5.20.2008

El romántico de las cumbres-1


Notan: Este relato se contiene en el libro LAS CUATRO ESTACIONES DEL ÚLTIMO EDÉN - III La forma de vida de algunos serranos en las montañas del Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas, en la época de Franco, del siglo pasado. Pero contado con un matiz lírico y elevando la realidad a la dimensión del alma.

CUANDO YA EL OTOÑO ha comenzado a llenar de sombras y de lluvias y nieblas frías los barrancos y las llanuras de las cumbres, cuando esta mañana llega con el perfume eterno de la tierra mojada y desde su silencio recio se deja avanzar por la anchura y profundidad de la tierra donde duermen los pueblos y las ciudades y los caminos que tengo escondidos y los rincones que tanto fueron mis pequeños nidos de amor entre el frío y las largas noches del invierno, me despierto y antes de echarme a andar por las rancias pisadas y las oxidadas sendas que hoy me toca recorrer, me repliego en Ti y pidiéndote permiso para que me dejes moverme y me des la luz y el amor para pronunciar y trazar exactamente lo que a tu gloria conviene y me concentro y desde mi yo aislado y agarrado a la eternidad que por aquí ya tienes desmoronada, comienzo a moverme y subo por la estrecha senda que zigzaguea río arriba y ya me palpita el corazón.

Y donde al río grande se le junta el bello que viene de la laguna donde se alza la catedral de piedra, me voy por la llanura ancha de la izquierda que es por donde se desparrama el agua y crece la hierba y se amontona el bosque de encinas y crecen los álamos y se remansan, en mil charcos cristalinos, las aguas de los ríos y de los arroyos que caen y de los manantiales espejos y al llegar al quiosco donde, además de información sobre los caminos y rutas de la sierra, te ponen de comer chorizo de ciervo y lomo de monte y te dicen que lo más hermoso de estas montañas, es el río y la cerrada y los túneles y el salto y los lagos que tienen color de bosque líquido, cruzo por el vado y me voy siguiendo la vieja senda que todavía está casi como en aquellos tiempos.

Y al pisar la tierra del lado sur que es llanura y pradera y sombra quieta por donde juega y se esconde y ríe y es más belleza, la hermana dulce de mi corazón que ya no está pero sí hasta el viento y la luz y las hojas son y saben a ella, me empapa, como en aquellos días, las aguas que en forma de abanico y de nubes de espumas, saltan y caen en caños por las rugosas piedras de las más altas cumbres y en seis ríos que son venas que fluyen desde el alma y se rocían sobre el viento y caen y riegan la tierra de la llanura amada que también es querida y está en silencio y parece sólo mía y en mí sólo se derrama y es bella.

Y al pasar por debajo de tan tierno y grueso espectáculo de las gigantescas cascadas entre pilares y mundos de piedra que se arrugan y se abren en galerías y en cuevas y en agujeros y en torres y en muros y en gritos que asustan cayendo desde la cumbre tan grandiosa y tan mansa, reconozco que sólo tu poder es capaz de crear y mantener y engalanar esta tierra con decoración tan irregular como la que por aquí cuelga y remansa y te doy las gracias que sólo para mí Tú quieras esculpir y llenar de vida y fuerza un espectáculo como este y aquí, donde todo es silencio y por donde nadie pasa ni van por las sendas porque nadie conoce este cielo de las aguas, las llanuras, las cascadas y la hierba.

Y ahí, donde el río bello que es afluente mediano del río grande que atraviesa el valle, tiene las profundas brechas del salto gigante y la cerrada tremenda tan repleta de charcos alargados y de trozos de rocas inmensas que han rodado desde lo alto y en el cañón del cauce se han quedado amontonadas, me voy quedando mientras subo como escondido entre el silencio y busco lo que en parte me pertenece porque fue el rincón y la tierra y la cueva hermosa de mi buen amigo hermano.

Y donde entre las rocas que se han desprendido y las zarzas espesas que esconden el gran secreto, justo al dar la curva de la humilde senda que se rompe y a pesar del tiempo y la tierra deslizada y los cien millones de pisadas de los que por aquí ahora suben buscando las lagunas de las cumbres y sigue latiendo el temblor de la presencia enamorada, me tropiezo con la entrada de lo que así de pronto parece fue una casa acorralada contra la misma cavidad de la gran pared rocosa y luego, en cuanto entro a la mitad, compruebo que es una cueva tallada por la mano del tiempo en la misma dureza de la roca y en el mismo surco que ha cincelado la corriente ayudada por el viento y la soledad y las manos de los siglos y la quietud y las sombras y más tarde, el sudor y el aliento del que fue amigo mío y también dejó de serlo porque se fue siguiendo los derroteros de tantos y ahora por aquí sólo queda su recuerdo en esta cansada mente mía y en el palpitar agotado que tengo dentro.

Y como hoy sólo vengo buscando andar y palpar las piedras de este frío cauce y quedarme con el silencio que los días tienen por aquí amontonado para meterme, una vez más, en el centro de aquella presencia humana que vivió acurrucada en esta covacha y fue menos que el más débil soplo de viento, en cuanto llego a la entra de este palacio de pastores ignorados y tan lleno de tizne por las llamas de las lumbres que encendieron a lo largo de aquellos tan largos días con sus largas noches de hielo, me quedo parado y miro hacia el río y como sigo viendo que todo es tan dulcemente extraño y tan escondidamente bello, me agarro a las frías piedras que todavía hacen de pared contra este lecho y temblando, al tiempo que te pido a Ti permiso para no dañar nada ni faltar en el más mínimo respeto, me apoyo en la roca que chorrea agua y me siento, con la intención de quedarme un rato por aquí escondido en lo más profundo de tu seno y mientras miro desde este elevado silencio y la sombra apretada que llena el barranco y el rumor del río que como en aquellos días, baja limpio y lleno, me sumerjo en mí mismo y observo y veo la senda que sube y el estrecho por donde la corriente se quiebra y abre zanja en lo más duro de las rocas y me llega el monte y la cueva vieja y el hueco y otro hueco que conozco desde aquellos días y siguen llenos aunque estén vacíos y observo la caída del gran escalón que ha modelado el tiempo y quiero mirar hacia mis espaldas porque lo necesito pero no quiero hasta que sea el justo momento.

Y mientras tanto, me quedo quieto y como lo que se me cuela por los ojos es tan recóndito y tan escarpado y tan macizo y tan llano y tan tremendo y tan palacio y catedral pétrea y tan divino templo, que como tantas tardes y tantas mañanas y tantos siglos y tantos momentos, me siento roto y concentrado en la tierra que se me pega al alma entre las raíces de lo que soy y mezo dentro y lo único que se me ocurre decir es que ni sé ni puedo pronunciar palabra que contenga lo que siento y por eso, otra vez más, quiero morir y desaparecer en la dulzura que me presta el viento.

Y como ahora sí es ya el momento de mirar hacia el rincón que se recoge a mis espaldas, me vuelvo y lo primero que se me clava es la estrechura del salto por donde se despeña la cascada y luego la brecha por donde sigue bajando el agua y abriendo el río y los charcos azulados y la bruma y el viento que desde tan húmedo y hondo misterio, mana y entre tanto trozo de mi alma y magnífico mundo que quiero, se me clavan como cuchillos, las laderas con su monte y las rocas gruesas con musgo negro y la otra estrechura por donde sube o baja la senda y al final, el agujero de la cueva que tanto penetra en la entrañas de la roca que parece el túnel que lleva al otro lado del tiempo y por ahí y entrando y saliendo, dos realidades vivas que se junta en un punto viejo pero que están separadas, además de por el tiempo, por latidos que son como océanos y por corazones de sangre e hielo, ahora bajan y suben los que a estas sierras vienen de paseo justo por las mismas huellas donde ellos, mis hermanos encorvado y que ni nombre tuvieron, dejaron sangre derramada que fue y es como trozos de vida hirviendo.

