4.12.2008

Pequeño edén-2

COMO UN TROZO DE MUSEO
Y la otra ocasión podría ser hoy. Porque hoy te encuentras tú de nuevo en este collado y como no tienes que volver para atrás en busca del Raso de la Honguera sino que vas para delante, es tanto como decir, en la dirección correcta. Desde este collado, ahora, en lugar de bajar otra vez para buscar la pista y seguir luego por ella, puedes irte por la parte alta, saltando la lomilla de en medio por donde ésta se une a la gran cuerda e ir a salir por la zona la de la Majada de la Perra y después a los grandes manantiales. Esta es la misma ruta que aquel día os indicó el pastor y que dejasteis para otra ocasión que acaba de presentarse. Pero, aún siendo una pena, hoy tampoco la aprovechas tú. Y la verdad es que hoy no tienes ningún motivo importante para no recorrerla pero el caso es que decides de nuevo volver por la cañada de los cortijillos y aquellas huertas donde el ingeniero quiso implantar la agricultura ecológica. Y si busca una razón profunda para justificarte la única que encuentras es la fuerza de una gran sensación.

Porque nada más empezar a bajar por la pista que se va hundiendo en el barranco, una extraña sensación de asombro te va dejando el alma embelesada.
‑ ¿Tú habías oído hablar de este barranco?
Te preguntó aquél día tu amigo el joven pastor.
‑ Yo había oído hablar bastante y todo en un sentido de asombro. Me lo definieron como el barranco de la gran catedral de la sierra. Un museo exuberante donde más por su belleza que por sus proporciones, te asombra.
Le dijiste tú a él.

Ahora pasas rozando el segundo manantial que brota en el arroyo de los tres pinos y ya nada más verlo, te deja helado. Primero baja una pequeña sendilla por la pendiente que lo protege al lado del levante. Quizá en otros tiempos sí fue senda de verdad pero ahora es sólo una sendilla para los animales porque nadie más la usa ya. Bajas este caminillo poniendo el cuidado en no resbalar y caer al agua y te sitúas frente al limpio manantial. Lo miras y con tanta fuerza te coge que casi te quedas sin reacción. No sabes si beber un sorbo de esta agua cristalina, si tocarla para llenarte más de ella, si mirarla y quedarte ahí y así eternamente o si irte y no mirarla más a fin de no sufrir tanto.

Así que si consigues escabullirte de la magia de este hoyo con su manantial en el centro, los pinos y luego el chorrillo, en cuanto miras al frente te dan otro golpe, precisamente eso, los pinos. Clavados en las rocas que se desploman en tajos hacia los barrancos, se alzan potentes hacia el infinito del azul sobre las cumbres. Todos son gruesos, restos, fuertes y majestuosos. Subes un repecho y mientras por el pequeño llanillo adivinas el rescoldo de la lumbre aquella donde se calentaban los serranos cuando los inviernos llenaban de hielo los barrancos, va sintiendo la presencia de aquellos otros serranos.

Se habían instalado en un chozo de monte construido por ello, al lado norte del cerro redondo. Todo el mundo sabía que ellos estaban allí y que en aquel rincón vivían desde épocas lejanas. Todo el mundo sabía esto pero hasta el lugar del chozo nadie se acercaba por eso: por lo lejos y recóndito del rincón. Ahora los sientes mientras vas recorriendo estos lugares ya casi respirando el viento de la aldea que en la ladera permanece rota y también te siente con la necesidad de seguir y deshacerte, si puedes, por ese rincón.
‑ ¿Estará por ahí, todavía el chozo?
Le preguntaste a tu amigo el joven pastor.
‑ Seguro que sí aunque la verdad es que nunca lo he visto. Pero aunque sea así, el acercarte por el lugar y pisar aquellas laderas, es una rica y extraña experiencia.

Y es así, porque tú ahora sientes como si todavía viviera aquí aquella gente. Como si a pesar de los años y el olvido de los seres humanos sobre el planeta tierra, ellos, su chozo, las sendas por donde iban y hasta el latido de sus corazones, aquí se hubiera quedado parado para siempre. Como si la escala temporal con la que miden los humanos, se hubiera detenido.

Así que tú, en un ir y venir, estar y no estar en cuerpo y espíritu, entre el pasado, el presente, la realidad, tus sueños y la eternidad, te encuentras que hoy andas perdido ya casi plenamente entre los misterios y las soledades de este barranco, nacimiento del gran arroyo de María y a tu mente acude la declaración mundial de Reserva de la Biosfera para todos estos montes. A ti te han dicho que la Reservas de la Biosfera son áreas protegidas donde la conservación del ecosistema y su diversidad biológica se combina con el uso sostenido de los recursos naturales, en beneficio de las comunidades locales que habitan estos espacios naturales. A ti te han dicho también que la Unesco estableció esta figura en 1976 en el marco del programa internacional de investigación sobre el Hombre y la Biosfera, que tiene como objetivo proporcionar la base científica y capacitación necesaria para tratar los problemas que se relacionan con el uso de los recursos, la conservación del medio ambiente y los ASENTAMIENTOS HUMANOS. Y te han dicho que las Reservas de la Biosfera constituyen una red internacional de trescientas veinticuatro reservas en ochenta y dos países.

Por decirte te dijeron que el primer congreso internacional sobre Reservas de la Biosfera se celebró en 1983 en Minsk, Bielorusia, de donde emanó un plan de acción de nueve puntos de las Reservas de la Biosfera, que fue aprobado por la Unesco y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Te dijeron que diez años más tarde, en la Conferencia General de la Unesco celebrada en 1993, fue cuando se aceptó la invitación de España a convocar una reunión de expertos en Sevilla para evaluar el Plan de Acción y diseñar una nueva estrategia.

Todo esto y otras muchas más cosas te han dicho a ti y con estos datos en tu mente, tú has ido analizando, comparando, viendo y observando y al final, si es que este puede ser el final, tu has aprendido una cosa: primero, que en aquellos países más desarrollados la mayoría de las reservas han sido olvidadas por falta de prioridad política. Segundo, que los legisladores de estas reservas han dando muy buenos consejos a los países en vía de desarrollo pero no se lo han aplicado nunca a si mismos porque para ellos ha pesado más los beneficios económicos. Y tercero, lo más cruel y ofensivo es que, en los países más pobres, en las zonas más deprimidas y en aquellos rincones poblados de pastores y gente humilde, como es el caso de este rincón que ahora pisas, es donde el planeta tierra se conserva más virgen. Con lo que se confirma lo de siempre: los humildes de la tierra son los que menos bosques han roto, los que mejor los han cuidado.

Y esta realidad ¿acaso tiene que ver con la presencia de aquella gente por aquí, en aquellos tiempos, y el sentimiento que ahora te embarga, según te acercas a la ruina de la aldea y pisas las tierras que los rezuma por todas partes? No sabes por dónde pero te resuena por algún sitio, que algunos de los que se dedican a planificar y gestionar hoy estas reservas, el otro día te decía que:
‑ Es necesario romper la coincidencia entre marginalidad socioeconómica y valor ecológico en Andalucía. Extensas sierras pobladas y marginadas de los ciclos económicos son las que encierran los mayores valores naturales.
No supiste tú qué responderle porque al parecer sentía, presentía y hasta tenía vivo dentro de ti lo que ahora estas pisando y viendo con los ojos de tu alma. ¿Se puede elaborar de esto una respuesta para aquellas palabras? El acercarte por el lugar y pisar estas laderas, produce una extraña sensación. Y es así, porque tú ahora sientes como si todavía viviera aquí aquella gente. Como si a pesar de los años y el olvido de casi todos los seres humanos sobre el planeta tierra, ellos, su chozo, las sendas por donde iban y hasta el latido de sus corazones, aquí se hubiera quedado parado para siempre. Como si la escala temporal de la humanidad se hubiera detenido.

LA CUEVA

Luego viste tú como aquella noche el pobre hombre durmió allí, junto a los escombros de su querida vivienda con los dineros abrazados en sus pechos para que no se los quitaran. Al venir el nuevo día, como todo en su cabeza estaba echo un lío y en su alma le dolía la realidad, dio una vuelta por entre las otras cosas de la pequeña aldea y como al preguntar le dijeron que ayer había sido la suya y que seguro hoy iba a ser la del compañero, se despidió de las ruinas y se fue.
‑ ¿Adónde vas?
Le preguntaron.
‑ No lo sé pero me voy, me tengo que ir para no morirme de tristeza en el único rincón que tengo sobre esta tierra. Mi pequeño edén soñado y tan dulcemente fundido con el latir de mi alma. Recuerdos de niño y de noches largas de lluvia en que me desvelaba el rumor sollozante del agua rodando por las laderas. ¡Qué asombro de estos paisajes míos, qué admiración! No sé a dónde iré pero me tengo que marchar.

Cogió el hombre por la senda que sale por el lado de abajo y siguiéndola se fue para la gran pared de rocas. Cualquiera hubiera pensado que el hombre, como otras muchas veces en la vida, hubiera sido capaz de despeñarse por profundo acantilado para no seguir viviendo más por lo destrozado, herido y vacío de ilusión y sin raíces que los otros hombres lo habían dejado. Pero con tus propios ojos viste tú que él no hizo nada de esto. Siguió bajando por el caminillo y como por allí la senda se adentra primero en un gran bosque espeso y luego en un hondo barranco donde las rocas desnudas es casi el único paisaje.

Antes de caer al arroyo y meterse por la otra senda que lleva directamente a la cueva, viste como el hombre se paró frente al limitado trozo de tierra que había cavado el día antes. Primero se paró en el trozo de más arriba donde ya empezaban a brotar las semillas y luego se detuvo en el trozo de más abajo, donde la tierra todavía estaba húmeda y recién labrada. Ante un trozo y otro el hombre lloró un rato porque allí estaba él con su vida y sueños desde su niñez y como todo lo tenía tan confuso dentro de su mente y tan roto en su alma y en sus cosas, lo único que se le ocurre es seguir andando y abandonar la tierra entre la soledad del bosque y el silencio expectante de la montaña.

Viste como llegó a la entrada de la cueva y después de mirar despacio a un lado y otro se puso a bajar por las oscuridades rocosas. La cueva, en la misma roca, es como un gran agujero que penetra en picado dando la impresión que va hacia el centro de la misma tierra pero formando repisas, escalones, columnas, agujeros por los lados y enjambre de estalactitas colgando por doquier. No es esta cueva un lugar bueno para vivir sino más bien una maravilla para asombrarse. Un tesoro silencioso que pocos por aquellos días conocían y menos aún conocen por estos días y por eso es a este rincón a donde el hombre acude cuando siente que la vida, sobre la superficie de la tierra, se le ha roto.
‑ Seguiré bajando hasta llegar a su fin y si encuentro la muerte ahí, por las profundidades, me da igual porque ¿dónde está el fin de esta cueva y qué es lo que en ese final hay?
Se dijo él como si ya para siempre quisiera olvidarse del resto del universo, de la aldea, de su casa y de la gente que tan inhumanamente le han herido.

Y tú viste como aquel hombre, en cuanto llegó al final de la cueva y vio las maravillas colgando en repetidos laberintos, se quedó casi sin aliento. Frente al misterio hermoso se quedó quieto y hasta sintió el deseo de no irse de aquel recinto nunca más porque según le decía su intuición encontró lo que encuentran tantos hombres que con limpieza de corazón miran al cielo.

EL RESUMEN
La Cumbre sí la conoces tú pero no conoces ni el barranco por donde, los caminos, cruzan al río Segura ni las laderas esas del Almorchón.
‑ Es que para conocerlo hay que andarlo como lo andamos nosotros y eso no puede ser ni en un día ni basta con recorrer unos cerros.
‑ Lo entiendo pero ¿qué puedo hacer? No tengo tiempo para venir hasta estos montes y menos aún para luego andarlos y te aseguro que deseo de verdad perderme por ellos y hasta, si es necesario, morir aquí.
‑ Pues te vienes conmigo ahora y verás. Te voy a enseñar un rincón que en cierto modo va a resolverte un trozo de ese problema tuyo.
Te dijo el pastor y te empezó a conducir por entre los paisajes de la derecha entrando primero por el espeso bosque y saliendo luego a una delicada llanura.
‑ ¿Qué es lo que hay aquí?
Le preguntaste.

‑ Tú quieres conocer la sierra ¿no?
‑ Quiero más que conocer, amarla y fundirla conmigo al tiempo que deseo saber sus nombres, tener claro dónde y cuándo brota cada cristalino manantial y por qué son tan bellos y dicen tanto, tantos silencios.
‑ Pues te voy a mostrar a ti, resumido en un puñado, parte del deseo que te corre por el alma.
‑ ¿Se trata de un museo?
‑ Obsérvalo tú mismo, ahí lo tienes. Mira y goza.

Tú ya conocías un poco eso pero así como a vista de pájaro y más en el ámbito de impresiones internas que de realidades exactas y concretas. Tú sabías de esas carreteras largísimas que se pierden por la llanura de Cañada Hermosa y de esos enormes picos rocosos que te salen al paso en cada curva. Sabías, además, o más bien intuías y llevabas dentro, el mundo indefinido, profundamente dulce y bello, de los mil caminos, senderos y veredas surcando estos picos y buscando los valles donde duermen las aldeas y los cortijos. Sabías tú de estos y tanto lo soñabas dentro que por eso te parecía tan misteriosamente bella, lejana, y frágil.

¿Cuándo, por fin, iré yo un día por allí y podré, con calma, recorrer las veredas? ¿Cuándo tendré tiempo para perderme por esas cañadas y laderas a fin de que este sueño mío de una vez para siempre ya se me haga realidad? Es lo que tú te decías aquellos días y es lo que cada noche y cada tarde aún te sigues repitiendo. Pero ya te ha pasado lo siguiente: de tanto beber tú de este sueño ya crees que nunca se hará real. Crees esto y lo mantienes en secreto dentro de tu corazón mientras sufres con tu pensamiento siempre llorando por estas montañas. Tonto es esto ya tuyo sin apenas conocerlo y pisarlo que casi no puedes vivir o al menos no vives completamente con tanta ausencia de esta tierra tuya.

Tanto tú te has dicho que hasta te dijiste un día que ojalá nunca hubieras conocido nada de lo que por aquí existe porque de no haberlo conocido no tendrías ahora en ti tanto dolor de ausencia. Pero como un día lo conociste, así a vista de pájaro y aún lo guardas ahí, ya te quedaste aprisionado y tanto, que ni siquiera el tiempo ni la distancia te apaga el dolor. Mas bien al revés: a más tiempo y más distancia más deseo y más sentir la ausencia de estos sotos y riveras.

Por eso el otro día, cuando las circunstancias te trajeron por aquí, te encontraste de frente con lo que toda tu vida ha sido tu sueño pero vestido con un traje diferente al que tú creías. Porque amaneció aquel día nublado a pesar de ser final de junio y, además, hacía tanto fresco que casi era frío. Cuando tú llegaste al Puerto de la Cumbre, ahí por donde se pierde tu senda de la atmósfera y empiezan a descender los arroyos de tu amigo el científico, por ahí te cogió una tormenta tremenda. En diez minutos descargó casi medio metro de granizos y algunos tan gordos como huevos de palomas. No te lo creías y menos al final de junio y menos te creías el espectáculo que después quedó por aquellas laderas. Medio metro de suelo blanco que parecía nieve cubriendo la hierba de las laderas y los pinos de los barrancos.

No podían dar tus ojos crédito a lo que estabas viendo pero seguiste la ruta y cuando llegaste por las llanuras y hondonadas de Pontones ya ni siquiera estaba el suelo mojado. Algo más adelante atravesaste los bosques de pinos oscuros y cuando atravesabas la llanura del lado norte del Pico Almorchón te encontraste con el pastor. Aunque tú lo sabías le preguntaste por el nombre de la cañada y él te dijo que sí, que se llamaba Cañada Hermosa.
‑ Y la fuente esa que nace ahí, por debajo de las rocas blancas, se llama Fuente del Engarbo pero tú ¿qué buscas?
Le dijiste que lo buscabas todo y no buscabas nada porque hasta por primera vez acababas de descubrir que por aquí, a la derecha, se encuentra la aldea que tanto habías oído nombrar y se llama Poyoteyo.
‑ Claro, y ahí más abajo está la Tiná del Organista que es donde yo encierro a las ovejas y por ahí, por este lado del Almorchón es por donde atraviesan las veredas de trashumancia que nosotros recorremos para salir con el ganado a Sierra Morena.
‑ Y luego sigue por aquí, por la cumbre ¿no?
‑ Por la cumbre no sigue. Se mete por el carril de Poyoteyo y atravesando el río Segura por los barrancos de Masegoso, va a salir a la Cumbre. ¿Que eso sí lo conocerás?
La Cumbre sí la conoces tú pero no conoces ni el barranco por donde cruza el río Segura ni las laderas las del Almorchón.
‑ Es que para conocerlo hay que andarlo como lo andamos nosotros y eso no puede ser ni en un día ni con unos cuantos cerros.

‑ Lo entiendo pero yo ¿qué puedo hacer? No tengo tiempo para venir hasta estos montes y menos aún para luego recorrerlos y te aseguro que deseo de verdad meterlos dentro de mí.
‑ Pues te vienes conmigo ahora y verás. Te voy a enseñar un rincón que en cierto modo va a resolver tu problema.
Te dijo él y te empezó a conducir por entre los paisajes de la derecha entrando primero por entre el espeso bosque y saliendo luego a una breve llanura.
‑ ¿Qué es lo que hay aquí?
Le preguntaste.
‑ Tú quieres conocer la sierra ¿no?
‑ La quiero conocer y quiero saber sus nombres y tener claro dónde y cuándo brota cada frágil manantial.
‑ Pues yo te voy a mostrar a ti resumido en un rincón, parte o más de lo que tú deseas.
‑ ¿Es que por aquí hay un museo?
‑ Obsérvalo tú mismo, ahí lo tienes.

Te dijo él parándose al comienzo de la llanura y extendiendo la mano hacia delante y por donde el monte y las rocas se amontonan llenas de misterio y como arropadas por una túnica infinita que se deshace en el viento.
‑ Este es el rincón donde en un puñado de tierra se resume la sierra entera, la gente que siempre vivió en ella, todas sus cosas, los ríos y fuentes que resuenan y brotan en estos montes. Todo pequñito pero inmenso porque parece distante. Este es el resumen pero para que puedas gozarlo y verlo como hay que verlo tienes que quedarte solo. Yo sólo he venido para enseñarte el camino y el lugar pero ahora me tengo que ir para que te quedes frente a la soledad de estos paisajes; es el único modo de llegar a ver lo que en este rincón existe. Así que te dejo y suerte.

Viste como se movió él para la llanura de Cañada Hermosa que era por donde pastaba su rebaño. Al principio dudaste tú y al rato empezaste a moverte para las rocas de la llanura. Poco a poco empezaste a mirar despacio convencido ya de lo extraño y belleza del lugar. Poco a poco empezaste a sentirte a gusto y según tus ojos se iban paseando por cada roca y cada rinconcillo oscuro de las mismas rocas, dentro se te iba abriendo el alma y el corazón. Y como en el alma y corazón existen unos ojos nuevos con los cuales se puede llegar a ver más allá y más cosas de lo que alcanzan los ojos de la cara, tú viste por fin, no tu sueño, sino tu sueño y algo más. Viste las sendas y laderas, los barrancos y ríos y luego viste las aldeas y sus casas, sus rebaños y los silencios de sus praderas, Viste esto y luego los viste a ellos tan sencillos, tan nobles y tan juegos limpios que exactamente era tanto y aún más que en lo que en tu alma siempre habías soñado tú.

Ahora, después de saber y haber visto cómo son y dónde tienen su corazón y sus tesoros, la ausencia de presencia en ti no se ha apagado, sino que te quema con más fuerza que al principio. Este trozo de tierra es el trozo de alma que te falta en un remanso diáfano que aparece en sueños y se va con la luz grande del nuevo día. ¿Cuándo serás tú lo que en tus sueños ves?

* DESDE LA PROFUNDIDAD
Como me quiero referir a los paisajes y montes de estas sierras, la profundidad que en este caso estoy viendo, habla de estas zonas serranas perdidas en lo más lejanos de los barrancos y bosques de las comarcas. Profundo en este caso es el lugar donde ellos han vivido toda la vida: por unos barrancos allá en las ruinas esas de Roblehondo a donde sólo llega un caminillo atravesando el tupido bosque de madroños y sobrepasado en todo momento por los picos rocosos de las cuerdas perdidas cerca del infinito. Por ahí pasaban ellos montados en sus burros pardos y al caer la tarde las nubes les arropaban.

Pero esta profundidad, esta lejanía de barrancos repletos de cascadas, nunca fue motivo suficiente para que aquel padre no fuera conocido y querido casi por todas las familias de la sierra. Todo el mundo lo conocía y todo el mundo lo quería con el afecto más profundo que pueda darse en el corazón de las personas. Tanto que muchos celebraban con regocijo íntimo su presencia cuando por la causa que fuera se dejaba caer por entre aquellos enjambres de cortijillos dispersos por el valle del Guadalquivir.

Fue así cuando aquel día, al salir el sol, padre e hijo se pusieron en camino. Prepararon ellos primero la pequeña borriquilla color ceniza y por la estrecha y tortuosa senda que se adentra en el barranco, bajaron buscando el arroyo. Por allí no hay nada más que madroños a un lado y otro, pinos blancos salteados por las laderas con troncos que son columnas donde el tiempo parece haberse parado, muchas encinas y brezales llenos de ramilletes de florecillas diminutas y olorosas. Cruzaron ellos el arroyo de la Agracea por el puentecillo de piedra conocido por los serranos como el “Paso de la Agracea” y subieron luego el repechillo tan bonito. La cañada y el repechillo que sube buscando el collado de la carrasca y los Hoyos de Muñoz.

No es gran cosa este repechillo porque la senda lo surca con mucha elegancia y fuerza aprovechando la depresión del pequeño arroyuelo que por ahí baja, atravesándolo varias veces mientras sube y entre una y otra pasada, trazando majestuosas curvas como si se tratara del más divertido de los juegos. Hay primero una cascada que es una gloria de tan bella y limpia, luego unos chorrillos de agua puestos en fila por las rocas que el arroyo ha cortado y después brezales. Los más bellos y olorosos brezales de las sierras de este Parque. Luego la sendilla sale al rasete por donde el pequeño cortijillo se queda casi perdido, unas veces por entre el verde del trigal y otra por entre la espesura de los pinos y las ramas de las carrascas. En pasando el rasete que es como una bocanada de aire fresco en el centro de tanta soledad y densidad boscosa, la senda se alarga ampulosamente y en un par de curvas más se planta en lo alto. El Collado de la Carrasca que es como se llama esto y en cuanto vuelca atraviesa los Hoyos de Muñoz, el Arroyo del Calerón por donde nace la fuente de Aguas Blanquillas y ya sólo queda un paso para cruzar el collado de Cabeza Rubia y volcar al Valle.

El valle aquella mañana era toda una gloria de tan bonito y lleno de vida como estaba. Este valle que parece que no tiene centro porque por ahí, por el centro, lo corta el Guadalquivir, aquella mañana, además de los mil cortijillos y manadas de animales por allí pastando, todo era una mágica primavera. Y se ve mejor cuando a este valle se le entra desde este lado, desde el Collado de Cabeza Rubia quedando a la izquierda ese grueso pico también llamado Cabeza Rubia y teniendo ahí, a dos pasos, el Cortijo del Cantalar y unos barrancos más adelante las ruinas de Collado Verde, el gran Cortijo del Chaparral y a continuación los demás cortijillos, llanuras, arroyos y praderas. Un valle, un rincón, un trozo de sierra que no tiene igual en toda la tierra y aquel día aún parecía más engalanada y envuelto en magia.

En cuanto el padre y el hijo, junto con su borriquilla del alma, pusieron sus pies sobres las tierras del valle, los habitantes de los cortijillos se llenaron de gozo.
‑ Señor Pedro, qué alegría verlo de nuevo por aquí.
‑ La alegría es mía. ¿Cómo estáis y cómo está la familia entera?
‑ Vamos tirando pero...
Y el señor Pedro se quedaba con ellos primero oyéndolos, después consolándolos y luego dándoles ánimo.
‑ Que hay que ser como siempre hemos sido los serranos: fuertes como robles, sencillos como el viento, suaves como los copos que arrastra el viento, valiente como las cumbres de piedra que nos cercan y, además, sufrir sin quejarse creyendo siempre en Dios.
‑ Pero señor Pedro es que...

