5.20.2008

El romántico de las cumbres-2

- Le van a dar la casa en los pueblos que hay por la campiña, río grande abajo.
- Mire usted, yo en cuanto veo un llano, olivas y todo eso donde parece que toda la tierra es igual, como no estoy echo, no sé vivir porque ese no es mi mundo y así que no consiento que me den una casa por aquellas tierras del llano porque sé que en cuanto esté allí voy a desaparecer para venirme a estas tierras donde me voy a arrinconar otra vez en mi rincón que amo y así que yo no puedo irme y deja usted la casa para el Señor Franco que yo con mi cueva tengo de sobra y con ella voy tirando.

Y echo mano a los bolsillos de la ropa vieja que llevo puesta y sacando en la palma, le digo:
- Mire usted lo que me encuentro en los bolsillos.
Abro la mano y hojas secas de sabina y hojas de enebro y de romero y de chaparros.
- Como esta es la ropa que tengo, los bolsillos los llevo llenos de los tesoros que mi tierra da porque una peseta no tendré ni tampoco un trozo de pan para alimentarme pero monte, arroyos limpios y aire fresco, me sobra por todos lados y no quiero cambiar este mundo por ninguna casa que ustedes me den aunque sea hermosa.
Y se me queda mirando y me dice:
- Pues vamos a lo del niño. ¿Cuándo nació? ¿Ponemos a las veinticuatro horas de...?
- Mire usted si yo no sé eso de veinticuatro horas de no sé qué, el niño tiene unos pocos días y eso es lo que sé y que allí está llorando.
- ¡Pero hombre que eso es una multa...!
- Pues haga usted lo que quiera y si yo no sé lo qué es una multa ni nada parecido y si me entiende usted ¿para qué estamos hablando?

¡Hombre! Ya tan ignorante no era yo pero si no llevas nada ni eres nadie, a un señor de carrera ¿cómo le tienes que hablar? Pues le tienes que hablar por escalones bajos para que así se crea más importante todavía de lo que es y me sigue preguntando:
- ¿El nombre del chiquillo?
- Le pone usted lo que quiera.
Y el mismo le pone el nombre y cuando me lo lee le contesto:
- Pues estaba temblando que me dijera cómo le ha puesto por si no me gustaba ¿Cuanto vale?
- Veintidós pesetas.
- Pues mire usted que no tengo ni un duro y viniendo por la senda le he tenido que pedir a una mujer que me dé un trozo de pan para poder llegar hasta este pueblo y usted esto se lo carga al ayuntamiento o si usted puede, lo paga de su bolsillo y a otro que venga con diez duros, le cobra uno de más para ir compensando lo que yo no puedo pagar y como usted lo apañe, yo de eso que le voy a decir pero yo no se lo puedo pagar y si me lo deja sin poner a lo mejor se salva de ir a la mili pero en fin, como eso no se estila todavía por aquí, haga lo que crea es más honrado.

Y aquel hombre me mira y guarda silencio un rato y luego me dice:
- Le voy a decir una cosa: se ha explicado usted bien conmigo pero que no se le ocurra asomar por aquí más a poner un chiquillo en el registro.
Y seguí hablando con aquel señor y a lo que él me dijo yo le contesté: “Pues si alguna vez nace algún hijo más, tendré que ir a otro sitio y yo quería que todos mis hijos sean de este lado de la sierra pero en este caso, a lo mejor me tengo que ir a otro sitio aunque el nuevo niño nazca en tierras de este poblado.

Y pasado el tiempo, nació otro hijo mío, al pasar el pecho que antes te decía y en unas casillas que había allí que es donde también nació mi madre que tiene ya noventa y tres años y vive todavía y también en esa misma casa nació un tío mío que ha muerto con noventa y un año y desde aquel tiempo para acá, cuántas veces no habré ido yo a las paredes de esa casa que se deshace por ese barranco que como te he dicho: cada vez que voy por allí me paso el rato tocando las piedras de toba y diciéndome callado: “¿Con qué harían esta toba? ¿De dónde la traerían...?

Muy cerca del camino, hoy pista forestal que pasa así y por la parte de abajo, unas tapuelas que ahí entre el monte y un poco más allá de un sitio que le dicen el rasete ¿Tú has visto una casilla? Pues en la casilla aquella, que está el horno y todo allí todavía, fue donde nació mi madre y mi tío hermano.

Y este hijo mío que nació ahí fui a escribirlo al pueblo de la ladera y me preguntó el secretario dónde había nacido y le dije:
- En una casilla que hay y allí es donde vivo yo y ahí me puso el chiquillo, porque claro, con todo aquello que tuve con el del ayuntamiento donde nace el río, yo me decía asimismo: “¿quién asoma allí otra vez?” que es lo que me pasa a mí que según los papeles nací en el pueblo de la ladera y estoy bautizado en el pueblo de la ladera y también casado en el pueblo de la ladera pero siempre fui de del término del pueblo donde nace el río y si me preguntas que por qué era así te digo que por lo mismo que estamos diciendo antes: el pueblo del nacimiento cogía muy lejos y como el pueblo de la ladera estaba más cerca, pues lo hacían así y lo mismo que sigue ahora pasando.

Y el niño que nació en la cueva, después este chiquillo ha venido a trabajar al centro ese que por ahí han montado para los turistas y fíjate la vida las vueltas que da porque diez años ha estado trabajando en ese centro y como yo le decía donde había nacido, él ha ido allí a reconocer la cueva más de una vez y fíjate, nacer allí e ir a reconocer la cueva así como también casi todos mis hijos que una y otra vez ellos siempre me dicen: “Papa, si a nosotros también nos gustaría vivir aquí” porque en la sierra y en cuevas, ha vivido gente de toda la vida pero en fin, es una cueva.

Y recuerdo que en aquellos tiempos nosotros estábamos acostados y los chotos corriendo por lo alto y teníamos que taparnos la cabeza porque se meaban y retozaban por encima y parece que lo hace Dios: tenía una cabra que parió cuatro chotos y los cuatro del mismo pelo que recuerdo también que por aquellas fechas en la aldea del llano había un cura que se enteró del sitio donde vivíamos y siempre que íbamos o venía, nos daba alguna cosilla que era un hombre bueno que le ayudaba al prójimo porque hoy pueden ayudar más y no lo hacen y yo qué sé por qué será porque el “probe” que había antes es porque era de nobleza y de verdad y de necesidad y no ahora que por cualquier cosa, ya están llorando.

Que ahora hay probes que se hacen por maldad y hoy no viene nadie a que le dé uno de cenar o que le des un trozo de pan que hoy quieren dinero y como te descuides te quitan lo que puedan y por eso digo que ni las cosas ni la gente de ahora son como las de antes y es por lo que te decía que de todo aquello que yo pasé, ahora me estoy alegrando.

Y mira lo que te digo: salí una noche de la aldea del nacimiento, lloviendo y sin linterna y sin nada, por las casas de arriba y luego por el molino que también ya ha quebrado y era una noche tan oscura que no se veía ni a tres metros y me vine a las once de la noche y bajando por el gran barranco para abajo veo ya una oscuridad muy grande y me paré y cojo una piedra, la tiro y observo, porque tú sabes los barrancos que ha hecho el agua y hay terreras de veinte y de más metros y cascadas grandes que están junto al camino y que con esa oscuridad de la noche ni las ves y yo noté que me desvié de la verea y claro, al ver aquel oscuro, lo noté y al tirar la piedra me di cuenta que allí había un fallo en el terreno y me quedé parado y para mí me dije callado: “¡hay que ver si caibo por aquí a estas horas de la noche y tan solo y esto tan malo!”

Y bajé hasta lo más profundo del valle y seguí subiendo todo el río grande arriba y ¿sabes donde me amaneció? En lo alto del puerto que vuelca al pueblo de la ladera y justo en un sitio que hay una fuente en un cuenco de la losa. ¿Sabes dónde está eso? La fuente esa se encontraba en lo alto de la cuerda del puerto y un poco más acá del cerro redondo, nacía, que ya no nace, en encima de unas lastras que se encuentra por el lado de arriba de una cueva que allí han cercado.