Y al ver lo que mis ojos ciertamente están viendo, se me nubla el alma y se me rompe el pecho y se me para la sangre y por las paredes de este sagrado templo donde Tú moras y vivieron ellos desde aquellos remotos siglos y aquel tan lejano misterio, me sumerjo en Ti, un poco más y al mirar a la pared, lo veo colgado con las sogas de esparto y abriendo agujeros en la roca viva para perforar el túnel que recogerá el agua desde el arroyo que es infierno hasta el valle de la tranquilidad para dar fuerza a las máquinas que también están trayendo y que producirán electricidad con el caño y el peso del agua que baje por el tubo que desde el túnel también están poniendo.

Y como es mi hermano el que ahí veo colgado y un poco más lejos también estoy viendo las ruinas de su humilde choza que acaban de romperle porque dicen que ahora son otros tiempos, me acerco a él y le pregunto que dónde ha dejado la gallardía de su cuerpo de cuando era muchacho y jugaba por las calles de aquella aldea que se acurrucaba donde vive el viento y no me responde pero sí me parece verlos, muchos años más adelante y anidados en su nueva casa ahí, donde el río descansa de su despeñadero y todavía sigue cantando blanco y ya comienza a hacerse eterno y, al saludarlo, me dice:

- Pues nací en la aldea que, a la derecha de este río se remonta junto a la fuente y tiene nombre de piedra y entré en quinta de veintiún año y me fui con veintidós y fue la primera vez que yo hablaba con personas desconocidas, porque a los de mi tierra, siempre los he considerado hermanos e hice la mili y vine y tan amante soy de mi tierra, que de ella no he salido desde entonces y he tenido la suerte de trabajar aquí y como los años corren, ya estoy jubilado y los últimos días que el Señor tenga gusto de concederme, los estoy viviendo y gozando en uno de los rincones más bellos de este mundo que es donde el río “juego, Ensueño de Cristal” entrega sus aguas al río Grande.

Al rincón he llegado, cayendo la tarde y para penetrar en su nido, he tenido que entrar por la misma pista que trae al río pero justo donde los visitantes dejan sus coches para luego irse cauce arriba en busca de las maravillas que ellos sueñan, he torcido a la izquierda y en el bar, he preguntado.

Y unos metros más abajo, he torcido a la izquierda y por la pista de tierra, bajo hasta la noguera y a la joven que ahí trabaja, pregunto por el camino que debo seguir para llegar a su casa.
- Continúe recto y en aquel edificio que reluce al final, color rojo y metido entre las matas, vive.
El camino es de tierra y en malas condiciones y limitado por una valla de alambres y a la derecha, la zahúrda y en ellas los marranos que al olerme, gruñen pidiendo la comida y más adelante, los pedazos de huertas sembrados de maíz, tomates, habicholillas y otras hortalizas y gira a la derecha y enseguida tuerce otra vez a la izquierda alineándose ya recto a la casa.

Y no puedo seguir porque una pequeña reguera cruza la pista y el coche que ahora traigo, es muy bajo y al atravesar el surco, la barriga da en el suelo, así que doy marcha atrás y en el rincón de la última curva, paro y busco las cuatro cosa que necesito para charlar y sigo andando dirección a donde vive y ya veo que su casa se encuentra rodeada de parras, árboles frutales, mesas y sillas y todavía no he llegado cuando ya me saluda ella, que al verme lo llama.
- Que ya está aquí tu amigo hermano.
Le dice en cuanto él le contesta por la parte de atrás donde anda ocupado en las cosas que ahora le hacen feliz.

Mi amigo, pastor y carbonero y emigrante y con el título del mejor serrano, es una excelente persona tanto por su amabilidad como por la agilidad de sus palabras y el cariño con que trata a las cosas que lleva dentro, que son los paisajes con sus ríos, las cumbres y las fuentes que tan bien conoce.
- ¿Dónde nos sentamos?
Me pregunta.
- En cualquier sitio pero donde no nos molesten mucho.
- Pues lo mejor es que os vayáis al parque.
Indica ella.

Y de pronto, me suena rara la palabra por dos razones que enseguida aclaro: tengo conciencia que en estos momentos me encuentro dentro de lo que son tierras sagradas y de aquí que, con derecho, sienta que en el parque ya estamos y por eso enseguida pienso que se trata de un parque particular que ellos conocen por algún rincón de las orillas de los ríos pero miro y así de primeras, lo que enseguida veo son los alambres de la valla que limita sus tierras y eso sí, por el lado que pega a las aguas, un bosque espeso y verde que ni siquiera deja ver la corriente del cauce e incluso, las laderas de los montes al otro lado y por esta razón, enseguida hablo diciendo:
- Nos sentamos en la puerta donde ya estoy viendo nos vamos a encontrar agusto.
Y se apresura a clarificar:
- Es que este rincón que cuido, tú no lo conoces y nosotros lo llamamos parque y como puedes observar, lo tengo bien disimulado y hasta cerrado con esta puerta y es una cosa tan exquisita, que no dejo yo entrar a cualquiera.

Abre la pequeña puerta de tela metálica que da entrada a un recinto vallado por el lado del río y por donde ya hace rato estoy viendo, la vegetación es muy abundante y me invita a pasar y algo desorientado, camino detrás al tiempo que recreo mis ojos por la verde espesura que a un lado y otro nos arropa y naturaleza espontánea de la que siempre creció por la orilla y un pasillo largo y al final, un ensanche, un pequeño espacio algo redondo y en el centro, un embalse, al nivel del suelo que es una piscina natura que más bien parece cualquiera de los mil charcos azules que se remansa por el cauce del río bello.

Al lado derecho, un asiento, una pequeña caseta, bastante camuflada entre la vegetación, un pasillo que rodea el remanso, fósiles recogidos por las montañas que a los lados nos rebasan, el agua que en un caño grande entra por del lado en que viene la corriente del río, peces que nadan en el agua transparente, extrañas figuras de raíces viejas también recogidas en los bosques que nos rodean, ramas de sauces que cuelgan, rumor de agua que corre y se va buscando el río, sombra, viento fresco y silencio y mi alma asombrada porque no me esperaba un paraíso en pequeño en este rincón escondido y mis labios que balbucean palabras torpes y se me viene a la mente lo de: “Esto es gusto mío por la naturaleza que tanto quiero”.

Y me digo que sí: es eso y mucho más porque es el cariño que siempre lo serranos han sentido por los bosques y paisajes donde han vivido y su expresión de gratitud a la naturaleza por tanto como la naturaleza, a lo largo de la vida, le ha dado a ellos y es un puñado de amor sincero materializado en este sencillo respeto por las cosas hermosas y tan llenas de vida y es un signo, un gesto y un decir: “Como nunca me hiciste daño, yo no te rompo, sino que te admiro, te rozo, te toco y me recreo en el verde de tus hojas meciéndose al paso del viento y te dejo en paz y contemplo en ti la obra perfecta que el Creador ha modelado sobre esta tierra y te dejo que vivas porque te siento hermana y eres hermosa y por eso no puedo romperte porque en el fondo, sin saberlo sé, que tu frágil ternura es igual al latido profundo que revolotea por mi alma y somos una misma cosa en ese punto en que la materia se acaba y por eso no puedo romperte sin hacerme daño”.

Algo parecido a esto es lo que siento y como con las palabras no puedo expresar lo que con mis ojos estoy viendo, guardo silencio y sólo de vez en cuando digo:
- Esto es bonito. ¿A qué se parece?
- ¿Acaso es que no lo has visto en otros lugares?
- Lo tengo visto a lo ancho y largo de estas sierras pero sigo haciéndote la misma pregunta: ¿A qué se parece?
- Pues aquí lo tienes: esto que ves ahora no es nada más que el deseo de expresar lo que llevo dentro y quiero decir pero como no tengo palabras, de este modo me comunico y sería yo el que tendría que hacerte la pregunta. ¿A qué se parece?
- Pues se parece a algo y no se parece a nada y al mismo tiempo es una realidad muy grande y la respuesta la tienes tú y es la misma que desde hace millones de años tantos andamos buscando y la misma que palpo a cada paso que doy por cualquiera de las sendas que surcan las sierras y la misma que busco cada día y sólo, cuando por los paisajes de estas cumbre me muevo, siento que me envuelve y por eso ahora mismo, aunque sea machacón, no se me ocurre otra cosa que hacerte otra vez la pregunta: este trozo de paraíso que junto al gran río tú has modelado, se parece a algo. ¿Dime a qué se parece?

