan los niños.

Bueno, el hermano mayor juega con el casi trocito de cielo que es la hermana pequeña. Como el hermano ya roza los quince años, se conoce, porque lo tiene muy andando, estupendamente todo el rincón. Sabe por dónde va la senda que desde aquí baja al Cortijo de las Acebadilla, sabe cuál es la subida más fácil para llegar a lo alto del Tranco del Lobo y sobre todo se conoce a fondo el bosque, las praderas y los enebros. Por eso él, esta mañana, antes de ponerse a jugar con la niña, lo primero que ha hecho es cortar un buen manojo de hierba fresca. Bajo el roble la ha amontonado y cuando el trocito de cielo con ojos de viento y sonrisa de manantiales se ha venido al juego del hermano, éste lo primero que hace es casi comérsela. La tumba en la blandura de la plena primavera que para ella ha amontonado bajo el roble y le dice que se la quiere comer toda entera empezando por la nariz, por la cara y por la barriga. La muñeca se deshace en risas y gritos gozosos y como es todavía tan frágil, tan casi copo de nieve cayendo suave, casi no sabe defenderse. Ríe, alza sus manos y de vez en cuando llama a la madre.

En la pila de cemento que por la parte de abajo del roble construyeron, lava ella. No le hace apenas caso porque sabe que no pasa nada; todo es un juego. Pero ella tiene un ojo en el agua y la ropa que lava y otro en los hijos que juegan envueltos en la caricia del viento que recorre la montaña. La madre, aún en este mundo de soledades, rocas y bosques, es feliz. Más feliz que ninguna madre de todas las que viven en la tierra. El chorrillo de agua limpio que baja de las cumbres, el roble que se mece, el río que canta y el cielo azul mañana y tarde, no es gran cosa pero sirve como palacio para que sus niños crezcan, rían, jueguen y estén llenos de vida. Por eso la madre, que en lo material si es pobre, en lo espiritual y bendición del cielo, hoy, se siente profundamente rica y es feliz.

*EL MANANTIAL DE LAS FANTASIAS
Primero se ve el cortijo. A la izquierda del arroyo, sobre una pequeña ladera, casi colgado frente a la corriente, se alza sencillo pero lleno de majestad. Segundo, es la pradera de tupida hierba, a la derecha del arroyo, frente al cortijo y en la lomilla que sube para la parte de atrás. Tercero tenemos la lomilla por la parte de atrás, cuando ya sube hasta lo alto y se convierte en llanura más amplia. Hay aquí una tierna pradera, un denso bosque y por el lado del arroyo, que comienza en lo alto, un macizo de rocas con grandes bloques y al lado el castaño. Por debajo de las rocas, entre el ampuloso castaño y la primera pradera de tupida hierba, nacen los veneros. Pero esto es punto y aparte. Luego te contaré.

Lo concreto es la cascada que se despeña desde la roca grande donde crece el castaño. Luego nos queda el primer charco, casi laguna inmensa con sus cuevas y el verde oscuro del agua. También está la corriente que de aquí sale, los peces que desde el charco se van corriente abajo y la fantasía del misterioso lugar que parece como si no existiera de tan maravilloso y dulce.

En aquella ocasión, nosotros subimos por el lado del cortijo y como eran las primeras horas del día nos encontramos con que el pastor se disponía a darle suelta a las ovejas. Estaba abriendo la puerta del corral y como nos dijo que las iba a llevar por el lado derecho del arroyo a las praderas de atrás, la última o la primera si venimos desde más arriba, desde la gran cordillera que es donde ya descansa el horizonte, nos fuimos con él. Subimos la cuesta y cuando llegamos a donde duermen las rocas y empieza la cascada, nos metió por ellas. Pasamos por debajo del castaño que hoy estaba frondoso y aunque no es tiempo de castañas instintivamente miramos por si acaso todavía podíamos encontrar algunas entre las hojas secas del suelo. Queremos preguntarle al pastor cómo es que aquí crece un árbol como éste y de esta especie pero sabiendo de las muchas sorpresas de estas sierras, seguimos en nuestro silencio aceptando que a partir de hoy conocemos tres secretos más de las riquezas de estos montes.

‑ Asomaos y veréis.
Nos pide con el entusiasmos del que muestra a los amigos el mejor secreto de su vida. Lo que nos estaba diciendo es que subiéramos a la roca donde nace el primer venero.
‑ Exactamente ahí, debajo de las piedras gordas por donde crece el castaño, es donde brota; el segundo sale de aquí, justo de debajo de nuestros pies y el otro a la derecha.
‑ ¿Cuántos son?
‑ Más de tres para comenzar, es decir, los que alimentan el arroyo desde su comienzo porque luego, a lo largo de la cascada son casi veinte o quizá más.

Desde la roca el espectáculo es grandioso. Además del agua que revienta por los veneros se ven las grutas por donde en su oscuridad brotan muchos de ellos, la pared rocosa por donde caen y por donde se van juntando los mil chorrillos según se despeñan y las cortinas azuladas con reflejos de nieve que se quiebran, se abren y se mecen al viento. Cuando ya por fin se rompen en el charco parece que acaba el espectáculo pero no es así; es ahora cuando empieza otro, el mejor, el más bello. Al verlo, no sé por qué, me acuerdo de la cristalina fuente que tan soñada tengo por el nacimiento del Guadalentín pero sé muy bien que esto no es aquello. Ni siquiera mucha gente sabe donde duerme este rincón.

A lo largo del día el pastor nos lleva a cada uno de los trozos que él tanto quiere y por fin, cuando ya cae la tarde siembran de infinitas luces los bosques, nos explica el sistema que siempre usó para pescar los peces que tan abundantes siguen siendo en este charco. En la estrechura de la corriente, donde a un lado existe una roca y al otro una minúscula playa de arena, él pone el artilugio fabricado con cañas o ramas delgadas de pinos o cualquier otro árbol. Es como una cesta alargada, algo más ancha por arriba que por abajo. La mete en la corriente poniéndola de tal manera que por la parte ancha, al principio, sí le entra mucha agua pero como tiene inclinación, el agua se le va saliendo poco a poco hasta quedar completamente seca.
‑ Si por aquí baja algún pez, en cuanto se le acaba el agua, como sigue escurriéndose, se va al final y como en el final no hay ni chispa de agua ya no puede subir. Ahí me los encuentro cuando vengo cada mañana que algunos días cojo varios kilos.

Lo del pastor y los peces es curioso y, además, el rincón, las cascadas, el ruido del agua, el castaño en lo alto, el cortijo y las rocas. Es un espacio tan lleno, aquí rozando casi las nubes de la cumbre, tan alejado del resto de la civilización y tan extrañamente virgen y limpio que te deja de piedra. Lo recorres porque la curiosidad te empuja a ello pero aunque lo toques, lo abraces, lo pises y lo mires mil veces, no te lo crees, no sales del asombro.

DESDE EL OTRO LADO DEL TIEMPO
Junto al tronco del pino te paras y mientras respiras el fresco aire que desde el barranco asciende te refugia bajo el paraguas para que la lluvia que cae, no te empape. Miras y ves que no termina aquí la senda. Parece detenerse, un breve instante, sobre la leve llanura del collado y luego sigue subiendo. Por el mismo filo de la cumbre que se alargada buscando al Calarejos, se va la senda. Miras y a través del tierno y monótono crujido de las gotas que caen, te parece oír sus pasos.

Es el joven que camina, no subiendo ni bajando, sino detrás de su rebaño. Uno más de tantos días a lo largo del invierno, pisando la blanca y también fría capa de nieve y en algunos sitio, el hielo. A cada paso sus pies se hunden en la mullida alfombra y su calzado, que no zapatos ni botas sino esparteñas, se cubren de copos blancos. La carne la trae casi al aire y por los lados de las sandalias cuelgan trozos de hielo.
- Párate un rato junto a esta roca, coge una piedra de estas que por aquí ruedan y golpea esas esparteñas tuyas.
Le dices distraído, sin ni siquiera caer en la cuenta de que no puede oírte ni verte porque os encontráis separados en el tiempo. No puedes tocarlo pero tú sabes que existe una dimensión donde sí es posible encontrarse y hablar aunque la distancia sea grande en la escala temporal. Por eso oyes que te dice:
- ¿Y de qué me sirve quitar con una piedra el hielo que se ha cuajado en estas esparteñas mías?
- Tendrás menos frío en los pies.
- El frío será el mismo. Aunque me arranque el hielo, mis dedos seguirán helados.
- ¿Pero te has dado cuenta de la nieve que hay y cómo llevas esos pies? ¿Cómo se puede andar por aquí con sólo unas simples sandalias de esparto, tejidas por ti mismo?

- Eso lo sé mejor que tú porque lo estoy sufriendo.
- ¿Y hasta dónde llega tu sufrimiento? Porque según estoy viendo, no parece pequeño ¿o es que ya tienes costumbre?
- A estas cosas uno no se hace nunca. Uno aguanta y aunque duela, sufre porque no existe otra salida.
- Pero si al menos tuvieras calcetines, algo te calentarían.
- ¿Quieres ver cómo tengo mis pies?
- Si es para que haga algo por ti, no quiero verlos. Sufro viendo lo que soportas y el dolor que en silencio llevas dentro pero no puedo hacer nada por aliviarte y aunque pudiera, no sé cómo.
- Tú tranquilo. Ninguna obligación tienes para conmigo. Pero para que lo sepas te voy a enseñar mis pies.

Junto a la roca del pino en que te has parado, el joven se sienta. Con una piedra rompe el hielo que alrededor de las esparteñas, lleva. Desata el cordón que sujeta las sandalias a los pies y se las quita. Se deslía unos trapos y aparece la carne viva. Por los tobillos y la parte de arriba, grandes heridas rojas que sangran y por los dedos, más trapos viejos.
- ¿Estás viendo?
- Estoy viendo y no lo creo. ¿Cómo es posible que con esas llagas puedas andar por esta nieve y aguantar el dolor?
- Ya te lo he dicho. No hay otro camino.
- ¿Y los dedos tan envueltos en trapos?
- Congelados los tengo y por eso ni los siento. No te los enseño porque si me quito las vendas, con ellas se van los trozos de carne.
- Creo que un día te cortarán los pies. Tantas heridas y la congelación te los dejarán inservibles.

- Eso es lo que tú crees pero no será así. Cuando llego por la noche a mi casa de la aldea, siempre mi madre tiene preparado la olla con agua caliente. Eso me alivia. Luego me siento frente al fuego y con el calorcito de la lumbre, todo vuelve a otra realidad aunque al día siguiente tenga que echarme al monte para darle caro a los animales por estas laderas. Pero en fin, el invierno siempre es así y como ya estamos acostumbrados a luchar con la nieve, aunque sea duro, lo aguantamos.
Sereno, sin un quejido de dolor se vuelve a poner sus esparteñas. Se las ata y se despide de ti.
- Tengo que seguir con mi ganado porque ya ves que se me pierde por el monte. Si en otro momento nos vemos, charlaremos más.
- Pero antes de irte quería preguntarte algo.
- ¿Qué es?
- ¿Por qué los pastores de estas sierras ahora, le tenéis miedo a la civilización, a los tiempos modernos?
- ¿Eso es lo que a ti te han dicho?
- Es lo que a mí me han dicho.
- Pues te han equivocado.
- Ponme un ejemplo para que lo comprenda.
- Es sencillo y claro. Ven para acá.

Se muevo un poco para lo alto del puntal. Lo sigues. Se para y mira hacia el barranco del gran Borosa.
- Observa, frente a ti lo tienes.
Miras y como frente a ti sólo ves laderas pobladas de monte y por entre él y ellas, los arroyos corriendo, le dices:
- Tendrás que darme más explicaciones porque no veo lo que tú quieres. ¿Qué hay ahí?
- Si esperas un poco y miras despacio, verás a muchas personas sentadas. Cientos de personas sentadas sobre esas laderas contemplando el espectáculo.
- Sigo sin ver y sin entender. ¿Qué espectáculo es?
- Dentro de poco, la gran ladera que vuelca al río Borosa y que tan poblada de monte y surcada de arroyos ves ahora, no será lo que es.
- ¿Y qué será?
- Como un gran asiento, como un enorme graderío que prepararán bien para que los grupos de personas se sienten.
- ¿Y eso para qué será?

- Han visto que es bonito este río, han visto que tiene cascada muy hermosas, han visto que está preñado de silencios limpios. Han visto que estas cosas gustan a los turistas y se dan cuenta de que esto deja dinero. Dentro de poco, ya muchos andan soñando y haciendo planes, abrirán carreteras, construirán llanuras para que aparquen los coches, levantarán miradores y junto a ellos, asientos y gradas. Harán mucha propaganda y en masa, dejarán que los turistas llenen estas tierras. Los sentarán mirando el Calarejo y hacia el río y los dejarán que se embelesen. Les dirán que por las cascadas y los charcos del río Borosa, en otros tiempos nadaban las nutrias, anidaban las lavanderas cascadeñas y los mirlos acuáticos.

Les dirán que por estos montes que ahora pisamos tú y yo, vivían pastores que se pasaban el día siguiendo a sus rebaños y que en invierno, andaban por encima de las nieves con sólo unas esparteñas y los pies llenos de heridas y recubiertos de hielo. Les dirán que por aquí vivíamos nosotros refugiados en las covachas y comiendo requesón de cabra con pan duro o torta de pastor y entonces ellos, la gran masa de turistas, les preguntarán: “¿Y no habéis guardado en el museo algunos de esos magníficos pastores?” Les dirán que no y ellos responderán: “Pues es una pena, porque un pastor de esos es toda una bella pieza de museo. Ya no hay en estas sierras serranos como aquellos y nos gustaría verlos, tocarlos, charlar con ellos”. “Pues no os preocupéis que a lo mejor se puede hacer algo”. Les responderán ellos. “Vosotros sois los que mandáis. Los turistas sois los que venís a estas sierras a dejar dinero y por eso os damos todo aquellos que pidáis. Si lo que ahora queréis ver son pastores de los viejos tiempos con sus antiparras y sus esparteñas pisando hielo y nieve por entre estos montes, no preocuparos que ya veréis como rescataremos alguno del pasado. Hablaremos con él. Le diremos que ganará dinero y que será una vida mucho más cómoda y divertida que la de guardar cabras por las montañas y ya veréis como acepta.

Lo convertiremos en una pieza de museo para que todos vosotros, cómodamente sentados en los asientos y miradores que hemos puesto por estas laderas, podáis gozar de las bellezas raras de aquellos tiempos. Pero, además, lo vamos a hacer bien. Le diremos al pastor, pieza única y verdadera de museo, que se vista como en sus tiempos. Que se ponga sus esparteñas, que se eche a andar por las verdaderas sendas viejas y que cuide a sus ovejas tal como lo hacía antes.

Así todo será más real, más vivo, más emocionante. Un pastor en vivo que camino por los montes de siempre con sus cabras de siempre pero ahora como en una obra de teatro: representando una función para que vosotros los turistas os lo paséis bien. Para que veáis que en estas sierras de nuestro Parque Natural, pensamos en vosotros para que no os falte de nada. Vosotros sois los que mandáis porque pagáis y eso es lo que hay que cuidar. No preocuparos que ya veréis como arreglamos esto del pastor.

También vamos a procurar que cuando el pastor se mueva por este río, lo cruce andando por los vados de antes, que se bañe en los charcos de agua limpia en que siempre se bañó e incluso que pesque truchas y nutrias lo mismo que lo hacía en aquellos tiempos. Veréis vosotros qué cosas más bonitas y qué tradiciones más originales vamos a rescatar de estas sierras. Como el pastor siempre fue persona de poca cultura y no muy sabio, en cuanto le demos dinero, se pondrá a nuestra disposición para todo lo que de él queramos. Manejar a un pastor, es lo más fácil del mundo. Así que tranquilos porque no pasará mucho tiempo sin que tengamos montado por aquí los espectáculos que vosotros estáis pidiendo”.

Estas y otras cosas les dirán ellos a los turistas y no crees que será una broma. Se pondrá mano a la obra y en un abrir y cerrar de ojos, la sierra entera y este río con sus barrancos y laderas, será un puro espectáculo. Turistas por aquí, turistas por allí, hoteles que ofrecen y venden hasta jabalíes domesticados que bajan de las montañas a comer en presencia de los turistas. En fin, será para verlo y no contarlo.
- Y si eso que me dices se hace real y a ti te piden que colabores en forma de actor representando el teatro ¿qué harás tú?

- Claro lo tengo y rabia dentro de mí también llevo: no me venderé. No me doblegaré a ninguno de esos montajes y menos por dinero.
- Pero un pastor nuca ha sido rebelde. Tú solo contra tantos y contra la corriente que tan fuerte arrastra ¿qué podrás hacer?
- No me importa lo que pueda hacer. Actuaré como siempre he actuado: en armonía con mi conciencia y de acuerdo conmigo mismo. No me dejaré arrastrar ni comprar por ninguno de ellos y menos aún estaré de acuerdo con las cosas que no sean buenas para estas sierras por más que me digan que los turistas dejan dinero y crean puestos de trabajo.
- Pues ya verás como te quitarán las ovejas, te derribarán la casa o cueva donde vives y hasta te prohibirán que andes por este monte. Ya verás como te machacarán tanto que hasta te sentirás mal contigo mismo.
- No me importa. Lo que vaya contra mi conciencia, jamás nadie nunca podrá obligarme a que lo acepte.