Pues mira como sabes las sierras porque ¿adónde iba yo en aquella ocasión para que tuviera que estar andando toda la noche? Pues iba a unos asuntos familiares y a ver un hermano que ahora ya no vive aquí y andando toda la noche y me amaneció en lo alto del puerto y fíjate la travesía que me hice que subí por todos esos repechos para arriba, que se dice pronto pero recorrerlo ya es otra cosa y todo esto te lo digo para venir a lo mismo de antes: que me alegro de haber padecido todas estas cosas tan duras y complicadas porque ahora aprecio más las cosas que tengo a mi lado.

Que ahora le tengo cariño a las cosas que viví de pequeño y me alegra mucho de haber dormido en el suelo tantos años porque ahora sé apreciar lo que es dormir en una cama porque yo pienso que el que ha dormido en una cama buena de siempre, dirá: “¿Habrá otra cosa mejor?” y siempre está pensando que hay otra cosa buena y a mi no me pasa eso y yo ya no pienso que hay otra cosa mejor porque me conformo con lo que tengo y no sólo me conformo con lo que tengo sino que me parece que esto es para mí la gloria y estoy pagado.

Y mira, he criado los hijos y yo estoy bien con todo el mundo que me acuesto siempre pensando: “Mañana voy a tal sitio” y como si fuera mía toda la sierra digo: “Mañana tengo que ir a tal sitio y pasado tengo que ir al otro lado”.

Y del camino que desde la fuente rota sube a la aldea que ya no existe, me acuerdo cuando lo hicieron porque en él trabajé yo y me accidenté cuando tenía dieciséis años y aunque con el tiempo se le olvida a uno muchas cosas pero eso lo tengo vivo y recuerdo que cuando me llevaron al pueblo me pusieron en el papel que tenía dieciséis años y ¿cual fue ese accidente? Pues que se escapó una piedra y trabajaba precisamente en el tranco y colgado arriba echando barrenos que yo también he sido barrenero, no de los mejores pero tampoco de los más malos que dos metros y dos metros y medio nos echaban de tarea y la mitad de los días me los pasaba colgado.

¿Y lo del accidente? Pues que estaba atado con una soga echando barrenos y estábamos amarrados en un pino o una encina o lo que fuera, siempre en el árbol más cerca de la pared que teníamos que barrenar, y en un haz de barda nos sujetábamos para echar los barrenos y se escapó una losa y me arrancó un dedo del pie y enseguida me llevaron al pueblo y fue la primera vez que en mi vida he visto el cine y aquello ¡pa qué te hablo!

Que estando en la posada, la única que había, me invitaron para que fuera al cine y yo hasta entonces no sabía lo que era cine y como a mí me extrañaba mucho, pregunté: “¿Bueno y eso qué es?” “Pues eso, gente que sale, que estarán en Madrid y se ven aquí”. Y digo: “¿Y cómo puede ser eso? ¿Los habrá visto alguien venir?” Les preguntaba yo y el de la posá, el dueño, que era un hombre muy bueno para todo el mundo, dice: “Toma pero para que no me lo pagues, te voy a dar yo para que vayas a ver el cine” y luego le dije yo: “Ya que no me lo fuera usted dado” “¿Por qué me dices eso?” “Por el miedo que he pasado después y yo que nunca en mi vida le he tenido miedo ni a la sierra ni a nada de lo que en la sierra hay, los hombres estos que salen en el cine, me he asustado que yo me pacía que esos tíos tan grandones venían a quemarnos la sierra y yo le he cobrado a eso miedo y no me ha gustado, porque esas personas no se parecen a las personas que de esta sierra yo siempre he tenido a mi lado.

Y una vez o dos habré ido yo después al cine porque parece que aquella primera vez me sirvió como de escarmiento y si me pregunta que si yo he pensado alguna vez por qué me da miedo el cine y las cosas de la sierra, no, te digo que algunas veces he ido por sitios muy peligrosos y me he parado frente a la grandiosidad y he exclamado ¡oh! y siempre me preguntaba para mí: “¿Qué será el miedo? porque como yo no tengo, ¿será que como yo nunca hice nada malo? y será feo que lo diga pero a mí nadie nunca me ha apuntado para nada ni por ningún motivo malo y tengo amigos por todos sitios que si tú lo preguntas, ya verás como todo el mundo te dará buena razón de mí y será por eso, porque nunca en la vida he ido con maldad para nada ni hacer a los otros, daño.

Y si vieras, aquí frente a este pequeño lago de mi pequeño paraíso: oscuro, oscuro, muchos días me vengo y me siento sin prisa a perder el tiempo y sólo mirando las hojas de las plantas y el agua que se mueve y cuando me levanto, sin intención de ir a ningún sitio y sin prisa ninguna, cuelo el río y me salgo por ahí, a dejar que el viento fresco que danza por entre los árboles, me acaricie la cara y me perfume el alma y me enfríe las manos y la otra noche, a las tres y media llegué hasta allí abajo y ya te digo, no buscaba ni busco nada, sólo el placer de sentirme en contacto con la naturaleza porque la noto parte importante de lo que soy y ya que me cansé de bajar por la orilla del agua sintiéndola correr, me vine para arriba y así iban pasando las horas de la noche y yo soy feliz con eso y más feliz de lo que mucho piensan, porque aún sin tener nada, siento que lo tengo todo y, además, plenamente y en armonía conmigo y el ancho campo.

Y ahora te voy a contar lo de aquellas manada de cabra y el monte lleno de flore porque de vez en cuando lo recuerdo y me digo “¡Qué bonito era aquel cuadro!” y las cabras bajaban desde las partes altas y le entraban al monte por donde el cerrillo comienza pero como el monte por allí es tan espeso y alto, los animales se quedaban perdidos entre la vegetación y a pesar de eso, si te ibas por la parte de abajo, siempre las ibas siguiendo y aunque no las veías, las adivinabas avanzar ladera abajo y si te ibas por el lado de arriba, lo mismo las veis de vez en cuando y si te asomabas a cualquiera de los muchos voladeros que por la ladera existe, te las encontrabas casi de frente y qué cuadro más bello aquel de las cabras avanzando por el monte al tiempo que saltaban de mata en mata buscando las flores más tiernas y ahora, cuando en mis ratos de gozo sencillo y puro, me pongo a andar por algunos de los caminos que surcan las tierras que tanto quiero, a mi mente acude aquel cuadro de las cabras tomando el puntal y repelando las flores tiernas de las matas con sus tallos.

Y también a mi mente acude el recuerdo de aquel barranco donde el surco del cauce sube por lo hondo y allí donde las paredes rocosas se levanta gigantes, trazando la barrera que llega casi al cielo, nace el barranco y por la parte de abajo de las paredes rocosas y en lo más profundo y luego la tierra, se abre como cuando uno abre las manos para dar un abrazo y se ensancha hacia las hondonadas del gran valle y pero allí y donde el recodo muestra sus puertas frente a la hondonada del valle, las aguas saltan en borbotones limpios y por entre aquellos agujeros y pequeñas covachas, surgen transparente y en tan sólo unos metros, se juntan y enseguida se forma el río y con éste, la cascada y la gran corriente y el hermoso manto de cristal derretido que deslizándose por las rocas, cae hondonada abajo y lo ves y aquello te asombra tanto por su grandeza como por su alegría y su transparencia y los reflejos azules verdes que desde aquel cuerpo de agua sale y te digo: ¡Qué bello el río allí donde surgen y es puro borbotón despeñándose hacia el abarranco!

Y una y otra vez, a cada paseo de estos míos por entre lo que tanto quiero y me gusta, me voy preguntando: “¿De qué es el miedo? ¿Por qué le dará a la gente miedo?” O no te gusta el monte, no te gusta salir de la casa, cuando ves la luz te crees que allí ya tienes la verdad y quizá sea por eso: la carencia a la luz o a la casa y a las cosas de la casa y la verdad es que yo en la casa, no sé estar metido tanto tiempo y tan aplastado.