Y como no sabe responder, o sí sabe pero no de la manera en que yo quiero y espero, me dice:
- Ven, siéntate en este sillón que se mece frente a las aguas del charco que con mis manos he tallado. ¿No ibas a preguntarme cosas de la sierra y aquellos tiempos?
- Quería yo preguntarte pero en este momento estoy desorientado porque hace un rato, cuando me acercaba a tu casa, venía como seguro de mí y apoyado en la soberbia y con las preguntas preparadas pero en un abrir y cerrar de ojos, ha sucedido lo que ni siquiera había soñado: sin que todavía hayas hablado, me has dejado no sólo sin palabras para preguntarte, sino hasta sin lugar en este universo. ¿Qué quieres que te pregunte?
- Pues entonces hablo y escucha haber si algo de lo que de mi boca salga, se parece, siquiera un poquito, a lo que tú quieres saber y quizá yo tengo.

Me encanta la naturaleza y de una forma especial, el sitio donde nací y me he criado y lo que más me ha gustado ha sido, cada vez que he visto un cerro, ir hasta él y descubrí lo que había al otro lado y explorar y encontrarme con ese mundo escondido que siempre se oculta detrás del monte porque siempre soñé tropezarme con alguna persona que tenga la opinión que yo tengo y sienta, por los montes, el cariño que siento pero como sé que lo que a ti te interesa, al principio, es saber de la aldea donde nací, te diré que aquello era una pequeña aldea con sólo unas veinticinco casa y los vecinos que allí vivíamos, nos tratábamos siempre de hermana fulana o hermano mengano y con sus nombres de pila pero nos tratábamos así y cuando iba alguna persona importante, como un médico que llegaba en una caballería, nosotros con quince o dieciséis años, nos escondíamos en las cuadras y en los pajares y era porque nos asustábamos de ver aquella persona y siempre preguntaba: “¿Aquí no hay zagales?” y los mayores le respondían: “Sí que los hay pero es que están por ahí con los animales” y no era verdad, que estábamos escondido vigilando y en cuanto se iba, corríamos a los mayores preguntando: “¿Quién es, qué ha hecho, qué ha traído, qué ha contado?”

Y me acuerdo yo mucho de un hombre muy bien explicado que amaba mucho la naturaleza y se portaba muy bien con la gente y a mí me deba envidia de aquel hombre tan inteligente y era muy sereno y siempre te trataba con mucha simpatía y de mi padre, me acuerdo que era de la quinta del dieciséis, sirvió en África y lo sacaron para la escolta del rey y no este rey de ahora, sería el padre o el abuelo y cuando volvió, a lo largo de toda su vida ha estado aquí y ha trabajado, tanto él como yo, en las pegueras sacando alquitrán y si luego quieres, me preguntas y ya verás como te explico todos los detalles de una peguera porque sé hacerlo todo desde el principio hasta el final: cortar la tea, traerla, partirla, encañarla... pero si quieres lo dejamos para luego ya verás como te lo digo con detalle porque las pegueras han sido una de las actividades más importantes entre los serranos que siempre hemos vivido en estos montes y ya verás que bonito aunque sea duro hasta su recuerdo.

Pues de esto y otras mil cosas sencillas, trabajosas y buenas, vivíamos allí y de los animales y algún trabajillo que salía en las sendas que reparaba el Patrimonio Forestal y luego la temporada de la aceituna y se vivía bien, a pesar de lo que muchos creen, los serranos vivíamos bien y muy agusto en nuestras tierras tan libres y tan llenas de aire y sol y se trabajaba mucho pero todo era en un mundo tan libre, tan pequeño y tan grande al mismo tiempo, que éramos felices de verdad y se estaba bien porque había menos dinero y mucha más alegría porque ahora con más dinero, las cosas son de otro modo y quiero decir que si tú llegas ahora a lo mejor dices enseguida “Ay que bonita esta casa” pero si no viene el panadero, esta noche no hay pan y en aquellos tiempos, aquellas casillas de cuarto y cocina y arriba la cámara, siempre te las encontrabas como una colmena de tan repleta de comida.

“Caiba” una nevada y no le temíamos, como un día que cayó un nevazo tan grande que hasta los veintidós día no pudieron salir los animales de las cuadras y para ir a la fuente tuvieron que hacer carril por encima de la nieve y las casas estaban todas llenas de comida y no hubo que salir a ningún sitio a buscar nada y parece que esa vida, lo que ahora recuerdo, me gustaba mucho y siempre llevo yo presente el rincón, los días y las luchas que por aquellos lugares experimentamos porque me gusta a mi eso y el rescoldo que de aquello ha quedado.

Porque esa confianza de decir: “Bueno, que se venga a dormir a mi casa tu hijo o tu hija, que parece que nos da miedo, nos juntamos a trasnochar y comernos un choto o lo que fuera” y ahora la gente, cuando hay tres, se pierden dos y cuando hay cuatro, se pierden tres y parece que eso es que no... yo qué sé, que lo encuentro raro.

Y he padecío mucho ¿no sabes? y como no me enseñaron nunca nada malo, ahora me alegro de haber padecido tanto y conozco este bien que hay y no lo aprecio porque me acuerdo de las necesidades que antes pasábamos porque hay mucho “espifarro” tanto en la ropa como en la comida y en otras muchas cosas y los que hemos conocido aquel mundo que vivíamos antes, ahora no nos gusta este aunque sea mejor y se le vea más engalanado.

Y aquello era una aldea de veinticinco o treinta vecinos y al final del filo del puntal y en una morra que hay con muchas vistas hacia los barrancos del río, es donde estaban las casas y mucha agua que había allí y muchos animales y había también muchas huertecillas y con estas cuatro cosas y el aire limpio, vivíamos bien, muy bien y a la derecha, hay un sitio que se llama el castillico y desde allí se abre una hermosa vista sobre todo el valle y aquello parece un castillico porque así lo bautizaron y acertaron mucho porque de verdad parece un castillo pequeño y todo eso lo tengo pataleado de arriba abajo.

Y con nieve y todo y recuerdo ahora que un día iba caminando y comiendo nieve y metí la mano en un torco y muy abajo para sacar la del fondo que estaba limpia y veo una cosa relucir y la saco y vi que era una placa de Franco que brillaba mucho y tenía su imagen grabada y un rótulo que dice: “Cuarenta años llevo de decir lo que iba a pasar y no me habéis hecho caso” y eso dice el letrero y voy a enseñártelo.
- ¿La conservas todavía?
- Ahora mismo voy a sacarlo.
- ¿Pero quién había llevado allí esa joya o ese llavero o ese artefacto?
- Alguna persona que la perdió o que lo tiró por lo que fuera, aunque te digo que aquello es, de toda la sierra, el sitio más malo.

Y el se levanta y entra a una de las estancias de su casa de ahora y al rato sale con la placa en las manos y me la alarga y lleno de curiosidad la estudio.
- ¿Cómo se llama la grieta donde te la encontraste tirado?
- La Torca de la Cerrá.
La cojo en mis manos y compruebo que es una placa alargada, metálica color cobre con la figura de Franco grabada en ella y un rótulo, abajo, que pone: “Cuarenta años advirtiendoos lo que os iba a pasar y no me habéis hecho caso”.
- ¡Qué cosa más curiosa! ¿Cómo llegó esto a ese lugar tan lejano y cómo tuviste tú la suerte?
- Pues que metí la mano, porque había nieve y quería sacar la de la punta de abajo: “no vaya a ser que la nieve de arriba esté ‘orugá’ de los bichos de los pinos blancos”, me dije y fue una suerte que tuve porque tan difícil y en el sitio en que estaba aquello ocultado, no se la encuentra cualquiera y, además, tengo un carné de Franco que también dice: “Pronto volveré”.