De cortijo en cortijo se pasó él toda la mañana saludando, animando, consolando y amando a unos y a otros y cuanto más cariño repartía más unos y otros lo buscaban.
‑ Papá, que a este paso no llegamos nunca al pueblo.
Le decía el hijo ya cansado de tanto pararse en un sitio y otro con éste y aquel.
‑ Ya voy hijo mío, que esta gente son nuestros hermanos y como vez nos necesitan ¿qué cuesta darles una migaja de cariño que en el fondo es lo único que ellos necesitan?

DE LLANURA EN LLANURA
Pero además de las dos llanuras, en el centro queda un barranco con el manantial en las laderas y tres arroyos en lo hondo y al lado norte el rincón queda circundado por la pista, senda en otros tiempos. El conjunto de cuanto existe y respira en la zona es tanto importante como grandioso y bello pero si no fuera por las dos llanuras, el barranco y la parte al norte, el lugar no tendría ni la mitad del interés que tiene. Así que de una llanura a otra no va ningún camino, al menos trazado por los humanos, sino una red de muchas sendillas que se adaptan al monte y a las ondulaciones del terreno y que son las que usan los animales para moverse por las laderas y los arroyos.

El otro día yo quise recorrer este barranco y como pensé que lo mejor es hacerlo a pie para guardarlo lo más hondo posible, lo que hice fue lo siguiente: entré por el lado del levante y ahí, donde la pista se acerca más a la segunda llanura, dejé el coche. Me fui luego pista arriba con la idea de llegar hasta la altura de la segunda llanura, coronar el collado, atravesar el barranco, subir la cuesta, recorrer la gran extensión de la segunda llanura y volver al punto de la pista donde he dejado el coche. Trazar una ruta que es un círculo cerrado para en ningún momento del recorrido, pasar dos veces por los mismos paisajes. Esos es lo que planeé y al comienzo de la mañana dejo el coche en el punto que ya había pensado. Cargo con cuatro cosas y me pongo a caminar pista arriba dejando a mi derecha, tras el monte oscuro, la segunda llanura que puede ser la primera si la recorro al revés a como lo tengo pensado.

Voy subiendo por la pista y me alcanza un coche que también va en la misma dirección. Me adelanta y unos metros más arriba se para.
‑ Venga que te llevamos.
Me dicen los jóvenes.
‑ Es que no tengo prisa ni me obliga ninguna circunstancia a llegar antes o después.
‑ De todos modos si te quitamos un trozo de pista eso que ganas.
No quiero yo subirme en el coche pero tanto insisten que sin darme cuenta me veo dentro subiendo por la pista en unas circunstancias extrañas que no me hacen más feliz sino lo contrario, porque enseguida descubro que ellos buscan sensaciones y diversión de otra forma y modo a como, siempre que voy por estas sierras, las busco yo.
‑ Písale fuerte, verás que emoción al dar la curva y subir la cuesta.
Le piden al conductor que en el fondo sube divirtiéndose de esta manera. Conduciendo a lo bruto, con acelerones que hacen bramar al motor, patinar las ruedas y salirse en más de una ocasión de la pista para romper el monte y reventar los charcos.
‑ A que te gusta ¿verdad?
Me preguntan para saber si participo o no de sus comportamientos.
‑ No me gusta nada y si no os importa me quiero bajar porque ya he llegado a mi destino. Esta llanura que se ve a la izquierda es mi objetivo.
‑ Es una pena porque podrías seguir con nosotros hasta el final para que te lo pasaras bien.
‑ Otra vez será y gracias ahora por haberme traído.

Dando el último gran frenazo y metiéndose por el rellanillo de la derecha, para el coche, me bajo, los despido e inmediatamente arrancan veloces para arriba. Ante la evidencia no tengo más remedio que pensar que si no están locos le faltan poco; pero en fin, ya me he librado de ellos y ahora me dedico plenamente a lo mío. Y lo mío es irme para la llanura, que la tengo aquí mismo, atravesarla de norte a sur y cuando ya esté en su centro, irme a la izquierda y subir la cuestecilla. Acaba la cuestecilla en el collado de los cortijos rotos y es aquí donde ya se abre la extensa panorámica del gran barranco, tan hermoso como misterioso y lleno de silencios.

Voy yo surcando la cuestecilla cuando, al salir del monte, me tropiezo con las ovejas. Una escasa manada blanca que sube en busca de las hojas de hierbas en la llanura por lo alto del cerrillo. Delante de la manada va el pastor que al verme me saluda y como enseguida quiero saber más cosas de lo que me rodea, a mi pregunta de si conoce el barranco me dice:
‑ Y tanto que si lo conozco; desde que nací estoy pasando por él para llevar a las ovejas a pastar a la otra llanura.
‑ ¿Tan fácil es atravesarlo?
‑ En cuanto empiezas a bajar, lo que desde aquí parece tan complicado, se va suavizando y aunque puedes tardar casi un día en recorrerlo, si conoce la sendilla no tendrás problema.
‑ Pero es que solamente la visión ya impone.
‑ Eso te sucede a ti porque eres extraño a estos entornos. Lo estás viendo por primera vez y así te impresiona. Cuando uno lo conoce desde pequeño como yo porque nací y me crié en estos cortijillos de la loma, llegas a verlo como lo más sencillo del mundo. Tan sencillo que hasta muchas veces, cuando desde esta loma he mirado al barranco y veo la otra loma allá frente, por donde cae la siguiente llanura, he sentido el deseo de dar un salto y salir volando. Atravesar este barranco de loma a loma en un vuelo debe ser emocionante. ¿Por que me ocurre esto?
‑ Hay gente que dice son las reminiscencias de algo que fue y ya no es. Algo que existe por ahí en lo hondo de cada uno de nosotros y en el fondo del subconsciente de la colectividad humana. Todos estos sueños parecen como sentencias profundas que hablan directamente al corazón del hombre. Pero yo lo que quiero ahora es atravesar el barranco. ¿Tú vas en la dirección de la otra llanura?
‑ Ahora no, al caer la tarde sí.
‑ ¿Puedo irme contigo?
‑ Por mí encantado.

Así que aquella mañana me quedé por allí con él, compartiendo su tiempo y sus cosas esperando que llegara la tarde. A cada instante miraba al barranco y como adivinaba a la otra llanura detrás de la segunda cuerda, el corazón me latía ante la idea de recorrer aquellos paisajes.

EL CAMINO VIEJO
En un principio aquello fue sólo una estrecha sendilla que salía del cortijo y bajaba al valle. Una sendilla sin importancia que cortaba el monte, rodeaba los trancos rocosos y rozando los troncos de los viejos robles, surcaba la ladera para meterse en la cañada de la hierba fresca. Y esta cañada, redonda y un poquito alargada por arriba, era lo más bonito del camino. Digo era porque creo que hoy ya no es. Y digo era porque tuve la suerte de recorrerla muchas veces.

Era todavía pequeño y ya por aquella senda pasaba casi todos los días. Como arrancaba del cortijo y bajaba al valle, al apuntar el sol, cada día la recorría. Montado el burro y con las cántaras llenas de leche para llevarlas al cortijo principal. Y como todavía era pequeño no me daba plena cuenta de las cosas. Sentía que aquel rincón en forma de cañada verde y el arroyuelo atravesándola, me gustaba. Era bonito a mis ojos y por eso me llenaba de un cierto placer cada vez que por allí pasaba.

La verde hierba, tan preñada de fragancias, que la primavera desparramaba por aquellas tierras llanas, para mí que era muy dulce. También el silencio, las cuatro encinas negras y los pájaros saltando por sus ramas así como el agua limpia, teñida tonos cristal verde azul, del regajo. Todo era sencillo pero bello sin otro aditivo que la quietud, la soledad de la tierra vestida de monte y la senda sin nombre por allí cruzando.

Me hice mayor y dejé de pasar por estrecha senda. Ya no podía verla todos los días al salir el sol ni tampoco sentir el cosquilleo de aquel beso secreto que cada día ella me daba y yo le devolvía. Sin embargo, no la olvidé nunca. Nunca la olvidé y hasta de vez en cuando soñaba que por aquella sendilla pasaba montado en mi burro blanco. Esto ocurría y era delicioso hasta que una noche, lo que vi en mi sueño, me llenó de pena.

La senda ya no estaba y sí en su lugar una pista de tierra que subía por la cañada rompiendo encinas y monte bajo. Vi en mi sueño que vinieron las lluvias y el agua corrió por la cañada. Como la tierra estaba suelta la corriente se llevó por delante toda la tierra de aquella cañada y, además, abrió un surco muy profundo por el centro de la flamante pista. Vi como el agua saltaba veloz, turbia de tierra y mezcladas con piedras. Junto a la roca grande que mi senda rodeaba, la corriente horadó agujeros y lo que en un principio había sido bonito, ya era feo.

No me dejó feliz aquel sueño porque no me gustó lo que vi en él y por eso, al despertar al día siguiente, me dije que en cuanto pudiera iba a acercarme a ver la senda de la cañada verde. AMientras no compruebe si es verdad o no lo de la senda de mi infancia no me quedaré tranquilo. Y si es verdad que han roto aquel rincón bonito por donde de chico pasaba al salir el sol cada día, me enfadaré con mucha gente”.

EL BARRANCO DE LA NIEBLA
Si Tú, Dios mío, esta tarde, me pudieras abrazar,
si me pudieras abrazar, qué feliz sería.
Como su corazón estaba tan inseguro, como le corría por dentro la incertidumbre y sentía que una parte de él se le iba tras la fantasía de su mente mientras que la otra parte se le agarraba a la realidad de la tierra que pisaba, aquella tarde bajó hasta el barranco.
- Tú quieres convencerme de que es bueno que nos vayamos a otras tierras lejanas a buscar trabajo y ganar dinero pero yo quiero que tú veas una cosa.
- ¿Qué quieres que vea?
- ¡Sígueme!

Avanzaron por la senda y donde en la falda de la cordillera se recoge y el terreno traza una gran hondonada, se tropezaron con la belleza. El gran bosque de robles que hoy estaban verde y llenos de solemnes fantasías de agua. Cuando llegaron al barranco donde la senda se hace llana y atraviesa algunos arroyuelos, frente al bosque se pararon. Y se detuvieron por dos razones: porque hasta ese punto era hasta donde querían llegar y porque, además, no era posible pasar de allí sin antes detenerse frente al bosque y sentir la muerte de manos de la belleza.

- ¿Te das cuenta?
- Sí, porque la realidad que me entra por los ojos me aplasta rotundamente.
- En algún lugar del mundo ¿has visto tú algo igual?
- Ni siquiera en sueños.
- ¿Y crees tú que el dinero o cualquier otra realidad material puede darme un tesoro como este?
- Creo que no existe nada sobre la tierra que pueda darte una realidad tan gozosa y limpia como la que ahora estamos viendo.

Y es que desde las partes bajas del barranco, unos pequeños vellones de niebla blanca se deslizan suaves ladera arriba. Y como por la ladera no hay nada más que ramas verdes de viejos robles, la niebla se mezcla por entre ellos y parece como si se los estuviera llevando cielo arriba. Tan profundo es el bosque y tan lleno de misterio que ni siquiera se ve la tierra de las laderas. Sólo ramas verdes que chorrean agua limpia desde las hojas hasta los troncos. Y los troncos están recubiertos por un manto de musgo verde brillante.

- ¿Y cómo es posible que en estas sierras exista algo tan extrañamente hermoso?
- Eso es lo que me digo y casi nunca me lo creí pero aquí lo tienes.
- Sencillamente asombroso además del silencio y la soledad del barranco. ¿Cómo se llama este lugar?
- Para mí y sólo para mí lo tengo bautizado con el nombre de El Barranco de la Niebla. Aunque alguna vez le cambio el nombre y le digo El Barranco de los Robles. Tanto un nombre como otro me sirve para entenderme conmigo y con estas sierras. Además, lo tengo bautizado también con un tercer nombre que ese no se lo digo a nadie. Lo guardo en lo hondo de mi alma porque es mi secreto para con él y el Creador de maravilla tan únicas.
- Yo podría traer a mucha gente para que vea esto. ¿Qué opinas?
- No soy el propietario de nada de lo que aquí estamos viendo.
- ¡Es que es tan hermoso este espectáculo!
- Pues ya lo sabes: existe y aquí lo tienes.

LA VISION DEL VALLE
Una nube blanca se ha quebrado en la cumbre y sus trozos fríos han manchado mis labios. Entre los tres, el viento y el sol, que los dos me dan de frente desde el horizonte gris, los hemos conocido. Que Tú no estas aquí ¿quién lo dice?

Así que ya voy remontando el portillo chico en esta lejanía de la cumbre. Busco la profundidad del valle y por entre sus árboles veo el río. A la sombra alargada del fresno del charco dorado descansan ellos. Han bajado por la senda de la ladera y como no podían pasar por el rincón sin pararse en el fresno, bajo su sombra se han detenido.
- Yo creo que tú has soñado esta visión.
- Algunas veces lo pienso, porque reflejos tan bonitos casi me parecen mentira.
- ¿Y qué conclusión sacas?
- Que son reales porque aquí tienes tú la prueba: el río corre, la sombra nos refresca, el viento nos acaricia al tiempo que el sol juega con el agua del charco.
- Todo esto lo creo porque lo estoy palpando pero el tono azul verde que ni es viento ni cielo ni nubes y que tú dices se refleja en el charco, ¿dónde está?
- Ese océano de luces con los colores del arco iris trabados en los tonos de la tarde y enredados en los reflejos del amanecer azul, se concentra aquí en el charco.
- ¿Y cómo es que no lo veo?
- No puedes verlo. No se ve cuando tú quieres ni a la hora que a ti te apetezca. Es como un sueño que sale y se oculta sin que sobre él puedas tener ningún control.
- ¿Pero tú lo has visto?
- Lo he visto, lo he gozado y lo he tocado.
- ¿Cómo entonces no sabes de dónde viene?
- Es que no viene, se encuentra ahí: durmiendo en el charco, aplastado entre el viento y los rayos de luz suave que se cuelan por los agujeros del bosque.

Tú estás aquí sentando y miras fijo a la superficie de las aguas. Sólo las que se remansan en el charco de la playa de arena y las rocas blancas. Las que río abajo llegan por arriba y sin hacer ruido se les van por el final, no importan. Sólo interesan esas: las que ves parecen dormir en el remanso del charco. Tú te fijas en ellas y cuando el viento las mueve con el empujoncillo de juego, cuando el sol las tiñe de luz blanca y descubres las siluetas de las cumbres meciéndose sobre el espejo de las aguas, cuando menos te lo esperas, aparece la belleza. El charco hecho color que se derrama en un mundo sembrado de primavera esmeralda. Nada más verlo te asombra pero te consuela porque enseguida te dices que eso es verdad. Ese abismo de luz tan bonita que te entra por los ojos y se te clava en el corazón, es real al tiempo que es sencilla, pequeña y cercana a nosotros. Así lo vi la otra mañana y qué gozo tan profundo.

Algo más tarde ellos se alejan siguiendo la sendilla que sube por la ladera. Se dicen que a nadie en el mundo dirán nunca nada de este charco ni lo del fresno ni en qué lugar se encuentra una cosa y otra.
- A nadie en el mundo para que no venga la invasión y con el deseo de quererlo ver y gozar todo en un día y de cualquier manera, lo rompan.
- Es lo mejor pero, además, en esta ocasión ocurre una cosa.
- ¿Qué ocurre?
- Ni cualquiera ni en cualquier momento podría gozar de este charco. Se necesitan condiciones únicas que sólo yo sé. Así que peligro de que salga en las guías que venden a los turistas, por ahora no existe.

DESDE DONDE SE VEN ALGUNAS ALDEAS
Estoy solo, sentando en la cumbre, bebiendo tu recuerdo en un abrazo caliente y la distancia. Con el sol blanco sobre los montes, el murmullo del viento, la brisa del valle, los pajarillos y la mañana. Estoy solo.

Voy a pararme un rato bajo la sombra recia de estos pinos porque el sol ya calienta y porque, además, quiero descansar al tiempo que me gozo en la panorámica que abarco con mis ojos. Soñaba anoche que estaba por estas sierras. Desde lo alto del cerrillo que linda con la llanura y siguiendo la senda que baja por el borde del monte, me acerqué al cortijillo. El que se levanta en la misma cumbre del pequeño cerro y al lado norte, donde termina la cañada y comienza el arroyo, mana la fuente cristalina. Es este el palacio donde vive el pastor más viejo del lugar. Es el amigo mío y como en muchas ocasiones me tiene dicho que venga un día por aquí, hoy he venido. Es media mañana cuando llego al rellano que precede a la entrada del cortijo. Ahora está él aquí con su familia y al verme, salen a la llanura para saludarme.
- En estos momentos me iba para donde tengo los animales.
- Pues me voy contigo y me hablas del rincón.

Así es que despedimos a la familia, bajamos un poquito el primer collado y en cuanto coronamos la loma de la parte que da al barranco oscuro, nos asomamos a la cañada de las aldeas.
- ¿No las ves allí?
- Sí que las veo; sobre la ladera que desde el levante se derrama hacia el norte, las veo perdidas entre las rocas y me llaman la atención muchas cosas y entre ellas, dos.
- Yo, como las estoy viendo de siempre, nunca encuentro nada especial.
- Eso es normal pero fíjate que salta a la vista que sean del mismo color que las rocas. Es más, parecen trozos de rocas desparramados por las laderas.
- Como que cada una de esas paredes están formadas por ligeros trozos de rocas que el viento y la nieve ha dejado rotas por las tierras cercanas.
- Y así que llegaron aquellos hombres se pusieron a recoger piedras y poniendo unas sobre otras, con paciencia fueron dando forma, primero a una casa, luego a otra y al final surgió la aldea.
- Eso fue lo que sucedió.

- Pero otra cosa más me sigue llamando la atención y es su soledad, su silencio y quietud ahora sobre esa ladera tan bonita. Como si durmieran un sueño bello mientras esperan algo importante. ¿Desde cuando no vive nadie en ellas?
- Ni lo recuerdo. Sé que un día sus habitantes se fueron dejándolas abandonadas y ya nunca más volvieron por aquí. Yo esto lo sé porque me lo han contando.
- ¿Quieres decir que sólo tú quedaste por el lugar?
- Por lo menos, desde hace tiempo, tanto en estas aldeas como en esos cortijos de la cañada, no vive nadie.
- Dueño absoluto de estos rincones eres tú entonces.

- Si no el dueño al menos sí el único que respira por aquí, bregando con los animales y las tierras como en aquellos tiempos.
- ¿Por qué no te fuiste?
- No quería renunciar ni a mi tierra ni a mis raíces. Lo que soy lo soy moviéndome por estos cerros. Identidad llamáis vosotros a eso.
- Clara identidad porque no te has vendido ni a las cosas modernas ni has renunciando a lo que aprendiste y viviste de pequeño. Cosa importante que vale mucho. No todo lo nuevo es bueno rotundamente.

Mientras hemos hablado sin dejar de seguir la senda cruzamos por la parte alta de la cañada. Vamos a volcar a la segunda cañada y justo en este punto vuelvo a mirar hacia las aldeas. Me quedo parado y le digo:
- Un momento.
- ¿Qué pasa?
- Quiero ver despacio este cuadro.

Y el cuadro no es otra cosa que la misma aldea. Al verlas ahora una vez más desde aquí se me clavan en el alma de tan bonitas y colgadas en la ladera. Hay tres: la primera que está casi derramada en la misma llanura de la cañada, abajo, donde la cañada comienza a convertirse en arroyo, es la más grande.
- ¿Cuántas casa tiene?
- Diez o doce si contamos las tinadas para el ganado y el horno donde se cuece el pan.
La segunda se aplasta justo donde la ladera se funde con la llanura y es también pequeña. Y la tercera y última aunque podría ser la primera si bajamos desde el collado, ya duerme casi en el lomo del cerro. Donde las rocas son grandes y la ladera forma como una pequeña meseta. Las tres son bonitas y hasta pienso que conjuntan, que armonizan, que son parte de los paisajes de estas sierras.
- Tanto es así que si un día las quitaran o las dinamitaran como fue con otras, esta ladera dejaría de ser ella.

Me dice mi amigo el pastor y de verdad que lo creo. En estos momentos lo que más me llama la atención en la armonía silenciosa de las tres aldeas, aplastadas y subiendo por la ladera como si desearan escaparse infinito arriba. Viéndolas desde donde nosotros hoy y a través de esta luz tan limpia que las pincela, no tienes más remedio que llenarte de asombro.

Seguimos avanzando y en cuanto coronamos la otra cañada de nuevo me quedo sin aliento. Qué bonito es este otro rincón. Lo primero que se me cuela por los ojos es el cortijo alargado que se alza en el centro de la vaguada.
- También lo dejaron abandonado. Lo empecé a aprovechar para encerrar el ganado y eso es lo que ahora tengo ahí. Las ovejas paridas con sus corderos, gallinas y otros animales.
- Toda una fortuna que aunque en dinero no sea mucho, en belleza y riqueza humana, ya me dirás.
- Eso es lo que pienso. Nada en el mundo vale para mí tanto como el rincón y los cuatro seres que ahora mismo tenemos ante nosotros.

EL ARROYO QUE SE HUNDE
¡Estos chiquillos, tumbándose en la corriente y gritando al campo! Pasa la senda justo por ahí, por el trozo de arroyo donde primero se remansa levemente y luego se despeña por la cascada de las rocas grandes. Por ahí pasa la senda que baja desde la ladera del cortijo. Pero antes del arroyo, en la mitad de la ladera, se encuentra la roca grande y rozándola por abajo, pasa la senda. No hay más de treinta metros desde esta roca hasta el arroyo y esta distancia la senda la recorre cayendo en picado.

El niño serrano casi todos los días bajaba por la senda. Rozaba la roca grande, se pegaba a la corriente y como unida a la corriente la senda sigue bajando, aprovechando el surco del arroyo hasta cerca del pueblo, mientras iba por su camino se dejaba acompañar por el rumor del agua hasta que al final la despedía para irse al pueblo. Pero cuando aquella mañana el niño serrano bajó por su senda, descubrió que por la ladera no había monte. Desde el arroyo, la roca y senda arriba, no crecía ni una sola mata de monte. Bueno, algo sí había pero poca cosa y, además, lleno de tizne. Todos los troncos de las casi centenarios madroñeras, estaban achicharradas. Llenas de tizne y sin una sola hoja verde.

Pero el niño aquel día siguió bajando y cuando llegó al arroyo, jugando con el agua se encontró con el grupo de niños de la ciudad.
- ¿Qué hacéis aquí?
Les preguntó.
- Hemos organizado un juego con esta agua. Ya ves que hemos hecho un pozo en la tierra de este lado para meter ahí los peces que cojamos en la corriente.
El niño serrano miró hacia el lado donde los otros niños habían construido su pozo y exclamó:
- ¡Pero si se ha hundido!
- ¿Qué es lo que se ha hundido?
- El arroyo ¿no lo veis?
- Nosotros sólo vemos agua y tierra.
- Pero es que ahí, donde tenéis trazado vuestro pozo la torrentera se ha hundido. ¿No veis que es media ladera que por pocas se lleva para delante la misma senda?
- Ya te hemos dicho que nosotros no vemos nada.

Los niños de la ciudad no podían ver nada porque aunque lo veían, el rincón entero era nuevo para ellos. No tenían referencias de lo que aquello había sido antes y por eso tampoco podían comparar con el momento presente.
- ¿Y cómo habéis llegado hasta este lugar?
Les preguntó el niño serrano.
- Tienes preguntas de cordobés, que preguntas lo que ves. Nos han traído nuestros padres con sus coches ¿no los ves en la curva del arroyo?
Y era verdad: en la curva del cauce estaban los coches y esto aún le sorprendió más. ¿Cómo habían llegado los coches hasta ese punto si por el arroyo sólo existía una senda estrecha?
- Pues cómo van a llegar, por la pista ¿es que no la ves?

Miró de nuevo el niño serrano y ahora sí veía la pista por primera vez en su vida. El día antes no estaba y ahora ya sí estaba.
- ¿Y cómo es posible?
- ¡Tú eres tonto, chaval!
- Es que lo digo porque me extraña mucho. Ayer yo pasé por aquí y toda esta ladera estaba llena de un gran bosque de madroñeras, encinas y robles. Hoy no veo nada más que tierra seca, ramas quemadas y trozos llenos de tizne y cenizas. Por la torrentera donde ahora vosotros jugáis ayer pasaba la senda rozando el agua y hoy por ahí se ha hundido medio cerro y la tierra se la lleva el agua. Ayer la senda bajaba rozando el cauce pegadita a las aguas, estrecha y débil pero bella y suficiente para ir por ella. Ahora veo una pista flamante por donde pueden correr los coches y hasta el cauce del arroyo esta fuera de su sitio. Por esto decía lo que antes he dicho.
- Bueno pero nada de eso es importante si lo comparas con lo que dice mi padre, ocurre en el mundo entero.
- ¿Y qué es lo que ocurre?