Y, además, tengo pensado lo que voy a hacer para protestar contra las cosas que ellos quieren meter en estas sierras.
- ¿Y qué harás?
- Me iré a la carretera por donde pasan los turistas. Plantaré junto a ella una tienda para meterme por las noches y me pondré en huelga de hambre. Escribiré un letrero que diga: “Estoy en contra del destrozo que en mis sierran están haciendo. Soy un rebelde que no se somete a lo que ellos han decidido y por eso me he puesto en huelga de hambre. Llevaré esta postura mía hasta sus últimas consecuencias. Si es necesario moriré para que así alguien en estas sierra sea valiente de una vez, y, con todas las consecuencias, se oponga a lo que interesadamente los otros se empeñan en implantar. Soy un rebelde en huelga de hambre que está dispuesto a morir antes que consentir”.

- Pero eso será una actitud trágica que te hará sufrir mucho y más aún porque seguramente te encontrarás solo. Quizá todo el mundo se ponga en tu contra y fíjate tú lo que eso es: muerto de hambre, sin un amigo que te apoye y, además, en estos lugares. Te lo aseguro, vivirás un calvario.
‑ Eso ya lo sé y todavía habrá otras cosas que agravarán más esta actitud mía: nunca por aquí un pastor se puso a defender las tierras donde nació con la valentía con que yo lo pienso hacer.
‑ Bueno, en esto no te doy la razón. Las noticias que tengo, me dicen lo contrario: si alguien en alguna ocasión defendió estas sierras oponiéndose a los mismísimos ingenieros, fueron los pastores de estas montañas. La historia se encuentra plagada de luchas de pastores en defensa de estos montes. Tú sabes que algunos han muerto en la cárcel y otros han muerto de tristeza recluidos en las casas de esos pueblos de colonización que le dieron. Los más valiente en estos montes, siempre habéis sido los pastores. ¡hay que ver qué cosa!

‑ Pero lo mío será distinto. Mi enfado contra ellos no será sólo porque me quiten las ovejas y me derriben la cueva donde vivo. Será porque en principio no estoy de acuerdo en cómo están haciendo las cosas en el conjunto de estas sierras. Aunque como dices, me encuentre solo en esta lucha, tú imagínate qué profundo placer tendré dentro de mí cuando en mi conciencia sienta que no soy un borrego como ellos. Que tengo la verdad en mis manos y que muero por ella antes que bajarme los pantalones y convertirme en pelele como tantos ahora por aquí. Ni siquiera esclavo del dinero aunque creo que más de uno vendrá a escondidas a ver si me pueden comprar.
‑ Eso es lo que te iba a decir: que te prepares porque la lucha será tremenda. Primero te ignorarán, te dirán que un pastor tiene poca importancia y cuando luego empieces a salir en los periódicos, más de uno vendrá a ti para convencerte con los más extraños artilugios y argumentos.

‑ En fin, ya me tengo que ir. Me has pedido que me pare contigo para responder a algunas de estas cosas que a ti te interesan, y lo he hecho. No sé si bien o mal o como tú querías o no. Te he dicho lo que ahora mismo siento y a mi manera y si no te convence ni estás de acuerdo, lo siento. No sé si los otros pastores de estas sierras piensan y son como yo. Tampoco me interesa mucho. Soy lo que soy y pienso y siento lo que ya sabes. Si nos vemos en otro momento seguramente tendremos la oportunidad de hablar de más cosas. Ahora me voy porque como los animales se empiezan a recoger bajo los cenajos de las rocosas de las partes altas, en la covacha que allí tengo, me voy a refugiar y lo primero que haré, es encender una lumbre. Me sentaré junto a ella a ver si me caliento un poco estos pies y estas manos porque sino cualquier día de estos moriré de frío. Hasta otro momento y que tengas feliz recorrido por estos lugares. Aunque me encuentre al otro lado del tiempo, te felicito porque un poco estoy de parte tuya.

Le dices que lo comprendes y lo ves alejarse. Sube delante de ti recorriendo la misma senda y mientras lo ves irse, te sigue extrañando lo de siempre. Su alegría. A pesar de tanta dureza y tanta privación, a pesar de esos pobres zapatos de esparto que no quitan ni el frío y esos tan raros pantalones anchos, remendados y descoloridos, él lleva dentro de sí mucho gozo. Es feliz y se comporta como si entre estos montes tan llenos de hielos y nieve, tuviera su tesoro. Su gran tesoro que hoy por hoy, todavía ni sabes dónde se esconde ni cómo es.

LA CRECIDA DEL RIO
‑ ¿Qué quieres saber?
‑ Lo del pino redondo que al parecer creció por esta ladera ¿Fue o no cierto?
‑ De ese pino que se tragaba la niebla a mí me hablaron las personas mayores a los cuales se lo habían contando sus abuelos y a estos a la vez, sus bisabuelos.
‑ ¿Pero fue verdad la existencia de ese pino?
‑ Se existencia fue en un tiempo muy remoto y de ello yo no tengo más información que la que me contaron las personas mayores.
‑ ¿Y qué te contaron ellos?

‑ Me contaron que el pino era grande como un bosque entero. Por lo visto crecía en esta ladera y como era redondo, más bien bajo y de ramas abiertas, el pino al parecer, cogía media ladera. Desde cualquier sitio que se viera la solana lo que más destacaba en ella, siempre era el pino. Verde en todas las épocas, con una lozanía que todo el año parecía estar vestido con la primavera más radiante y formando como una gran bola su copa por arriba.

Tanto era así que al parecer en el gran pino se refugiaban casi todos los pájaros de estos bosques. Los cuervos donde junto con las grajas y los rabilargos, a todas horas tenían ahí una gran escandalera. Los picapinos, los carboneros y los arrendajos también llenaban sus espesas ramas y de vez en cuando, una gran bandada de palomas bravías. Al parecer, cuando llegaba la primavera, todas las aves que volaban desde la llanura a la ladera y desde la ladera a la llanura, su lugar de descanso, siempre era el pino. Algo así como si dividieran el recorrido en dos etapas.

A los otros animales, vacas, ovejas y cabras, siempre les sucedía igual. Al bajar o subir por esta ladera, buscaban el pino y a su sombra, descansaban tranquilos para luego seguir. Pero el pino, grande al parecer, donde de verdad mostraba su gran misterio, era en la niebla. Cuando en invierno, según te decía antes, estas cumbres y barrancos se cubrían de nubes y llovía intensamente, al alzarse luego las nieblas, el pino era todo un espectáculo. Dicen, que yo no lo he visto pero en más de una ocasión me lo he llegado a creer de verdad, que desde el barranco este de las malezas de las Canales, la cumbre de la Lacha de Bonifacio, Fuente de Piedra, arroyo Frío, el Fraile, los Almagreros y el Portillo de la Escalera, la niebla se alzaba formando grandes vellones alargados.

Se alzaba desde el bosque como si diera la impresión de querer elevarse por lo alto de las sierras para irse viento adelante a otros rincones del mundo pero no era así. Cuando ya esos hermosos vellones blancos se habían concentrando y comenzaban a moverse a cierta altura sobre el bosque, ladera abajo hacia los valles, de pronto ocurría el fenómeno: como atraídos por una magia poderosa los chorros de niebla empezaban a caer rápidos y en picado buscando el centro de la gran copa del pino. Algo así como si entre las espesas ramas de este verde y majestuosos árbol existiera una gran aspiradora y con fuerza chupara la niebla hasta tragársela.

Cuando esto ocurría, todo el mundo en el valle y en las cumbres de estas sierras, dejaba su trabajo y sus cosas para quedarse absorto frente al pino viendo como éste se tragaba la niebla a chorros. Desde todos los puntos del valle y de los barrancos acudía la niebla como atraída por un fuerte imán y clavándose en picado en el centro de la copa, desaparecía para siempre.

- ¡Claro, así está tan gordo y tan verde!
Decía la gente cada vez que ocurría aquel fenómeno. Y tenían razón: al parecer el pino no se secaba ni perdía su lozanía en ninguna época del año. ¿Y sabes una cosa más?
- ¿Qué hay más sobre este pino?
- Pues que como era tan grande y a la sombra se estaba tan fresquito en los meses del verano, allí dicen que se juntaban siempre los pastores y los vaqueros en los días en que ellos empezaban a agruparse para ponerse en “verea”: trashumar de las tierras bajas a las tierras altas y al revés. Bajo la sombra del pino planeaban ellos siempre las veredas con sus animales y luego cuando volvían, al llegar el invierno, de nuevo se juntaban para celebrarlo.
- ¡Hay que ver qué cosas y sobre todo lo de este pino tragón de niebla!
- Lo que te he dicho es lo que yo sé de él.
- Y andando el tiempo ¿qué pasó de aquel pino?
- Junto a él crecieron otros que se hicieron grandes y como por allí cerca había un paso en el río, la gente le empezó a llamar al rincón “El Vado de los pinos buenos”.

El Vado de los Pinos Buenos siempre fue un lugar importante. Lo conocía todo el mundo por estos rincones de la sierra y los que mejor, los habitantes de Bujaraiza. Y el Vado de los Pinos se encontraba ahí mismo, donde los caminos que bajaban rió adelante desde Cazorla a Hornos, cruzaban el cauce. Y lo cruzaban por el vado ya que en aquellos tiempos no existía, por este rincón, ningún puente sobre el Guadalquivir para que los serranos lo atravesaran al ir de un lado a otro.

Aunque sobre el Guadalquivir sí había algunos puentes que se construyeron para sacar los troncos de pinos que en estos montes se cortaban pero aquellos pasos fueron escasos y casi nunca coincidían con los caminos que iban a los cortijos o aldeas y bastante fueron tan provisionales que duraron el tiempo justo que necesitaron para llevar los troncos de un lado a otro.

Así que en el Vado de los Pinos Buenos, aunque por ahí cruzaba uno de los caminos más importantes de aquellos tiempos en estas sierras, no había ningún puente. El camino atravesaba por el vado y había que meterse en el agua para cruzar al otro lado cuando el río no iba muy crecido. En los días de las riadas, había que atravesarlo montado en bestias y cuando la riada era total, nadie podía pasar de un lado a otro. Y el Vado de los Pinos Buenos, se encuentra ahí, en lo hondo del valle, por encima de los cortijos de Padilla y más abajo de la casa forestal de Los Casares. Se llamaba aquello así, ya te lo he dicho, por los pinos tan recios que en el lugar crecían. Un pequeño bosque de pinos donceles que se doblaban para el lado del barranco llenando la ladera de sombra y frío. Por la presencia de estos magníficos árboles era por lo que a aquel rincón le empezaron a llamar “ de los Pinos Buenos” y lo del vado por el remanso que el río formaba a cruzar por allí. Aquello era como uno de los puntos claves en el centro del valle por el camino, el vado y los pinos y porque las tierras que a un lado y otro quedaban, eran las mejores de la vega. Así que mucha gente conocía este rincón porque casi todo el mundo, por el vado de los Pinos Buenos, había pasado alguna vez.

Y aquel año fue un invierno de mucha lluvia. Llovió durante casi todo el otoño sin parar un día detrás de otro mientras los montes permanecían cubiertos por las nieblas mañana tras mañana y los valles se llenaban también de densas nubes. Comenzó a chorrear el agua por las laderas y las cascadas empezaron a bramar a lo largo de las oscuras noches que no eran frías pero sí húmedas y repletas de manantiales.

Llovió durante todo el mes de diciembre, el mes de enero completo y cuando llegó mediado de febrero, todavía las lluvias seguían sin parar. Y por aquellos días, los dos últimos antes de la gran crecida, aún fueron más torrenciales las lluvias. Durante dos días y dos noche estuvo cayendo el agua sobre montes y barrancos y de tal modo que aquello ya no eran lluvias sino puras cascadas que desde las nubes se derramaban densas y cargadas de transparencia. Algo como pocas veces se había visto en estas sierras, según contaban los habitantes de las aldeas y cortijos.

Pero al tercer día cesó la lluvia y al amanecer por la mañana el cielo apareció limpio de nubes. Salió el sol y llenó de luz los campos y aunque los campos chorreaban agua por cañadas y arroyuelos, aquel día parecía nuevo, de primavera recién estrenada, donde sólo existía la luz, bosques verdes y el rumor íntimo de los manantiales. Por eso el joven se fue por el campo, en compañía de una amiga suya y en la ladera, más arriba de Los Pinos Buenos, se sentaron frente a la corriente del río. Y es que la corriente del río bajaba fabulosa y ancha como nunca ellos la habían visto. Toda repleta, grande como un mar, teñida de chocolate y formando olas que daban tumbos, rompiéndose por las orillas para luego volver y morir en el centro.

‑ ¿Será este el último día?
Preguntó la muchacha al joven.
‑ Seguro que es el último día en que vemos el Vado de los Pinos Buenos. Tanta agua trae hoy el río que ya el pantano se va llenando. Avanza por la llanura valle arriba y empieza a cubrir las tierras y el camino que atraviesa el Vado. Hoy será el último día.
‑ Es que es tremendo como baja el río.
‑ El río viene que no cabe en el cauce y aunque también es realmente bello, viéndolo desde aquí, sobrecoge el alma. ¡Qué espectáculo más profundo y misterioso!

Y ciertamente fue verdad: tan enorme fue la crecida del Guadalquivir aquel día, que antes de que se pusiera el sol las aguas ya habían cubierto las tierras del Vado de Los Pinos Buenos. A lo largo del día, poco a poco fueron desapareciendo ante los ojos del joven y de la muchacha. Ya nunca más volvió nadie a ver ni el camino ni el vado y tan olvidado con el tiempo ha ido quedando aquel rincón, que ahora nadie sabe que en ese rellano existió. Pero ahí sigue, oculto bajo las aguas del pantano pero para mi y otros, ya siempre el lugar será “El Vado de Los Pinos Buenos”.

LA ENTRADA AL RÍO BOROSA
Es como una gran foto, desenfocada a los lados y en el centro clara.
- ¿Tú nunca has visto esa entrada?
Te ha preguntado el joven cuando hace un rato charlabas con él.
- Nunca. Siempre que vine por aquí, sólo vi la actual explanada de tierra. Coches parados; gente vestida con raros atuendos, haciendo fotos unos, metiendo los pies en el agua, otros, subiendo en grupo por la pista del río, algunos y bajando, también otros. Corriendo, gritando... En fin, tú ya sabes. Luego vi la cadena cortando la pista para que los simples turistas no pueda pasar, los que organizan excursiones en todoterreno que sí entran y salen con sus coches cargados de gente y así. Estas cosas en más cantidad o en menos cantidad, de pende del día y de la época, es lo que siempre he visto en este pórtico que da entrada al río Borosa.

- Pero debes comprender que las señales que me estás diciendo es lo normal en los tiempos de ahora. Lo que ve cualquier persona de los que por aquí vienen. Debes saber que el río existe antes que nosotros y que nuestros abuelos. El pórtico del verde y de la luz mayor, corresponde a los años aquellos.
- ¿Y cómo era ese pórtico?
- Lo mejor es verlo. Cuando se llega a la explanada de “Los Coches”, si te detienes y miras con calma y con profundidad, puedes tener la suerte de ver lo que ya nadie vez y muchos desconocen.
- Y por si no tengo tanta suerte, a tu manera ¿cómo me lo describirías?

- Te sitúas en el comienzo de la explanada, miras barranco arriba, en la dirección en que baja el río y no se ve ni la pista, ni la cadena, ni los coches, ni la gente. Sólo una humilde senda que aparece por entre el monte y te asombra. Da la impresión que surgiera del fondo denso de un mundo misterioso por donde lo que más te sorprende es la oscuridad. Una espesa oscuridad verde, arropada por la suave sombra de los barrancos y resaltada de fondo por el bramido de las cascadas. ¿De dónde viene esta senda? Es lo primero que te preguntas por el asombro que te produce.
- ¿Y de dónde viene?
- Nadie lo sabe. Bueno, sí lo sabe alguien: los serranos que desde tiempos remotísimos vivieron por entre las frías sombras de los bosques de las profundidades. Sólo ellos lo saben y sólo ellos podrán contar los secretos del profundo y misterioso mundo del que viene la senda que asoma por este primer tramo del río Borosa.
- ¿Y tú me dices que aún hoy en día se puede ver el magnífico espectáculo?
- Se puede ver pero ya te lo he dicho: antes hay que desnudarse de mucho y mirar con ojos nuevos. Hay que saber escaparse de la fachada presente que allí ahora existe y penetrar por las umbrías del tiempo. Y sobre todo, hay que no ser parte del mogollón de la gente que por aquí viene. Hay que escaparse de ellos y quedarse en la soledad, frente al misterio del espíritu y el silencio que mana de los bosques de estos barrancos.