Y si ahora me preguntas que para qué construyeron la senda que sube a la cumbre y la atraviesa por el tranco, te digo que para ir a la llanura de aquel lado que siempre se le ve cubierta de nieve y como no había ni hay otra salida, por eso lo construyeron y ¿Quienes eran los que tenía que ir o quería salir? Pues eso fue un ingeniero que había aquí y si sigues preguntando que quién pasaba por ahí, te digo que ellos, para salir a esos campos y para que subieran y bajaran los que siempre les acompañaban y que no fue aquello para que la gente de la aldea subieran ni mucho menos que ese camino fue construido para uso casi particular de ellos y sus caballos aunque luego lo empezamos a usar muchos de nosotros y así hasta que nos bajamos.

Y es que mira: si la aldea que roza el cielo hubiera tenido una entrada de coche, mucha gente no pero mucha gente, sí, no se hubieran bajado para ningún sitio porque aquello era un punto no sólo hermoso sino rico y tranquilo y es que se pone uno allí y no sabe por dónde bajarse del cuadro aquel y aquello, acompañado de gente, es muy grande y la tierrecilla que por allí se ve porque está todo arruinado pero aquello es muy bueno para sacarle cosechas de todo y es un sitio que tiene muchas fincas y un sitio donde la gente se hacía muy vieja y eso, por algo será, es lo que siempre he pensado.

Y oyéndolo hablar del pueblo perdido y ya para siempre roto en las tierras alta de la gran montaña, se me viene a la mente el recuerdo del sueño que tuve la otra noche. En él vi un montón de pequeñas casas, sobre un trozo de tierra que era rica y a un lado de las casas se extendía una llanura toda sembrada de huertas y por entre los bancales se mecían verdes los tomates y los pimientos y me acerqué, algo asombrando por el perfume y la belleza que irradiaban tanto el puñado de casas como las tierrecillas y las aguas limpias que casi la bañaban y a uno de ellos le pregunto:
- ¿Es la primera vez que me encuentro con esta aldea dentro de las tierras de esta sierra ¿Cómo se llama este rincón bello?
- Si miras bien no es aldea aunque parezca pequeña que son cuatro casas blancas y escondidas entre la vegetación pero el rincón tiene categoría de ciudad y casi de cielo y la ciudad más pequeña del mundo porque está escondida entre la vegetación y se alza en unas tierras que casi nadie conoce.

- ¿Pero cómo se llama?
- De siempre nosotros la hemos llamado la Ciudad que se mira en las aguas y si miras bien ya puedes saberlo.
Y miro bien y descubro que las cuatro pequeñas casas se alzan, además, junto a varias corrientes de aguas limpias y los charcos se remansan y sobre la superficie de cristal de estas aguas azules, se reflejan las paredes y las chimeneas de las pequeñas casas. “¡La Ciudad reflejada! ¡Qué bonito nombre y qué bien le cuadra!” Me digo para mí mientras intento conocer y al mismo tiempo gozar, un poco más de lo que en forma de hermosura entra por mis ojos.

Y en silencio y con la suavidad del viento fresco que al amanecer pasa dejando fragancia sin que se note, me voy dando cuenta de la gran belleza, rodeada de muchos árboles, escoltada por columnas de rocas blancas y al borde de un par de arroyuelos que parecen ríos, se alza el puñado de las cuatro casas y en un rinconcillo que apenas tiene importancia pero que es hermoso como pocas cosas sobre esta suelo y por encima de los tejados, se mecen las copas de los álamos y algo más abajo, donde las tierras se funden con el barranco, las aguas de los charcos, el viento celeste de las tardes y el silencio de la lejanía y la diminuta ciudad parece desvanecerse entre los rayos de luz del sol que va cayendo y es un cuadro que más parece pura fantasía de un juguete nuevo entre las manos de un niño y una realidad que desde el silencio de un rincón virgen, emerge a la luz de la tarde para perderse, unos segundos después, entre las transparencias rizadas de las olas de los charcos serenos.

Y al que está junto a mí le sigo preguntando:
- ¿La vais a poner en los libros para que la visiten los que vienen de lejos?
- A ellos, nunca se le concederá el privilegio de gozar de esta ciudad ni tampoco a otros cuantos, a pesar de creerse dueños y ya ves que esta ciudad es casi puro sueño y lo demás, reflejos de agua mezclada con viento.

Y me recupero de este recuerdo mío y como lo sigo teniendo frente a mí, le pregunto:
- ¿Para qué me decías antes que sirve el agua de las fuentes negras?
- Donde se ve una fuente negra, eso es bueno y donde se encuentre una fuente que se vea la caliza, pues lo mismo se agarra a las tripas que de eso se forman las piedras del riñón pero las de agua negras son tan buena que se pasa la mano y ya te da hambre y esa agua la bebes y se lleva todo lo malo, que las aguas blandas son esas de la toba que por eso mira: está el río éste y por mucho que lo bebas nunca pillarás una piedras, de tan suave y buena y es agua negra y ya el grande también pero es algo más malo.

Y si ahora me sigues preguntando por aquel viaje que tuve que hacer al pueblo que se alza en el confín del mundo, te digo que tuve que ir para unos asuntos y me fui por el camino que va a salir a las casas de abajo y por el arroyo donde se amontona las grajas y salir frente a las cascadas de las espumas y llevaba un traje que aquellos ni siquiera era ropa de trabajo y al pasar por el cortijo veo unos huertos y entre ellos unos espantapájaros y me gustó aquella ropa y cuando ya venía de vuelta, venga caminar aprisa porque tenía ganas de llegar para coger la ropa del espantapájaros.

Pero mira, el miedo y lo que son las personas que no nacen para hacer una cosa porque yo pensaba callado: “Pues me llevo la ropa de los espantajos esos y en su lugar pongo la mía”. Y sin desapañar, porque tú sabes que se cruzan así unos palos para que el espantapájaros parezca una persona de verdad y desde el año que había hecho la mili, yo no llevado nunca nada en la cabeza ni aunque lloviera o hiciera sol y pues que llego al espantajo y me lío a quitarle la ropa y mientras, venga mirar para arriba y diciendo callado: “¡Si asomara el amo de este espantajo, qué vergüenza para mí que nunca me han pillado en nada y menos robando!”

Pero mientras esta contradicción de sentimientos chocaban contra la necesidad que llevaba encima, me fui quitando la ropa al tiempo que la iba poniendo en los palos del espantajo y me fui vistiendo aquella, que me parecía mucho mejor que la mía y todo lo que yo llevaba en el cuerpo, me lo dejé allí y lo que tenía aquel espantajo, me lo puse. ¿Qué clase de ropa llevaría yo? Y la única prenda que no pudimos intercambiar, el espantapájaros y yo, fueron los calzoncillos porque ni aquel muñeco tenía ni tampoco yo y es que no se me olvida, aquella ropa que le dejé puesta a los cuatro palos del espantajo, la había llevado yo encima sin quitármela, sesenta y ocho días y no se me olvida. ¡Qué ropa dejaría yo allí en aquellos palos!

Y ahora vamos a dar un salto y luego volvemos porque tengo que decirte otra cosa que viene bien para completar esto de espantajo que una vez estuve sirviendo en la sierra que mira al sol y al pasar el royo que baja de los cerezos viejos, y decía la mujer: “Un pastor como usted, no lo he tenido nunca” y entonces le pregunté: “¿Y eso por qué me lo dice, señora?” Y me contestó ella: “Es que estoy comprobando que todos los días se lava, y una vez y otra veo que viene tan limpico que ¿cómo no le voy a echar a usted una sábana”. Y yo le decía: “No señora, a mi no me pinta eso y lo de que me lavo sí es verdad y cada día en cualquier arroyo o charco de los muchos que corren por estas sierras y aunque sea sólo para dormir bajo una piedra o entre unas matas de sabina pero eso de acostarme en sábanas, no me pinta a mí ni soñando”.

Y es que siempre pensaba que si alguna vez amanecía muerto, por las circunstancias que fueran, que a otro día me recogieran pero limpios a mí me iban a encontrar y los pies y la cara y las manos y todo el cuerpo, que yo siempre los he tenido tan limpios como las mismas aguas que corren por las arroyos y estaba desnudo, no tenía casa ni un trozo de pan para comer pero como frente a mí, por todos sitios que iba, me encontraba con la gran riqueza de manantiales y arroyo y regajos, limpio sí tenía yo siempre mi cuerpo y por eso mi madre siempre me decía: “Aunque duermas en el suelo, que la carne siempre esté limpia”. Y así es como yo sigo pensando.