- Pues que se derriten los polos. El hielo que allí existe se está rompiendo en grandes bloques y dice mi padre que es porque está subiendo la temperatura en la Tierra. También dice mi padre que si esos bloques se derriten puede subir el nivel del mar o la tierra da un vuelco. Y si la tierra se vuelca ¿te imaginas lo que puede pasar?
- ¿Qué puede pasar?
- Que lo que ahora es tierra se queda bajo el mar y lo que ahora es fondo del mar se convierte en tierra ¿Verdad que será alucinante?

Aquella mañana el niño serrano se fue y dejó por el arroyo a los niños de la ciudad en su juego con el agua y los peces del río. Se subió por la senda y en la roca grande de en medio de la ladera, se sentó. Se quedó allí quieto mirando el paisaje a ver si podía entender las cosas. Su mente estaba hecha un lío y como sí se daba cuenta que el paisaje ya no era el mismo, de pronto se sintió triste.

¡GRACIA POR TU AMOR!
Y, sin embargo, yo hoy, andándolo por lo alto de la cuerda, he tardado más de cuatro horas siguiendo por la línea más alta. Es gran cosa, cargada de espléndidos paisajes, abundante agua tanto al comienzo del barranco de las Abubillas como por el arroyo de la Tejadilla y el Guadalquivir.

Pero hoy quiero empezar describiendo este espléndida y potente rincón dando gracias. Dejo el coche junto a la pista, cargo con mi pequeño zurrón, la máquina de fotos, la de video y bajo por el trozo de pista cortada que va por las tierras del antiguo camino real. Es una mañana espléndida porque ya va explotando la primavera por los prados y laderas de estas sierras. Las hojas de la hierba estallan verdes, canta el cuclillo, arrullan las torcaces, cantan mil pajarillos inquilinos de los pinos, se oye la corriente a un lado y otro y brilla el sol dorado sobre los brotes nuevos de los majuelos.

Me arde el gozo en el alma y lo único que se me ocurre, es decir “gracias”. Me parece mentira estar hoy de nuevo andando por las alfombras verdes de este edén y respirando su aire limpio. Tengo mucha suerte que se me repite una vez y otra sin mérito ninguno por mi parte. Abro los ojos y no estoy soñando. Es real lo que ahora piso y como estoy convencido de la belleza única y singular de este edén, me siento afortunado y de aquí que el grito se me escape desde lo más hondo del alma: ¡gracias Dios mío!

Un día más, una vez más, me has dado la oportunidad de poder visitar tu edén. De poder encontrarme aquí contigo, entre tus florecillas, tus manantiales, tus pajarillos, tus prados verdes, tus rocas, tus pinos, tus silencios, tu viento puro y tu paz. Una vez más me traes aquí para enseñarme tus secretos, tu amor, tu figura, tu gozo y tu grandeza. Sé que no merezco premio tan bueno y menos aún merezco que confiadamente pongas en mis manos y antes mis ojos este frágil y delicado paraíso tuyo. ¿Por qué lo haces, Señor? ¿Por qué me quieres dar tanto y a mí que soy tan poco? ¿Por qué me tratas con tanto cariño? Yo sé que andas aquí. Lates en cada silencio, roca, pino, cumbre, cielo y nube. Lates aquí porque oigo tu respirar y de ello que me asombre aún más. Además de traerme otra vez a este tan lindo jardín tuyo, además de permitirme la entrada gratis y preparar para mí esta sinfonía de arroyos y bosques, además de ofrecerme con amor, el mejor de los paraísos, además de esto, te vienes aquí conmigo por estos montes tuyos y desde ellos, me hablas, me enseñas tus secretos, tus dulzuras, tus melodías, tus caminos y la belleza de los seres que pasees.

Me sobra sudor derramado subiendo estos cortados. Laderas, cañadas, cuerdas y cumbres. Me sobran pasos en cada una de las rocas, pinos, manantiales, tejos y sabinas por estas hondonadas. Me sobran horizontes, nieve, lluvia, frío, sol, noches de luna y viento por el arroyo de los Tornillos, el Aguilón del Loco y el Rayal. Me sobran días, horas, silencios, lejanías, esfuerzos escondidos por barrancos y cumbres. Me sobran sueños, ilusiones, latidos, sensaciones y deseos profundos de fundirme cada día un poco con el latido de estas sierras. Me sobran gracias al creador de estas maravillas por permitirme gozar de ellas y llenarme, una vez y otra de las sensaciones y experiencias más limpias y hondas de mi vida.

Me sobran placenteros sueños a lo largo de mis noches en aquella casa donde vivo, desde donde una vez y otra me veo volando, surcando, abrazando, besando y amando cada brizna de hierba y cada chorrillo de agua palpitando en estos montes. Me sobra todo esto y muchas más emociones junto al papel trazando torpes líneas intentando decir algo de los paisajes que tan dentro llevo. Me sobra todo cuanto atrás he dicho pero, aún así, tengo muy claro que desconozco miles y miles de secretos, bellezas, latidos, aromas, nacimientos y cumbres. Desconozco mil veces más de lo que conozco y sobre todo ignoro el más hermoso de los secretos o más bien, los dos secretos más bellos de estos paisajes: el camino que desde aquí parte a la cañada de las estrellas y desde allí sigue a las llanuras de la eternidad y el latido que por aquí palpita de todo cuanto fue en aquellos tiempos.

Estos dos secretos me faltan para descubrir y conocer y aunque día a día siento su fuerza respirando dentro de mí, no llego jamás a saber su senda ni su cuenca ni cumbre.

Por eso ahora miro a mi alrededor y me parece ver el mundo por primera vez. ¡Y es hermoso este mundo! Aquí azul, allí amarillo, allá verde, el cielo y el río que corre, el bosque y el monte que mezcla su misteriosa belleza y aquí en el centro, yo despertándome, poniéndome en camino hacia mí y el centro de la creación. Hoy veo el azul, azul, el río, río, aunque dentro de uno y otro sé que vive escondido lo único, lo divino, Tú, Dios mío. Y hoy sé que tu característica principal es el ser aquí amarillo, allí azul, allá cielo, más cerca bosque y yo aquí. El sentido y la realidad no se encuentran detrás de las cosas, sino dentro de ellas, dentro de todo. Gracias Dios mío, por traerme a este paraíso tuyo y enseñarme, a través de él, el camino que lleva hasta tu amor. Gracias.

DONDE LA BELLEZA SE HACE PAISAJE
Va de este a oeste, mirando al occidente y en esquema, este sería el rincón: el río por el fondo que aunque va de este a oeste al mismo tiempo baja de norte a sur, la senda que desde la primera curva del río sube por la ladera y llevando la misma dirección que el río se aleja al revés, de sur a norte, la pista que sube más al revés que la senda porque va desde la segunda curva alzándose ladera arriba para la primera curva y también de sur a norte, aunque no exactamente. Allí donde se cruzan pista y senda con la cañada que baja desde la cumbre de oeste a este, descendiendo de norte a sur buscando la primera curva, se encuentra la fuente, la limpia llanura de la cañada toda verde y bañada por el agua, el bosque más arriba, hasta media ladera y la cumbre con sus rocas en lo alto. Este es en esquema el rincón de la belleza que como se encuentra tan lleno de ensueño y luz teñida de plata luna, parece como si perteneciera a otra dimensión del universo.

Tú coges la senda en la breve llanura que se derrama en la primera curva del río dejando que el rebaño descienda apaciblemente comiendo su hierba y su monte río abajo. Mientras tú subes él baja y poco a poco, yendo casi en la misma dirección, os vais separando porque las rutas forman las líneas de un ángulo que se abre. Como la senda sube casi en línea recta buscando certeramente la fuente, te remontas sin apenas notarlo. Aunque, donde mana la fuente y corre un reducido arroyuelo, todo se complica un pelín pero no para estropearse sino para convertirse en belleza arropada, besada y traspasada por la dulzura y el misterio. La senda se encuentra con la pista y tú también y en ese momento tienes la sensación que los tres andáis jugando el más hermoso de los juegos; porque ocurre lo que no ocurre nunca con las sendas y pistas de estas sierras: ninguna de las dos se funda con la otra. Se cruzan como si desde el infinito se hubieran venido atrayendo para besarse junto a la fuente, el arroyuelo y la cañada y con la misma dignidad y elegancia con que venían buscándose antes, sigue cada una su dirección sin fundirse nada más que lo justo en el punto en que se cruzan. Sigue la senda subiendo y la pista también en direcciones opuestas pero justo aquí ahora es cuando sucede el fenómeno más hermoso que jamás he visto nunca en los rincones de estas sierras. Nada más cruzarse la senda traza una curva que se va a la derecha sin dejar de subir y lo mismo hace la pista pero a la izquierda sin dejar de subir también.

Si al llegar te paras y dejas que despacio se te meta dentro esa elegancia armoniosa de curvas sobre la ladera y por entre el monte, no tiene más remedio que pensar una cosa: es este un abrazo amoroso que lleno de placer limpio se recrea como en un juego de hermanos. Como si al abrazarse uno y otro hubieran quedado heridos por el encuentro y ahora no pudieran alejarse sin antes decirse adiós. Pero mientras la pista, después de su curva, abrazo amoroso con la senda, vuelve a enderezar su elegancia para seguir subiendo hasta remontarse por encima de la primera curva del río, la senda sube a la lomilla de la fuente y se va tímidamente para perderse por la cañada del agua más arriba y por un punto en que no se atreve a rozar.

Al llegar aquí, párate, mira con calma las dos curvas que quedan abajo, la fuente y el arroyuelo, escóndete entre ellos y empiézate a perder por las tierrecillas que va formando la cañada. En primer lugar te encuentras unos acebos por donde los zorzales revolotean al ras del suelo yéndose unos hacia el bosquecillo de la fuente y otros para las encinas de la parte alta de la cañada. En cuanto vuelcas la sendilla se te levanta una inmensa bandada de toda clase de aves: mirlos, currucas, arrendajos, cuervos, perdices, águilas perdiceras, carpinteros y petirrojos. Todos juntos; en armonía y como si se hubiesen refugiado en la cañada para no tener nada que ver con la civilización de los humanos. De aquí ya no puedes pasar. La senda se diluye y aunque es espacio abierto y campo cada vez más verde y bello, interiormente te sientes impulsado a no seguir. Es como si un dulce sentimiento interno se te plantara en las puertas del alma diciéndote que de ahí no pases. Son tierras vírgenes, tierras hermosas que ningún ser humano debe rozar para que ni se manchen ni se rompan.

Pero te aseguro que no lo necesitas. Si te sientas sobre la lomilla y te quedas ahí frente a la cañada con los pequeños hilillos de agua cantarina, bañándola y deslizándose por entre la hierba, con la montaña alzándose como cuando una ola se derrama sobre la playa, el bosquecillo tan verde y tan lleno de toda clase de aves, la fuente rumorosa más abajo y por si faltara algo en el rincón de la belleza, la ladera que se derrama hacia el río. Desde donde tú te encuentras se derrama en forma de cascada silenciosa hacia la segunda curva del río.

Si desde aquí echas una ojeada ves en la curva la otra llanura y pastando entre su hierba a las ovejas que por la mañana salían desde la primera curva río abajo. Un paisaje único que ni en sueño puede ser más dulce y donde nunca acabas de saber que es antes: la belleza y luego el paisaje o al revés.

EL CHORRILLO DE LA CUMBRE
Otra de las sendas perdidas y por completo ignorada de todos, en sus tiempos, iba por este arroyo. Tú tampoco la has recorrido nunca ni la has encontrado en los mapas. Ni siquiera tus ojos la han visto y te fías sólo de las noticias que te dieron. Y las noticias decían que: uno de aquellos días el joven se dispuso a subir por el arroyo.
‑ Las ganas que tienes de complicarte la vida.
Le decía el pastor amigo suyo por las partes bajas del río.

‑ Porque a ver, dime ¿por qué tanto interés en subir por esos barrancos?
‑ Ya un día llegué hasta la mitad y me gustó tanto aquello que desde entonces no vivo pensando en el final de aquel barranco. ¿Qué hay allí al final?
‑ Pues como en todos sitios: cumbres y arroyos.
‑ Pero no sé porque yo tengo creído que aquellas montañas tienen algo nuevo a lo de otras cumbres.
‑ Algo nuevo sí tendrán pero tampoco será una cosa del otro mundo.
‑ De todos modos, mientras no lo vea no me quedaré agusto. Esta mañana voy a recorrer el barranco del arroyo y después de atravesar las laderas finales, me remontaré hasta las cumbres. Creo que el mundo se encuentra al otro lado. ¿Y si encuentro allí la felicidad? ¿Por qué no me dices por donde va la senda?

‑ La senda no va por ningún sitio. Lo que sube por el arroyo son caminejos de animales que alguna vez los hemos andado las personas. Y esos caminejos no tienen pérdida y sí tienen mucha pérdida. Lo mejor es pegarse al arroyo y seguirlo por donde puedas. Cuando llegues a la cascada que tampoco lo es, te cruzas al otro lado por la parte de arriba y a partir de ahí ya empiezan las laderas.
‑ Por cierto, aquello de la cascada y el pastor ¿qué fue?
‑ Pues que al hombre le gustó aquella cascada. Todos los días iba por allí y se le metió en la cabeza que tenía que construir un salto de agua. Bueno, no era un salto, sino que él quería que al agua del arroyo se fuera por el canalillo hasta unas rocas para que luego desde allí cayera en un gran chorro hacia el barranco.

‑ ¿Y qué pasó?
‑ Que el hombre lo consiguió. Una tontería suya pero el hombre tenía capricho y como el empeño era tan grande, lo consiguió. Se trajo una azada y cavó mucho hasta que un día por fin le metió el agua por la reguera logrando así parte de su sueño. Vio como el agua se fue por el nuevo cauce que le había preparado y después se despeñó por la roca tal como él quería.
‑ ¡Qué cosa! ¿Verdad?
‑ Ea, manías que a veces tiene uno y hasta que no se hacen real parece que falta la felicidad en la vida.

‑ ¿Y todavía fluye por allí aquel chorrillo?
‑ Por lo visto, todavía cae por allí.
‑ ¿Tú ves? Otro motivo más para que recorra este arroyo. Aunque no me has dicho por dónde va la senda, yo pienso que una vez me encuentre donde el hombre construyó su chorrillo, no me será difícil llegar a lo alto. Y hasta creo que con un poco de suerte me voy a encontrar por allí a otro pastor. ¿Tú qué crees?
‑ Me parece que sí hay alguno todavía por el lugar pero quiero advertirte de una cosa.
‑ ¿De qué?
‑ Pues que tengas cuidado con los guardas.
‑ ¿Qué me harán los guardas?
‑ Como te encuentres con uno que yo sé, si puede, te come aunque luego no te coma. Pero a parir, te pone.
‑ ¿Es que los guardas son los dueños del monte?
‑ Eso se lo preguntas a él cuando lo veas pero yo te lo he advertido. Que tengas suerte.
Y el pastor despidió al joven. Subió por los caminejos del arroyo y como era tanta la ilusión que tenía en asomarse a las cumbres, se recorrió el monte sin darse cuenta. En un santi amén estuvo en la cascada del chorrillo y una vez en el lugar, lo primero que hizo fue ponerse a buscar la obra del pastor. Se metió por las madroñeras saltando por el lado de arriba y estaba acercándose al agua cuando de pronto le sorprendió una voz.
‑ ¿Buscas algo muchacho?
Miró para atrás y sobre unas rocas vio la figura de un hombre.
‑ Estoy buscando a un pastor.
‑ ¿Para qué lo quieres?
‑ Sólo él podría contarme la historia que yo deseo conocer.
‑ ¿Y qué historia es esa?
‑ La de este barranco, sus laderas y sus ovejas.
‑ A ver, aclara más.

‑ Pues por ejemplo: dónde se encuentra el chorrillo obra de aquel viejo pastor. Cómo lo construyó. Cómo se llama esta cañada y por dónde va el camino para ir a las cumbres. ¿Usted es el pastor de ahora?
‑ Yo soy el pastor ¿no has visto a mis ovejas pastando por los ranchales?
‑ Ahora que lo pregunta, sí es verdad que he sentido una cencerrilla.
‑ Pues ya esta; esas son mis ovejas que comen hierba ahí, un poco más arriba. Y en cuanto a lo que tú preguntas algo te puedo ayudar. Vente para acá.

El joven obedeció al pastor y se fue con él. Salió de entre aquellas madroñeras y juntos anduvieron un rato atravesando las tierras del calvero que estaban tupidas de hierba. Llegaron al arroyo, lo cruzaron por debajo de la húmeda sombra de unos robles y subieron por el repecho de enfrente. En el rodal de tierra fértil, por encima de los enebros, frente al arroyo con la cascada por debajo de ellos, se sentaron.

‑ ¿Tú traes lápiz para apuntar?
‑ ¿Qué es lo que tengo que apuntar?
‑ Los nombres de las cosas. ¿No me decías que quieres conocer la historia de este barranco?
‑ Claro que quiero pero yo vengo sin ningún instrumento. Usted me los dice y ya verá como me quedo con ellos.
‑ Es que son muchos nombres y muchas cosas.
‑ Claro, lo más importante. Por ejemplo: el cortijo ¿cómo se llama?
‑ Eso es lo más fácil. De siempre se llamó el cortijo de Ruejo. La senda que sube es la que va al Calarejos de los Villares, el arroyo que baja, también es de Ruejo y cuando ya vuelcas al otro lado y te asomas a los barrancos, casi te toparás con el Alto de la Campana y otro arroyo que tiene el mismo nombre.
‑ ¿ Y la cascada?
‑ En nombre de la cascada nadie lo conoce aunque yo siempre lo distinguía por el Charco del Chorro. ¡Fíjate qué cosa más rara!
‑ Sí que es raro pero en fin, a lo mejor es sólo un nombre para entendernos nosotros. Me interesa mucho otra cosa.
‑ ¿Qué es?
‑ Ya te lo dije: ¿cómo hizo aquel hombre esa cascada?
‑ Con puñados de piedras y gusto que tenía él por un capricho. Por lo visto una mañana se trajo el hacha y lo primero que hizo fue cortar los troncos de unos arbustos que les estorbaban. La leña se la llevó a su cortijo y luego otra mañana se trajo la azada.

Todo el día estuvo él rompiendo rocas, cortando monte y cavando tierra. Al caer la tarde ya la tenía terminada. Una pequeña reguera que arrancaba desde la corriente por el lado de arriba de la cascada y se iba buscando la mayor de las rocas. Cuando el hombre le quitó la tierra que taponaba el canalillo y el agua entró por allí, aquello creo que fue un gozo tremendo para él. Todo le salió tal como lo había soñado. El agua se fue por la canal como si para ella aquello fuera el mismo cauce del arroyo y luego comenzó a caer desde lo alto de la roca en forma de hilillo débil, primero y en cascada abierta de fantasía, después. ¡ Supremo aquel chorrillo!

‑ Ya verás en cuanto bajen las riadas como te lo van a romper.
Le decían sus vecinos.
‑ No lo romperán porque si observáis bien lo he construido sobre roca.
‑ ¿Y para qué quieres tú ese chorrillo?
‑ Por puro gusto.
‑ Como si no tuvieras ya cascadas y chorrillos en los arroyos y ríos de estas sierras.
‑ Tienes razón pero ¿acaso uno no puede tener un capricho en la vida?
‑ ¡Hombre, claro!
‑ Además, ni me cuesta dinero ni nadie tiene que prestarme nada ni tampoco a nadie fastidio.
‑ Eso está claro, poro ¿es que piensas traer turistas por aquí para que vean esta obra tuya?
‑ Ni pienso traer turista ni se lo voy a decir a nadie. El chorrillo es “gusto mío por la naturaleza”. Sólo lo voy a usar para beber en él cuando por aquí pase y luego para contemplarlo sentado en la sombra del roble de la ladera de enfrente.

Y esa sombra y roble de la ladera de enfrente es justo donde nosotros estamos ahora sentados. Si te has dado cuenta, habrás observado que desde aquí es desde donde mejor se ve tanto el chorrillo como la cascada propia del arroyo y el arroyo mismo.
Le decía el pastor.
‑ De eso me di cuente en el momento en que nos sentamos aquí pero yo quisiera más.
‑ ¿Qué más?
‑ Me gustaría acercarme y además de tocarlo, beber en ese chorrillo. No tengo mucha sed pero por puro gusto igual que lo hacía él.
‑ Bueno, cuando pase un rato, nos vamos a levantar y por la escasa senda que le entra desde arriba, te voy a llevar al punto exacto donde él también bebía en su chorrillo. Pero ahora, ¿no me preguntabas otra cosa?
‑ Sí, quería preguntarte por la senda que me llevará a las partes altas y por el guarda.
‑ De guarda ¿qué es lo que deseas saber?
‑ ¿Es tan ogro como me han dicho?

‑ Tú no le hagas caso, si te lo encuentras ni tampoco te creas mucho de lo que la gente dice. Pero si te lo encuentras, prepárate.
‑ ¿Qué pasará?
‑ Primero te preguntará que qué haces por aquí.
‑ Pues le diré que voy a subir a las partes altas de la sierra.
‑ Entonces te dirá que si tienes permiso para andar por estos caminos.
‑ Le diré que desde que nací estoy recorriendo estos caminos. Que soy serrano y que me conozco todos los rincones de estos montes.
‑ Te dirá que eso a él no le importa. Ahora las cosas son distintas y para andar los caminos de la sierra profunda hay que tener un permiso y una razón poderosa. Aquí no se viene a perder el tiempo ni a recorrer los caminos por recorrerlos.
‑ Pues si esto me dice, le diré que voy a escribir un libro con todo lo que sé de estas sierras. Que necesito recorrerlas primero para aprenderlas bien.
‑ Te dirá que hasta para eso hay que tener permiso. Que no se puede tomar notas de las cosas así porque sí.
‑ Es que es para un libro muy importante y yo que soy serrano de siempre, tengo derecho a contar de la sierra lo que de la sierra sé.
‑ Que no hombre, que no. Ya no se puede ir por los caminos como se iba antes ni tampoco se puede sentir la sierra como en aquellos tiempos. Nada de lo que hay aquí ya te pertenece sino que tiene otros dueños y por lo tanto, se acabó sentir la sierra como tuya propia.
‑ Pues si esto me dice el guarda ese, espabilado, yo le diré a él que es un mamarracho. Que deje de complicarme la vida y que se vaya a freír espárragos.
‑ “¿Por qué soy un mamarracho?”
Te preguntará.
‑ Porque a los serranos no se les puede reprimir con argumentos tan raquíticos y menos aún, limitarle la libertad de ir por estos montes para asomarse a las cumbres de las partes altas.

‑ Yo ya te lo acabo de advertir. Si te encuentras con él, haz lo que quieras pero vete preparando.
‑ en fin, vamos a dejar lo del guarda porque si me lo encuentro y de verdad es tan cruel como tú me lo has pintado, hasta puede que me lo coma. Vamos a otro asunto.
‑ ¿Qué asunto quieres ahora?
‑ El del chorrillo.

Y en compañía del pastor el joven se fue por el arroyo en busca de la vieja cascada. Por allí se quedó mucho rato y fue tanto lo que le gustó aquel chorrillo, que ya no quiso subir por la ladera para asomarse a las cumbres y ver las sierras.

EL ALIMOCHE
Una vez, sólo una vez lo he visto en estas sierras y ni siquiera sabía qué clase de ave era aquella. Resulta que habíamos estado toda la mañana subiendo por el barranco. Lo cogimos por el río y en lugar de irnos arroyo arriba, que también es un sitio precioso, trazamos la ruta paralela al cauce pero por la ladera de la izquierda. Es más complicado andar por esta zona por la gran cantidad de monte, peñascos, cortados, pendientes y piedras sueltas que a lo largo de toda la ella hay. Casi como andar dos veces el mismo camino.

Pero también tiene mucha gratificación: Desde esta ruta que por supuesto no va por camino alguno, dosificadamente vas descubriendo una sierra que es totalmente nueva y a si la ves desde cualquier otro punto de estas cumbres. Es una sierra reservada sólo para aquellos que se aventuren a irse por la ruta de la ladera.