Y claro, en tus primeros pasos esta mañana al comienzo de la pista que sube por el Borosa, te has encontrado solo. Nada más que las cascadas que caen empujadas por el agua de la lluvia de estos días, el quejido del río que baja repleto, la lluvia que ahora empieza a caer y el silencio del bosque que chorrea y chorrea como si rezumara misterio. Te has encontrado solo y en el momento en que te dispones a recorrer el río, se te abre el gran pórtico. Un fondo frío y oscuro que parece no tener fin, por donde los bosques son densos y las cascadas resuenan. A los lados el conjunto queda desenfocado como si no existiera más mundo que este frontal mágico por donde penetra la senda. Como si fuera un sueño cuajado de fantasía, hacia el cual te sientes atraído, fascinado por su dulce belleza.

Así que te pones en marcha sin arredrarte por la lluvia. La pista que ha roto la hermosa ribera del río y por donde hoy en día van y vienen los turistas, te queda de fondo y tú ni las rozas. No te interesa porque no es bella ni te gusta y demás porque se alza soberbia y está manchada. Es el fruto del progreso que los humanos han traído por aquí, en estos tiempos modernos, y por eso es violenta, destructora y hasta un poco cruel.

Tu camino, el que fue siempre de ellos y gozosamente se te abre para que lo recorras, también se va río arriba. Sostenido a la izquierda por el verde del monte que chorrea de las laderas y a la derecha y el centro, por las espumas de las aguas que el fluir de las cascadas que saltan por los barrancos, elevan. El río baja hoy tremendo. Como tú antes nunca lo has visto. Como siempre fue y bajó cuando era amigo de los serranos.

LOS MATICES DE LA SIERRA
Por ejemplo, cuando llega el otoño, en las sierras, muchas cosas tienen nuevos tonos y matices. Caen las primeras lluvias y el bosque cambia de color aunque sigue siendo verde, cuando las hojas se lavan, parecen otras. Se oyen los bramidos de los ciervos tanto en los barrancos como en las laderas y cañadas. Es el celo y los animales tienen sus instintos por eso de la perpetuidad de la especie y demás. Se ven las nieblas matinales llenando los barrancos hasta que viene el viento y se las va llevando por las laderas y luego por las cumbres. Se oyen y se ven todas estas cosas y aunque la sierra es la misma, en estos días parece otra. Como un país lleno de magia por donde los sueños revolotean libres y se estiran divididos entre los últimos calores del verano y los primeros fríos del invierno.

Primero, al caer la tarde, el cielo se llena de nubes negras. Puede soplar el viento y arrastrar con rapidez, por encima de las cumbres, los jirones de estas nubes. O puede que no sople el viento sino que estando todo en calma, las nubes aparezcan desde detrás de la cumbre y se remonten como si quisiera cubrir toda la sierra. A veces cruje un trueno y parece como si los barrancos se desplomaran a la vez pero no pasa nada. Es la característica propia del trueno de la sierra. Puede que luego ya no crujan más truenos ni brillen más relámpagos y en cuanto se haga de noche comienza a llover. Al principio con suavidad para ir poco a poco aumentando hasta llegar a una lluvia torrencial.

La casa, que es un cortijo chico construido justo sobre las rocas cerca del arroyo, queda perdida entre la densa niebla y la oscuridad de la noche. Pero como, además, llueve y de una forma espantosa, la casa ni se ve desde ningún sitio. Cómo se va a ver si parece perdida entre una gran ola de agua. Pero como la casa se alza sobre la roca y ella misma es una roca, el agua de la lluvia chorrea a raudales. Como si fueran caños que se escapan de lagunas y locos bajan por las laderas buscando los arroyos y los valles. La casa, ya he dicho que no se puede ver en estos momentos pero si tú la vieras desde el lado este que es la parte más bonita, dirías que es algo mágico. Que no son imágenes reales sino que salen de un sueño, de una fantasía que existe sólo en películas o en sueños. Porque desde aquí, desde el lado éste, siempre la coges desde lo alto; recostada sobre las adelfas del arroyo, aplastada por entre las rocas que suben hacia la pista y en primer plano.

Como sino existiera nada más en el contorno que la pequeña casa que tienes antes tus ojos y las rocas que en forma de lastras sirven al mismo tiempo de acera y calle asfaltada con piedras naturales por y para los habitantes del lugar. Pero como además de oír, ves y hasta puedes tocar el manto de agua que por un lado y otro se desliza ladera abajo, frente a esto, aunque la noche sea de lluvia cerrada no creas, que casi te gusta quedarte aquí y gozar un fenómeno tan único y original como éste.

Parece irreal pero es una verdad profunda que hierve y late en toda la sierra cuando llega el otoño. Quizá no lo conozca mucha gente porque andar de noche por estos montes cuando caen lluvias tan torrenciales y por sitios como este donde se alza la casa, no es fácil ni tampoco apetece demasiado. Pero digo que son reales los manantiales y los arroyos que por estos cerros corren. Otra cosa es al día siguiente de esta noche de lluvia. Puede amanecer un día glorioso, sin nubes en el cielo y entonces son las nieblas las que llenan los valles y barrancos. Los habitantes de la casa pueden asomarse a la puerta y quedarse aquí frente al campo mirando como aún todavía corre el agua por los regatos y dudando si deben o no abrir la puerta de la tinada para que el ganado salga a pastar. Aunque ya no llueva, todo aparece mojado, tan chorreando, que es mejor esperar a que el día avance algo.

Así que es verdad: Cuando llega el otoño, la sierra con sus bosques, nubes y valles, tienen cosas nuevas. Tonos y matices cargados de belleza que en nada se parece a la de las otras épocas del año. Ni es fácil gozarlo en un sólo día ni tampoco se puede contar, aquí y ahora, con cuatro palabras.

EL FRESNO DE LA CANALIEGA
La Canaliega es una cerrada: angostura en la corriente de un río o arroyo, y en este caso es un arroyo. Es el más bonito arroyo de toda la sierra del parque; el de los Tornillos. La Canaliega se encuentra justo donde este cauce se entrega al Río Guadalentín. Tendrías tú que venir conmigo un día y ver qué bonito es este rincón. Tiene un charco que es una auténtica maravilla. Bueno, tiene más de un charco; por lo menos diez que superan la categoría de charco corriente. Tiene, además, muchas cascadas con aguas muy limpias, dos profundos cortados a ambos lados que son de lo más bello que puedas encontrarte por ningún sitio y el agua que por aquí corre es limpia; una maravilla de agua transparente y delicada.
Para convencerte no tienes nada más que venir por aquí, subir las primeras rocas por el arroyo arriba que presentan una dificultad regular y cuando ya no puedas seguir más porque la dificultad es total, ahí se remansa el charco. Enseguida te entran ganas de bañarte y más aún si es verano. Te lo digo porque a mí eso es lo que me ha pasado en más de una ocasión. De aquí que tenga recuerdos tan emocionados de este lugar. Con mi amigo el montañero, el que ya descansa en la eternidad, muchas veces hemos obligado a nuestra ruta a pasar por aquí para refrescarnos en este vibrante embalse de agua casi azul. En el centro del charco, de pie, se ponía él y quedando cubierto por el agua se les veían los dedos de los pies con nitidez. Es esta la imagen que siempre recuerdo y me sirve para ilustrar o explicar la transparencia de la corriente del arroyo de los Tornillos de Gualay y más aún, la del gran charco.

Una vez que has terminado tu baño, nosotros nos íbamos cauce arriba subiendo por unas escaleras de madera que allí había. De ningún otro modo se hubiera podido subir de no haber existido las escaleras de madera. Y estaban clavadas en el frontal de las rocas porque más arriba, donde empieza la cerrada, construyeron un acotadero: cercado de red o tela metálica donde los animales entran a beber y son apresados para llevárselos a otros parques o para alguna prueba científica. Que una vez apresados en aquel estrecho, cabra montés o un ciervo, sacarlos hasta la pista forestal, era otra odisea. Pero la escalera se fue pudriendo y como parece que también abandonaron la práctica de apresar animales, el tiempo, el agua y el viento se han ido encargando de poner las cosas en el lugar que siempre estuvieron. La escalera de tablas está podrida y rota, la caseta, que también fue de tablas, anda destrozada, los alambres se oxidaron y algunos ya se partieron en trozos y se ven por entre las rocas dando tumbos.

Pero quería hoy llevarte por aquí algo deprisa para no perdernos demasiado en las cosas e irnos a lo que pretendía desde el primer momento: el fresno que he decidido llamar de la Canaliega por lo de la cerrada. En cuanto dejas atrás la cerrada y subes dos metros por el arroyo, te lo encuentras. Aunque no sepas ni cuál es ni cómo es, en cuanto lo veas al instante lo reconoces. Porque algunas señas de identidad propias son: que se tumba curvado para el lado del arroyo, cae hacia un charco que a pesar de parecer que se desploma hasta rozar la superficie, como es bastante grueso, se sostiene con gallardía. En cuanto llegas al lugar y lo ves lo primero que sientes es un irresistible impulso de subirte por la joroba del tronco. Como es tan grueso y se ha tendido tanto para el charco sin ninguna dificultad asciendes por él y te quedas sentado el centro del remanso con los pies colgando y rozando el agua.

Otra cosa es que sea verano; entonces lo primero que se te ocurre es usar este tronco de trampolín para zambullirte en el agua que por otro lado es bien profunda. Lo sé bien porque mi amigo y yo lo hemos probado casi siempre que por aquí pasábamos. Tiene su encanto y te lo pasas mejor que en las piscinas de las ciudades.

Dicen que el fresno es el árbol del ganado porque sus ramas son tradicionalmente aprovechadas como pasto para las ovejas y las cabras. Dicen que pierde las hojas en invierno y que las flores forman ramilletes opuestos sin cáliz ni corola. Florece en primavera y se cría en los bosques húmedos. Sus hojas son laxantes, diuréticas, contra el reuma y la gota. Son valeroso un remedio contra el veneno de las serpientes, tanto que en lo que ocupa su sombra, nunca se ve animal venenoso. Sus hojas aplicadas en forma de emplasto y servidas con vino, también el zumo sacado de ellas, socorren a los mordidos de las víboras.

En fin, que el fresno, como tantas cosas en estas sierras, es una joya y si hablamos de nuestro fresno de la Canaliega, es una joya más perfecta aún. Lo gocé yo aquellos días y lo recuerdo hoy con tantísimo cariño que sólo eso, recordarlo, me emociona.

Y LA ETERNIDAD
Como parado, como escondido entre el viento para el gozo de aquellos que no tienen su tesoro en este mundo. Porque pasado el tiempo todo vendrá a su verdad.
Que en cuanto llegas a la hondonada te envuelve como un aroma, como un hálito invisible que te hace sentir la realidad que hay más allá de lo que ves y tocas. Por ejemplo: viniendo senda arriba que, por el arroyo llega desde el gran valle, ves a un grupo de personas que se acerca. Han tardado un día entero en llegar desde la otra cortijada y ahora, aunque van casi al borde del precipicio, no sienten ni miedo ni cansancio. Es como si no pisaran la tierra; como si su camino, su presencia y su figura estuviera fuera del tiempo.

Llegando al roble de la roca, el nacido en la misma roca, se tropiezan con las cinco ciervas. Son las mismas que todas las tardes sestean entre las hojas secas de las encinas. Se paran junto a ellas y como los animales les conocen y ellos conocen a los animales, lo primero, sólo se levantan tranquilamente, sin asustarse y se van hacia la espesura del bosque. Es como si no tuvieran miedo, como si aquí hubieran estado toda la mañana esperando que llegaran para darles la bienvenida.

Cae la lluvia y como se refugian bajo las ramas del roble, frente a ellos, a un lado y otro, toda la llanura es visible. Pero la lluvia no es como la que nosotros vemos. Las gotas son notas musicales que aunque no son cristales, si lo parecen pero en forma de sonidos. Por la llanura el agua se amontona en charcos alargados y redondos que al pisarlos ellos se abren como las alas de las mariposas. El chapoteo de los niños resuena quebrándose en la ladera.

Por entre los olivos se mueve una bandada de zorzales que saltan de un lado a otro y como la lluvia los ha mojado parece como si jugaran el juego del viento, las gotitas blancas y la tarde que desnuda se va. Lanzan sus cantos asustados un poco y divirtiendo el resto y en cuanto el grupo de personas pasa a la estancia de la casa, el abuelo coge a la niña, la sienta en sus piernas junto al fuego de la chimenea y acerca sus manos a las llamas para calentarlas.

Todo es un trozo de eternidad que silencioso y escondido ha bajado del cielo para quedarse en este rincón. Ni siquiera la humanidad entera, con todo su trabajo junto, es capaz de crear algo tan bello. Menos aún las inquietudes, obras, sueños y problemas de una persona aislada pueden compararse ni en valor ni en belleza a este leve puñado de realidad celeste. La eternidad escondida y trascendiendo el tiempo en este valle de cumbres, como un regalo que sólo algunos pueden gozar.

EL BARRANCO
Te pasas media vida estudiándolo en los mapas; que la Sierra de la Cabrilla a un lado, que el Alto de la Cabrilla al otro, Navalasno más arriba, el Barranco de los Chorreaderos en lo hondo, los Arenales a un poco más allá, el Caballo de Acero y por el centro corre el río. Los Poyos de la Carilarga y la Loma del Caballo de Acero al otro. Te pasas media vida buscando libros, artículos y escritos que hablen del barranco y cuando te crees que ya lo sabes todo o si no todo, una gran cantidad de cosas, vienes un día por aquí y te quedas desconcertado.

Ni siquiera vienes con la idea de irte por el barranco para conocerlo o hacer alguna ruta. Pasas por el lugar o rozándolo, de pura casualidad. Siguiendo algunos de los caminos que le rodean y llevan a otro sitio te sucede lo que jamás te podrías imaginar. Sin saberlo, sin pretenderlo, sin ser consciente de lo que a tu lado queda, de pronto sientes como una llamada, como una voz que ni siquiera surge del barranco sino de algo que podría parecerse a un sueño, a un toque interior en la región de la muerte, del espíritu o no se sabe de dónde porque lo único que notas tú es sólo el tirón. La fuerza que te atrae y aunque tu rumbo es otro y por eso quieres seguir adelante, no puedes.

Tienes que volverte para atrás y siguiendo la intuición del sentimiento que te zarandea te dejas arrastrar a la fuerza pero con gusto, hacia la profundidad del barranco. Y para tu asombro vas descubriendo que el río, las cumbres, las rocas, los pinos, las nubes y el viento, nada de lo que aquí ves se parece a lo que has estudiado en los mapas y libros. Es otro barranco, otra realidad, otra belleza que te hiere con un puñal de dulzura y te transporta a la dimensión del gozo. ¡Qué barranco, qué viento, qué sinfonía de silencios y qué visión de paisajes, bosques, cascadas, laderas, y fino aleteo de sombras y luces!

En estos momentos es cuando compruebas y ves con claridad lo mezquino, lo pobre y mísero de las acciones y actitudes de aquellas personas que su corazón está en las cosas de la tierra. Sobre todo, los que te desprecian, te humillan creyéndose superiores y más sabios que tú. Viven lejos de gustar y comprender que al fin y al cabo, sus empresas andan fundamentadas sobre la materia que da una satisfacción limitada y se derrumban para siempre con el tiempo. Este otro tesoro, el que mana del barranco, es el que ni roban los ladrones ni corroen las polillas.


AQUELLA ANCIANITA
Nos vamos de la llanura ordenándonos para seguir adelante según lo previsto y será quizá por el aire frío que nos da en el rostro, por el horizonte de lejanas nevadas y cumbres redondas o la soledad tan llena de matices y vida, el caso es que nos viene al recuerdo la ancianita. Aquella querida ancianita nuestra del valle; la de la belleza de paisajes y reflejos puros de eternidad.
‑ ¿Viste como estaba curvada, arrugada en sí misma con su dolor por dentro pero con aquella paz, aquella armonía, aquella dulzura de arroyos claros?
‑ Igual que vosotros la vi yo y, además, me di cuenta de que se estaba muriendo sin un sólo lamento en su boca.
‑ Es como si no le importara irse de este mundo, o mejor, como si ya deseara irse para siempre porque tiene su tesoro y su felicidad en otro sitio. Pero deja que todo vaya al ritmo que está establecido. Es la gran lección que aprendió de los paisajes donde siempre ha vivido. Armonía y serenidad; no forzar jamás nada, no quejarse nunca de nada y tener siempre el espíritu lleno de gozo.
‑ Pero, ¿Viste qué bella era a pesar de sus años?
‑ Es lo que menos puedo olvidar, su belleza con tanta edad y tan rota por la vida.
‑¿Qué es lo que tendrá esta abuelita del valle que en muy pocas cosas se parece a las otras personas que conocemos?
‑ Creo que ella es el resultado de un proyecto casi perfecto, para que muchos aprendamos la verdad única escondida en la lluvia, la nieve, el bosque, la brisa y el viento de estas sierras. Creo que ella nos demuestra la autenticidad de lo que nosotros intuimos y buscamos. Lo que ni está escrito en libros ni se aprende en colegios ni universidades.
‑ ¿Viste como estaba curvada y te diste cuenta como en nuestro corazón sigue siendo la mejor, la más sabia, la más rica?