Pero si quieres, seguimos repasando los lugares por si nos queda algo sin nombrar aunque ya te decía antes que los nombres de la sierra son más de veinte mil quinientos y aunque parece que ese asunto es importante, yo te digo a ti que no lo es tanto porque si los nombres de los lugares sirven para que se peleen y luchen, entre sí, los hermanos, las cosas dejan de tener el valor que representan y pasan a ser intrascendentes entre los hitos que marcan caminos que llevan a verdades grandes pero te decía antes que la Cuesta se encuentra al salir del Collado y a la izquierda porque a la derecha, nos queda el Tranco y la de la izquierda va a las tierras coloras y pasa por debajo de las Varetas por un sitio que se llama el Collado y se mete en la Hoya y por allí se da la vuelta y puede uno venirse por debajo de las Varetas o por lo alto que está la Peña Blanda pero por ahí, de andar, eso es tan malo que se puede decir que el que va una vez no lo cuenta más porque se mete por debajo de las Varetas y por donde hay un sitio que tiene menos de diez manos para pasar, que por eso se le llama la Pasá del palmo.

Pero en la aldea, nos hemos dejado una cosa que para mí es importante porque está La Cueva desconocida que se encuentra por encima del Castillico que no es en la que yo me metí, que fue en la Cueva de los Cascajos.
- ¿Y qué pasó allí?
- En las praderas de los peñones hay una cueva que tiene unas pilas de agua pero cuando vino esta sequía, se quedaron por completo secas y hogaño seguramente tienen agua y al final de la cueva, que tiene siete u ocho metros, hace una puerta como si fuera un horno y entonces me metí arrastrando pero dándome “rasquías” en el lomo y cuando ya iba bastante para delante, veo así una cosa allí y me digo para mí: “¿Esto será un hombre?” y me acerco con mucho cuidado y ya “vide” que era un animal pero que era tocarlo y aquello se deshacía como el viento porque era un animal que se metió y luego para atrás no pudo salir y allí se murió atascado.

Y cuando ya me cansé de observar aquel misterio en tinieblas y callado, me dispuse a salir para atrás y me pasaba lo mismo que al animal que no podía salir y pensé un poco y me dije: “Pues los huesos, lo mismo que giran para delante tienen que girar para atrás y para los lados” y al final, puede salir y como la linterna ya no me servía, entonces la tiré pero me alegré yo de haber hacho aquella travesura y ahora que vivo aquí me acuerdo mucho de aquella tierra mía y miro para arriba y me digo callado: “Es que tengo que ir allí” y por eso ya poco a poco, es por lo que me he ido dando cuenta que la naturaleza es lo más fuerte y lo que nos mantiene a todos atados y de aquí que me diga que si la apreciamos, la conseguimos y si no la apreciamos, se pierde y también fenecemos de paso.

Hay que nombrarla y hay que saber el camino y hay que visitarla por eso en más de una vez, desde que vivo en este rincón de la junta, sueño con aquellos rincones y te voy a contar uno de aquellos sueños en el que vi la Cueva de la Tumba y estaba yo dentro y se me apareció un hombre extraordinario que tenía una barba rubia y una caja de dientes muy blancos y muy bien parecido y lo miré fijo durante un rato y se me desapareció y lo ensoñé dos noches y ya te digo que fue cuando ya vivía aquí abajo y cuando luego llegaba el día no se me iba a mí la figura de aquel hombre de la mente hasta que una mañana, hablando con la mujer, le digo: “A la cueva voy y si tengo la muerte, pues aquí está mi cuerpo y desapareceré y puede que sea algo para la historia pero si no, quién sabe si tengo suerte y allí encuentro la felicidad que tanto vengo soñando”.

Y es que yo no tengo miedo de nada porque a mí me anochece ahí, en lo alto de una cuerda de esas y no sólo que no tengo miedo sino que me encuentro feliz y a mí no me apura pensar cuando va a ser de día ni la oscuridad ni el viento o la lluvia porque yo me encuentro feliz aunque esté en lo más profundo de la sierra y a veinte kilómetros alejados de los seres humanos, que no tengo miedo ninguno ni a nada ni a nadie y siempre me digo callado: “Si me encontrara algo raro, tampoco sentiría miedo” y no tengo miedo porque nunca tuve pensamientos malos y el que no engendra malas ideas, nunca tiene de qué temer y yo pienso que eso es así y que voy con esa buena fe y sé que no voy a encontrar nada malvado pero si voy con una actitud de venganza ruin, de lo que sea, ‘que no voy yo bien ido por allí’, entonces es cuando temo y encuentro perjuicio y daño.

Pues ya verás porque fui y le digo a mi amigo: “Llévame al puente” y estaba lloviendo y empezando a oscurecer y casi nevando y la mujer: “Que no te vas, que no te vas, que eso tu sueño es raro...” y yo que sí quería irme porque no me quedaba tranquilo mientras no viviera lo que tuviera que vivir y amigo me dejó en el puente y sigo por la pista arriba caminando con mi paraguas y un poquillo más allá, en un sitio que se llama la erica, más para allá del pecho recio y empinado, se enganchó a llover con unas veras que aquello asustaba y lleno la cantimplora de agua en una fuentecilla que hay allí y sin parar, sigo caminando.

Y algo más arriba, me fatigo un poco porque ya tenía esto del infarto que padezco ahora y me para un rato a descansar mientras no para de llover a cántaros pero sólo aquello ya era la felicidad para mí y en lo más profundo de ese gran barranco de la encinahonda, en el centro de aquella noche de lluvia y oscuridad, en aquel mar de silencio roto sólo por el tintineo de la lluvia cayendo y empapando las hojas del monte y aquella soledad, para mi alma era el gozo más grande y el paraíso más hermoso jamás soñado.

Pues cuando me despabilo de allí, sigo tirando para la cueva y treinta o cuarenta metros no había andando cuando me sorprende un ruido que era como un “atroper” de peñones rodando por la ladera hacia lo hondo del barranco y aquello parecía que de pronto se estaba hundiendo la montaña entera y yo tan sereno y allí plantado porque sabía que estaba cerca de un sitio que lo busca mucho la cabra montes y como había llovió y estaba lloviendo, ellas se vinieron allí y al darles el aire de mi presencia, pues salieron huyendo y las piedras rodando.

Y así que aunque la noche estaba cerrada en lluvia y la oscuridad no dejaba ver ni dos metros, antes aquellos escandalos de rocas y monte doblado, yo ni me inmuté y llego a la cueva y que me quito la gabardina vieja que llevo, una prenda que no valía para nada pero que a mí se me antojaba que llevaba la prenda de un señorito, la cuelgo en las rocas de la cueva y me preparo la cama entre unos tallos de sabina y enseguida me quedo en silencio y con el ánimo preparado para ver lo que aquella noche se me presentaba en la cueva y venga esperar y que nada y pasa un buen rato y como estaba aburrido me levanto y me asomo a la puerta de la cueva y veo que se habían ido los nublos y salió la luna por lo alto de las cumbres de las Varetas y como seguía tedioso y allí no se me presentaba nada, me pongo en camino y salgo andando y transpongo a un sitio que le llaman el Collado pero lejos de aquella cueva y casi al otro lado.

Y me doy un paseo por todos aquellos terrenos y de nuevo vuelvo a lo que yo ya sentía como mi cueva y me volví a acostar y allí se me pasó el resto de la noche esperando y no se me presentó nada pero a otro día por la mañana, eran ya las nueve y a mí no me entraban ganas ningunas de salir del camastro porque me sentía tan agusto en aquella cueva, tan lejos del mundo de los humanos que era feliz porque era como cuando uno siente cariño por una cosa que le gusta mucho y eran las diez de la mañana cuando salí de la cueva para venirme y no quería hacerlo y por eso me venía así con una cosa como si no estuviera satisfecho ni harto.

Y como llevaba dos bocadillos que me había hecho la mujer me dije callado: “Tengo tiempo y alimentos y por eso antes de irme de aquí me voy a ir a explorar otra cueva” la cueva del niño, aquí a este lado y así que me puse en camino en busca de la otra cueva y en el fondo era como si me quisiera engañar a mí mismo para no venirme de allí y cuando llegué a la segunda cueva, tuve que descalzarme para pasar por los maderos que había para entrar y como había llovido tanto, los maderos y como la roca, se escurrían mucho y aunque lo intenté una vez y otra, al final tuve que dejarlo porque no había manera de entrar en aquella cueva y me puse luego a moverme de un lado para otro y cuando ya por fin me vine del rincón, me venía como vacío y como llorando y como sin ganas ninguna porque lo que yo esperaba era que me saliera alguna visión como la que había visto en mis sueños alados y esto es lo que me sucedió con aquel sueño y aquella cueva que todavía está allí como esperando.

- Pues lo que estoy notando, que a ti el monte te gusta de una forma nueva a como normalmente nos gusta a los que por aquí también rodamos.
- Es que para mí el monte es como la vida que le falta a mi alma para seguir existiendo y quizá por eso me gusta tanto perderme por entre él y algunas veces voy andando y me dejo el camino y digo callado: “Yo voy a salir desde aquí y ya veré a dónde llego” y esto lo he hecho muchas veces y otras tantas, cuando voy por el camino, me digo sin hablar pero hablando: “¿Y por qué tengo que andar por el camino tres kilómetros si yo sé a donde quiero ir? Que porque ellos hayan hecho el camino no quiere decir que yo tenga que seguirlo como un borrego y a su paso”. Y es que a mí me gusta mucho explorar y yo veo muy difícil que un hombre que haya nacido en la sierra, se pierda en ella pero si yo un día me perdiera, sería la aventura más bonita de mi vida porque es lo que tanto vengo soñando.

Y voy a la aldea que ya no es y no necesito la senda y por ahí hay una senda para subir a lo alto, pues yo no voy allí y no tomo la senda por su sitio sino que salgo por ahí recto y por donde no haya camino, por ahí me echo a andar y a explorar lo nuevo que es lo que a mí me gusta tanto.
- ¿Y qué crees tú era aquello que veías en tu sueño?
- Como la gente decía que salía alguna cosa, me esperaba que a lo mejor era algo relacionado con tesoros pero en el fondo, lo que me pasaba era que yo quería conocer algo sin tener idea de lo que fuera y lo mismo que me pasa cuando voy andando por el monte que en el fondo es que tengo sed por lo desconocido y lo nuevo y lo que no es normal ni está ordenado.

Y como casi todas las noches salgo por aquí a darme un paseo, una noche iba yo por la pista para arriba y al pasar la fuente de los caños veo una cosa que salta corriendo y se me pierde entre el monte y como llevaba una garrotilla con un pincho al final, al oír aquello, enseguida pensé para mí y callado: “A esto no le doy yo con la garrota que llevo que aunque sea lo que sea, puede ser algo incluso mejor que yo”. Y miré despacio y era un tejón y el animal es que quería subir por la ladera y “rulaba” porque no podía y yo, como si hubiera sido algo muy querido y amigo mío, no sólo tranquilo sino encantado de encontrarme con seres vivos que como te decía, incluso pueden ser mejores que yo y, en muchos aspectos, menos malos.

Y me acuerdo, en este momento, de una historia que el otro día me contaron y es que se acordaban de que hace mucho tiempo hubo una persona que amaba mucho a los animales y la historia decía que: “En estos tiempos en que todo es protesta y contestatarios de una u otra manera y asociaciones y grupos de toda índole, cabe destacar los ecologistas, que si bien dicen defender la naturaleza, luego resulta que soterrados, apoyan a ciertos partidos y aunque esto es lo de menos, lo que quiero con estas palabras es decir es que el ecologismo no es invención de este siglo, ni mucho menos porque hace unos setecientos noventa años, San Francisco de Asís, demostró cómo se practicaba el amor a lo creado.

Nació en la ciudad Italiana de Asís en 1.182. A los veinticinco años renunció a sus riquezas y recorrió toda Italia con un grupo de compañeros organizando las primeras comunidades franciscanas y más tarde hizo varios viajes por Francia, España y Egipto y hasta los cuarenta y cuatro años estuvo en este mundo ya que falleció en 1226 y además de su fama de santo y milagros se hizo notar por su gran amor a todo lo que significara naturaleza y las criaturas de Dios y al sol lo llamaba hermano, a los animales y como ejemplo el lobo, hermano lobo pero no sólo los llamaba de esta manera sino que entablaba conversaciones con ellos y los llevaba de éste, al otro lado.

Y en ocasiones hasta se dedicaba a cuidar del sustento de los animales y pedía que otras personas también se encargaran de ello porque San Francisco amaba locamente a la naturaleza porque en ella veía el amor de Dios para con todos los seres vivos de su creación y hasta el burro le llamaba hermano y sin embargo, no ponía a los animales en el lugar de las personas porque él sabía bien que todos los animales y, la naturaleza entera, está al servicio del hombre y no al contrario y él sabía que no hay nada tan hermoso en la vida que amar y conservar todo lo creado y a los animales que no hacen daño al medio ambiente porque saben respetar su hábitat y, al mismo tiempo, también nos dan buenas lecciones a los humanos”.

Y por esto te decía que tengo miedo de nada ni conozco el miedo y ¿por qué no tengo miedo? Pues no tengo miedo porque verás lo que te voy a decir: Me gusta explicar el tema pero nunca puedo expresarlo como yo quisiera porque como soy una persona que no he tenido mucha cultura, me faltan recursos para decir las cosas pero eso lo llevo dentro y mal o bien, las palabras me salen a cordón atado y siempre me digo para mí sólo y sentirme bien: “¡Lo que me gusta ver este arroyo! ¡Lo que me gusta ver aquella ladera! Y Allí se ve un “bujero”, pues allí voy a ver que me encuentro y luego en el otro sitio y en el otro”. Y como me he dado muchas panzás de andar siguiendo los bujeros, un día fue al nacimiento del río segundo en belleza y no me paré al principio sino que seguí para arriba y “vide” allí unas paratas de estas, unas murallillas, como se quiere decir ahora y aquello me intrigó y me acerqué despacio.

Y enseguida pensé que allí había tenido que vivir alguien porque yo conocía a la gente de más abajo pero de aquel punto yo no sabía nada y veo un bujero así allí y me asomo y descubro que aquello era precioso y un bujero bonico de verdad y por eso no me entraron ganas de otras cosas sino de sentarme en la puerta y desde allí contemplar todas las tierras que por debajo de mí quedaban y sólo me apetecía dejar pasar el tiempo y seguir gustando aquella felicidad que sentía dentro y de pronto me digo callado: “Si por aquí pasara alguna persona ahora y me echara una foto, se lo agradecería porque parece como si en este momento hubiera encontrado mi felicidad y por eso me apetece llevarme conmigo este rincón” y que no me quería ir de allí porque me parecía que allí “debía de haber” alguna persona o algo.

Y cuando de pronto siento hablar y me asomo así y veo que bajaba un matrimonio y les llamo la atención diciendo: “No tengan miedo que soy persona de paz que aquí y un poquillo, está descansando”. Y enseguida ellos me dicen: “Nosotros es que hemos salido por aquí como perdidos, desde el nacimiento y ya nos vamos para abajo”. Y digo: “Aquí no se pierde nadie y ahora que los veo les voy a pedir una merced: ¿Me quieren hacer el favor de echarme una foto aquí que parece que me encuentro en mi casa de tanto gozo y el monte tan bien pintado?” y enseguida contestan: “Eso está hecho de momento sin que sea molestia para nosotros ni cueste ningún trabajo”. Y así que aquellas buenas personas me hicieron la foto convirtiendo en realidad la ilusión que en aquel momento tenía dentro y estaba soñando.

Y como me habían hecho tan feliz, les digo: “Ahora les voy a pedir el favor de que dejen la máquina ahí y véngase aquí conmigo porque quiero tener otra foto en este lugar pero en la que estén también ustedes a mi lado” y me dicen que también en esto me complacen y lo preparan todo y empezaron a subir y “arruniando” por aquí y por allí y que no podían llegar a donde yo estaba sentado y viendo sus apuros les pregunto: “¿Es que les da miedo del bujero?” y como con pena me dicen: “Lo que pasa es que no podemos escalar este terreno tan malo” y es que cuando echaban la mano se les iba el pie y les digo: “Pues ahí mismo se quedan ustedes que yo me bajo y les hago la foto desde ese lado” y así puede arreglar las dificultades de aquellas personas y en aquel momento del tiempo y en aquel cuadro.

Y ya te decía que en más de una ocasión me ha ocurrido que yendo por un camino se me divide en dos o tres ramales y me entran algunas dudas porque no sé por cual de ellos irme hasta que de pronto, sin pensarlo, cojo y me voy por el primero que se me antoja y siempre me alegro porque me encuentro cosas preciosas y entonces es cuando me digo, para mí y callado: “La naturaleza me ha llamado para que vega a conocer estas maravillas que no había visto antes” y miro a un lado y me alegro de lo que por allí veo y miro a otro lado y me alegro más todavía y sigo mirando y a cada instante más me alegro de todo lo que por allí voy encontrando y hasta me alegro de tropezarme con sitios donde es muy difícil el paso.

Y claro, de todas estas cosas, pequeñas anécdotas y vivencias mías, a lo largo de mis años por estas sierras, pues ya verás tú las de aventuras que tengo como la que viví cuando hicieron la presa para retener el agua que viene a la central del salto, que nunca olvidaré por mucho tiempo que pase, porque en las obras de la construcción de aquel muro estaba yo empleado trabajando y uno de aquellos días fue especial para mí no porque se me olvidara, es que tenía que ir al trabajo y no tenía nada en la casa que llevarme para comer pero me fui al tajo y con los demás hombres me puse y a lo largo de toda la mañana estuve cumpliendo con mi deber y llegó la hora del medio día y paramos a comer, los que llevaban algo, que yo, ya te lo he dicho, no tenía ni un trozo de pan que llevarme a la boca ni un pimiento ni un gajo.

Y el uno se pone por aquí y el otro se va por allí y yo me aparté un poquito y como mi comida era sólo mirar el azul del cielo, me recosté sobre unas matas y sería porque tenia mucho sueño o sería porque el cuerpo estaba agotado y al no tener alimentos, necesitaba descanso, el caso es que me quedé dormido y entre cansado y el hambre, el sueño me venció y allí me quedé transpuesto y claro, mientras yo dormía, no supe lo que allí iba pasando pero cuando desperté, eran las once de la noche y asustado o más bien sorprendido, durante un rato dudé qué hacer porque allí no había nadie y, además estaba muy oscuro y todo callado.

Y entonces me puse en marcha y me vine para abajo y al salir del túnel y pegado al castellón, vi un covachete y allí me recosté y pasé la noche y a todo esto, sin probar un bocado a lo largo de todo el día y miedo no tenía ninguno, lo único que sentía era hambre y cansancio y al amanecer del día siguiente me volví para atrás y cuando llegó la hora me incorporé al trabajo y al verme el listero me dice: “Ayer le puse un fallo porque pasé lista y usted no estaba aquí y yo pensé que, como otras veces, lo habían mandando a la casa de máquina a por algún recado”, y le digo: “No fue eso lo que sucedió porque a lo largo de todo el día no estuve muy lejos de aquí y ahora se lo explicaré despacio: me paso esto... pero que mire, lo mismo voy a seguir para adelante o para atrás con un jornal más que menos y tan amigos y aquí nada ha pasado porque el error ha sido mío y uno más como otros muchos que todo el mundo tiene y con él cargo”, y al oírme el listero salta y me dice: “Pues bueno, para que lo sepa la gente o para que no lo sepa, a mí me da exactamente igual, te voy a poner dos jornales: el de la noche y el del día y todo arreglado”, y cogió la libreta y me los puso porque era buena persona y a mí ya no me volvió a pasar esto nunca más aunque el hambre me siguió acosando.

Y aquella buena acción del listero me produjo como un gozo sagrado porque en lugar de castigarme el hombre lo que hizo fue premiarme y yo vivía entonces en la aldea que ya no existe y esto fue en años lejanos que es cuando se construyó dicho pantano y el encargado general de aquellas obras era un hombre de Portugal que era un tío muy entendío y aquello lo “linearon” por la parte de allá y “ende” la parte de acá, comenzaron por las dos puntas y juntaron sin equivocación ninguna y donde juntaron había una escalera que le pusieron la escalera de la muerte y más de tres años tardaron en construir aquello y no sólo la presa sino el túnel y todo lo demás y la central donde se remansa el charco.

Y de lo que veníamos hablando es que en los poyos de aquel lado, también estuve viviendo y trabajando con un hombre que ahora está por la parte de Alicante y como estaba mal de vivienda y había una cueva allí, en ella me metí y el poco hato y el punto exacto se encuentra más para arriba de la curva que por el llano, ahora da la carretera que es por un sitio donde crece el esparto y está justamente por encima del vado y cinco años estuve yo viviendo en aquel covacho.

Pero para ir contando las cosas con un poco de orden, te diré que esto de la cueva y mi mujer, comienza con aquella noche que al pasar por la puerta de la amiga de mi mujer, se me caía la cara de vergüenza pero yo sabía que se iba aquella noche con él y ella sabía que yo iba a por mi mujer porque nos fuimos los dos en la misma noche y nosotros, los hombres, sí lo sabíamos pero ellas, no sabían nada una de la otra y yo se lo dije a mi amigo: “Esta noche voy a las tierras de la solana a por la que será mi mujer para siempre y él me dijo: “Pues yo también me voy esta noche con la que será la mía y así, que aquí nos juntamos”.

Y te estoy diciendo que nos fuimos pero ¿a dónde nos fuimos? Ea, es que ella vivía ahí: en las tierras de la solana y yo en la aldea del cerro y recuerdo que por aquellos días, estaba poniendo pinos y esto fue el día once de enero y como éramos novios de “matuteo”, por la noche me acerqué a su casa y eché los mecheros así para que ella viera las luces y se vino y de su casa nos escapamos.

Y es que estábamos novios de furtivos y sólo lo sabía un amigo nuestro.
- Pero si estabais novios de contrabando ¿cómo os veíais?
- Pues que íbamos a poner pinos y ella iba en una cuadrilla y yo en otra pero yo la buscaba porque me escapaba a donde estaba ella y así nos hablábamos.
Y ella que está presente:
- Además, es que somos primos segundos y fue a mi casa y todo.
- Fui una vez pero no era como a verte.
- Bueno, fuiste a echarme el ojo y como si fueras a visitar la familia y a quién querías ver era a mí.
- Pero a verla a ella no fui ninguna vez porque ya sabes como era tu padre de callado.