Según subes, vas dominando el arroyo, el río, la ladera de la derecha, las de las espaldas y poco a poco las cumbres. Si te pones en el pico de cualquiera de las cuerdas que desde aquí te observan, desde luego que no llegas a dominar, no puedes ver, muchas de las laderas y barrancos por las que pasa esta ruta. Pero es que si te sitúas en lo alto de la cumbre de la ladera que subimos, tampoco puedes gozar de los infinitos detalles que, siguiendo esta ruta, a cada paso encuentras.

Gustando de esta gratificación única y por eso no importaba ni el esfuerzo ni las molestias, nos fuimos nosotros aquel día. Pero como aquél día parece que la suerte estaba de nuestro lado, nos quedamos aún mucho más repletos. A media ladera, paramos un poco a descansar, a beber de la cantimplora y a recrearnos en las vistas. Fue justo en este momento cuando lo vimos. Apareció por encima de la ladera que coronábamos y enseguida se ocultó en la cumbre de enfrente. Nos quedamos con la boca abierta observándolo fijos y sin decir palabra.

Era grande, con muchas zonas blancas y amarillas, majestuoso como un sueño y señorial: Todo un rey que iba cortejado por otras pequeñas aves que intentaban ahuyentarlo. Ha sido la primera y única vez que he visto a esta magnífica ave surcando las sierras del parque. Pero desde luego, aunque resultó tan fugaz y sólo planeando grandiosamente aquello fue un momento intenso. Un premio que nos quiso ofrecer la naturaleza y precisamente en aquel barranco tan único desde donde se domina una sierra especialmente bonita.


RECOGIENDO PARA IRSE
- Pero a ti ¿quién te lo ha dicho?
- Alguno de ellos intentaron contármelo pero ya sabes lo que les pasa: se les amontonan las vivencias en la garganta y las palabras no les salen. Aunque quieren, no pueden. Sin embargo, uno de ellos, me lo dijo un día.
- ¿Y qué fue lo que te dijo?
- Como puedo intentó describirme lo que fue aquella última tarde.
- ¿Y cómo fue?

- A lo alto del cerrillo, subieron los tres. El padre, la madre y la niña. Le entraron al cerrillo por la parte que mira al río, siguiendo la sendilla que lo va envolviendo y cuando llegaron a ese lugar donde la hierba espesa desparrama sus hojas en forma de tapiz, en la redonda llanura que mira hacia las aguas del charco que se remansa alargado, limpio y sereno en la curva del río, se pararon. Sobre la hierba se tumbaron como si se tratara de ponerse allí para contemplar la hermosura remansada y empezaron a darse ánimo unos a otros. La mujer mira al marido, el hombre abraza a la niña, la pequeña juega distraída y de la boca de uno y otro van saliendo las palabras mientras con sus ojos contemplan.
- Luego me dirás qué es lo que hablaron pero eso luego, porque ahora vamos con lo que vieron. ¿Tú lo recuerdas?

- Yo recuerdo que vieron unas cuantas cosas que no podrán olvidar nunca.
- Como por ejemplo ¿qué?
- Pues por el collado pequeño que baja de los dos cerrillos oscuros, vieron bajar a joven pastor. Traía a las ovejas de las praderas de arriba y como ya el día había llegado a su centro, se paró por allí. Se quitó el zurrón, lo puso en el suelo, sacó de él un trozo de pan negro y empezó a comérselo. Tenía hambre y por eso comía con apetito pero en su corazón, en aquel momento, él sentía el dolor. “Es el último trozo de pan que como por estas sierras. El último trozo de pan cocido en mi horno de piedra y con leña de encina amasado del último puñado de harina sacada del último trigo que he recogido del “piazo” que todos los años he sembrado. Es el último sabor a sierra que como junto a mi rebaño de ovejas entre los montes de esta cañada”.

Esto era lo que el joven pastor se iba diciendo mientras en silencio devoraba su trozo de pan al laico de sus ovejas. Un poco más arriba, por la sendilla que sube al barranco grande, cruzaban tres personas más. También ellos se pararon a comer porque allí mismo corría el chorrillo de agua y el tajo a donde iban, todavía quedaba muy arriba. Sacaron también su pan y entre los tres lo compartieron. “Este lo amasó mi mujer anoche”. Dijo uno. “Pues el que yo traigo hoy, es de ese pan moreno, mitad centeno, mitad trigo y el resto panizo, que entre mis hijos y yo cogimos hace unos días. A pesar de todo, está bueno y alimenta”. Dijo el otro de los tres. “Mi trozo de pan todavía es más negro que el vuestro. Tiene mala vista pero también está rico. ¿Lo compartimos?” “Claro que hay que compartirlo. ¿Desde cuando en esta sierra no hemos compartido las cosas los serranos?” y allí, junto al chorrillo de agua limpia que corría hermosa hacia lo hondo del barranco, se pusieron a comerse sus tres últimos trozos de pan. Por encima de ellos, las cumbres del eterno Calarejo, las de las Banderillas y luego el otro cerro de la Campana, solemnes se alzaban tocando el cielo. Más abajo cantaban las águilas y se oían a los pájaros carpinteros.

Desde su cerrillo, frente al charco azul del río, ellos vieron también como en la última casa de la aldea, el hombre se encerró. Entró despacio por la puerta, la cerró detrás de sí y medio se acurrucó en una de la reducida y oscura estancia. “Así si vienen no me verán y no me fastidiaran más con el sermón de siempre. Ya sé que no tengo más remedio que irme porque de tal modo han puesto las cosas que por aquí ya no hay quien pueda seguir viviendo pero al menos quiero que me dejen en paz con este dolor que ahora llevo dentro y en esta soledad mía a la cual ellos me han traído. Ni quiero verlos ni quiero oírlos. Al menos de este modo les demostraré que tengo más dignidad que ellos ya que voy a morir con orgullo mientras que ellos me siguen pisando de la forma más salvaje”.

Esto era lo que para sí se decía el hombre que se encerró en la última casa del pueblo con la idea de no salir de ahí nunca más. Pero desde su cerrillo ellos vieron como al poco el hombre salió por la puerta de atrás. Como a escondidas, para que no lo vieran ellos y se metió hacia el arroyo, por entre el monte. “Será que no encontrará seguridad ni siquiera en la vieja casa suya. Habrá pensado que en cualquier momento ellos pueden llegar y a pesar de todo, ellos lo echarán de ahí, le derribaran la casa y lo dejarán desamparado. El hombre lo habrá intuido y por eso se sale de su casa por la puerta de atrás y se aleja para no sufrir más”. Se decían el padre y la madre que con su niña sobre el cerrillo contemplaban las escenas.

Pero no habían acabado de ver esta realidad cuando por la otra sendilla, la que desde el río Grande sube por el monte del lado izquierdo, vieron venir a tres de ellos.
- ¿Quién va a mandar ahora?
Discutían entre sí.
- Quisiera mandar yo pero sé que vosotros no me vais a dejar.
- Es que eso tenemos que hacerlo por consenso.
- Lo que pasa es que lo del consenso no me gusta mucho. Quisiera mandar yo porque eso es lo que a mí me ha gustado de siempre. Ahora que ya hemos acabado con los serranos, ahora que ya tenemos el camino libre, ahora que ya no nos fastidiaran más, ha llegado el momento de que nos aprovechemos nosotros. No vayamos a pelearnos discutiendo que si tú que si yo. Tenemos que ponernos de acuerdo y sacarle partido a esta nueva oportunidad que se nos presenta. ¿No lo creéis así?
- Lo creemos así pero lo que pasa es que eso de mandar a mi me gustaría también. ¿Por qué no puedo ser yo?
- ¿Y por qué no yo?
- Y yo ¿qué?
- Pero es que se está claro que los tres no podremos mandar. Si tú no me obedeces a mí y si no te pones a servicio de lo que yo decida ¿Cómo vamos sacarle partido a la oportunidad que se nos presenta?
- Claro, y eso lo sabe todo el mundo, si tú mandas, te quedarás con los dineros de los otros. Te enriquecerás en poco tiempo y eso no es bueno. Hemos echado a los serranos de estas tierras para el bien de un conjunto grande y no para que salgamos beneficiados sólo unos pocos.

Los que estaban recostados sobre la hierba de la llanura del cerrillo vieron también como de una de las viejas casas de la aldea, salieron tres personas. Bajaron por la ladera y por entre las rocas del espigón que desciende desde la cumbre hacia lo hondo del valle, se fueron. Iban triste pero la necesidad les obligaba a salir al monte.
‑ Ni leña ha quedado en mi casa y aunque sea el último día, al menos esta noche tendremos que encender un fuego para calentarnos.
Decía uno de los tres. A estas palabras el otro contestó:
‑ Cogeremos sólo unas ramas secas y nos venimos no sea que nos vean los que vigilan y ya tengan argumentos para ir contra nosotros.
‑ No nos queda más remedio que proceder así pero hablando de los que vigilan, tú Fijate lo que el otro día vi con mis propios ojos.
‑ ¿Qué fue lo que viste?
‑ Casi no debía contarlo no sea que luego se enteren y como venimos diciendo, ya tengan materia para seguir dando leña contra nosotros.
‑ ¿Pero tan asustados estamos que ni siquiera podemos hablar de las cosas que son verdad y hemos vistos con nuestros ojos?
‑ Eso es lo que yo digo pero ya sabemos que nos encontramos el lado de los perdedores. Cualquier cosa que hagamos o digamos se puede volver contra nosotros.

‑ Yo digo que primero vamos a decidir cómo y qué cantidad de leña cortamos y luego hablamos del tema.
‑ La leña es otro asunto. Si tan mal nos tratan ellos ¿Por qué no le hacemos una trastada?
‑ ¿En qué piensas?
‑ Si tanto ellos quieren a los pinos y tan poco a las encinas y los robles ¿Por qué no la emprendemos contra algunos de estos árboles?
‑ Eso ni pensarlo. Mal nos estarán tratando y mucho nos van a quitar pero aunque nos maten y borren todo rastro nuestro por estas sierras, nos aguantaremos hasta la muerte sin tomar venganza contra nada ni nadie. Los serranos llevamos dentro otros sentimientos y otros modos de proceder ante los demás y las cosas. Venganzas ni hablar y menos aún contra el bosque y los árboles que no tienen culpa de nada.
‑ Eso es lo que nos pasa, que nos dejamos achantar y nos callamos y así ellos se crecen.
‑ Nuestra dignidad como personas es antes que nada. Quizá pueda ser que luego algún día se sepa que a pesar de lo que ellos ahora creen, los triunfadores hemos sido nosotros y no ellos. Así que cojamos la leña, vayámonos a nuestras casas, encendamos el fuego para calentarnos y cuando llegue el momento de irnos, vayámonos senda adelante, callados y con la cabeza bien alzada para que nuestra dignidad siempre quede limpia y clara.

Los hombres de la aldea recogieron sus ramas secas para la lumbre y cuando ya iban de vuelta en busca de las casas aplastadas junto a las aguas del río, volvieron a sacar lo de los que ahora cuidan estos montes.
‑ Pues lo que yo os iba a decir es que el otro día se me rompió el alma cuando vi con mis ojos lo que uno de ellos hizo. ¿Queréis saberlo?
‑ Ya hemos dichos que sus cosas son de ellos y nosotros debemos dejarlos en paz. Si su proceder y sus obras valen y hacen bien a las personas, que Dios se lo premie un día y si es lo contrario, pues que también Dios se encargue de tomar nota.
‑ Pero es que lo que yo vi fue tan verdad, tan sencillo y al mismo tiempo tan malo, que entre nosotros no pasa nada porque lo comentemos.
‑ Pues di entonces a ver qué viste sin entrar mucho en detalle para que nadie salga ofendido.

‑ Lo vi y fue tan verdad como que ahora mismo estamos andando por aquí y se me presentó de la siguiente manera: Varios de ellos se habían juntado en una de las casas que hicieron por el monte y como era la hora de la comida al medio día, se prepararon un borrego asado. Se trajeron vino y otras cosas y se pusieron a comer. Vi que pasó por allí un turista, con cara de buena persona y lleno de educación se acercó a uno. Lo saludó y luego le dijo:
‑ ¿Le podía hacer una pregunta?
El que estaba delante, con bigote y con cara de pocos amigos, lo miró algo orgulloso y satisfecho de lo que representaba, le dijo:
‑ ¿De qué se trata?
‑ Ando enfrascado en una tarea que me gusta mucho y como no le hace daño a nadie y estoy muy perdido, al verlo aquí he caído en la cuenta que usted me puede echar una mano. ¿Podría preguntarle algunos nombres de las tierras que por aquí vemos?
‑ Yo no puedo responderle a eso.
‑ ¿Por qué no?
‑ Aunque es verdad que trabajo en estos montes, estas tierras no son mi porción de sierra. Eso lo mejor es que se coja un mapa de los muchos que andan por ahí y así se los aprende.

El turista, que no lo era y por eso tenía cara y corazón de buena persona, con toda educación le respondió:
‑ Es que esos mapas tienen muchos fallos.
‑ Pues yo ya te he dicho que nos tengo estas tierras a mi cargo. No puedo responder a tu pregunta.
Con toda educación el hombre le dio las gracias, se volvió para atrás y allí los dejó a ellos con su comida de cordero asado y el buen vino. Se retiró del lugar y al verlo yo, me dije: "¿Qué habrá pensado esta buena esta persona de esos hombres?" ¿Vosotros qué decís?
‑ Que mejor cerramos páginas y dejamos el tema. Casi todos los que por aquí vamos caminando ahora mismo, tenemos, en nuestro corazón, más de una imagen extraña y rara vivida por estos montes. Mejor es que la dejemos ahí y se muera con nosotros. Por su proceder y otras cosas, ellos mismos se ganan sus méritos para los días que vivan por esta tierra y luego lo que les toque allá.

Desde el delicioso trocito de tierra que el padre, la niña y la madre, habían escogido para echar una última mirada al mundo que ellos iban a perder en los días que se acercaban, los jóvenes vieron muchas más cosas. Y entre todas ellas vieron, sin ni siquiera buscarlo y en el fondo tampoco quererlo, a los tres hombres que se acercaban a la aldea mientras por el camino discutían quién, a partir de ahora, iba a ser el jefe. Vieron como trazaron la curva de la insignificante sendilla que sube hasta lo alto del monte donde se recostaban sobre la hierba y de pronto se tropezaron con ellos. Uno de los tres hombres, al ver al joven matrimonio enseguida dijo:
- ¡Hombre! A ti te estaba buscando.
El padre de la niña dijo:
- ¿Para qué me buscabas a mí?
- Tenía que hablarte de unas cosas y mira que buen momento.
- Pues habla a ver qué es.

- Se trata de lo siguiente: como ya sabes que los serranos de estas casas y de otras muchas repartidas por las sierras, se van, pues ahora tenemos mucho trabajo.
- Los serranos no se van, los echáis.
- Bueno, en el tema no vamos a entrar ahora porque ya sabemos lo cabezones que os ponéis defendiendo lo que decís es vuestro. Os vais porque así ahora lo manda la ley y punto. Vamos a lo que yo quería decirte.
- ¿Qué querías decirme?
- Necesitamos gente para trabajar en la mucha tarea que a partir de ahora tenemos por delante. ¿Tú quieres participar?
- ¿En qué hay que trabajar?
- A ti, por ser quien eres, te vamos a dar la posibilidad de escoger entre tres clases de trabajos diferentes: Sembrar pinos, trazar caminos o hacer inventarios. ¿Cuál prefieres?
- ¿Qué es eso de hacer inventarios?

- Pues como ya te he dicho, los serranos se van de sus casas y de sus cortijos. Tenemos que contar las tejas que tienen cada una de sus casas, los arados que se dejan, los serones, las espuertas, las casas, las tinadas... en fin. Tendremos que contarlo todo para en la medida de lo posible valorarlo y pagárselo. Para que luego no digan que ni siquiera las pertenencias que tenían se las valoramos.
- Y cuando terminemos con ese inventario ¿qué hay que hacer?
- Tendremos que poner dinamita en las paredes de cada una de estas casas y tinadas. Habrá que prender fuego a las mechas de esas dinamitas y explotarlas para que las casas se caigan y así ya las tierras queden limpias, descontaminadas a fin de sembrar en las tierras pinos y trazar pistas forestales. ¿No me dirás que la oferta que te hago es mala? Un trabajo muy bonito por el que te vamos a pagar bien y en el que vas a gozar por la cantidad de cosas curiosas que en cada una de las casas encontrarás. ¿Qué me dices?

- ¿Tengo que responder ahora mismo?
- No es necesario. Nosotros seguimos porque tenemos muchas cosas que hacer y te dejamos a ti con tu familia que termines la jornada en su compañía. Mañana o pasado nos buscas y nos dices lo que has decidido. El trabajo que te ofrecemos es de los más bonitos, de los de mayor categoría y de los mejor pagado. Para que así no puedas decir que os dejamos sin vida. Nunca antes has tenido tú un trabajo como este ni tampoco has ganado tanto como vas a ganar ahora.

Los hombres que venían por las sendas de estas sierras y que entre ellos discutían quien sería el mayor, siguieron adelante hacia las tierras por donde todavía se alzaban las hermosas casas de la aldea. El padre de la niña y su mujer miraron despacio y vieron lo que estaba ocurriendo en una de las casas que él mismo tendría que minar dentro de unos días. Otro padre con su hijo sacaban de ellas las cosas.
- Con estas espuertas ¿Qué hacemos, padre?
Le preguntaba el hijo.
- Tú ponte ahí, ve cogiendo todo lo que te vaya dando y te lo vas llevando al rellano que hay junto a la senda. La espuerta esa llévatela para allá y la dejas allí.
- ¿Para qué la voy a dejar en aquél rellano?
- Mañana por la mañana vendrán con las bestias y las cargaremos para llevárnosla a la otra nueva residencia. Así que deja la espuerta donde te he dicho.

El joven hijo llevó la espuerta al rellano que hay junto al caminillo y después volvió.
- Ahora coge ese saco de la pulpa y dentro ve echando todas las cosas que yo te vaya dando. Busca unas cuerdas para amarrarle luego la boca. Tráete también aquellos palos que nos servirán para mangos del hacha y la azada. Recoge las pleitas y los cencerros que tenemos sobre la piedra y también el trozo de red.
- Pero padre, si ellos nos han dicho que quieren venir para ver y llevarse muchas de las cosas que por aquí tenemos. ¿Para qué queremos nosotros todos estos trastos viejos?
- Tú hazme caso y vételos llevando al rellano del camino. Lo que podamos aprovechar lo aprovechamos porque mi trabajo me ha costado conseguir cada una de estas cosas.

Una de la vecina de la casa de arriba se acerca a ellos y le pregunta:
- ¿Y cuándo os vais?
- Todavía esta noche vamos a dormir aquí. He oído decir que a lo mejor se presentan con órdenes nuevas.
- ¿Y qué clase de órdenes serán?
- Lo mismo pueden ser órdenes para que nos vayamos en dos horas como para que nos quedemos aquí para siempre. Algunos dicen que han dando marcha atrás y que se arrepienten de hacernos el daño que nos están haciendo.
- ¡Esa breva no caerá!
- La ilusión no hay que perderla hasta el último momento. Yo por si acaso, ya ves que preparo los bártulos para llevármelos por lo mañana pero al mismo tiempo, no me voy de esta casa hasta que no me echen a empujones. Esta noche y mañana todavía pienso dormir aquí.
- Ya verás como al final también tendrás que irte igual que todos.

Los que estaban recostados sobre la hierba en las tierras llanas del cerrillo que mira al charco azul del río, se vinieron al mundo de sus sentimientos. La niña dejó de jugar con los padres para sentarse frente a ellos y preguntar:
- Y cuando nos vayamos de aquí, papa, ¿a dónde iremos?
- Dicen que nos tienen preparado unas casas.
- ¿Y a qué nos vamos a dedicar cuando vivamos en aquellas casas?
- También dicen que se ocuparan de darnos trabajo.
- Pero si es un trabajo distinto al que hemos hecho siempre ¿cómo nos las vamos a arreglar nosotros?
- Y también dicen que aprenderemos.
- En una tierra nueva donde también las personas son nuevas ¿no vamos a echar de menos las cosas que dejamos aquí?
- Las recodaremos y nos costará mucho comenzar otra vez pero ¿qué podemos hacer?

- Es que lo mandan ellos ¿verdad padre?
- Lo mandan ellos y contra sus decisiones ya sabemos que no hay ninguna posibilidad.
- ¿Pero a ti no te da pena, padre, dejar el trabajo, las tierras y las casas donde siempre estuvimos?
- Me da mucha pena pero no hay otra salida.
- ¿Podremos volver luego algún día por aquí?
- Aunque pudiéramos ¿para qué nos servirá? Si ya las tierras no son nuestras, las casas las tendremos convertidas en escombros, los caminos estarán perdidos y por aquí no tendremos ningún trabajo ¿para qué nos serviría volver?
- ¿Pero tú no notas, papa, que esto es una cosa muy mala?
- Claro que lo noto, hija mía. Tengo ahora mismo el corazón lleno de tristeza. Lleno de una pena tan grande que quisiera morir antes de seguir adelante y encontrarme en aquel nuevo lugar. Nos quedamos desnudos, desamparados, tronchados como los pinos que rompe la nieve y aunque nos den otra casa y tierras, no será lo mismo. Lo nuestro ya no será nuestro y como te decía antes, hasta ni venir por aquí podremos. Pero ya ves, hija mía, ha llegado la hora en que nada podemos hacer sino dejarnos empujar para morir arrinconados despojados y fuera de lo que tanto queremos.

LA CERRADA
- Pues cuéntame haber cómo fue aquello.
Le decía el amigo de la aldea de la cumbre al amigo del valle.
- En dos palabras más o menos fue así: en un gran autobús llegaron ellos. Allí junto a las aguas del río Grande, se pararon. Bajaron y en fila empezaron a caminar detrás del guía.
- ¿Adónde vamos ahora?
Preguntaban los turistas.
- Daremos una vuelta por aquí y luego nos encaminaremos a la cerrada.
Les decía el guía.
- ¿Y está muy lejos?
Preguntaban los turistas.
- Tendremos que andar un buen trecho.
- ¿Es que no hay pista ni carretera?
- Sí que la hay pero está prohibida a los coches.
- ¡Valiente fastidio!
- Pero lo compensará le belleza de los paisajes.
- ¿Y por que no paramos por aquí? Si el objetivo es ir a la cerrada, pongámonos en camino y vayamos cuando antes.
Seguía preguntando el turista.
- Eso, ¿por qué perdemos el tiempo?

El guía de los turistas, en su deseo de querer pintar las cosas de tal manera para que los turistas se asombraran, explicaba lo siguiente:
- Es que estamos esperando al serrano.
- ¿Quién es el serrano?
Preguntaban los turistas.
- Un joven amigo nuestro que ha vivido toda la vida en la sierra. Le hemos pedido que vaya hasta la cerrada para ver cómo se encuentra el camino. Las últimas lluvias y algunos arreglos que están haciendo por ahí, lo tienen muy estropeado.
- ¡Pues vaya fastidio! ¿No podíamos ir nosotros y así vemos lo que tenemos que ver?
- Sólo será un momento.
Les seguía diciendo el guía. Y no fue un momento.

El joven serrano, nuestro amigo porque tú bien sabes quién es, subió por el camino. Cuando llegó al sendero que se mete por el río y va derecho a la cerrada y al puente de tablas que por ahí alzaron para que pasaran los turistas, se vino por el lado de la ladera que pega a los Villares. No se podía pasar por el sendero. Y no se podía pasar por dos razones claras: las grandes lluvias habían desbordado el río y el sendero estaba roto y, además, aquella mañana estaban por allí cortando el monte.
- ¿Y qué monte era el que cortaban por allí aquella mañana?
- Como tenían pensado trazar una pista a lo largo de todo el río, contrataron a unos pocos serranos viejos, les dieron cuatro pesetas y le dijeron que tenían que cortar el monte.
- ¿Pero las viejas encinas y los gruesos robles también?
Preguntaron los serranos.
- Todo lo que nos estorbe para trazar la pista, tiene que desaparecer.
- Pregunto otra ve: ¿los viejos robles también?
- Los viejos robles y las grandes madroñeras. ¿No decís vosotros que con eso se puede hacer carbón vegetal?
- Lo decimos porque es verdad.
- Pues ahora tenéis la oportunidad.
- Pero es que el bosque que crece por esta cerrada y a lo largo del río es otra cosa.
- Vosotros no tengáis miedo que ya volverá a salir.