EN LA SIERRA NO HAY QUE TENER PRISA
Corono el rellano y ya es la una de la tarde. La ruta sin senda que me he trazado por el arroyo en que he venido, aunque resulta emocionante y bella, no es el camino más rápido para llegar a la cima. Pero como estoy convencido de que en la sierra nunca debo tener prisa para nada porque aquí es donde ya no hay que ir a ningún otro sitio, no me importa qué hora sea. El reloj, la hora y el tiempo también es extraño, enormemente extraño a los paisajes azules y silenciosos de estos montes.

Por eso, porque no tengo prisa, al llegar aquí, me paro. Respiro el aire y gozo del rincón. Si esta sierra es mía, si soy esta sierra, si creo en la eternidad y por lo tanto en Dios como creador mío y de estos montes, ahora mismo, este rellano con su panorámica de barrancos y cumbres, no lo debo sentir como algo al cual llego, lo admiro y sigo. Mi actitud no debe ser tan simple y por supuesto no lo es.

Miro el paisaje, único en este caso, porque este lugar es único en el planeta, dejo que me bulla dentro la sensación limpia, la primitiva, la que no está enturbiada con ningún otro tipo de interferencia y poco a poco siento cómo viene a mí el murmullo y el cosquilleo de la verdad pura. Este rincón, en esta mañana, con sus pinos y sus robles, el cascabeleo del agua por el Barranco del Arroyo de la Torre del Vinagre, los pajarillos, el suave viento y las hojas de hierba a mis pies, me pertenecen desde el momento en que fue creado. Por eso lo he soñado tantas veces, por eso es tan viejo como yo y va conmigo por donde vaya. Por eso lo conozco, me pertenece, me habla, nos fundimos y no somos dos sino uno que respiramos, vivimos, latimos y nos transformamos al mismo tiempo.

De aquí que ahora, más que nunca, no pueda ni aceptar ni comprender esa idea de los que por aquí llegan, admiran la forma de esta vibrante naturaleza, se extasían ante ella proclamando sus bellezas, se alejan luego y la verdad es que se van y los paisajes se quedan. Este sentimiento, esta percepción es pobre, limitada, mutilada y no se hace justicia ni a sí ni a las montañas o ríos por los cuales pasa. Un humano que se comporte y sienta así podría decirse que está mutilado, desconectado de su raíz más vital. Y, sin embargo, la mayoría de la gente que por estas fechas corretean estos montes, se mueven y se quedan en esta dimensión raquítica y pobre.

Cargado, orientado, rehabilitado y centrado en mi espíritu y punto de sintonía con mi cuerpo, sigo la ruta. Dejo el camino que hasta aquí he traído porque comienza a bajar por el barranco y lo que deseo es subir para la cumbre. Me voy para la izquierda avanzando puntal arriba.


EL PLACER DEL ESFUERZO
Desde la ciudad vinieron mis amigos con su lujoso coche y como saben que a mí me gusta la sierra y la conozco algo, me dijeron:
‑ Vente y nos la enseñas.
Al principio no me he animado mucho porque sé lo que a ellos les pasa; quieren ver la sierra, toda la sierra, todas las cosas de la sierra y todos los animales que en ella viven sin bajarse del coche. O en todo caso bajarse lo menos posible, sólo para asomarse a algún mirador, comer en algún hotel o meter los pies en el agua, en el charco de algún río o arroyo que no les coja lejos del coche. Como sé que les pasa esto y como a mí lo que me gusta es andar cantidad, subir al monte más elevado y sentarme el rato que sea necesario frente a los serenos paisajes de árboles o barrancos silenciosos, al principio no me apetecía la idea de irme con ellos. Pero luego lo pensé y acordándome de aquella vez primera que vine a la sierra que tampoco conocía nada ni sabía de ella pero sí quería gozarla, escudriñarla y amarla toda entera en un sólo día, me dije que sí, que los acompañaba.

Me fui con ellos en su coche de lujo y cuando llegamos al cerro verde donde no van los turistas pero sí, por una pista, pueden entrar los coches, nos paramos.
‑ Este punto es un buen sitio para gozar de vistas deliciosas. Por lo hondo pasa el río, frente se ven los bosques y desde aquí hasta el río, las llanuras son únicas. No olvidéis que lo importante es formar parte del espectáculo, no darlo pero siempre hay quien olvida que el único que no tiene lugar aquí es él y lo da. Eres lo que miras. Nada de lo que en estos momentos nos rodea es peor que nosotros.

Nos bajamos del coche y como les dije que para gozar mejor el espectáculo teníamos que andar un trozo para abajo, nos fuimos ladera adelante buscando el rellano de las rocas que parecen un balcón y desde donde se ve todo. Les dije que cuando se va por estas sierras siempre hay que procurar no destacar en nada; ni siquiera por la vestimenta. La mañana era de las más bellas y como la primavera ya estaba avanzada, el campo parecía un ensueño de tan verde, tan fresco, tan lleno de color, silencios y lejanías. Llegamos al balcón casi sin esfuerzo ninguno porque era delicioso andar por unos paisajes hermosos desde donde, cada vez más, íbamos descubriendo otros aspectos del barranco, del bosque y del río que por lo hondo corre.

‑ ¿Este es el punto?
Pregunta uno de ellos.
‑ Puede ser un punto pero yo haría una cosa.
‑ ¿Qué es?
‑ Pararnos aquí un rato y contemplar a fondo el espectáculo y luego seguir andando.
‑ ¿Contemplar?
‑ Todo en estos paisajes mejora si se hace en silencio, lentamente, completamente quieto. Contemplar enseña 10 veces más que buscar y 100 veces más que perseguir.
‑ ¿Hasta dónde hemos de seguir?
‑ Conozco la senda que baja hasta el río y luego sé por dónde sigue. Será una experiencia que no olvidaréis jamás. Uno y su espíritu se realiza cuando se es paisajes del paisaje. Nada de lo que ahora vemos puede ser comprado y aunque lo estamos recibiendo gratis, su valor es eterno.
‑ Pues tú eres el guía pero ten en cuenta que nosotros ni conocemos ni sabemos nada de sierra.

‑ Sólo hay que andar sin prisa, no charlar mucho, gritar menos y eso sí, meter dentro cuanto vayamos viendo para gozar a fondo. Un buen usuario del paisaje es el que lo comparte con sus inquilinos. Tu silencio es la única entrada que debes pagar para asistir al concierto más bello e intenso de la creación. Hay que coleccionar emociones que tienen más vida que las imágenes; la memoria es el álbum de recuerdos más completo.
‑ Luz verde y adelante.

Como me di cuanta de que tenían buena disposición, no hablamos más y seguimos bajando. Llegamos al río, nos vinimos por el lado izquierdo siguiendo la estrecha senda que por ahí va, llegamos hasta la cascada grande y en este sitio, frente a ella, estuvimos un buen rato sentados. Me dijeron que lo estaban pasando mejor que nunca porque les estaba gustando a fondo. Seguí animado porque de verdad notaba que eran felices y reemprendimos la ruta. Ahora dejamos el río, nos vinimos hacia la izquierda rodeando el cerrillo. Bajamos luego hasta el arroyo por donde crecen los fresnos viejos y aquí giramos de nuevo para la izquierda subiendo por el arroyo. Cuando llegamos al final, donde hay paredones de rocas y más arriba un espeso bosque de encinas, otra vez nos vinimos para la izquierda.

Cuando ya, entre un mar de luz caprichosa, casi dormía la tarde, remontamos la cuestecilla, subimos el pequeño collado y frente a nosotros nos encontramos el coche. Habíamos terminado la ruta trazando una circunferencia desde el coche hasta llega a él.
‑ Casi cinco horas andando y ni siquiera nos hemos dado cuenta.
‑ Ha sido emocionante. Jamás lo olvidaré.
Y como los veía tan ilusionados, tan llenos de placer aunque el esfuerzo había sido grande, les propuse gozar la última maravilla. Nos fuimos para la derecha, coronamos el cerrillo y allí estaba el bosque de las encinas gigantes. Alargadas, majestuosas, con casi veinte metros de alto cada una.
‑ ¡Qué belleza!
‑ Decías bien cuando hablabas de que la naturaleza no es una fábrica sino una inmensa obra de arte.
‑ ¿Entiendes ahora por qué compartir es la expresión máxima del amor?
‑ Y sé, además, ahora que lo contemplado y yo, no somos cosas diferentes sino un todo que me une a la creación, a Dios.

Fue el comentario que les oí. Luego pasó un largo rato donde todo fue silencio, casi oración profunda o quizá asombro. Más tarde nos subimos al coche y regresamos. A veces nos pasa eso: nos llaman los campos, vamos pero en muchas ocasiones no sabemos representar nuestro papel. Quizá nos falla la sensibilidad, la visión de lejanías, la hondura en las cosas, nuestra preparación. Porque sé bien que para entrar en el mundo de la naturaleza también se necesita una buena preparación. Porque todos llevamos dentro la llamada de los campos pero ¿sabemos gozar estas sierras sin dañarlas? ¿Sabemos encontrar en ellas lo que realmente buscamos sin romperlas o herirlas?


EL ULTIMO DESEO
¿Cómo le diría a ella lo que pasa? Creo que le puede gustar aunque también creo que ya pasa de casi todo. Sé que es algo que le ha dolido mucho. Quizá lo que más le ha dolido porque intuye que por aquí llegó el mal a estos paisajes. Pero hoy ¿le puede servir a ella de consuelo? Tendré que pensármelo despacio no sea que venga a estropearle la mañana.

Porque esta mañana hermosa, es muy especial para ella. Nosotros hemos bajado por el camino que entra desde arriba, donde hay un leve collado y comienzan sus andaduras los tres arroyos. Al llegar a la curva de las encinas, dejamos el camino y nos venimos por el arroyo grande abajo. Aquí es ya un sólo cauce que reúne el agua de seis o siete arroyos de la parte más alta. También ya se va configurando el valle que es realmente hermoso, por no decir el más bello de todos y recorriéndolo vamos nosotros. Venimos a la casa de la abuelita que se alza aquí, casi en la mitad del valle, donde hay otro pequeño collado y las laderas, los arroyos, las llanuras, las encinas y el bosque es un punto y a parte con lo demás de estas sierras.

Llegamos a la casa a media mañana y como nos esperan, nada más saludarlos emprendemos la ruta. La abuelita nos pide que vayamos despacio porque ya son pocas sus fuerzas. Lo sabemos bien y por eso una vez unos y otra vez otros, le vamos ofreciendo la mano, el hombro o las dos manos para que se apoye, salga adelante y pueda por fin llegar a la meta de sus sueños. Lo que ella sueña, lo que hoy quiere, es subir a lo más alto de la cumbre y recordar, desde allí, las vivencias que tan feliz la hicieron en otros tiempos. Es su último deseo, su último sueño, y como nosotros comprendemos lo importante que para ella es esto le ayudamos, la arropamos y la animamos. Casi intuimos que también para nosotros va a ser la última oportunidad de hacerla feliz en esta tierra y como es tan poca cosa lo que pide nos sentimos obligados, por amor, a complacerla.

Llegamos a la cumbre cuando ya el sol brilla en lo alto pero como hoy es un día de primavera dulce, suave y esmaltado de flores todos los barrancos, no hace calor ninguno. Sí brilla el sol llenando de transparencia los paisajes e impregnándolos de un tono especial. Por eso hemos escogido este día y por eso hemos venido hasta aquí.
‑ Lo único que deseo ahora es sentarme en esta cumbre y dejar que mis ojos se derramen por el valle, las laderas y los bosques. Quiero contemplar despacio mis paisajes por última vez.

Y sus paisajes hoy son tan hermosos que realmente es un placer sentarse aquí frente a ellos. Sólo se ven manchados por las construcciones del montón de hoteles y campings que en los últimos años han ido plantando por aquí. Es esto lo que a ella le duele más porque a sus años ya muchas cosas no las comprende ni las ve como las vemos nosotros y porque el valle que tiene registrado en su alma desde los años de su niñez, es otro muy distinto al que ahora existe. Y es que este valle, según ella nos dice, fue la joya de las sierras cuando sólo se veían por aquí cuatro cortijillos casi perdidos entre las encinas, los pinos y los manantiales de las laderas.
‑ En aquellos días era más bonito que ahora y, además, todo estaba lleno de paz, silencios y mil corrientes cristalinas que se pasaban el día y la noche entonando canciones estremecedoras. Ya les dije yo que no queríamos tantas carreteras por estos rincones.
‑ Es que venía mucho turismo y tuvieron que hacer hoteles para acogerlos.
‑ Pero tenían que haberlo organizado ayudando a las familias de aquí. Que se hubieran desarrollado negocios familiares con la gente de estas tierras que siempre llevamos el sello de la sencillez, de la autóctono, de lo humilde y sincero. No debería haber venido tanta gente de fuera para ocupar lo que era nuestro y lanzarnos a la emigración arrancándonos de nuestras raíces. Si nos hubieran dejado aquí, seguro que sería mucho más auténtico y tanto los turistas como nosotros hubiéramos podido vivir sin hacer tanto destrozo como han hecho para lo poco que han conseguido. Resulta que ahora se encuentran con las bellezas rotas, con las raíces de todos nosotros destrozadas y con la creación de un mundo puramente artificial que no satisface ni a los turistas, ni a los que traen a los turistas y menos a nosotros.
‑ Quizá tengas razón porque estos días en los periódicos no se habla de otra cosa que la crisis hotelera dentro del parque natural. Ahora ya andan diciendo que no se construyan más porque los que existen no sacan ni para comer.
‑ Tal como lo fue planteado desde el principio, no podía tener otro fin.

Pero por encima de todo, la otra realidad se palpa. A pesar de lo roto que han dejado el valle, aún sigue siendo bello. Puede que dentro de unos años recobre otra vez su fisonomía de siempre. Esto soñamos desde las cumbres mientras lo contemplamos dejando que a la abuelita se le llena el alma de los recuerdos bellos que por aquí tiene esparcidos. Desde la cumbre, frente a él, también nosotros hoy nos dejamos llenar de las eternas esencias que de aquí manan para así sentirnos más unidos a ella. Es un espectáculo tan especial que tenemos que dejar que el momento se haga eterno para así saborearlo a fondo.

DESDE DONDE SE VEN LOS PUEBLOS
A lo largo de este verano han sido varios los incendios en las sierras del Parque Natural. Muchas también han sido las opiniones, versiones y enfados de unos y otros porque cada uno lo ha visto desde ángulos diferentes. ¿Quién tenía razón o más razón que el otro y por qué se llega a esto? En el periódico, el otro día, un vecino de la Sierra de Segura, contestando a una carta del alcalde de Cazorla, decía: “Una vez leído el texto de la misma no puedo callar la indignación que me produce las siguientes palabras: “Los incendios, eso es otra cuestión delicada; aquí ha habido mala gestión. Se habla de Cazorla en referencia al Parque Natural, es probable que el incendio se haya producido en la Sierra de Segura próximo a Albacete como ocurrió pero se dice Cazorla: esto ha sido especialmente dañino y por estas causas se han anulado muchas reservas”. O sea, señor alcalde, que ahora por el hecho de que se hable de Cazorla en referencia al Parque Natural puede ser perjudicial y, por tanto, cuando se trate de incendios hay que dejar claro que se ha producido en la Sierra de Segura diferenciándola bien de lo que es la Sierra de Cazorla para que eso no afecte a los intereses de sus tierras.

Observamos con impotencia como llaman Sierra de Cazorla a la que es Sierra de Segura, por eso me parece muy bien que empiece a delimitar las sierras. A vez si es verdad, que de una vez nos explica y explica a nuestros visitantes y a toda España qué es, dónde empieza y hasta dónde llega la Sierra de Cazorla. Nosotros tenemos muy claro el tamaño, el territorio, los límites, los términos municipales, la cultura y en general la identidad propia de estas sierras.

Explique usted pero no sólo en los incendios, hágalo todo el año y en todas las épocas. Le puedo sugerir algunas propuestas: No deje que en las guías turísticas, especialmente en las editadas con colaboración oficial, se citen itinerarios del ámbito de la Sierra de Segura asignándolos a las de Cazorla. Evite que en los medios de comunicación se llama al Parque Natural con el nombre sólo de Cazorla. Edite mapas que indiquen claramente dónde empieza y hasta dónde llega. Podría proponer que, dada la gran extensión de la Sierra de Segura en comparación con la de Cazorla y, por tanto, siendo mayor en ella el riesgo de incendios, se cambie la denominación del Parque, quedando como Parque Natural de Segura y las Villas evitando así que el nombre de Cazorla quede relacionado con posibles incendios. En fin, defienda usted su sierra pero no a costa de utilizar u omitir el término verbal o territorial de Segura según le convenga”.