Porque si ahora vamos por ahí y me tuerzo un pie y tiene que venir el médico, que lo que es negro que se vea negro y lo que es blanco que se van blanco que eso me ha gustado mucho, que me pueda quitar un zapato y ver los pies como la mano y las uñas limpias y la pies blanca que el que lo hace cuando va de viaje, eso no tiene valor porque para mí la limpieza es cada día y la ropa más mala o más buena pero que esté limpia aunque sea un trapajo.

Pues aquel día cuando llegué a la cueva me dice la mujer: “Madre mía qué chaqueta traes ¿dónde te la han dado?” Y digo: “En el pueblo, unos amigos”. “Pues tienes que quitártela y guardarla para los viajes porque te cae muy bien”. Pero aquello era una chaqueta que estaba yo de pie y me daba dos vueltas enteras a todo mi alrededor y era de esas que lleva dos hileras de botones y un pico que salía por el hombro y yo tan chiquetajo y la chaqueta tan grandota y ella que no hacía nada más que decirme que me caía muy bien. “Tienes que guardarla para los momentos importantes y hay que ver la ropa que hemos juntado en poco tiempo que nunca hemos visto tanta ropa como ahora porque tenemos el cajón que está rebosando”. Y aquello era un cajón de la dinamita que mediría unos cuarenta por cuarenta, poco más o menos y era donde todo estaba guardado.

Y eso era lo que teníamos colgado en una estaca que habíamos metido en un agujero de la cueva. “Ahora sí tenemos ropa porque está el cajón lleno”. ¡Madre mía! Hay que darse cuenta, un cajón de dinamita para toda una familia entera y es lo que decíamos: como en aquellos tiempos se tenía poco, los que luego hemos juntado, lo valoramos tanto que ahora, algunas veces veo a la mujer que tira ropa y por eso le pregunto: “¿Dónde la has tirado?” y no me lo quiere decir porque todavía me animo y guardo algo para cuando tenga que ir al trabajo.

Y si volvemos a la aldea, me acuerdo yo hasta qué edad viví allí que fue desde que nací hasta los veintiséis años porque me casé el once de enero y en el mismo pico del cerro que corona la aldea, estuve tres meses de vigilante que veintiséis años viví allí y ya que tuviera la suerte de haber estado otros tantos más porque yo, mira lo que he dicho muchas veces: “Creo que me dejarían vivir”. Si ahora tuviera treinta años, apañaba allí una cosilla y en aquellas tierras viviría solo y serviría para conservar algo, no para destruir y por eso me dejarían y tendría, del monte, cuidado.

Porque no tienes nada más que mirar este entorno donde ahora mismo estamos que aquí hay kilómetros de río pero rincón como este, no se ven por ningún sitio porque lo estoy cuidado hasta la misma orilla del agua que hay que cuidar de todo porque la tierra que se cuida da vida y un rincón que nadie lo pisa, se queda en la ruina y, sin embargo, ¡mira qué cuadro!

Y eso de las pegueras es de lo que ahora quiero hablarte porque que era una actividad más de donde sacábamos para ir viviendo que allí en la aldea éramos personas divertidas y valientes para trabajar y duros para lo que fuera y lo mismo nos estábamos un día sin comer que tres días de huelga si era menester que yo, desde que fui pequeño, con diez años o así, ya me iba con los animales por las montañas y hasta dormía con ellos y cuando despertaban, muchas veces, se me habían perdido por el campo.

Ya cuando me hice mayor, me fui a vivir a las tierras llanas que, al sur, hay al otro lado de estas montañas y no pude estar allí más de tres meses porque no me gustan las sierras muy peladas y es que yo tengo que estar aquí o en un terreno que le parezca a este y cuando salgo de aquí a algún viaje largo y veo un terreno que se parece a este, siempre me digo: “Aquí pues que me estuviera yo” pero no mucho tiempo y cuando voy por el río, siempre digo: “Ya no hay un sitio como este”. Y cuando me lo dice otra persona que no lo ha visto nunca y ha corrido más que yo, todavía me anima más porque cada paso se ve un paisaje distinto y algo soñado.

Y de mi madre, ya te he dicho que nació en aquel rincón y se casó a los diecisiete años y se fue a vivir a la aldea que ya no existe y sus abuelos nacieron y murieron también allí y como mi madre vive todavía, recuerdo de ella que con un borriquillo que teníamos iba al pueblo que se alza en el confín del mundo a por la ración y le oscurecía por ahí y eso era normal porque las mujeres iban al pueblo y si les oscurecían, andaban de noche y ellas nunca les temían a nada y como yo, sufrían callando.

Y allí vivíamos tan agusto pero los problemas empezaron cuando acotaron las tierras que poco a poco fueron estrechando a la gente y no hacían nada más que decir: “Tenéis que retirar el ganado, tenéis que iros de aquí, hay que despropiar”. Y a partir de aquello, la vida se puso muy mala y no nos dejaban cultivar las tierras y ya pusieron los canos y ya lo envolvieron todo con sus artimañas y poco a poco nos fueron acorralando y luego los bichos que no les podía tocar, la vida se nos hizo imposible y todo fue cambiando.

Algunos viejos decían que sus tierras les venían de siglos y siglos y muchos tenían escrituras pero como no las iban conservando, no pudieron demostrar lo que querían y necesitaban y no se vinieron contentos ni están contentos, porque aunque estén mejor, les gustaba aquella vida más y a cualquiera que le preguntes, a cualquier padre de familia que le preguntes, no te dice que esté más agusto y puede que alguno porque dude algo pero no, yo conozco a los vecinos, yo me llevo bien con todos y hablando, ellos siempre dicen lo que yo: “ Tavía estaría allí si me hubieran dejado que yo vivía a mi manera y era feliz en aquel collado”.

Como dice la copla de la cinta del Cabrero: “Como el águila real, quisiera vivir en la cumbre, apartado de la ciudad, como el águila real”. Y eso me gusta a mí y es por ahí, un poquito antes de llegar a la gran llanura, por donde hicieron una cerca y a donde trajeron los primeros animales para ir haciendo la recría para la repoblación y me acuerdo que venía un hombre que todavía vive, ya jubilado que al ver a los ciervos siempre decía: “Ay que bonicos” y nosotros nos reíamos y entonces él a vernos nos decía: “Hoy os reís de estos bichos pero algún día os harán llorar” y dicho y hecho: pasado el tiempo la cantidad de sufrimientos que esos bichos han traído a los serranos pero en fin ¿dejamos esto y nos vamos otra vez para la aldea que ya es polvo callado?

Porque te iba a decir que estando allí, cuando era pequeño yo subí muchas veces al cerro y se coge por un sitio que se llama el prao y un caminillo que va dando vueltas y llega a la hondonada y desde allí ya, la raspa arriba y a lo alto.

Y lo que te decía de los caminos es que no sé explicarlos pero en mis sueños lo he visto muchas veces y según se me presentaban, los caminos en lugar de ser muchos que surcan las grandes extensiones de estas tierras, era como uno solo y como un gran camino formado por la reunión de muchos pequeños que se perdían y al mismo tiempo surgían de cualquiera de los puntos de esta gran tierra y es como si naciera de ahí, de donde nace la tierra que puede ser cualquier punto y te llevara a todos los lugares que por eso para mí, el camino es tan importante como lo fundamental en la superficie de la tierra que lleva a la misma tierra al tiempo que también lleva a los secretos y bellezas que la tierra tiene callados.

- Así que ya podemos pasar a otra cosa.
- Vamos a lo que tú quieras.
- Yo quisiera que me hablaras de las pegueras.
- Pues mira salimos por la mañana con el hacha, el azadón y las cuerdas y hacemos la carga de tea que ese menester se llama: “hacemos la tea” y que ¿cómo se hace la tea? Pues si está la tocona envuelta, se le escarba y la tocona tiene que ser de pino y da igual que sean pinos blancos o negros pero lo más corriente es el pino blanco que cuando daban una corta salían a subastas las toconas para hacer alquitrán y te decía que “traívamos” las teas y la poníamos hecha una acina en la puerta y la peguera era así un hoyo redondo en la tierra y por dentro se iba poniendo piedras y barro y se parte la tea, se hace un agujero por abajo y una cañería tapada por ahí y aquí hay un pozo que es un pozuelo en el suelo tallado.