Así que se fue el joven por la parte alta y asomándose a los voladeros de rocas que vuelcan al río, vio lo que vio.
- ¿Y qué fue lo que vio?
- El río corriendo por entre aquellas peñas, la gran cerrada llena de profundidad y miedo y a los serranos por allí rozando el monte. Unos con hachas y otros con sierras arremetía contra el monte y los viejos robles. Los ecos de los golpes del hacha retumbaban en lo hondo del cauce y las ramas viejas de los robles caían rodando por las laderas hasta los charcos del río.
- Ahora vamos con aquel que tiene las ramas secas.
- Ten cuidado que esa madera es tan dura como el hierro.
- Tú no te preocupes que yo tengo músculos.
- Pero hay que ver cómo eres.
- ¿Por qué dices eso?
- Lo que tanto hemos considerado como a nuestro tesoro más grande, ahora lo desprecias como al peor de tus enemigos.
- Si me piden que lo corte y, además, hasta me pagan y con ello son felices, pues yo adelante.

Y dicen que cuando bajó el joven al valle donde esperaban los turistas, lo primero que les contó fue lo que en la cerrada y a lo largo del río había visto.
- ¿Bueno y qué? ¿No se puede cortar un árbol para trazar una pista por el río a fin de que por ahí suban los turistas?
- Pero es que aquello da pena. ¡Un árbol como aquel y destrozado en media hora y de esa manera!
- Con el tiempo, lo de la cerrada será mucho más importante y dejará más dinero. Ya verás tú la cantidad de turistas que por la pista subirán buscando las cerradas y luego las lagunas de la parte alta.
Decía el guía poniéndose del lado de los turistas.


LA ALAMBRADA
¿Somos señores del mundo? Ciertamente.
Dueños un poco a la manera de Dios no para destruir,
sino para desarrollar, no para la muerte sino para la vida.
En cuanto avanzo un poco dejo atrás el pinar del rincón. La pista desciende para el barranco y al mismo tiempo se acerca al río. Por entre los pinos enseguida veo los tejados y las paredes blancas de unos edificios. Mi intuición me dice que por aquí ha de estar la piscifactoría. Pero como no he venido nunca por el rincón ni conozco estas instalaciones, no estoy muy seguro. Mas la configuración del terreno aquí recogido bajo la falda rocosa de la cordillera, la oscuridad del barranco por donde se hunde y corre el río, todo parece anunciar que este punto es el lugar ideal para una piscifactoría. Y como estoy viendo los edificios, ya casi doy por seguro que es aquí donde se encuentra. Además, los edificios son bajos, de una sola planta y alargados, propios de lo que en realidad puede ser una piscifactoría.

Bajo yo pensando que me está costando menos de lo que en un principio creía, recorrer el rincón, porque si esto es la piscifactoría, se encuentra mucho más cerca y todo aparece bastante más recogido en el barranco, de lo que esta mañana creía. También recuerdo que el mapa que traigo conmigo, lo amplié un poco y claro, ya no es la escala a la que estoy acostumbrado.

Vengo reflexionando estas cosas cuando me tropiezo con la alambrada. Una cancela de hierro que me corta el paso cerrando la pista y desde aquí, a un lado y otro, arrancan unas mallas metálicas cercando todo el barranco y dejando en el centro los edificios que descubrí antes y que ya tengo a dos pasos. Me siento incómodo porque me gustaría llevar a cabo el recorrido que tanto he planificado pero ahora, esta barrera, me lo impide. Busco algún paso y no lo encuentro. La alambrada es alta y está muy tupida.

No hay manera de pasarla a no ser saltándola por encima que además de tener su peligro, parece como una invasión. Siento, de verdad, lo fastidioso que es una alambrada en las tierras de estos montes porque inmediatamente uno reacciona pensando en que nadie tiene ningún derecho a poner una valla en mi camino. Pienso yo que estos montes son de todos y pienso que aquellos que se apropian para sí trozos de tierra limitándolos con cercas, me ofenden a mí y a otros como yo. “Esto es mío y por aquí no quiero ni que pases”. Es lo primero que me dice el autor de una valla como estas y ante tal actitud de prepotencia y soberbia enseguida me revelo en mi interior diciendo: “¿Y con qué derecho te apropias tú estas tierras para tu gozo particular?”

Luego me enseña todos los papeles de permisos, propiedad y demás pero en fondo, ninguno de esos papeles lograrán que mi rebeldía siga existiendo. Es lo que me ha pasado, lo que me pasa ahora. Y, además, todavía en este momento encuentro una situación más desagradable. Como no veo a nadie, porque al parecer todos los edificios están deshabitados, ni siquiera tengo la posibilidad de pedir permiso, de preguntar o de protestar, si se diera el caso. Qué incómodo, raro y hasta insultante es encontrarse delante de una situación como esta.

Sin pretenderlo, sin que lo quiera, todo mi ser me remite inmediatamente a otros momentos donde las realidades eran a la inversa. Una casa pequeña, de piedra y madera, al comienzo del valle. En el flanco derecho del valle un bosque de árboles autóctonos mezclados con árboles frutales que los habitantes del cortijo cultivan y cosechan. Por el centro del valle corre el arroyo y en las praderas pastan las ovejas. En el flanco derecho del valle, unos linderos por donde crecen las parras, los nogales, perales y otros árboles frutales. Más a la izquierda, sobre la ladera, el otro cortijillo donde viven los habitantes que cultivan y cosechan los árboles del lindazo y los hortales de la llanura.

El pastor carea a sus ovejas y cuando, en cualquier época del año, pasa por las huertas o los lindazos, si le apetece coger fruta u hortalizas de los bancales, las coge y no tiene problemas ninguno. El dueño le dice:
‑ Las tierras son tan tuyas como mías siempre que las respetes cuides con esmero.
‑ Es verdad que en ocasiones me entran ganas de coger algunas nueces o tomates para la comida de mi familia.
‑ Sin problemas, porque lo mismo de pobre o rico voy a seguir siendo con tres tomates más o menos.
‑ Pues igual te digo: si algún día tú necesitas un cordero para ti, tu familia o para comértelo con tus amigos, me lo dices. Lo mismo si necesitas unas calabazas o tres kilos de patatas de las que tengo en el hortal.
‑ Tú tranquilo, que no tienes que pagar nada.
Las ovejas y el pastor van y vienen por el valle aprovechando las tiernas hojas de la hierbas frescas y cuando el hombre siente hambre, se acerca a los lindazos y de por allí coge lo que encuentra. Hasta moras y algunas son gordas como castañas por ser buena tierra esta de los ribazos.

Pasan los años y los lindazos cambian de dueño. Uno de la ciudad que lo primero que hace es arreglar la casa dejándola más tipo chalé que cortijo. Le pone paneles para captar la energía solar y antenas para las televisiones. Lleva agua a todos los aposentos a través de tubos de plástico negro dejando el manantial de la ladera seco, pone alambradas en las tierras de los lindazos y los hortales. Pasa por allí una tarde el pastor y al ver que sus árboles, los manzanos sobre todo, se mecen cargados de apetitosas frutas amarillas, coge unos kilos. Se las está comiendo sentado en uno de las piedras de las paratas, frente a la llanura, cuando hasta él se acerca el nuevo dueño.
‑ Qué ¿merendando?
‑ Unas manzanas que he cogido de ese árbol.
‑ Ya tenía yo ganas de encontrar al ladrón.
‑ Hombre, no es para tanto. Si quiere te las pago.
‑ Me las devuelves y me las pagas; así quedas escarmentado.
‑ Pues aquí tienes las manzanas; sólo falta una pero a cambio, pongo en su lugar este puñado de nueces que aún guardo de la cosecha que el año pasado me dieron mis cuatro nogales.
‑ Pero ¿y quién me las paga?
‑ Por lo menos yo no, porque te las he devuelto todas. ¡Ah! Y si algún día necesitas algo no tienes nada más que avisarlo. Lo digo, porque como eres un vecino nuevo... Hombre, uno no posee gran cosa pero lo que tiene es de todos. Un borrego más que menos, tres kilos de patatas o unos panes recién amasados tampoco me van a poner rico ni a dejar en la miseria.

El pastor luego aquella tarde sigue careando a sus ovejas por la llanura y desde lejos mira a los lindazos. Ahora no les parecen los mismos. El ha recibido el raro mensaje y ahora tiene una gran tristeza dentro de su alma. Los mira y los ve como si ya los lindazos no fueran los mismos y de ahí que hasta le resulten menos bellos, menos familiares y esto es lo que le desconcierta, porque ¡los tiene tan dentro después de tantos años pisándolos y sintiéndolos suyos! Eso de cerrar en alambres las tierras y meterse en el centro en un edificio de lujo diciendo “esto es mío y de nadie más”, él no lo entiende. Por muy modernos que sea, no son las costumbres de estas tierras y por eso no lo entiende.

UN DÍA COMO TANTOS
“Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueña
y en un día como tantos descansan bajo la tierra”.

La información y noticias que de la senda tienes, comienzan y se acaban justo en lo que ellos te dijeron. Y ellos te dijeron que lo de aquella tarde sucedió de la siguiente manera:

Por la mañana bajaron al valle desde las cumbres porque tenían que hacer algunas cosas por aquí. Una vez en el valle se dedicaron a los asuntos que traían entre manos y quedaron en juntarse al caer la tarde.
‑ Nos vemos en el Charco de la Cuna, donde la senda cruza el río.
‑ ¡Pues vale!
Se dijeron y a partir de este momento cada uno se dedicó a sus cosas.

Aquel día era final de otoño un poco ya rozando el umbral del invierno. Por la mañana el cielo había amanecido lleno de nubes y como los días anteriores había llovido, al amanecer, los barrancos aparecieron cubiertos por las nieblas. Por encima de la aldea de Los Villares, las cumbres de los dos Calarejos, el de Los Villares y el de Los Nevazos, amanecieron blancas. Las primeras nieves del año y según los entendidos de la aldea, no iban a ser escasas. También ya estaban blancas las otras cumbres de más arriba. Las de las Banderillas, por encima de los Pardales, por el Tranco del Perro y desde ahí toda la cumbre cercana al cortijo del Haza, con el mismo picón del Haza, justo por encima del Salto de los Organos.

Así amaneció el día pero a media mañana, las nubes se abrieron y ello les llevó a pensar que el temporal iba a remitir. Que cuando por la tarde se juntaran para de nuevo ponerse en marcha y remontar la senda, rumbo de la aldea, la subida sería fácil.
‑ Si ya no llueve más y las nubes también se alejan, en “un periquete”, recorreremos la senda y nos encajamos en las casas.
Se dijeron ellos pensando en el momento del regreso luego a caer la tarde.
Pero las cosas no evolucionaron así. No llovió nada ni tampoco nevó a lo largo del día pero las nubes volvieron. Del valle se alzaron las nieblas y por donde se elevan los calarejos y más arriba, las Banderillas, las nubes se amontonaron. A lo largo del día se fueron concentrando y cuando la tarde comenzaba a tomar el relevo, en las cumbres, la oscuridad era total.
‑ Ya veremos cómo se las gasta.
Comentaban ellos cuando ya pegados al río, se fueron juntando según lo que habían acordado por la mañana.
‑ A mí no me gusta nada eso que tenemos encima.
Decía otro ya a punto de ponerse en camino río Borosa arriba en busca de la senda.
‑ Otras veces también hemos visto el Calarejos cargado y luego no pasó nada. Así que ánimo: pongámonos en camino que en la aldea nos esperan los niños.

A ti te dijeron que el camino arrancaba más o menos por donde hoy el río Borosa entrega sus aguas al Guadalquivir. Que durante un para de kilómetros subía por el cauce, justo por donde hoy va la pista‑paseo de los turistas. Cuando llegaba al primer arroyo que al Borosa le entre por la izquierda, se alejaba del río y comenzaba a subir por la ladera. Te dijeron que por aquí, por esa empinada y agreste solana, la Cuesta del Topaero, subía un camino trazando curvas y coronando collados hasta enfrentarse al Calarejos. Desde el rincón, cuando ya lo tenía todo remontado y parecía que en cualquier momento iba a irse para el arroyo de la Campana, dándole un corte al Calarejos, cogía y se tiraba por el lado del río Borosa. Atravesaba las cañadas que caen desde el Calarejos y al coronar una loma se encontraba frente a la aldea. Los Villares de Roblehondo, se llamó la aldea desde siempre y era a este lugar a donde principalmente venía el camino. Esto es lo que a ti te dijeron.

Preguntaste si en Los Villares moría para siempre el camino viejo y te dijeron que no.
‑ Por allí se diluye entre las eras, las huertas y las casas, cruza luego el arroyo y sigue.
‑ ¿Hasta dónde?
‑ Podría decirse que no tiene fin. Pero sí va alcanzado objetivos. Desde la aldea de Los Villares, remonta a Roblehondo, no el de Guadahornillos sino el otro, y desde el collado del Roblehondo, corona al del Perro.
‑ ¿Qué es el Collado del Perro?
‑ Un día te organizas, te vienes conmigo y recorremos el camino. Es la mejor manera de explicarlo y conocerlo. Nos ponemos y recorremos el camino hasta el Tranco del Perro. Cuando estemos allí lo verás con tus propios ojos y lo comprenderás enseguida.
Le dijiste que sí y luego le preguntaste por aquella tarde.
‑ ¿En qué acabó por fin?

‑ Con sus cosas a cuestas, remontaron el trozo por donde el camino se ciñe al río. Por los manantiales torcieron luego a la izquierda y pin, pan, pina, pan; ladera arriba caminaron buscando la aldea. Como el camino remonta tanto y las nubes aquella tarde se concentraban sobre el Calarejos, su ruta parecía ir más hacia el centro de la tormenta que hacia la aldea de Los Villares.

Y he dicho tormenta porque eso fue lo que allí aquella tarde explotó. Una gran nube que empezó a envolverlos cada vez más según subían por la ladera.
‑ ¿No te lo decía yo? El temporal se cierra y en cualquier momento puede comenzar la lluvia.
‑ De todos modos no hay que asustarse. Mejor que nadie sabemos que en este tiempo y sierra, los nevazos puede caer y contra ellos siempre supimos luchar.

Y la nieve comenzó a caer. Según subían, primero fueron envueltos por las nieblas, los azotó con fuerza el viento helado y enseguida los copos cerraron el poco horizonte que aún quedaba. El Calarejos se perdió, los farallones que desde él descienden, también. Se tapó la senda y ni siquiera a cinco metros la niebla dejaba ver.
‑ Hay que seguir. La aldea no queda lejos y aunque cuanto más subamos más nos metemos en el núcleo, ahora ya no podemos regresar.
‑ ¿Pero y si el nevazo es grande y la tormenta nos acocota?
‑ Saldremos de ella como otras veces.

Se cerró por completo. La nieve siguió cayendo por momento cada vez en mayor cantidad. El frío aumentó y como el viento siguió soplando fuerte, en cuanto la noche llegó, se quedaron bloqueados. Se les borró la senda y al intentar seguir ya se encontraban perdidos.

Dicen que primero, uno se despeñó por el barranco y por entre el monte y la niebla, desapareció. Otro al pisar el manto helado de una grieta profunda, se hundió y aunque pidió ayuda, el compañero no pudo salvarlo. Se sumergió y bajo la nieve se quedó perdido para siempre. Y un tercero, como no quería dejar de andar para no quedarse congelado, siguió y al parecer desapareció hacia el centro de la tormenta, la gran niebla y la densa oscuridad de la noche.

Esto es lo que a ti te dijeron y aunque luego preguntaste más, el recuerdo moría en este punto.
‑ ¿Pero cuando vino el buen tiempo no salió nadie a buscarlos?
‑ Salieron a buscarlos cuando ya el sol derritió la nieve pero no hallaron rastros. Dieron vueltas por todo el monte y siguiendo la senda pero ni señales encontraron. Como si se los hubiera tragado la tierra.
‑ ¿Y qué pasó después?
‑Los habitantes de la aldea aceptaron la realidad. Ya sabían ellos que por este rincón de la sierra, los temporales y los nevazos del invierno, se las gastan así.
‑ Pero ¿y los amigos?
- Abatidos por la pena, lloraron en el hondo silencio aplastante que los días siguieron tendiendo por las cumbres y los valles. Duro fue aquello pero para cambiar las circunstancias nada podían hacer ellos.

Esto es lo que a ti te dijeron y aunque seguiste preguntando, la historia moría en ese punto. Nadie quería ir más allá para así dejarla enganchada a la fantasía, a lo irreal porque a pesar del dolor, era bello y de la mano del infinito, por las cumbres del Calarejo, remite a Dios y a lo eterno.

EL SUEÑO
El Señor cuenta el número de
las estrellas y a cada una le pone su nombre.

Tuviste un sueño y en él no viste como en la Biblia, un cielo nuevo y una ciudad nueva. El cielo que tú viste era el mismo y la ciudad, el pueblo de la roca, se reflejaba en la transparencia del charco. Los serranos ahora llaman por aquí charco al gran pantano que un día construyeron sobre las tierras de sus huertas. Pero los serranos siempre llamaron charco a los hermosos charcos de aguas limpias que desde toda la vida se remansan en los arroyos de estos montes. Tu charco no era el pantano sino el de toda la vida, el que se retiene entre las rocas en las corrientes de los arroyos.

Junto al charco limpio el joven guardaba su libro, la muchacha se recostaba en la hierba, los mayores se afanaban en sus cosas de siempre y los niños jugaban por entre el resto de la corriente del arroyo, frente al charco transparente donde el cielo de siempre y la ciudad de la roca se reflejaba. Todo esto, como una imagen símbolo, tú lo viste así:

Un río, el que atraviesa y siempre atravesó el valle, partiéndolo en dos y al norte la hermosa ladera que mira al sur y donde nace el río. La ladera poblada de inmensas encinas oscuras y por debajo de ellas todo el suelo tapizado por un gran césped verde: grandes praderas de hierba por donde pastan los rebaños de ovejas, vacas y bueyes y en las tierras de la llanura, preciosos trigales ondeados por el viento. Toda la ladera, por la llanura y la otra vertiente norte, salpicadas de pequeños y blancos cortijos, alrededor de algunos más grandes y junto a los manantiales, los arroyuelos y los huertos. Un mundo lleno de vida que más parece eso: un sueño, una fantasía soñada donde la belleza es lo más importante y después el aire limpio lleno de aromas de rebaños y trigales que maduran.

Bajo la gran encina oscura de la ladera se afana el padre en tejer esparto, sentado sobre la hierba y con sus pies estirados por la torrentera que se derrama hacia el río. Está él ocupado en esta faena y lleno de gozo en su alma por el placer de todo cuanto le rodea. Un poco más abajo pasta el rebaño y con sólo verlo el placer corre por todo el ser. Los animales tienen tanta abundancia de hierba y el tiempo es tan plácido y bueno que no les faltan de nada. Los corderos retozan, cantan por entre las zarzas los ruiseñores y por el bosque de encina se les oyen a los mirlos.

Aquí mismo, a los pies del padre, el joven se recuesta y junto a él la muchacha juega. En sus manos el joven tiene el libro y con interés lee las cosas que en las páginas fueron escribiendo todos aquellos que a lo largo de los siglos vivieron y se afanaron por estas tierras.
‑ Entonces, ¿todo lo que aquí hay escrito es importante?
Le pregunta al padre.
‑ Todo lo que ahí se ha escrito es nada más y nada menos que la historia de nuestros ante pasados, su lucha por la vida, por estas tierras, sus alegrías y sus penas. Lo que ahí está escrito es casi lo mismo que tú ahora puedes ver a lo largo y ancho de este gran valle pero con profundidad hacia atrás y lejanía hacia delante, porque ahí se recoge no sólo el pasado sino el presente y el futuro de cuanto por aquí respira y existe.

La muchacha mira al joven y al padre y ya sólo con su mirada parece decir que todo aquello y el presente inmediato que ahora mismo viven ellos, es muy hermoso. Que le gusta y le llena no sólo de paz y gozo profundo sino de esperanzas y ganas de vivir la vida. ¿Quién no puede apetecer un paraíso como este donde por no faltar no falta ni el amor ni la abundancia de manantiales ni las tierras repletas de hierba y bosques?

Algo más abajo, por entre la sombra de las encinas que clavan sus raíces en la misma corriente del río, juegan los niños. Como en el rebaño los corderos, en la familia ellos son los que retozan mientras los mayores se afanan en las cosas de la vida. Y los niños andan por la corriente y al llegar a donde ésta se remansa en un charco, se paran junto a él. Y es que el charco les fascina. Tan grande, todo azul y tan cristal y, además, allí recogido entre las sombras de las encinas y frente a la ladera norte con el pueblo dorado en su centro, el charco les fascina. En el espejo de sus aguas se reflejan las montañas con sus bosques, las cumbres y las nubes blancas y en el mismo centro destaca el pueblo.
‑ Es como una pura fantasía de juguete que hasta parece viento y ni se puede tocar porque se rompe.
Dice uno de ellos.
‑ Sí que es eso pero, además, qué chico y bonito ahí clavado en su roca de siempre. No parece ni pueblo porque tampoco parece que fuera cosa de esta tierra.
‑ Y, sin embargo, es el pueblo de la roca, nuestro pueblo de siempre que hoy ha venido a bañarse a este charco limpio como si le gustara el rincón y quisiera jugar con nosotros.

Aquella mañana, cuando nadie en el valle lo esperaba y menos ellos, por lo alto de las tierras del collado asomaron los que venían de fuera y comenzaron a bajar ladera adelante llenos de solemnidad y se acercaron al padre y a los jóvenes. Como quien tiene el poder y viene dispuestos a que se les respete. Por eso allí, junto al padre se paran y sin ni siquiera saludarlo, el que parece más importante dice:

‑ Yo soy el gran director y éste mi ayudante.
‑ ¿Director de qué, señor?
Le pregunta el padre lleno de humildad y con algo de sencillez.
‑ Soy el único gran director de todo. A partir de ahora van a cambiar mucho las cosas en estas sierras y en este valle.
‑ ¿Cómo qué cosas, señor?
Y el gran director se dirige al joven que sostiene el libro donde están escritos todos los sueños y luchas de los tiempos antiguos y de los tiempos actuales y le dice:
‑ Trae ese libro.
‑ Es que este libro lo conservo con mucho cuidado y no se lo puedo dar a cualquiera. En él se escribieron historias muy bellas que hablan de estos lugares y de los que vivieron en otros tiempos en ellos. Si se pierde o se rompe es como si de pronto nos quedáramos sin raíces. Seguiremos viviendo pero desconectados bruscamente del pasado y eso sería muy malo para las personas de esta tierra.
Le dice el joven.
‑ Tú trae ese libro que encima de sus hojas, encima de lo ya escrito, voy a plasmar un plan que yo, el gran director, traigo para los nuevos tiempos.
‑ Pero señor, escribir sobre estos textos es una irresponsabilidad. Un desastre para nosotros.
‑ Quiero escribir ahí para que se sepa que lo antiguo, a partir de este momento, queda anulado, ya no sirve. A partir de ahora, lo nuevo es lo que vale y será lo importante.

Y como el joven no quiere darle el libro, el gran director se acerca, se lo arrebata de las manos y dándoselo al ayudante le dice:
‑ Toma y escribe sobre ese papel el nuevo plan para los nuevos tiempos.
‑ Pues que quede claro, señor gran director, que usted me acaba de arrancar de las manos y con violencia, nuestro pasado, las raíces de nuestras vidas y nuestra propia identidad e historia.
‑ Tonterías, porque eso es como si fuera una profecía y aquí no se trata de profecías ni de sueños. Esto de tu libro arrancado con violencia de tus propias manos no va a quedar claro nunca porque en ningún sitio se recogerá. Lo único que desde ahora empieza a ser válido es mi nuevo proyecto. Adelante ayudante.
El ayudante toma un lápiz también muy grande para que parezca que es muy importante todo lo que va a escribir y mirando al gran director le dice:
‑ Usted manda.
‑ Primero, se va a construir en este valle un gran pantano cuyas aguas inundarán todas las tierras fértiles con sus huertas, cortijos, caminos y aldeas. Todo quedará para siempre bajo las aguas. Se romperán casorios, se destruirán montes, se trazarán nuevos caminos, se echará de por aquí a todo el ganado y a un lado y otro, los bosques ya no serán lo que son ahora porque los serranos, los habitantes de estas sierras, ya no podrán entrar en ellos ni con sus rebaños ni a cazar y puede que hasta ni para caminar en forma de paseos hermosos. Todo esto, a partir de ahora queda regulado por decreto ley y allí donde halla un manantial ya no seguirá llamándose manantial sino fuente porque primero construiremos caminos, luego asientos y pilares, más tarde todas las sierras, serán declaradas parque natural y a partir de esos momentos lo anunciaremos en todo el mundo para que los turistas venga y lo invadan.