Yo que no soy de aquí pero sí a lo largo de los años he venido por todas estas sierras y las he recorrido en todas las direcciones, no sé qué me pasa que desde hace algún tiempo me viene acompañando un sentimiento raro. Es como un temor, como una tristeza, como un dolor que sin doler me llena toda el alma. La cuestión es la siguiente: Siento o por lo menos intuyo que por alguna circunstancia ajena totalmente a mi voluntad y deseo, me voy a alejar o me van a alejar de las sierras de este Parque Natural. Como parece que aquí tengo raíces hondas, como parece que la esencia de mi propio ser o existencia, late unida, en un trozo muy grande, a la esencia de estas sierras. Como es que las quiero tanto y es tan real mi felicidad cuando ando por estos parajes, siento que pertenezco y me pertenecen hondamente estos rincones. Alguien o algo me dice que me van a prohibir venir más por estos montes y en consecuencia los voy a perder para siempre.

Esta es la idea que genera en mi tanto miedo, tanta tristeza, tanto dolor. Y para agarrarme a lo que tanto es para mí, un sentimiento hondo me tiene totalmente invadido. Antes de que suceda esta catástrofe, esta auténtica tragedia para mí, me tengo que recorrer y conocer a fondo los trozos de estas sierras, arroyos, ríos y bosques que aún no he pisado dentro de este Parque Natural. Tengo que andármelos, mirarlos, amarlos para así llevármelos y hacerlos un todo conmigo para que aunque me lleven lejos no los pierda nunca.

Es quizá por todas estas cosas, que hoy he bajado por el arroyo enano. Desde un punto del arroyo es el lugar más exacto. Si te sitúas donde hay unas rocas negras, junto al charco color zafiro y salta la corriente formando una cascada que parece de juguete, ves el pueblo. Se refleja frente, asomado al barranco, como si estuviera parado en lo más alto y ocultando al otro lado la parte mejor. Es por eses lado, el que no se ve, por donde baja la cañada ancha donde las casas son pequeñas y no rompen el paisaje sino que lo engalanan.

Pues bajando por aquí he rozado con mis manos las ramas de los árboles que arropan el arroyo que desciende de la umbría y al llegar al charco color zafiro me he parado. Miro al pueblo y lo veo tan bello, tan pequeño, tan lleno de misterio y profundidad que me invade un placer profundo. Pero como desde aquí, desde este punto y lugar tan especial no sólo se ve el primer pueblo sino casi todos los pueblos que hay dentro de las sierras de este parque, la sensación, el gozo, el sentimiento de placidez y belleza se me multiplica. Este lo conozco sólo un poco y es delicioso lo que de él sé; aquel lo anduve sólo un trozo las Navidades pasadas que era también una tarde helada de invierno; este otro ni lo pisé nunca y por eso es más sueño, más casi fantasía que sólo con mirar parece que se desmorona; el que se oculta entre el monte y la ladera parece inaccesible y lejano y por eso aún atrae más; el que anda recogido junto al arroyo, el que se mira en el río, el que se confunde con las nubes.

Podría decir que no hay ninguno ni muy chico ni muy grande ni más bello ni menos señorial. Es como si fueran complementarios el uno del otro. Como si todos fueran bellos y ninguno pudiera ser al mismo tiempo bonito ni existiera sin el otro. Esto podría decir porque, además, lo siento y de este sentimiento, de esta realidad tan diferente a las realidades que normalmente manejamos los humanos, me surge la pregunta. ¿ Por qué los pueblos de estas sierras se empeñan en ser cada uno por separado si en el fondo no son nada más que una sola cosa? Si la belleza, si los que los vemos desde fuera nos complace profundamente verlos un todo, cada uno con su matiz. ¿Por qué ellos luchan en la dirección en que este todo se rompa?

Tendrían que entender ellos como lo entiendo yo, que están contenidos dentro de una dimensión única, infinitamente mayor, rica y perfecta, que los sostiene y da vida a cada uno. Lo personal, lo aislado, siempre es parte del conjunto y que ahí, en el conjunto, es donde se concentra su esencia. Esto lo sé hoy porque lo estoy viendo y como puede ser que pronto se me acabe la oportunidad de andar y palpar estas sierras, voy a ver si me doy prisa a irme por los sitios que aún no conozco. Es una suerte que hoy haya descubierto este arroyo y el punto del charco color zafiro desde donde se ven los pueblos. Es una suerte porque de ningún otro modo jamás nunca habría visto y sentido lo que ahora estoy gustando.

LA NAVA DE LAS MARIPOSAS
Trazaron una pista forestal que va desde el Arroyo de la Garganta hasta el Puente de Guadahornillos y llega a la nava. Desde aquí sigue algo más atravesando el complejo de picos rocosos, dolinas y reducidas llanuras de la cumbre del Calarilla. La nava no sé aún cómo se llama porque en los mapas no viene y por más que la he buscado en textos, libros y folletos, por ningún sitio he encontrado un nombre que se refiera a ella. Podría haberle preguntado a los guardas o a alguno de los científicos que por aquí siempre me encontré pero no llegué nunca a hacerlo por alguna motivación interna muy personal. El que no aparezca en los mapas me extraña porque el lugar es de mucha categoría desde cualquier punto que se mire. Es aquí justo donde nace el Arroyo de Valdecuevas y es aquí por donde tienen situado el núcleo de la Reserva de la Biosfera. Aunque por fin el otro día mi amigo el pastor me dijo que su nombre de siempre es la Nava de la “Correguruela”. Que traducido al castellano más culto es el mismo nombre de la hierba: correhuela.

Pues siguiendo la pista en dirección al Calarilla, después de atravesar la nava ¡que para mí solo he bautizado con el nombre de NAVA DE LAS MARIPOSAS¿ hay un pino. Un ejemplar grande del grupo de los laricios que ha venido a crecer exactamente donde comienza el pequeño arroyuelo que atraviesa la llanura. Una noche yo lo vi en mi sueño, lo vi sobre una gran cumbre y no sobre una ladera donde al parecer creció, vivió y murió el abuelo. Se le llega, bueno se le llegaba desde todos los extremos porque como crece en la misma cumbre no hay problema de acercarse a él. Pero por el lado de la umbría es por donde produce mayor emoción. Subes desde el valle y puedes tardar un par de horas en remontar la ladera de la umbría.

Siempre con el corazón tan lleno de gozo que casi te explota en cuanto respiras en lo alto. Quizá puedas creer que el pino de la cumbre, por esto de crecer en el punto donde los vientos soplan fuertes, es uno de esos pinos banderas que se desarrollan doblado en la dirección del viento pero no es así. El pino de la cumbre, el de mi sueño, crece recto y yo creo que tendrá casi cincuenta metros de altura hasta llegar a las ramas. Algo así como son los pinos piñoneros que aquí en estas sierras sólo hay unos cuantos. Su copa es casi redonda total y es tan grande que su vuelo coge casi media cumbre. Una visión grandiosa la que ofrece este pino que en verano, además, es casi un paraíso entero. Corre siempre por aquí un viento fresco que unido a la hierbecilla y la sombra fragante de este pino mío, te llena de un profundo placer.

Pues bajo este pino fue donde, un día de primavera al caer la tarde, llegamos. No hacía frío ni viento y aunque sí estaba nublado aquello más bien le daba un toque especial a toda la llanura tan llena de hierba exhalando fragancia, de flores esmaltada y por supuesto, repleta de mariposas. Y como iba cayendo el día y el lugar nos pareció tan delicioso, decidimos parar, montar la tienda bajo el pino y acampar aquí esta noche. Más que nada era por lo atractivo del lugar, la majestuosidad del pino arropando la llanura con sus ramas casi a ras de tierra y lo delicioso del reducido manantial brotando allí mismo. Se hizo de noche enseguida y esto nos obligó a meternos en la tienda nada más terminar de montarla. No tardamos en dormirnos y deliciosamente estuvimos soñando hasta que a media noche nos despertó el viento. Fue casi en el centro de nuestro sueño y además del viento que emitía extraños sonidos al romperse en las ramas y las rocas, hacía mucho frío.
‑ Es una tormenta de nieve.
‑ Pero, ¿Cómo va a nevar en estas fechas?

Al llegar el día salimos de la tienda y vimos que lo de por la noche había sido una tormenta de nieve, aunque caída en poca cantidad pero sí con mucho viento y frío. Observamos la llanura y vemos que presenta un extraño aspecto; nos vamos por ella con la intención de recorrerla y ver qué ha pasado.
‑ Mira lo que hay aquí.
Nos acercamos y llenos de curiosidad, sobre unas matas de tomillos, descubrimos una mariposa en el suelo que no puede volar. Es una de las que pertenece a la familia de las Papilios.
‑ Es la mariposa de los rabos ¿Sabes lo que ha pasado? El viento las ha tirado por el suelo y el frío las ha dejado heladas; seguro que en cada mata de hierba o de enebros hay unas pocas.

Y así es: nos ponemos a mirar y encontramos mariposas por todos sitios y de todas las clases. La niña Andaluza, pequeñita y azul; las colias de color amarillo y amarillo cromo y las alas rebordeadas de negro; la blanca del espino, tan escasa en toda la sierra pero aquí abundante por la cantidad de majuelos en estas cumbres; la que parece volando una bandera nacional en miniatura con alas amarillas en el centro y rojas anaranjadas en los extremos; varias especies del grupo de las ninfas de incomparable belleza en sus alas que en el anverso semejan a un manto bordado y por el reverso con lunares y bandas nacaradas blancas; las saltyrus, oscuras y con reflejos tornasolados y las vanesas, muchas vanesas, las únicas en estas sierras que inviernan agazapadas en las grietas de las rocas y troncos de los árboles saliendo a volar en días claros de sol a partir de febrero.

‑ A ver si encontramos a la Graellsia.
Esta mariposa que tiene en su haber una copiosa y abundante bibliografía, es la famosa Graellsia Isabelae, codiciada por los coleccionistas del mundo y considerada la más bonita de Europa. Es especie netamente española, descubierta en 1849 por el sabio naturalista español Mariano de la Paz Graells, que la dedicó a la reina Isabel II de Borbón, soberana de España. La reina agradeció tanto el homenaje, que la lució sobre su pecho, disecada y perfectamente montada en un collar de esmeraldas, en uno de los bailes de palacio, como gema de inigualable hermosura.

La Graellsia sólo vuela en el crepúsculo de la tarde, permaneciendo durante el día oculta entre las ramas y acículas del pino. Esto hace, por lo tanto, que no sea muy conocida aparte de que su vuelo es lento y pesado y no suele alejarse de los alrededores del pino en que nació. Nosotros la encontramos enredada entre las acículas de un pino laricio y es un macho, el que tiene las antenas en forma de pequeñas plumas. La cogemos y junto con todas las otras las guardamos entre las hojas de los libros que es lo mejor que tenemos a mano. ¿Quién nos iba a decir a nosotros que nos íbamos a encontrar en el centro de un espectáculo como éste? Fue realmente bello por lo inusual, por el lugar, por el momento y sobre todo, por lo inesperado. Desde aquel día guardamos este secreto y nos sentimos felices de tener en nuestro registro una experiencia que quizá sea única. Por eso ahora LA NAVA DE LAS MARIPOSAS, tiene tanto significado para nosotros. Nos llenó el alma y nos abrió un poco más a la dimensión de Dios mostrándonos tantas maravillas.


EL VALLE DE LA PRIMAVERA
Se llama así por varias cosas: no es ni una llanura ni una nava, sino una sencillo llano muy suavizada que se recoge entre dos cerrillos alargados y redondos y por la que, en su parte natural corren las aguas cuando llueve. Luego, cuando llega la primavera, como aquí hay unas praderas muy buenas, recogidas a un lado y otro por ligeros mechones de bosque, todo florece con el esplendor de un auténtico edén.

Pero es que, además, al final de la colina de la derecha, hay una roca, un monolito rocoso que es la joya del valle. En la misma colina, en el otro extremo, siguen las ruinas de aquel antiguo cortijo. Luego abajo, en lo que es ya el valle propiamente, tenemos dos maravillas más. Al comienzo del valle, en la parte alta, el huerto, y al final, donde ya se cierra y el bosque se espesa, el chozo del pastor.

Subimos nosotros aquel día por el lado occidental y fuimos a salir justo a las ruinas del antiguo edificio. Nos paramos allí porque queríamos ver el monolito, más adelante entre las encinas y después queríamos bajar al valle. Por la cresta hoy estaba solitario pero por la zona del huerto y del chozo, bueno, entre el huerto y el chozo, pastaban las ovejas. Se les oía balar y el sonar de los cencerros. Se oía también el correr de la corriente, al pastor por entre las ovejas y a gente que subían por el otro lado. Desde la colina nos fuimos ladera adelante buscando salir al huerto y ocurrió que antes de llegar a este lugar oímos voces. Nos paramos para averiguar qué pasaba.

Al poco vimos como algunas personas corrían desde el huerto para arriba, buscando la espesura del bosque más allá de donde nacen los primeros manantiales que dan agua al pequeño arroyo del valle. Seguimos bajando y en cuanto nos encontramos al pastor le preguntamos qué pasaba.
‑ Los condenados que otra vez me han quitado un cordero.
Como no sabíamos quiénes eran ni de qué iba lo del cordero, nos tuvo que dar muchas explicaciones.
‑ Son los turistas que vienen por aquí. Se meten por todos sitios y en cuanto te descuidas te quitan cualquier cosa; la fruta de los árboles, las hortalizas, las setas de los campos, te espanta el ganado y si pueden, cargan con un cordero. Briegas un año entero luchando para criar cuatro cosas a fin de tener para vivir, porque aquí en la sierra te falta de todo, y estos que vienen de la ciudad, donde le sobra hasta la contaminación, en una hora te quitan lo que tú has tardado un año en conseguir. Son unas rapiñas y no crees que es por necesidad, que si fuera así y me lo pidieran les daba lo que tengo sin cobrarles ni un duro a cambio, que es por el puro gozo de vivir una nueva experiencia.

Mientras nos explica las cosas que los turistas hacen y se llevan de estas sierras los vemos como suben por la senda que desde el huerto se adentra en el bosque para perderse allá abajo. A igual que no lo entiende el pastor tampoco lo entendemos nosotros y por eso nos quedamos allí, largo rato junto a él; envuelto en el misterio, la soledad y el perfume que mana del valle y extrañados en el alma que los de la civilización vengan por aquí con tan poco respeto a nada. Hay que tener poca cultura y ser nada civilizados para venir hasta estos valles, donde viven gente que de tan buena y sencilla ni se les nota que viven, no solo a robarles sus cosas sino a llenarlos de las mismas miserias en las que ellos nadan en sus ciudades.

EL DERRUMBAMIENTO
Dios ha mandado bajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas. Ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo. El derrumbamiento de la montaña fue así: quedan sólo unos días para empezar la recogida de la aceituna. El quince de este mes, diciembre, abren las almazaras por toda la zona de la Loma de Ubeda. Almazara: lugar donde se exprime la aceituna para extraer el aceite; molino de aceite y donde a los olivareros se les compra la aceituna que a diario cogen.

Este año ha llovido en abundancia durante el otoño y muchos no ven claro que la recogida de la aceituna puede empezar en las fechas que los cosecheros han pensado.
‑ No pasa nada si tenemos que esperar dos. La lluvia es más necesaria y para las aceitunas también es bueno unos cuantos días más en el árbol.
Me dice mi amigo Paco.
‑ ¿En qué les puede beneficiar si ya han madurado?
‑ Ahora mismo recogen humedad incluso hasta del aire.

Paco tiene un cortijo por las Sierras de las Villas siguiendo el camino que sale de Santo Tomé loma arriba. Son las cumbres que, arrancando desde el Guadalquivir, han sido sierra toda la vida. Pero poco a poco, los del lugar, las han ido despojando de sus montes de siempre dándole potentes dentelladas a la vegetación, para sembrar luego olivos. El afán de plantar el árbol de la provincia es casi desmedido por los habitantes de la zona. Es un paisaje que se deteriora por las imponderables del progreso: muchas cotas de nivel son dibujadas por los olivos. Un paisaje jiennense rozando o casi instalado en las cumbres del este Parque Natural.

Esta fresca mañana, que no llueve aunque no sabemos si por mucho tiempo, mi amigo Paco me ha llevado a su olivar. Le quita el sueño durante el año y en cuanto llegan estos días, le pone nervioso. No es cualquier cosa tener un buen trozo de olivar y más en las tierras de las laderas ganadas a las montañas. Subimos por el arroyo, le entramos por la parte de atrás y coronamos el cerro por el lado donde hay una roca grande. Mi amigo no busca nada; sólo quiere comprobar si la tierra está, mucho o poco mojada para entrar por ella a recoger la aceituna en caso de empezar pronto. Y la tierra está muy mojada; chorrea agua por todos sitios.
‑ Eso no significa nada.
‑ ¿Cómo que no?
‑ En esta zona, el terreno no es arcilla como allá en el valle y la Loma de Ubeda; en cuanto para de llover tres horas se puede andar por el campo sin peligro de atascarse.
‑ Pero Paco ¿quién puede subir a torrenteras como éstas a recoger aceitunas?
‑ Casi nadie: las vareas y como salen rodando pendiente abajo, allá junto al arroyo hay que recogerlas.
Varear es igual a: derribar los frutos de un árbol con una vara. Golpear o picar con una vara que en el caso de las aceitunas casi siempre es un retoño de castaño.