- Mi padre era muy farruco y ¡bueno! Se enteraba y me pegaba una paliza que me mataba.
- Y como serví con un hermano de ella y yo le tenía mucho respeto a eso porque me daba mucho corte y por eso estábamos de furtivos y ya dije: “Bueno, tú te asomas a la puerta y cuando veas así unos chisques, te vienes conmigo”. Que como era un chisque de mechero porque entonces no había de otra cosa y yo venga hacer así chisque y ¿qué fue lo que dijo tu padre?
- Que había visto una luz?
- ¿Y tú qué dijiste?
- Pues que serían algunos de mis hermanos que estuvieran por allí y que no, que no tuviera cuidado.
- Y el acuerdo de esta huida fue cuando bajábamos aquella tarde de poner pinos y nos vimos por el pinar ese de junto al río y ahí quedamos en el acuerdo y los pinos esos del pinar están puestos el once de enero.
- Y tú ¿qué preparaste para irte?
- Pues nada, sólo lo que tenía puesto porque no tenía nada más y llevaba unas esparteñillas y ya está y vacías las manos.

- Pues salió ella y nos fuimos y estaba nevando aquella noche y cuando llegamos a la aldea del cerro, había un pie de nieve y me acuerdo yo que aquella noche el río grande llevaba una riada que pa qué que tuvimos que colar por aquí que había una viga en el río y por ahí colamos con teas y cuando llegamos a la aldea del cerro, dice mi nuera: “¿Qué has hecho, so loco?” pero ya no había remedio.
- ¿Que iba hacer? Y allí me quedé y a partir de aquel momento empezó a ser mi marido y la nueva vida comenzamos.

Y mis padres cuando luego lo supieron ¿qué? A los once días y a él y a mí nos dijo todas las perrerías del mundo y un rencillón pero grande y nos lo aguantamos y luego nos fuimos allí diez u once días con las cabras y todo lo demás.
- Y después muy bien que nos hemos llevado.
- Mi padre es que era muy raro y como yo siempre había sido su guarda espaldas para todas las cosas, siempre iba detrás, pues a la que más quería era a mí porque siempre estaba a su lado.

Porque éramos diez hermano, cinco niñas y cinco niños cosa que entonces era muy norma en la sierra hacer estas cosas porque no se casaba casi nadie y casi todos se llevaban las novias y era porque no había un duro aunque mi hermano el mayor sí se casó y fuimos nosotros y juntó cincuenta duros en aquellos tiempos ¡Y madre mía lo que fue aquello!
- Mi padre, en su boda juntó cinco duros.
- Se mataba una red, se hacía churros y chocolate y eso era lo que se ponía en las bodas e ibas a las bodas para matar el hambre un poco y yo he ido a muchas bodas a fregar platos y siempre iba para que me dieran lo que sobrara para los zagales y para nosotros y es que como estaba la vida tan mala...

Y ahora, él pregunta:
- ¿Hablé yo de Franco?
Y ella responde:
- Bueno, ahora déjalo que estamos en otras cosas.
- Lo que vosotros queráis.
- Es que esto es bonito porque a mí me gusta recordar aquellos años de mozuela porque yo me fui con dieciséis años y ¡fíjate qué joven! Cosa que digo ahora que con razón mi padre cogió aquel enfado.
- Y yo tenía veintidós.
- Bueno, me fui en enero y cumplía los diecisiete años en mayo, el día veintinueve y claro que era muy joven pero si yo estaba muy mal porque todo el día me tenían tirada con los animales y mi tío, que era muy buena persona, un hermano de mi padre, me decía: “En cuanto te salga uno que vemos que medio vale, pillas y te vas con él y asunto arreglado”.

Es que yo era el burro de la carga siempre y decía: “Va a abusar alguno de ti y después vas a ser una desgracia”. Y era verdad y ya cuando mi marido ahora, pues yo se lo dije a mi tío y me dijo que me fuera y me fui con él y hasta hoy y de ¿cómo empezamos a rodar los primeros días? Pues ya ves tú él estaba en el salto que te ha dicho y ganaba trece pesetas ¿no?
- Yo ganaba más que los otros que ganaba catorce pesetas porque era barrenero.
- Y yo me quedaba a vivir en casa de mi suegra que me tenía la vida amargada viva porque mi suegra no ha sido aparente para las nueras y que no las ha querido nunca porque lo de ella era que los hijos estuvieran siempre solteros porque mi marido ahora, siempre tuvo un montón de novias que estaban de su lado.

Y algunas de ellas le decían que se iban con él en pleno día pero le temían a mi suegra y yo porque no la conocía hasta que no me fui allí con él y me encontré que no sabía ni dar un punto y no me escondo para decirlo, porque mi padre me tenía sólo para guardar ovejas, cabras, segando, escardando... porque me he tirado las semanas y las semanas segando sin bajar a mi casa y durmiendo por ahí donde podía y metida en los covachos y las cabras comiéndose el pelo de mi cabeza porque mi padre era muy raro.

Con trece años yo me subía a las carrasca cargada de nieve y con mi hacha le echaba ramón a las cabras y en mis espaldas siempre llevaba el zurrón con las cuatro cosas de comida, Igual que los pastores y mi padre decía: “Cuando estés sola por el campo tú canta como los hombres y da voces que nadie sepa que yo me he ido”. Y he guardado hasta doscientas y trescientas ovejas y me acuerdo que cuando le vendíamos los borregos íbamos con una olla muy grande y ordeñábamos a las ovejas y ¡nos pegábamos unas panzá de leche que pa qué!

Porque entonces no hacíamos queso que todo era beber leche y hasta malos nos poníamos y claro: si no teníamos otra cosa para comer porque estaba la vida muy mala y penábamos mucho y ¿aquello de mi abuela? Te digo que fue la persona más buena del mundo y por eso no lo callo.

Y cuando ya los hijos empezaron a ser zagales, también se empleaban con el ganado que entonces se ganaba quince duros y luego más tarde, trescientas pesetas y ya casados, me dejaba los chiquillos en una cueva y me iba a escardar trigo porque me he escardado llanos de trigo grandísimos. Casi toda la llanura de la mitad de la cumbre, de un extremo a otro me la he escardado yo más de una vez e hierba por hierba y a mano sin parar en todo el día y me acuerdo ahora que un día me dieron una latilla de meloja y era de acuarto y sólo eso después de todo el día trabajando y para comer yo y mis hijos y otra vez creo que estuve cinco días escardando y me dieron diez pesetas y con aquello me compré una falda negra y otro día me dieron un trocillo de “salón” así de grande ¿no sabes lo que es eso? Y te lo pregunto porque algunos lo confunden con el tocino salado y no lo es sino que se morían las reses o las mataban, las abrían y las hacían un salón y entonces las secaban en el horno con sal porque era la manera de conservar la carne para luego comérsela cuando fuera necesario y claro, estoy hablando de las personas que tenían reses, casa, hornos y sal, porque nosotros no teníamos más que una cueva pequeña cuando la encontrábamos en algún rincón de la sierra y el caso es que aquel día, un trozo de esta carne salada me dieron y aquello fue para celebrarlo.

Y también recuerdo que unas de aquellas veces cuando llegué a la cueva no estaban los chiquillos.
- Eso, cuenta eso.
- Tenía yo entonces a la nena y al nene y cuando volví de escardar vi que no estaban en la cueva y llorando y dando voces y gritos me puse a buscarlos y no los encontraba y luego los vi y estaban debajo de unos garitos y es que se habían quedado dormidos y allí estaban acostados.

Y a ella se le caen las lágrimas por la cara y se le atascan las palabras en la garganta y no puede seguir y él la mira y dice:
- Ya se ha emocionado y es que no puede ser para menos por lo tremendo que fue aquello aunque esté tan apagado.
- Pero luego cuando vi a los chiquillos en aquellos covachos lo único que pensé, al verlos tumbados entre aquellas rocas y bajo el gran voladero, es que se había caído y se habían matado los tres porque era un voladero que tiene más de cincuenta metros de alto.