Yo ordeno que a partir de ahora se construyan hoteles, campings, lagos artificiales y que la gente que hasta hoy trabajaba en las tierras, en sus huertos y en sus ganados, que se dediquen a los hoteles, que estudien en las escuelas taller de su pueblo y que luego monte campings. Para estas sierras, desde ahora y de una vez para siempre el sistema de vida tradicional de los serranos, se acabó. Muera todo esto y demos paso a lo moderno con su red de carreteras asfaltadas, luz eléctrica en los pueblos y televisión en abundancia y mucho fútbol. Que mueran también las ferias aquellas antiguas de ganado y demás costumbres rancias y que ahora ya los nuevos tiempos traiga discotecas, fiestas con buenos músicos modernos y grandes movidas donde corra la cerveza, el vino y demás modernidades.

En fin, esto es a grandes rasgos el nuevo plan que luego poco a poco iremos corrigiendo, retocando o amoldando según vayan las cosas y nos interese a nosotros aunque en ello daremos participación a los serranos que lo quieran, por supuesto.
‑ Pero señor, según yo descubro, esto que dice y su ayudante escribe, es una auténtica barbaridad que nos va a hacer mucho daño a los serranos de una forma irreversible.
‑ Ya sabemos que algunos no estaréis de acuerdo y que protestaréis pero con el tiempo os cansaréis. Por ahora todo se hará tal como ya ha quedado escrito sobre las cosas antiguas de este libro antiguo vuestro.
‑ Señor, y eso del pantano ¿usted me lo puede explicar más despacio y con detalle?
‑ Espera un poco que lo vas a ver con tus propios ojos, muy detalladamente.
‑ Pero señor director...

LA SENDA DEL TRIGAL
Las sendas por estas sierras son como las venas por donde corre la sangre de una raza de gente que fue superior a muchos de los que por aquí hemos venido después. Las sendas son como lazos de amor entre ellos, el monte que les cobijaba envuelto y el rodar lento de los días y las noches.

La senda que por el trigal baja hasta lo hondo y se aleja luego por la ladera de las perdices y el barranco de la eternidad, es como una pequeña estela surcando el mundo de los misterios y elevándose luego hacia el infinito del cielo. Su primer tramo es la llanura del trigal porque es ahí, en la ladera llanura donde siempre ha crecido el trigal de ellos. En la ladera que mira al levante y se refleja en la otra ladera de enfrente y en la corriente del arroyo. Ahí es donde el trigo crecía espeso, alto como un bosque de pinos, verde en los meses de la primavera y luego dorado oro, cuando ya el sol lo iba madurando.

Cuando pasaban ellos por allí toda el alma se les llenaba de paz y hasta se sentían plenos por aquel regalo tan rotundo que el campo con sus noches y lluvias, les ofrecía tan hermosamente.
- Como si fuera todo un tesoro que no sólo nos da sabiduría y gozo interno sino que nos hace sentirnos superiores a cualquier otras civilizaciones.
Comentaban ellos saliéndole este sentimiento desde lo más hondo del corazón. Y como la senda se hunde en el barranco, atraviesa la pequeña cerrada de las rocas blancas y luego de cruzar el segundo arroyo, se eleva por la ladera de las encinas grandes, al pasar por entre la hierba y el monte, las perdices le salían al paso.
- Aquí siempre ellas buscan sus semillas y se ve que los animales deben sentirse bien cuando no se van. Fíjate que nunca alzan sus vuelos ni se espantan.
- Estos pájaros deben sentirse agusto con nuestra presencia por esta senda y hasta parece que desean que las cosas sean así.

Un mundo superior todo el que esta senda recorría y donde el trigal era como la entrada al paraíso y al barranco de las perdices. Y luego todavía hay quien cree que los que ahora tenemos coche estudios y dinero, somos superiores y gozamos de más libertad y verdad que aquellas personas.

LA LADERA DE LOS PAJAROS
El río baja encajonado entre grandes paredes de rocas y más arriba se ven los bosques de encinas. Algunas como montañas de grandes y otras con troncos gruesos como el cuerpo de tres hombres juntos. La corriente se remansa en varios tramos configurando charcos que parecen lagunas y después de trazar varias curvas, amplias y hermosas, gira hacia el sur. Pero aquí, justo donde empieza a doblarse, primero se ensancha como si fuera un lago de verdad y luego une sus aguas a las del arroyo que baja de la segunda ladera de los pájaros. La que siempre que me asomo por la cumbre del alimoche me queda a la izquierda.

Y es desde aquí, desde el mirador, que no es mirador construido por los hombres pero que yo lo llamo así porque estando en lo alto se ve todo el barranco con sus cinco laderas y otras cumbres, es desde aquí el punto en que mejor se ve la corriente de ambos cauces: la del arroyo y la del río. No sólo distingues los charcos, remansos, cascadas, panorámicas y árboles sino que hasta ves si el río lleva más o menos agua, si ésta es transparente o tiene color tierra. Sobre todo el último tramo del arroyo que le entra por la derecha. Desde esta cumbre parece que si alargas un poco la mano enseguida tocas el agua que por el arroyo baja. Tiene una peculiaridad la corriente de este arroyo: en el último tramo corre entre cascada y remanso; es decir, no es ni cascada ni remanso sino lo intermedio que es corriente algo remansada mas bien tirando a plácida que es lo que le da un toque realmente bello.

El otro primer tramo, el que ya sí es casi una cascada pero desde mi balcón no puedo verlo porque me lo tapan las encinas, es eso: mucho más misterioso que el tramo final. Baja desde lo más alto de la segunda ladera incluso de mucho más arriba, lugar que no conozco y por eso me tiene tan intrigado. Desde mi balcón, que lo goza poca gente porque casi nadie lo conoce excepto un servidor y algún que otro amigo mío que procuro distinguir con lo más exquisito, la corriente de este primer tramo del arroyo es como un pequeño misterio. Ahí aplastada por la ladera y arropada por el bosque de encinas que es también, para mí, otro asombro.

La encina, especie forestal dominante en la región y árbol emblemático del mundo mediterráneo, su presencia aquí, en este especial rincón de mi alma, es indicadora no de una sola cosa sino de varias: madurez ecológica, belleza paisajística, riqueza ornitológica y un sin fin de bellezas.

La encina ha acompañado desde sus comienzos la historia regional, en sus mitos, sus culturas, colaborando decisivamente primero en la subsistencia de la población al desarrollo de formas económicas cada vez más complejas. Estrabón, al hablar de los pueblos de la península ibérica, nos dice que estos se nutrían la mayor parte del año de bellotas; las cuales, después de secas y trituradas, se molían para hacer un pan que podía guardarse durante largo tiempo. La importancia del fruto de la encina como alimento de los pueblos de España queda de manifiesto en el discurso que dirige Don Quijote a los cabreros en donde les dice: >comer bellotas es símbolo de la edad de oro=. Esta cualidad, así como su robustez y longevidad, hizo de la encina un árbol mitológico; para los antiguos griegos el dios de los dioses, Zeus, cuando bajaba a la tierra tenía una encina como vivienda.

Quizá sea por esto, por la presencia de tantas encinas en el rincón y, además, bañadas por tantas aguas limpias, por lo que en esta ladera abunda lo que tanto me llama a mí la atención: los pájaros. Son de todas las clases: chicos, grandes, de colores, blancos, negros, insectívoros, rapaces, carroñaros... Lo nunca jamás visto en las sierras de este Parque y parece que, hasta hoy, esta ladera pasa inadvertida casi para todo el mundo que es lo que a mí me alegra de verdad.

Puede parecer raro pero la verdad es ésta. Nadie viene por esta ladera ni tampoco por el río, el arroyo o la cumbre de mi balcón. De aquí este paraíso que es más que ninguno de esos paraísos que tanto airean en los libros, las revistas, el cine y otros medios. Aquí los animales viven como en los mejores tiempos del planeta, entre su bosque su río y sin seres humanos que lo molesten para nada. Ni siquiera los científicos los torturan con tantas marcas, aparatos, receptores, anillamientos, pesos y otras cosas. Que esas reservas, como dicen ellos, son jaulas donde los pobres animales ni tienen libertad. Tan limitado el terreno por todos sitios, tan molestados continuamente por tanta observación, tan controlados que esto ya no se parece, ni por asomo, a esta ladera mía.

Sólo tengo yo que bajar un poco, recorrer la pequeña meseta sobre la cumbre y asomarme al barranco. Desde aquí, desde mis pies, salen ellos volando pero no asustados, sino como si estuvieran jugando y se van extendiéndose en todas las direcciones del barranco. Un águila por aquí, perdices por allá, algunos zorzales volando de una encina a otra, tres mirlos surcando la ladera, el búho allí más abajo, los buitres de una ladera a otra, palomas que arrullan, los escandalosos arrendajos y así hasta bandadas grandiosas de toda clase de aves. Que esta ladera es un paraíso de silencios, bosques y aguas por donde las aves vuelan libres y son como pequeñas joyas.

DIA DE NIEVE
Ya bastante bajo en esta ruta por la pista que me lleva al cortijo del Poyo del Rey, en una de las curvas miro para atrás y veo tres grandes picos rocosos. Son los que Facundo llama El Narigón. Desde aquí tengo otra perspectiva y por eso descubro que las narices, las rocas que se alzan con robustez desde el macizo hacia el cielo, son tres. La primera se encuentra junto al collado por donde pasa la pista. Otra que es más mazacote, un poco en el centro y la tercera, se va más a la derecha, bajando por la cuerda en que desciende la senda vieja. Y por entre la segunda y la tercera es por donde se cuela el camino que acabo de recorrer. Los tres espigones tienen forma de nariz muy vasta y gorda. Narigón le cuadra muy bien pero la más bella de las rocas y la de mayor personalidad, es la primera. La que pega al collado por donde atraviesa la pista.

Las miro durante un rato y al venir como mis ojos hacia la cuerda del Caballo de la Zarza, me parece ver a joven sentado sobre las rocas de la cumbre, frente a los cazadores y rodeado de sus amigos. Me parece verlo ahí y ahora que comienzo otra vez a bajar por la pista buscando las profundidades del barranco, en una de las curvas que la pista traza adaptándose a los pequeños barrancos que bajan desde la cumbre, me lo encuentro.

Hoy ha caído una gran nevada y por eso todo lo que por aquí se ve es sólo un espeso manto blanco. Ni siquiera se ve la senda que por aquí bajaba. La nevada es tan grande que todo el paisaje ha quedado tapado con más de un metro de copos fríos. Pero el joven este mañana baja desde el puerto del Narigón buscando los cortijos del barranco y aunque casi no puede andar porque ni ve la senda ni espacio de tierra por donde pisar, parece que no le preocupa. Esto de una nevada grande es lo normal en estas sierras y por estas épocas del año y como lo tiene tan asumido ahora incluso le gusta.

Al llegar a uno de los pequeños barrancos el alma se le llena de gozo. Al verlo tan lleno de nieve, tan redondeado y casi tan igual por todos sitios, se detiene junto a él y para sí mismo se dice:
- Me voy a subir al poyete que forman esas rocas. Como veo que por ahí se extiende una breve ladera portillo que me da paso hacia la parte más honda, por esa pendiente me voy a tirar para abajo y como si fuera un tobogán me dejaré deslizar por la suavidad de esta nieve tan blanca hasta caer en esa zona tan honda que se extiende abajo. Seguro que por ahí me voy a quedar perdido entre tanta nieve pero eso ya me está gustando. Siento que no hay gozo más grande en el mundo que rodar por nieve como esta y dejarse hundir en lo más profundo de su blancura. Luego saldré de ahí todo empolvado y me moriré de felicidad corriendo por esa tierra llana. Me hundiré una vez y otra hasta la cintura, hasta el cuello, hasta la misma cabeza porque por entre esa nieve tan blanca y blanda me voy a caer una y mil veces y cada vez que me levante traeré entre mis manos grandes puñados de tan delicada belleza.

Si puedo y las fuerzas no me faltan, intentaré subir no esta pequeña ladera sino la que veo entre las dos rocas de los pinos. Al subir me volveré a hundir hasta desaparecer y luego remontaré otra vez para rodar y quedarme frenado contra la vieja sabina. En fin, tal como lo estoy viendo y sueño, esto va a ser el día más feliz de mi vida. Ojalá ahora mismo la nieve no fuera fría para que así no se me helaran las manos ni la cara ni los pies. Si la nieve no fuera tan fría ¡qué maravilla!

Y el joven está parado frente al barranco tan lleno de nieve y soñando la aventura que de un momento a otro va a empezar a vivir, cuando oye que le llaman. Por la senda, desde los cortijillos del barranco, el padre se acerca.
- ¿Qué quieres?
- Te traigo la yegua tolda para como otras veces ella te saque de los barrancos tan llenos de nieve.
Al oír la noticia olvida el sueño que hasta este momento corría por su mente y baja por la senda en busca de la yegua. Porque para él, lo de la yegua tolda también era su locura. Subirse en ella para entrar y salir por las sendas que llevan al barranco o simplemente para darse una vuelta por los campos, era su locura. También lo era para el animal que parecía no vivir si no llevaba sobre su lomo el peso del joven. Así que ahora, eso de que la yegua tolda viniera a rescatarlo de aquella montaña de nieve, era hasta mucho más placentero que incluso echarse a rodar por la ladera y hundirse en la nevada.

EL BARRANCO EN FORMA DE AGUILA
Sentado en las rocas de la cumbre y rodeado de sus amigos, como ahora ya se les había roto todo el plan que habían soñado, el joven quiso contarle una de las muchas vivencias que tenía desparramadas por los misteriosos barrancos. “Fue de la siguiente manera y el fin fue casi como este final que estamos viviendo ahora pero con la diferencia que allí fueron ellos los que nos dieron las gracias a nosotros.
- ¿Veis esos barrancos lejanos por donde el bosque es oscuro y las tierras parecen llanas?
- Los estamos viendo.
- Pues como podéis comprobar a pesar de lo lejos que nos encontramos no son barrancos muy profundos. Son quizá los barrancos más suaves de todo el gran laberinto de barrancos por donde teníamos pensado perdernos hoy. Pues allí, en el mismo centro del gran laberinto es donde se encuentra el extraño barranco que tiene forma de águila.
- ¿A qué se debe esa forma tan distinta?
- El por qué, no lo sé pero os explico cómo es ese barranco donde se contiene no uno sino dos o tres. Si cogemos a un águila y la ponemos en el suelo con las alas abiertas, la cabeza mirando al punto en que sale el sol y la cola al lugar en que se pone y al mismo tiempo le extendemos más las alas, nos quedaría casi la misma figura y situación que tiene el barranco. Es decir: la parte de la cabeza sería el cauce por donde salen las aguas del barranco, la cola sería el comienzo y el cuerpo y alas serían los grandes valles por donde bajan los arroyos más nobles.

Nosotros aquel día le entramos al barranco por el lado de la cabeza que es ya el arroyo grande que chorrea. Le entramos por ahí porque es por ese punto por donde sube la senda que ya conocemos y que pasa por paisajes hermosísimos. Digo nosotros porque éramos tres o cuatro. Me habían elegido para que les enseñara esos barrancos al hijo y al amigo de no sé qué persona importante. No me dijeron de quién era hijo ni tampoco lo sé ahora. Sólo me pidieron que les acompañara porque quería conocer esa zona de la sierra y según les habían dicho, nadie como yo podría explicarle los lugares. El caso es que me fui con ellos y le entramos al barranco por el lado que ya os he dicho.

El plan era coger el arroyo del ala derecha del águila y desde las juntas subir luego por el cauce, remontar hasta el extremo del ala y una vez allí, avanzar por la cumbre primero hasta la cola y luego hasta la punta de la otra ala. Desde allí bajaríamos por el barranco tercero de esa ala izquierda y vendríamos a salir a las fuentes. Desde aquí seguiríamos todo el gran arroyo abajo pero por el otro lado hasta concluir por estas cumbres, la magnífica vuelta del barranco. Este era nuestro plan y así lo comenzamos.

Llegamos a las juntas del primer arroyo unas dos horas después de haber salido el sol y aquello fue lo más emocionante. Fijaros que yo conozco bien todo aquel rincón porque lo he pisado muchas veces a lo largo de mi vida. Pues hoy, precisamente hoy, aquel rincón era un espectáculo de belleza y fantasía. Donde el arroyo se junta al grande, brotan las fuentes y nada más reventar, en forma de cascada de un metro o así, caen a la laguna. No es una laguna, como bien sabéis, sino el gran charco azul que de tan limpio parece viento pero ellos al verlo, enseguida dijeron que aquello era una laguna.
- Y la más bonita que nunca hemos visto.
Les pedí seguir después de un largo rato allí parados y ellos me respondieron que no.
- Es que nos queda mucha ruta.
- Pero este rincón es grandioso. Si nos vamos nada más llegar ¿cómo vamos a participar de la belleza placentera que de aquí mana?
- Lo que vosotros queráis pero os digo que la sierra tiene muchos rincones como este y subiendo por el arroyo, aún más bonitos.
- Tú espérate que por de pronto lo que ahora queremos es saber cómo se llama ese llano.

Se referían al llano que nos quedaba a la izquierda y sobre cuyas tierras, en tiempos muy lejanos, se alzaba un pequeño cortijillo. Les dije cómo se llamaba aquel lugar así como las fechas en que vivía gente por allí y luego les dije también el nombre del manantial, de las fuentes, de la laguna, el bosque que está por la parte de la cola del águila y el del arroyo que se derramaba en la laguna. Ellos tomaron nota en una libreta chica y cuando pasó una hora o más, seguimos arroyo arriba.

El día entero se nos fue en coronar aquel arroyo y la cumbre que va desde el ala derecha hasta la cola y luego desde la cola hasta el puente del ala izquierda y aquello no fue ni molesto ni pesado. Tan bonitos estaban aquel día los paisajes, con las nubes blancas coronando las cumbres, los bosques verdes y los arroyos, que aunque anduvimos mucho, ni lo notamos.
- ¡Increíble!
- ¡Jamás lo hubiera creído!
Exclamaban sin parar los jóvenes que me seguían.
- ¿Y ahora dónde vamos?
Me preguntaron cuando ya bajábamos por el arroyo del ala izquierda.
- Al rellano grande que en la junta tiene el arroyo tercero.
- ¿Y Es bonito?
- El broche que adorna cuanto hasta ahora hemos visto.

Y cuando llegamos al rellano es cuando ocurrió lo de las autoridades. Nada más vernos nos preguntaron:
- ¿De dónde venís vosotros?
- De las cumbres y los barrancos.
- ¿Pero es que no sabes que no se puede pasear por el monte?
- No lo sabíamos pero, además, nosotros sólo hemos hecho eso: pasear por el monte.
- ¿Tenéis permiso?
- Yo por lo menos no.
- Pues entonces ya está todo dicho. Vuestros nombres y documentos. Vamos a multaros.

Miro a mis acompañantes y les digo:
- Yo sólo soy un pobre joven nacido y criado en estas sierras. No sé ni defenderme, así que si me multan tendré que aguantarme.
- Déjanos a nosotros.
Y el mayor de los muchachos, avanzando un poco por el rellano y enfrentándose a las autoridades les dice:
- Ya puedes romper esos papeles de la multa.
- ¿Por qué?
- Porque yo, éste y ese somos los hijos de... ....
- Por favor, perdón. No lo sabíamos. Os pedimos perdón y también que lo olvides todo. Seguid vuestra ruta y si necesitáis algo, a vuestro servicio estamos desde ahora mismo. Seguid adelante por donde os apetezca y a vuestros padres, nuestros saludos.

DONDE DUERMEN LAS NUBES BLANCAS
Las dos menos cinco. Comienzo a subir la pista que ya ha llegado a lo hondo del barranco y busca de nuevo la parte de la cumbre. Lo digo ahora y aquí mismo: tengo la intuición de que barrancos más bonitos que este no existen en ninguna parte del mundo. Todo lo que por aquí veo me indica eso y el laberinto de rocas tocando la cumbre y las que se derraman por la ladera hacia donde estoy. Es esto un reducido mundo lleno de fantasía que me remite continuamente a otros paisajes. Tal es la cantidad de sensaciones y rocas que, ya sufro la derrota: no seré capaz de contar con exactitud ni la mitad de lo que ahora mismo siento y quiero.

A mi izquierda acabo de ver una cueva. El guarda del cortijo del Chaparral me dijo que por aquí estaba la cueva del Salto del Moro. Voy a subir, porque tengo que subir un poco y apartarme de la pista. Es una insignificante covacha donde crece una higuera. A su alrededor, por el lado del barranco, le han levantado una pared. Junto a la higuera, frente a mí y casi a mis pies crecen tres esparragueras. Miro hacia las profundidades y algo intimo me empuja a sentir las voces de los niños.

Como su cortijo estaba en lo hondo, en lo más profundo de estas fantásticas cumbres, todo a su alrededor formaba una gran muralla. Unas paredes tan elevadas y misteriosas para ellos que aquello era su gran obsesión: lo que al otro lado de esas murallas existía y ellos desconocían.
- ¿Cómo es posible que detrás de las cumbres no viva nadie?
- Pues no vive nadie. Sólo las nubes que van por el cielo y cuando se les termina el barranco, van y se esconde detrás de las cumbres.
- Entonces ¿nadie ha pasado nunca de esa cumbre para allá?
- Yo creo que no. El mundo y lo que en el mundo existe, se acaba en este valle. Allí en las cumbres es donde las nubes tienen su casa y cuando se cansan de andar por el cielo, van y se meten en ella para dormir. Cuando sale el sol se levantan, se dan una vuelta por el valle y al caer la tarde vuelven otra vez a su nido. Si ven que les falta agua a los arroyos o a los campos, los riegan. Dejan caer sus lluvias sobre el monte y a los pocos días se van a dormir.

Esas blancas y grandes que de vez en cuando se les ve solas por el cielo, son las encargadas de vigilar. Cuando notan que hace falta lluvia dan aviso a las otras.
- Entonces, sobre las cumbres y al otro lado ¿es donde duermen las nubes?
- Las nubes y dos o tres persona pero nada más.

Y como aquellas dos o tres personas más, nunca venían por el valle y ellos creía que sería bueno que un día vinieran para que les contaran cosas del otro lado de las cumbres, en sus ratos libres se ponían a tirar piedras.
- ¿Qué juego es ese?
Les preguntó el padre.
- Estamos enviando un mensaje a los que viven al otro lado.
-¿Un mensaje?
- Queremos que sepan que nosotros estamos aquí a ver si un día vienen y nos muestran cosas de aquel mundo al otro lado de las cumbres.

Pero sus piedras no llegaban a las cumbres. Siempre se estrellaban contra la barrera de los acantilados y de nuevo volvía al valle. Así que ellos seguían con su obsesión: no existía en todo el mundo más cortijo que el suyo en el centro del valle, rodeado de grandes calares rocosos y las cumbres más arriba. Sólo este trozo de tierra existía para ellos y más allá, el mundo ya no era mundo. Todo lo que al otro lado de los horizontes que rozaban las cumbres, hubiera, era como un misterio profundo por completo desconocido para ellos.

Ahora mismo, aún me parece sentir sus voces y el ruido de las piedras. Por eso me digo que para mí es un profundo gozo sentirme en estos momentos, en el centro de aquel mundo que era sólo de ellos, de las nubes blancas que dormían sobre las cumbres y de nadie más. Al otro lado sólo existían los misterios y los horizontes azules derramándose desde las cumbres.

EL ARROYO DEL TRONCO
¡Es curioso! Nada más terminar de pasar este primer montón de rocas, un pino laricio y el pajarillo, un carbonero que al verme ni se ha extrañado. Quieto se ha quedado piando como si deseara saludarme y tan cerca que si quisiera lo podría coger con mis manos. Se ve que al animal le debe resultar curiosos ver por aquí a un ser humano. Lo he rozado, he rozado el pino que ya he dicho es un laricio clavado en las grietas de las rocas y ahora bajo un poco. Es esta bajada como la que lleva al Arroyo del Tronco. Se parece bastante por la cantidad de rocas que hay que saltar para llegar a la corriente.

El arroyo se encuentra en una ladera chica que mira y va un poco de este a oeste, inclinada al norte. Baja en picado desde lo más alto y cuando ya va despidiéndose de la ladera se hunde en ella como si quiera cortarla en dos. Justo aquí es donde se abren las grandes cascadas y las anchas pozas de aguas azules.