Pasamos por debajo de la roca que se inclina para el lado del barranco y como hay que agacharse bien para no salir rodando, me entra miedo y le digo que aquí me quedo.
‑ Pégate lo que puedas al peñasco y agáchate para no romperte la cabeza. Es la única manera de pasar.
Pero como la tierra está suelta es peligroso: en cuanto pisas si no resbalas te puedes considerar con suerte porque si no tienes donde agarrarte vas de cabeza al barranco. Así que el paso por la roca es difícil pero mi amigo que lo ha logrado muchas veces me insiste hasta que de pronto nos sorprende un gran ruido. No viene de la cima que tenemos detrás sino de la ladera de enfrente, de la cumbre que se recorta sobre el horizonte donde al otro lado ya es sierra.
‑ ¡Se cae la montaña!
‑ No toda la montaña sino media cumbre.

La montaña, allá a lo lejos, es como un espigón afilado con rocas puntiagudas que parecen clavarse en las mismas nubes. Larga porque viene desde el Puerto de las Palomas hasta el Pico Almagreros que es donde el río la corta. Toda la majestuosa Sierra de las Villas. Pero sólo en un punto de esta larga cordillera es donde la montaña se cae. Donde la cordillera es una auténtica muralla y en su centro forma como la curva de la media luna. Aquí, en el centro de la curva, es donde se desmorona. Medio mundo rocoso se desprende limpiamente y cae rodando ladera abajo acompañado de un ruido que ensordece. Primero cae un gran bloque; para un rato, durante el cual siguen desprendiéndose algunas piedras y luego se desploma otro gran montón de rocas y tierra.
‑ ¿Qué pasa Paco?
‑ Son las lluvias; los peñascos se han empapado y ceden.
‑ Pero nos quedaremos sin montaña.
‑ Cada año se rompe un trozo hasta que llegue a la llanura. Esa es la condición de las montañas, los valles y los ríos.

Y como el espectáculo es asombroso y en realidad nosotros no vamos a ningún sitio, ya no seguimos intentando pasar por debajo de la roca. En el escalón que existe ante del tranco, nos sentamos con la idea de quedarnos aquí toda la mañana frente a la montaña que se derrumba. Es un fenómeno que no he visto en mi vida y ahora que se me presenta la oportunidad quiero gozarlo despacio para meter esta experiencia en lo más hondo de mi alma. Estas sierras, este puñado de tierra que tan importante es para mí, cada día me sorprende con algo nuevo.

LA SENDA DE LAS CAÑADAS
Va de cañada en cañada trazando una amplia ondulación al pasar por el valle del río que se encuentra justo en el centro de las dos cañadas. Como una gran media luna cuyos dos extremos son el comienzo y el final de la senda.

El extremo primero, donde debe comenzar la senda, sí lo conozco bien. Es una llanura blanca al final de los tres cerros donde, además de silencios y verdes en primavera, brotan más de veinte veneros. No todos en el mismo punto, sino repartidos por la llanura que en este caso sería la cañada de donde arranca la senda. Pero claro, decirlo así suena como si este trozo de sierra fuera más o menos igual a cualquier otra llanura de las muchas que por estos montes existen y no es igual. Yo mejor que nadie sé que es única no ya por la senda y los manantiales sino por una montón de cosas que pertenecen más bien al mundo de las emociones.

Los veneros echan agua casi todo el año y como son abundantes y repartidos por aquí y por allá, desde cada uno van saliendo sus pequeños arroyuelos que abriéndose paso con armonía y suavidad buscan la parte baja de la cañada. Ya aquí se juntan y con el agua de los arroyos, se hace grande. Es un primor la transparencia de estas primeras aguas acompañando, barranco abajo, la incipiente senda. Porque ya he dicho que la senda nace aquí, entre los veneros, los arroyuelos de los veneros y el arroyo que va resultando de la suma de los hilillos transparentes.

Siguiendo el cauce que baja, unas veces por un lado y otras veces por otro, la senda se precipita y sin titubear busca el río. Tienes la impresión que por el barranco, va a perderse en la profundidad de éste, su oscuridad y su bosque pero no es así. Antes de llegar al río se abren los barrancos llenándose de luz por la amplia solana y una vez que cruza el río, por la solana sube la senda. Con suavidad, como si se tratara de un juego reposado, busca otra vez el cauce del nuevo arroyo que baja de la segunda cañada. Podría decirse que son dos arroyos gemelos con dos cañadas gemelas donde ambos nacen y dos llanuras también gemelas sembradas de manojos de veneros cada una.

Pero en cuanto la senda sube a la segunda cañada, ya no la conozco. Desde la ladera de enfrente la tengo muy vista y aunque me intriga la densidad del encinar que por otro lado se ve y el horizonte casi azulado que lo llena de misterio, todavía no conozco esta segunda cañada. Cualquier día de estos y si es posible cuando la primavera esté plena, vendré a conquistarla. Intuyo que será grandiosa tanto la senda, como la cañada y el encinar.

EL BARRANCO DE LAS ENCINAS
Que es único entre los barrancos de estas sierras y por lo tanto punto y a parte, lo supe desde siempre. Desde que era niño y con los otros niños jugaba por este rincón. En el barranco hay muchas cosas que lo hace diferente y especialmente bello. Las encinas son una de estas cosas y la oscuridad o tono entre azulado y verde que siempre arropa tanto al bosque como a la huerta, el arroyo, la fuente y el camino, es la otra cosa no menos importante que la primera. ¿Que dónde se abre el barranco? Pues ahí. Donde la cordillera empieza a derramarse entre dos o tres picos grandes y luego la llanura se extiende hasta el río. En realidad el barranco no es otra cosa sino la cuenca de los tres pequeños arroyos que bajan de la cumbre y al llegar a la llanura se funde en uno solo que es el que atraviesa la llanura y muere en el río. Estos serían los surcos principales que forman el barranco y como ellos corren por aquí desde la noche de los tiempos junto a sus cauces nacieron los niños.

Y los niños son ahora, o más bien fueron, la belleza principal de esta hondonada. A la derecha, en el pequeño collado se alza el cortijo. Volcando el collado, en la primera ladera hacia el barranco, se extiende la huerta y más adelante, ya metido casi en el arroyo, es donde brotan los manantiales. Por la parte de abajo, desde el collado del cortijo, desciende el camino y en cuanto atraviesa el arroyo se interna en la llanura.

El cortijo del collado, en otros tiempos, era poca cosa y en él, a parte del trajín de los animales, a lo largo del invierno ardía una lumbre y alrededor de ella lo único que se comía eran los frutos de la huerta y los productos de los animales que llenaban aquel campo. Pero desde el cortijo, siempre que los niños se juntaban para irse a jugar por el campo a las cosas del campo, se iban por la senda del collado, que va también a la huerta y se quedaban por el barranco. Y más que por el barranco, por entre las encinas del barranco. Por aquí organizaban ellos sus juegos un día detrás de otro y eran felices plenamente. Yo lo sé porque en un libro gordo que muy pocos conocen, muchas cosas de este barranco se quedaron escritas y entre ellas se pueden leer algunas como las siguientes:

Hoy está nublado; hace mucho frío. Por la parte de arriba de la huerta los niños encienden una candela. Aquí están calentándose durante rato. Ya se aproxima la Navidad. Las encinas tienen sus bellotas gordas y negras. De la encina que hay en la entrada a la huerta, cogen un buen puñado. Sin embargo, en estos momentos uno de los niños recuerda que las mejores bellotas de todas las encinas de la finca en general y del barranco en particular, las da la encina que crece junto al camino donde empieza la llanura. Se pone de acuerdo con el resto del grupo y se van para el lugar. Sólo ella, la más pequeña, se queda junto a la candela y antes de que sus amigos se alejen, les dice:
‑ Asaré estas bellotas y en cuanto volváis nos las comeremos.
‑ Vale pero no te creas que vamos a estar todo el día por ahí. Volveremos pronto.

Se alejan dejando a la niña sola la cual durante un rato se entretiene partiendo las bellotas, poniéndolas sobre las brasas y sacándolas cuando ya están asadas. Los del grupo bajan por la ladera y están ocupados en coger las bellotas gordas de la encina grande cuando sienten a la niña dar voces al tiempo que la ven corriendo desde la huerta hacia donde están ellos. Suspenden su tarea y esperan a que la niña se acerque.
‑ ¿Qué pasa?
‑ Lo único que pasa es que las bellotas ya están asadas. Las he dejado cerca del fuego, encima de un puñado de pasto para que estén calentitas cuando lleguemos.
‑ Pues vayámonos ahora mismo.
Los del grupo cargan con los frutos que ya tienen recogidos y siguiendo a la pequeña se ponen en camino ladera arriba. Mas al llegar al fuego se encuentran con una sorpresa: las bellotas asadas no están donde la niña decía.
‑ Pues las he dejado aquí.
Insiste ella queriendo defenderse al tiempo que vuelve su cara para el arroyo que va por detrás de la huerta.
‑ Mirad lo que hay allí.
‑ Es la burra blanca.
‑ Sí, y ahora al verla pienso en lo que ha pasado.
‑ Que ha sido ella.
‑ De eso estoy segura.
‑ Eres tonta, porque te ha engañado otra vez.
La niña se ría y más tarde dice:
‑ Pero ahora me las pagará.
‑ Por ahora déjala en paz y vente aquí junto al fuego. Como ya no tenemos prisa y como tenemos nuevas bellotas más gordas y buenas que aquellas, vamos a sentarnos pegado a este fuego y mientras nos calentamos, las asamos. Estas no se las va a comer la burra blanca sino nosotros”.

Y como el recuerdo es bello y con su silencio el barranco colabora a ello, hoy lo tengo en mi alma una vez más como lo más importante de cuanto ha ocurrido en mi vida. Resulta que hace unos días la Agencia de Medio Ambiente mandó que se limpiara, de monte, este barranco. Vino por aquí una cuadrilla de hombres y lo que han hecho ha sido un desastre. Han rozado todo el monte y entre ello los romeros, enebros, sabinas, lentiscos, espliegos y hasta rosales y lianas. Todo el monte lo han rozado dejando sólo los troncos de las encinas y no todas, sino las más gruesas y algunos pinos. Y, además, a casi todas las encinas le han cortado las mejores ramas, de tal modo que cuando las ves ahora no parecen ni las mismas encinas, sino troncos esqueléticos que echarán algunos brotes nuevos al llegar la primavera. Algo así como la tala que le hacen a los olivos.

Es un desastre lo que han hecho y al mismo tiempo una pena. Tanto es así que el barranco ya no es el mismo y, claro, lo que en el fondo pasa, son dos cosas: que los que han mandado a esta cuadrilla y la cuadrilla misma son personas de fuera que sólo ven en este barranco arroyos y monte. Ni una sola vivencia, ni un sólo recuerdo tienen en su alma porque nunca vivieron ni fueron de aquí. Por eso no les tienen cariño a estas encinas y por eso no les duele romperlas. Y la otra cosa es que ni unos ni otros saben nada de lo que se traen entre manos aunque dirigiendo estos trabajos haya ingenieros como pasa casi siempre. Y esto queda a la vista, porque si no ¿cómo es posible que oficialmente se haya hecho con estos montes el desastre que se ha hecho?

Desde que era niño con aquellos niños del cortijo sentí el barranco como si él fuera un mundo sagrado; como si sus encinas, sus manantiales y sus arroyos pertenecieran a las cosas que se dicen son eternas y por lo tanto intocables para los humanos. Ni siquiera la gente que siempre vivió en el cortijo osaron nunca dañar este barranco. ¿Cómo entonces los que no son de aquí se han atrevido a hacer lo que han hecho?
Y cuando terminé de hacer esta pregunta uno de ellos me dijo que todavía no han acabado las obras.
‑ ¿Qué más vais a hacer?
‑ ¿Ves ese cerro?
‑ Sí que lo veo; es el cerro grande que protege al barranco por el norte y de cuyas entrañas viene al agua de estos veneros.
‑ Pues cualquier día de estos desaparecerá.
‑ ¿Quién se atreverá a romper un cerro como ese?
‑ Por lo alto asomará la carretera y según tengo entendido será necesario demoler medio monte para conseguir el trazado que pretenden.
‑ De todos modos si la carretera pasa y no llega las encinas, si logran superar la poda, se salvarán.
‑ La carretera no llega pero las encinas si se salvan será de casualidad.
‑ ¿Qué van a hacer con ellas?
‑ Casi seguro todas quedarán sepultadas. Como tienen que demoler el cerro, en lugar de llevarse la tierra con camiones, la volcarán para el barranco y como la ladera forma gran pendiente y sobre las cumbres hay muchas rocas, todas rodarán por la solana abajo hasta la llanura.
‑ Pero eso será tremendo. Ninguna de estas encinas resistirán el impacto de las rocas rodando ladera abajo.
‑ Es lo que te decía: si queda alguna será de puro milagro.
‑ Bueno, ¿y quién ordena la construcción de tal carretera?
‑ ¿Pues quién lo va a ordenar? Los que nos gobiernan.
‑ ¿Y cómo es posible que no tengan ojos para ver?
‑ Los tendrán pero si lo aprueban y manda que se haga ¿a ver quién dice o hace lo contrario?

La noticia me partió el alma y como es verdad que he visto estos desastres en tantísimos sitios, desde ahora casi doy por seguro que romperán el barranco. Bueno, romperán primero las cumbres de la montaña, destrozarán toda la ladera y por supuesto su bosque y manantiales y después dejarán tronchadas y medio enterradas casi todas las encinas del barranco. Pero las primeras en caer serán las que hay junto a la huerta y entre estas primeras las de la parte alta, las del primer barranco que es donde brotan también los primeros manantiales y luego las que crecen al borde del camino y las del arroyo. Y son esas las mejores encinas dentro del gran encinar de esta llanura. Las que nacieron antes que cualquiera de los hombres que ahora van a aniquilarlas.

En ocasiones los hombres somos tremendos: por atrevernos a veces nos atrevemos hasta con aquellas cosas que son sagradas y pertenecen a la dimensión de lo eterno. Hasta nos erigimos en casi dioses y henchidos de prepotencia, desafiamos orgullosos cualquier cosa que se nos ponga por delante sea ésta un barranco lleno de viejas encinas o un manantial que estuvo ahí desde el principio de los tiempos. Y a lo mejor un día algo o alguien se revela y viene a poner freno, como ya ha ocurrido otras veces, a los desmanes que los humanos nos traemos entre manos.

Es bien conocido el texto del Génesis: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza y que domine los peces del mar, los pájaros del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles”. Este texto se puede interpretar de una manera dura, como un derecho de saqueo total. Pero conviene observar que el relato hace del ser humano la imagen y semejanza de Dios y que presenta a Dios como creador de los vegetales, de los peces, de los pájaros y de los demás animales, todos los seres vivos “cada uno según su especie”. Dios no quiere que el hombre deba sofocar la vida, aplastar el mundo sino hacerlo existir, cultivarlo, protegerlo. Parecerse a El es proteger las especies vivientes. Si la maldad humana excita la cólera de Dios, como sobre una creación desviada por el mal camino y uso, la salvación de Noé no será sólo para él, sino que pasará por la salvaguardia de toda vida invitada a atravesar la muerte en el barco de la nueva fortuna. Bello ejemplo de la ternura que los hombres, la humanidad, puede manifestar a la Tierra y a la vida obedeciendo a Dios.

EL LUGAR SOÑADO
El problema ecológico sí es un
problema esencialmente humano.

La pista que traigo viene bajando y aunque aquí la corta una cancela de hierro desde la cual, por los lados, se extiende la valla metálica para recoger el rincón en torno a los edificios, quiero seguir bajando. Entre otras cosas porque la pista no muere aquí sino que sigue y va realizando exactamente el plan que traigo: quiero salir por el Puente del Hacha y torcer luego carretera arriba.

Como la cancela me corta el paso, miro a ver si encuentro cómo seguir y lo encuentro: por la parte de arriba, la que pega al paredón rocoso de la ladera de la montaña, hay un paso. Lo uso y ya he dejado atrás la cancela. Por otro lado, la alambrada sigue a mi derecha que es el lado del río. En los terrenos que se hunden en el barranco hacia el cauce, quedan los edificios. Los voy viendo mientras sigo bajando casi recto ahora y lo que ya sí descubro con claridad es la piscifactoría. Me voy asombrando pero con toda seguridad descubro que este rincón es el mismo que ciertamente veo en mis sueños.