Tan mal andaban las cosas que mi marido estaba de pastor con un hombre y muchas veces venía a la cueva donde vivíamos para ver si me habían dado a mí algo para comer él porque sólo le echaba un pucherillo así de chiquitillo y con aquello tenía que tener para todo el día y unas veces tropezaba yo con buenas personas y me daban cosas y con esto alimentaba a mis hijos y mi marido cuando venía porque unos eran muy buenos pero otros eran muy tacaños.

Y aquello de los piñones es que buscábamos piñas de esas gordas, las poníamos al sol, se abrían y cogíamos los piñones y luego nos los comíamos y ¡anda que lo les gustaban a los chiquillos! Pero no te creas que eran de los pinos buenos, que las piñas que recogíamos eran esas gordas de los pinos negros que tú sabes y eso están buenos así mismo y otras veces cogíamos las piñas verdes y las asábamos para sacárselos y entonces sí estaban asados.

Y él:
- Pues estando allí, un día tuve que ir a la aldea que se derrama y duerme en el mismo nacimiento de ese otro río limpio de esta sierra mía y me quedé dos días en el pueblo y cuando regresaba, antes de llegar al rincón de la cueva, me encuentro con unos pastores que me dicen que la mujer estaba de parto o que a lo mejor ya había tenido el chiquillo y la fecha exacta de este día era el veinte de octubre y claro, al enterarme de la noticia, me tomé prisa por llegar a la cueva y mientras, dentro de mí traía un lío de sentimientos que era de espanto porque por un lado me bullía la alegría y por otro, la lástima y por otro lado, no sé qué más sentía y así que llego a la cueva, no me encuentro a nadie y me digo, triste y callado: “¿Dónde estará mi mujer, será que habrá pasado algo o habrá ido a la fuente a beber agua o andará por ahí buscando?”

Y esto que te estoy contando a ti ya se lo he contado a la gente de por aquí y me acerco a la fuente y sigo mirando porque algo dentro de me decía que por allí estaban y de pronto, bajo la sombra de una higuera, veo un trapillo y encima una criatura que parecía un renacuajo y no tenía nada más que un trozo de paño puesto en el suelo y con el doblez, arropaba a la criatura y sigo mirando, porque no veía a la madre, cuando oigo ruido por encima de mí y al mirar para arriba, la veo subida en las ramas de la higuera y al descubrirla así sólo se me ocurre preguntarle: “Nena ¿ Pues qué haces ahí?” y me contesta: “Pues tendré que subirme aquí a ver si encuentro, para comer, algún higo paso porque tengo hambre y en la cueva no hay nada que llevarse a la boca y ya ves quién ha nacido y cómo ha llegado”.

Y fíjate tú, una mujer recién parida, se tiene que subir a buscar higos verdes para comer algo y esto se cuenta así ahora pero para mí es grave porque se me hace un nudo en la garganta y aquello se me clavaba en el corazón y yo ¿qué podía hacer para aliviar aquella situación y aquel mal trago?

Y unos días más tarde me puse otra vez camino del pueblo donde nace el río que de tan limpio es blanco, porque quería poner en el registro al nene y salí de la cueva y ni siquiera un trozo de pan me pude echar al bolsillo y colé por donde desagua el otro río que venimos contando y me fui derecho a las casas de abajo y cuando iba entrando por allí me dio un sudor por todo el cuerpo y sentir un malestar que me parecía que allí se me acababa la vida y como ya lo he dicho, no llevaba nada que comer y ni un duro y hasta la ropa tan mala que hoy no hay nadie así tan mal vestido como yo iba en aquella ocasión y con el escalofrío me senté un poco junto al camino y cuando se me quitó aquel malestar me digo callado: “Pues yo me voy a acercar a esa casa y pido un trozo de pan para un hermano”.

Y me acerco y estaba la puerta abierta pero aunque mucha hambre llevaba, al acercarme a la puerta, no me atrevía llamar porque me costaba a mí mucho trabajo adentrarme y pedir para comer, conque sigo para delante y en las casas de arriba, al asomar al cerrillo, junto al camino pero a la izquierda, había un tornajo y en él una señora lavando y me acerco y le digo, muy callado: “Señora, no sé cómo le voy a decir a usted una cosa pero es que no tengo más remedio porque la necesidad me obliga” y mira y la mujer me contesta: “Usted dirá”. “Pues mire, buena mujer, yo vivo en una cueva por donde crece el esparto y es una cueva muy buena y yo estoy bien en ella pero ahora mismo allí tengo a mi mujer con un niño pequeño y voy a ponerlo en el registro del pueblo y ni siquiera un duro llevo en el bolsillo ni tampoco nada qué comer y tengo que ir y volver así que si usted quiere darme un trozo de pan, yo se lo voy a agradecer mucho porque ya apenas tengo fuerzas para seguir y quizá esa poca de comida que usted me dé, me sirva para sostenerme con fuerzas y acabar bien el camino que voy andando”.

Y la mujer me mira por segunda vez y deja de lavar y enseguida me dice: “Lo que voy a hacer ahora mismo es ir a la casa y ponerle a usted de comer un buen plato que yo sé lo que es andar por los caminos de esta sierra y lo que supone no tener un trozo de pan que llevarse a la boca así que ahora mismo se viene conmigo y ya verá como recupera fuerzas” y lleno de agradecimiento miro yo a la mujer y enseguida le digo: “Se lo agradezco muchísimo, usted no lo sabe pero tengo que ir y “golver” y no me queda tiempo para sentarme a comerme ese plato”. “De todos modos, venga conmigo que le voy yo a aliviar el camino que va remontando”.

Y entra la mujer en la casa y saca un pan grande y me corta un buen trozo y como yo estaba viendo que aquello era mucho pan, le digo: “Mucho me está cortando, no me dé usted tanto que también lo necesitará” y mientras seguía cortando un trozo de tocino me decía: “Ayer y hoy nosotros hemos comido, si para mañana no hay, ya Dios nos echará una mano que hoy usted está necesitado y como yo le puedo ayudar, eso es lo que ahora mismo me importa y, además, con este buen bocado cae bien un trago de vino porque ¿Le gusta a usted el vino?” Le contesto y le digo: “Sí que me gusta el vino pero en este momento eso para mí es un lujo porque me está usted dando el pan y tocino que tiene para su casa y con esto me conformo porque para mí ahora mismo es casi la vida entera”. “De todas maneras un vaso de vino le va a sentar bien y tómeselo y que Dios le ponga en su camino las demás cosas que necesita y va buscando”.

Y sin que yo quiera, la mujer me echa un buen vaso de vino y me lo bebo y al darle las gracias le digo: “Vaya señora, pues con este baso de vino “me se” está liando un ardor que “pue” que cante por el camino y que el cielo le pague a usted la buena acción que ahora mismo acaba de hacer” y la despido y sigo mi rumbo y sin pararme ni nada me como la mitad del pan y el trozo de tocino y antes de dar vista a donde el río estaba y sigue manando, me aparto del camino y busco un sitio apropiado y en un bujero escondo la mitad del trozo de pan y lo mismo que los animales esconde la comida igual lo hago yo pensado en que luego tenía que volver y como todavía me queda un buen trozo de camino, reservaba la comida para la vuelta y le pongo una piedra y todo y allí lo dejo bien tapado.

Y llego al pueblo y busco el ayuntamiento y toco en la puerta y pido permiso y me contestan el funcionario:
-¿Qué se le ocurre a usted?
Digo:
- Mire usted, poner a un nene en el registro.
- ¿Dónde ha nacido?
- En la cueva que hay allá cerca del llano.
- ¿Cómo que en la cueva?
- Sí, en el agujero profundo de la cueva que estamos hablando.
- Pues será en las casas.
- No señor, quiero que le ponga usted que ha nacido en tal cueva.
- ¿Pero cómo es que usted vive en una cueva?
- ¡Ea! Pues en la cueva es donde yo vivo y estoy encantado.
- Pues con el permiso de usted, mañana mismo le escribo a las oficinas de Franco una carta y en veinticuatro horas tendrá una casa.
- ¿Y dónde me van a dar la casa?

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