En una ocasión, cuando en aquellos años llovía tanto y bajaban por el arroyo aquellas riadas tan grandes, por la parte alta de las cumbres se cayeron muchas encinas. Algunas rodaron y por entre el monte se quedaron para siempre pero otras rodaron más y en cuanto llegaron a las aguas del arroyo, la corriente las arrastró y al caer por las cascadas, donde las rocas se amontonan, por ahí se quedaron. Muchas de ellas atravesadas en la corriente y encajadas entre las piedras, el resto. Por más que la corriente los golpeara aquellos troncos tan duros, resistieron las riadas de los inviernos y las heladas de las noches frías. Únicamente cuando bajaba la corriente en los meses más secos del año, agosto o septiembre, aquellos bellos troncos quedaban al descubierto y entonces parecía que sí era fácil sacarlos de entre las rocas.

Lo parecía solamente porque desde luego no era nada fácil sacar un tronco de aquel arroyo aunque se tratara de los más pequeños. Y lo más importante era que ¿a quién se le iba a ocurrir ir a extraer un tronco de aquel arroyo? A veces, los de la administración se lo habían pensado por la utilidad que de los troncos podría obtener. Pero como a ellos al parecer sólo les interesaban los troncos de pinos más gruesos y restos, la madera de aquellas encinas viejas, aunque era mucho mejor madera, la despreciaban. Sin embargo, el joven sí se sentía atraído por los blancos troncos de las viejas encinas.
- De ellos se saca el mejor carbón, se hacen lumbres que calienta y producen las mejores ascuas y se labran los más fuertes mangos para las hachas.
Le había dicho muchas veces el padre.

Por eso aquella mañana él se acercó al arroyo y por el lado derecho, que es por donde se le une el cauce grande, se puso a bajar saltando por las rocas.
- ¿Adónde vas?
Le pregunta el padre.
- Voy a sacar los troncos color castaño que la corriente tiene retenidos entre las rocas.
- Será imposible que puedas sacarlos de un arroyo como este.
- Por intentarlo no pierdo nada.

Hasta lo hondo del barranco el joven bajó y a duras penas consiguió llegar a donde estaban los troncos. Como era la época en que la corriente no llevaba mucha agua, la saltó con facilidad una vez para acá y luego para allá y cuando ya estaba por donde los troncos dormían encajados en las rocas, se paró y se puso a mirar.
- Esto es grandioso.
Exclama asombrado mirando al padre.
- ¿Qué es lo que se ve?
- Se ve un chorro de agua que cae desde el arroyo enano y parece que viniera del mismo cielo.
- Ese es el manantial de las juntas que nace aquí mismo.
- Pues cae abierto en forma de chorro de cristal tan majestuosamente amplio y tan dulcemente bonito que más belleza no existe en ningún sitio.

El joven aquel día no siguió con su deseo de sacar los troncos del arroyo. Por entre aquellas rocas bañadas de cascadas, sinfonías de agua y viento, se quedó asombrado y gozando a tope. Desde entonces el rincón es conocido más que por el arroyo del tronco, de los troncos y del asombro.

LO QUE DUERME EN EL SILENCIO
Sin querer, sin pretenderlo, de pronto me sorprendo a mí mismo sentado aquí, junto a este chorrillo ahora ya un poco charco de agua limpia y como si meditara o en el fondo algo triste y perdido por el tiempo de aquellos días, miro al barranco. Parece como si de ahí salieran unos extraños sonidos que se asemejan algo a lejanos lamentos. Como si desde el denso silencio desparramado por esta ladera, quisiera salir a flote un trozo de aquello que fue. Concentro mis sentidos y desde aquí, descansando en la quietud de la tarde junto al pequeño manantial mío, observo el abarranco por si acaso descubro lo que ni siquiera sé que es.

Y por ahí, por el breve portillo de tierra y tupido de rocas, bosques y pámpanas de parras, baja el joven. “¿Adónde vas?” Le grito desde lo hondo de mi alma con un sonido que no llega a salir de mi boca y por lo tanto no se oye nada más que en las regiones silenciosas de lo eterno.
- Voy a por mi racimo de uvas de todos los días.
- Pero si a mí me dijeron que en esta solana nunca crecieron viñas. Bueno, me dijeron que alguien sembró vides en estas tierras y que en lugar de vino dieron vinagre y por eso luego a todo este rincón lo empezaron a llamar del Vinagre. El cortijo, el arroyo y la Torre que ahora es museo.
- Eso es lo que leíste en un libro pero parras siempre crecieron por aquí y por eso yo ahora mismo voy a por mi racimo de todos los días. Y te aseguro que son las uvas más ricas que jamás nunca nadie pudo comer. Donde en esta solana abunda tanto el sol y el agua ¿cómo no pueden darse buenos vinos?

Y lo veo bajar por el portillo, apartarse un poco de la senda, agacharse y de entre las verdes pámpanas de la parra, coge su racimo. Lo alza en la mano y al verlo realmente me asombro. Son estas unas uvas tan hermosas que con sólo verlas entran ganas de comérselas de tan apetitosas y ricas. Se sienta ahí mismo y junto a la roca que mira al valle, se las empieza a comer.
- Tendrás tú que enseñarme el camino que lleva a ese puntalillo para que un día pueda ir hasta donde crecen las vides y coger también un buen racimo.
Le digo.
- El camino, el puntalillo y las uvas, existen pero no lo busques nunca por las tierras de esta solana ni de las sierras que ahora mismo pisas. Anda sepultado en aquello que fue y ya no es.

Y en este momento, de unos rasetes que hay más para arriba, surge el balido de una de las ovejas.
- ¿Y eso qué es?
- Es la oveja reina que ya me está llamando.
- ¿Llamando para qué?
- En cuanto se le llena la ubre quiere que vaya a sacarle la leche. Es la que más leche da de todo el rebaño. Como seis veces al día se le hincha la ubre y tanto que puede reventarle. El animal se debe sentir molesto y hasta puede ser que le duela y por eso bala.
- ¿Pero tendrá su cordero?
- Cría un cordero que es el más gordo y lustroso de la manada porque se pasa el día mamando pero ya te he dicho que la oveja reina da tanta leche que ni el hijo es capaz de agotarla.

Y el joven sube desde el puntalillo en busca del rebaño que pasta en su pequeño prado. En cuanto se acerca, la oveja se viene a su encuentro, se le pone delante y alza una de las patas para dejar al descubierto la enorme ubre. Es hermosa, redonda, roja y muy prieta por la cantidad de leche que contiene. Saca el joven el recipiente y nada más tocar la ubre la leche sale a chorros. Como si en ese mismo momento ya la ubre hubiera reventando y por sí misma vertiera la lecha a cascadas.
- Es una barbaridad. Nunca en mi vida vi nada que se le pareciera y ni siquiera me imaginaba que en estas sierras corrieran ríos de leche tan espumosa y caliente.
- En estas sierras siempre hubo mucho más de lo que algunos imaginan.

- Y ese sonido tan parecido a lamentos pero que no es ni sonido ni lamentos, que se oye ¿de dónde vienen?
- Es el perro de uno de los cortijos del valle.
- ¿Qué le pasa?
- Está aullando.
- Pero es un lamento que no se parece tampoco a ninguno de los aullidos que otras veces he oído por aquí.
- Ese sonido que oyes es un eco trascendente. Algo que arranca desde las profundidades de los tiempos y atraviesa los siglos y al pasar por donde nosotros estamos, aflora un poco y el resto sigue adelante.
- ¿Cómo un río que no se supiera de dónde viene ni a dónde va pero que al rozarnos deja un poco de su agua y sigue?
- Algo así podría pero sin mezclarse ni rozar la tierra. Como un mensajero que no se queda en los sitios sino que pasa dejando el mensaje y se aleja.
- ¿Tiene esto algo que ver con estas sierras?
- ¿Tú qué crees?
- Yo creo que sí. Que es como un mensaje que el tiempo dejó aprisionado entre las fragancias de la hierba y la bruma de los valles y ahí permanece como si esperara el momento de hacerse presente y decirnos que esto y aquello y lo de más allá, no puede seguir por más tiempo así. Que la verdad y el camino es otro.

- Quizá podría ser así. Pero tú ten en cuenta una cosa: la gran sierra en sí, tiene, siempre tuvo un alma que es el corazón mismo de la sierra y lo que cae dentro del gran misterio global. Esto que has visto y oído hoy pertenece a esa alma que por supuesto quiere transmitir un mensaje. Tú medítalo y si llega el caso, díselo a alguien de por ahí aceptando de antemano que no lo van a entender. Sin embargo, dilo para que luego no se diga que no se dijo.

Siento yo ahora otra vez los aullidos del perro y como también oigo el leve cascabeleo del chorrillo del agua que corre junto a mí, me doy cuenta que sí: que por un momento, desde este silencio del barranco de los robles, he roto la barrera del tiempo y he visto y tocado trozos que ahora mismo ya no están por aquí. Así que me levanto, bebo de la limpia agua del manantial y sigo. Quizá en otra ocasión se me presente la oportunidad de conocer algunos trozos más de este gran misterio global.


LOS DESPISTADOS
Ellos poseen los títulos que acreditan lo que dicen son e incluso algunos ejercen como directores. Pero ellos, que yo lo sé porque lo he visto, no suelen ser muy humildes sino más bien engreídos ya que pocas veces reconocen que una cosa es lo que han aprendido en los libros y otra la realidad concreta de estas sierras, sus paisajes y caminos. Así sucedió aquel día.
Iba yo con un grupo de jóvenes amigos míos y por lo tanto de los que aman la sierra y desean conocer en directo los paisajes del Parque. Me puse en medio del grupo como uno más y bien sabe Dios que de ninguna manera quería quitarle protagonismo a los responsables de la excursión. Sé bien que no aceptan fácilmente que otro sin título les contradiga algún asunto y por eso lo más inteligente es dejarlos aunque en ocasiones lo sufran los otros.

Pues de pronto nos encontramos donde comienzan los arroyos, muy cerca de las ruinas del antiguo cortijo, gloria de este rincón, en tiempos pasados.
‑ Ahora vamos a subir hasta la cumbre de la cordillera donde brilla la nieve.
‑ ¿Nieve?
Pregunta uno del grupo y a continuación llama al profesor para decirle que aquello no es nieve.
‑ ¿Pues qué es entonces?
‑ Son las nieblas que la lluvia ha dejado y ahora se van barranco arriba; como les da el sol parecen nieve pero no lo es.
‑ ¡Tú qué sabes de eso! Subiremos hasta el lugar y te demostraré que es nieve.
‑ Pero si estamos casi a quince grados ¿Cómo va haber nieve con esta temperatura?
‑ En la cumbre es distinto.

Y como nadie quiere desobedecer seguimos subiendo aunque en el fondo sabemos que aquello no es nieve. Dejamos atrás las ruinas del cortijo y al volcar el cerrillo nos encontramos con el rebaño de ovejas pastando en su pradera.
‑ ¡Vaya hombre, lo que faltaba!
Exclama de nuevo el profesor.
‑ ¿Que pasa ahora?
‑ Pues que las ovejas nos van a fastidiar el día.
‑ Pero los animales están en su mundo y esto es precisamente hermoso o quizá más hermoso con el rebaño esturreado por los campos.
‑ Las ovejas siempre enturbian la paz de los paisajes y te quitan las ganas de andar por ellos.
‑ Pero a nosotros nos gustan.
‑ No hay más que hablar; se suspende la excursión a la cumbre.
‑ Pero ¿Y la nieve?
‑ Otro día venimos.

Como él lo ordenaba nos volvimos para atrás y comenzamos a bajar arroyo adelante. Al poco nos tropezamos con unas tablas y en ellas unos letreros que decían: “Piscifactoría, criadero de truchas”.
‑ Pero esto sería antes.
A lo que el profesor responde:
‑ ¿No estáis viendo los estanques y el agua en ellos?
‑ Sí pero los estanques están llenos de algas y plantas acuáticas. Las truchas no viven en aguas estancadas sino torrenciales, oxigenadas y frías.
‑ Pero el letrero dice que es una piscifactoría; no lo habrán puesto de broma ¿Digo yo?
‑ Señor profesor, esto es ahora una piscifactoría abandonada.
‑ Bueno, dejémoslo.

Y seguimos bajando; por el lado derecho porque según el profesor había que buscar el camino ya que resultaba más bello y divertido que andar por en medio del campo.
‑ Es más formativo, tiene un encanto nuevo y se goza mejor el paisaje andar por el campo libre.
‑ Sí, para tropezar con todo, para hacerte daño o herirte y si llega el caso, perderte por estos montes. Además, tenemos que encontrar un restaurante para comer y si es posible una paella con carne de monte y que no cueste mucho.
‑ ¿Y los bocadillos que traemos?
‑ Eso no es comida para un día de excursión y mucho menos comerlos sentados por el suelo, las piedras o bajo las encinas. Donde se ponga un restaurante que se quite lo demás.

Menos mal que aquel día, sin que nadie lo buscara y mucho menos el profesor, nos encontramos lo rotundo a la revuelta del camino: por debajo de la piscifactoría el arroyo tiene un salto bello. Por ahí caía una nube de agua pura en forma de cascada que llenaba de música y humedad sin nombre, la bruma dulce del barranco. De las encinas y los fresnos, algo más abajo, surgía como una niebla espesa y plata que más bien parecía otra cascada a la inversa. Sólo ver aquello serenidad armoniosa, era delicioso. Le dijimos al profesor quedarnos por allí y su respuesta fue:
‑ No, porque con tanto ruido y rocas tan gigantes, ni podemos entendernos ni tampoco
sentarnos.

Lo dejamos así y de la cascada blanca, tan finamente diluyéndose en el viento, ya no le dijimos nada por miedo a que nos contestara diciendo que, según sus títulos y todo lo que había leído en los libros, aquello no era una cascada de gotas cristalinas, sino una avalancha de nieve que bajaba desde las cumbres. Le hubiéramos respondido que en el fondo daba igual porque allí latía la presencia de lo inmenso. También podría haber dicho que era niebla que venía por el barranco arriba puesto que la nieve él la había descubierto sobre las cumbres. Pero también daba igual, ya que aunque se difuminaba y se hacía viento con la luz, el corazón de lo que es total, seguía latiendo allí. Porque hay quien son tan poco humildes que ni reconocen que en todo no pueden ser expertos y mucho menos, que no estén todas las cosas escritas en los libros.

AMOR A LA TIERRA
Miras al suelo del camino que pisas y una vez más sientes los pasos de aquella última mañana. Los del joven que se retiraba vencido, con el alma rota y triste. Otro más que se arrancaban de la tierra amada. Pero tú sabes que en el último momento, el joven fue valiente. Eso es lo que te dijeron y, además, también te dijeron que él era uno más de tantos. Nació en las casas de la aldea que ya no existe y mientras crecía, recorrió los campos del rincón. Trabajó las tierras, llevó el ganado a pastar por las praderas y cuando ya fue mayor, se bañó en las aguas limpias del río Borosa. Se refugió en las cuevas cuando las tormentas se derramaban por las cumbres y en las noches frías, se calentó junto a los suyos en el fuego de la chimenea. Amó tanto al campo que pisaba que éste se le metió dentro y se le convirtió en vida propia.

Este era el joven y ni siquiera sus mejores amigos sabían del cariño hondo que en su alma latía por las tierras que labraba y el aire puro que respiraba. Nadie lo sabía pero allí lo tenía él clavado, sin haberlo pretendido, hasta que un día lo supo porque se le convirtió en dolor. Llegaron los de fuera y anunciaron que los de la aldea tenían que irse.
- Y tú el primero.
Le dijeron crudamente.
- ¿Por qué el primero?
- Eres joven, nos plantarás cara y lo que puede ser fácil con los otros, contigo será duro.
- El muchacho no ha hecho nada.
Dijeron los de la aldea, saliendo en su defensa.
- Sabemos lo que sabemos.
- ¿Y qué sabéis?
- Que en su corazón lleva mucho amor por estas tierras.
- ¿Y eso es malo?
- Para nosotros sí. A más cariño por la tierra, más trabajo nos costará echaros.

Aquello al joven le dolió hondamente y por ello se rebeló diciendo claramente que amaba a la tierra porque era su casa y allí tenía sus raíces. Y entonces el que mandaba se puso en lucha con él. Una lucha callada pero firmemente meditada y sin prisa.
- Te ganaré.
Se decía para sí hasta que amaneció el día en que la batalla estaba inclinada. Lo supo el joven y aunque se llenó de miedo y toda el alma le tembló, no le quedó otra salida que recoger para marcharse. Cuando ya se iba, cuando ya tenía amontonadas sus míseras y escasa pertenencias y le quedaban solo unos minutos, se acercó al que le había empujado y le dijo:
- ¡Me has vencido! Me has echado un pulso y en tu lucha conmigo por apartarme del rodal que crees tuyo, has ganado. Ya estás viendo que me marcho porque estoy derrotado. Pero para que lo sepas, lo tuyo es pura cobardía. No has ganado, aunque me has vencido.

Dicen que fueron tremendas las palabras del joven aquella mañana porque dejó a descubierto la mala acción del que se decía grande. Y dicen que el otro, se sintió avergonzado pero en el fondo siguió queriendo lo que ya había ocurrido y no podía volver atrás. El que desde hacía tiempo le había empujado y ahora por fin lograba su propósito, lo miró desorientado y como no tenía argumentos para responder, guardó silencio y se fue hacia un lado. Sin apoyo en la verdad, luego habló y le dijo:
- En el fondo las cosas no son como crees.
- Lo que te pasa es que ni siquiera ahora eres valiente. ¿Por qué no das la cara y me lo dices bien? Desde que pisaste este rodal de tierra, quisiste hacerlo tuyo y doblegarme al mismo tiempo. Como me resistí porque me di cuenta de tu poca bondad, me perseguiste. No podías admitir que un insignificante como yo te hiciera cara y pusiera en duda la intencionalidad de tus acciones. Por eso ahora te digo que has luchado y has vencido pero no con la verdad. Tienes el poder y las leyes porque tú mismo eres la ley y yo no tengo nada más que mi rebeldía y el amor profundo a lo que creo legítimo. Por eso te digo que me has vencido pero no en igualdad de condiciones.

Después de estas palabras, que no fueron ni las que exactamente el joven quería decir ni expresaban con rotundidad lo que él necesitaba, se retiró. Se acercó a las casas de la aldea y como allí en la puerta estaban sus amigos, se dispuso a despedirlos.
- Comprendemos tu dolor.
Les decían unos.
- Estamos contigo y no te olvidaremos.
Les decían otros.
- ¿Pero es que no volverás más?
Preguntaban otros.
- Aunque vuelva, como esto es una derrota, ya no seré yo. Me sentiré extranjero en mi propia tierra.
- Te queremos y comprendemos la nobleza de tu alma y el cariño al rincón.
- Eso lo sé pero no me sirve de nada porque ya veis que me arranco.
- ¿Pero tanto es lo que llevas dentro?

A este pregunta el joven quiso responder despacio y con un discurso largo y claro para exponer bien su amor al rincón. Quiso hablar rotundamente para que comprendieran y supieran la realidad de su tragedia. Deseó esto y con todas las fuerzas de su ser pero no fue capaz. Cargó con sus cuatro cosas, y por la senda que tú ahora pisas, se empezó a marchar. Callado y triste iba él, derrotado y desconsolado y a cada paso que daba hollando la tierra que perdía, en su interior se iba diciendo: ¿Cuándo volveré yo a pisar otra vez este camino?

*EL GRAN PALACIO
Desde la tinada de la derecha ya se ven los llanos por donde se asientas las casas de don Domingo. Ya se ve el barranco de la gran Rambla de los Cuartos y como por estas fechas es casi plena primavera, a pesar de la sequía, los campos están verdes. La hierbecilla ha brotado y los árboles ya mecen repletos de mil hojas nuevas. Es un paisaje hermoso el que hoy presentan estos campos y como desde hace mucho tiempos estos lugares a mí me tienen fascinado, ahora estoy gozando de lo lindo. Desconozco yo casi por completo todavía este trozo del Parque y desde luego no es por falta de deseos. Lo desconozco y es verdad que si alguien puede decir que le atrae y gusta estas sierras con fuerza tremenda, ese alguien soy yo. No dejo de esperar que se presente la buena oportunidad de venir por aquí despacio y dedicarme a lo que tanto anhelo.

Por esto que mientras vamos dejando atrás las partes altas de esta ruta de hoy, se me va quedando el alma en los paisajes que atravieso y los ojos en lo que va apareciendo a cada curva del camino. En todo momento no deja de escapárseme lo tópico y típico de estos casos:
‑ ¡Qué bonito!
‑ Y es asombroso.
‑ Parece un sueño.
‑ Todo eso es y, además, ahora que bajas por aquí me acuerdo de lo que un día me contó mi padre.
‑ ¿Qué es lo que un día te contó tu padre?
‑ Como él tiene tan conocido, andando y vivido estos campos, lo sabe todo y recuerda lo que ni siquiera está escrito.

Así que hablando de cosas de estas sierras él me contó un día que sobre aquel monte, donde el arroyo que corre en dirección sur se tropieza con el cerrillo y tiene que girar hacia el poniente, construyeron un chozo. Justo en lo alto del cerrillo para desde allí dominar bien tanto el barranco grande que da al río como la llanura que queda al frente y las laderas con paredones y arroyos incluidos, al lado norte.

Y me contó él a mí que aquel chozo, construido de monte y palos de encinas, una vez levantado sobre el pequeño cerrillo, parecía todo un gran palacio a donde acudían casi todos los pastores de la sierra tanto a dormir por la noche para no quedarse a la intemperie como a charlar y compartir su comida durante el día.
‑ Tú tienes que venir un día por allí y ver esa senda estrecha que baja por el arroyo.
Me decía mi padre.
‑ ¿Qué le pasa a esa senda, papá?
‑ Que es la senda más bella que nunca nadie se haya ocurrido trazar por ningún rincón del planeta. Baja desde la llanura del cortijo y en cuanto se aleja de éste, se queda casi perdida por entre las zarzas y demás vegetación del arroyo. De vez en cuando se alza un poco sobre la ladera para no tropezarse con los charcos del arroyo y en cuanto ya avista el chozo, se deja ir directamente hacia él. Cuando uno se encuentra allí, en el rellano que existe en la misma puerta del chozo, si mira a la senda y ve venir por ella a los otros pastores de las llanuras de Los Campos, se te llena el alma de satisfacción.
‑ Pero papá, es que sendas y refugios para los pastores hay muchos en las Sierras de Segura.
‑ Eso es verdad pero como esta senda, con su chozo al final, su arroyuelo ahí mismo y el bosque de encina en las llanuras que hay al frente, no existe otra en todo el mundo. Tú tendrías que venir un día y ver si es verdad o no lo que ahora mismo te estoy diciendo.

Esto y otras muchas cosas era lo que mi padre siempre me contó de ese chozo del cerrillo y su senda. Desde entonces, no sé por qué, siempre sueño con el rincón y hasta me parece un puñado de tierra mágico que un día tengo que visitar, como quería mi padre. Ahora que pasamos por aquí me he acordado de él y no he podido perderme la ocasión que su recuerdo produce dentro de mí.

*LOS CHARCOS AZULES
En este camino que hoy llevamos rumbo a la Matea, ya estamos nosotros bajando la ladera norte del Picón de Galayo y como por aquí todo lo que se ve llena de gozo el espíritu y los ojos de verde, Gloria me dice:
‑ En cuanto terminemos de bajar esta ladera vamos a caer a la hondonada que se forma entre el nacimiento del arroyo don Domingo y la cabecera de ese otro afluente que se le engancha un poco más adelante. Es una maravilla de arroyo ese trozo pequeño que desciende desde lo más alto del pico Palomas. ¿Tú has oído hablar de la Fuente de la Chaparra?
‑ Sí que he oído algo y hasta me parece que en una ocasión debí estar muy cerca de ella. Nace esta fuente también un poco al norte del pico a una altura de 1.886 metros. Y de toda esa zona es de donde se le va juntando el agua que luego va recogiendo el arroyo. Por qué ¿tú has oído hablar de los charcos azules?
‑ Los charcos azules son muchos en estas sierras y yo, de unos he oído hablar y de otros tengo referencias por mis propios ojos. Pero si te refieres a unos charcos azules concretos que tú conoces y yo no, quizá es la primera vez que oigo hablar de ellos.
‑ Seguro que sí, porque me estoy refiriendo a unos charcos azules muy concretos que aunque yo tampoco conozco sí me han dicho mis amigos que están por aquí.
‑ ¿En qué punto concreto de por aquí?
‑ Me parece que en el segundo barranco del segundo arroyo. ¿Ves ese gran pino clavado en la ladera del collado?

El pino que me indica sí que lo veo mientras ahora mismo llegamos a lo hondo del primer barranco. Se le ve clavado en la ladera verde del collado y desde lejos se parece al Galapán. Quizá no le llegue ni a la mitad pero se parece y resalta más aún por lo solitario y la tierra inclinada del collado en que ha venido a crecer. Por eso le digo que sí.
‑ Lo estoy viendo y ¿verdad que es todo un señor pino?
‑ Claro que lo es pero no es ahí donde yo quería quedarme sino al volcar. En cuanto volquemos ese collado que no sé cómo se llama, aunque sí me lo ha dicho mi padre muchas veces, puede ser que veamos los charcos azules.
‑ Por si no los vemos, ya que las escasas lluvias de este año pueden que los hayan dejado reducidos al mínimo o a la nada, dime ahora qué son esos charcos azules.

‑ Según a mí me han dicho, porque acabo de decirte que precisamente no los conozco, esos charcos son inmensos lagos de belleza. Cuando los ves desde lo alto de este lado lo que más te impresiona es su transparencia al mismo tiempo que sus tonos celeste, verdes y nieve. Cae primero una gran corriente desde este ladera y antes de convertirse en charco salta en una cascada. Ni muy grande ni muy ancha pero sí lo suficiente para que al caer el agua al charco todo se convierta en espuma con burbujas redonditas que parecen diminutos mundos flotantes. Enseguida se deshace tanto la espuma como las burbujas y lo que de esa corriente resulta es toda una maravilla.

Creo que es un charco grande, alargado para seguir el cauce que el arroyo ha horadado y al principio, como si fuera una playa de piedrecitas chicas. Después, una gran profundidad donde el agua se torna casi verde precisamente por eso: por la profundidad y luego otra vez playa que por la parte del arroyo se queda sólo en corriente donde el agua sigue bajando y por la parte de arriba, aparece la limitada llanura también de piedrecitas blancas.
‑ ¡Qué maravilla de arroyo con un charco como ese que más parece un lago donde se remansa no agua sino viento mezclado con cielo! ¿Verdad?
‑ Una magia, de verdad, y más embrujo cuando en él tú ves los juegos que según me han dicho a mí, jugaban los jóvenes.
‑ ¿Qué juegos eran esos?
‑ Pues creo que se venían en pandillas y por la parte de arriba del charco ellos se organizaban, repitiendo una y otra vez siempre su aventura favorita.
‑ ¿Y cual era su juego tan bonito?
‑ El de atravesar el charco no nadando sino andando. Desde la primera playa, uno detrás de otro, se iban andando adentrándose en las aguas y poco a poco quedaban sumergidos por completo en ella sin dejar de andar. Paraban sólo cuando llegaban a la segunda playa y entonces ahí, unos a otros se felicitaban. Mientras tanto, el resto del grupo contemplaba la escena desde las rocas de la cascada de la primera playa. Y según me han dicho, gozar de aquella escena era la visión más hermosa que jamás nunca nadie pueda contemplar en esta tierra.

Así me interpreta Gloria su tierra mientras poco a poco nos vamos acercando no todavía a su aldea pero sí a las vegas, llanuras y laderas que la rodean. Remontamos ahora la pequeñas cuestecilla que nos presenta el collado del pino y como el árbol ya nos queda tan cerca, vemos lo que bajo él descansa. Son tres pastores que se han juntado para comer.
‑ ¿Ves? Como a estas horas del día empieza a calentar el sol, las ovejas se recogen en la tinada de la derecha, junto a las rocas de la ladera o a la sombra de las carrascas. Es el momento en que los pastores se junta para charlar, comentar las cosas del ganado o para comer.

Los miro y desde luego es una singular estampa. En medio de la soledad y amplitud de estos campos, ellos se buscan entre sí por la necesidad de charlar de algo, para darse compañía y porque al mismo tiempo se ayudan. Hacen bueno así unas de las características más bellas y singulares de estos hombres: el compañerismo, el compartir y la ayuda mutua. Es esto una cualidad humana muy desarrollada entre ellos y por eso les sale de la manera más sencilla y en el fondo hasta parece como si tuviera que ser así. Ellos pasan tantas horas fuera de sus casas y lejos de sus familias que en el fondo tienen verdadera necesidad de ser amigos entre sí. Podría decirse que la tierra por donde se mueven y el trabajo que realizan desde que nacen, les va enseñando estas buenas cosas y por eso llega un momento en que para ellos la bondad y el compañerismo es algo normal en su vida.

Remontamos el collado y como al otro lado se encuentra el barranco y en su centro el arroyo, casi nos hemos creído que de verdad, enseguida aquí vamos a ver ese hermoso paisaje de los charcos azules. Pero aunque al llegar a lo alto lo primero que vemos es este arroyo, los charcos no aparecen.
‑ Pues tendría que estar aquí.
Me dice Gloria como sorprendida de que se vean.
‑ Quizá tus amigos no te dijeron la verdad.
‑ Si me la dijeron.
‑ Entonces lo que puede haber pasado es que el arroyo se haya secado por la poca lluvia que hemos tenido estos años. Pero también puede haber pasado que lo que tus amigos te contaron fuera un sueño, un deseo de llevar a la belleza máxima la hermosura de estas sierras.
‑ También puede haber sucedido eso pero, aún así, yo creo que la verdad de esa fina elegancia, no merma en nada.
‑ Eso es lo que también creo yo. Aunque el paisaje no exista en la dimensión de la materia, en otra dimensión y conteniendo toda su esencia más pura, sí es verdad y se toca o casi se roza plenamente como un borbotón de bellezas de estas sierras.
‑ En fin, que mi fantasía no es menos real porque ahora descubramos que aquí no existe ni charco ni arroyo ¿verdad?
‑ Y tan verdad.


*LOS TRES AMIGOS
Cada uno tiene una tienda. De ropa uno, de fotos el segundo y de libros el tercero. Y el primero con su tienda estaba tan contento que aunque había pasado ya tantos años él no quería conocer nada ni renovar ningún mostrador en su tienda.
‑ La solera, la identidad propia es lo que a mi tienda le da su personalidad única. Aquí no se cambia por cambiar o por estar a la última.
Y este amigo mío hasta tenía en la puerta de su tienda un escaso bosque de cerezos. Todos los años los árboles se le cargaban de rojas frutas gordas y aquello era como las señas de identidad más puras, de la tienda de mi amigo. En cuanto llegaba la primavera como los árboles se le llenaban de apetitosas cerezas rojas, los clientes de la tienda de mi amigo, cada vez que pasaban por allí, todo era llenarse las manos, la boca y hasta los bolsillos de aquellas tan ricas cerezas.
‑ No hay otra tienda igual en ninguna parte del mundo.
Era lo que siempre decía aquella gente y de estos halagos mi amigo se sentía muy orgulloso.

Y al pasar por estas tierras, como ahora se me ha venido al recuerdo la tienda de mi amigo, caigo en la cuenta también de una cosa: el padre de Caty, pastor con solera de las tierras estas de Fuente Segura, no hace mucho me decía que en la aldea esa de las Espumaredas, se crían las mejores cerezas del mundo.
‑ ¿Usted sabe dónde está esa aldea?
‑ He oído hablar de ella y tengo grandes ganas de ir un día por ahí y conocer a fondo tanto esa aldea con nombre tan hermoso como las otras y el entorno.
‑ Pues eso es verdad. Esa aldea es de la más bonita del mundo y como la levantaron los serranos justo donde nace el arroyo que también se llama de las Espumaredas y luego tuvieron que dejarla abandonada por aquello del Coto y demás. Cuando de esta aldea echaron a las personas, las casas, las eras, los caminos y también las huertas, se quedaron para siempre abandonados. Y como ellos allí tenían sus nogueras y también sus cerezos, ahora, cada vez que la primavera brota por estos lugares, lo mismo que en aquellos tiempos, los cerezos se llena de frutas rojas. Y como las cerezas son exquisitas y más las que dan estos árboles, yo, casi todos los años cojo la yegua, le pongo las aguaderas, recorro el camino que lleva hasta la aldea y me trigo cerezas para una semana.

‑Eso sí está bien porque ya que las sembraron ellos, para que se las coman los pájaros, antes vosotros.
‑ ¡Y anda que a Caty no le gusta las cerezas!
Esto es lo que sé de mi amigo de las cerezas en la puerta de su tienda de ropa y esto es lo que sé de este amigo mío pastor en Fuente Segura. Además, mientras el otro día me contaba esto de la aldea, la yegua y las cerezas, yo lo estaba viendo con su yegua cargada de fruta atravesando los caminos que lleva y traen a la vieja aldea y estaba viendo a su hija Caty tan llena de gozo comiendo cerezas ricas sólo regadas con las lluvias limpias de estas montañas y perfumadas por el también limpio aire de estas cumbres.

El otro amigo mío decía todo lo contrario del primero:
‑ La tienda de fotos hay que modernizarlas por lo menos todos los años. Yo este año le voy a poner a la mía un gran mostrador de madera, cristaleras, suelo nuevo y como pueda la voy a ampliar. Cuanto más grande y más moderna sea más le gustará a la gente.
Así que este amigo mío se pasaba el día pensando en modernizar su tienda de fotos y vendiéndole carretes y pilas de botón a los turistas que iban por allí. Un día vi a uno de estos turistas presumiendo de cámara grande y moderna y al ver el hijo del pastor lo llamó para hacerle una foto.
‑ Ponte aquí que me lo quiero llevar de recuerdo. Ya no se ven pastores como vosotros y menos un niño como tú.

El turista le hizo un montón de fotos y como en ese momento se le agotaron las pilas de botón que llevaba la cámara, se las cambió allí mismo y las viejas se las dio al niño, hijo del pastor diciendo:
‑ Toma, para ti, para que juegues por no tirarla en el río.
Y así era como mi amigo, el de la tienda de fotos cada día más moderna, se encargaba de contaminar tanto al hijo menor del pastor como a las aguas del arroyo que por allí corre, porque a la corriente fue donde el turista también tiró la caja donde viene metido el carrete de fotos.

Mi otro amigo, el tercero con su tienda de libros, para darle a todo aquello un toque más natural y al mismo tiempo, se viera que él amaba todo lo que fuera verde, puso por allí un montón de plantas en macetas grandes.
‑ Estamos en los tiempos en que todo lo ecológico tiene mucha importancia. Si las personas mayores y también los niños se acostumbra a vivir entre plantas, eso será bueno.
Es lo que siempre decía y así se pasaba mi amigo medio día regando las macetas. Y ciertamente consiguió que el rincón estuviera verde. Pero cuando un servidor iba por allí y veía las cosas de mi amigo y luego venía por estas sierras, no acababa de comprender. Porque el rincón que mi amigo pretendía poner verde con muchas macetas y plantas grandes, no tenía nada que ver con los magníficos bosques de estas sierras. Tampoco tenía nada que ver con el rincón del joven.

Y me refiero a ese rincón que a él le gustaba tanto. El que es un trozo de curva del río y por donde los animales pastaban tan gustosamente. Era aquello una maravilla verlo desde la ladera de enfrente. Primero el joven cogía su flauta hecha de caña y por él mismo y desde el lado norte bajaba senda adelante desgranando sonidos. Y los sonidos que de aquella flauta salían además de embelesar el alma, llenaban el barranco del río tanto para arriba como para abajo. Al mezclarse las melodías con el rumor de la corriente y el movimiento que el vientecillo imprime a las plantas, el espectáculo que allí se daba, era mucho más que maravilloso.

Los animales que pastaban por la orilla de las aguas o por las llanuras que este río tiene al lado norte, aún le daban al conjunto una pizca más de grandiosidad. Porque esa era otra: la pequeña llanura que se recoge ahí, como escondida entre juncos, tarayes y zarzas, es un paraíso más en pequeño. Y cuando por esa llanura pastan los rebaños, unas veces de ovejas, otras de cabras y en algunas ocasiones de vacas, la belleza se multiplicaba. Pero, además, cuando esta belleza queda enmarcada por esos espléndidos días de primavera y por las tardes doradas del verano en que la luz se desnuda y tiñe de mil variaciones cromáticas, el rincón se parece a un verdadero sueño.

Exactamente todo esto era hoy y todavía un poco engrandecido por la presencia del joven cuando se le ve bajando por la ladera, adentrándose por entre las aguas de la corriente para saltarla por donde pueda y luego fundirse con la vegetación y los animales que ramonean o duermen su siesta. Tú tendrías que conocer como conozco yo la imagen que este rincón presenta cuando por él baja el joven tocando su flauta para quedarse perdido en el misterio del barranco. Cuando yo lo veo y traigo a mi memoria ese otro rincón de mi tercer amigo con sus cuatro macetas para tener cerca de sí un poquito de naturaleza, casi me río. Es lo absurdo de esta realidad que a mí me ha tocado vivir y la inexplicable estructura y forma de vida que unos y otros han montado.

DONDE NACE EL GUADALQUIVIR
Ya dije que aquí empieza la cerrada. Descubro que el desnivel es mucho más pronunciado, el río baja más torrencial, el desfiladero se cierra, y todo se presenta más quebrado, roto, agreste y duro. El fresno es un viejo ejemplar que ha venido a nacer al borde mismo del charco, en el lado izquierdo, donde no hay ni un puñado de tierra. Surge de entre las rocas como si fuera precisamente eso: una roca más con forma extraña de las mil que se desparraman por el barranco. La primera parte de su tronco, según sale de las rocas, es un sólo pie que enseguida se divide en dos formando lo que en cualquier árbol sería la cruz. Es decir, la división del tronco principal, que siempre es uno solo, en dos troncos o ramas secundarias.

De todos los árboles que se dan por estas sierras, en el grupo de los Quercus, encinas, quejigos, robles, es donde con más exactitud se da esta posibilidad. Y como norma general, la cruz suele estar a partir de los dos o tres metros de altura. Pues nuestro fresno, tiene su cruz escasamente a medio metro de las rocas que lo sujetan. Enseguida se divide y luego no sigue creciendo recto, sino que se retuerce lleno de nudos, agujeros, cortes, musgo y ásperas cortezas y se dobla para el charco. Casi roza la superficie de las aguas con su tronco.

No es difícil adivinar lo duro que es para un árbol crecer en este lugar. Cuando en invierno el río baja lleno, la fuerza de la cascada se estrella sobre él. Cuando las cumbres se desmoronan y en trozos se derrumba, las laderas acaban rompiéndose sobre el tronco. Cuando la nieve se amontona en estos barrancos, sus ramas tienen que soportar el peso, a veces, durante meses enteros. Cuando los fríos de las heladas llenan de carámbanos barrancos, cascadas y manantiales, las ramas de este fresno, su tronco y raíces, son envuelto por el hielo a lo largo de días y noches. Es dura la vida para cualquier planta en este lugar y para un fresno como este, aún más.

Pero este árbol, este raro y magnífico ejemplar de fresno, es toda una auténtica maravilla. No podría haber nacido en lugar más bonito, junto al charco que de tan limpio, tiene todos los tonos de estas sierras, recogido y abrazado entre dos grandes rocas, alargado un poco y al final, por donde rebosa para irse de nuevo por la corriente, una pequeña playa de arena. En su centro, por donde le entra la cascada, verde oscuro de tan profundo. Casi metro y medio. Al lado derecho mirando a donde nace el Guadalquivir, una pared de rocas que no termina aquí sino que se alza hasta lo más elevado de la cumbre. Es una enorme placa que arrancando desde lo hondo del barranco, sube dando forma a la cuerda y a la cumbre que me corona por la izquierda.

¿Y la cascada? Es potente, bella, cantarina, limpia y juguetona. Diez metros más arriba del charco, viene abierta. Cayendo por la pared de la roca en forma de sábana extendida. Tres metros antes del charco, las rocas la recogen dándole forma más redonda. Desde aquí cae a la otra roca que sirve de tapón en la entrada del charco. En realidad no es tapón sino cabeza de melón desde donde al caer el grueso chorro, se desparrama como en un gran abanico y ya se funde con el espejo del charco.

Por eso decía que es hermoso este charco con su fresno, la roca que bajo el fresno se curva hacia la masa del agua como si quisiera arropar la luz del reducido lago, su música y hasta su florecilla color miel. Una diminuta flor llamada vulgarmente margarita que se asoma a la corriente trabada en la reducida repisa de la pared de la izquierda donde hay un puñado de tierra regada por las diminutas gotitas que desprende la cascada al estrellarse en la roca tapón.

La miro. La remiro. Me la bebo con mi alma y mientras sigo buscando saltar la dificultad que a mi paso me encuentro, la voy gozando desde otro ángulo. Cada rincón es un charco nuevo. Una corriente que desde aquí se aleja cada vez más engalanada. Hay algunos autores, aquellos que en otros tiempos escribieron del Guadalquivir centrados en los rincones donde nace, que lo describen ampulosamente. Con extrañas expresiones que más bien parece que se refieran a montañas y bosques misteriosos y encantados. Comparan estos paisajes a la sinfonía fantástica de Warne. Y no: Sencillamente creo que en las sierras que dan vida al Guadalquivir, no hay nada de fantástico en el sentido en que lo describen estos autores. Todo es bello, fascinante, grandioso pero desde aquí al misterio de cavernas oscuras y embrujadas, hay una realidad grande.

Ahora que me muevo por el lugar, sé que me viene a la mente el mundo hermoso que Juan Sebastián Bach narra en sus dulces fugas. Se me viene a la mente esta imagen y viendo el agua saltar por las cascadas y remansarse en los charcos, asocio el paisaje a lo que describen esas deliciosas fugas. La corriente de río es la belleza de la voz que canta. El tema se repite una y otra vez y siempre es bello pero nunca suena lo mismo. La voz del bajo canta el tema y le contesta la segunda voz en otra tesitura nueva mientras ahora la primera voz desarrolla otra melodía al tiempo que la más aguda contesta a la segunda. Así, en un juego enrevesado, bello y dulce, la pieza musical avanza recorriendo paisajes deliciosos que llenan de gozo el alma.

La corriente del Guadalquivir, a su paso por este trozo de cauce, es exactamente el desarrollo de una espléndida fuga al estilo de Juan Sebastián Bach. El agua, que es la melodía central, se esconde, salta, chorrea, se desparrama, cae al charco, rebosa, se divide, traza espumas, burbujas, gotitas blancas. Todo es el mismo juego, el mismo encanto, la misma belleza, transparencia y dulzura de una espléndida fuga a veces sonando en órgano, otra en clavecín y otras en oboe, según sea cascada, corriente dulce, charco plácido o destellos de olas.

Por el centro de esta recia fuga, desarrollándose eternamente día y noche, año tras años sin acabarse jamás pero sin repetirse en ningún momento, acogiéndolo en su centro está la exuberante belleza de la impresionante sinfonía de Beethoven. Las rocas llenando el barranco, los paredones también de rocas a un lado y otro, los pinos clavados en lo alto, los troncos de los robustos laricios formando bosques, cada uno de estos elementos es un trozo de esa sinfonía. Acordes rocosos que sobre cogen, melodías de viento y pinos que traspasan, arpegios de plegamientos tectónicos que te aplastan, escalas airosas de tonos y semi tonos que en forma de escalones, agujas y repisas, se elevan hacia las nubes blancas que se asoman y se esconden por el pico de la colina. Graves profundos que en grietas y covachas por aquí y por allá se te muestran majestuosas. Dúos, cuarteos, quintetos, mil conjuntos de vaguadas, arroyuelos, cañadas y fuentes, todo ello mostrándome una vez y otra la belleza de la obra maestra mejor inspirada y más bellamente terminada de la creación.

AMURJO
Casi parecidos, al menos tres nombres existen en estas sierras: Peña Musgo que se encuentra en la ladera norte del Pico Tolaillo y se ve desde muchísimos puntos de este Parque. Arroyo, manantial, zona de recreo y también donde beben las ovejas, es Muso, por las Rambla de los cuartos, en las laderas norte del Picón del Galayo, cerca de las aldeas orientales de Santiago de la Espada y este Amurjo que se encuentra aquí, cerca del pueblo de Orcera en la que sería la sierra de Segura.

Este Amurjo no es un arroyo aunque sí tiene mucha característica de arroyo y se refugia en los barrancos por donde corren no uno sino tres o cuatro arroyos. Los habitantes del pueblo de Orcera sí saben bien lo que es este rincón que se encuentra al final o mejor, en la junta de los arroyos de Linarejos, Malamiel y Fuente de la Zarza, justo en el barranco, por la parte del levante del Pico Picorzo, 1046 m. y al este del Cerro de los Billares, 1209 m. Hay en este arroyo, que ya aquí cuando se juntan todos se empieza a llamar río Orcera, un montón de huertecillas que aprovechan precisamente el agua del cauce para regar hortalizas y frutales. También hay aquí o por lo menos hubo en otros tiempos, bastantes molinos que construidos próximo al cauce del río utilizaban precisamente esta fuerza para su funcionamiento. Hoy día, lo que más presencia tiene, porque siguen vivas y repletas de actividad, son las huertas que con sólo irte por la carretera las ves perfectamente alineadas y llenas de toda clase de hortalizas. También es un decir esto de llenas de vida, porque con la sequía que en los últimos años estamos teniendo el agua que ahora baja por este río no da para mucho.

Además, con esto de Amurjo que en el centro de los pinares y romerales del barranco, es una piscina, zona recreativa, merendero y más cosas, a caballo entre lo natural y lo artificial, la poca agua que por este cauce ahora corre la embalsan aquí para que se puedan bañar los lugareños y si vienen turistas, mejor. Porque esto de los turistas también es una cosa que, según dicen algunos, está muy bien ya que ello es la moda de los tiempos por muchos sitios y también por los pueblos de estas sierra que los buscan como el que busca petróleo. Muchos creen que dan tanto dinero o más que el petróleo y eso también está muy bien; que el dinero es una cosa importante.
Pues con todo esto y otros mil matices más de los arroyos, ríos y montes que rodean el pueblo de Orcera, un día me vine por aquí, entrando desde arriba, desde donde vienen cayendo los arroyuelos y siguiendo la sendilla que arropa el monte y llena de gran placer sólo recorrerla. Cruzo el primer arroyuelo y como algo más abajo la sendilla se pasa al otro lado, me voy siguiéndola y cual no es mi placentera sorpresa al encontrarme con el remanso de aguas. No veo yo nada más que esto: agua transparente con tonos azules en el centro por los reflejos del cielo que por encina, hoy es precisamente azul, y tonos verdosos esmeralda, por los bordes, porque por las orillas, lo que se reflejan son los bosques de las laderas.

Nada más ver este lago tan perfecto me quedo parado en el centro de la senda como si un impulso interno me obligara a no seguir. Como si algo o alguien me dijera que el descubrimiento no es una casualidad sino que está bien preparado y precisamente este punto de la senda es el único en toda la tierra desde donde se ve lo que en este momento estoy viendo. Y lo que estoy viendo es sólo un pequeño embalse de agua limpia sin más ornamentación que la leve oscuridad del barranco, los reflejos de los montes, las nubes, el cielo y la caricia leve del viento que arroyo arriba sube. Miro despacio y también empiezo a descubrir las rocas color oro que caen ladera abajo y que forman tres juegos diferentes al cual más bello.

Las rocas sobre la mitad de la ladera todas parecen querer caerse en el mismo centro sin llegar a ninguna de las dos cosas: ni a caerse ni a encontrarse bañadas por las aguas en el centro de la laguna. Las otras, las más próximas al borde de las aguas sin que todavía las mojen éstas, parecen como si tuvieran hermanas gemelas jugando unas ya en la ladera fuera de las aguas y otras también en la ladera pero dentro de las aguas. Cuáles son unas y cuáles son otras no hay manera de saberlo por la tan bella y perfecta imagen sobre la ladera, fuera y dentro del agua.

Pero lo impresionantemente bonito se encuentra casi al final, donde las aguas cubren como un metro o algo más. Como el viento no deja de crear pequeñas olas y como las olas rizan la superficie con la gracia de un juego tierno, las rocas color oro, parecen pequeños trozos de sueños que flotan en un mágico espacio de fantasía.

Así que esto es lo que me deja helado y casi sin respiración frente al delicioso charco de aguas con todos los tonos. Y como yo tengo ya vividas muchas experiencias en estas sierras, precisamente una de las cosas que he empezado a practicar hace algún tiempo es quedarme, en la mitad del descubrimiento de aquellas bellezas que se me clavan en el corazón. Por esto hoy, no doy ni un paso más. Me vuelvo para atrás y me alejo del rincón sin torcer mi cabeza hasta que ya me he ocultado tras las montañas. Es tan inmensamente bella la imagen que he visto y gozado que no quiero que nada en el mundo me la rompa. Y desde aquel día hasta hoy así es como yo tengo guardada en mi alma la figura de este lugar llamado Amurjo. Me pregunto que cuando algún día venga y vea por fin el fantástico mundo de fantasía escondido en el rincón de los pinos ¿Qué será lo que por aquí me encontraré y qué será lo que sucederá en mi espíritu?

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