No sé si se encuentra cerca de un colegio pero debe estarlo porque los jóvenes así me lo anuncian. Salen ellos todos los días a su recreo. Son muchos y de edad entre catorce a veinte años. Llevan sus libros y como el recreo es a media mañana, tienen que comerse algo. En grupos de dos, tres, cuatro o seis, atraviesan esta ladera, se internan por entre la vegetación y bajo los fresnos, entre las rocas y la corriente del río, se van sentando. Charlan ellos animados mientras comienzan a comerse sus bocadillos. Casi siempre los veo acompañados de algún profesor que, como ellos dicen, no es un profesor sino un amigo.
‑ Ya sabéis, no dejad ni señales de vuestro paso por este rincón.
Les dice el profesor pero no con tono de orden sino como el que recuerda lo que todos aman y desean cumplir.
‑ ¿Cómo vamos a estropear, dejando basuras, un rincón como éste?
‑ Sé bien que lo sentís vuestro y lo queréis casi como algo que os pertenece. Nadie rompe lo que ama.
‑ Señor profesor, si es que no hay gozo mayor en el mundo que el de sentarse en este rincón, junto a la corriente del cauce y el agua limpia que por aquí corre.

Y ellos tienen toda la razón: el agua es tan cristal de que hasta el viento tiene miedo de mancharla. Y a ellos, sabe Dios por que razón profunda y noble, no se les ocurre tirar ni una colilla. Cada cual lleva su bolsa con el bocadillo y cuando se les termina el recreo, vuelven por la ladera donde ni siquiera hay ni cemento ni asfalto sino tierra pura, y en los contenedores dejan sus desperdicios. No para en todo el día el trasiego por este rincón; mas, aún así, parece que cada día está más bonito, con tanta agua corriendo limpia, con tanta vegetación, con tantas sombras nacaradas de árboles majestuosos, con tanto viento siempre meciendo las ramas y con tantos pajarillos por allí saltando.

Yo los veo ir y venir tan orgullosos y más orgullosos aún se sienten cuando algún compañero de otros colegios les dice:
‑ ¡Jo! Qué suerte la vuestra. Ya quisiéramos nosotros tener cerca de nuestro colegio un rincón tan hermoso como ése para no tener que ir todos los días a tomarnos las litronas al bar, a bebernos el refresco en medio de la calle o a fumar a la discoteca. Ya quisiéramos nosotros una cosa tan limpia donde sólo se respirara un aire tan puro como el que ahí se respira y no se oyera nada más que música de agua y silencios de bosques.
‑ ¡Categoría que tenemos nosotros porque nuestro colegio es así de chulo!

En otros momentos de mi sueño veo que el rincón es también compartido con la gente que sale de su trabajo. A comerse su comida siempre se vienen al lugar y si es verano, por aquí se quedan a echarse sus siestecillas porque ellos saben que nadie les va a molestar. Vienen también por aquí enfermeras y médicos que en lugar de juntarse para irse al bar y tomarse su café, cogen y se dan un paseo, se sientan junto a la corriente a gozar de la sombra y son ellos los que dicen que no necesitan de tantos bares y tantas historias para pasar un rato con los amigos.

Yo no sé si está cerca de un colegio o cosa parecida pero el caso es que lo veo continuamente en mi sueño y siempre hay en él el mismo trasiego. Ahora que bajo por la pista rumbo a la piscifactoría me digo que sí, es el lugar con el que siempre sueño.

DUEÑA DE LA LADERA
El poder de los hombres es todavía irrisorio y el ser humano se siente tan aplastado por la naturaleza que tiende a dosificar sus fuerzas.Voy descubriendo el barranco por la tan flamante pista forestal y se me va llenando el alma del día ya un poco avanzado, del rumor del río saltando las cascadas del cauce y el perfume esencial que sube por la ladera. El camino, primero sigue recto a media ladera y como se aleja del cauce, llega un momento en que traza una gran curva a la derecha y luego a la izquierda y empieza a hundirse buscando el río. No sé por qué pero tengo la sensación que en esta curva debería existir una desviación que se fuera hacia el barranco del Cerro de Las Albardas y al cortijo de la Cruz del Muchacho. Miro y por más que busco, no veo ni pista ni senda.

Y estoy empeñado en encontrar un camino sin que ni siquiera venga indicado en el mapa que tengo, cuando me sorprende el escándalo. Miro para la solana y lo descubro: desde los cantiles del farallón rocoso de la ladera el águila perdicera se ha lanzado a por su presa. Una chova que busca su alimento por entre las encinas de la solana. Se ha lanzado a tierra en picado y sobre la presa localizada desde lejos y durante unos segundos hábilmente la persigue por entre los pinos y las encinas. Su esbelta silueta y sus alas relativamente finas llenan de elegancia el vuelo.

No es la primera vez que las veo por estas sierras persiguiendo a sus presas y por eso las conozco bien. El águila perdicera ocupa el lugar del águila real en la región mediterránea y en algunas comarcas semiáridas del Este. Como ella, es sedentaria en la edad adulta y permanece en su territorio, que ocupa 10.000 hectáreas o incluso más. Los jóvenes vagabundean y algunos individuos europeos se van hasta Africa. En el Sur del Europa frecuenta los carrascales secos salpicados de arbustos bajos pero también los matorrales espesos; construye su nido en acantilados que domine estos paisajes. Como otras rapaces diurnas, tales como el águila vocinglera y el águila calzada, la perdicera presenta dos tipos de coloración que no tiene nada que ver con la edad ni con el sexo. Algunos ejemplares tienen la parte inferior del cuerpo blanca, marcadas de pavesas pardo negro sobre el pecho, mientras que en otras esta parte del plumaje es leonada.

Se ha dicho que las rapaces diurnas atrapan sus presas por sorpresa. A veces, les es preciso perseguirla largo tiempo, acecharlas y espiarlas pacientemente sobre las montañas, sobre las praderas o sobre los bosques. Para eso, deben ser aptas para volar muy rápidamente o, en otro caso, para planear durante horas. Sus alas tienen, por lo tanto, una forma diferente según su género de vida. Las de los halcones, aves rápidas, son generalmente estrechas y puntiagudas; las de los gavilanes y azores, más anchas. Estos últimos se desplazan aprovechando corrientes de aire caliente ascendente. En unos diez minutos, pueden pasar de 1.500 a 3.500 m. Después de tomar altura, descienden en vuelo planeado a una velocidad que alcanza 80 km/hora. En Africa, uno de ellos recorrió 32 km. de este modo perdiendo solamente 520 m. de altitud durante este largo descenso.

Aves de presa, rapaz o depredador, estos son los tres nombres dados generalmente a las águilas, los ratoneros, los halcones, las lechuzas y los búhos. En realidad, también podrían aplicarse perfectamente tales denominaciones a las golondrinas, a los papamoscas y a las currucas: unos y otros se alimentan de animales vivos. La diferencia estriba en el tamaño de la presa: un águila captura pequeños mamíferos o aves; una curruca come insectos. Es una costumbre generalizada la de llamar rapaces a las aves de pico ganchudo y patas provistas de garras aceradas. Pero para el ecólogo, la golondrina común y el gavilán forman parte de la misma categoría: son todos depredadores, es de decir, animales que se alimentan a expensas de otras especies.

Al darme cuenta de lo que está ocurriendo ahí, a muy pocos metros de donde estoy, me quedo parado. Me oculto tras los troncos de un pino y como me arropan varias ramas de carrasca y enebros creo que quedo tapado a los ojos del ave. Espero un rato y no tardo en verla remontar vuelo. Desde el mechón de monte donde ha atrapado a su presa, alza el vuelo y con la chova entre sus garras se eleve en el aire. Arranca hacia el barranco y como el animal no me ha visto me cruza por delante casi rozándome.

Me quedo con el aliento contenido ante la visión de tan impresionante espectáculo. Como si de toda una montaña entera se tratara su figura, solemne y grandiosa, desciende por el viento lenta y suavemente. Sin apena esfuerzo ni movimiento ninguno. Sólo abriendo sus alas y dejándose llevar por el viento. Sin quererlo, del corazón se me escapa un ¡qué maravilla, Dios mío! Y luego que la bella figura va descendiendo por el barranco al tiempo que remonta, aprovechando la corriente de aire para, sobre las cumbres de mi Cerro del Molinillo, girar los cantiles de la ladera donde estoy, sin prisa me dejo empapar de la realidad que ante mis ojos tengo. Nunca en mi vida he vivido un momento tan emocionante. Nunca en mi vida se me ha mezclado con tanta fuerza la imagen de la realidad y el sueño. Nunca en mi vida podría creer que aves tan sencillas encerraran tanta belleza.

Durante un rato todavía sigo ahí, sentado en la roca, junto al camino y cuando quiero regresar es como si de pronto, el barranco se hubiera transformado en un mundo nuevo. Hasta el murmullo del río me parece otro. Chapoteando por espacios inaccesibles que más se parecen a sensaciones soñadas que a mundos terrenales.

CERRO HUECO
Me lo habían dicho pero no me lo creía demasiado.
‑ Si el cerro está hueco será que hay ahí una cueva.
‑ Quizá sea una cueva pero hazte a la idea que no es la cueva clásica que normalmente se conoce. En la gran bóveda no existen ni estalactitas ni estalagmitas ni corrientes de agua ni trozos de rocas caídas que te impidan el paso ni angosturas ni galerías.
‑ Entonces, ¿Cómo es ese agujero?
‑ ¿Tú sabes lo que es un iglú?
‑ Es una vivienda esquimal fabricada con bloques de hielo, dispuesta en forma de cúpula y con una sola abertura.
‑ Pues así parecido es el Cerro Hueco.
‑ Pero es que no acabo de creerme que en estos montes exista un fenómeno así. Las grutas que por aquí pueden darse serán siempre galerías formadas por las corrientes de las aguas subterráneas que por lo general son muy caprichosas, muy irregulares y de ninguna manera se parecen a lo que tú me dices.
‑ Te pasará como a mí: no me lo creía y hasta que no lo vi no quedé convencido del todo. Lo que pasa es que nadie sabe o muy poca gente sabe que existe esta cavidad y menos aún conoce en qué lugar se encuentra y por dónde tiene la entrada.
‑ Claro, porque ¿te imaginas la cantidad de turismo que vendría a ver un fenómeno como éste?
‑ Un fenómeno que por otro lado es una auténtica maravilla. No hay otro en toda España y creo que en el mundo entero no existe nada parecido. Puedes comprender ahora por qué este descubrimiento se mantiene tan en secreto y se habla tan poco de él.
‑ Pero ¿Tú lo has visto?
‑ Más de una vez y muy despacio.
‑ Al menos podrías decirme algo de esa tan bella cueva.

‑ La entrada se halla al lado norte, escondida entre monte y muy cerca de una gran pared de rocas. Se encuentra casi al final de la ladera, muy cerca del río y casi en la base del cerro. Es una puerta pequeña que para entrar por ella tienes que agacharte. No cabe más de una persona por el agujero que es redondo aunque más grande para arriba que por los lados. Hasta la misma entrada no llega ninguna senda ni camino ni nada parecido. Es decir: que tú vas por allí andando y el que sabe dónde está el punto exacto sí lo encuentra pero el que no lo sabe difícilmente puede llegar a la entrada. A un lado, al oriente, queda el barranco del río con un buen trozo de ladera todavía desde la entrada hasta lo hondo y al otro lado, al occidente, se alza la gran cordillera con toda la cumbre llena de castellones, rocas y arroyos que corren para ambos lados.
‑ Y por dentro ¿qué se ve?
‑ Una vez dentro, lo primero que te sorprende es eso: su grandiosidad. El primer vistazo te deja la sensación de que el cerro está hueco. Una pura gran cúpula que te sobrecoge por su amplitud hacia arriba y a los lados. Todo rezuma humedad aunque no corre agua por ningún sitio y esto hace que las paredes estén recubiertas de mil plantas raras que casi nadie conoce ni sabe a qué especie pertenecen.
‑ ¿Y a dónde va tan extraña cueva?
‑ Eso es lo que te preguntas enseguida y enseguida buscas. No encuentras que vaya a ningún sitio aunque sí: parece que va al río. Cuando entras por el agujero de la ladera sigues andando, sin subir ni bajar sino como si siempre estuvieras en el mismo plano y cuando acuerdas vas a salir al río. Por ese lado la gruta tiene una salida que tampoco nadie conoce.

Voy esta tarde llegando al río y antes de torcer la última curva que me deja exactamente en el cauce y sobre el puente que lo cruza me acuerdo de lo que él me dijo. Por lo visto, cuando la gente salía desde la gruta, como en aquellos tiempos por aquí el río no tenía puente, para atravesarlo, siempre tenían que mojarse. Sobre todo en aquella época en que el río bajaba muy crecido. Por lo visto dentro de esta gigantesca cueva existe un filón de rocas blancas muy bellas. Quizá sean las rocas de calcita blanca aunque creo que no son calcita sino otro tipo de mineral. Para protegerse de enfermedades por los remojones del agua en el río la gente cogía estas rocas y se juntaba todo el cuerpo con ellas. Podía luego irse con la seguridad de estar inmunizados para durante tiempo, de muchas clases de enfermedades. Ya en aquellos años sabían ellos que la tierra cura las heridas y también las enfermedades. Un baño de barro elimina toxinas a través de la piel, que los emplastos de arcilla mitiga dolores e inflamaciones, que el simple contacto de los pies desnudos con la tierra canaliza hacia el suelo el exceso de electrones que altera nuestro equilibrio energético.

Esto de la cueva, que ni siquiera sé cómo se llama ni tampoco en qué sitio del Parque puede estar, me tiene intrigado desde hace tiempo. ¿Qué podría hacer para descubrirla un día y comprobar, hasta donde se pueda, si todo o parte de aquello es verdad? Me tiene intrigado la cueva esta y ni siquiera sé por qué, cuando ahora esta tarde voy bajando para el río, me viene a la memoria tan particular historia.

LA SIERRA PROFUNDA
Así que mientras avanzaban por la ladera atravesando el espeso monte, se iban entreteniendo en cortar trozos de ramas secas que dejaban clavados no en la tierra, sino en las grietas de las rocas. Aquí un trozo, en el agujero de aquella piedra, otro.
- Todo como si fuera un tesoro que ahora escondemos y luego tendremos que buscar.
- Un juego bonito que me gusta pero yo quería preguntar algo.
- ¿Qué es?
- Desde que cogimos esta senda, vengo pensando en lo que nos dijiste el otro día.
- ¿Lo del museo?
- Eso es. Decías que el collado de Los Robles Fuertes estaba por aquí.
- Y es verdad. Dentro de un momento lo veremos.

- Si no me engaña mi intuición, por entre el monte, ya descubro arriba trozos de cielo azul. Ese debe ser.
- No te engaña tu intuición: ese es el collado. En cuanto remontemos la cuesta que subimos, la senda, primero recorre un trozo de tierra fértil, por donde los árboles son más claros y luego comienza a volcar. Justo ahí se abre el collado. Ya veréis que asombro. Pura tierra es todo el suelo y en primavera se convierte vergel mágico.

Nada más volcar, allí mismo, crecen los robles. ¿Que cómo son esos? Pues yo que los tengo vistos, digo que no hay otros en toda la sierra y creo que hasta en el mundo entero. Tremendos por los años que tienen, el color negro de sus troncos, la dimensión asombrosa que esos troncos dan, las curvas que trazan desde las raíces hasta las copas y el bosque de ramas tan denso y oscuro. Ni un rayo de sol llega al suelo de tan apretadas como crecen las hojas de las ramas. Y lo que más asombra, es el manantial que brota bajo ellos. Como si acaso hecho lo hubieran plantado en la tierrecilla y bajo las rocas de la primera pendiente del collado, mirando ya al valle del museo. Porque el agua de ese venero ya corre para el lado de donde se alza el sol.

- ¿Y allí es donde veremos el museo que dices?
- Allí mismo. Más abajo de donde brota el venero, los robles son grandes y crecen espesos. La tierra se inclina y justo encima de la ondulación, hay tres rocas grandes. Unos castellones que tienen como una entrada, un camino corto y escondido y por él se mete uno entre las rocas, pasa unas grietas estrechas y se asoma a la ventana. Un agujero abierto en las mismas rocas que no es obra de los hombres, sino del viento, la lluvia y el tiempo. Redondo, grande, como si fuera aquella la puerta a un mundo nuevo. Hasta da miedo asomarse al agujero. No porque tenga peligro, sino por lo que uno espera encontrarse al otro lado.

- ¿Y qué es lo que se encuentra?
- Lo que yo siempre, y para mí sólo, he llamado El Museo. Un verdadero museo tan encantando que al primer golpe te deja sin aliento.
- ¿Pero tú sabes lo que dices?
- Estoy hablando del museo que tiene su entrada por el Collado de Los Robles Fuertes.
- Pues según lo que me han dicho, el verdadero museo lo van a poner en una casa grande que construirán en el valle, junto a las aguas del Guadalquivir.
- Ves. Eres tú el que no sabe lo que se dice. Aquel museo, del que también yo tengo noticias, es otra cosa. Una simple casa de piedra hecha por los hombres, en un llano que tallaron en la ladera y cuatro cosas dentro arrancadas a la fuerza y con dolor a estas sierras.