Y cuando ya está llena de teas así partidas, se van poniendo así, un poco de tendío al tiempo que se le da la vuelta como si fuera una orza porque la peguera es igual que una orza: estrecha de abajo, ancha de arriba y luego junta la boca un poquito y cuando ya se llena de teas, se le hace así un poquillo como unas piedras para que tenga la boca un poco más estrecha y se le pega fuego y lentamente va ardiendo y por abajo sale el alquitrán aquí al pozuelo donde se le pone un tanto.

Y un tanto es un palo que se pone así y se le hacen las rayas para veinticinco arrobas, treinta arrobas, cuarenta arrobas y hasta sesenta arrobas y de ahí para arriba que daban algunas, según fuera la tea y según tenga cabida la peguera y fueran los palos.

Por el tanto, ese palo que está señalado, sabes las arrobas que tienes y es como si se metiera una rama y va marcando y se le hace decir: “Aquí están las veinticinco arrobas, al palo”. Ya como se sabe de antes, cuando llega el alquitrán del pozuelo allí, veinticinco arrobas y luego venían los arrieros y cogían aquello en las pieles con un cazo así parecido al de sacar la broza de los peces que tengo en este lago mío y con un cazo y un embudo llenando las pieles y alzaban las pieles y las liaban y las echaban a las bestias y te la pagaban a quince pesetas, a dieciocho pesetas, hasta siete pesetas la arroba he hecho yo el alquitrán y sé de otros que lo han hecho hasta por tres pesetas y un bocado.

Y los pegueros iban a recogerlo al monte y lo que podía dar una peguera era de cincuenta a sesenta o setenta arrobas y según era la peguera y la tea porque si iba limpia, que no chupaba luego fuego, daba más alquitrán porque el alquitrán, si la tea llevaba cáscara, se perdía mucho pero si la tea no llevaba cáscara, todo escurría y aquello daba mucho alquitrán y si tocaba mucho a la madera, ya salía menos cantidad pero normalmente dos cargas de tea, bien hechas, daba dos arrobas de alquitrán por carga y así que de treinta cargas de tea, sesenta arrobas de alquitrán y eso no era siempre exacto pero por ahí andaban las medidas y los cazos.

Y luego, los días que se tardaba en hacer una peguera, ahí se podía tardar... ya dependía de según al tío le cundiera la tea pero se podía tardar unos quince o veinte días que la primera peguera que yo hice fue por la cumbre de las sierras que miran al sol de la tarde y luego me fui más allá a una peguerilla que hay ahí y donde me salía muy bien y me hice tres hornos de tea porque la calidad del terreno también influye y eso no puedes ignorarlo.

Donde hay mucha solana los pinos tienen mejor tea y como ahí había mucha solana a mí me fue muy bien en esa zona y yo me hacía la tea y como no tenía bestias, me la acarreaba a cuestas, me metía en la peguera y mi mujer me daba la tea y ella me echaba los haces por lo alto y yo los iba apañando y luego le pegaba fuego. ¡Madre mí qué lucha! Al final de la temporada me quedaron mil pesetas y yo, me pacía que tenía un capitalazo.

Y decía yo: “¡Madre mía, mil pesetas encima de todo lo que me he llevado! Lo que he gastado y lo que me han llevado los arrieros”. Que me parecía que era un dineral lo que yo tenía ahorrado.

Es que casi siempre quedábamos en ras o debiendo y el que decía me ha quedado tanto, no te lo podías creer. “¡Hombre como te ha quedado tanto si yo he quedado a deber!” Pero a mí me quedaron mil pesetas y aquello me parecía imposible y no podía callarlo.

Pues la tea que me hacía, siempre la acarreaba a cuestas que ya verás como no te miento: ¿No ves qué costuras tengo aquí en las carnes del costado? Pues “Matauras”, como se decía antes a las heridas que le salían a los burros y ¿por qué? Porque tenían mal aparejo los burros y eso me pasaba a mí pero ya verás tú que fue la mujer a ayudarme para hacer un horno de tea y se echó un haz de astillas acuestas y bajaba por la ladera y cuando acordó cayó en un barranco y ni me di cuenta ni las voces que ella echaba, yo las oí y pasaron unos pastores y la vieron allí en el barranco y le dicen: “¿Qué te ha pasado?” “Pues ya estáis viendo, que me he caído” y claro, como llevaba las hombreras atadas, de allí no podía salir y ellos le ayudaron y la sacaron de allí y cuando luego yo vi aquello me dije que si no hubiera sido por ellos, allí y con el haz de teas encima, se hubiera asfixiado porque cayó en unos de los barrancos de esos que hace el agua y luego crece la hierba y pasas por allí y cuando acuerdas, caes dentro y el zarpazo.

Que ya te digo, de todas las alturas de las cumbres que mira al sol de la tarde, de todos esos cerros y toda esa solana, llevábamos la tea y un día más cerca y otro día más lejos y claro que se cansaba uno de acarrear tea a la peguera porque te cargaba con un has de tea y aunque te parabas a descansar, te agotabas y era la vida dura pero se iba tirando.

Que allí mismo levantábamos un chozo y en él teníamos cuatro cosuchas para hacer de comer y una mala sartén, una talega de harina, un puñado de garbanzos y algo de tocino, si se podía y esa era la comida y una vida dura de verdad y cuando nos íbamos por el monte a montar las pegueras, hasta que no llegaba el mes señalado para el peligro de fuego en el monte, solía ser tres meses o cuatro y en tiempo de invierno no dejaban porque las teas y las pegueras no pueden ser lloviendo y menos, nevando.

Luego estuve ahí por los poyos en este lado del río también y eso no se me ha olvidado que cuando voy por ahí de excursión voy a ver la peguera y frente a donde ellas estuvieron ardiendo en aquellos tiempos, me paro y en silencio me digo: “¿Hay que ver aquellos tiempos con aquellas luchas tan llenos de necesidades y tan descalzos!”

Porque había muchas personas que trabajaban en estos oficios y mucha gente y lo que no he conocido yo ni lo he visto hacer, es la miera porque ahí más para acá de donde estuvo la aldea hay un sitio donde hubo una merera y según me decían, metían las cepas y el fuego estaba por fuera y eso le hacía sudar y a mí el olor de la miera me gusta mucho porque dicen que no es malo para la salud de las personas que el otro día, por ahí así me encontré yo una cepilla de enebro y la vine oliendo y me gustaba. ¡Qué bien huele eso y qué perfumado!

Y ahora te digo que entre muchas de aquellas veces que cargamos el hato, una de ellas fue a la aldea de la llanura, por debajo de la cumbre que mira al sol de la tarde y desde allí nos fuimos a la otra llanura que también te dije antes y que cae por el norte, ya fuera de estas sierras nuestras y donde sólo hay llano y ni una encina ni tampoco ríos y ¡allí sí que penamos! Yo buscando trabajo por todas aquellas tierras y cuando lo encontraba me pagaban con un panecillo de esos de medio kilo y con aquello teníamos que echar tres o cuatro días y ahora recuerdo que catorce día eché de trabajo en un cortijo y no me quisieron pagar.
- ¿En qué trabajabas?
- De pastor y fui y le dije: “Con la casa tan buena que tienen ustedes ¿no van a tener para pagarme?” y me respondieron diciendo: “Eso no tiene nada que ver que la casa sea buena y si quieres una pocas patatas, es lo único que podemos darte”. Y las patatas que me dieron estaban podridas y vacías de secas y me fui de allí enfadado y estudiando una venganza para hacerles algo pero como no nace uno para eso, pues me quedé en la misma miseria y engañado y estuve por allí sólo siete meses y aquello eran todo cuevas bajo tierra y un llano muy grande y sólo se veían las chimeneas para arriba y estábamos todos bajo tierra pero eran unas cuevas muy bonitas con todo muy bien preparado.

Y si ahora me pregunta que cómo fue aquello de irnos tan lejano, te digo que es que tuvimos de pastores y un cuñado mío fue a por nosotros y nos fuimos con él y vendimos unas cabrillas que teníamos y con dos burros, nos llevó el hato y eran dos burros bien cargados, los chiquillos y la mujer que estaba embarazada y cuando llegamos allí nos vendió una cueva justo por las quince mil pesetas que por las cabras nos habían dado y los tres meses de estar allí un día se presentó el verdadero dueño de la cueva y nos dijo enfadado: “¿Y ustedes qué hacen aquí?” Y yo fui y le contesté: “Pues en la cueva que hemos comprado”. Y dice el hombre: “Esta cueva es mía y así que se tienen ustedes que ir de aquí”. Y entonces le respondí: “Pues haga usted el favor de dejarnos hasta ver si algún otro sitio encontramos”. “Pues por lo buena persona que es usted se la voy a dejar otro poco de tiempo pero ya saben que tienen que irse porque la cueva es mía y la estoy necesitando”.

Y el hombre nos dejó y no nos cobró nada y hasta que nos vinimos otra vez a estas sierras y ¿sabes cómo nos vinimos para acá? Pues andando y con las cuatro cosas que traíbamos puestas y nada más y ahora recuerdo que todo aquello, a pesar de lo lejano y lo duro y lo frío y sin tejado, no se me olvida y hasta cuanto más tiempo pasa más me viene gustando, que una de aquellas noches cuando veníamos andando yo creo que dormimos en un cortijo que está cerca de un río y pegado al vado y mira, te lo voy a decir bien, que dormimos en un sitio que había caballos y fue en el pajar y estaban de matanza y nos dieron una poquilla comida de lo que estaban cenando y ”a ves tú” nos dieron, de habichuelas blancas, un plato que no se me olvidará nunca aquello y dormimos en un pajar y entre caballos y vacas y ovejas y también había marranos.

Y a otro día salimos andando para acá por la fuente recia y por ahí vinimos hasta el salto, a una casilla que todavía se ve allá en lo alto de un puntalete a la derecha del pantano, yendo de la aldea para arriba a la derecha, sí y de allí vinimos a la cueva que teníamos más abajo pero antes nos hemos dejado una cosa pequeña por donde está el poyo alargado donde vivía una tía de mi mujer y como mi mujer venía en estado, se le hincharon las piernas y se cansó mucho y por eso allí también nos paramos a descansar y al otro día salimos para lo de la laguna y desde la laguna vinimos a las cuevas de abajo.

Y luego nos fuimos a las malezas de aquel lado y desde ese lugar fue cuando nos venimos más abajo donde hemos estado quince años y de lo que no me acuerdo bien cuándo fue aquella vez que llevamos un burro con los zagales en las aguaderas metidos dentro y cantando porque me parece que fue cuando nos fuimos de aquí e iban los chiquillos más contentos, y ya te digo: cantando y si me preguntas por qué, te digo que entonces estábamos muertos de hambre y teníamos más alegría que ahora y cuatro aguaeras que teníamos hechas de esparto y allí llevábamos metidos a los hijos porque también llegó un momento que tuvimos hasta siete u ocho bestias de una vez y burros y mulos y caballos.

Que ahora de últimas vendí nueve yeguas y dos burras y estaban paridas las burras y ahora ¿sabes lo que te digo? Que cuando esté mi nieta aquí y que vengas otra vez, le voy a ir recordando poco a poco y le voy a pedir que me lo apunte y cuando vengas otra vez te voy a dar los detalles correctos sin fracasar en nada y todo exacto porque mi mujer sola se pone y recuerda todo lo que a lo largo de la vida hemos penado.

Y si volvemos a lo de las pegueras y me preguntas que para qué usaban la resina que sacábamos de las teas, te diré y yo creo, que eso lo usaban para alquitranar las carreteras porque la miera sí sé que la usaban para curar, de la sarna, a las ovejas y la echaban en la sal para que el animal que estuviera enfermo, sanara y la que todavía no había enfermado, pues que no se pusiera mala y la llevaban los pastores en una cosa así como un cuerno y parecido a las cuernas estas que había antes de los guardas para tocar y en las salegas, se la echaban en la sal a las ovejas y a las cabras y al resto del ganado.

Pues si yo no sé qué me pasó con una cuerna de esas que había guardado de recuerdo y tenía su palote y todo y era el cuerno de un toro que me la encontré en una de las muchas casas que derribaron y no recuerdo ahora dónde pero tenía yo eso guardado y se ha perdido y me dije: “Hay que ver que esto es de la miera”. Que tiene un tapón y aquí por este roto del palote, se la echaba la sal porque esta merera que te he dicho, se encontraba en un recó y si alguna vez hubiera, probalidad, íbamos a ir y te lo enseñaba que yo no puedo andar mucho ya pero como esto me gusta tanto, lo haríamos aunque fuera despacio.

Y ya te digo, que al lugar donde estuvo la aldea, íbamos a ir un día de estos y nos llevamos comida y estamos todo el día por ahí viendo y recordando cosas de mi sierra que aquí cogemos la senda o nos vamos por otro sitio que yo conozco muy bien y por el mismo vado por donde yo sé va el camino y allí por las celdas, también se sube bien porque no hay camino sino un jorro, ¿tú lo has andado?
- Lo recorrí un día y descubrí que está malo.
- Es que el jorro se deja y no lo pisa uno que yo no lo piso porque esos caminos no son los buenos que tú te vienes conmigo y seguro que te dices: “¿Puede ser esto?” Y es que el camino va por aquí y el jorro está así pero el camino va por fuera, por la derecha y dando unas curvillas preciosas, unas curvillas por entre las matas que eso es una delicias sólo andarlo.

Porque el jorro, malo es subirlo pero luego bajar, es que no se contiene uno allí porque las lluvias lo han roto por todos sitios y ¡claro! Se viene uno por fuera y buen camino por los muchos romeros y cosas que se le va a uno los pies y antes de que caigas ya te has agarrado y a mí es que me gusta eso mucho así que tenemos que ir un día y además de recorrerlo, hablar cosas de todos aquellos rincones que eso hay que hacerlo muy bonito y a ver si viéramos algún bichillo que eso también es grato.

Es que un día subí yo y había una gamilla chica que estaba acostada al pie de un árbol, a todo lo larga, como si hubiera estado muerta y al verla yo dije callado: “Como subo a ver esto y no me canso de estar aquí, pues ahora que me la he encontrado yo no tengo prisa y aquí me quedo hasta ver lo que hace porque se ha quedado dormida y la madre se ha ido a comer por el prado”. Pues me puse así enfrente cuando veo a la madre bajar, desde allí, desde el royuelo y ella dijo: “Allí como y bebo agua y tengo comida y descanso”. Que los animales son muy listos y saben dónde ir y cuándo.

Y bajó y aquello chilló como un cristiano y se levantó y chilló y de seguida estuvo la madre allí y salió tan bonica, tan bonica, tan bonica. ¡Qué maravillas las cosas de la naturaleza y verlas así tan despacio! Y es que no me olieron nada y yo creo que si hubiera sido otro le da por agarrarla o cualquier otra cosa y la espanta si es que no se le hubiera ocurrido matarlo y es que van por el monte, ven un animal y ni siquiera saben comportarse y yo eso no que eso no, hombre, si no tienes hambre, no mates un bichillo que lo ha criado la naturaleza y Dios mío, tan bonico y tan lleno de libertad y lo matas ahí ¿para qué? Sólo por el gusto de matar y de presumir luego entre los amigos y si estás harto de comer ¿para qué matas animales tan bellos y tan inocentes tan repletos de encanto?

Si tienes hambre, no lo hagas porque quitas una vida que yo pienso en eso y también yo creo que no tengo miedo porque fíjate: voy poco a la iglesia porque no hay probabilidad pero yo voy a lo alto de la montaña aquella cuando sale o se pone el sol y me digo: “Voy a rezar un padre nuestro aquí para darle gracias a Dios por tantas cosas como me permite gozar”. Y eso me gusta y mi alma se llena de gozo y parece como si la vida me entrara tanto por los ojos como por el aliento y por el corazón arriba y fíjate qué cosas más sencillas y hay que ver lo agradables que son y lo bien que le sientan a uno y el descanso.

Que a lo que tengo entendido “ende” que nací y ende que nacieron los seres, hace ya tantos años, aquella gente se ponían a rezar al sol y a mí me han dicho que como no había iglesia ni nada, por eso rezaban al sol y eso: ¿Qué trabajo te cuesta dar gracias por esto y por aquello? Que te encuentras con unos y otros y los oyes decir: “me cago en esto me cago en lo otro” y luego los ves que en cuanto tienen un problema empiezan a exclamar: “hay Dios mío...” Antes has dicho que no existía, que no creía y ahora ¿para qué lo nombras y lloras tanto?

Que yo soy creyente, a ver si me entiendes, creyente de buena fe y no de esos que dicen soy y luego no hacen que a mí no se me da cuidado dar esta camisa que llevo puesta y venirme con las carnes al aire a mi casa, si fuera necesario que eso lo hago yo y eso es de la iglesia y eso te hace más que si vas y luego no crees y, además, yo comprendo que la iglesia doma a mucha gente porque como hablan también y con esa experiencia, sus estudios y todo y no da malos consejos, hay gente que se recorta mucho y no son malos ¿Es mentira? Por eso pienso que a la iglesia tenemos que ayudarle y aunque yo no esté dentro y si estoy dentro, la debo respetar.

Y claro: tiene que haber un herrero para trabajar en el hierro y tiene que haber un hombre para poner la piedra y tiene que haber otro hombre para guardar el monte y tiene que haber otro más que le guste poner monte y un para que lo guarde por si a otro le gusta de cortarlo y si todos hiciéramos lo mismo no habría variedad ni riquezas porque digo yo: ¿no es una bendición que las cosas sean así? ¿Es mentira? Que me gusta a mí de ir al cerro alto y luego, cuando yo me muera, que haya otro que también le guste estas cosas, ¿Nos es verdad? Que mañana nos morimos nosotros y las letras no mueren y quiero con esto decir que después de desaparecidos de esta tierra siguen, bien de nosotros, hablando.

Que yo le he contado esto sólo a unas cuantas personas, las personas que yo he visto que tienen interés por las cosas que uno siente y si ahora me preguntas que qué es lo que le he contado te diré que un día vino una mujer al campamento este que hay por aquí junto al río que estamos hablando y nos pusimos a charlar una tarde y en la conversación salió lo que existe y lo que no existe y le dije: “Mire usted, yo un día enseñé que me había muerto y estuve una semana pasando “cochura” y desde entonces ¡anda que no le temo yo a la muerte! que una semana entera estuve yo pasando cochura y por eso ahora usted me deja que le cuente y si sabe más que yo, me contesta lo que sea que cuando desperté y vi que era mentira, qué tristeza me entró y estuve luego una semana “roneando” en aquello”.

Y ensoñé que me había muerto y vi una bóveda muy grande, así como un túnel pero una bóveda como el que mira de aquí de cuerda a cuerda y con unos paseos y unos jardines y unos alumbrados y una maravilla todo aquello y yo paecía que iba así, flotando por el espacio sin peso y sin dolor y me decía para mí: “¡Madre mía, esto sí que es bueno! ¿Por qué no he venido yo aquí antes? “ Y si ahora me sigues preguntando que si eso fue de verdad, te digo que fue de verdad, de verdad y ¡ay qué envidia que eso no es morirse, eso es vivir gozando que morirse es esto que tenemos entre manos y está muerto es esto que aquello es la verdadera vida y por eso no se me olvida aquel sueño y ahora voy por ahí andando y me acuerdo de esto y me digo muchas veces: “Pues si para ir a un sitio de esos no tiene uno que temer tanto”.

Y entonces me dijo la mujer: “Mire usted, eso se llama...” Y claro, ya no voy a saber explicarlo como ella me lo dijo porque dice: “La bóveda que eso lo ensoñé yo y se llama la bóveda”. La bóveda de la gloria o la bóveda de no sé qué y ahora no sé cómo ella me lo explicó tan claro pero me quedé más conforme porque ella también lo ensoñó y por eso entonces le dije: “Y usted ¿qué? ¿A usted le gusta ayudarle a la gente y hacerle el bien?” y Dice: “Pues claro”. “¿Y usted tiene miedo?” “Yo ninguno”. “Pues puede que vayamos a parar allí y a un sitio así que quizá por eso no tendré yo miedo porque creo que no morimos y todo esto que estoy contando”.

Y después yo he pensado mucho en aquello y siempre me digo que puede ser que sea verdad que no morimos y puede ser que haya una vida feliz y ¿por qué no? Porque si decimos que no podemos mentir, no lo sabemos porque claro, si hay un poder para deshacernos, ¿porque no puede existir también ese poder que nos vuelva a hacer otra vez con más gloria? Que ahora tenemos aquí un cuerpo inferior, digamos un cuerpo pequeño pero la intelegencia nuestra, mira lo que está avanzando y si estamos aquí y vemos a una persona que hay en Madrid, lo otro ¿no puede ser más fácil todavía y mucho más claro?

Que hay que ver lo raso que está y mañana pueden caer aquí doscientos litros de agua y también puede venir un sol que nos quema o una nevada que cubra todos los campos y eso tiene que hacerlo alguien o algo porque de la nada no hay nada ¿No verdad? Por eso no que hay que decir que no se cree en nada sino que hay que creer o no hay que creer porque como lleves buena fe en la vida una va a Madrid sin dinero pero robando, no porque te pillan y si no aquí, más allá pero pidiendo honradamente como desde aquí a Madrid y te llevan en un coche ¿Verdad que sí? Na más que de cien haya uno, tú llegas allí pero si vas por las malas no y de ahí sale el miedo de tantos.

Que yo como estoy tranquilo de todo, pues me hago aquí mi mundo y no le temo a nada y te digo esto porque una noche estaba yo solico acostado y en aquel momento para mí que me parecía que no tenía ni corazón ni nada pero yo despierto, como me sentía tan bien, me preguntaba: “¿Y cómo este bienestar tan grande? Si mejor que esto no hay nada?” y encontrarme como si no tuviera corazón es lo más grande que nunca me ha ocurrido y algo así como un papel que lleva el aire que no lleva peso ninguno que yo qué sé, una felicidad, una cosa que no puedo explicar ahora con palabras ni ponerlo claro.

Y cuando voy solo por ahí, por el monte, siempre me gusta pararme en los sitios bonitos y quedarme allí quieto mirando a las cumbres y siento como si en aquel mismo rincón me fuera a ocurrir algo bueno y al otro día me dan ganas de ir a ese sitio porque yo me junto con mucha gente y al mismo tiempo con muy poca gente que a las personas que se amontonan en un campamento de estos que organizan por aquí junto al río ¿qué les cuento de esto? Porque ¿me van a entender a pesar de los estudios, y otras cosas, que puedan tener de su lado?

Porque haber ¿cómo le digo yo que esta mata es un rosal y esto una vigarra y eso un chopo y aquello un llorón y eso otra cosa y así hasta el infinito? Y esto se come y aquello no se come porque ¿cómo le digo yo que esto y aquello no se puede cortar porque cuando llueva me puedo meter debajo para no mojarme? Porque si no hay un árbol como este, no tengo sombra y sino tengo las ramas secas de aquella carrasca no me puedo calentar ni hacer comida y así que dime: ¿cómo les explico yo a las personas estas cosas? Pues me digo que a muy pocos le puedo yo contar estas cosas porque es lo que te dije antes, que no me gusta la gente pero claro, es la gente que de mi mundo están pegados.

Y me gustan según qué personas sean pero como estamos tantos y al mismo tiempo somos tan pocos, pues tienes que tener mucho cuidado porque “semos” muchos y semos muy pocos porque si ahora me preguntas por qué cuando yo subía y veía un cerro y me gustaba asomarme ¿qué es lo que esperabas encontrar al otro lado? Te digo que siempre esperaba ver cosas mejores y siempre me decía que tenía que ir al otro lado para encontrarme con otras cosas más bonitas y siempre deseo de aquello que no tenía antes mis ojos y como una gran envidia a la naturaleza y de verdad, de verdad que voy por un camino y me estorba una mata y no me atrevo a cortarla porque si lo corto, puede que al volver lo vea seco y ha sido porque yo lo he cortado.

Y como ya vamos terminando te voy a contar aquello de la pesca en el río bello, pues bajábamos a pescar por el canalón y nos íbamos a dormir al covacho que son unos covachos así y más para arriba de la cerrada que como algún día vayamos allí ya verás cosa hermosa y por encima nos hemos dejado una cosa muy bonita pero seguimos con lo de la pesca, pues bajábamos a pescar de noche y con teas porque no existían las linternas y era con teas en una sartén llena de agujeros y claro, ¡ay que ver ahora los furtivos cuando sientan esto y descubran las travesuras que nosotros hacíamos en aquellos tiempos!

Que seguro pensarán que entonces si que éramos listos nosotros y esto va a estar bonito y que es cierto porque entonces le quitábamos el culo a la sartén y ahí se ponían las teas, porque si llevaba las teas agarradas con la mano, cuando ya iban medias, te quemabas y había que tirarlas y por eso se le quitaba el culo a la sartén y se le ponían un enrejado de alambre, como una malla y ahí se echaban las ascuas y uno iba así con la sartén y el otro iba pescando y si me preguntas que ¿con qué pescábamos, con la caña o con una manga?

Pues claro porque tú ¿sabes lo que es una manga? Por aquí un palo, por aquí otro palo y en medio iba la red y el que la llevaba, al mismo tiempo iba “furgando” en el agua y la trucha al salir, sin querer, se metía y por eso te decía que ¿a ver si el tío de antes era más tonto o más listo? Porque dale ahora a un hombre para que vaya a pescar al río, que se mete con las botas y la cucharilla así en la mano, como si la trucha estuviera allí esperando.

Pero ahora se meten el río arriba con las botas puestas y la caña así con la cucharilla colgando y es como si fuera diciéndole a la trucha: “No te acerque que te pillo” y claro que entonces de día no podías pescar, porque te pillaban y ya tenías en problema pero había más truchas que ahora porque siempre cogíamos y de noche, cuando subían los barbos del río, poníamos así unas piedras y los pillábamos y hay que ver, ahora los tengo yo aquí, en esta charca de mi rincón, por lujo y el día que los saque, no los matamos sino que lo echo al río que es lo que hace no haber necesidad y claro, es lo que decíamos: antes no éramos furtivos, sino por pura necesidad porque hoy, sí es lujo que antes, cuando la trucha estaba en la mesa, por un lado y otro, siempre se oía: “Oyes, si tú te comes la trucha, dame a mí la cola” y El otro: “Y a mí me dais la cabeza”.

Y ahora que: “Yo no quiero la cabeza, yo la cola no la quiero tampoco y la trucha tampoco me la voy a comer porque parece que tiene muchas raspas”. Y es por lo que se deduce que aquello de furtivos, nosotros no lo éramos porque éramos personas que vivíamos en estos montes, amantes de nuestra naturaleza y como teníamos necesidad, íbamos a ella y de ella cogimos lo que necesitábamos para comer y si ahora, cuando cogen una trucha con la cucharilla esa, lo primero que le hacen es rajarle la boca al animal y luego, si no les gusta, la vuelven a tirar otra vez al río que todo es por puro deporte y juego sin necesidad ninguna para la vida y claro: ¿qué trucha va a vivir después de haber sido atrapada en un anzuelo? Porque yo digo que más valía que se la llevaran que yo, muchas veces las he visto muertas en esos charcos del río bello.

Y ahora me recuerdo de aquel que murió por la noche que era de la aldea y ocurrió por debajico de las casas y se bajó a pescar al río y salió por la lomica y cuando iba por allí, el hombre se puso malo y comenzó a llamar a la mujer y nadie lo oyó y se sentó sobre unas sabinas junto a unas piedras y se quitó la correa y se quitó las esparteñas y las puso allí juntas y se acostó junto al tronco de un pino y allí estaba al otro día muerto y lo que le pasó, pues que el hombre se ve que había comío truchas de mala manera y tuvo este problema y desde aquel día, siempre que paso por allí, como sé en el pino que estuvo y todo, siempre me persino y rezo un padre nuestro y eso, porque pienso que allí murió un ser humano y hay que estar de acuerdo con las cosas ¿no verdad? Porque no vamos a decir que Dios es esto o que lo otro y luego por un simple mosquito que se te meta en el ojo ya estamos diciendo: “Ay Dios mío” y ahora te has acordado y yo creo que es mejor acordarse antes por lo que pueda ocurrir.

En aquellos tiempos, en estas sierras había personas buenas que hacían muchas obras de caridad y te pongo un ejemplo: íbamos con unas cabras y ovejas y un muchacho, que ya ha muerto uno pero en fin y otro hombre de allí de la aldea, salía a donde estábamos y decía: “Agárrame las cabras que tú eres el bueno” y el hombre corría y le agarraba las cabras para que se las mamara o le sacara la leche y una obra de caridad en aquellos tiempos que uno no tenía conocimientos para otras cosas pero este hombre sí comprendía aquello y por eso siempre decía: “Aunque me mate corriendo detrás de una cabra, a este hombre hoy le doy yo de comer”. Que son buenos sentimientos ¿no verdad? Y es que yo siempre he pensado que por ahí tiene que ir la vida que las personas nos tenemos que ayudar unos a los otros y también respetar la naturaleza y como dice el refrán ese: “dale que coma al hambriento....” no sé nada más que eso pero anda que la copla no está bonita.

Ahora traen y llevan para arriba y para abajo, a muchos técnicos e impectores de la naturaleza, según dicen ellos pero no miran a la naturaleza con el cariño y la sabiduría que la mirábamos nosotros y juegan con ella según les conviene porque también me acuerdo cuando venían al parador y luego se les oía decir: “Ha matado, el tío, un macho montes, un ciervo, un jabalí”. Y yo que he nacido aquí no he hecho nunca daño a nada ¿qué me dices a eso? Que yo te pregunto esto para hacerte ver que de ahí arranca el furtivo y si yo no lo hago, va a venir luego otro de fuera de estas sierras y pagando, va a matar lo que quiera y como quiera y ¿a ver si ese es el caso?

Porque dentro de unos días empieza la berrea y seguro habrá mil solicitantes y aprobarán quinientos, a don y a don porque claro, no me lo van a dar a mí que no tengo don y se lo dan al jubilado de esto y del otro, al hijo, al sobrino y al nieto y claro, faltan permisos para todos los que se han presentado así que ahora dice uno: “Bueno, si me aprueba, me aprueba y sino, yo lo voy a matar mejor que él” y lo hace y es que le da a uno rabia que siendo de estas sierras y no habiendo hecho daño nunca ni a los montes ni a los animales, me traten como si uno hubiera estado toda la vida guardando las cosas para que luego venga el don y el don y se las lleve sin ni siquiera darte las gracias y a mí, porque no me gusta y por eso nadie me verá ni cazar ni con ninguna otra cosa.

Y si me preguntas que si yo he visto alguna vez nutrias por el río bello te digo que las he visto que una noche sentía yo una cosa chillar ahí y me decía: “Pues eso qué será”. Y yo había visto ya las nutrias pero más para arriba del charco, en el arroyo ese, iba una vez con mi hijo este que te he contado de la cueva y de pronto me dice: “Papa, que se ha metido un perro ahí en río”. Digo: “¿Ande?” Me indico que había sido debajo de la losa: “Si eso no será un perro”. “Lo que yo he visto es como un perrillo negro”. Y nos pusimos a mirar y que aquello no salía por ningún lado y dicen que no aguantan bajo el agua pero yo me convencí de todo lo contrario.

Y, además, cuando una nutria se mete en el río debajo de un losón de esos, puede estar respirando por el agua puede estar más baja y ella sale arriba para respirar y ahí se queda todo el tiempo que sea necesario porque los bichos son muy “estutos”. Y que aquello no salía y así que por la noche nos fuimos a dormir al vado allí en la casa y llovió mucho aquella noche y al otro día estaba más abajo y ahora hay algunillas, no tantas como antes pero sí las hay también y en el río grande, por debajo de donde están los caballos “vide” yo otra y también lo que se ven por aquí mucho son garzas y patos.

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