Cuatro fotos con letreros, puestas en marcos y entre cristales para que las personas que vienen de las ciudades, se imaginen un poco como son estas sierras. Aquello será un espacio ordenado para que la gente se ordene y entre en fila a ver los cuadros colgados, las piedras y los trozos de algunos de los pinos que han crecido por estos montes. A eso le llamarán ellos museo y ahí es a donde quieren que la gente acuda, como acuden las ovejas a la tiná cuando se les empuja.

- Pero entonces, tu museo ¿cómo es y qué es?
- Lo vais a ver en cuanto lleguemos al collado. Y ya os lo he dicho: de tan vivo como se te presenta, tan sencillo dentro de su desorden y tan amplio, os quedareis sin asombrados.
Coronaron ellos el collado, siguiendo la inclinación del terreno y al pisar las tierras llanas, de nuevo se les despertó el recuerdo.
- Mi padre me decía el otro día que por aquí, justo por estas tierras tan delicadas del collado, meterán la senda. Un camino nuevo, ancho y bien tallado en las rocas y el monte que bajará desde las cumbres del Banderillas atravesando estas laderas y bosques hasta el valle. Aquí precisamente, en las tierras de curvas suaves del collado, me decía mi padre que la senda se dividirá. La que sigue bajando en busca del gran valle y otro ramalejo menor que se vendría por entre los Robles Fuertes para hundirse luego en el misterioso mundo del museo mágico.
- ¿Y hasta dónde llegará la senda?
- Según me ha dicho mi padre, debería llegar hasta los cortijos que duermen en el barranco pero que como ellos, los que mandan y dirigen, son así, a lo mejor la meten por las tierras bellas y la transponen hasta el último confín de los arroyos y los ríos. Será una pena, según también mi padre, porque romperán la virginidad de los paisajes que tan en silencio duermen ahora. Y ya estamos en la ventana desde donde se ven las tierras del museo. Venid conmigo y gozad.

Por las llanas tierras del collado, los demás muchachos, se mueven siguiendo al mayor del grupo y ya en este momento se van llenando de asombro.
- ¡Ostras qué robles!
Decían al encontrarse con los viejos árboles que con sus raíces clavadas en las tierras onduladas del collado, se inclinan hacia el barranco por donde duermen los cortijos.
- Vosotros decidme si no tenía razón. ¿Cuándo y dónde habéis visto árboles tan grandes?
- Tan retorcidos, tan gruesos, negros y con ramajes tan verdes, en ningún sitio.
- ¿De qué dan ganas?
- De todo. De abrazarlos, de tumbarse a sus sombras, de correr por entre ellos, de abrazarlos otra vez y sobre todo, dan ganas de venirse a vivir al fresco que bajo sus copas corre. Dan ganas de todo eso y además de quedarse aquí para siempre por lo sencillo, lo silencioso y lo mágico que resulta el collado y sus robles.
- Pues ahora seguimos un poco y ya veréis.

Dejaron ellos la casi imperceptible senda de animales silvestres que venían siguiendo, se fueron por la pendiente que el collado configura en el lado que da a la gran montaña del Banderillas y volvieron a meterse por debajo de otro bosque de robles. Coronaron el puntal y saltando algunas rocas, se metieron por la raja del gran castellón.
- Esto parece un laberinto que por momentos se complica sin que se le vea el fin.
- Ya os lo he dicho: la ventana no es un lugar sin importancia. Tiene su personalidad y por eso no se encuentra en cualquier sitio.
- Pero es que parece que nos hemos metido en un mundo de sueños donde todo es lejanía y extrañas y desconocidas tierras.
- Tranquilo que ya llegamos. Pasad por esta raja y luego saltad aquellas rocas. Vámonos ahora por aquí e ir preparando el espíritu porque llega el momento de la emoción.

Al rodear una roca grande, la ventana se les presenta al frente y grandiosamente abierta al barranco.
- Aquí la tenéis.
Les dice el que ha ido guiando el grupo durante todo el tiempo.
- ¡Madre mía!
Exclaman asombrados.
- ¡Qué cosa más bonita!
- Yo, he visto maravillas desde estas cumbres pero como esta, ninguna.
- Pues, sentaros y a gozar.
- Tú vente para acá que tendrás que explicarnos la frescura y el olor que sube desde esos campos.
- Ya os lo he dicho antes: lo que desde aquí se contempla, lo llamo el gran museo y vosotros que lo estáis viendo ahora, decidme si tengo razón.
- La tienes sin discusión ninguna.

- Fijaros: si empezamos desde allá abajo, lo que se ve a lo lejos que es por donde se pierde el río, observad qué paisajes más bonitos se extiende por allí. Cerros y llanuras perdidas en la lejanía, envueltos un poco en la bruma, con reflejos verdes y azules y por donde, al final del barranco, se va el río. Decidme si no es belleza todo lo que el rincón muestra.
- Con este mar tan grande de hojas verdes, con sólo el barranco brumoso por donde se pierde el río, ya sería suficiente para afirmar que esto es el más vibrante de los museos posibles. ¿Y sabes lo que siento ahora que lo veo?
- ¿Qué sientes?
- Que sería mejor no ir nunca por aquellas tierras.
- A ver si te explicas.

- Tan misterioso, tan perdido en la distancia y envuelto por la niebla, se ve desde aquí la profundidad, que parece que si uno va y lo recorre trazando caminos para tocarlo y pisarlo, ya no quedaría lo mismo. Siento como si precisamente la gran belleza de ese barranco final, estuviera en eso: en su lejanía, misterio y soledad. Precisamente porque da la impresión que por esos lugares no ha pasado nadie desde que mundo es mundo, es por lo que resulta tan sugerente.
- En eso tienes razón. En cuanto el barranco se empiece a llenar de gente y de caminos surcados por turistas, dejará de ser lo que ahora es. Para siempre perderá su primitivo encanto.
- Es que tú lo miras y no te cansas. ¿Te imaginas las cascadas, los charcos y las aguas limpias que por allí el río llevará? ¿Te imaginas la de rocas llenas de musgo y cuevas con helechos que allí habrá? ¿Te imaginas los montes tan espesos y repletos de setas, flores y animales que por el barranco puede haber?
- Me lo imagino todo, porque la visión que antes mis ojos tengo, me lo anuncia y mucho más.

En estos momentos ellos guardan silencio y sin palabras, a lo largo de un buen rato, recorren con sus miradas las profundidad de los barrancos y las cumbres. Oyen voces humanas y la mirar, lo ven. Por la diminuta senda que va desde el collado y luego cae hacia el barranco, descolgándose por el oeste del voladero, baja.
- ¿Quién es?
- Uno de los que vive en los cortijos de lo hondo. Los pequeños cortijillos al comienzo de las grandes tierras que más que viviendas humanas, parecen lugares de descanso en una ruta de sueño que lleva por los reinos de las estrellas o más allá.
- Baja llevando su burro y fíjate: ha llegado a los poyos donde las rocas se abren en un gran tajo y se ha ido para el lado del collado ¿Va por ahí la senda?
- La senda bajo por ese lado. Dejando a la derecha los grandes voladeros, se mete en el barranco, cae directamente en el cauce del arroyo y por un vado pequeño que el arroyo tiene al final de la cascada, lo cruza. Desde ese punto, remonta un poco y cruzando otro buen bosque de robles refugiados en la umbría, sube buscando los cortijos. Pero por ahí, un poco antes de que la senda atraviese el arroyo, el hombre se parará. Siempre se para a descansar. Se sienta a la fina sombra que las rocas derraman por la hondonada y mientras recupera fuerzas y se encuentra consigo, deja que su borriquillo paste tranquilo en la pradera verde que junto al cauce hay.

Como por ahí se ha retenido un puñado de tierra buena y como se encuentra en lo hondo, donde la humedad también se concentra, la pradera siempre está verde. Aun en pleno verano, cuando ya por todos sitios se han secadas las hierbas, junto al vado de ese arroyo, la pradera se extiende verde. Siempre que pasa por aquí, como el borriquillo ya lo sabe, se aparta del camino y se pone a comer hierba fresca. Hay tanta y toda tan buena, que en un rato el animal se sacia. Feliz el hombre lo contempla mientras ya te he dicho, también descansa, y luego lo vuelve a coger de su cabestro. Lo acerca a la pierda que hay junto al camino, se sube en su lomo y se meten por las aguas del arroyo cruzándolas por ese vado tan bonito.

Parece poca cosa pero es una escena que se repite siempre que pasa por aquí y como el hombre cree que no lo ve nadie, tranquilamente, una vez y otra, él reproduce la misma escena. Yo creo que también le debe gustar la profunda soledad del barranco, el agua que cae por la cascada y luego sigue bajando convertida primero en vado y después en torrente y el fresco que a la sombra de las rocas y los arrayanes, siempre se palpa.
- También algún día tendremos que venirnos por la senda. Lo esperaremos y cuando se pare, lo saludaremos y luego le preguntaremos por los caminos que llevan a las profundidades de los misteriosos barrancos que estamos viendo. Porque también sería bonito irnos por esos barrancos a descubrir las cosas que ellos contienen.

- Primero tendremos que atravesar esta pequeña llanura que estáis viendo aquí más cerca de nosotros. Por ahí crecen las encinas y por ahí es donde las aves siempre se concentran para hacer sus nidos. Más al fondo ya veis los tejados de los cortijillos y luego más al fondo, es donde ya se amontona la sierra profunda. ¿Vosotros creéis que seremos capaces de andar por entre esos montes?
- ¿Por qué lo dices?
- Porque yo creo que si un día nos vamos por esos barrancos, en ellos nos quedaremos para siempre. De ahí no saldremos nunca. Al menos eso es lo que yo creo.
- A lo mejor es verdad, porque ya se ve que son como un mundo virgen por donde nunca nadie ha pasado. ¿Pero a que se siente el deseo de meterse por ellos y ver lo que esconden?

Aquella mañana ellos dejaron las rocas del gran castellón desde donde se abre la ventana que da al mundo de la sierra profunda. Volvieron por sus pasos hasta que llegaron otra vez a los robles fuertes. Buscaron la cristalina fuentecilla que brota bajo la piedra al final de la llanura del collado. Bebieron de su agua limpia y estaban ya dispuestos a irse para el barranco en busca de los palos que necesitaban cuando al mirar a la senda, los volvieron a ver.
- ¿Quiénes serán?
- Estos no van montado en burros sino en buenos caballos.
- ¿Esperamos a que lleguen?
- Mejor es dejar que pasen sin que nos vean. Parecen ingenieros o guardas y si vienen por aquí con algún proyecto, ya sabes tú lo que son. Nos complicarán las vida.

Se apartaron al lado derecho del collado y por entre las madroñeras y romeros se quedaron escondidos. Los nuevos caminantes pasaron por la senda de los robles montados en sus caballos, atravesaron por debajo de la gran sombra, se hundieron en el barranco por una senda nueva y se perdieron por las laderas que conducen a la sierra misteriosa. No habían transpuesto las primeras cuerdas cuando de aquellos barrancos empezaron a salir ruidos de tiros.
- Ya sabes quienes eran. Han venido con sus amigos y ya veis lo que buscan en estos rincones de las sierras: estrenan sus buenos rifles matando todas las cabras y ciervos que por el monte pillen. Veis como ha sido mejor que no nos vieran.
- ¿Qué hubiera pasado?
- Si con ellos viene quien sabéis, como casi siempre pasa, seguro nos habrían echado de este monte. Les estorbamos para el proyecto que hoy necesitan realizar.

- Pero es lo que decíamos antes: si por esos rincones de la sierra grande que tú llamas museo, comienzan a entrar unos y otros y estos con sus rifles matando animales, lo estropearán todo.
- Eso será así pero dime ¿quién tendría que decirle a estos que no deben venir por aquí con sus rifles a pegar tiros contra los animales? Y si alguien se lo dice ¿no se arriesga incluso a que le compliquen la vida? ¿No tienen el poder total y hacen lo que quieren porque por encima de ellos ya nadie manda?

Volvieron de nuevo a su ruta y siguieron bajando hacia el barranco. Se fueron por la ladera y al socaire de las recias rocas que se clavan en el lado que cae al arroyo, buscaron el bosque de las madroñeras.


EL CERRO DE CHAROL
Desde la pequeña llanura, mientras contemplas la corriente del arroyo que hoy te va a servir de guía y recuerdas lo que hace unos días leíste, miras para tus espaldas y ahí lo tiene: es el cerro de charol. El título no es bueno porque un cerro no puede ser de charol y de suyo no lo es sino que lo parece. Porque el cerro, con la lomilla donde se encuentran las ruinas del cortijo, la pequeña ladera casi llanura que desde el cortijo baja buscando la oscuridad y el agua limpia del arroyo, el puntal que se adentra hacia la cascada grande que por eso existe ahí dicha cascada, porque el arroyo corta un pequeño cerro y la ladera de la derecha por donde se remonta la senda, todo este conjunto no es un cerro de charol sino un noble bosque de romeros, pinos, enebros y sabinas. Pero el cerro, para ti es de charol, por lo siguiente: tuviste tú la otra noche un sueño y te viste andando por la ladera de este cerro y fundamentalmente te llamó la atención dos cosas en la soledad y profunda belleza de este barranco: el cortijo que lo viste sano y lleno de gente y hasta con sus paredes blancas por dentro, sus cantareras hechas de troncos de pino y los tres cántaros de barro llenos de agua puestos en los agujeros de las cantareras. Sólo una familia con tres miembros vivía en el pequeño y más que hermoso cortijo. El joven que cruzaba el monte que lo rodeaba, el silencio de los campos y el verde del bosque y la gran inquietud le hervía en lo hondo del alma. El quería salir de aquí algún día e irse por los pueblos y ciudades porque había oído decir que existían muchos y muy bellos.

‑ ¿Es que eso que sueñas lo crees mejor, más importante y bello que este mundo nuestro?
Le preguntaban sus padres.
‑ No es que lo crea más importante porque tengo asimilado que en ninguna parte del mundo puede darse mayor gozo que en este rincón nuestro pero no sé; mi corazón sueña con las cosas que tanto oigo y mientras no las conozca parece que no seré feliz.
‑ Ya verás como luego desearás volver porque el alma se te viene para acá.

Y la otra cosa que mientras tú ibas andando por la senda del cerro de la ladera con la visión del cortijo sobre la lomilla y un poco a tus pies, a pesar del verde de esta ladera por la vegetación y la abundancia de pinos, el suelo, la tierra que pisabas, no se parecía a ninguna de las tierras que hasta hoy conoces. Por una extraña sensación real o sólo sentida tus ojos captaban una tierra llena de brillo parecido a ese que refleja el charol cuando lo tocas. Y no era esto lo más llamativo sino que sobre esta tierra tan llena de esa extraña calidad ibas descubriendo huellas de pisadas humanas.
‑ ¿Qué son?
Preguntaste al padre del joven que en estos momentos te acompañaba y en tu interior sabías que él era el mejor conocedor de cuanto late y respira en estos montes.
‑ Las he visto muchas veces. Ellas son las huellas de aquellas personas atravesando los cerros de estas sierras y que se han quedado aquí para que no se nos olvide que esto tuvo su historia.
‑ Una historia, por lo que se ve, llena de vida que por ser de gente humilde y sin estudios, no quedó escrita en ningún libro y estas huellas serían eso: los libros no escritos pero llenos de mensajes que no se borran para que sepamos de ellos.
‑ Exactamente, eso son estas huellas que, además, encierran otro pequeño gran misterio.
‑ ¿Cuál es?
‑ Que son invisibles para mucha gente. Sólo algunos pueden verlas y gustarlas y más que desde los ojos, desde dentro.
‑ Algo así como dice el libro del Principito que sólo se ve bien con el corazón.
‑ Algo así y parece que este es el principal atractivo de estas huellas que se extienden por los rincones, arroyos, laderas y valles de estos montes.
‑ Pues un fabuloso tesoro que anda perdido, ignorado y desconocido para casi todo el mundo. Tienes que tener cuidado porque si de esto se enteran algunos, los turistas y otros parecidos, ya verás lo que harán de estas laderas tuyas.
‑ Y sobre todo si se enteran algunos de esos que se pasan la vida diciendo que el mundo, la tierra y el planeta e incluso la creación entera ha sido puesta aquí para que el hombre la domine, la transforme y haga de ella lo que le apetezca.
‑ Exactamente eso es lo que pienso.

En fin, esto es lo que tú viste aquella noche en tu sueño y ahora que andas por aquí te dices que en realidad entre aquello y esto sí hay algún parecido. Aunque el cortijillo es sólo unas cuantas paredes de piedra color chocolate ya bastante caídas, comidas por la vegetación y sin señales de vida humana. ¿Quién vivió aquí y en qué época? Interrogantes que se te amontonan en el río de todas las experiencias que tienes de estas sierras quizá para quedar ahí eternamente arrinconadas y sin respuesta. El silencio y la soledad de estos montes hacen lo demás.

No hay comentarios: